La Otra No. 3

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fotografía

jorge mario múnera jmmunera@etb.net.co

© jorge mario múnera | cachipay, cundinamarca, colombia 1994


director general

José Ángel Leyva directora editorial

María Luisa Martínez Passarge editor

Universidad Autónoma de Sinaloa rector

Héctor Melesio Cuén Ojeda secretario general

Jesús Madueña Molina

Alfredo Fressia consejo editorial

Jorge Bustamante | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Evodio Escalante | Jor­ ge Esquinca | Juan Gelman | Hugo Gu­tié­rrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Her­nán Lavín Cerda | Carlos Maciel | Pa­blo Molinet | Carlos Montemayor | José Emilio Pa­ che­co | Vicente Quirarte consejo nacional aguascalientes Claudia Santa-Ana | chihuahua Jorge Humberto Chávez | distrito federal Ma­

ría Baranda, Víctor Cabrera, Antonio Deltoro, Miguel Ángel Flores, Grissel Gómez Estrada, Samuel Gordon, Eduardo Mosches, Lucía Rivadeneyra | jalisco Jorge Souza | michoa­cán Gas­ par Aguilera | morelos Javier Sicilia | nuevo león Armando Alanís Pulido, Margarito Cuéllar | puebla Ludmila Biriukova | sinaloa Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Elizabeth Moreno Rojas | sonora Juan Manz | veracruz Silvia Tomasa Rivera | zacatecas José de Jesús Sampedro consejo internacional argentina Rodolfo Alonso, Jorge Boccanera, Cecilia Romana | australia John Kinsella | bél­gica Stefaan van den Bremt | bolivia Eduardo Mitre, Mónica Velásquez | brasil Lêdo Ivo, Floriano Martins, Ana Rüsche | chile José María Memet, Jaime Quezada, Manuel Silva | co­lombia

año i | núm. 3 | abril-junio 2009 portada y portafolio fotográfico

Jorge Mario Múnera Portada: Poropo, Guajira, 1994; imagen completa en p. 4

dossier artes plásticas

Gerardo Cantú

Rafael del Castillo, Pedro Alejo Gómez, Santiago Mutis, Amparo Oso­rio, Juan Manuel Roca | costa rica Alfonso Peña | ecuador Jorge Enrique Adoum, Edwin Madrid | el salvador André Cruchaga | españa Rodolfo Häsler, Luis García Montero, Uberto Stabile, Jordi Virallonga | estados unidos Margaret Randall, Víctor Rodríguez Núñez | francia Stéphane Chaumet, Eduar­ do García Aguilar | grecia Guadalupe Flores | islas canarias Juan Carlos de Sancho | italia Martha Canfield, Emilio Coco | paraguay Jacobo Rauskin | perú An­tonio Cisneros, Hilde­bran­ do Pérez Grande, Renato Sandoval | polonia Krystyna Rodowska | portugal Rosa Alice Branco, Nuno Júdice | quebec Claude Beausoleil, Bernard Pozier | república dominicana Soledad Ál­ varez, Alexis Gómez Rosa | rusia Andrei Kofman | uruguay Luis Bravo, Gerardo Ciancio | ve­ nezuela María Antonieta Flores consejo de arte

Octavio Bajonero | Pascual Borzelli | Guillermo Ceniceros | Rogelio Cuéllar | Felipe Ehren­ berg | Germaine Gómez-Haro | Es­ther González | Graciela Kartofel | Samuel Vázquez

diseño y formación

La Cabra Ediciones, S.A. de C.V. relaciones públicas

Mireya Vargas Velasco impresión

Exima, S.A. de C.V. | Panteón 209, bodega 3, Los Reyes Coyoacán, Coyoacán, 04330, México, D.F. 1 000 ejemplares página web

www.laotrarevista.com Reyes Sánchez Villaseñor [mexking@prodigy.net.mx] issn 1305 5143

La Otra es una publicación trimestral de La Cabra Ediciones, S.A. de C.V., en coedición con la Universidad de Sinaloa | issn 1305-5143 | Número de Certi­fi­cado de Re­ser­­va otorgado por el Instituto Nacional de Derecho de Autor: 04-2009-022514215700-102 | Número de Certificado de Licitud de Contenido: en trámite | Domicilio: Co­pilco núm. 300, ed. 7-503, Copilco Universidad, Coyoacán, 04360, México, D.F. | Teléfono: (55) 5554 5309 | [www.laotrarevista.com] [otragaceta@gmail.com] [lacabraediciones1@ gmail.com]


Con la entrega de este número tres de La Otra, no podemos permitir que se nos fugue la oportunidad de reconocer la visión y la claridad de Héctor Melesio Cuén, rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa (uas), para entender y asumir la responsabilidad histórica de empujar la educación y la cultura como factores de cambio en un estado y una na­ción asolados por la violencia, la corrupción, la mentira, la pobreza. En medio de tanta indolencia hacia la cultura y hacia el arte, en un país donde su gran tesoro radi­ca justamente en esa herencia cultural y en una sensibilidad creativa sin lí­mites, es difícil hallar la inter­locución y el apoyo desinteresados hacia proyectos como el que representa La Otra. La Universidad Autónoma de Sinaloa es, de nuevo, el alma mater del porvernir de miles de sinaloenses acosados por la desesperanza y la muerte. Eso es lo que nos une en la poe­ sía: el deseo de hallar en la palabra la fuerza que desarme la demencia y la imposibilidad, la voluntad de abrirnos paso hacia otras formas de pensar y de actuar, eso que nosotros entendemos por La Otra, que se gestó y nació en la emergencia de una nueva —aunque vieja— Universidad, la uas. Son mínimos los actores culturales que asumen lo colectivo como parte de la construc­ ción de su obra personal. Tal vez sea ésa una de las razones por las que la poesía mexica­na es tan poco y mal conocida fuera de sus fronteras y por las que el ninguneo es la vara que mide nuestra capacidad crítica. Marco Antonio Campos es, con certeza, una de esas figuras que busca el trasiego cultural entre lo propio y lo ajeno, convencido de nuestra capacidad para asimilar lo de fuera y para exportar esa enorme riqueza literaria que po­ seemos. Poeta, ensayista, narrador, periodista, cronista, académico, editor, promotor cultural, políglota, traductor, viajero pertinaz, solitario fiel a la amistad, Campos es un referente obligado en nuestra poesía. En este número de La Otra erigimos una Babel luminosa para descifrar la lengua. Trece poetas de diversas latitudes abren una rendija para asomarnos a sus mundos in­ teriores, a la experiencia individual y colectiva donde se advierte la andadura del tiempo, el golpe de las ideas y los actos, el retumbo del corazón y su silencio. En Babel habita aún el nombre: la otredad.


Š jorge mario múnera | poropo, guajira, 1994


índice fotografía juan manuel roca

| Jorge Mario Múnera. Más allá del ritual | 6

trece poetas en babel

| António Nobre | 15 | Rosa Alice Branco | 25 guadalupe flores liera | Giannis Ritsos | 29 eduardo garcía Aguilar | Stéphane Chaumet | 37 maría elena szilágyi chebi | István Kemény | 25 katherine m. hedeen, víctor Rodríguez núñez | Janet McAdams | 44 víctor rodríguez núñez | Tomaz Salamun | 49 juan cameron | Seis poetas mapuche contemporáneos | 52 m1guel ángel flores Floriano martins

ˆˆ

marco antonio campos. todos los días del poeta

| Un hombre de palabras. Entrevista con Marco Antonio Campos | 61 | La lepra del Universo en la poesía de Marco Antonio Campos | 71 andré doms | Una mirada sobre Marco Antonio Campos | 77 amparo osorio | Brevedades alrededor de un libro de Marco Antonio Campos | 81 alfredo fressia | Todos los días del poeta. Sólo viernes en Jerusalén, de Marco Antonio Campos | 85 marco antonio campos | Aquellas cartas | 88 guillermo carballo iturbide evodio escalante

artes plásticas carlos maciel sánchez

| Senderos, veredas y caminos. Las parafernalias del alma de Lopus Diarakato | 89

miscelánea

| Cuerpo + después [fragmentos] | 97 | Esas mujeres | 99 Michelle cahill | Dos poemas | 101 andrés ramírez | Aquí todo huele a pólvora [fragmentos] | 103 marco tulio lailson | Pájaros y poemas para Laura | 106 lêdo ivo | Rodolfo Alonso: un fabricante de encantos | 109 rodolfo alonso | Dos poemas | 110 Luis armenta malpica

blanca álvarez caballero

otras letras juan josé rodríguez

| La mansión de la sonrisa | 113

lengua de sastre

| Harivansh Rai Bachchan | 125 | Saúl Ibargoyen: rojo es el aullido | 128

maría elena barrera-agarwal josu landa

colaboradores

| 133

eclipses roberto juarroz

| Poema | 136


fotografía

juan manuel roca

jorge mario múnera más allá del ritual

La realidad sólo se revela por el rayo poético. georges braque

pp. 7-9 | © bruno bresani | de la serie lacerado

H

ay miradas que tienen nudos, que están amarradas a una servidumbre naturalista y que por ese cerco de la realidad más inmediata no logran, ni por asomo, apreciar lo que se esconde en los pliegues de la cotidianidad. Esa mirada recortada no es privativa del hom­ bre corriente, de quien cruza frente a un ár­bol y no intuye en él la savia, sino, incluso, de muchos pintores, escultores, poetas y fotógrafos. La mirada artística se gesta, en cambio, cuan­ do alguien nos revela lo que hemos visto sin mirar, cuando se hace palpable lo singular o lo ma­ ravilloso que se esconde tras del hábito. De esa develación nace la fotografía de Jorge Mario Múnera. Los paisajes, las fiestas y velorios, las casas, los objetos cotidianos, la presencia de la muer­ te en plena vida y de la vida en medio de la muerte, más que un pretexto estético, es algo que nos interroga en el tiempo. Jorge Mario Múnera atrapa el transcurrir, pero deja su memoria errante. No posee —ni falta que le hace— el precario don de la estatuaria que todo lo congela. De tal manera, un duro rostro de minero no se vuelve hierático como en la hibridez de la estatua; más bien per­ manece siempre escudriñante, mientras mira cómo lo miramos. Podría decirse que en la obra fotográfica de este artista colombiano el trasunto social no es menos importante que la factura estética, y que un aprendizaje del ojo para ver el festejo o la tragedia la recorre. La Otra | abril-junio 2009


© jorge mario múnera | guambía, cauca, 1984


Š jorge mario múnera | chinchina, caldas, colombia, 1995


© jorge mario múnera | urrao, antioquia, colombia, 1981

Un aforismo de Franz Kafka dice, más o menos, que de pronto, súbitamente, irrumpe un leopardo en un templo, y eso, que se constituye en un milagro, luego puede preverse para constituirse en un rito. Es decir, la muerte del asombro llega por las vías del ritual, el tedio de toda puesta en escena repetida, como ocurre con el teatro o con la misa. Eso es, precisamente, lo que nunca ocurre con las fotografías de Jorge Mario Múnera. El ojo asombrado permanece vivo y no da paso a la rutina, a lo previsible. Ante sus imágenes no nos sentimos presos de una mirada estática; descubrimos que mien­ tras seguimos ejerciendo el oficio de vivir, ellas ejercen el oficio de no envejecer, de permane­cer las mismas, pero cambiantes ante la mirada. No parecen fotografías buscadas sino encontradas, nacidas de estar en el sitio indicado. No parecen obturadas con una cámara, sino con todos los sentidos. La suya es una mirada que hace mucho tiempo se liberó de la servidumbre del ojo. En esta muestra del fotógrafo colombiano para La Otra hay trabajos de varias series de sus incansables recorridos por los que el poeta Aurelio Arturo llamara “los países de Colombia”. fotografía | jorge mario múnera


© jorge mario múnera | la paya, putumayo, colombia, 1991

Retratos de la península de la Guajira; de sus palabreros que, dotados por la seducción ver­ bal y conceptual, amainan los litigios en sus comunidades, o imágenes de los que llama “ha­ bitantes de los confines”, esos hombres y mujeres limítrofes de la Colombia profunda. Múnera trabaja de una manera orgánica sus fotografías. Así pasa de la presencia árabe en el país —en zonas como Barranquilla o Maicao, donde hay una espléndida mezquita— a las hue­ llas humanas y arquitectónicas del mundo extinguido de los trenes. Se adentra en las transfi­ guraciones de muchas comunidades que hacen sus ritos en compañía de sus “otros”, asiste a la música callejera de las bandas de Quibdó o se adentra en un espacio desolado y perdula­rio como la antigua calle del “Cartucho”, en algunas áreas de Bogotá que limitan con el infierno. Tampoco escapa a su mirada un departamento, un conglomerado colombiano de sus diás­ poras en Nueva York, en Boston y en muchos otros lugares que un animal rizófago, un ani­ mal que se alimenta de raíces como el colombiano, no deja de involucrarles sus costumbres, sus ritos de paso, tan surreales como encontrarse con una cumbiamba en el subway. v 

La Otra | abril-junio 2009


Š jorge mario múnera | colombia, huila, colombia, 1987


© jorge mario múnera | bogotá, d.c., 2001


Š jorge mario múnera | boston, massachusetts, 2004


Š jorge mario múnera | risaralda, risaralda, colombia, 1987


trece poetas en babel

miguel ángel flores (selección, traducciones y presentación)

antónio nobre

P

ara la generalidad de los lectores de lengua espa­ ñola, la poesía portuguesa inicia y conclu­ye con el nombre de Fernando Pessoa. Camões parece tan re­ moto y lejano como si se tra­tara de un bardo que ha­bi­ tó los territorios de los hititas. Puntualicemos también que muchos lectores de nuestra lengua viven con la im­ presión de que la obra de Pessoa surgió de una suer­te de partogenesis: sin antecedentes ni árbol genealógico. Una lectura de la tradición poética lusitana nos di­ rá de inmediato que entre los poetas que conforman el punto de partida de la obra pessoana destacan tres nombres: Camilo Pessanha, Césario Verde y António Nobre, sin olvidar todo lo que la obra de Fernando Pe­ ssoa debe a An­tero de Quental. Estos poetas no han merecido, a pesar de que han pasado más de cien años desde su fallecimiento, una mínima divul­gación en el ámbito de la lengua españo­la. No es mi intención con­ vertir este exordio en un muro de las lamentaciones so­ bre la tan tenue comunica­ción entre las comunida­des de habla española y portuguesa. Sólo quiero destacar lo útil que nos sería conocer las obras de los poetas antes mencionados y establecer las coordenadas sobre las que

trece poetas en babel

se ha desarrollado la poe­sía portuguesa y sus afinida­ des y diferencias con la nuestra. Fernando Pessoa supo apreciar muy pronto la im­ portancia de la obra de António Nobre en el contexto de la poesía portuguesa. En una nota de juventud escri­ bió a propósito del autor de Só (Solo, en portugués): “De António Nobre par­ten todas las palabras con sentido lusitano que desde entonces hasta nuestros días han sido pronunciadas. Ha adquirido un sentido más al­to y divino del que él balbuceó. Fue el primero en poner en europeo es­te sen­ti­miento portugués de las almas y de las cosas, que tiene pena de que no sean cuerpos, para po­ der­las festejar, y de que otras no sean gentes, para poder hablar con ellas. El ingenuo panteísmo de la Raza, que tiene fra­ses de cariño espontáneo hacia los árboles y las piedras, se manifestó en él melancólicamente. Lle­gó en el otoño y con el crepúsculo. ¡Pobre de quien lo com­ prende y ama! Lo sublime en él es humilde, el or­gullo ingenuo, y hay un sabor de infancia triste en el más adul­to horror de su tedio y de sus desesperanzas. No lo en­contramos sino en el deshojar de las rosas y en los jar­ di­nes desiertos. Sus brazos olvidaron la alegría del gesto, 


y su sonrisa es el rumor de una fies­ta lejana, en la que nada de nosotros toma parte, salvo la imagi­nación.” António Nobre Pereira nació el 16 de agosto de 1867 en Oporto, y murió el 18 de marzo de 1900 en Foz do Douro. Fue hijo de una familia de comerciantes de Opor­ to, dueña de tierras en el Douro. Como muchos poetas de su época se inscribió en la Facultad de De­recho de la Universidad de Coimbra el mismo año que nació Pe­ ssoa: 1888. Allí conoció a Alberto de Oliveira, con quien participó, a principios de 1889, en una de las revistas fun­ dadoras de lo que sería el simbolismo portugués, Boé­ mia Nova (a la cual se contra­ponía Os Insubmissos, de otro grupo de estudiantes, entre los cuales se hallaba Eugénio de Castro). Se mu­dó a París en octubre de 1890 para realizar en La Sorbo­na los estudios que no había conseguido concluir en Coimbra. Se le consi­deró en su tierra una figura extra­vagante, un dan­dy que había re­ cuperado algunos aspectos que habían caído en desuso del traje estu­diantil, como las gruesas camisolas de lana comunes entre los pescadores de Pó­voa de Varsim. En París pasó dos años fundamentales en su formación co­ mo poeta: las obras de Verlaine y Rim­baud se convir­ tieron en lecturas cons­tantes. Los pro­blemas financie­ros familiares como consecuencia de la muerte de su pa­ dre hi­cie­ron que obtuviera su tí­tulo como licencia­do en Derecho hasta 1893. Poco des­pués se presentó a un concurso pa­ra ingresar en el servicio exterior. Obtuvo una plaza de cónsul que no pudo ocupar debido a su temprana muerte causada por la enfermedad más le­ tal de su épo­ca: la tuberculosis. En busca de una salud que paula­tinamente fue minando su organismo, ini­ ció una incesante peregrinación que lo llevó de Oporto a Lisboa, de la quinta de Seixto —don­de trans­currieron los días de su infancia— a Suiza y la isla de Madeira. Estas circunstancias importan aquí por varias razo­ nes: no sólo para trazar un rápido esbo­zo biográfi­co 

(esta presentación no pretende otra cosa), sino para es­ pecular sobre dos cuestio­nes: por un lado, el paisaje de la in­fan­cia y de la edad adulta que se convirtió en la pie­ dra angu­lar de la obra del poeta, pues fue de tal modo in­corporado a su memoria que lo transfi­guró en mi­ to; por el otro, cómo una lectura distraída del libro Solo ha querido vincularlo al pie de la letra a su biografía, dando pie así a una actitud reductora que ha calificado a Solo como “el libro más tris­te que hay en Portugal”, verso final de su poema “Memoria”. No ha faltado edi­ torial que ha promovido el libro citan­do este verso en su portada. Bajo este supuesto, Solo se reduciría a ser la obra de un tuberculoso —que Nobre no lo era a la fe­cha de la prime­ra edición de su libro, en 1892 (chez Léon Vanier, el editor parisiense de los más importan­ tes poetas simbo­listas franceses). Para Paula Martines, las reacciones negativas que suscitó el libro —con sus excepcio­nes, como la defensa que de él hizo su amigo de los años de Coimbra, Alberto de Oliveira, y la elabo­ ración que éste hizo de un neogarretismo (la recupera­ ción de la estética de Almeida Garret, el gran poeta romántico del siglo xix­portugués) como un bastión del naciona­lismo tradicionalista— fueron hechos que se sitúan en un plano exterior a la literatura. Solo tuvo un claro an­tecedente en los poemas dis­ persos que Nobre había venido publicando desde los quince años y que fueron reunidos en Primeiros versos (1882-1886). Só representaba suficientes motivos de ex­ trañeza para sus contemporáneos, con su temática apa­ rentemente ingenua que recuperaba voces y vivencias del pueblo, o la figura de un sujeto en prime­ra persona en torno del cual todo gira. Una atenta lectu­ra nos lle­ vará a advertir el rigor y la maestría que desde siem­pre usó en la versificación y en el ritmo. El libro sufrió mo­­di­ficaciones de la primera a la segunda edi­ción: en 1898 Nobre ordenó el libro en seccio­nes, cons­truyendo La Otra | abril-junio 2009


el re­corrido de la vida de un personaje. A las tres pri­ meras secciones, cada una constituida por un solo poema (el proemio “Memoria”, “António” y “Lusitania en el Barrio Latino”), le siguieron otras dos, con un nú­ mero variable de textos (“Entre Douro y Min­ho”, “Lu­na llena”, “Luna en cuarto menguante”, die­ciocho “Sone­ tos”, “Elegías” y el largo díptico “Ma­les de Anto”). “Me­ mo­ria”, que en la primera edición era un soneto, pasa en la de 1898 a ser un poema en dieciocho dís­ticos ale­ jandrinos que abre el libro como un prólogo progra­ mático, trazando una as­cen­den­cia mítica para el “niño” agraciado desde la cuna para ser “un príncipe” y un poe­ta, simbólicamente he­cho huérfano y condenado a una errancia sin fin en busca de su lugar de primo­ génito y de su identidad. El personaje, desde luego, adquiere más comple­ jidad, pues a tal destino se sobreponen un plano indi­ vidual de “António” o “Anto” (nombre truncado, que muestra la herida narcisista) y un plano colectivo, en el que el yo simboliza a Portugal y a los portugue­ses en ese tiempo fi­nisecular de crisis en varios niveles. Este sen­ tido se mantiene en todo el libro a través de diversos modos de escenificar la división interior de un sujeto y del tiempo que él representa; por ejem­plo, en el diálogo entre dos textos y dos instancias discursivas en poemas como “António”, “Los higos negros” o “Ponientes de Francia”, en la interpretación de sí mis­mo como en otros varios poemas o en la creación de in­terlocutores como “Georges” en “Lusitania en el Ba­rrio Latino” o el amigo en “Carta a Manuel”. Pién­sese también en el pro­ ceso —muy moderno para la época— de la incor­ poración de coloquialismos. El sujeto, que a primera vista pa­rece egocéntrico, se transforma en una polifonía con la profunda concien­ cia de ser un eslabón en la cadena de una cultu­ra, la de los portugueses que cum­plen un destino colectivo, trece poetas en babel

siendo los pescadores de Póvoa de Varzim o los mi­ ñenses en ro­mería una especie de ras­tros de los descu­ bridores de antaño, de un tiempo glo­rioso perdido en el pasado, y del que formaban parte de un des­tino co­ lectivo lo mismo los pescadores de Póvoa de Varzim que los habitantes de las ribe­ras del río Miño. Anto car­ ga con el peso de saber que ese tiempo épico no volve­ rá, y asume una concien­cia colectiva que lo aproxima al héroe (por cierto, de entre sus mo­delos explícitos so­bresale el Camões de Os Lusíadas, entre referencias más dispersas de varia­das fuentes: el romancero, Ber­ nardim, Garret, Antero, Julio Dinis, Shakespeare y Poe). En el plano mítico, el héroe está en­tre el “Prín­ cipe” o “Infante”, el pastor del bucolismo, el caballero andante y el “niño”, situando el doble paradigma de la infan­cia (para quien nostálgi­camente se vuelve el yo) y del adul­to hiperconsciente. Al mismo tiem­po, eso per­mite ha­blar también de la me­moria como elemen­ to esencial, ya que el paraíso es tan sólo evocado, en violento contraste con la decepción que caracteriza el presente, tiem­po por exce­len­cia negativo o, al menos, de nostalgia, como desde luego apunta la conciencia del exi­lio —los poemas están fe­chados en París, tierra en la que Anto, el “Lusiada cui­tado”, está entregado a sí mis­ mo y a la saudade. Destaca en Nobre la saudade como el sentimiento mítico fun­dacional de una cultura, sin las pretensio­ nes nacionalistas que le atribuyó Teixeira de Pascoaes. En Solo adquiere gran rele­vancia la expresión comple­ ja de un sujeto que busca reconstituir su mundo bajo el signo lunar definido por los títulos de las dos prime­ ras seccio­nes. Al cerrar el libro, el díptico “Males de An­ to” hace una revisión y una síntesis, combinando de manera magistral el visionarismo y el intimismo que lo caracterizan: si la primera sección de ese díptico —“Ai­ res de una aldea”— glosa y desarrolla el tema de las 


“mo­lestias del Alma”, la segunda —“Meses des­pués, en un cementerio”— es un final compuesto como un pasti­che del diálogo de Hamlet, una cons­trucción men­ tal que retoma las figuras protectoras para terminar en los brazos acogedores de la “madre de Anto” y de un “Dios” que evoca de ma­ne­ra contextual el “Palacio de las Aventuras” de Ante­ro de Quen­tal. En una conferencia pronunciada en 1939, João Gas­ par Simões se refirió así al autor de Solo: “Cualesquie­ ra que sean sus acentos pesimistas y enfermizos (así lo consideran algunos), lo cierto es que su poesía intro­ duce en la literatura portuguesa un elemento de gran importancia: el tono personal, el resonar de la huma­ ni­dad humana del artista. Nada de temas convencio­ na­les, de elocuencia, de retórica, de lugares comunes. Nobre, por haber convivido mucho consigo mismo —el enfermo es su único compañero— ascendió a re­ giones de la personalidad humana hasta antes de él no develadas por los poetas portugueses”. A la luz de las relaciones que la crítica ha estableci­do entre Nobre —como entre Camilo Pessanha y otros poetas finiseculares— y los poetas modernos de la re­ vista Orpheu, que fundó Pessoa con sus amigos (siendo explícitas las referencias a él en textos de Pessoa y de SáCarneiro), hoy parece indiscutible el lugar de António Nobre en la poesía portuguesa moderna. v

Nota: En portugués, Luar significa luz de luna o la iluminación que produce la luna. No contamos en español con una palabra equivalen­ te; la más cercana es “claro de luna”, que a mi juicio tiene una connota­ ción ridícula, quizá por ser el título de una canción desafortunada. He preferido no traducir esta palabra e incorporarla a nuestro léxico en es­pañol. Para la traducción me he basado en la edición de la editorial Europa-América. Quiero expresar mi deuda de gratitud con el profesor Alberto de Oliveira, casualmente homónimo del entrañable amigo de António Nobre, cuya ayuda fue de gran valor al leer muy puntualmen­ te todos los versos de los que consta el libro Só. Sus observacio­nes evita­ ron errores de interpretación. Una vez más le expreso aquí mi gratitud.



António nobre

Memoria Bien, Señores, sucedió en Tras-os-Montes, en tierras de Borba, con torres y puentes. Portugués antiguo, del tiempo de la guerra, lo llevó el destino hacia lejana tierra. Pasaron los años, Borba regresó, ¡qué linda niña la que un día encontró! Qué líneas hidalgas y que ojos castaños, y, un día, en la Iglesia se dieron las amonestaciones. Más tarde, bajo signo contrario, en luna nueva, un niño nació. ¡Oh madres de los Poetas! ¡Sonriendo en su cuarto, que son vírgenes antes y después del parto! En cuna de plata, dormía acostado, tres moras vinieron a decirle su suerte (y abría el niño sus ojos tan dulces): “Serás un Príncipe! pero… mejor que no lo fueras.” Sucedió, entre tanto, que el otoño llegó y, un día, ella quiso pasear. Se puso las sandalias, se tocó con flores, se vistió de Nuestra Señora de los Dolores: “Voy a la Cueva, en berlina, Antonio ya regresó…” ¡Y ella aún no regresa! Fue el Esposo, al ver que ella no regresaba, a estar con ella, por allá se quedó. ¡Oh hombre egregio! ¡De estirpe divina, de alma de bronce y corazón de niña! En vano recorrí mundos, no os encontré. Me fui por los valles, y por ellos regresé. Y así se creó un ángel, el Diablo, la luna: ¡Ay, este fue su destino! ¡La culpa no es suya! La Otra | abril-junio 2009


¡Siempre es agradable tener un hijo Virgilio! ¡Oíd estos cármenes que hice en exilio, oídlos todos, mis buenos Portugueses! Al caer de las hojas, el mejor de los meses, pero, con cautela, no os haga mal… ¡que es el libro más triste que existe en Portugal!

Lusitania en el Barrio Latino [fragmentos]

1 ………………………………¡Solo! Ay del Lusiada, cuitado, que viene de tan lejos, cubierto de polvo, que no ama, ni es amado, ¡lúgubre Otoño, en el mes de Abril! ¡Qué triste fue su Destino! Antes fuera para soldado, antes fuera para Brasil… Menino y mozo, tuve una Torre de leche, ¡torre sin par! Olivares que daban aceite, mieses que daban lino para hilar, molinos de velas, latinas, que San Lorenzo hacia andar… Hermosas cabras, aún pequeñitas, y rubias vacas de maternales ancas que me daban leche por la mañana, lindo rebaño de ovejas blancas; mis delantales eran de su lana. Antonio era el Pastor de ese rebaño: con ellas iba a los Montes, a pastar. trece poetas en babel

Y era más o menos de su tamaño, y su pasto era mi cena… Y la sierra el mantel, el jarro y la sala. Pasaba la noche, pasaba el día en aquella dulce compañía. Eran mis hermanas todas puras y sólo les faltaba hablar para que fueran perfectas criaturas… Y cuando en la Iglesia de las Blancas Saudades (que era de mi Torre la parroquia) tocaban las Trinidades, con sus ojos cristianísimos me miraban, yo me persignaba, rezaba “Ave-María…” y las dulces ovejitas me imitaban. Niño y mozo, tuve una Torre de Leche, ¡torre sin par! Olivares que daban aceite… ¡Un día, los castillos se desplomaron! ¡Los olivos se secaron, las vacas murieron, perdí las ovejas, me asaltaron los ladrones, ¡sólo me dejaron las velas del molino!… ¡pero rotas y desgastadas! ¡Qué triste destino! Antes mejor tullido, antes loco, antes ciego… ¡Ay del Lusiada, cuitado! Vino de la tierra, con su molino: allá, lo hacían andar las aguas del Mondego, hoy, lo hacen andar las aguas del Sena… ¡Es negra su harina! ¡Rezad por él! ¡Tened piedad! Pobre molinero de la saudade… 


Oh mi tierra encantada, llena de sol, oh campanario, oh lunas llenas, lavandera que lavas la sábana, ermitas, campanas de las aldeas, oh segadora que siegas cantando, oh molinero de los caminos, carros de bueyes, rechinando… Flores de los campos, labios de hadas, ponientes de julio, ponientes minerales, ¡oh chopos, oh luar, oh vegas del verano! ¿Qué se hicieron de vosotras? ¿Dónde estáis, dónde estáis? Oh panaderitas amasando el pan, viejecitas en la roca hilando, ¡cabello todo rizado! ¡Pescadores pescando con cañas llenas de anzuelos! Zumbidos de avispas, aguijones de abejas, ¡oh banderas! ¡oh sol! ¡cohetes! ¡Oh corrida! ¿Oh buey negro entre los capotes rojos! ¡Oh pregones de agua fresca y limonada! ¡Oh romería del Señor del Viajero! ¡Procesiones con música y angelitos! ¡Sres. Abades de Amarante, con tres nidadas de sobrinos!

¡Oh redoble de los ponientes, a la hora del Ángelus! ¡Oh Cabo do Mundo! ¡Moreira da Maia! ¡Camino de Santiago! ¡Siete Estrellas! Casas de los pobres que el luar, en la noche, enjalbegada… ¡Fortalezas de Lipp! ¡Oh foso del Castillo, Amortajado con perejil y enredaderas, ¡Donde se enroscan como esposos las lagartijas! ¡Sr. Gobernador podando los rosales! ¡Oh Bruja del Padre, que echas las cartas! ¡Joaquim da Teresa! ¡Francisco da Hora! ¿Qué se hizo de vosotros? Habláis a los barcos que nadaban, allá afuera, por el altavoz… ¡Arrabal! Marítimo de Francia, cuéntame la historia de la Hermosa Magalona, y del Señor de Calais, además del naufragio del vapor Perseverança, cuyos cadáveres aún veo en la superficie… Oh farolito de la Barra, lindo, con banderas, que hace señales a los vapores, verdes, rojas, azules, blancas, extranjeras, ¡magnífico diccionario de Colores! ¡Blancas espumas, espumando la fragua, o abriéndose, en la noche, como flores! ¡Olas del Mar! Serras da Estrela de Agua, Llenas de bergantines como pinares… Morenos marineros, pastores trigueños!

¿Dónde estáis? ¿dónde estáis? ¿Dónde estáis? ¿dónde estáis?

¡Oh mi capa de estudiante, en los ventarrones! ¡Ciudad triste abrigada entre los chopos! 

¡Convento de aguas del Mar, oh verde convento, cuya Abadesa secular es la Luna, Y cuyo Padre-capellán es el Viento… La Otra | abril-junio 2009


¡Agua salada de esos verdes pozos, ¡Que ningún balde, por grande que sea, se vacíe! ¡Oh mar, sepulcro de paquebotes, de huesos, que el sur, a veces, arroja a la playa: ¡Ojos de piedra, que aun chispean! Cuerpo de virgen, que aún viste falda, ¡brazos de madres, asidas aún a los brazos de sus hijos! Novia cadáver aún con velo… ¡Osamentas aún con los mismos vestidos! ¡Cabeza cárdena aún con sombrero! ¡Pies de difunto que aún trae zapatos! Boquita linda que ya no canta… Bocas abiertas que aún exhalan ayes… ¡Novios en nupcias, aún, besándose, abrazados! Cuerpo intacto, flotando (tal vez alguna santa…) ¡Oh difuntos del mar! ¡oh amoratados arrojados!

Atracó, dice la historia, en el día… no me acuerdo; ¡oh capillita del Señor de la Arena, donde el Señor se apareció a una viejecita…! ¡Algas! ¡harapos del vestido de la Sirena! Lanchas de Póvoa, que vais por la sardina, poveiros, que bajáis a veinte brazas. Sol poniente, entre pinares… ¡Capillas donde el Sol produce muertes, en las vidrieras!

¿Dónde estáis?

2 ¡Georges! ¡anda, ve a conocer mi país de Marineros, Mi país de naos, de escuadras y de flotas!

¿Dónde estáis? ¿dónde estáis?

¡Oh Boa Nova, ermita a la orilla del mar, única flor, en ese páramo de arena! ¡En la cal, mi nombre allá aún debe de estar, a la lluvia, al viento, a las grandes olas, a los rayos! ¡Oh, altar de la Señora, cubierto de luces! ¡Oh, ponientes de la Barra, que producen desmayos…! ¡Oh, Santana, bajo el luar, llena de cruces! ¡Oh, lugar de Roldão! ¡pueblo de Perafita! ¡Aldea de Gonçalves! ¡Mesticosa! Ingenieros, midiendo el camino con la cinta… ¡Agua fresca de la Amorosa! ¡Guijarros en la arena! ¡Oh playa de la Memoria! Donde el Sr. D. Pedro, Rey soldado, trece poetas en babel

¡Oh las lanchas de los pescadores saliendo de la barra, entre olas y gaviotas! ¡Qué extraño es! Hinquen el remo en el agua, hasta que éste se pandee, en espera de la marea, ¡qué no tarda allí, ya se le ve! Y cuando la ola viene, con toda su fuerza, claman todos al unísono: “¡Ahora! ¡ahora! ¡ahora!” Y poco a poco, las lanchas van saliendo (a veces, sabrá Dios, para ya no regresar…) ¡Qué vista tan admirable! ¡Qué lindo! ¡qué lindo! Izan la vela, cuando ya tienen mar: les da el viento y todas, con obstinación, allá van soberbias, bajo un cielo sin mácula, 


rosario de velas, que el viento deshila, rezando, rezando la Letanía de las Lanchas:

Águilas volando, por el mar dentro de los espacios parecen ermitas encaladas por afuera…

Señora na Agonía.

¡Señor de los Navegantes! ¡Señor de Matoziños!

¡Mira, allá! ¡Qué linda va con su error de ortografía…! ¡Qué diera por ira allá! ¡Señora Daguarda! (Al timón va el Maestro Zé da Leonor) Parece una gaviota: ¡le apunta con la escopeta el cazador! ¡Señora de ayuda! ¡Ora pro nobis! ¡Callad! ¡Somos pobres! ¡Señor de las ramas! ¡Estrella del mar! ¡Aquí vamos! Aparece Nuestra Señora, caminando.

Los maestros aún son los mismos de antes: allá va Bernardo da Silva do Mar, y más sus cuatro pequeñitos, vasco da Gama, que anda practicando… ¡Señora de los afligidos! ¡Mártir San Sebastián! ¡Oíd nuestros gritos! ¡Dios nos tome de la mano! ¡Vamos en paz! ¡Oh lanchas, Dios os lleve de la mano! ¡Id en paz! Aún veo Zé da Clara, los Remelgados, Jeques, Pardal, en el No te pierdes, y en olas, con ritmos cadenciosos, las lanchas van dibujando, a la flor de las aguas verdes “Las armas y los barones señalados…”

¡Señora de la Luz! Aparece el Farol…

¡Allá sale la última! Aún alcanza a las que van adelante… ¡Cómo corre! con qué fuerza el viento la empuja:

¡Madre de Jesús! ¡Vamos con Dios! ¡E igual a ella, si le da el Sol! ¡Señor de los Palacios! ¡Señora de Ahora!

¡Lanchas, id con Dios! Id y regresad con Él por ese mar de Cristo… ¡Adiós! ¡adiós! ¡adiós!



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3 ¡Georges! ¡anda y ve a mi país de romerías y procesiones! ¡Mira a esas muchachas, mira estas Marías! ¡Caramba! ¡dales de pellizcos! ¡Mira, sus cuerpos! ¡son orfebrerías, gula y lujuria de los Manueles! ¡Tienen en las orejas gruesas arracadas, en las manos (con guantes) treinta monedas, en anillos, en el cuello serpientes de cordones, y sobre los senos, entre cruces, como espadas, además de sus corazones, otros treinta! ¡Ve! ¡Georges, conviértete en Manuel! ¡Guitarra al pecho, toca para bailar! ¡Dales de besos, estréchalas contra el pecho, que les ha de gustar! ¡Quítate el sombrero, silencio!

Pasa la procesión.

Estallan cohetes y morteros. Allá viene el Palio y sostienen el cordón honestos y morenos caballeros. ¡Altas, tan altas y adornadas, las andas, parecen Torres de David, por su amplitud! ¡Qué linda y aseada viene la Señora de los Dolores! Mira el Mayordomo, al frente, el Sr. Conde. ¡Contempla! ¡Qué tristes Nuestros Señores, ojos leales fijos en lo vago… no sé dónde! ¡Los angelitos! trece poetas en babel

Vienen sudando: ¡Infantes de tres años, pobrecitos! Manos invisibles los llevan a rastras pues ellos apenas saben caminar.

¡Ésta que pasa es la Noche llena de astros! (Así estaba, cierto día, en Judea) ¡Aquel es el Sol! (¡Qué bueno el Sol con los ojos pintados!) ¡Y aquella otra es la Luna Llena! Sus dulces ojos hacen luar… Ésa, allá, lleva en la mano los Dados. Pero pierde todo si va a jugar. Y esta que pasa, toda de armiños, (¡Mira! Allá va la Madre entre el pueblo en éxtasis), lleva, sonriente, la Corona de Espinas, niña en flor que aún no las tiene. ¡Y qué bonita va la Esponja de Hiel! Apenas ella sabe, la inocente, que en sus manos, la Esponja gotea miel: abejas de oro le toman la delantera. ¡Allá viene la Lanza! La vaina trae aún la sangre del Viernes… ¡Pasa al último, el Sudario! El cuerpo de Jesús, Nuestro Señor… ¡Oh que rojo extraordinario! Parece el Sol poniente… ¡Qué pena da verlo pasar en Portugal! ¡Ay qué heridas! y no huelen mal… ¡Y la procesión pasa! ¡Pleamar de pueblo! ¡Marea llena de Océano Atlántico! El buen pueblo con traje nuevo, Con las guitarras de alambre solloza, romántico, 


Fados llorosos de su alma beata. Traen imágenes de la Función en sus sombreros. ¡Polvadera opaca! Se sofoca. ¡Y, en el Cielo fierro y oro, el Sol glorioso brilla olímpico, y de plata, como la vieja cabeza aureolada de Dios! Trompetas llaman. Va a torearse al toro. Pasan las vaquillas, ¡buenas madres! Pasan capotes. Pregones. ¡Naranjas! ¡Ricas azucaradas! ¡Mantecadas de Margaride! ¡Aguita fresca de la Moirama! ¡Vino verde que escurren de la vid! En la puerta de un matrimonio, un tísico en la cama, lo mira todo con sus ojos de otro mundo, y una chiquilla con una rama de laurel espanta las moscas al moribundo. Baila rondas con las muchachas el sepulturero. Clama un cieguito: “¡No hay mayor desgracia en esta vida, que ser cieguito!” ¡Otro, moreno, muestra una pierna rota! Qué hiede tanto, pobrecito…



Éste, sin brazos, dice “que los dejó en la cantera…” Y ése, allá, todo el cuerpo una llaga, llamarada de chancros como fuego, que el Sol atiza y que la gangrena deshace. ¡Oh Georges, mira! qué excepcional ramillete…

¡Qué lindos claveles para poner en el ojal!

¡Tísicos! ¡Locos! ¡Desnudos! ¡Viejos leyendo la suerte! ¡Volcán de carne! ¡Jobs! ¡Flores! ¡Lázaros! ¡Cristos! ¡Mártires! ¡Perros! ¡Dalias de pus! ¡Ojos cerrados! ¡Reumáticos! ¡Enanos! ¡Delirium tremens! ¡Quistes! ¡Monstruos, fenómenos, afligidos, tullidos, tal vez allá dentro con perfectos corazones: todos, a la vez, mugen roncas letanías, trágicos, aúllan: “¡una limosna para las almas es su obligación!” ¡Por la nariz les corre pus, gangrena, moco! ¡Y, pobrecitos! apestan tanto: ¡es desolador!…

¿Qué sucedió con los Pintores de mi país extraño?, ¿Dónde están que no vienen a pintar? París, 1891-1892

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trece poetas en babel

floriano martins

rosa alice branco, la semilla de los sentidos

U

na de las afirmaciones más sustantivas de la poética de Rosa Alice Branco es decir que todos los sentidos son táctiles. Las lecturas inmersas en grutas filosóficas o estéti­ cas, atendiendo demandas místicas o metapoéticas, ayudan parcialmente a deletrear el día de esta poeta nacida en Portugal, que escribe con toda la fluidez con la que se permite vivir. El dominio del lenguaje —que ella ha depurado con esmero— no inventa o determina sus pasos. Así como toca todo lo que siente, no puede comprender su poética ausente de esa con­ dición táctil a la que me refiero. Dice con todos los verbos: es preciso tocar la imagina­ción y dejarse tocar por ésta. No deroga la trascendencia, claro está, mas lo dice con toda clari­ dad: ella no podría jamás ser alguien sin inmanencia. Esta manera de ser de su poética nos lleva a otra observación: su diálogo con la imagen (en el sentido de representación del mundo visible) no se da a través de la fotografía fija, si­no antes, en el vértigo del fotograma, del movimiento continuo del cine. No hay nada rígido en esa poética, todo está medido por una voracidad que le es propia a la vida más común, no la sobrevida con la cual nos confundimos en el día a día, sino en el desmantelamiento de las ex­ pectativas, el dejarse vivir, la idea interminable del proyecto existencial, el prolongarse gra­ cias a la intensidad del instante. Para el lector de La Otra que ahora descubre a Rosa Alice Branco, me parece importante advertir que la lectura de su poesía nos llevará a percibir que los artificios del lenguaje son la misma cara de nuestra deficiente existencia, del medio grano de nuestra voz, de la inmensa precariedad en que transformamos nuestra vida. No es válido pedir a la poesía que nos sal­ ve, que nos redima. Ella no existe sin nosotros. v

trece poetas en babel




y continúan madres con los ojos cansados y las suelas gastadas de esperar al frío para siempre.

Rosa Alice Branco

Las madres ao Joni

Tejas en el cielo La madre llama para el almuerzo y corres con los pantalones rotos, los bolsillos llenos, la risa impacientando las horas, las manos lavadas a prisa y tu boca es tierna al llegar a la mesa. Si tardas, la madre guarda tu plato junto al corazón y nos sonríe como si fueses a llegar. El almuerzo enfría. Nuestros ojos pegados a la puerta, a las travesuras que vas a hacer, a las rodillas reventadas, a los bolsillos que se vacían en cenizas. Pero no hay mar que baste para ahogar el almuerzo a la deriva en tu plato. La voz de la madre no para de llamarte. Cuanto más calla, más la oímos aullando en silencio por su cría. E incluso así nos sonríe, y nosotros a ella, tan torpes. Las madres siempre llaman a sus hijos. Cuando saben que la hora del almuerzo terminó siguen viéndolos entrar por la puerta con sonrisa de niño endiablado. Después de que todos se levantan de la mesa ellas astillan el plato contra el corazón 

Nunca llegas. Estás donde estoy. La estación cambia en este día, dicen las manos acariciando las ropas. En verano los huéspedes llenaban la casa. Me mudaba para el cuarto con claraboya y tejas en el cielo y soñaba con todo lo que había de ser y nunca fui. Mejor así. Antes no era yo y mis sueños no eran de nadie. Por debajo de mí, tus sueños hasta altas horas. Tus manos. Nunca estuve sola, nunca lo estaré. Cuando te fuiste aún no sabía que volvías. Me miras en lo alto de la escalera. Llega él y me besa en el último peldaño. A dos pasos de la cama. Súbitamente el verano. La luz jadeante del verano.

Gravitación universal De nuevo el mar que espero sentada a la ventana que da a las rosas. Que da a todas las calles por las que pasé con tus pasos. A la carretera donde giramos la cabeza para no ver al hombre desangrado en el suelo. Después comimos en casa de un amigo, La Otra | abril-junio 2009


bebimos y hablamos como si la vida fuese eterna. De regreso la carretera estaba limpia, sin señales de sangre. Las luces sobre el mar en las dos orillas y tu mano en mi pierna. Allá en el cielo un hombre destripado busca sus alas. No sé nada de ángeles. Yo, que espero el mar todos los días, creo en la rotación de la tierra y en la ley de la gravedad. Pero cuando llegas el cuerpo no tiene peso y las palabras vuelan a nuestro alrededor empapadas en sudor. Y viene el mar.

Las raíces del día Fue de súbito como llegó la noche. Era ya tarde cuando me preguntaste si no tenía frío, si no tenía ojos, si mis piernas no corrían detrás del viento. Lo sentía girar a mi alrededor y yo afuera. El mundo alrededor del viento y yo sin eje. Sólo las palabras regresan en cada rotación. Veo como están solas lejos de la boca, como tienen frío. Las palabras son un animal aullando a la puerta de la casa que lo ahuyentó. Y tú, ¿en qué almohada posas el corazón? Si seguimos el lecho del río podemos tumbarnos en la tierra seca por donde corríamos cuando había luz. Y era yo que rodaba en tu eje en la ignorancia de cada rotación. Deja tu caricia en mi pierna para que yo vea mientras el sueño me duerme y nacen dos noches para nuestros ojos. ¿Quién nos dará el pan y el día? Con esta pregunta trece poetas en babel

me adormecí. Un árbol vino a posarse encima de la montaña. Y nunca necesitó raíces.

Invención de la mirada No digas que yo no estaba a la ventana, que no fue para ti lo que no has visto. Hay tantas cosas que no sabes, no las digas. Un día me verás a la ventana de ayer con la ropa que he de vestir mañana. Hasta entonces piensa que me has soñado. Ni yo misma sé lo que hice ese día. Pero la ventana guarda mis dedos como tú me guardas. El tiempo es una invención reciente. Era una vez esa mujer que has visto. Retira el vidrio, la moldura, y no te olvides de abrir el horizonte.

Oración a San Gregorio …donde no haya nada de nada ni hoja de higuera ni piedra de sal ni cosa que haga daño sólo un ramito de viento para salvarnos

Dormíamos por encima de las gallinas a la vera de las palomas de las pilas de leña que llegaban a la ventana con los olores de mayo. A veces un trueno 


hacía al santo levantarse de la cama tomar de prisa el café echarse al camino para alejar la tempestad del miedo de los conejos y de la abuela. Me acuerdo de la trenza balanceándose a la luz de la lamparilla del rezo esparcido por el cuarto y yo encogida en el calor de la cama para no escuchar el ladrido de los perros de la noche sin saber que un santo los llevaba más allá del monte donde nunca hubo era ni yugada ni hoja de higuera ni el tiempo que nos cuenta los días sólo un ramo de viento que florece en la ventana entre la ceniza de la madera y el amor de la abuela.

Tu piel descalza Vino una ola. A barrer mi sueño. Caminaba por él como camino por la arena. Nada me une o divide. Nada me retiene. Te sientas donde yo me siento en tu regazo y pido siempre la misma historia. Tu voz crea las memorias que tendré. Por ahora camino en línea con las gaviotas y grito como ellas cuando baja la marea. A veces me apoyo en una roca para decir “casa” y luego me desmorono. Sigo descalza como tú para decir “seguimos”. Pero son apenas sonidos 

bajo el sol de mayo. Murmullos de lo que no seré. Siempre he tenido problemas con el verbo ser. Hago y deshago las maletas, entro y salgo de las gavetas. Pausa en la camisa que vestiste la última vez. Ganas de arrugarla, desabotonarla y sentir allí dentro tu piel aquí afuera. Todo esto es tan verdad como pueden serlo los botones de una camisa escrita. Confieso que no he pensado en el color o si era de rayas. Ahora pienso que podía ser la de cuadrados. En cualquiera de ellas tu piel entra en la mía.

Desnudar la caricia Deletreo el día que vendrá de la otra orilla de la noche. La lluvia por correo, tan dulce que no cabe en la caja. Nadie tocó la campanilla. Un pájaro vuela con las alas mojadas. Quiero salir de mí. Las líneas de mi mano cambiaron de ayer a hoy. Ayer no era yo. ¿Y si tu voz tocó a la puerta y yo no escuché? ¿No tuve tiempo para desnudar la caricia y atender al teléfono? Aroma de sándalo, de incienso junto a la orilla. ¿Paré cuando me pedías abrigo? Aún vi las costas de la noche secreteándome, mis oídos en el motor del avión. Del otro lado me extienden la sed que voy a tener. ¿Por qué no siento ahora lo que ya sé?

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trece poetas en babel

guadalupe flores liera (selección, traducciones y presentación)

giannis ritsos: por la libertad y por la paz

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asan los años y los pocos nombres de escritores que acuden a la mente de todo lector común al oír el nombre de Grecia permanecen prácticamente los mismos, cada día más brillantes sus letras en un trasfondo cada vez más oscuro. Sus obras, producidas en los llamados “años pétreos” de la historia contem­ poránea de ese país, se vuelven cada vez más sugeren­ tes, más profundas. Quizá es porque, apoyados en la tradición más familiar, consiguieron encarnar a los héroes anónimos, lograr que la gente se identificara con ellos, que se sintiera rescatada del anonimato en la vorágine que hundía al país en la tragedia. Se publica mucha poesía hoy; algunos nombres con­siguen llenar espacios y atraer grandes cantida­ des de público, pero no se da ya el grado de identifi­ cación y sobrecogimiento que los nombres de Seferis, Elytis o Ritos alcanzaron a producir. La poesía que se escribe hoy ha perdido el contacto no sólo con el me­ dio social y sus problemas, sino con las otras artes; no se la cultiva “en relación con”, sino que es esencialmen­ te personalista e intelectualista. Aquella conjunción de espíritus que se alimentaban de los acontecimientos

trece poetas en babel

sociales, estéticos y culturales, que trabajaban la pa­ labra como artífices, parece haber sido sustituida por poetas que tienen que habérselas con una realidad vir­ tual en gran medida, alejados del verdadero contacto con las cosas, algo que ha contribuido a que la poesía sea ahora no ya el termómetro de la vida diaria y de sus problemas, sino una labor despojada de aura, comple­ tamente desmitificada, alejada de exigencias, donde ya no palpita el mundo en torno, sino sólo el psí­quico y el personal. Ya no hay más “nosotros”. De los poetas mencionados, tal vez Gian­nis Ritsos es el primero que ofreció una visión de Grecia aleja­ da de prototipos. Llevaba muchos años es­cribiendo y pu­blicando cuando la dictadura de los coroneles (19671974), en su afán de ofrecer una imagen de legalidad y de normalidad que en realidad el país no había cono­ cido en décadas, contribuyó a que su obra empezara a ser leída ampliamente, a ser co­no­cida en el extranjero y a ser traducida con entusiasmo. Se trataba de la vi­ sión de una realidad preocupante, alejada de tópicos, que hablaba del exilio, del confina­miento en islas de castigo para los disidentes, de enfermedad y de muerte, 


pero también del milagro de las cosas simples, de los instantes donde quedaba cris­talizada la intuición de la vida como un milagro, de la existencia que posee su pro­pia fuerza y no puede ser vencida ni anulada por­ que se alimenta de esperan­za. Eso era darle vuelta a las cosas y, verdaderamente, prestarles voz a quienes no podían expresarse. Giannis Ritsos nació el 1º de mayo de 1909, en Mo­ nemvasiá (Malvasía), hacia el sureste del Peloponeso, en el seno de una familia acomodada. Era una época en la que predominaba aún un sistema semifeudal, ape­ gado a fuertes y recias tradiciones e ideas. Cuando Rit­ sos nace, sin embargo —último de cuatro hijos—, la riqueza paterna atravesaba un periodo de crisis que traería hondas y trágicas repercusiones en la salud y la vida familiar. Ritsos declaró que había comenzado a es­ cribir a los ocho años sin haber conocido lo que era ser niño. Temeroso de la autoridad paterna, con un hon­ do sentimiento de soledad, en un ambiente carga­do de aprensiones y miedos, su infancia estuvo llena de ca­ren­ cias y desgracias. En 1921 su hermano mayor y su ma­ dre murieron a causa de la tuberculosis. Las herma­nas y las criadas intentaron a toda costa ocultar la mi­seria que encerraban los muros de la casona junto al mar, con el fin de salvaguardar el honor y buen nombre de la familia, simulando un ambiente de normali­dad y abundancia que en realidad estaba cargado de pobre­za y de miedos, habitado de sombras y ecos de otras épo­ cas. Estos olores, sonidos, imáge­nes, susu­rros, ob­jetos, sombras, personajes y ausencias se con­vir­tie­ron no só­lo en componentes de su obra, hermanadas al mito y a la historia, sino que llegaron a ser la perso­ni­fica­ción del destino que acecha la existencia de seres indefensos, ele­ mento que gravita a lo largo de toda su obra. Para el niño que creció viendo perder cosas, los re­ cuerdos y los objetos eran el testimonio de la vida co­ 

tidiana de la que formaron parte; fiel representación de la ausencia, igual que los ecos de las voces apaga­ das. La poesía fue su refugio y su lugar de encuentro, su manera de fijar en la vida lo que la muerte arreba­ taba. Los objetos no adquirieron carta de presenta­ción en su obra gratuitamente; eran símbolos, testigos de dra­mas y de acontecimientos, productos humanos no sólo ligados a quien los poseyó, sino a las manos traba­ jadoras que los crearon. Son, pues, su nexo con el mun­ do anónimo, humilde y humano, pero a la vez con los que se marcharon. Estos dos mundos, el propio y el co­ lectivo, comienzan a dialogar y a buscar el equili­brio en su obra; al mismo tiempo, invita al lec­tor a partici­ par de manera activa en este diálogo. La poesía fue, pa­ ra Ritsos, instrumento de indagación colectiva.

En 1925 se traslada a Atenas a continuar sus estudios, en un momento en el que el país pasa por uno de sus periodos más difíciles. Un millón y medio de refugia­ dos expulsados de Asia Menor, producto de los terri­ torios antiguamente ligados al helenismo, perdidos en la utopía de 1922, convierten al país y sobre todo a la capital en el escenario de otra tragedia. Igual que Rit­ sos, quien conoce la suerte del emigrado en su propia patria, intentan abrirse camino y sólo consiguen for­ mar parte de los cinturones de miseria que se crea­ron alrededor de las ciudades y puertos más importan­tes. En el invierno de 1926, luego de trabajar como me­ canógrafo y copista, contrae la tuberculosis y regresa a Monemvasiá, al tiempo que su padre presenta los pri­ meros síntomas de locura. Vuelve a Atenas; de los 17 a los 21 años permanece internado en diferentes sana­ torios de enfermedades respiratorias, por temporadas trabaja como bibliotecario y calígrafo. De nuevo, la poe­ sía es su tabla de salvación porque significa es­fuer­zo La Otra | abril-junio 2009


y concentración, disciplina. En los hospitales encuen­ tra reproducidos los esquemas sociales que im­peran en el exterior, también hay divisiones, clases y pre­juicios. Se relaciona con internos y visitantes que son miem­ bros del partido comunista, sindicalistas, escri­tores y artistas que más adelante le tenderán la mano. Al ser dado de alta encuentra dificultades para trabajar por­ que no puede presentar un comprobante de buena sa­ lud ni la cartilla del servicio militar liberada. En­cuentra acogida en el mundo del espectáculo, donde trabajó co­mo bailarín, actor y director de teatro. Estas expe­ riencias le sirven de puntos de reflexión, le ofre­cen vi­ siones del mundo particulares, le muestran cómo son las relaciones humanas y dejan profunda huella en su obra. La revolución de octubre, el surgimiento del Par­ tido Comunista de Grecia en 1919 (que había ob­te­nido sus primeras victorias en las elecciones de 1926), la for­ mación de una clase y una conciencia proleta­ria y tra­ bajadora lo hacen creer en un cambio, piensa que vi­ve el nacimiento de un mundo más solidario. En 1929 se afilia al Partido Comunista (pc). En 1934 publica su primer libro, Tractor, en el que expresa su admiración por la tecnología; hasta enton­ ces sólo había publicado poemas sueltos. Es el primer escritor griego que llevó a la poesía el mundo de las má­quinas, lo que le atrajo críticas. En 1935 publica Pirá­mides, y en 1936, Epitafio, libro escrito a raíz de la muerte de un joven trabajador por fuerzas represivas durante las manifestaciones de la gran huelga que pa­ ralizó a Salónica durante el mes de mayo. La policía había recibido órdenes de sofocar y abrir fuego sin ad­ vertir; el resultado: treinta muertos y trescientos he­ ri­dos. Al día siguiente, el periódico del pc, Rizospastis [El Radical], publica en primera plana la fotografía de una madre arrodillada en la mitad de la calle ante el cuerpo sin vida de su hijo. Impactado por la imagen, trece poetas en babel

Ritsos se encierra a escribir veinte lamentos que encar­ nan el sufrimiento del pueblo trabajador y su espe­ranza en el cambio. Este libro representa un parteaguas en su escritura; la experiencia le descubre su camino. En su voz desnuda, directa, cristalina, se reavivan la can­ ción popular y bizantina, las historias de los señores fron­terizos y de los sublevados ante el dominio oto­ mano, los mitos y las proezas de los héroes anónimos frente a toda forma de esclavitud; pasado y presente, donde el pueblo se rebela y reivindica su derecho a exis­ tir, se vuelven un solo afluente. Ritsos encuentra que la tradición es la mejor arma de reivindicación polí­tica, social y cultural de un pueblo que se ve amena­zado en sus libertades y en su existencia; es el agua de la vida y él se consagra a aplicar el oído, auscultar y deco­ dificar el alma donde descansa su propia identidad. En 1936, Govostis, el primer editor de obras de con­ tenido marxista, le ofrece trabajo como corrector y encar­gado de supervisar ediciones. Por diez años de­ sempeñó este oficio. Sus siguientes libros dejan ver las importantes transformaciones en su escritura, el abandono del yo para centrarse en lo colectivo. Durante la ocupación alemana, Ritsos participó en la resistencia; después vinieron la liberación, la gue­rra civil y las persecuciones a los comunistas. En todos es­ tos hechos los intelectuales tuvieron una activa cola­ bora­ción en el frente, elaborando las consignas, en la prensa libre, mediante volantes o teatro trashumante. En 1948, perseguido por sus ideas, es detenido y des­te­ rrado a las islas de Limnos, Macrónisos y Agios Eus­ tratios. Cien mil ex combatientes de izquierda fueron llevados a campos militares en islas de castigo en las que se sometía a los prisioneros a todo tipo de humi­ llaciones y torturas, con el fin de obligarlos a repudiar sus convicciones políticas y a firmar una declaración de arrepentimiento. 


Su obra, testimonio vivo de estos hechos, pronto encontró correspondencia entre quienes hallaban en su voz la suya silenciada. Las luchas, los sufrimien­tos del pueblo no se olvidan ni pasan de largo, quedan reflejados, rescatados para la memoria colectiva, cris­ talizados en sus elegías, sus cantos, sus coplas, sus obras teatrales. La que se consideró generación perdi­da ve al menos inmortalizado su esfuerzo para las ge­neraciones posteriores y justificados sus sacrificios por el deseo de heredar un mundo mejor. En 1952, luego de las protes­ tas de importantes hombres de letras en el ex­tranjero, es liberado, aunque queda sometido a vigilancia. En 1967, con la dictadura de los coroneles, es de nue­ vo detenido y confinado en Giaros, en Leros y en Kar­ lovasi. Nunca dejó de escribir, aunque en diferentes periodos no publicara. Su silencio tenía como objeto no contribuir a reforzar la máscara de legalidad que los militares u otros opresores pretendían proyectar. Pero su obra, oculta en valijas de doble fondo, copia­da en papel cigarro, escondida en el forro de la ropa, en­ terrada en botellas por sus compañeros de exilio pa­ra ser salvada de las persecuciones y de la censura, con­ sigue ser sacada del país para ser publicada u oculta­ da, aunque gran cantidad se perdió o fue destruida. Su obra es muy extensa; Ritsos es conocido como un creador de inagotable talento que puso su pluma al ser­ vicio de las luchas de todo hombre incansable e insu­ miso a todo sistema opresor. Los sueños y las luchas de la humanidad sojuzgada por todo tipo de autorita­ rismos quedaron reflejados en sus versos. Extrajo de los hechos la poesía que hay depositada en el valor, la dignidad, la entereza, las manos encallecidas, el sudor, la solidaridad, el esfuerzo, el sacrificio, el anhelo de un mundo mejor; su poesía depende de la realidad, se alimenta de ella, pero el autor no es un testigo, es actor del drama humano, vive inmerso en el dolor, 

conoce el aleteo de la muerte, el rostro del sistema to­talitarista aplastante que pretende imponer su ré­ gimen e impide a toda costa el aglutinamiento de la conciencia colectiva. Pero Ritsos no habló sólo de víctimas; sabía muy bien que es el hombre mismo el que crea los mecanis­ mos para sojuzgar a otros hombres; que los imperati­ vos sociales, las normativas morales, patrióticas, sacras, inviolables y elevadas a leyes severas e incuestiona­bles cobran en ocasiones tal fuerza que llegan a adquirir la cara del destino y se convierten en sistemas compac­ tos de persecución y violación sistemática de las li­ber­ ta­­des individuales. Es difícil decir que alguien más haya tomado en Grecia la estafeta que su obra representa en cuanto a reto y altura. A su generación perdida siguen otras, también per­se­gui­das y sojuzgadas, silenciadas por métodos ca­da vez más sofisticados y enajenantes. En 1972 le fue concedido el Premio de Poesía de la Bienal Internacional de Knokke-Le Zoute; en 1974, el Premio Internacional Dimitrov, en Bulgaria; en 1977, el Premio Internacional Lenin por la Paz; en 1979, el Pre­mio Internacional de la Paz por la Cultura del Con­ sejo Mundial por la Paz; en 1986, el Premio de la onu “Poeta de la Paz Mundial”. Fue nombrado doctor ho­ noris causa por las universidades de Tesalónica, Bir­ mingham, Leipzig y Atenas. Otros títulos suyos son: Prueba, El hombre del cla­vel, Sonata de claro de luna, La casa muerta, Filoctetes, He­ lenidad, Olla tiznada, Carta a Joliot Curie, y muchas otras, además de novelas, teatro, impresiones de viaje, prosa, artículos y traducciones. En vida publicó 113 libros; poesía suya ha sido musicalizada por Theodo­ ra­kis, Markópoulos, Loízos, Mikroútsikos, Leondís, Moutsis, Tokas. A su muerte, el 11 de noviembre de 1990, dejó 47 libros preparados para su edición y abundan­ te obra inédita. v La Otra | abril-junio 2009


Bibliografía: Gerard Piera, El largo recorrido de un poeta (tr. al griego: E. Garidi), 2ª ed., Kedros, 1977, 84 pp. | Crescenzio Sangiglio, Mito y poesía en Ritsos (trad. al griego: T. Ioannidis), Kedros, 1978, 133 pp. | Roderick Beaton, Introducción a la literatura griega moderna (trad. al griego: E. Zourou y M. Spanaki), Nefeli, Ate­ nas, 1996.

Giannis Ritsos

Traducciones del griego: Guadalupe Flores Liera

Día con día se multiplican las tumbas tumbas, tumbas, tumbas, nuestra tierra se ha llenado de tumbas, hermano, no ha quedado ya ni un palmo en nuestra tierra para sembrar rosales para que los niños jueguen a la pelota para que dos enamorados se besen. Aunque siempre queda mucho espacio por encima de nuestras tumbas, Joliot, para la libertad y la paz. [De Carta a Joliot Curie]

Los seres humanos continúan avanzando igual sin recelar de los que se marcharon, de los que se marchan, de sí mismos que se están yendo —avanzan con naturalidad por su propia muerte. [De El regreso de Ifigenia]

Pueblo pequeño que lucha sin espadas y sin balas por el pan de todo el mundo, por la canción y la luz. Conserva bajo la lengua lamentos e interjecciones y si simula que canta los pedruscos se cuartean. [De Dieciocho coplas de la patria amarga]

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


Esperamos Anochece tarde en el barrio. El sueño no llega. Esperamos a que amanezca. Esperamos a que golpee el sol como un martillo las láminas de los techados, a que golpee nuestra frente, nuestro corazón, a que se convierta en eco, a que se oiga el eco —un eco diferente porque al silencio lo llenan disparos de procedencia desconocida. [De Epitafio]

Atardecer El atardecer no es otra cosa que pintura descarapelada, piedras negras, espinas secas. El atardecer tiene el color difícil de pisadas viejas interrumpidas de tinajas viejas enterradas en el patio, y por encima de ellas el cansancio y la hierba. Dos muertos, cinco muertos, doce —tantos y tantos. Cada hora tiene su muerto. Tras las ventanas están de pie los que faltan, junto al cántaro del agua que no bebieron. Y esta estrella que cayó en el lindero de la noche es como el oído cercenado que no oye a los grillos que no oye nuestras justificaciones —no consiente oír nuestras canciones —solo, solo, solo, aislado, indiferente a la condena o la justicia. [De Epitafio]

xvi ¿Qué fue, hijo mío, lo que hiciste mal? Por tus esmeros tu retribución pediste a hombres torticeros. 

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Trozo de pan pediste y un cuchillo te entregaron, por tu sudor pediste y la mano te cortaron. No eras un pedigüeño para ir por ahí suplicando, con tu corazón robusto fuiste progresando. Pero los cuervos traidores encima se te echaron, chuparon tu sangre, hijo, y tus labiecitos sellaron. Ahora tus palmas débiles, mi lirio idolatrado, semejan dos pajarillos tristes y maltratados, cuyas alas se troncharon y ya no aletean y los sostengo entre mis manos, pero ya no gorjean. Oh, hijo mío, que los que te mataron encuentren muertos a sus hijos y a sus padres y en sangre queden yertos, pues en su sangre mis faldas de rojo he de teñir y he de bailar. Ay, mi hijito, no debo por ti plañir. [De Epitafio]

Pasamos mucho tiempo en Macrónisos dormimos con las caras pegadas a la muerte muchos dejaron allí sus huesos muchos dejaron sus piernas o sus brazos muchos caminan ahora con muletas muchos ya no caminan muchos gritan en sueños durante las noches muchos perdieron el habla muchos ya ni siquiera pueden ver cómo pasea una nube su rosada tristeza en la dulzura de las aguas vespertinas muchos ya no pueden comprender lo que dicen sus madres y toda nuestra culpa fue que amamos igual que tú la libertad y la paz. [De Carta a Joliot Curie] trece poetas en babel




Es verdad que ya no recordamos cómo saluda al día una hoja verde cómo construyen su casa las hormigas cómo se pasea por los huertos el sol qué color adopta la sombra del árbol en el agua qué cuenta una nube al cruzarse de brazos en el atardecer qué forma adopta el cuerpo femenino bajo la sábana blanca —no recordamos solamente recordamos a los que murieron por la libertad y por la paz. [De Carta a Joliot Curie]

ii A tu lado ese inválido se quita la pierna antes de dormir la pone en el rincón —una pierna hueca de madera— la tienes que llenar como se llena de tierra la maceta para sembrarle flores como se llena la oscuridad de estrellas como se llena poco a poco la pobreza de cavilación y amor. Ya está decidido que un día todos los hombres posean dos piernas un puente alegre de mirada a mirada de corazón a corazón. Por esto dondequiera que te sientes entre costales en la cubierta de camino al exilio tras de las rejas en la sección de traslados junto a la muerte que no sabe de “mañana” entre millares de muletas de amargos años baldados, tú pronuncias “mañana” y te sientas tranquilo y seguro, como se sienta un hombre justo ante los otros hombres. [De Olla tiznada]



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eduardo garcía aguilar

la errancia de stéphane chaumet

F

rancia, China, Siria, México, Estados Unidos y Co­lombia son algunas de las tierras don­de Sté­pha­ne Chaumet ha recalado a lo largo de su vida, dedicada a la poesía y a la pa­sión de crear, leer y traducir. Como en otros tiempos T. E. Lawrence de Arabia en los de­sier­tos de Oriente Medio, este poeta nacido en 1971 en Dunkerke, al norte de Francia, frente a las aguas del Mar del Norte, decidió escoger la errancia sin destino como motor de sus palabras tras aban­ donar su tierra de origen y emigrar a París, la ciudad a la que siempre regresa de sus via­jes por el mundo. En la adolescencia Chaumet fue marcado por la lec­tura de La vida es sueño, de Calderón, obra que en su más conocido verso —“qué es la vida una ilusión, una sombra, una ficción”— resume con claridad la efíme­ra aventura humana. Esa lectura lo conectó con el mun­do hispá­ nico y con la lengua castellana, que a su vez hizo la travesía hace medio milenio para llegar a los mundos de ultramar latinoamericanos. Poemas claros, transparentes, escritos desde la vena y la sangre, los de Stéphane Chaumet buscan con las pa­labras más simples las verdades más complejas que vibran en una gota de agua o en los desplazamientos del cuerpo deseado en una habitación mínima: son poe­sía por­que son vida y muerte, trasiego, cuerpo y nada, deseo y olvido. v

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


stéphane chaumet

Seis Bacon sensaciones (1996)

para Sylvain

Espíritu arrancado por el soplo prensil del infinito Fuerza devastadora : ojo carbón, cerebro polvo fuerza vertical penetrando el límite resistencia de la boca, intensa de vida, rabia extrema espacio del grito desafiando la nada

La cama arena de los sentidos donde los rápidos de los músculos rugen pugilato del sexo furor taurino del amor hasta el arañazo del placer el gladiador vencedor no exulta goza el atropellado desborde en el orgasmo *

* Sobre la arena solitaria del colchón desnudo desencadenado torcido de deseo muslos eléctricos apartados bajo el ojo caliente de la bombilla sexo de mira prurito de la carne que degenera en mancha roja astilla de desamparo * El ala negra del sexo equilibra las carnes al centro del vacío malva sin reserva de la funámbula erótica

El grito se ampara en los músculos, baja la piel luz y movimiento en el cuerpo a cuerpo sistema nervioso del color —él olfatea también el espacio— energías tamizadas de los cardenales de la vida combate del cuerpo en el pasaje * El ave de rapiña que te busca siente la carne en ti merodea en tu fondo cotidianamente te despedaza esparce una luz de sangre donde aletea oscuro y siempre tú lo apostrofas para la lucha Traducción de Myriam Montoya

* 

[De La mordedura y la piedra, 1991-1997] La Otra | abril-junio 2009


Derrapar (1997) El heno negro que mastico es amargo como una carencia de desnudez Lo que resbala lleva al encuentro Una lluvia desenfoca los cuerpos aprovechan se arrugan

me descuartizan a la medida de tu grito * Cenizas en las sábanas el deseo sudores de aquello que desgarra rostros hundidos en lo oscuro Una cucaracha se arrastra a lo largo del colchón

Tu falda arrancada donde secar mi rostro trapo con la huella de un miedo Desolladura entre las piernas lisas No sabemos nada uno del otro salvo el olor * Colisión de cuerpos fosforescencia del deseo en pánico se inclinan rabiosa docilidad lengüetazo de las pieles lenguas crudas excitación de las grietas

Esperma sobre los vientres Tus senos único resplandor donde acabar el insomnio * Cuerpos que se encallan en la hulla de una noche verde Obsesión lo que se eriza en nuestros cráneos Nuestras lenguas con gusto de naufragio *

*

Resabio de miedo animal de ganas desamparo rezumando que se resuelve en la asperidad al placer

Arañazos de luz en el cuarto uñas diamantes negros resquebrajan mi hielo

Saliva en los rostros agarradas de los cabellos transpirar prensar sangrar desmantelando nuestros diques

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


manchas sobre las sábanas nuestros corajes nuestra insurrección impotente * El alba para borrar la tiza de los cuerpos sus garrapateos furiosos en la sombra sus huecos sus quebramientos el alba para dormir * Lo áspero es la pared que nos sirve de párpado Nuestra dicha huele a pólvora entre la chispa y lo irremediable

* Alcanzar nosotros nada más sobre un colchón escurriendo el malestar sobre una vertiente de abrupta intimidad hasta el calambre lamiendo hasta el hueso agotando uno del otro nada sabemos salvo el olor. Traducción del autor [De La mordedura y la piedra, 1991-1997]

Tu desnudez bella como una cicatriz

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trece poetas en babel

maría elena szilágyi chebi (selección, traducciones y presentación)

istván kemény

I

stván Kemény (Budapest, 1961) es una de las voces fundamentales de la poesía húngara de nuestros días. En 1990 recibió el diploma en húngaro e histo­ ria de la Universidad elte de Budapest. Desde ese año trabaja como escritor free-lance. Su obra poética, que se inicia en 1984 con Csigalépcső az elfelejtett tanszéke­ khez, comprende trece libros, siendo Hasznos Ro­mok, aparecido este mismo año, el más reciente. Ha recibi­ do más de una docena de premios lite­rarios, entre los que se destacan Por la Literatura del Futuro (1989), Graves (1995), Attila Józ­sef (1997). Los poemas a con­ tinuación provienen de Hideg (Frío), obra publicada en 2001 por la editorial Palatinus, de Budapest. v

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istván kemény

El plástico El plástico de pronto estaba aquí sin haber sido inventado siquiera. Al menos cien sabios alemanes de cuidadas barbas lo inventaron, o ninguno. El plástico no tuvo padres, se crió en orfanatos. Nunca nadie lo quiso de verdad, era corriente, liviano y hediondo al arder. Lo usamos de bolsa, de globo, de cualquier cosa, pero no lo defendimos si lo agredían. Jamás se escapó por venganza, sólo nos sonrió desde el arbusto híspido y si lo vimos como una calavera en el crepúsculo, hizo pasar vergüenza a la muerte. En una ocasión… pero de algún modo no se dio una verdadera ocasión, nunca. 


Casi negro

Me he vendido

Hay un ángel allá en América, en la pinacoteca de una pequeña ciudad y es casi negro. Hace seiscientos años lo pintaron en tiempos de la peste en Italia. Desprecia, inclemente y duro, a los castigados por la pestilencia, aunque con una enorme-enorme piedad a la vez —sus brazos sin embargo están entrelazados.

No son aviesas las fuerzas en las cuales entré a servir, sólo tontas, tontas también, pero más aún ciegas. Ni siquiera son tan tontas más bien sólo intrincadas, intrincadas. No pueden desenredarse y son azarosas tal vez. Son malas también, porque son inevitables y tal vez también son buenas. Tal vez. Las fuerzas a las cuales estoy sirviendo son malas y tal vez buenas también.

Junto a la pequeña ciudad hay una cascada, debajo una cueva. Allí ocultó hace doscientos años a su blanco amor Uncas, el último mohicano, antes de que a él también lo mataran. Hay un ángel allá en América y es casi negro. Si se encuentra por ahí todavía.

Oprobio, guerra ¿Que hoy no esté uno pendiente de la guerra con todos sus dichosos pensamientos? ¿Cuando lleva pues metida en la cabeza toda esta vida desoladoramente bella, donde son compatibles el canto del ave, el susurro del arroyo, infecundos debates juveniles y la brutal masacre de gente inocente? No tengo miedo. Sigo siendo más sabio que los adivinos de dientes temblorosos, que osan decir lo que no saben de antemano. Aquí estoy sentado frente a mi yo conocido y con descaro me miente. 

La balsa a la que he subido abandonó la orilla buena por si acaso, pero la otra orilla tampoco es mala del todo. El dinero con el que he comprado mi boleto y que al menos me saca de la apatía fue del diablo, sólo después pasó a ser mío, pero ya es del barquero. Resumiendo: fue del diablo sí, pero no fue por mucho tiempo fatalmente mío. Mi trabajo tampoco es avieso. Tal vez sólo embrutece. Aturdo, hago más ciegos con él a otros. Mas puede que también los haga más felices. En los destinos apenas me meto. Mi alma ha permanecido entera. No era necesario. El alma igual no se vende. El alma es lo último en irse. Confrontando todo: entré a servir en fuerzas funestas, La Otra | abril-junio 2009


temo el castigo, me he vendido. Te entiendo si me esquivas como a un apestado. Y si me entiendes, también te entiendo. No puedo prometerte sino hay algo que jamás diré: perdón, el mundo es así.

Corneja Hasta los diecisiete años uno le toma cariño a la corneja, pero lo que hasta entonces hace en su contra sólo una intachable vida podría subsanar.

Las últimas doce horas de la amistad ¿Que conmigo no haya pasado nada mientras soportaste llorar a gritos, y por mí tal vez podrías haberte muerto? ¿O mientras pasaron-pesaron las horas de la noche y otra vez flotó río arriba, vacía, desde Érd a Esztergom la barcaza portadora de espectros? ¿O mientras que la luz de la linterna del que lee la inscripción sepulcral alumbró uno tras otro a los rostros de los que duermen afuera y ustedes dos le exigieron cuentas a la noche en casa con escrupulosa lentitud? ¿O mientras dormías de mañana sobre la mesa de la cocina y las piezas del reloj despertador arrojadas en el suelo resplandecían en cada punto de la cocina en que se habían desparramado? ¿O mientras te detuviste de mañana en la calle Kossuth Lajos grandiosamente, como a alguien ya olvidado, en soledad y en medio del tránsito, y en el espacio permanecieron doce aviones, y en uno de ellos un presidente borracho bailaba, y la joven tripulación hacía el servicio de camareros? ¿O mientras en los cuatro caballos robados en el apocalipsis iban sentados bandidos y no podían ya detenerse, en cambio allá delante de ellos, como el borde de una página la barrera del fin del mundo blanqueaba indiferente? ¿O mientras luchabas con la horrible bolsa de plástico que se te enroscó en la pierna derecha en el huracán de la mañana? trece poetas en babel




trece poetas en babel

katherine m. hedeen, víctor rodríguez núñez (selección, traducciones y presentación)

janet mcadams

J

anet McAdams creció en Alabama, Estados Unidos. Obtuvo una licenciatura en inglés y una maes­tría en escritura creativa en la Universidad de Alabama. Doctora en literatura com­ parada por la Emory University, su tesis versa sobre la poesía indígena estadou­nidense. Su primer libro, The island of lost luggage (La isla del equipaje perdido), ganó el Premio de Poe­ sía Diane Decorah del Círculo de Escritores Indígenas de las Américas, y fue publicado por la Universidad de Arizona en 2000. Elogiado por la crítica como “elabo­rado en detalle” y “do­ lorosamente bello”, el poemario recibió el American Book Award en 2001. McAdams ha sido artista residente en Hambidge Center, MacDo­well Colony, Virginia Center y Ucross. Es pro­ fesora de escritura creativa y de literaturas indígenas en Kenyon College, donde ocupa la cáte­ dra de poesía Robert P. Hubbard. Escritora de ascendencia creek y escocesa, está encargada de la serie Earthworks, de escrituras indígenas, de la editorial británica Salt. Los siguientes poe­ mas perte­ne­cen a su segundo libro, Feral (Cambridge, Salt, 2007). v



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Janet McAdams

Viajes polares Atrapados en el hielo: El Jeanette Nos encontrarán preservados en hielo como moscas en ámbar. El barco embotellado, sus hombrecitos en todas las posturas de nuestro quehacer. Nos aferramos a la capa congelada. Medimos la profundidad del mar que no podemos ver. Preguntamos: ¿Para qué un barco cuando el agua se solidifica? Dos años en la manada, ¿quién de nosotros no sueña con caminar por los témpanos de hielo alrededor del barco, o incluso con dos pies de terreno firme? ¿Quién de nosotros no sueña con una cama tibia, con un cuerpo humano? ¿Quién de nosotros todavía conoce su cuerpo? Salimos de nuestra ciencia insensata, los sextantes, los teodolitos, una docena de artilugios metálicos. En todos los barómetros perdidos la aguja va más allá de perverso hasta frío criminal.

Viajes polares Barba de ballena: Los barcos balleneros Los balleneros pican hacia el norte hasta el paralelo 90, y las ballenas azules encordonan los costados de las esposas e hijas victorianas sin aliento. Esta segunda caja torácica las sujeta, bajo la luz pálida exprimida de la grasa amarilla y espesa con que las ballenas flotan. Como líneas de longitud, la barba de ballena dibuja los paisajes de reloj de arena de sus cuerpos a la expectativa. trece poetas en babel




Los balleneros catalogan el krill del estómago de cada ballena, pescan ovarios, y buscan en las tripas un bulto de ámbar gris tan grande como una puñalada o una cabeza. Esta es la historia: todo mundo se hace más pequeño.

Búfalo en seis direcciones Adivinanza el largo día que se deja languidecer la carne olvidada la piel tajada me lancé con la pezuña dura fuera de este siglo

Búfalo en seis direcciones Receta Frota la piel con los sesos para ablandarla. Rellena el estómago con cerezas y ásalo a fuego lento o guísalo con jugo de guindas, especias para enmascarar lo salvaje pero ese sabor bárbaro se queda en la lengua de manera que pensamos que los vimos un invierno hambriento tantos inviernos después de que desaparecieron. 

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Búfalo en seis direcciones Medidas Lewis y Clark: “200 millas de búfalos” Una matanza = una semana de carne “el mundo” —él escribió— “parecía una sola capa”

Búfalo en seis direcciones Carta Mi más querida: Cuando el tren paró víctima del invierno severo vinieron de la nada, el rebaño buscando refugio empujando los vagones aunque gritáramos, tocáramos campanas, y disparáramos. Nada los detenía, así que insistimos y esperamos. Algunos se congelaron de pie, algunos se acurrucaron. Uno de los soldados tajó una cabeza como trofeo, tan grande, que apenas logró subirla al tren, mayor que nuestra Emily cuando me fui de Boston el verano pasado. Si vieras tanta pelambre, no podrías imaginar un frío lo suficiente amargo para atravesarlas. Agradecí el frío divino pero no pude hacer otra cosa que preguntar por qué Él nos ha mandado a esta tierra tan llena de monstruos y salvajes. trece poetas en babel

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Búfalo en seis direcciones Diario Martes, 17. Les disparé a tres búfalos machos pero fallé. Miércoles, 18. Le escribí a mi querida Ágata. Jueves, 19. Maté dos búfalos jóvenes hoy, aunque el último dio guerra. Le llené el cuero de plomo. Encurtimos la carne en el Great Salt Lake. Viernes, 20. Regreso a Inglaterra mañana. Un viaje exitoso: 79 osos y 180 cueros de búfalo. ¡Suficientes pieles para una docena de vidas!

Búfalo en seis direcciones Adivinanza Nos lanzamos tronando por

con la pezuña dura los llanos polvorientos

como tallos de Corrimos entre

lupino que se alzan los huesos apilados

en torres hermosas fogatas que se dejan languidecer el día largo que desaparecimos. [De Silvestre]

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trece poetas en babel

víctor rodríguez núñez (selección, traducciones y presentación)

Tomaz Šalamun

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trece poetas en babel

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T

omaz Šalamun (Zagreb, 1941) es el poeta de Es­ lovenia con mayor reconocimiento y una de las voces fundamentales de la poesía europea de nuestros días. Sus textos “juguetones, irónicos, provocado­res y blasfemos”, marcados por “una creatividad que reta y sacude al lector”, constituyen una rebelión radical contra el orden poético establecido. Sus poemas han sido profusamente traducidos a casi todas las lenguas occidentales y leídos en los principales festivales de poe­ sía del mundo. En español, traducido impeca­ble­men­ te por Fajdiga, Selección de poemas (Visor, Madrid, 1999), hace un recuento de veintidós libros de este nue­ vo clásico, desde Póker (1966) hasta Ámbar (1994). Los poemas a continuación se traducen por primera vez a nuestra lengua. v

tomaz Šalamun

Todos “Aquí todos me quieren, incluso los sirvientes. Te voy a telegrafiar el lunes, después de las nueve de la mañana, cuando lo sepa. Tengo miedo. Acentúas demasiado las ‘s’. Te voy a quitar ese suéter porque es el de tu boda. Voy a esperar otro autobús. Mira, ése es San Martín de Porres, el mulatito del que te hablé. ¿Huelo mejor que tu gatita con cinta blanca? No soy un ángel, soy un hombre que desea experimentar la divinidad de aquel que nos dió la vida. Somos siete críos. Mi padre es tres años más joven que tú. Luego, cuando me vaya, te vas a dormir para que no te traicione tu corazón y no pierdas a tu mujer.”

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Litmus El equilibrio que se difumina en la recta del deseo se va con mi cresta allá. Se enfría. Se convierte en una especie de helado. Ya, ¿pero cómo fue muerto Sadat? ¿De dónde vino aquella vez el fuego a visitar a Pascal? ¿O cómo te destroza (¿estira?) el hormigueo la columna, si te es dado olfatear las palabras justas, enterradas en las posiciones justas? Como si escarbaras tres palmos de tierra en este monte. Las rocas que allí descansan, descansan allí de modo fatal. El azul de este cielo es un compromiso para la boca. Como en Beuys o los terroristas: blancura, ojitos, sangre, hedor. ¿Qué sabe la abeja de la naturaleza de la polinización? ¿Quién levanta los rastrillos cósmicos para que resplandezcan como la más deliciosa promesa erótica y en el cerebro se te solidifique la orden: toma el disegno para ti, para ti, tráelo a tu pecho y desármalo, así como el niño desarma la primera vez la caja de la radio para ver si hay duendes dentro. El disegno es blando como un ropero y de goma verde. Quema como el más terrible incendio en la montaña. En las cejas y en la columna te aplica miel. Te prolonga los dedos. Y cuando te abalanzas y abrazas aquella suave patita, aquí estamos, aquí estamos, el mundo permanecerá, todo el tiempo me ha usado sólo como almohada, sólo como a un soldado en el flanco con una nariz un poco más generosa. Bien.

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En silencio flamean los ángeles inmortalidad, verbos del sol deteneos, descansad, apoyad vuestras flautas navego, navego hacia la silenciosa semilla de los animales al círculo de la rotación, al andamiaje deshecho de la noche piedra, pan, montañas de firmeza idus de marzo, puerta del alba mil mares, lava de cenizas, mil surcos de la paz estoy entregado, pisoteado, soy grande a los ojos pequeños de los insectos inclinado hacia atrás oh, ardientes cascos de los israelitas, de los carros de la salvajina armónicos denominadores de días claros invoco al agua, entrego al cordero del sacrificio brillo de la majada, verde flor de la piedra estoy cayendo en la cal de la gracia ¿quién arranca margaritas, blancas flores del anhelo? sobre quién gotea la gota alegría, viento, pizarra de luz, mar de carga levantaos, peones, en nombre de dios amanece recoged helechos descansad, fatigados ríos, la avalancha amenaza a ti, israel, te mataré el cuerpo de gilgamesh depositado entre flores uruk, cebo, indios en balsas blancos del día, pechos y trastos de la gente entrañas, palos, estacas, jefe de amplias carreteras en silencio flamean los ángeles, en silencio están en las redes de las estrellas no seré arrancado, no estaré arrodillado en las huellas de los trenes no me despertarán los pastores respiraré luz, proclamaré los objetivos la fuerza del cuerpo, desplegaré la avalancha oiré flautas, plantaré un árbol que quede en claro qué son las manos del rey que quede claro el monte, clara la vida claros los trayectos de las vías romanas, claro el don trece poetas en babel

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trece poetas en babel

juan cameron

seis poetas mapuche contemporáneos (una nota aclaratoria)

M

ientras Jorge Teillier se extinguía lentamente en el Hospital Gustavo Friecke de Viña del Mar, nosotros, esa tarde, leíamos en Suecia a los poetas de la tierra, del mapu. Los vasos comunicantes se cruzan en la memoria, puesto que una leve aunque determinante diferencia —mas no distancia— existe entre la poesía lárica y la actual de los mapuche. El canto a los lares —que tanto encantara a nuestro Teillier y quien, por alguna mágica razón, había nacido en la Araucanía, como llamaran los españoles al país de los aucas, o valientes, el mismo día de la muerte de Carlos Gardel en el aeropuerto de Medellín (24 de junio de 1935)— se evidencia en ambas expresiones. La poesía lárica busca, tras un manto melancólico y alejado, ese mundo mágico y primi­ genio que el hombre seguramente habitó antes de la Caída. Y como el poeta carece de prue­ bas, ubica el perdido paraíso en la tierra natal, en el mejor de los tiempos —la infancia— y alrededor del fuego maternal, el lar, que todo protegía en su calor y en su luz. Pero esa verdad antropológica fue para los mapuche —los hombres de la tierra— una realidad. El ya extra­ viado jardín de sus mejores tiempos es el mismo ocupado primero por los chilenos y luego por las transnacionales del poder, las empresas madereras y los dictados del omnipresente centro del país. Y si bien el tono sureño y bajo que cubre a ambas poesías en su castellano original pareciera uno solo, sus razones escriturales y su búsqueda son del todo diversas. Ya de regreso a nuestro pobre país seguimos leyendo y gozando de los poetas de la tierra. Pa­ ra el atento lector, para quien busque adentrarse en ella, una buena muestra le resultará la reco­ pilación Epu Mari ülkatufe ta fachantü / 20 poetas mapuche contemporáneos, que el hábil poeta nacional Jaime Luis Huenún entregara a través de lom Ediciones, en Santiago, el año 2003, con traducciones al mapudung’n de Víctor Cifuentes. La pequeña muestra que aquí se presenta incluye trabajos de seis poetas mapuche, reco­ nocidos en el ámbito literario nacional y a quienes considero los más representativos en la actualidad. v Valparaíso, diciembre de 2008

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ELIKURA CHIHUAILAF

Cuestión de piel

El silencio de los bosques

En la avenida Caupolicán una mujer barre (seis ante meridiano)

Mi padre y yo solemos charlar hasta la madrugada bebiendo del vino de la pena y la esperanza ¿Alguien puede evitar el otoño del oeste?, me dice los ríos van perdiendo su profundidad el caudal de la sabiduría y comienzan a añorar el silencio de sus bosques Nosotros pensamos en el hijo el hermano, aún en el exilio Hablamos de luchar mientras los zorros cruzan gritando nuestros campos

Y otro joven oscila tras mostradores en la panadería Nos miramos de reojo y nos reconocemos Yo que paso lento en mi Peugeot 504 Inclino el rostro... Tenemos los tres el mismo status. [De En el país de la memoria]

Mi padre y yo, envejecidos ahora nos miramos entre lágrimas. [De De sueños azules y contrasueños]

Gran tigre Nahuelbuta Me encuentro lejos de mis padres y de mis hijas y no sé aún cuando volveré por eso mis pensamientos hacia ellos van tristes, pero claros como rayos de Luna nueva De mis ojos ya brotaron lágrimas abundantes y cordilleras y cantos vienen al horizonte de mi memoria Por nuestra gente estás ahí hablando en esta tierra lejana En el lago del Sueño me está diciendo el resollar del Tigre Azul. [De De sueños azules y contrasueños]

trece poetas en babel

Elikura Chihuailaf Nahuelpán | Quechurewe, 1955. Ha publicado El invierno, su imagen y otros poemas azules (1988), En el país de la memoria (1988), A orillas de un sueño azul (1989), De sueños azules y contra­ sueños (1995), A orillas de un sueño azul. La palabra: sueño y flor de América (1997), Recado confidencial a los chilenos (crónica, 1999) y Kallfv. Canto libre (2007).




GRACIELA HUINAO

Ngillatun en la costa

Nawel buta

Para poner tranca a la miseria cada cierto tiempo los williche de la costa desclavan de sus ruka las penas. Se descuelgan de la historia y a Pukatriwe llegan espantando con el Ngillatun al maligno espíritu del hambre que va en estampida por la cordillera. Los williche y el mar en vigilia comulgan tiempos de miseria.

A veces en las azules noches del sur a mi puerta llega el agónico canto vegetal del Nawel Buta. No sé si es cuando agita sus ramas protestando o en el momento en que desangra sus ríos por el mutilamiento de sus brazos. Se rompe mi alma en angustiado canto de pewen y voces antiguas acuden a mi puerta. Pero sólo yo entiendo sus lenguas que frías de miedo surcan la selva para morir en ella. Mientras en mis ojos se pierden las últimas estrellas.

[De Walinto]

[De Walinto]

Graciela Huinao | Osorno, 1956. Ha publicado Walinto (poesía, 2001) y La nieta del brujo (relatos, 2003). Aparece en 20 poetas mapu­che contemporáneos, de Jaime Luis Huenún.

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BERNARDO COLIPÁN

Conjuros Puede que sea cosa de esperar bajo el umbral de la casa a que un temblor sacuda al invierno tendido en los cordones de ropa. También dicen: “amarrar un cordero negro y soltarlo hasta que baje la lluvia”. Y que arrojando sal confundimos el camino de los kalkus. Y yo les digo: es bueno soñar con señales reflejadas en la luna y reconocer en tu rostro al solitario que pasa sin la luz de tus ojos. [De Arco de interrogaciones]

Así, como te apareces desde temprano A la hora en que madre arroja migas a los gorriones. Así como te siento atravesada, toda encarnada en mi costado izquierdo. Quédate toda mañana conmigo y encenderé el fuego, sólo para ti. [De Arco de interrogaciones]

| Osorno, 1967. Profesor de historia y geografía, es autor, junto al poeta Jorge Velásquez, de Zonas de emergencia. Antología crítica de la poesía joven del sur de Chile (1994), Pulotre (testimonios, 1999) y Arco de interrogaciones (poemas, 2005).

Bernardo Colipán Figueroa

trece poetas en babel




JAIME LUIS HUENÚN

Bajé a Puerto Trakl entre neblinas

Purrún

Bajé a Puerto Trakl entre neblinas. Buscaba el bar de la buena suerte para charlar sobre la travesía. Pero todos miraban la estrella polar en sus copas, mudos como el mar frente a una isla desierta. Salí a vagar por las calles con faroles rojos. Las mujeres se ofrecían sin afecto, fragantes y cansadas. “A Puerto Trakl los poetas vienen a morir”, me dijeron sonriendo en todos los idiomas del mundo. Yo les dejé poemas que pensaba llevar a mi tumba como prueba de mi paso por la tierra.

Yo la miro danza canelo florecido lleva en sus manos danza sus pequeños pies llenos de tierra danza flores de ulmo y miel en su cabello danza ríe y danza bebe su muday Yo la miro yo no danzo y el polvo que levanta el baile me oculta ante sus ojos

[De Puerto Trakl]

[De Ceremonias]

Umautuli Evaristo Huaique yace en la cuneta del camino. Borracho desde Osorno, dormita largo y ancho entre los pastos y la fría neblina de noviembre. La manta de castilla de su padre lo protege de los vientos veleidosos; el cuchillo de monte en la cintura aleja a los brujos y a los duendes del sueño y del camino. Duerme Huaique bajo el cielo de la noche de San Juan. Duerme y habla en pendenciero castellano a los viejos animales de la sangre y del espíritu. [De 20 poetas mapuche contemporáneos]

| Valdivia, 1967. Profesor de castellano, ha publicado Ceremonias (1999, mención de honor en el Con­ curso Municipal de Santiago), Puerto Trakl (2001, Premio El Joven Neruda, Temuco) y la antología 20 poetas mapuche contem­ poráneos (2003). En 2003 se le concede el Premio Pablo Neruda. Vive en Freire.

Jaime Luis Huenún Villa

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La Otra | abril-junio 2009


LeONEL LIENLAF

Chonkitun

Palin

Es hora en que el fuego comienza a dormitar abuela y el camino del cielo me trae tu voz desde las sombras

Los ojos de los manke miraron el atardecer desde las araucarias y el viento de la noche trajo su aleteo sobre el campo de juegos Saltan los espíritus sobre los laureles del estero. Mientras la gran machi canta, las nubes bailan sobre su casa

es hora de dormir, me dices mañana otros pasos andaremos porque otras son las palabras en el día.

Afuera entre las siembras el viento norte desafía los sueños del viento sur. [De Palabras soñadas]

Chonkitun Dewma chongnagtuy kütral chuchuy chai llümllüm mekey wanglen wepu mapu Umagnagain nga wüle wüño waichüfkïnoway antu kaley nütram liwenmew. [De Palabras soñadas] Leonel Lienlaf | Alepue, 1969. Profesor de prima­ ria, ha publicado Se ha despertado el ave en mi cora­ zón (1989, Premio Municipal en Santiago), Lienlaf, canto y poesía (cd, 1998) y Palabras soñadas (2003).

trece poetas en babel

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PAULO HUIRIMILLA

Poética

Duelo

Oh! lector mi objeto de estudio el más occidental del laberinto corrige esta baba tan espumosa porque poesía es un largometraje verde de películas de cowboy y tú eres el indio que nunca alcanzará la diligencia porque John Wayne te ha puesto el rifle entre dientes y el cuchillo del cara pálida está muy escondido en esta escritura Oh mi lector! enemigo ?? signo de exclamación? corre el reloj a tu izquierda las entrañas se te llenan de sangre.

Es Temaukel quien ha llorado por eso subo a la cordillera que desaparece. Me corto el pelo con una mandíbula de avutarda porque alguien muere de los míos. Hay que borrar sus rostros guardar el duelo por 28 lunas cortar el hilo de la muerte.

[De Palimpsesto]

Es el mayor del cielo quien tomará mi alma vida y muerta con su cabeza de plumas. Cazo mi cordero negro al anochecer pinto mi rostro con una brasa apagada córtome a mí mismo la oreja con una libra. [De Palimpsesto]

| Calbuco, 1973. Profesor de castella­no. Ha publicado El ojo de vidrio (2002), Cantos para niños de Chile (2005) y Pa­limpsesto (2005). Aparece en las antologías 25 poetas 25 años (Dibam, 1997), El canto luminoso de la tierra. Cuatro poetas hui­lliche (Mineduc, 2002) y en 20 poetas mapuche contemporáneos, de Jaime Luis Huenún (2003).

Juan Paulo Huirimilla Oyarzo

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La Otra | abril-junio 2009


Š jorge mario múnera | catatumbo, santander del norte, colombia, 1990



t o d o s

l o s

d í a s

d e l

p o e t a

guillermo carballo iturbide

un hombre de palabras entrevista con marco antonio campos

M

arco Antonio Campos (Ciudad de México, 1949) es poeta, narrador, cronista, ensa­ yista, entrevistador, traductor y miembro de la Academia Mallarmé. Se hizo acree­ dor a la medalla presidencial Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile en 2004. Ha obtenido los premios Diana Moreno Toscano (1972), Xavier Villaurrutia (1992), Nezahualcó­ yotl (2005), Casa de América de Poesía Americana, por su obra Viernes en Jerusalén (2005) y Antonio Machado (2008). Ha traducido a Rimbaud, Baudelaire, Trakl, Saba, Cardarelli, Ungaretti y Drummond de Andrade. Se ha desempeñado como profesor universitario, pro­ motor cultural y ha sido lector huésped y profesor invitado en países como Austria, Estados Unidos, Argentina, España e Israel. También ha entrevistado a los poetas y narradores más importantes de América Latina como Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Fernando del Paso, Ernesto Sábato, Adolfo Bioy Casares, Ricardo Piglia, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Lêdo Ivo. Marco Antonio Campos confiesa que el año de 1968 fue clave en su vida para conver­ tirse en escritor. Se presume un hombre discreto a pesar de ser de los pocos mexicanos reco­ no­cidos fuera y dentro del país, colaborador de los principales medios impresos de Mé­xico y de haber escrito prácticamente todos los géneros literarios (incluyendo el teatro, aun­que des­ pués lo abandonó), además de ser un viajero incansable. Campos ofrece esta entrevista pa­ra La Otra, en la que habla de sus orígenes como poeta y traductor, y de la amistad como uno de los valores más significativos en su vida. Reconoce ser amante del buen cine y cómo la poe­sía se ha convertido en su más grande aliada.

p. 60 | © josé ángel leyva

marco antonio campos | todos los días del poeta

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cortesía de m.a.c.

es mejor tenerlos que no tenerlos. Yo sólo he tratado, como quiso Nietz­sche, de escribir libros hermosos Eso es lo que uno in­tenta. Si se logra o no, eso ya lo de­ ciden los lectores. Si eso me ha dado menos o más pres­ tigio literario, ten­go mis dudas.

Con Rubén Bonifaz Nuño y Bernardo Ruiz | Casa de Ramón López Velarde, Jerez, Zacatecas, 1987.

Hace unos meses fue galardonado por su poema “Aque­ llas cartas”, y ha sido acreedor a los premios y reconoci­ mientos importantes de poesía y literatura a lo largo de su trayectoria. ¿El reconocimiento y el prestigio son im­ portantes en la vida de Marco Antonio Campos? El reconocimiento siempre es una satisfacción, pe­ro es una satisfacción mayor darle una alegría a la fa­mi­lia y a los verdaderos amigos. Los honores y las distin­cio­ nes, ya se sabe, no ha­cen ni menos ni más a un escritor, a un intelectual o a un artista. Sirven para llamar un po­ co la atención, pe­ro como decía el gran pensador polí­ tico del rena­ci­mien­to italiano, Francesco Guicciardini, 

¿Por qué decidió convertirse en escritor? Por insatisfacción. No sabía bien desde niño qué iba a hacer como carrera; al fin, me decidí a ser abogado, porque creí que después de la carrera me iba a dedi­ car a la política. Por eso entré a estudiar Leyes, por­ que prácticamente todos los políticos habían salido hasta ese entonces de la Facultad de Derecho de la unam (Universidad Nacional Autónoma de México). Pero poco antes de 1968, con un amigo del barrio de San Pedro de los Pinos (sólo recuerdo que le decíamos El Guffy) empecé a intercambiar libros, sobre todo de li­ teratura, sin excluir varios best-sellers, como los de Ir­ ving Wallace y Morris West. Los best sellers tienen su utilidad, en la medida que al principio te van habi­ tuando a la lectura, aunque después los abando­nes, mientras más rápido, claro, mejor. Así me fui intere­ sando y me fue gustando cada vez más la literatura, y en enero de 1968 empecé a escribir mis primeros po­ emas. Durante dos años no me cansé de escribir, sin darme cuenta si eran poemas malos o muy malos (no contaba con alguien avezado que me dijera si iba bien o no), y escribí cientos de páginas de mala literatu­ra, que después quemé. El 68 fue un año clave para mí por cuatro razones: primero, porque empecé a escribir y me volví un lec­ tor furibundo (llegaba a leer hasta doce horas dia­rias); luego, porque murió un gran amigo, lo cual me mar­có profundamente y me dio la conciencia de la fragi­li­dad de la vida; en tercer término, me enamoré dolo­rosa e intensamente de una bella muchacha, y cuarto, viví La Otra | abril-junio 2009


como pequeño actor y azorado testigo del movimien­ to estudiantil. ¿Es a raíz del movimiento del 68 que decidió dedicar­ se a las letras? No; como le decía, yo ya leía mucho desde fines del 67 y empecé a escribir en enero de 1968. Luego del mo­ vimiento estudiantil tomé la decisión de no ser abo­ gado ni trabajar para un gobierno de asesinos. Des­de entonces no he trabajado para gobiernos priístas, pe­ rredistas ni pa­nistas. Una cosa es colaborar y otra traba­ jar para la nómina. Mi vida ha sido en las univer­sidades y, ante todo, en mi universidad, la unam. Po­líticamente siempre he podido decir lo que quiero, haya estado equivocado o no. En ese año de 68, como le dije, leía muchísimo. Leí libros de Hermann Hesse, Giovanni Papini, Somer­ set Maugham, García Márquez, lo primero de Fuen­tes y Vargas Llosa; en poesía, sobre todo a García Lorca, Ne­ruda, Gibran y León Felipe. Pero no tenía con quién hablar más o menos en serio de lecturas. Sin duda, me faltaba también en la lectura una buena guía; esa bue­ na guía llegó en mayo o junio del 69, cuando conocí en la casa de Carmen y Manuel Moreno Sánchez, al poe­ ta Juan Bañuelos, luego de la entrega del premio Dia­ na Moreno Toscano, que se daba a la promesa li­teraria, y que yo ganaría también en 1972. Esa noche de mayo o junio, Bañuelos me invitó a asistir a su ta­ller —yo creo que era el único de poesía que existía en la Ciu­ dad de México— ; lo daba en el décimo piso de rec­ toría de la unam. ¿Cómo fue la experiencia en el taller? Llegué a las dos o tres semanas. Fue la primera vez que pude confrontar mis textos con gente que estaba en el medio y más o menos enterada. Al principio fue

LA CENIZA EN LA FRENTE Rubén Bonifaz Nuño

Lo único cierto en la vida es la misma vida; y es pre­ci­so cambiarla moralmente. Sólo el presente, única oportuni­ dad, nos pertenece; por tanto, es mejor que el pasado, enseña Marco Antonio Campos. Y expone y justifica su idea con apasionada insistencia: no es humanamente admisible querer volver a vivir lo vivido; eso está hecho ya: lo muestran las cicatrices señaladas por los ácidos del dolor, por la locura y los caminos, en el rostro del alma, donde no se lee la felicidad, sino la vida. El re­ cuerdo no es venerable para quienes no merecen el día de hoy. Nace el hombre con la ceniza en la frente, precipita­ do al sufrimiento desde el sufrimiento, pero orientado desde la culpa hacia la acción. Marco Antonio Campos, el hombre mismo de quien habla, lo va mostrando de este modo en los peldaños sucesivos de este libro suyo, levantado como una escala de perspectivas cada vez más anchurosas. Dominado el secreto de que el valor de sus palabras es la capacidad de despertar con la indignación el va­ lor de sus semejantes, ha conquistado para ellas las cualidades de una máxima eficacia. Trabajo sin término del auténtico poeta. Mucho ha leído, lo ha asimilado todo. Sus versos guardan conscientes reminiscencias de aquellas plurales lecturas en que se inició para via­ jes innumerables; ecos que van desde Homero hasta Elytis, pasando por Virgilio, Propercio, Dante, el Dolce Stil Nuovo, Shakespeare, Rimbaud, Leopardi, López Velarde, Miguel Hernández, y tantos otros más, que enriquecen la actualidad de su voz. Guiado, además por un agudo instinto musical, do­ tado de un oído poderoso para percibir y orientar los más finos matices sonoros, con la humildad del artesa­ no que se esfuerza por disimular las horas consumidas en el acabado de su obra, en este libro construye níti­ das criaturas poéticas en las cuales la vida se condensa y se transmite con intensas luces comunitarias. Y el lector se contagia de padeceres antiguos y re­ cientes que, en última instancia, son los mismos suyos, y merced a ese contagio se hace más justo, más veraz y más fuerte, y se dispone a acompañarlo en su lucha. [Solapa del libro La ceniza en la frente, Premiá, 1989]

marco antonio campos | todos los días del poeta


cortesía de m.a.c.

Con Fernando Curiel y Jorge Luis Borges | Sala Carlos Chávez, Ciudad Universitaria, unam, México, 1981.

muy difícil, porque me hacían picadillo, calcinaban mis textos; a los tres o cuatro meses empe­zaron a cambiar las cosas. Esa experiencia me fue bá­si­ca. Si bien Juan Ba­ñuelos no era ni es un crítico de poesía, tenía una gran intuición para detectar si algo andaba mal o bien. Juan fue el primer poeta importante que me dio con­ fianza para seguir escribiendo. También fue clave que todos en aquel taller, salvo algún miembro, hubieran vivido el movimiento estu­ diantil del 68, el cual nos marcó a todos, pero creo que muy especialmente a mí. Por desgracia, la mayoría dejó la poesía o la poesía los dejó. Pero recuerdo con el más hondo afecto a aquellos compañeros de la pri­ mera aventura. Usted es un polígrafo. Ha escrito poesía, narrativa, crónica, ensayo, entrevistas, reportajes. ¿Cuándo y por qué comenzó a ejercer estos géneros literarios? Polígrafo, no sé; uno no deja de ser un principian­ te en cualquier género. Yo, con toda honestidad, creí 

que iba a escribir muy poco. Pensaba que iba a escri­ bir un libro cada cinco años; incluso con mis amigos Luis Chumacero y Bernardo Ruiz, nos burlábamos (y vaya que sabíamos burlarnos) de los que escribían de­ masiado. Pero después la obra se me disparó; no sé en verdad si tiene una unidad y, si no es así, ya no es posi­ ble rehacerla. Lo lamento, desde luego. Pero al menos creo que, si aislamos de ese conjunto la poesía, puede verse en ella una línea más o menos continua. Empecé escribiendo poesía. Sabía que me iba a de­ dicar a la poesía, pero también supe poco después que iba escribir ensayo y cuento. Debe haber sido a finales de 1970 cuando escribí mi primer cuento —muy gar­ cíamarquesiano— y un año después mi prime­ra ten­ tativa de ensayo —sobre los poetas malditos—, tan malos —esos cuentos y ensayos— como mis prime­ ros poemas. Por fortuna se publicaron sólo uno o dos. Después escribí otros géneros, pero nunca pensé que fuera a ejercer, por ejemplo, la crónica, por la que en­ tonces tenía un desprecio injustificado, ya que me La Otra | abril-junio 2009


pa­re­cía un género efímero, cuando, por poner un ejem­ plo entre muchísimos, es inexplicable la historia del Mé­xico an­tiguo y del primer siglo de la Colonia sin los cronis­tas españoles e indígenas. ¿Y las entrevistas? Por varios años no me pasó por la cabeza que fue­ ra a hacerlas. Sólo se me ocurrió hacia 1977, luego de leer El oficio del escritor, que publicó la editorial Era, donde se hallan entrevistas con verdaderos grandes co­ mo Hemingway, Truman Capote, William Faulk­ner y Eliot, entre otros. Guardando las infinitas propor­ ciones, creí que podía realizar algo parecido, algo rigu­ roso e imaginativo. Creí, digo, que podía seguir esos pasos de alguna manera y entrevistar entonces a los mejores poetas y escritores mexicanos. En 1987 publi­ qué De viva voz, donde están al menos los que eran entonces la gran mayoría de los más importantes poe­ tas vivos (Octavio Paz, Alí Chumacero, Rubén Boni­ faz Nuño, Jaime Sabines y Eduardo Lizalde). Des­pués de publicar este libro, además de Litera­ tura en voz alta (sin duda el más ambicioso) y El poe­ta en un poema, debo decirle, contra lo que suele creer­ se, que no considero la entrevista como un género: no es una cuestión de talento, sino de habilidad y conoci­ miento. Es decir, uno se prepara muy bien leyendo al autor, después edita lo hablado lo más hábil e idónea­ mente posible, hace que lleve su ritmo para que la entrevista sea fluida, hasta que siente que ha termi­ nado y realizado un trabajo limpio. Pero a diferencia de la poesía, el cuento o la novela, que pueden corre­ girse infinitamente, una vez terminada la entrevista, no queda más por corregir. Empezó a traducir en 1969. Al parecer, disfruta la ta­rea de traducir diversos textos, desde un poema de Rim­baud marco antonio campos | todos los días del poeta

hasta un histórico documento alemán de la gue­rra. ¿Por qué se decidió a traducir?, ¿cómo ha sido su expe­ riencia desde entonces? Fue muy importante para mí una opinión de Julio Cortázar en una entrevista que le hizo Evelyn Picon Garfield, donde respondía que cuando él entraba en un periodo de esterilidad literaria, se dedicaba a tradu­ cir y que recomendaba a otros hacerlo. Yo tomé muy en serio su consejo o recomendación. He hecho tra­ ducción con cierta continuidad; pero cuando he en­ trado en periodos de esterilidad litera­ria la he tomado como un ejercicio, o mejor, una tarea. La traducción ha sido para mí un verdadero complemento de la obra creativa, y con cosa de treinta libros de poesía tradu­ cidos me enorgullece haber hecho asimismo una obra de traductor. La primera traducción que hice fue una versión de Una temporada en el infierno, cuando tenía veinte años. La llevé al taller de Juan Bañuelos, pero como el úni­ co miembro que sabía francés era Héctor Olea, y no asistió, sólo me dijeron que era muy interesante. La verdad es que era un desastre, pero la fui puliendo con los años, y se publicó por primera vez en 1975, como separata de una revista. Después la publicó Fernan­ do Tola en la editorial Premiá, en 1979, traducción que —me sorprende— tuvo un gran éxito. Incluso algu­ nos jóvenes poetas en los años ochenta me decían por ese entonces que la traían en el bolsillo del pantalón en sus viajes. Si me preguntara, le diría que las traduccio­ nes que más quiero son ésa, la de los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire —libro del que aprendí mu­ cho—, y la antología que traduje del austriaco Georg Trakl, si bien en ésta fui ayudado, cuando vivía en Aus­ tria, por amigos austriacos, principalmente Michael Rössner, profesor de las universidades de Viena y Mu­ nich. Me gusta pensar que es una traducción realiza­da 


a muchas manos. En ese 1969 también empecé la tra­ ducción de La alegría, del italiano Giuseppe Ungare­ tti, a quien admiraba mucho. Apareció publicada hasta 1979, en la colección Poemas y Ensayos, gracias a una re­ comendación del poeta Rubén Bonifaz Nuño y de la aprobación de Juan García Ponce, que dirigía la colec­ ción. He traducido de varios idiomas, pero principal­ mente del francés y del italiano, que son los idiomas con los que menos tropiezo. ¿Por qué, habiendo incursionado en casi todos los géneros literarios, no ha escrito teatro? Lo intenté. Es una historia curiosa, diría, chistosa. Ha de haber sido por 1983 cuando la escribí; creo que se llamaba Esos días que no volverán. Era la reunión de varios amigos que habían convivido durante los años de la adolescencia, a fines de los años sesenta. Lo que se va viendo poco a poco a lo largo de la obra es su fracaso. En lo que yo escribo, la mayoría de las ve­ces los personajes acaban mal, pero como me dijo alguna vez Adolfo Bioy Casares, eso es baladí: lo que importa es que el texto termine bien. Yo estaba muy ilusio­­na­do con la obra y se la di a leer primero a Vicente Leñero, esplén­dido dramaturgo con quien yo llevaba una afec­ tuosa re­lación (yo colaboraba en la revista Proceso y él era el subdirector). Al preguntarle su opinión, hizo un gesto como diciendo: “Esto hay que rehacerlo com­ pletamente.” La rehi­ce, y cuando le volví a preguntar qué le había parecido, me dijo secamente: “Bien.” Yo entendí ese “bien” como una forma de salirse de la ju­ gada, que no le gustaba, y ni hablar. Luego se la di a Luis de Tavira (dirigía Tea­tro y yo dirigía Literatura en Difusión Cultural de la unam, razón por la cual nos encontrábamos a menudo), y cuando le pregunté su parecer, me dijo: “Luego te doy mi opinión, luego te doy mi opinión…” Después de decirme cinco veces 

“luego te doy mi opinión”, comprendí que simple­ mente no le había gustado y que era una manera de evadir una reprobación. Por último la leyó Germán Castillo. Nos vimos en el desaparecido Café Las Amé­ ricas, al lado de donde estaba el cine, y me dijo que le había gustado mucho y que la quería poner en esce­ na… pero como parodia. Le dije que mejor no, por­ que yo había querido escribir un drama. Desde ese momento y veinticinco años después, no se me ha vuelto a ocurrir escribir teatro. No, no soy hombre de teatro. Casi todo el teatro lo he leído; prácticamente he ido muy poco. Después de la literatura, lo que más me gusta es el cine y la pin­tura. ¿Alguna vez ha escrito cine? Mi segunda pasión, después de la literatura, ha si­ do la cinematografía. Aunque el cine me ha influido poquísimo en lo que he escrito, he visto una cantidad enorme de buen cine, de lo que me envanezco. Le voy a contar una historia curiosa: de muy joven tenía el proyecto de hacer una película, pero nunca tuve los contactos convenientes y, quizá, tampoco la volun­ tad real de llevarla a cabo. La película —personajes, paisajes, música de fondo, color— los tenía en imá­ genes en la cabeza. Tuve algunas veces acercamientos con críticos de cine, escribí crítica por una corta tem­ porada, tengo una videoteca muy completa con cien­ tos de las mejores películas y me dedico a ver buen cine —un promedio de tres o cuatro películas por semana—, pero aquella película fue siempre una qui­ mera, porque nunca me he parado siquiera en un set cinematográfico. ¿Mis gustos? Del gran cine italiano he admirado la magia de Federico Fellini, los prime­ros dramas neorrealistas de Roberto Rossellini, la ele­gan­ cia perfecta de Luchino Visconti, Bernardo Bertolu­cci (hasta El conformista) y los filmes con tema mitoló­gico La Otra | abril-junio 2009


y religioso de Pasolini; del francés, el riguroso y lúci­ do cine de Robert Bresson y de Alain Resnais, un buen número de películas llenas de tristeza y ternura de François Truffaut, y las innovaciones, con momen­ tos geniales, de Jean Luc Godard. He visto creo que toda la filmografía —o casi— y he admirado mu­ chísimo a Bergman, Buñuel, Kurosawa y Kubrick. El cine mexicano de la llamada época de oro marcó pro­ fundamente mi infancia y adolescencia; fue una de mis educaciones sentimentales. Mucho de la forma de comportarme en la vida me viene de allí, y aun al­ gunos de los tipos femeninos de entonces, como Lilia Prado, Ana Berta Lepe, Christiane Martel, Silvia Pinal y Rosita Arenas, modelaron entonces mi imagina­rio.

¿Qué elementos debe tomar en cuenta Marco Anto­ nio Campos para escribir un poema, un cuento o un ensayo? Un poema nace a menudo de la unión de una sen­ sación, una imagen y un tono. Decía Paul Valéry, en una frase que cualquiera cita y en la que casi todos es­ tamos de acuerdo, que la primera línea la dan los dio­ ses y luego te las arreglas como puedes. Mario Luzi, con ironía lúcida, me contestó en una entrevista: “Sí, pero no necesariamente es la primera…” Esa línea te suele crear al mismo tiempo una sensación y un tono. Es esencial que un poema empiece y termine bien, porque si tienes una mala línea final, se cae, digamos,

cortesía de m.a.c.

¿Todos los temas pueden ser admitidos para conver­ tirse en poesía y en literatura? La respuesta es invariablemente afirmativa; sólo depende cómo los trabaje y los vuelva —en el poema, en la crónica, en el cuento o en la novela— una pieza artística. En el poema debe haber un tema debajo de otro, pero también, sobre todo en los extensos o me­ dianos, deben subyacer subtemas y microte­mas. Que

el lector vaya descubriendo algo nuevo en cada lectu­ ra, porque si no, el poema se evidencia, cae, muere. Sé cuándo voy a escribir un poema, un cuento, una no­ ta crítica, un ensayo, una crónica. Sin embargo, debo confesarle que las tres novelas que he escrito (Que la carne es hierba, Hemos perdido el reino y En recuerdo de Nezahualcóyotl) creí al principio que iban a ser cuen­ tos, y luego fueron alargándose. Me llevó dos años es­ cribir las dos primeras, y la última cinco.

Con Eduardo Lizalde, Rubén Bonifaz Nuño, Verónica Volkow, Octavio Paz, Ramón Xirau, Ulalume González de León, Ida Vitale y Álvaro Mutis | Homenaje a Ramón Xirau, Radio unam, México, 1983. marco antonio campos | todos los días del poeta

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una seña en la sepultura ernesto mejía sánchez

Marco Antonio Campos es un poeta —ya es bas­tan­ te—; pero también un poeta culto, lo que es más peli­ groso y menos poético, según algunos asnos con letras, pues que lo quisieran intonso, zafio y tocando toda la lira por ca­sualidad. Dichosa edad en la que la pri­ mera manera ingenua era superada por siete libros y la amargura. Nos felicitamos por este muchacho que desde que comenzó tenía los dientes completos y las bibliotecas bien leídas. Hay versos conocidos, como son conocidos los amigos del alma y también los enemi­ gos. Se pierde por Grecia y Roma y más que todo por Florencia, pero ¿quién que ha pisado la Plaza, el Puen­ te, la Galería, puede vivir o morir tranquilamente? Le di­ rán poeta exotista, despatriado, desmadrado; nunca des­medrado. Le dirán también muy antiguo y muy mo­der­no; y más: muy mexicano, muy contemporáneo, por muchos ecos, muertes, palabras, aires, sueños que se nos cuelan entre los dedos. Este muchacho quiere su­ frir y lo conseguirá. No hay remedio contra estas cosas; es la inminencia de la catástrofe.

cortesía de m.a.c.

[Prólogo a Una seña en la sepultura, unam, 1978]

un cincuenta por ciento del poema. La poesía debe ser, como quería Borges, sencilla en la forma y com­ pleja en los contenidos, pero debe guardar siempre un secreto, porque si no, es prosa. Por lo demás, puedo apreciar, pero no tengo mucho entusiasmo por la poe­ sía abstracta o intelectual, salvo grandes ejemplos co­ mo Eliot, Montale, Huidobro o Gorostiza. Prefiero la poesía —objetiva o subjetiva— donde habla el corazón del hombre. La poesía es ante todo emoción; por eso suele ser muy aburrida la poesía abstracta, la llamada poe­sía del lenguaje o la excesivamente barroca, o re­ cien­temente, la neobarroca o neobarrosa. Cuando escribo poesía trato de poner los nombres propios de un lugar que muestren que esa experiencia es mía y sólo mía, pero que esa experiencia trascien­ da y emocione al lector. El poeta, decía Pessoa, es un gran fingidor. En mi caso he tratado de ser lo más sin­ cero posible, pero en momentos, por la necesidad mis­ ma de la música o de lo que hay de irracional en el poema, he inventado o fingido situaciones. Finalmen­ te, lo que importa no es la verdad biográfica, sino la

Con José Luis Cuevas, Lorena Orgambide y Álvaro Mutis | México, 1984.

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La Otra | abril-junio 2009


verdad poética. Le pongo un ejemplo ilustre. En su poema “No me condenes”, López Velarde, que era en general un poeta muy sincero, escribió: “Yo tuve, en tierrra adentro, una novia muy pobre, / ojos inusita­ dos de sulfato de cobre.” La muchacha a la que se lo escribió (María Nevares), cuando leyó el poema, di­ jo: “Pero si yo no era muy pobre.” Claro que no, pero López Velarde necesitaba la rima, necesitaba ese pri­ mer verso no muy bueno para crear el otro, que es uno de los más maravillosos de la lengua española. ¿Cuán­ tas rimas hay con “cobre” que le ayudaran a encabal­ gar ese verso: “Ojos inusitados de sulfato de cobre”? Yo lo he leído, lo leo, lo repito, lo vuelvo a repetir, y el verso me cautiva, me hace imaginar una y otra vez los ojos verdiazules de la muchacha. Si María fue pobre o no, es importante para el biógrafo de López Velar­de, pero no para el lector de poesía. ¿Corrige mucho sus poemas? Muchísimo. A veces un poema me lleva meses, a veces años, y puede haber toda suerte de modificacio­ nes, pero trato de que no se dañe la emoción inicial que es la piedra de fundamento. El poema debe pare­ cer que acaba de ser terminado hace un momento. Cuando viaja, ¿dónde y cómo escribe los poemas u otras piezas literarias? Cuando estoy un tiempo más o menos largo en una ciudad, o cuando la he visitado mucho, como en mi caso, Salzburgo, Viena, Florencia, Amberes, Bo­gotá, Bue­nos Aires, Arles o París, busco nuevas mane­ras de verlas y leerlas. Por ejemplo, cuando llegué por prime­ ra vez a Arles, donde tendría una estadía de tres meses, desde antes había pensado que, además de tra­ducir las Cinco grandes odas, de Paul Claudel, podía también ser muy interesante seguir las huellas de Van Gogh y marco antonio campos | todos los días del poeta

escribir una crónica-ensayo de Van Gogh en la ciudad; y bueno, la escribí. Cuando he estado o pa­sado por Pa­ rís he seguido algunas veces las huellas de Vallejo, al­ guna vez de Baudelaire, otra de Rimbaud. Por ejemplo, en el año 2000 me era muy importante para un ca­ pítulo de Las ciudades de los desdichados un texto so­ bre Modigliani, y sólo fui a París un mes del verano para hacer un trabajo de campo en Montmartre y Montparnasse. Por fortuna, todo lo que bus­caba so­ bre Modigliani lo encontré. Es decir, de alguna mane­ ra hago que los sitios hablen o desde los sitios se hable, un poco lo que hizo magistralmente Claudio Magris en Danubio, libro que, por cierto, yo no había leído cuando empecé a escribir mis libros de crónicas-en­ sayos. Uno, como extranjero, o más bien —en mi caso— como forastero, puede ver las cosas mejor desde fue­ ra que en su propia ciudad. A veces, cuando he escrito cuentos, puedo utilizar esas experiencias para adap­ tar­las literariamente a una ciudad que ya he conocido antes, por ejemplo, Roma, Salzburgo, Gotemburgo, Amberes o Bruselas. Cuando viajo soy un espectador continuo; trato de ver de otra manera las cosas, hago apuntes en cualquier papel en blanco, y luego, en un café o en una estación de tren o en un cuarto de hotel, pergeño, por ejemplo, la primera versión del poe­ma, la voy corrigiendo y, cuando regreso a México, paso las versiones a la computadora (antes era la máquina de escribir) y, por supuesto, sigo corrigiendo. ¿En qué proyecto se encuentra trabajando actual­ mente? Acabo de terminar un libro de poemas en prosa, tengo varios libros detenidos, y corrijo y aumento li­ bros ya publicados, como las crónicas de ciudades (De paso por la tierra), las crónicas-ensayos, como Las 


pero algunos lo valoran y otros valoran más lo que creen haber hecho. Dos de las bases esenciales de mi vida han sido la ética y el respeto.

Con Luis Chumacero, Óscar Mata, Alejandro González Durán y Bernardo Ruiz | México, 1995.

ciudades de los desdichados y Los cafés en Ciudad de México en los siglos xix y xx. Desde hace quince años he escrito apenas unos cuentos y ninguna novela. ¿Cuál es la mayor satisfacción en la vida de Marco Antonio Campos? Como dije en un aforismo, la amistad es lo mejor que hay en el mundo. Por supuesto, como decía Sar­ tre, hay más lenguajes en el amor, pero la amistad es un lenguaje más directo, siempre es menos conflicti­va la relación de amistad. Me enorgullezco de los amigos que he hecho, y aunque quizás una o muchas veces he fallado, he tratado de ser buen amigo. El florentino Francesco Guicciardini, de quien hemos hablado, tam­ bién dijo en uno de sus admirables aforismos que uno no debe extrañarse de la ingratitud, porque es la mo­ne­ da corriente, y las pocas o poquísimas personas que nos tengan gratitud compensan todas las que han sido in­ gratas. Yo espero haber sido lo menos ingrato posible. He tratado a veces —quizás no llegué a lo­grar­lo— de mostrar y demostrar con claridad mi gratitud con los que me han ayudado; incluso he llegado a ex­cederme, 

¿Se considera un hombre exitoso, un hombre afor­ tunado o simplemente un hombre que ha sido persis­ tente para alcanzar el éxito? Exitoso no, qué va, absolutamente no. ¿Qué es el éxito, sino un falso reflejo o un follaje que un viento im­ previsto se lleva? Tal vez persistente, sí, porque como decía Goethe, el aprendiz hace al maestro, aunque muchos nos quedamos sólo como aprendices. Uno trata siempre de evitar los errores, de no repetirse, de escribir lo mejor posible, de tratar de hacer cada vez un libro diferente; pero muchas veces tengo la impre­ sión de que me quedé en el mero intento. Sólo le diré de mí lo que está escrito en la lápida de Francois Mi­ terrand: “Hice lo que pude.” No hice la obra que qui­se, sino la que pude hacer. Quizá me equivoqué en haber escri­to tanto, pero pude escribir tanto por­que las uni­ versidades me dieron como regalos tiempo y liber­tad. Quisiera haber escrito menos y quisiera haber es­cri­to mejor. Yo no busqué la felicidad, Guillermo; busqué vivir y hacer, pero no hubo planes definidos, o si quie­ re sistemáticos, para vivir ni para hacer. ¿No recuerda ese bello verso de Eliot en los Cuatro cuartetos?: “No feliz viaje, / sino adelante, viajeros.” No me importó la felicidad, sino seguir, seguir, ir siempre ade­lante. ¿Me equivoqué? Es posible, pero el pasado es inmodifica­ ble, ya no hay nada que hacer y qué remedio. Pero pue­ do decirle que viví la vida intensamen­te y que tal vez en la novela que escribí sobre Nezahualcóyotl, en las crónicas-ensayos de Las ciudades de los desdichados y en el libro de poemas Viernes en Jerusa­lén alguien, en algún momento, les encuentre algo o un mínimo de valor. Y si no, qué más da. v La Otra | abril-junio 2009


evodio escalante

la lepra del universo en la poesía de marco antonio campos

marco antonio campos | todos los días del poeta

cortesía de m.a.c.

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Con David Ojeda y José de Jesús Sampedro | Zacatecas, 1984.

cortesía de m.a.c.

evoluciones van y revoluciones vienen, pero la prosodia permanece intacta. Invoco las resonan­ cias mallarmeanas de esta frase para indicar el límite al que se somete, no sin oponer resistencias, la escri­ tura de Marco Antonio Campos. Ya se sabía, pero ha­ bía que aprenderlo otra vez, a partir de la conmo­ción de la Revolución cubana y de los aires libertarios del 68 que recorrieron México y buena parte del mun­do, que a la lengua la tienen sin cuidado las transformacio­nes en las estructuras económicas y sociales. La lengua no pertenece a la superestructura (Stalin). Me ahorro to­ da mención al desengaño de una revolución tropical que terminó en despotismo, a la caída del Muro de Berlín y al más que irónico “derrumbe” del socialis­ mo real… porque todo esto viene después. El muro infranqueable de la metafísica moderna postula con férrea axiomática, a la vez que la impermeabilidad de la lengua a los radicalismos ideológicos, la imposibi­li­ dad llana de convertirla (a golpes de voluntad) en un factor revolucionario. Contra lo que intentaban los ar­ tistas radicalizados de algunas vanguardias, tanto en la antigua Unión Soviética como en la América Latina

Con Alfredo Veiravé y Rafael Ramírez Heredia | México, 1984.

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infancia alí chumacero

Imágenes íntimas, apenas remozadas por el oficio li­terario, descienden de este texto de Marco Antonio Campos. Ni el ruido del mundo ni el desorden del tiempo las perturban. Tan sentidas se sitúan en lo pasa­ do, que reflejan con suma discreción qué fue, y también qué era y qué es ahora, ese universo en donde lo in­ genuo predomina sobre el entendimiento. La esfumada figura del padre, inmovilizado en una posición inva­ riable gracias a la gracia de una fotografía; el sonoro sonar del canto religioso, a flor de oído; el despertar del deseo, cercano al leve latir en mitad del alma; la pregunta por los demás, acaso desaparecidos para siempre; la melancólica alegría que prestan los nom­ bres de amigos nunca olvidados, y el velo de Dios pre­ sidiendo una edad que, a fuerza de ser como las vidas de los otros, adquiere síntomas de perdurabili­ dad, todo eso en conjunto construye los elementos que conforman estas evocaciones que van de la sombra in­ terior a la lucidez de la palabra. Recordar es, en estas bellas páginas de Marco Antonio Campos, una manera de dar forma, mediante la insinuación y según cálculos puramente líricos, a es­ cenas que durante años han quedado sobreviviendo en la conciencia. Son la reencarnación, en breves in­ cendios, de algo que sucedió en un paraíso lejano al cual nunca se habrá de regresar. Son el fruto de un silencio que fluye hacia el rostro de un niño ávido por rescatar la significación de su origen. A la luz de los relámpagos del recuerdo, Marco Antonio Campos interroga: “¿Dónde están las nieves de antaño?”

[Solapa del libro-poema Infancia, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes-Joan Boldó i Climent, San Luis Potosí, 1992, con cartas-dibujos de José Luis Cuevas]

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del “foquismo guerrillerista”, ni el arte ni la poesía en particular pueden “cambiar el mundo”. Campos se había adelantado a esta tentación desde los años ju­ veniles de su primer libro de poemas, Muertos y dis­ fraces (México, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 1974), que se abre con un bucle de pesimis­ mo a contracorriente: “Las páginas no sirven. / La poesía no cambia / sino la forma de una página… / La poesía no hace nada. / Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.” Reconocimiento y hasta resignación en esta suerte de declaración de impotencia, pero deba­ jo de la cual alcanza a detectarse el grano de anís de una inconformidad que no cesa. Pese a que el escri­ tor sabe que la poesía no cambia nada, él continúa (y continuará) escribiéndola, de manera insensata, co­ mo no dándose por enterado. Como creyéndose él mismo víctima de un equívoco irremontable. Este desencuentro entre la materialidad del verso y la fluidez de una existencia que no se acomoda con­ sigo misma es, sin duda, lo que permite que surja un temple anímico caracterizado por la nostalgia, el de­ sencanto, la rabia y el sufrimiento. La pertinencia y la permanencia de este temple emotivo proporcionan el hilo de la madeja en la que se ha enredado desde el principio Marco Antonio Campos. También de Muer­ tos y disfraces es el siguiente pasaje autobiográfico, tes­ timonio precoz que corrobora lo antes dicho: “Mi madre me decía escupiéndome: / Te atormentas dema­ siado. Tienes todo para ser feliz. / Sí, pero ella no per­ cibió en el parto, / negligente, / que el hijo tenía una sierpe en vez de ombligo, / en vez de lengua un pu­ ñado de lombrices […]”. ¿Putrefacción y gusto por la destrucción? ¿Rabia explícita contra el tétano del sol, en el que acaso puede discernirse otro nombre de la figura del padre? Todavía más escabroso: ¿Madre po­ drida que pare un hijo con boca agusanada? Bien La Otra | abril-junio 2009


marco antonio campos | todos los días del poeta

cortesía de m.a.c.

pue­de ser, llevados al extremo, siempre que se agre­ gue el otro elemento imponderable, etéreo, del que depen­de todo: una aspiración irrenunciable a lo ab­ soluto, un absoluto que, en este caso, tiene el nombre de la be­lle­za. Pese a la influencia de Vallejo y de los poetas tos­ca­nos, a los que Campos se entrega con de­ voción en esa época temprana, se advierte desde aquí un aire simbolista y, hasta puede decirse, “decadentis­ ta”. Por más que el poeta declare que su única apuesta en la vi­da es por la poesía y por el ángel (inevitable­ mente pien­so en Rilke), el crepúsculo de los dioses (mal­ dición epocal) importa una conciencia de la caída y de la imposibi­lidad que no deja de impactar en la te­si­ tura de su voz poética. Alma simbolista en un cuer­po coloquialista, desencantado de la metáfora, podría decirse, que pre­fiere el habla desnuda a ras de tierra, en su rasposa verdad, antes que el fleco modernista de las “púberes canéforas”. Más cerca, en síntesis y por for­ tuna, de Bonifaz Nuño que de Darío. La publicación de El forastero en la tierra (México, El Tucán de Virginia-Conaculta), permite por prime­ ra vez tener una visión completa del complejo recorri­ do emocional e intelectual de Marco Antonio Campos. El volumen, de cuatrocientos páginas, reúne lo que Campos ha publicado hasta ahora en el género de poe­ sía y —ganancias de la visión panorámica— nos obli­ ga a ubicarlo como una de las voces más importantes de la poesía mexicana de las últimas décadas. Se reco­ pilan aquí los libros Muertos y disfraces (1974), Una se­ ña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1989), Los adioses del forastero (1996) y Vier­nes en Jerusalén (2005), que mereció en España ese mis­ mo año el Premio Casa de América. Aunque en cada uno de sus libros hay aportaciones notables, trama­ das todas con un tono que se vuelve característico (en­ tre ellas tendría que mencionar “Un recuerdo por la

Con Alí Chumacero | Zacatecas, 1985.

bandera de utopía”, un texto generacional compues­ to por 138 endecasílabos en los que el escritor evoca la necesidad inexcusable de Reinventar el amor, cambiar la vida), me parece que el salto cualitativo en su evo­ lución literaria está representado por los dos últimos títulos: Los adioses del forastero y Viernes en Jerusalén, que son, de algún modo, la culminación de lo que se anunciaba sin vacilaciones desde los poemas de ju­ ven­tud. Aunque permaneciendo fiel a sí mismo y a sus obsesiones de toda la vida, los dos últimos tí­tulos al­ canzan una densidad y una consistencia que los con­ vierte en definitivos. Estoy seguro que ambos libros quedarán como aportaciones auténticas a la his­to­ria de nuestra poesía. 


cortesía de m.a.c.

Con Desiderio Macías Silva, Hugo Gutiérrez Vega, Lêdo Ivo y Francisco Cervantes | Poetas del Mundo Latino, Querétaro, 1987.

Puedo señalar la causa eficiente de este salto cuali­ tativo, fruto maduro de una “larga marcha” (asumo la connotación maoísta de la frase, como queriendo to­ davía “incendiar la pradera” con la chispa de un verso) en la que no hubo tropiezos ni claudicación. Según mi diagnóstico, tiene que ver con los tres o cuatro años que pasó Marco Antonio Campos en las universida­des de Salzburgo y Viena (1988-1991), en donde estuvo in­ vitado para dar clases de literatura y de historia de Mé­ xico. Pero sobre todo y en primer lugar, tiene que ver con el encuentro de Campos con la poesía del poeta simbolista Trakl, al que leyó y tradujo con un empe­ ño que pone en evidencia una identificación más allá de toda medida. Así como estoy convencido que la tra­ ducción que realizó José Emilio Pacheco en los años se­ senta de Cómo es de Samuel Beckett marcó un drás­tico 

cambio de rumbo en la escritura de su poesía (de la en­ tonación sacramental y sublimante de Los elementos de la noche y de El reposo del fuego, se transita a la as­ pereza vanguardista de No me preguntes cómo pa­sa el tiempo y de todo lo que vendrá después), creo igual­ mente que la traducción de Trakl emprendida por Cam­ pos le ayudó a detectar el petróleo que se ne­gaba a salir desde su inconsciente, y a completar por tanto su ver­ dadera identidad poética. La referencia a Freud en es­ te contexto es casi inexcusable. Es cierto que Campos ha traducido a una cantidad enor­me de poe­tas (entre ellos, para no hacer larga la lista, a Baudelaire, Rim­ baud, Artaud, Ungaretti, Quasimo­do, Umberto Saba y Carlos Drummond de Andra­de), pero con Trakl se produce un vínculo que involucra la quí­mica perso­ nal. Se pensaría que Campos ha columbra­do en Trakl La Otra | abril-junio 2009


al hermano gemelo que le estaba faltando en el ima­ ginario de la creación poética. El mismo Cam­pos lo proclama con énfasis en el epílogo con el que cierra su traducción del libro bilingüe de Trakl, Unter­wegs / En el camino (México, El Tucán de Virginia, 1998): “Lo repetí muchas veces. Me lo repetí muchas veces. Hu­ bo dos hermosos Salzburgos: el que yo vi y viví y el que yo vi y viví a través de los poemas de Georg Trakl.” Na­ da más falta que agregue, a manera de un colofón sim­ bólico, de una conclusión literal que resuma el sentido de su encuentro con el poeta, como en efecto lo hace en la última línea de su epílogo: “Jesucristo caía incli­ nado y azul desde el cielo azul.” No es exagerada ni falsa esta identificación. Ya lo anota el filólogo austriaco Michael Rössner en el pró­ logo a la edición antes mencionada: “El encuentro en­ tre dos poetas es siempre una fiesta: fiesta de la poesía. Feliz el lector que puede conocer a través de tal traduc­ ción no a un poeta, sino a dos: a través del elegia­co mundo austriaco de Trakl el tono desilusionado de la poesía mexicana contemporánea de Campos.” Me im­porta todavía más transcribir otra fina observa­ción de Rössner, con la que no puedo sino estar de acuer­do en lo que tiene de una radiografía estética del poe­ta que celebramos. Dice así: “Entre los poemas de Cam­ pos sobre lugares de Viena y la provincia de Salzburgo hay versos que suenan como ecos de la obra traklia­ na; los versos de Trakl, por otro lado, parecen una y otra vez presentir lo que será, muchos años más tarde, la poeticidad de la obra de Marco Antonio Campos.” De manera interesante, Los adioses del forastero se abre, casi a la manera de un pórtico, con dos hermo­ sos poemas que se interrogan de nuevo (casi tres dé­ cadas después) acerca del acto paradójico de escribir poesía. El primero, “Se escribe”, está dedicado a Mi­ chael Rössner; el segundo, titulado “Los poetas mo­ marco antonio campos | todos los días del poeta

dernos”, es una dura invectiva que señala de manera explícita una repulsa a las supuestas novedades de la vanguardia. Contra las piruetas verbales de ultraístas y surrealizantes, contra los vanos juegos de palabras, contra la angustia de la página en blanco, Campos en­ tiende que los únicos versos que cuentan son los que pueden recordarse y quedarse en el corazón. No es ex­ traña esta opción que viene desde muy lejos, desde el epígrafe de Muertos y disfraces, quiero decir, desde la opción por una poesía escrita no con tinta sino con san­gre, según la cara expresión de Nietzsche en Así ha­ blaba Zaratustra. Se entiende por qué, dado a esco­ger entre la poesía de Durs Grünbein y la de Paul Celan (aclaro que esto es sólo una conjetura), Campos se que­daría con la del primero. Toda la verdad y todo el vértigo de la verdad que se retiene en la poesía de Ce­ lan, de algún modo funciona como bella hermenéu­ tica. Hay que descifrarla como se descifra una estela maya o una inscripción griega. Tal tipo de acrobacia sublime no va con el temperamento perseverante de Campos. Entre los poemas más impresionantes y a veces tam­ bién más desgarradores de esta última etapa tendría que anotar “Una carta demasiado tardía”, “Alicia Avi­ lés (i. m.)”, “Nuestros muertos”, “La hermosa ciudad”, “La iglesia”, “Noche vieja”, y dos magníficas y pienso que insuperables recreaciones biográficas o ejercicios de identificación personal: “Responso por el Hotel Ri­ chelieu” (acerca de las andanzas y dolencias parisinas de César Vallejo) y “Zum Weissen Engel” (que evoca el sufrimiento infinito de Georg Trakl). Es ya de por sí notable que un solo poeta pueda tocar al unísono es­tas dos cuerdas tan diferentes, y además, hacerlo con tal empatía. “Una carta demasiado tardía” es un resumen de las desventuras amorosas del poeta en su búsqueda fraca­ 


sada del amor de una mujer. El escritor reconoce que él mismo ha saboteado penosamente su existencia, y lo anota para lamentarlo: “Quizá porque contigo / yo ha­ bría hecho una vida real / y no este mundo sin casa que he deshecho.” Otra vez el mea culpa, no obstante la facilidad o la felicidad de las palabras: “Creo sentir alivio al escribir estas líneas. / Son del todo sinceras pe­ro inútiles, / porque lo que fui destruyendo / no se puede explicar en un poema.” Los textos que recrean (o imitan) las vidas de Vallejo y de Trakl tendrían que estar en alguna de nuestras antologías. Es injusto trans­ cribir un fragmento; sé bien que es una forma de la mu­ tilación, el poema debe leerse completo, pero la crítica tiene sus modos o sus excusas y a ellas me encomien­ do. Transcribo un trozo sólo para dar una idea del tono que domina en la recopilación: “Hermano, pero her­ mano triste y destruido, / hermano sin albergue por la tierra. / Cuando subo al Calvario de la calle Linzer / y llego a una iglesia donde me dan vino, / veo tu tor­ so sangrante en la pared, / y nadie puede extraer las flechas.” Trakl, Cristo, San Sebastián, Campos. Ésta parece ser la fórmula de una cuaternidad más allá de todo re­ lato y toda palabra comunicativa. Son cuatro cuerdas resonando de modo simultáneo, a la manera de un acor­de que nos envuelve en misterioso dolor. Podría parecer excesivo a un lector ingenuo, denotativo o li­ neal. Lacan, en cambio, corrobora de un solo trazo la complejidad de la historia, y además recurriendo al antecedente de Saussure, el fundador de la lingüísti­ ca moderna: “Pero basta con escuchar la poesía, como sin duda era el caso de F. de Saussure, para que se ha­ ga escuchar en ella una polifonía y para que todo dis­ curso muestre alinearse sobre los varios pentagramas de una partitura” (Escritos, i, p. 189). Me impresiona observar que “La iglesia” se abre y se 

cierra con una invocación crística que mucho se debe en su forma a un ritual paralelístico y casi tautoló­gico que pertenece al gusto idiosincrático del autor: “Jesucris­ to era la ardilla / y el pájaro Jesucristo.” Des­pués de la exposición, el poema retoma la tautología añadien­ do una nota complementaria o de rectifica­ción que resulta altamente significativa: “…porque Jesucristo es la ardilla y el / pájaro Jesucristo, pero siempre en la tierra” (cursivas en el original). Toda la trascendencia, sí, estaremos de acuerdo, pero aquí, esto es, siempre que no sea trascendencia, sino plenitud de este ahora en el tiempo. Había escrito ahí mismo un Campos tan rea­ lista como desencantado: “Creo que desde entonces empecé a olvidar / cómo era el paraíso, o tal vez que / el paraíso no estaba hecho para / un ángel contrahe­ cho como yo.” Estoy seguro que nadie más que Mar­ co Antonio Campos podría haber firmado dentro de la tradición mexicana estos versos. La evocación de Cristo no es algo empero tomado de Trakl. Ahora que releo la poesía completa de Cam­ pos me doy cuenta de que estaba ya ahí desde los poe­ mas del libro inicial, por más que yo no hubiera sabido re­cordarlo en su momento. “Si regreso, Señor, / quie­ ro ser otro pero no Campos. // ¿Para qué vivir agarra­do como loco al reloj?” Otra referencia más, entre varias: “Sin duda mi tiempo fue otro tiempo: / un tiempo de ajedrez con frases griegas // No fue el tiempo de un Cristo indestructible…” De cuerpo entero quiero concluir esta evocación de la poesía de Campos con una breve prosa tomada una vez más de Muertos y disfraces, semilla de todo lo que madura en la secuencia del tiempo. El texto se titula “Mi muerte” y premonitoriamente dice así: “Murió el coñac, mi libro, mi aventura. Morí sin agua ni fondo ni Gabriela, soleando de Zurich a Tübingen, volteria­ no. No pude arrancarle la lepra al universo.” v La Otra | abril-junio 2009


andré doms

una mirada sobre marco antonio campos

Traducción de Patrick Villaumé y Gabriela Ordiales

E

ste mundo es el mundo, y yo no soy otro sino en la conciencia del movimiento que nos transpor­ ta y nos define a la vez. Rimbaud, antes que nadie, lo supo. Para Marco Antonio Campos, cuyo nombre evo­ ca los vastos campos y las planicies de México o de Cas­ tilla,1 la poesía se abre ampliamente en la inter­sección de los datos inmediatos de la vida, pone en funciona­ miento las “huellas del tiempo” y los “temas del viaje”; la poesía imprime sus recuerdos en no pocos puntos de la faz de la Tierra. Leyendo los Entretiens de Julien Gracq, encuentro que hay como un fi­sonomista de la Tierra en Campos, un adepto del desaparecido híbri­ do “historia-geografía”, donde percibía y percibo aún una realidad global.2 Así, y sin caer en la anécdota ni el

Cf. Guillermo Samperio, “M.A.C.: l’expérience de la terre”, prefacio a la edición francesa de Poésie réunie, coedición Écrits de Forges/Phi, 2004, pp. 7-10. 2 Julien Gracq, Entretiens, éditions Corti, p. 161: “el continuum histo­ ria-geografía era para mí una realidad familiar […], la forma concre­ ta que reviste espontáneamente el espacio y el tiempo es el gobelino 1

marco antonio campos | todos los días del poeta

paisajismo, el poeta no teme nombrar sus referencias porque él las sitúa bajo una luz, una il-luminación don­ de se convierta “prodigiosamente en otros lugares” y momentos fuera del tiempo: el ojo viaja libre, por vir­ tud del encantamiento. Estados del corazón, estados de los lugares: una ósmosis se opera, que no se redu­ce a la coloración romántica, a cualquier pose exaltada o desesperada, sino donde la gravedad reflejada resul­ ta de la prueba vivida. “Nadie es radicalmente des­di­ chado” ni a la inversa; queda por expresar la amalga­ma en el punto más justo, con la menor cantidad posible de florituras o de efectos engañosos, pe­ro nada es tan im­ ponente como el desnudo, el gesto o la línea simples, ya que se requiere mucho oficio, y también cierto va­ lor en sí mismo. Ahora bien, si la poesía-vida de Campos no parece atravesada por remordimientos, los pesares abundan. Primero, de los tiempos idos, infancia, años de estu­ dio, cuya nostalgia está tanto más impregnada por­que unificado sobre el cual se proyectan tanto los acontecimientos que men­ ciona el periódico como las ficciones que yo imagino”.

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cortesía de m.a.c. cortesía de m.a.c.

Con Antonio Cisneros | Poetas del Mundo Latino, Querétaro, 1987.

cortesía de m.a.c.

Con Adolfo Bioy Casares | Buenos Aires, 1992.

Con Juan Gelman | Comida de cumpleaños, Café-Arte del Guadalupe Inn, México, febrero de 2009.

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le siguen la renuncia de ilusiones o la revisión de valo­ res sobrestimados: por una parte, “la esperanza en un hombre nuevo”, la Utopía de los “años del sueño y lo imposible”, el entusiasmo libertario que, en 1968, no pre­ tendía otra cosa que “reinventar el amor / cambiar la vida”; por otra parte, un irreprimible compromiso li­ terario, donde las horas de estudio han excluido a las libertinas y a las de aventura. “Mi vida fue en las letras, no en la vida”, declara el poeta, que no habría pues, vivido la “verdadera vida, la esperada”; pero la verda­ dera vida, a decir verdad, ¿no es acaso el verdadero de­ cir? Al menos sí para quien ante todo se sintió poeta, y como tal trabaja la madera de la memoria, tanto social como íntima. La poesía de Marco Antonio Campos presenta, en efecto, una dimensión menos retrospectiva que com­ parativa entre el ayer y el hoy. Muestra de tiempo, de sangre. Si le ocurre, desengañado, apuntar que “nada, absolutamente nada, es nuevo” u observar que “un profeta deambula por las calles y nadie lo escucha”, transeúnte-testigo, prosigue su ruta-escritura, persua­ dido de que si la obra realizada abriera un sentido ab­ soluto a la existencia, ésta dejaría de ser, igual que él. ¿Y qué poeta no ha temido perderse en un “callejón sin salida” o comprobado que su palabra “oscurece lo real”, más que aclararlo? Amargura del indagador im­ pedido de atrapar su objeto sin que en igual medida huya, se multiplique o se metamorfosee. No por ello Campos se atiene menos firmemente a la brecha esen­ cial, donde el poema es “a la vez una ventana por donde mirar al mundo y una ventana por donde mirar al co­ razón y al alma”. Temperamento lírico fuerte y autén­ tico, resiente, experimenta y a la vez resiste al cho­que y a la duda, incesantemente alerta a la diversidad del medio, natural o urbano, y preocupado de alertar a su lector. En consecuencia, el hálito rimado que anima sus La Otra | abril-junio 2009


largos poemas-narración —Monólogos, Un recuer­do por la bandera de Utopía (1968) o Viernes en Jerusa­ lén— alcanza por momentos el acento épico, ese poder de evocación inmediata que nunca ha faltado en las le­ tras latinoamericanas, pero a menudo ha desertado en las nuestras —la observación no es inocente—. Lue­ go, en otros momentos, la voz se viste de una musi­ calidad fluida, gracias a la cual nacen visiones de fina nostalgia para restituir al distanciamiento equívoco de toda fotografía3 la vibración única y la “gran belle­ za de ese preciso instante”, resurgimiento de la vida anterior. Aun en otros momentos, el tono se antoja in­ cisivo y el verso fustiga, en la forma epigramática, co­mo en “El pequeño César” o en el “Macbeth” de Buenos Aires, dentro del exacto linaje de Tigre de su amigo Eduardo Lizalde.4 Marco Antonio Campos cuida el impacto de su escritura: el acabado del verso o la concepción es­truc­ turada de las partes. Sin embargo, se sitúa lejos tanto de los estrechos neoclásicos como de los vanguardis­ tas exaltados, unos y otros desbordados, agotados de formalismo. Varios textos determinan el alcance y los medios de su poesía, recusan ante todo la insignifi­ cancia, “las estéticas / de vals vienés o de parnasianas nubes”, toda vacuidad o gratuidad que enmascaran a los ojos de hoy el riesgo permanente de vivir “al bor­de del precipicio”. Su obra se despliega de este modo en el amplio paisaje existencial, sin traicionar nunca un rea­ lis­mo muy personal, aquí arrebatado, allá desencanta­ do o meditativo, pero que suena justo, indubitablemente. Por otro lado, a menudo hacen sus temas contrapun­ to con temas líricos eternos y con los pro­blemas más 3 El andar no va sin recordarnos el del húngaro Peter Dobai, reencon­ trado en Arles, y del que cita dos versos en el epígrafe al poema “Arles 1996-Mixcoac 1966”. 4 Cf. el prefacio de Guillermo Samperio en op. cit., pp. 16-19.

marco antonio campos | todos los días del poeta

daniel sada y marco antonio campos, nuevos villaurrutia eduardo lizalde

Se entregarán hoy por la noche los premios Xavier Villaurrutia a los escritores Marco Antonio Campos y Daniel Sada, poetas los dos, ambos narradores. Difícil fue para quienes formamos esta vez el jurado (el poe­ ta Alí Chumacero, Carmen Boullosa, Vicente Quirarte y el que escribe) decidir a los ganadores entre las do­ cenas de libros publicados a lo largo del año 1992. Autores de la misma generación (Sada es cuatro años más joven), estilos y temperamentos distintos, se encuentran sin embargo emparentados por la misma pasión literaria que les ha permitido alcanzar el punto de madurez artística y cultural en que se encuentran. A Marco Antonio Campos lo celebró desde muy jo­ ven su maestro Ernesto Mejía Sánchez, que percibió su voracidad lectora, su aventurero espíritu y sus dotes particulares […]. Tenía razón el amigo Mejía Sánchez: ha incursio­ nado desde entonces Marco Antonio Campos en mu­ chos géneros y mundos: la poesía, el epigrama, la crónica, el ensayo, el reportaje, el cuento y la novela. Ha traducido con temeridad confesada (como casi to­ dos nosotros, que somos mucho más viejos) a los ita­ lianos del siglo xiii y del xiv, igual que a los del xx; ha pulsado y padecido la cuerda irresistible de los pa­ dres franceses, y atendiendo el signo de su estirpe vio­ lenta (como él mismo lo dice en la contraportada de su Antología personal ), se ha dejado llevar, sobre to­ do, “utilizando la cuña de Nietzsche, por los libros es­ critos con sangre”. Pero también con generosidad se ha ocupado de hacerse cargo a fondo de lo que representa la literatura mexicana contemporánea, y a él se deben muchas páginas de entrevistas, ensayos críticos y testimonios de lo que ocurre en la poesía y en la prosa de esta segunda mitad del siglo en México, en América Latina y en España. […]. Bien merecidos los Villaurrutia para estos dos ma­ duros jóvenes escritores. [El Nacional, sección Cultura, 18 de febrero de 1993]


apremiantes del ahora, interrogándose, como en la ca­ lle Rideau de Ottawa, sobre los diversos sentidos o el no-sentido de la vida, imaginándo­se aun en Nueva York “la mise en scène de (su) sepelio absur­do” y com­ prometiéndose “rimbaudianamente” a “una aventura insostenible”. Porque las peregrinaciones del “vaga­ mun­do” (Cendrars habría envidiado este neo­logismo) —lejos, en efeto, de haberlo desviado de la poesía— acompañan o refuerzan en él una forma de me­lan­co­ lía, aun de desilusión, a la vez tierna y lúcida. Andariego de Américas y Europas, cómo no experimentaría in­ ten­sa, íntimamente, este desgarramiento del viajero exi­lia­do de su casa el puerto de la infancia, y que ya no puede im­plantarlo, apenas ima­ginarlo, cualquie­ ra que sea el sitio. A pesar de las con­nivencias que des­ cubre, la villa mediterránea o la ciudad centroeuropea seguirán sien­do sólo tierras prometidas: desde “Cefa­ lonia” contem­pla Ítaca, sueña acaso con una Penélo­ pe, pero no se embarca hacia allá, como él querría, y en Jerusalén no reside en la villa de la paz bíblica, sino en uno de los peores lugares de la gue­rrilla y de la in­ famia: la ciudad “color de arena y de miel” se “convi­ erte en infierno”. La “casa”, desde enton­ces, ¿se reducirá al “equipaje” y Penélope al rostro azul de una aeromo­ za? No así, pero se comprueba que el “país del cora­ zón” es, pues, el único sitio “para conti­nuar viviendo / en su país”. Queda para el vagamundo vivir sus contra­ dicciones, “libre como nadie y como la bestia simple”, fundido en sí mismo e indisoluble del viento, donde él se espera incesantemente. Ha desa­rrollado tantas raí­ ces en sí mismo que se convierte en un mundo en mo­ vimiento.

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Este poeta en marcha tiene la mirada perspicaz, de la corteza al corazón de las cosas. En el encantamien­ to de una isla egea, donde no cesa la fusión mítica de Afrodita y del mar, goza en concreto de la luz vibran­ te y de no sé qué frescura primordial: “la vida es her­ mosa como la isla / pero los desfiladeros la cercan”, y el poeta presiente bajo la armonía la amenaza, como aquella que también hacen pesar, desde 1990, “los muer­ tos en Währingerstrasse”, indefectiblemente alinea­ dos bajo el águila bicéfala para perpetuar y perpetrar el sueño de nuevo animado del drang nach Osten de la Austria imperialista. Pero es también cerca de Salz­ bur­go que, impresionado por la imagen casi chagallia­ na de un Cristo, quien caía “inclinado y azul desde el cie­lo azul” sobre los bosques y los lodos de Birkensied­ lung, donde Campos siente el mensaje de amor de Je­ sús: la figura personal y no la institución eclesiástica, simbo­liza la esperanza de una realidad iluminada de espi­r i­tualidad salvadora. Su combate fue primero del hom­bre, y en el hombre doliente se cumple su des­ tino; no son pues una casualidad los intensos poe­ mas trágicos escritos por Campos en 1995 y 1996 de los últimos momentos de lucha dramática de Van Gogh, Rimbaud y Trakl: a cada cual su hospital, su farmacia o su infierno. La rebeldía de Campos se interiorizó pero su humanismo tiende quizás, acaso más que an­ tes, a preservar al ser de los males incesantes que lo afligen, y a nutrir la esperanza de que un día, un día absolutamente imprevisto, en ninguna calle de Jerusalén podrá caminarse porque muchachas y muchachos jugarán en ellas. v

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amparo osorio

brevedades alrededor de un libro de marco antonio campos

S

e lee un poema y al hacerlo leemos el alma del poe­ta. Iniciamos el recorrido por las obsesiones y lú­dicas del autor. Vamos abriendo pliegues insos­pe­­ chados que nos permiten establecer los grandes puen­ tes de co­municación interior y entramos de esta forma implacable al despliegue de búsquedas que signifi­ quen nuestro tránsito por esos umbrales muchas ve­ ces her­méticos de la poesía. Bajo esta premisa de signo y lenguaje ocurrió mi pri­mer acercamiento a Marco Antonio Campos. Su nom­bre había sido resaltado en Sombras de obras, por Octavio Paz, cuando consagraba con su pluma a los ar­ tistas cuyos caminos literarios comenzaban a trazarse en el México de la segunda mitad del siglo xx. Más allá del referente histórico y de la lectura de va­ rios de los libros de este hijo de la Ciudad de Méxi­co, vino entonces el descubrimiento de ese diálogo asi­mé­ trico de Marco Antonio con las metáforas del arte, diálogo que nos va conduciendo a una inmensidad oceánica construida a través del verso, el relato, la mi­ nificción, la crónica, el ensayo y la traducción, suma de obras que son su equipaje capital y en las que re­

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salta de manera sobrecogedora una imponente con­ dición de sus afectos y una sutil melancolía enraizada en subjetividades simbólicas. Quizá aquí radica una de las claves interiores para que el poeta haya merecido un gran reconocimiento de la crítica universal, al ser consagrado como una de las grandes voces del México contemporáneo y su nom­bre haya ocupado innumerables veces el pano­ rama de las letras a través de reseñas, comentarios, alusio­nes crí­ticas y grandes premios literarios como los mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahual­ cóyotl (2005); el Casa de América (2005), otorgado en España por su libro Viernes en Jerusalén; la impo­si­ ción en 2004 de la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otor­gada por el gobierno de Chile, y el Antonio Machado, 2008, como reconocimiento a su poemario Aquellas cartas. Autor, entre otros, de los poemarios Muertos y dis­ fraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Mo­nó­ logos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005), y traduc­ tor de libros de Charles Baudelaire, Arthur Rim­baud, 


André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron, Gatien Lapointe, Um­berto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Unga­re­tti, Sal­ vatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kun­ze, Carlos Drummond de Andrade, Marco Antonio Campos es, en síntesis, una de las grandes voces del continente ame­ricano que nos otorga mediante su poética un ma­ pa de infinitos caminos para que ex­plo­remos con él las vertientes de la vida en un emociona­do itine­rario por las palabras. Leerlo es adentrarnos de manera profunda en los paisajes in­teriores del hombre, volver a la historia con­ tempo­rá­nea pero también atemporal de la belleza y la tra­ge­dia humanas, perpetuar un recorrido fascinan­ te de la mano de Eros y Thanatos, esas fuerzas instin­ tivas que nos ubican siempre en el asombro. Viajar, en sín­tesis, por su palabra de infatigable viajero a las pa­ trias del mundo. Su libro, El señor Mozart y un tren de brevedades, es quizá uno de esos grandes bosquejos de crónicas. Elaborado con una rica prosa poética que lo consti­ tuye en un oscilante paralelo entre la modernidad y el romanticismo, el poeta nos ubica de manera em­ble­ mática por sus agudas y fervientes dualidades, po­si­ bilitándonos con la lectura de estos textos el retorno a la remembranza de seres y lugares que han sido fun­ damentales en los escenarios del arte y que se convier­ ten aquí en hilo protagónico de su mirada interior. Bajo esta levedad esplendorosa iniciamos el viaje con Trenes europeos. Un viaje restallante engendrado de caminos y de ciudades. Una memoria provocado­ ra y provocativa que homenajea el paisaje y lo magni­ fi­ca con sus propias palabras: “anduve en caseríos y villas, ca­lle­jeé pueblos y ciudades, entré a fortalezas y casti­llos, erré praderas y bosques, ascendí montañas y colinas, caminé a la orilla de múltiples ríos y me mi­ré 

larga y reflexivamente en imágenes pretéritas en las aguas de los lagos […]”. Hemos partido entonces y vamos hacia ciudades que son encarnación de la nostalgia. La Florencia don­ de “resuenan en muros versos de Dante”, la Verona de Shakespeare y la Salzburgo de Trakl y de Mo­zart, ciu­ dades que Marco Antonio Campos postula para “que los muros de la ciudad sean páginas don­de, per­fec­ta­ mente repartidos, se lean los versos de una anto­logía del tiempo”. Esta antología del tiempo es cons­truida de la misma manera desde Brindisi, camino a Grecia. “Era como cum­plir imágenes de un sueño que de pronto em­pe­zaba a tomar forma. Grecia, repetía con leve dul­ zura, no sin alguna incredulidad de sentir que a la tar­ de si­guiente la conocería.” Y de súbito nos procura el primer gran asomo de nostalgia. La del forastero que no llega nun­ca a Ítaca porque nunca partió de allí. La del poeta que contempla desde el puerto de Sa­mi en la isla Cefalonia su itinerario inconcluso: “Cómo ol­vi­ dar desde en­tonces la luz del cielo que se confunde con la luz del mar, la lejana contemplación de Ítaca en­vuel­ ta en una niebla azul… la música griega que se alar­ ga como un lamento […]”, “El barco salió del ma­gro puer­to. El fo­rastero sólo vio por varios minutos, en éx­ tasis dulce y triste, la verde, largamente verde cos­ta de la pe­queña e inolvidable Ítaca.” Inmersos en la emoción llegamos a Verona. La de los Capuleto y los Montesco. La justamente magni­fi­ ca­da por Shakespeare en cuyo convento de San Fran­ cis­co del Corso está la cripta con los restos de Romeo y Julieta. La ciudad que contuvo la última noche de los amantes del amor. “Subí. Miré desde una ventana del último piso los techos de reja colorada de las casas, las torres medievales y las colinas color verde aceituna. Julieta, me dije, podía soñar sin dormir con esa vista de égloga virgiliana.” La Otra | abril-junio 2009


Hemos pasado por la Roma de los Francescos y nos dirigimos a la misteriosa Aviñón, para recorrer en su prosa la capilla de Santa Clara y fervorosamente reen­ contrar a Petrarca y a Laura. “Creo ver en los muros de­lineadas las figuras de Francesco y Laura aquel 6 de abril de 1327, ese día —me digo— cuando el poeta co­ menzó a conocer ’che quanto piace al mondo è bre­ve sogno.” En este fascinante tejido de cielos claros impregna­ dos de golondrinas o de bosques brumosos vimos los crepúsculos de Arles en las orillas del Ródano con la evocación de Monet y conocimos los “Árboles ma­ cizos para contraponer al mistral furioso, que parece reunir en instantes a los 32 vientos.” Nos adentramos a la mítica Nimes, exótica ciudad de Francia, donde nace una de las páginas de más al­ ta concreción poética de este libro:

es decir, es como si estuviera enterrado ‘bajo’ los colo­ res, texturas y círculos de una de las turbadoras pin­ turas que llevó a cabo en los dos últimos meses de su lenta tragedia”. Una Sarajevo de ceniza y tristeza aparece ante nues­ tra mirada con los innumerables estallidos de sus bom­ bas y la rapaz muerte acallando a la juventud y a la adolescencia: “Al mirarte siento una vergüenza do­ble: porque no soy el muerto y porque llevo en mí los años que podías haber vivido.” Ciudades de Austria, calles de Yemen que vieron los furtivos pasos de Rimbaud camino a Harrar tras un sol que desentumiera sus huesos. Estaciones de tren donde Kafka recibe al forastero. Callejuelas de Mont­ martre que vieron a Apollinaire y a Braque partir ha­ cia la guerra. Páginas en fin, donde se palpa el espíritu de Borges o en las que podríamos concitar a Cavafis y a Va­léry para contemplar a Brueghel o a Diego Rive­ ra, porque el forastero nos regala también con estos textos esas fantásticas posibilidades que nos hacen cómplices de su lúdica. Mapas que contienen relatos singulares, como el monólogo de los girasoles en abril: “El forastero nos

Recorrimos bajo la lluvia de Auvres la doble tumba donde reposan los restos de Théo y Vincent van Gogh. Contemplamos ese cementerio alrededor del cual “se prolongan los campos de trigo y se perfilan en azules traslúcidos los cerros lejanos que él pintó en sus lienzos, marco antonio campos | todos los días del poeta

© josé ángel leyva

El forastero entró a la iglesia de Saint-Paul. En la pe­ numbra sólo se distin­guía una vela encendi­da. Una. Sin esa vela el mundo viviría en la oscuridad. Es un alivio, como ese alivio que sentía en Austria, cuando luego de varios días de lluvia y de niebla surgía una línea de luz. A veces uno necesita al menos una gota de luz. Una go­ta de luz pa­ra bebérsela. Un poco de mú­ sica a gotas, aunque sea triste, para que el bálsamo es­ pese en el co­ra­zón y en el alma, sabiendo que el mundo está siempre por descu­brirse, pero que a veces una co­ sa pequeña, pequeñí­sima, en el instante justo, es una casa para el corazón, una insignificancia, a la postre más fecunda que todo el mundo por descubrirse. Una. Una sola.

Con Carlos Montemayor, Elsa Cross y Evodio Escalante | México, 2007.




veía en las praderas y campos de Salzkammergut o ilu­minando las lindes alpinas. Contemplaba nuestra joven lozanía y era incapaz de cortarnos. Desde en­ tonces aprendió con los ojos lo que el muchacho de Braban­te miró en las praderas y campos de la delica­ da Pro­venza, y lo que vieron después Klimt y Schiele en los cuadros del muchacho de Brabante.” Ventanas mexicanas que traen la nostalgia de la in­ fancia: “Cada mañana, cuando visito Aguascalientes, la ciudad donde vivió y se casó mi madre, encamino mis pasos hacia el jardín sombreado de El Encino, don­de al costado norte se yergue la hospitalaria igle­ sia…” Campanas de Morelia que evocan torbellinos de amo­res idos y una estampa de la vieja candelaria de Bo­gotá, donde rememora la triste historia de los amo­ res imposibles de nuestro poeta suicida José Asunción Sil­va y su hermana Elvira. “Por su larga herida a lo lar­ go de la tierra, a veces llego a amar a Colombia como amo a México.” Hemos remontado ciudades y colinas. Bos­ques don­ de el espíritu de Trakl se perpetúa en la quietud de los árboles. Paisajes que son un poe­ma aun con su mis­ tral enfurecido, calles que contienen el indeleble paso del tiempo, pero también el espíritu con el que res­ plandecieron en ellas las huellas de sus antiguos mo­ radores. Entre lo sublime, lo sagrado y lo profano re­co­rri­ mos cementerios y tumbas; criptas y ca­tedrales, igle­ sitas y capillas diseminadas por el mundo, algunas veces abiertas y profundas como el misterioso silencio de una vela. Estuvimos en archipiélagos lejanos con­ templan­do cie­los tachonados de estrellas. Remonta­ mos ríos en “Embarcaciones vacilantes”. Hicimos el camino del tri­go. Volvimos sobre las metáforas del li­ bro de viaje de la vida que no es otra cosa que recorrer éste y todos los senderos. 

Y suspendemos aquí este viaje. No es un final. Es la lectura de un libro que son muchos libros. Es haber en­trado a una memoria herida y dulce por la que sin cesar sentimos pasos que recorren otros pasos con la apretada pesadumbre del recuerdo. Es su legado que nos hará pretender estar infinitamente de ida o de re­ greso. Es, en definitiva, la comprobación es­plendorosa de haber asistido al vértigo de su escri­tu­ra, al vórtice donde se juntan los caminos del hombre y se trazan las líneas del poeta. De Marco Antonio Cam­pos. Sí. De ese Fo­rastero que nos queda debiendo nue­vas breveda­ des y esa “gota de luz” que siempre ha­ce que lleguen sus palabras en las alas rumorosas de las golondrinas que vuelan a las ciudades del alma. v hojas de los años roger munier

De usted mismo (de mi viaje a México), he traído sin duda lo mejor en esta preciosa recolección Hojas de los años. Acabo de terminar su lectura. Bajo la músi­ ca aún de este canto límpido y melancólico atravesa­ do por un gran aliento: ¿Soy —¿no he sido?— ese muerto, ese dios, ese sueño que he vivido siendo Campos? En el fondo, este libro es el de su identidad, cues­tio­na­da infatigablemente. Siento que, para mejor conocerlo, tendré con frecuencia que volver a él. Me acompaña. Usted me acompaña en él. Sea feliz. No se atormente demasiado. Tiene todo para ser feliz, para tomar los términos de ese bello poema “Destinée”. Esa fragilidad en us­ted, ese sus­ penso, me atraen mucho. Me afirman su profunda verdad. [Carta del 24 de octubre de 1986]

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alfredo fressia

todos los días del poeta sólo viernes en jerusalén, de marco antonio campos

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os viernes son días de descanso y reflexión para los musulmanes, una especie de receso que se siente en el aire, en los ruidos y en los silencios, en las actitudes de una parte del pueblo de Jerusalén. Sin embargo, para un cristiano, pasar un viernes justa­ mente en Jerusa­lén tiene también un significado es­ pecial: el recuerdo del Viernes Santo. Un viernes y bajo un eclipse murió Jesús de Nazaret en una colina si­ tuada al lado de la ciudad. Es el día del dolor, del que sólo nos redimiremos tres días después, con la Resu­ rrección. En 2005 Marco Antonio Campos (Ciudad de Méxi­ co, 1949) publicó su libro Viernes en Je­ru­salén. Fue una edición española (Visor Libros, Madrid) y había gana­ do el V Premio Casa de América de Poesía Americana. El autor sitúa los poemas entre 1997 y 2004, es decir, alrededor de su medio siglo de vida. Lo hace casi como en un subtítulo, y de hecho, muchos de los trein­ta y cinco poemas están especialmente fechados. Es que el tema de este Viernes… es el tiem­po, única realidad en la que se sitúa la existencia humana. El resto —car­ ne, huesos, alma— son sólo frutos del tiempo. marco antonio campos | todos los días del poeta

Por otro lado, Campos es un cristiano. Creyentes o no, en occidente somos siempre judeo­cristanos. Y es un católico, no puede evitarlo. De manera implícita o no, los poemas hablan de pa­raíso, de purgatorio (“mi destino no es ni cielo ni infierno”), de infierno. Lle­ gado a la edad madura, a los cincuenta años, Campos reflexiona sobre el tiempo en esa especie de suspen­ sión que es un viernes en la ciudad santa del título (y del poema que da título al libro). La primera persona en la poesía de Marco Antonio Campos es Marco Antonio Campos. Es claro que, pa­ra él, literatura y vida deben correr juntas, se trata de una información éti­ca ineludible. Por eso la prime­ra perso­ na siente que debe hablar de sí, de su pasado (hasta de sus antepasados), de su pasaje por el mun­do, esa na­ vegación que es cada vida humana. Por eso la poe­sía de Marco Antonio tiende al relato. Por ejemplo, nos cuen­ ta una infancia y una adolescencia vistas “por dentro”, desde el niño y el adolescente, pero también desde el hombre maduro que recuerda. Recuerdo y re­flexión, juntos como el arte y la vida. El relato continúa y avanza hacia los viajes por el 


planeta de ese hombre y ese poeta cosmopolitas que son uno solo. O tal vez Campos sea el hombre, el que revive la especie y esa aventura conocida y enig­ mática del crecer, internarse en el viaje del mundo y llegar al mismo extravío antes de la pérdida última. Y tal vez Marco Antonio sea el poeta, el que pone el grano de sal en la medusa, el irrepetible, sin el cual el relato carecería de interés. Porque efectivamente ese relato no acaba con la infancia; vendrán ese misterio, amado e instigador llamado México, y esos desplazamientos por el mun­ do, tan de la biografía de Cam­pos, que muchas veces se reencuentra a sí mismo en Europa, en Quebec, en Medio Oriente, en América del Sur. Y cabrá a Marco Antonio, el poeta, reflexionar sobre ellos. Al polígrafo Campos, cuando es crítico, ensayista, conferencista, le gusta contar anécdotas, flashes de vida que a veces nos dan un retrato “flagrado” de un poeta (recuerdo anéc­dotas suyas relatadas en La Jornada o en la revis­ ta Alforja, sobre cómo conoció a José Emilio Pacheco, o de cierta lectura junto a Eduardo Lizalde, o sus re­ cuerdos de Isla Negra en una charla frente al público de Morelia). Campos cree que esas narrativas sirven para situar mejor al poeta abordado, o lo aproximan al lector, digamos. Algo parecido hace Marco Antonio, el poeta. Refle­ xiona sobre su edad, o sobre el paso del tiempo y la fu­ gacidad de la vida, o sobre el dolor de la pérdida (que todo esto tiene un mismo fondo existencial y un mis­ mo historial poético), y sitúa su reflexión junto a un lugar revisita­do, un lugar conocido en otros tiempos y que el poeta reencuentra ahora. Todo un tópico. En esos casos, Marco Antonio nos recuerda a los poetas alemanes que el políglota Campos conoce bien, y se nota que ha bebido en ellos. Porque ocurre que Mar­ co Antonio es un ro­mántico, y lo es sin vergüenza de 

serlo. A veces siente pudor y construye la primera persona con un valor más —a saber, la modestia— y dice: “que en poesía, salvo un ramo / de poetas cada siglo, los demás debemos resignarnos / para ser los lacayos que conducen el carro de los grandes”. No es una captatio benevolentiae (incluso esos versos están colocados hacia el fin del libro); en cambio, es un he­ cho que Marco Antonio es un poeta latinoamericano, y muy “representativo”, por eso es un mestizo estéti­ co. Puede hablar así, vallejianamente, “con la piedra ontológica en el alma”, descarnado, y no vacilar fren­te a una detallada narrativa ro­mántica. En todo caso, ne­ cesita situarse a orillas de tal río, al lado de tal o cual puente, sea en Arles, París, Chile, las Rocallosas, Fila­ delfia, Buenos Aires, Galilea, Montreal. Es decir, son los lugares los que desencadenan el discurso del poe­ ta incluso cuando son lugares “litera­rios”, no los de Campos sino los de Marco Antonio, como la misma Ítaca de Ulises. Ítaca es un locus de este Viernes situa­ do sin embargo en Oriente y en otro mithos literario. Pero Marco Antonio no sería un poeta latinoamerica­ no si no experimentara con la mezcla, si no juntara la tradición grecizante con la posibilidad de hacer viajar a Ulises en un Viernes jero­so­li­mitano. Es que si el to­ pos en cuestión es el de la vida como una navega­ción (y la muerte, el puerto), Ítaca es, en Marco Antonio, la plenitud, tal vez la infancia, o más, una Edad de Oro irrecuperable de la que acaso sólo haya atisbos pla­tó­ nicos en la poesía, una era anterior a su historia per­ sonal y poética (encajadas ésas como el cuerpo y el alma cristianos): Con dos barcelonesas en las noches cenaba cordero y ensalada, mal gustaba del vino de resina, y decía que sí, con seguridad decía que al día siguiente me embarcaría hacia Ítaca: me esperaba el barco La Otra | abril-junio 2009


en el que iría a la isla que era el final de la navegación. La isla donde pensaba llegar. La isla donde siempre pensé llegar. Pero al alba siguiente posponía el viaje para el alba siguiente y al alba siguiente […] [“Cefalonia”]

Para el lector no hay mejor retrato de todo Marco An­ tonio, el poeta. La anécdota (las barce­lonesas, la cena) en un primer plano, el descubrir que esa anécdota po­ día tener otro nivel de significado y revelar otra verdad —¿las sirenas?, ¿ese cordero y ese vino cristia­nos?—, la imposible llegada a Ítaca y un grano de culpa, en es­te hombre que se define “un sujeto como yo, sujeto siempre / a la culpa y a la Culpa” (“Mi casa quemada”). Más bien, si el poeta se si­túa en “paraísos sin luz”, infiernos por la litote, o en “paraísos mínimos”, es por­ que sabe que la navegación va siempre en sentido con­ trario al de la felicidad, al tiempo de la unidad primera y prístina del ser y el mundo, y “sin regresar jamás a Ítaca”, es “un hombre con el corazón partido”. Marco Antonio quiere poner orden en el caos (la palabra es suya). Reflexiona para ordenar sus ideas, busca la hierba curativa en este “jardín emponzoñado”. De ahí surge ese orden (¿excesivo?, ¿cartesiano?) que dio a su poemario. Como en las narrativas, los prime­ ros poe­mas abordaron los antepasados, la casa de la infancia, la juventud, después el mundo y sus in­cer­ti­ dumbres (“la duda”, de que también somos he­chos), para terminar (la narrativa implícita, no las resonan­ cias de ese “viaje”) con una meditación sobre la propia poesía, materia medular de un poeta consciente de ser­ lo, autor de una escritura que se sabe y se piensa escri­ tura; obra, en fin, de un poeta que somete el vuelo de la inspiración a la vigilancia de la inteligencia. Rinde homenaje primero a tres poetas: los mexica­ nos Manuel Acuña, de romántico a ro­mántico, José marco antonio campos | todos los días del poeta

Carlos Becerra, otro viajero, y el español Claudio Ro­ dríguez. Detalle: Marco Antonio es implacable con los críticos —los de mala fe, se entiende—. Quien conoce a Cam­pos sabe que es un hombre temperamental, y el poeta heredó del hombre ese arrebato. Es que, hay que decirlo, Campos tiene un vasto trabajo justamente co­ mo crítico, como organi­zador de un prestigioso festi­ val anual de poesía, como ensayista. Y es verdad que todo esto puede haber opacado algunas veces el acce­ so a la estética del poeta. Es probable que exis­tan los que le temen, los que lo adulan porque esperan una crítica benevolente o una invita­ción a un festival, di­ go yo, o los que lo detestan por no haber obtenido ninguno de los favores que se suelen esperar de quien ejerce una parcela, por menor que sea, del “poder lite­ rario”. Es lo que debe explicar el arrobo del poeta con­ tra cierta “monserga” crítica. Pero más angustiante es su pregunta sobre si valió la pena. El poeta sabe que la práctica de la poesía es, por así decirlo, una forma de monacato, en el sentido que exige sacrificios pa­recidos a los del monje y, co­ mo un santo espantado por el terror de perder la fe y entender entonces que ha desperdiciado su vida, se pre­gunta: “[…] ¿valió la pena el sacrificio, valió la pe­ na aban­donar / la apuesta de la acción para entregar­ le la vida a la inutilidad de la poesía?” Es la interrogación con la que se cierra este libro del viaje y la incertidum­ bre, esta meditación de un Viernes en tierra de un Dios, es decir, la que se acompaña todos los días del dolor de un hom­bre. La poesía fue más que la bitá­ cora de un via­je, intervino en él, lo modificó. El poe­ ta no responde. Lo hace el lector, cada vez que llega al últi­mo poema. v

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marco antonio campos

aquellas cartas premio del tren 2008 antonio machado, españa

El ayer llega en el hoy que saluda ya el mañana. El mirlo cantaba en el haya a la hora del degüello. Era fines del ’72. Yo atravesaba en tren Europa occidental, o caminaba, por saber adónde, un sinnúmero de calles, y en cuerpos ondulados de jóvenes tenues, o en la delgadez del aire en la rama de los castaños, o en reflejos, que creaban imágenes, en aguas del Tajo, del Arno o del Danubio, la creía ver, y ella lejos, en mí, en Ciudad de México, con sus clarísimos 19 años, regresaba en verde o azul, para luego irse y regresar e irse en el ayer que hoy llega para hablar mañana. Era fines del ‘72, y yo no sabía que el mirlo cantaría para mí a la hora del degüello. Ella hablaba de amor en mí, por mí, de mí, pidiéndome que le enviara más cartas, que guardaba —eso decía— en el color de los geranios sobre los muros de su casa en el barrio de San Ángel, sabiéndola diciembre que era de otro, pero yo le escribía cartas y cartas en el compartimiento del tren de una estación a otra, bebiéndome milímetro a milímetro la morenía de su cuerpo como antes, sin saber que la tinta se borraba como el color de los geranios en el muro de su casa. Pero al evocar ese ayer convertido en un hoy que es ya mañana, sin escribir ya cartas entre una estación y otra, me parece que aún oigo la canción del mirlo a la hora del degüello. 

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carlos maciel sánchez

senderos, veredas y caminos

Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes, polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres, dime, cántaro roto caído en el polvo, dime. ¿La luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre, hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra, hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa? octavio paz, El cántaro roto

C

omo el fragmento anterior es la obra de Guadalupe Castro —Lopus Diarakato—, una obra sin tiempo, un recorrido an­ cestral de choques cultu­rales, de mestizaje profundo; un renacer cons­tante en el que descarnados y vivos se dan la mano, encuentros brutales de los que brotará la chispa, la llama que inflamará la ima­ ginación y la conciencia. Porque el camino que Diarakato se ha trazado es un ir tomando conciencia a cada paso de su condición de artista —caprichoso, de tono subido a veces— y de su propuesta estética y pictórica que in­ tenta (con éxito, por cierto) conciliar lo primitivo que tiene el arte en sí, especialmente el prehispánico, y la contemporanei­dad de las vanguardias pictóricas, con sus banalida­des y superficialidades sin artes plásticas | lopus diarakato

fotografía de la obra de lopus diarakato © jesús garcía

las parafernalias del alma de lopus diarakato


asideros. Acaso por esto la importancia de las propuestas de Lopus Diarakato, capaces de fundir en un todo las líneas y rasgos estéticos más profundos, la atmósfera primigenia del arte prehispánico con la expresión y lenguaje del arte moder­no, mas aún de las vanguardias. La búsqueda ha sido larga. Los sende­ros por los que Lopus ha transitado han sido complej­os, y en to­dos la versatilidad y la certidumbre lo han definido. Pintor académico en sus inicios, más tarde figurativo-animalista, discípulo de Leonel Maciel y cercano a su obra, transita más tarde por una suerte de puntillismo abstracto para recorrer despreocupado por lo sin for­ma del abstraccionismo. En Sinaloa, desde los seten­ta del siglo pasado, mucho antes de que el arte conceptual tardíamente se pusiera de moda, Guadalupe Castro ya experimentaba, asombrando y asustando a veces a sus coterráneos. Vendrá luego la búsqueda de lo más íntimo, de lo estrictamente par­ ticular, la profundi­za­ción en la cultura local, la de Aztlán o la de Mabari (pu­diera replicar Jesús Mazo Najar). Es entonces cuan­do Lopus resucita y reinventa lo que él denomina la plás­tica neo-aztatlana, en la que se mueve como pez en el agua. El estilo se ha vuelto propio, las influencias pic­tóricas y culturales han sido asimiladas y el artista, co­mo dijera Boris Pasternak, es­ carba y busca en sí mismo para encontrar al final su propia esencia y la de su pue­blo. La obra de Lopus Diarakato es un canto a la vida y a la esperanza. Lo primero que el espectador encuen­tra en sus motivos zoomorfos —tal vez fuera mejor decir zoohumanos, o mejor aún, zoohumanovegeta­les— es una naturaleza deslumbran­te en la que tallos, hojas y flores cobran movimiento y hasta conciencia. En esta parazoofilia de Lopus los animales son angeli­cales criaturas que no tienen las lu­juriosas y a veces ma­lévolas intenciones de los anima­litos chile-parados de Toledo. Los íncubos de Lopus, contra su propia naturaleza, son castos, recatados, so­lidarios y seguramente muy decentes. La búsqueda del artista, sin embargo, no es sólo ha­cia el fo­llaje, sino también hacia la raíz, por lo que el viaje, como en las culturas ancestrales, llevará el obli­gado acompañamiento de la muerte. Pero la muerte ya no con la carga del terror primigenio, sino como la 

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pro­puesta estética del que intenta —y a veces logra— en­contrar los vínculos con la vida. Como dijera Oc­ta­ vio Paz, soñar “hacia la fuente, mas allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las fuen­tes del bau­ tismo”, echar abajo las paredes entre el hom­bre y el hombre, “juntar de nuevo lo que fue separado, vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas”. Acaso por todo esto la obra de Lopus Diarakato es una constante recu­ rrencia a Eros y Tha­na­tos, principio y final, vida y muerte. Si de técnicas se trata, habrá que decir que ningu­ na le ha sido ajena; acuarela, acrílico, tinta, pastel, óleo, carbón, prácticamente todas se han puesto a las órdenes de Diarakato. Tampoco ha ha­bi­do materia­ les que hayan escapado a sus bo­rras­co­sos ímpetus creadores: desde la humilde y morena arci­lla hasta la brillante y nívea blancura de la tela, desde el du­ro y enhiesto madero hasta el sumiso y mancilla­do triplay, desde la avinagrada y fría lámina hasta los artes plásticas | lopus diarakato

res­pingones y atormentadores guacha­po­res,1 desde el papel aterciopelado y cálido hasta la roca dura y reacia al paso de los siglos. Es decir, casi nada sobre lo que se puede cifrar un mensaje, marcar una línea o reproducir una imagen ha quedado a salvo de las temeridades con reminiscencias prehispánicas de Lopus Diarakato. Actualmente, Lopus crea y sueña en un idilio di­ gámoslo casi salvaje con la naturaleza, en su hermo­ so taller de verde, luz y polvo o charco, según sea la estación del año en Sinaloa. Ahí maquina la mate­ rialización de la idea; ahí arma sus novedosas ins­ talaciones recurriendo a lo que la naturaleza le prodiga; ahí innova con el guayabo, con huesos de delfines, con espinas de cuatete o dientes de tin­ torera; ahí recurre al uso insólito de los artificios del hombre: corcholatas, tornillos, clavos, fierros oxi­ dados y aun con las ya pasadas de moda bacinicas. 1

Se les conoce también como abrojos.

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Ahí, en ese hermoso edén que tiene por jardín, da tormento a un sinnúmero de nopales vanidosos, los cuales, para aumentar la belleza que por fuerza hidráulica les da su savia, han permitido resignados las torturas estéticas a las que los somete el malévolo instinto creador del maestro Diarakato, para, según ellos, ser más como Dios y menos como planta. Hoy en día, entre los críticos de arte predomina la idea de que en estos tiempos posmodernos la originalidad y los lenguajes propios carecen de im­ portancia, y le otorgan valor casi exclusivamente a lo que de forma pomposa han dado en denominar arte, lenguaje o propuestas contemporáneas, rela­ cionado esto a las propuestas visuales que imperan en Estados Unidos o en Europa. Sin embargo, los trabajos que Lopus presenta en este número de La Otra están dentro de estas tendencias vanguardista y conceptuales que predominan en el mundo del arte actual, tal vez con el único defecto de ser origi­ nales y no sufrir del adocenamiento que caracteriza a la mayoría de las nuevas propuestas, en las que sin la firma es casi imposible distinguir la materni­ dad o paternidad de la obra. Hasta ahora nadie en México había tenido el buen tino de intervenir la naturaleza y las formas de una planta como el nopal, cuyos atributos no sólo atañen al mundo de la gastronomía mexicana, sino que el vegetal en sí mismo tiene una conocida re­ presentación simbólica, alegoría por excelencia de la patria, la base misma sobre la que se fraguó el nacimiento de la nación. Nopalimia es la más reciente de las experiencias creadoras de Guadalupe Castro, en la que el nopal es la materia prima por excelencia que le permite al artista crear esculturas vegetales efímeras que duran de dos a tres años. 

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El proceso puede parecer sencillo, pero requiere de paciencia de santo y fe de carbonero, lo que le permite el artista manipular la forma de la planta utilizando el calado y esgrafiado para lograr diversas formas que cambian a medida que la planta crece. El artista confiesa que la idea de Nopalimia nació de manera fortuita. Cierta vez, al igual que en la canción, miró un nombre grabado en una penca de nopal y un agujero que alguien hizo con una piedra. Ahí descubrió que “el nopal, siendo una planta tan mexicana, humilde y áspera, como toda planta de­ sértica, tiene la gran cualidad de regenerar sus heri­ das y, de una u otra manera, prestarse para ser manipulada”.2 Las esculturas de nopal pueden llegar a medir hasta dos metros, aunque lo importante es, como lo señala el autor, la forma de expresión que se en­ cuentra en la planta misma. “Este vegetal, además de ser alimento y encontrarse en la bandera nacio­ nal, puede ser una obra de arte.”3 Lopus considera que está aportando una nueva forma de creación plástica que permite disfrutar de la forma capricho­ sa que, a veces de manera espontánea, otras pensa­ da, logra imprimir al vegetal. Con Nopalimia, “Lopus rinde tributo a su tierra, al nopal, sublimándolo y otorgándole un valor agre­ gado a un producto, a un ser viviente característico de nuestra vida, de nuestro entorno natural y de nuestra cultura. La intervención que efectúa en los nopales les otorga un nuevo significado: los geo­me­ trismos, las líneas oblicuas que cruzan las plantas,

2 Entrevista realizada por Azucena Manjárrez, La Sinaloa, municipio de Culiacán, Sinaloa, 23 de junio de 2005. 3 Idem.

artes plásticas | lopus diarakato

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los resignifica y los ubica en la frontera entre lo fi­ gurativo y lo abstracto”.4 La búsqueda, el cruce incesante de caminos, los senderos que se bifurcan, así como el choque y la yuxtaposición de una cultura y otra, así como el en­ cuentro brutal de lo indígena, lo negro y lo europeo, han hecho brotar la luz, la nueva palabra, el manan­ tial del que brota el agua y el sitio donde crece el ár­ bol frondoso del arte de Lopus Diarakato. v

4 Nopalimia 2. Serie Jades & esmeraldas, Difocur, Instituto Sinaloense de la Cultura, México, p. 6.

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artes plásticas | lopus diarakato

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luis armenta malpica

cuerpo + después [fragmentos]

Solo de paramnesia No he soñado. Pero a diario lo veo porque si ya no escribo bajo mi corazón voy a un dolor de todo y la memoria excede mis intentos de viaje . Para recrear la infancia recurro a una mentira que me ha gustado siempre: leer como si fueran míos los secretos que refleja la vida cuando crezco de espaldas . Estudio g tengo vista cansada f a quien le doy razón en versos suprimidos <<<<<<< cargo la muerte a plazos >>>>>>> y en otros que confirmo como si la existencia demandara pulirse mano a día . Su madre es la lectura de otra mujer el padre nos acerca

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en una luz suicida que renace los ojos cada que cierro el cuerpo . No lo he soñado a ciegas ni sé si habrá llegado como alucinación o son los cuarenta años . Ni por esa punzada desheredo mi vida de sus contradicciones . Silba la voz y a soplo y sus raíces acomodo el instinto que desviste mi cama . Miro en la desnudez lo que el espejo cubre si un beso no bastara como voluntad última . Esto es lo que recuerdo y no aparece en la tinta que el alma a cada sorbo por decir cada tanto se enjuaga con un perdón de peces 


.Vía Láctea a Jorge Souza

Éste es mi cuerpo que será derramado por ustedes y por todos los hombres para la conclusión de los pecados. En vasija de sangre se levanta y descubre ante las bocas ávidas. Tarda la mano desliza cada gota entre sus pliegues. Palpa los tegumentos, la endurecida vena que conoce tu nombre detrás de la saliva. Crucificas tus dedos en mi carne. Clavas los labios en la pureza expuesta por la pequeña muerte desciendes y te encumbras hasta que todo acaba. Ya eres hijo del hambre. (Debí decir del hombre.)

que persiguió sus vidas como se mira un libro en el estante. Y al instante una revelación: de aquellos dos [ii] ninguno recordaba el cardenal desde su propia espalda. Era una nuca ajena la que creían mojar sobre un sudario viejo. Su diaria comunión los hizo blanco de un odio purpurado advenedizo oculto. De penitencia, el hambre. El hombre, por convicción después mucho después.

* * Hubo un antes de amor para los hombres en lo más legionario y venéreo de la carne [i] después fiebre ulterior los otros verían el orfanato 

Éste sería tu cuerpo si vivieras: cáliz que en Dios derramo para ese pan que soy. La Otra | abril-junio 2009


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blanca álvarez caballero

esas mujeres

i Noches en que la prostituta se entrega al hombre, de verdad, y en vez de darle la cicuta le da miel de su soledad xavier villaurrutia

Esas mujeres miel amarga, miel estrambótica, agridulce. Esas mujeres que tienen en los labios cicatrices y en la frente una etiqueta. Las mujeres sin hijos, sin Navidad con los abuelos. Ocultas en su cueva: palacio perfumado. Espían tras la ventana la llegada de un hombre pasajero. Las que venden sonrisas con escotes y púrpura en la boca. Las que toman el sol aisladas en la arena Y regresan del brazo de Ulises con corbata. Las que fuman en bares con el cabello despeinado. Las que suben y bajan; son horizonte, mar con luna. Son la copa en la mano; los dedos de su amante entre las piernas. Las visitadas. Las que no deben visitar. Las que saben la piel del hombre hasta su más recóndito orificio. miscelánea

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Las del pasado silencioso; las huellas en la noche lacerante. Las de senos enormes y vientre diminuto. Las majas, Venus, Siempre Circe.

ii Yo soy de esas mujeres que prenden cigarrillos con la colilla de otros. De las que toman seis cafés en restaurantes solitarios. De las que visten minifalda en todas las épocas del año. Yo soy de esas mujeres que gozan la hojarasca de los parques Donde no juegan más los niños. De las mujeres que fornican con la puerta bien cerrada, Luego lavan su cuerpo y recogen oscuras envolturas. De las que beben ron con la vecina a las seis de la mañana cada noche. De las mujeres sin arraigo por su noche, cuya única divisa es ser el viento: Nadie en su barco que viene por tres horas. Yo soy de esas mujeres ahorcadas por su oficio. De las que no saben del clima ni de platillos fuertes. De las que no tienen edad ni casa con ventanas a la calle. De las que oyen el mar tan sólo en los corales. De las que son el más furtivo y placentero de todos los regalos: el instante, nuestro olvido.

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michelle cahill

dos poemas*

Traducciones de Mario Licón Cabrera

La libertad en Box Head** La marea estaba alta & yo sabía que podría encontrarlos, espinas suturando al mar, delfines clavándose como patos luego surfeando las olas en formacion paralela. ¿ Cómo es que nos dejamos engañar tanto en nuestras vidas? El tiempo se traga los insultos, las púas que digerimos, retracción y cicatriz. Aún así el mismo peñasco me penetra con su belleza erosionada, el promontorio apuntando hacia el Pacífico, ruidoso ahora como un camino festivo. No puedo igualar la rapidez visual de las golondrinas. alondras maniqueas me espían desde sus perchas y saben de mi juego. Las banksias me peinan, desintoxicando mis pensamientos con sus hojas de cera. * Del libro The accidental cage (Interactive Press, 2006). **Península de la costa al norte de Sydney.

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Abajo, en las rocas, la caligrafía de la espuma chisporrotea bajo el sol. Olas vigorosas me brindan tolerancia. Cruzo los charcos verdes, las esporas que los pescadores desechan. Pienso en esas gaviotas en aguas ricas en salmón. Uno bien puede perder una pierna al arriesgarse a jugar el precio de la libertad.

Sobrevivencia (en subtítulos) Muchacha de boca suave, molusco de la cripta marina los años te cambian, vuelven ásperos tus huesos. Tu revuelto pelo es jaloneado, vuelan mechones arrancados como fragmentos de blasfemias en una lengua extraña. Tristes preludios flotan en tus ojos tan honestos. Pueblos fronterizos, el inn enrarecido con formol lanzado desde un brilloso mar de muertos: los niños eran sobrepeso para una barcaza sobrepoblada. Las hambrunas quedaron atrás, tu esposo decapitado. (¿Fue por crímenes de guerra? ¿Adulterio electrónico?) Ciudades en llamas. Bloggers dementes & robots bizcos. Dinos en tu propio idioma qué fue lo que pasó.

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andrés ramírez

aquí todo huele a pólvora [fragmentos]

vierte el magma en sí, deja caer un pedazo más de esa abulia, la desintoxicación creativa quema como quema la garganta arde como fuego silencioso devasta, siega, extingue venga el fuego, venga la belleza, venga el vinagre de la desesperación: nada será como la paz moribunda el vacío del corazón, quieto y exhausto, que deslava la memoria la llama imperturbable.

*

----------------------------------------vesubio en mi casa dice su nombre miscelánea




gordo es, sangre es, histérico grita un iwikkkkkkkkkkkkkkk que detiene el corazón ardiente cae como un ave y corrompe su vida sin asco ni gloria, salvo ese hermetismo (hedonismo) nato, esa vulgar pena de sentirse vulnerablemente desgastado, extinguido por tanta marrullería cotidiana un silencio soso inunda esta ciencia sobreviviente: la raza humana y vuelve en sí, vesubio, muerto viviente, el genio dormido.

*

--------------------------------no tv, dear (sin tv)

la olvidaré no me importa haberla perdido ni me interesaba su estúpida necedad su incansable desvarío que ordena y da sentido al tonto juego que han inventado y nos divierte por igual

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másmenos interesados, másmenos aburridos pensamos eso y más, día tras día, sin saber cómo nos volvimos autistas deformes andantes reyes de ninguna colina ni la tv, mi más querida, mi aparato más fiel, puede interponerse en el camino: es un regreso fastuoso al mundo del azar

*

....................... . ............. ..........

. ............................... ... ..... ..

mi cabeza λ,μ dónde está lo que reconoce el disturbio eso que late en la frontera irreconocible entre ir venir y darse imágenes, luz, palabra vagos presagios no se detiene nunca: sólo pensar sólo palabra eléctrica deshace mi garganta: baja ahí hay un rincón un rincón donde se está solo.

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marco tulio lailson

pájaros y poemas para laura

Porque el amor que vence al tiempo no puede estar si no a cubierto del espacio francisco luis bernárdez

i Puedo entrar a la tristeza por este lado de la lluvia, en agua clara la distancia seguir de largo improvisar confines parodias de otros vuelos y el otoño creciendo en la memoria. (Digo sencillamente que te extraño, que tengo el corazón en la osamenta, en la estatura exacta de mi calcio). Puedo también entrado en nube y en el amplio vuelo de los días dibujar contornos, horizontes de tu frente cuando el sol abre los brazos y despliega su manto blanco blanco. 

Puedo salir de los torrentes con banderas, con una melodía bajo el brazo, y en las primeras líneas de tus labios madrugadas sentir perfiles que se quiebran tu cintura. Llegando al fin de lo que puedo alargo sílabas de sal en esta carta abierta en claridades de tu vientre, con tintas que se agotan en violetas, y ya tan sólo insisto que te amo. ii Digo distancia y alumbra la memoria atardeceres, calles vacías del insomnio, esquinas donde el frío y la costumbre de guarecerme en cuartos soledades se dibujan como lluvia que germina en madrugadas. La Otra | abril-junio 2009


También tu frente amanece y en lejanía abierta clara como clamor de pájaros que anidan en tu seno, alas en el viento y en tus labios la palabra exacta anuncia amaneceres.

dueña de horizontes litorales, dame en trozo de paz, un manto que cobije cicatrices y deja que me duerma en el silencio abierto y sosegado de tu nombre.

Profunda de los días claros, la nostalgia dibuja su trazo entre la niebla y en tu pecho la luna madura y resplandece : fruto de luz que brilla bajo el agua.

iv Pajarearás temprana y colmenera alumbrando rincones, soledades, levantarás el vuelo y tus contornos se mojarán de luna y de silencio. Plena de claridad, con pasos de alas recorrerás veredas de los aires; con trazo dibujado en horizontes en gracia de tu luz, pajarearás.

iii Tocada por la luz desnuda alumbras los espacios a salvo del olvido y cicatrices. Dueña de la hora temprana en que renazco también eres colmena, almendra y cántaro, árbol que me crece en alegría, ramaje donde el sol dibuja redondeces de tu pecho. Pajarera de mis días claros, deja que del remanso de tu vientre beba el agua lunar que te constela; déjame que pronuncie la línea de tus labios mientras va madurando la noche en tu mirada. Niña del íntimo recinto, tuya es la agracia que habita en las afluentes, tuya es la luz que anuncia madrugadas, en bosques germinados por la lluvia. Pequeña clara de los días pájaros, miscelánea

v Te quiero por encima de riberas, manantiales. Matinales pájaros tus labios por encima de cielos despejados. Digo que te quiero también en la mirada que guardas en rincones de la noche cuando la luna inunda claridades de tu vientre, y hay un sonido mar que dibuja en tu pecho caracolas, profundidades de tu pelo y de tu espalda. Insisto que te quiero en las afluentes de la luz que te nace en el adentro, cuando en alas del aire se perfila el trazo de tu cuello y de tus hombros, 


tu cintura cántaro donde bebo el agua que germinas. Descubro amaneceres, pájaros si digo que te quiero, me naces manantial entre los labios.

vi Muchacha de las primeras flores, en tu pecho una paloma tiembla cuando tu vientre se alumbra con la luna que le habita en el adentro. En tu frente también descubro amaneceres, si en tus labios la lluvia anuncia pájaros; y hay un canto en el viento de tu nombre —horizontes abiertos por tu gracia— y hay un vuelo que crece en alegría, si despliega la luz su extensa sábana sobre el ala dormida de tu espalda. Hay un claro de bosque donde habita el pájaro que nombra tu silencio.

vii Es el amor un río que pronuncia las sílabas afluentes de tu nombre, el pulso de la luz sobre las aguas dibuja los contornos de tu frente, la espiga de tus hombros y tu cuello, el borde de tus labios, tu mirada; la plenitud madura de tu pecho, el cántaro lustral de tu silueta, el fruto de la luna que en el hondo 

remanso de tu vientre resplandece. Formada por la gracia de los pájaros habitas manantiales y riberas, floreces en las aguas que transcurren.

viii También este poema, Laura, es para ti; sólo que ahora me he propuesto no mencionar más pájaros claridades, no hacer alusiones a tu cuello y tu vientre, ni conjugar la luna con tu seno, ni deletrear la noche en tu mirada. Me olvido puntualmente del mar y sus rumores, de tu cintura de agua, del borde de tus labios que amanecen. No habré de hacer ninguna referencia a tus contornos manantiales, a la lluvia que dibuja la curva de tus hombros y tu espalda. Tampoco habré de nombrarte en alegría, ni te llamaré gacela, muchacha — girasoles; y sin embargo, contra toda intención y voluntades, sábelo, con tu luz se ha alumbrado este poema, Laura.

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lêdo ivo

rodolfo alonso: un fabricante de encantos

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oesía: el arte de hacer versos y poemas; una cele­ bración del universo; un espejo de la condición humana; una visión del mundo; una operación espi­ri­ tual por la cual se crea un objeto verbal de natura­le­za encantatoria; un docu­mento y memoria de la vida y del tiempo; la rea­lidad de lo imaginario. Frente a esta antología poética de Rodolfo Alonso, el gustador de poemas, en el usufructo de un placer —ese placer poético que sólo la poesía tiene condi­ ciones de proporcionar— es estimulado a proceder al reconocimiento de la función de la poesía, sea a tra­vés de definiciones ambiciosas que le confieren un sello de totalidad, sea en la aceptación de conceptos parciales. La evaluación del largo trayecto recorrido por Alon­ so en medio siglo conduce al lector a estable­cer la abo­ li­ción del escenario histórico y cronológico para que el trabajo poético de uno de los mayores poe­tas argentinos (y latinoamericanos) de nuestro tiempo pueda verse en toda su nitidez y en todo su misterio. El telón de fondo de su actuación apunta hacia una era de emergencias y torbellinos: el siglo xx, con su exten­so catálogo de co­li­ siones y cambios, y el surgi­miento y sucesión de tan­tos

miscelánea

movimientos poéticos, desde el post­simbolismo ma­ llarmeano y valéryano al surrea­lis­mo, al dadaísmo, al cubismo, al creacionis­mo, al ul­traís­mo, a los van­ guardismos autocráticos o irradiantes, en busca de una contemporaneidad que casi siempre se sitúa o se oculta en dominios oscuros o desvaídos. Las mutaciones estéticas de un siglo dividido y des­ garrado entre la tradición y la ruptura, el avance y la re­gresión, la aventura y el orden, rigen la herencia poé­ tica de Rodolfo Alonso. Hombre de su y nuestro tiem­po, abierto a la información estética, convive apenas con los grandes legados ostensivos o esquivos de la crea­ ción poética. En su condición de traductor —o mejor, de príncipe de los traductores, que promovió la tra­ve­sía lingüística de tantos nombres contunden­tes o eméri­ tos— participa, como coau­tor o co-creador de un pro­ ceso en el que el trasplante de poemas extran­jeros a su lengua natal corresponde a una verdade­ra re­creación. En su faena de traductor, Alonso les confiere una nueva respiración, un nuevo secreto, incluso un nuevo espan­ to. Les transfiere esa respiración viva y alentadora que sustenta sus propios versos. 


En estos poemas, el lector escucha una voz nítida e inconfundible. El lastre subjetivo, depósito de expe­ riencias estéticas y vivenciales acumuladas a lo largo del tiempo, busca la expresión inseparable. El canto de las profundidades, de lo que el hombre tiene de más ambiguo y oscuro y recóndi­to, se eleva al territorio de la elaboración afortunada y de la composición acaba­ da para imponerse en su ple­na objetividad. Así se vuel­ ve un compartir, una aso­ciación con el otro que es el lector —ese otro aparejado para conferir al poema, en una lectura al mismo tiem­po placentera y creadora, la interpretación que lo plu­raliza y plurisignifica. Son poemas acabados, completos en sí mismos, vi­ viendo y respirando la autonomía envidiable. Alonso sabe que la poesía es un ejercicio de con­centra­ción, in­ cluso cuando ella, expansiva, ostenta una apa­rien­cia des­bordante. Los poemas se exhiben siem­pre en su ni­ tidez y concreción, con su rigurosa faz ima­gi­nística. Hay una especie de despojamiento en la poe­sía de Alonso: un

hay lugar para un mundo: la voz que usa tu cuerpo.

Rodolfo Alonso

Monumento a Maria Bethânia Música é perfume. m. b.

En el aire, en el mar, en lo neto del día o la precisa noche, sin crepúsculo nunca, en Brasil que es un mundo, en el mundo, en el mundo crepitante y veloz 

lirismo de palabras desnudas, de cielos des­nudos, de pies desnudos, de mujeres des­nudas y res­plandecientes. La solaridad y la luminosidad de esos versos, en su ma­ yoría lacónicos y elípticos, ávidos de su propia econo­ mía, no se agotan en la cla­ridad. Se me ocurre recordar aquí un verso del gran poeta mexicano Carlos Pellicer: “El día tiene algo de la noche.” El día de Rodolfo Alon­ so tiene algo de la noche: de la grande y estrellada no­ che argentina, de la brumo­sa geografía del Sur, de los vientos que soplan en las llanuras, del misterio de los se­ res silenciosos, del “asom­bro / sobre las islas del verano”. La dicción visible abri­ga la voz venida de otro lado, el canto inmemorial de las profundidades. Poesía: canto, poema, carmen, charme valéryano. Con su poesía de deslumbramiento, sustentada por el resplandor del instante, Rodolfo Alonso es un fabri­ cante de encantos. v

Hay tono, hay densidad, hay gravedad, hay timbre, hay palabra que canta y hay música que expresa el latido que sientes. Rige, Bethânia, ordena el caos en sentido, la altura en cante hondo, la intensidá en aliento. Ruge, Bethânia, ruge, feroz delicadeza,

Río de Janeiro, 20 de febrero de 2006.

no hay poesía en los libros, no alcanza la lectura, oír no es suficiente, y nada es suficiente ni siquiera la música. Porque del pueblo viene, del humus de lo humano, de la lengua hecha canto la luz que te oscurece, el resplandor orgánico: la luz que usa tu cuerpo.

[Buenos Aires, 26 de mayo de 2007]

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A la luz del Limay Cuando nada nos queda cuando tanto nos falla

Con su belleza arisca pueden contar con él

Él guapea creciendo suelto en nuestro recuerdo

En la pura memoria relumbra el río Limay

Distante en apariencia nadie olvida al Limay

No es para deshacernos que nos llama el Limay

Se aparece de pronto la serpiente turquesa

Lima lento y alivia los vislumbres que alumbra

Porque a nada se achica obliga a ser nobleza

Y los ojos se lavan en la luz del Limay

De todo se hace cargo libre y largo el Limay

Lame lomas sin límite la luna en el Limay

Sol de la Patagonia que acaso no podemos

Como la áspera tierra y el cielo ilimitado

No es prenda ni es comercio ni vil chafalonía

No todo está perdido luce lumbre el Limay

El Limay se regala sin pensarlo dos veces

Es amistad de orgullo la que ofrece el Limay

Entre las pardas cuestas derrama su esplendor

No es que nos pertenezca se hace amigo si quiere

Una cosa de hombres una cosa de dioses

Sereno indiferente se nos vuelve el Limay

Libre luz del Limay limando nuestros límites

Cuando todo se olvide que no cese el Limay [Neuquén, 27 de marzo de 2007]

trece poetas en babel




Š jorge mario múnera | buenaventura, valle del cauca, colombia, 1984


otras letras

juan josé rodríguez

la mansión de la sonrisa

–P

odemos comenzar: el ataúd está listo para salir de la casa y sólo falta que la gente de Catarino Rubio haga su trabajo. Yo ya cumplí con mi parte. Ahora le pido mi pago, aunque sé que éste no es el mejor momento. Demasiadas navidades me he pasado ya sin di­ nero, sin mujer y sin bebida para que este año se me repita. Con esas palabras, tranquilas como una orden cotidiana, don Jerónimo Ayala avisó a To­ más Mirabal que era hora de llevarse el cuerpo de su tío, luego de cerrar el féretro con solem­ nes martillazos que sonaron a redoble de difuntos en la sala al fin vacía: todos los asistentes al velorio habían salido para dejar a Tomás solitario por última vez ante el rostro de don Ale­jo Mirabal. A lo largo de la mañana un aliento frío había estremecido lo largo y ancho del puerto, incluyendo las mal aseguradas campanas de la iglesia, por lo que don Jerónimo on­ deaba un capote marinero calzado a sus hombros, mientras las manos —entrecruzadas con guantes de tela cruda, incapaces de ocultar el tembloroso martillo con que una noche antes había construido a volandas el ataúd— yacían al fin quietas. A Tomás, que no había salido de la casa durante todo el velorio, le sorprendió lo abrigado de la vestimenta, pero al abrir la puerta y volverse el fresco susurro de diciembre una carcajada polar, comprendió que debe­ ría cubrirse del mismo modo si acaso deseaba volver vivo del cementerio. Además de los lau­ reles agitados por el viento, pudo apreciar los dos caballos que siempre le habían fascinado desde niño y que ahora aguardaban a sus órdenes, cubiertos con tela negra en los lomos, los penachos de plumas, las crines agitadas por un discreto resoplido. Era el mejor sepelio de la historia en la ciudad y ya se demoraba su comienzo. Cuando alguien muere de manera repentina, aunque sea un anciano de larga existencia y aparte, gruñón y malhablado, la tragedia siempre será doble. La muerte de Alejo Mirabal

otras letras




confirmaba el destino de su casta: los más prósperos del puerto de Mazatlán siempre termina­ ban de manera horrible cuando insistían en vivir en el pecado. Era la segunda muerte en me­ nos de un año en la familia Mirabal. La mansión vivía maldecida, comenzaba a decirse en todos los sitios de la finca, y el deber de criados y familiares ahora era fingir que nada de eso im­por­ta­ ba, aun ante los rumores de que el diablo había venido en persona a llevarse al propio Mirabal. Alejo Mirabal, gran empresario naviero que nunca tuvo familia, pero sí muchas mujeres e hijos regados, había encontrado la muerte al filo de la navidad. Quizás más de la mitad de lo di­cho sobre él era falso, pero lo único seguro fue que su riqueza apareció inmediatamente des­ pués de que las leyes de don Benito Juárez le quitaran su poder a la Iglesia. Meses atrás se ha­bía dedi­cado a construir una gran mansión que nunca pasó de los cimientos, ya que, confiado en su amigo Benigno Vadolano, sumas inmensas habían sido dilapidadas en extrañas e irre­den­ tas muestras de caridad, luego de haber enloquecido repentinamente a espaldas de su pa­trón. Ahora Alejo Mirabal se había muerto del coraje y Benigno, sonriente y desprovisto de razón, aguardaba en la cárcel. La gente de Catarino Rubio esperaba lista para culminar su labor: eran unos hombres cha­ parros y prietos, con la piel de metate, que eran el símbolo de lo malo y lo abyecto en la ciudad, además de ser los encargados de cumplir con las honras de la muerte. Los enterradores más sagaces; los únicos en sobrevivir a epidemias de fiebre amarilla y peste bubónica. Conocían su trabajo y ahora sepultaban a uno de los comerciantes más ricos del pueblo, sin dejar de preguntarse si algo quedaría de su riqueza, luego del escándalo cuya furia lo llevara a su más que desconcertante muerte. Había en la ciudad tres carrozas mortuorias. Una modesta para los pobres de condición, con un solo crucifijo, y otra con un angelito apoyado en una cruz, destinada a los niños. La tercera era la más elegante, para gente con plata en la bolsa y oro oculto bajo el árbol del tras­ patio. Los caballos eran los mismos, pero si el entierro destilaba prosapia, entonces sacaban los entorchados negros, las bridas de charol y los estoperoles de plata, así como se cobraba una tarifa mayor por la pastura de las bestias. Si no se les daba más alimento esa mañana, el dueño no se hacía responsable de que los animales detuvieran el cortejo para ponerse a mas­ ticar hierbas en el camino al cementerio, sin importarles la pompa del difunto y el alarido de llanto de la viuda. Años después, esos caballos fueron comprados por un carpintero y, cuando sus hijos los sacaban de su cuadra, las bestias repetían las mismas paradas, negándose inclu­ so a marchar más allá del camposanto. —Bueno, no falta nada, don Tomás—, dijo don Jerónimo cerrándose el capote que sólo ha­ bía llevado sobre los hombros. Era la primera ocasión que le hablaba marcando una distan­ cia, añadiendo el don, y se sintió extraño al hablarle así a aquel niño que enseñara a montar y ahora heredaba la fortuna del tío: yo me voy de esta casa. 

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Tomás Mirabal le habló con una voz que a él mismo le pareció inesperada, ya que al co­ menzar a hablar sintió que se le estrangulaba la voz, a pesar de la repentina ecuanimidad que había sentido durante el velorio. —No se vaya, don Jerónimo. Usted trabajo muchos años con mi tío. Él fue casi un padre para mí. Quédese, le daré trabajo apropiado para su edad. Bien conozco que además del tiem­ po de su vida, le hizo muchos favores a la familia. Tenemos una deuda con usted. No nos abandone ahora. El viejo don Jerónimo sonrió. No, jovencito, yo me voy de esta casa y de este puerto. Yo he visto ya cuando se presenta el demonio. Una vez, en San Juan de la Costa, viví algo parecido. Y ahora, en esta mansión, lo vi venir en la forma de la muerte. No me pida que me quede. En es­ta vida hice muchas cosas y el demonio no tarda en venir también por mí. Conocí de muchos años a su tío, pero lo que pasó en la entrada de su casa es algo difícil de creer. No creo que él se haya muerto de la furia con su amigo ladrón. Hay algo más aquí que no comprendo. Es demasiada casualidad. Si lo que sucedió lo mandó Dios, entonces no sé que pensar. Yo me voy, hijo. Son demasiadas sorpresas para mi edad. Se alejó. Tomás lo vio marcharse y le dieron ganas de irse con él. Pero primero tenía que sepultar a su tío. El hombre yacía muerto y toda la ciudad tendría su mirada sobre él; los de­ más dolientes; el ataúd ahora en la carroza. Resonó una campana, los caballos agitaron sus crines adornadas, el cortejo marchó a su destino y algunas ventanas se entreabrieron, espan­ tando a las gaviotas. La brisa se negaba a detener su ruda bocanada. En el puerto algunas ve­ las, semejantes a pergamino fulminado por el verano, desafiaban palpitantes la espuma de las olas y, en un solo destello, unían su cresta con la plomiza línea del horizonte hasta perderse unánimes con la luz dorada de diciembre. Faltaba un solo día para navidad. * Durante meses, Benigno Vadolano vivió entregado a construir la nueva mansión de Alejo Mirabal en un sitio alejado de las demás fincas, adonde en un futuro se trasladarían todas las instalaciones portuarias. Benigno y Alejo habían sido amigos a prueba de mujeres y de bo­rracheras: llegaron al puerto como un par de forbantes sin real beneficio y, con el tiempo, Mi­rabal se volvió un potentado del comercio naviero al tocarle oportunamente el paso de la navegación a vela a la de vapor, donde supo colarse como un tifón sorpresivo en medio de la compra y venta de refacciones. A Vadolano no le fue tan bien en el ramo de la construc­ ción, ya que provenía de una familia de albañiles de Malpartida de Plascencia, pero había alcanzado un nivel generoso de vida, sostenido en buena parte por los encargos de Mirabal, siempre poseído por una constante furia edificadora. Se hicieron viejos y felices, jactándose eternamente de jugar toda la vida con el mismo juego de dominó adquirido en La Habana, otras letras

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después de ser arrojados de la cubierta del Vespuccio, una maltrecha goleta de cabotaje en la que toleraron por un tiempo sus reyertas juveniles. Meses atrás, Mirabal decidió erigir una finca señorial cercana a los muelles, para no cami­ nar tanto a la hora de revisar el aumento de sus capitales. Sin embargo, esa preocupación nun­ ca la demostró con los gastos de Vadolano, quien había hecho de la construcción de la finca un desconcertante pozo sin fondo. Mirabal se negaba a creerlo, ya que andaba vuelto loco con una jovencita vendedora de paños del Mercado Romero Rubio que le sorbía el tiempo li­ bre, por lo qué se negó a escuchar las cautelosas advertencias de sus administradores. Con mi compadre no se metan, que él puede gastarse en mi casa y en la suya lo que, gracias a su buena suerte, me he ganado trabajando, afirmaba ante la botella siempre abierta de ron, las risas de sus amigotes, el resonar cascabeleante de las fichas de dominó. Y así corrieron semanas en las que la finca no salía de los cimientos y algunos contrafuer­ tes truncos. Mirabal llegó a decir que las altas sumas solicitadas eran porque Benigno había mandado pedir a Europa grandes moblajes, cristalerías de Praga y hasta molduras en made­ ra de cedro italiano que, al ser desembarcadas en el muelle, llenarían de asombro a las lenguas celosas de la confianza depositada en su compadre. Ah, con qué facilidad soltaban cuanta ca­ lumnia se les antojaba en este puerto lleno de gente argüendera y mitotera. Tan fiel sentía al maestro Benigno que nunca se atrevió a preguntarle a dónde iban los dineros, confiado en que su amigo de adversidades y triunfos secretos le cocinaba una sorpresa, sorpresa rebosan­ te de honradez y buen gusto. Debió haber desconfiado: los rumores no provenían de una causa envidiosa, sino de una sincera preocupación. Benigno Vadolano, a sus sesenta y cinco años, era un hombre de ca­rác­ ter apacible cuyas órdenes eran escuchadas y obedecidas como si proviniesen de un sacerdo­te. Ahora se comportaba preso de una alienante devoción religiosa, más alejada de la mística que de la locura. No se trataba de que hablase todo el día de Dios y de su Iglesia. Simplemente, se distraía de sus conversaciones laborales para rezar un súbito Ave María o sonreírle ama­ ble a sus oficiales, citando algún pasaje de la Biblia siempre a tono con la charla, charla que extendía demasiado en divagaciones metafísicas. Fuera de eso, sus andares y decires eran nor­ males y coherentes. Llegó a desaparecerse de la construcción por tres días. Alejo Mirabal, quien fue enterado opor­tunamente, afirmó que quizás había salido a trabajar con algún ebanista de la Villa de San Sebastián. Volvió, en efecto, aunque no informó nada a sus trabajadores, menos incluso a su pa­trón y amigo. Albañiles, carpinteros y peones ya no soltaron la menor queja nunca más, porque después de ese viaje, a cada uno se le duplicó el sueldo sin la menor conver­ sación de por medio. La muerte de la esposa de Benigno, cinco años atrás, había sido muy lamentada. Su mujer, 

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una dama de conversación noble, entregada a la caridad y la asistencia a la Iglesia, en rea­lidad no solía comportarse como beata de sacristía, por lo que el repentino viraje espiritual del con­ tratista era más inexplicable. Alguien se atrevió a pensar que su viudez sin hijos afectaba con severidad el comportamiento, la fe y la cordura, así que, quienes ya creían adivinar la tragedia, mejor se cruzaron de brazos a la espera del lamentable final de una larga amistad, amistad en su momento digna de imitación y de proverbio… Porque cuando Mirabal su­pie­se que le estaban robando, por muy amigo que fuese de don Benigno, no lo dejaría sa­lirse tran­ quilamente con la suya. Aparte, tenía una reputación que mantener, un carácter tem­pestuoso y, en ocasiones, demasiado propenso a la furia. Y así fueron cayendo los días, como centavos de una alcancía rota, hasta que uno de los viejos empleados de Mirabal acorraló al viejo y le dijo con firmeza la verdad: su gran amigo se había vuelto loco y dilapidaba el dinero de manera invisible. Carretadas de recursos mar­ chaban hacia la mansión y al parecer carecían de un destino provechoso. No se había hecho ningún encargo a las casas de importación ni a los comerciantes alemanes que vivían en el puerto de la misma manera que lo habían hecho en Hamburgo y Bremen. Ni tampoco com­ praba material en secreto: ningún comerciante o armador en el puerto le había aceptado el menor peso de plata. Al parecer, regalaba bolsas y bolsas de dinero a familias desarrapadas que acampaban al lado del cerro de Osollo. No sólo eso: corría el rumor de que una casa en ruinas de aquel rumbo estaba a punto de convertirse en un albergue para limosneros y huér­ fanos gracias a las generosas dádivas del constructor de la finca interminable. Entonces murió Mirabal. Preocupado ante la veracidad del comentario, decidió buscar al amigo y hablar con él en privado. Junto al muro de mampostería del cementerio nuevo, le­ jos de cualquier testigo o habladuría, aguardó que su amigo Benigno saliera de la construc­ ción para cuestionar los detalles que comenzaban a corroerle las entrañas. A la luz ceniza del atardecer decembrino y el inicio de la onda fría que muy pronto estremecería su sepelio, Mi­ rabal aguardó al contratista sentado en un muro derruido junto a la vereda. Despreocupado y sonriente, Benigno Vadolano se acercó tan contento que las monedas tintineaban en su bol­ sillo a cada juvenil zancada. Mirabal se preguntó si, de casualidad, ésa no sería la hora acos­ tumbrada para repartir con tanto entusiasmo la riqueza ajena. Conversaron sentados a la sombra de una ceiba. Para Mirabal fue un duro golpe compro­ bar lo cierto de las habladas. Luego de una amena charla en la que Benigno le expuso lo vano de los bienes materiales, descubrió con melancolía que su amigo no mencionaba el alza­mien­ to de la finca para nada. El Libro de Job y el de Tobías fueron los más mencionados; ambos hablaban en la Biblia sobre el gran tema que preocupaba a los antiguos: la retribución a la fe y el respeto a las leyes de Dios. En Tobías se decía que la limosna salvaba de la muerte, pe­ro nada aclaraba de la retribución en la otra vida, cosa que apenas se insinuaba en el Libro de otras letras

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Job y sólo se menciona con firmeza hasta la aparición de los Evangelios. La recompensa del hombre por su fe y entrega a Dios se recibía en esta vida pero, lo mejor de todo ello, lo reci­ biría después de la muerte. No se mencionaron en la charla los avances de la mansión por­ que Benigno nunca tocó el tema, hasta que Alejo Mirabal recibió la anhelada pausa. —Tu mansión va muy bien. Vivirás encantado en ella. Más triste que molesto, más temeroso que defraudado, Mirabal le preguntó a Benigno qué hacía con el dinero que, meses atrás, sus administradores destinaron para la nueva finca. Be­ nigno respondió con el mismo tono con que antes había hablado de la Sagrada Biblia: todos los dineros se habían ido en ayudar a los pobres, esa gente miserable que, atraída por la pros­ peridad portuaria, acampaba entre los manglares y lagunas expandidas frente a la isla del La­ zareto. Con ellos y su ayuda, muy pronto, Benigno edificaría para Mirabal una verdadera y lujosa mansión que le duraría para toda la eternidad. Una mansión alegre, luminosa, perfec­ ta, donde tendrían cabida permanente lo excelso y la magia de la sonrisa divina. Alejo Mirabal escuchó a su amigo hasta que llegó la noche y, entre los tallos delgados de los manglares, se adivinaban las fogatas de aquellos menesterosos que con tanto amor men­ cionaba su trastornado amigo. Sí, no era él quien hablaba. Benigno había sido un hombre religioso, pero jamás con tanta enjundia y demencia como en esa charla o, mejor dicho, a la manera de las últimas semanas. Miró una cigarra caminar entre el pasto y no se animó a pi­ sarla para no interrumpir con ese gesto el encendido mensaje de su amigo, orgulloso aún de la fortuna esparcida sobre la pestilente marisma. Entonces Mirabal se puso de pie. Se disculpó ante Benigno porque debía marcharse a re­ visar unas cuantas hojas atrasadas de sus libros de cuentas, y le pidió que se volvieran a ver pronto, para hablar estrictamente de negocios y de una nueva empresa a la que pensaba in­ vitarle. Benigno le pidió que no se preocupase, que ese negocio que él estaba haciendo sería la mejor inversión de su vida. Alejo Mirabal le sonrió, se despidió como siempre y caminó por la vereda que llevaba al camino que cruzaba frente al nuevo cementerio, tan nuevo que, desde diez años atrás, no le habían puesto nombre. Se fue a su vieja finca y bebió una larga bo­tella de ron en silencio, oculto en el balcón que daba vista a la bahía donde los mástiles ful­ guraban, reflejando a la luna entre sus maderos y cordajes. Ya no se movió del sitio y jamás dio explicación a nadie. Dos días después lo encontraron muerto en la entrada de su casa. Vol­ vía de visitar a su amigo Benigno Vadolano. * Al regresar del cementerio, a Tomás Mirabal no le cayó en gracia la visita de la ahijada de Be­ nigno. Debería seguir en la cárcel, detenido por ladrón; aunque el cabo del pelotón que lo en­ cerró en el fortín afirmaba que sería por abuso de la confianza. Nada había que hacer: preso 

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debía de estar hasta no comprobarse la culpabilidad de la muerte, aunque para todo Mazatlán era un veredicto evidente. Minutos después de haber hablado con él en la finca, don Alejo lle­gó abatido a la casa y cayó fulminado sin decir palabra alguna. A pesar de que el síndico y el ayudan­ te de la Prefectura afirmaban que legalmente no podrían acusarlo de matar a Mirabal, sólo podrían hacerlo por la causa que le había mencionado el cabo Marquines. Tomás desea­ba que la muerte de su tío no quedara sin castigo. Su condición de heredero único lo obli­gaba a re­ fundir en prisión a Vadolano y mandarlo matar cuando saliera. Por cierto, no existía ningún recibo firmado que comprometiese al constructor de una finca hecha de caridades y de sue­ ños. Así de grande fue la amistad. La ahijada de Benigno Vadolano era una joven que habían mandado traer de Santa Ana, Sonora, durante la enfermedad de su mujer y que se había quedado, adoptada unánimemen­ te por voluntad de las empleadas domésticas. Era alta y flaca, de vestidos cerrados y quizás te­ nía una edad mayor de la que sus andares insinuaban. Pudo haber sido hermosa, pero un par de dientes abiertos al frente le arruinaban un rostro armonioso y sin sorpresa. Cerraba los la­ bios después de decir lo que tenía que decir y escuchaba a la gente sin hacer gestos, lo cual le daba un falso aire de persona atenta y plena de paciencia. —Quiero hablar con usted y enterarlo de lo que habló don Alejo, que en paz descanse, con mi tío poco antes de morir. Tengo varios testigos— le dijo al heredero de Mirabal cuando al fin se dignó a abrirle la puerta. Tomás decidió ser paciente también, a pesar de lo cansado que lo habían dejado las cere­ monias de la muerte. La muchacha pidió clemencia, invocando la extraña locura de su pa­dri­ no, que sólo se manifestaba en el gasto del dinero y la devoción religiosa, sin alterar lo más mínimo cualquier otra de sus conductas, motivo por el cual a ella le había pasado desaperci­ bida. El argumento mayor era todavía más increíble. Según esto, don Alejo Mirabal había ido a la obra y, delante de todos los peones y albañiles, luego de escuchar amablemente a Benig­no, decidió perdonarle el dinero gastado entre los pobres, debido a que él entendía que su con­ tratista había hecho esas cosas de buena fe. La amistad entre los dos compinches era dema­ siado fuerte para perderla por un asunto de dinero: si se iban a pelear, al menos que fuese por una deuda de honor o por alguna mujer que valiera la pena. De momento, detendría la cons­ trucción de la finca un tiempo, porque había tenido unos repentinos reveses con unas importa­ ciones, pero que no debía preocuparse, que todo quedaría bien. Ése había sido el diálogo entre los hombres; don Alejo se había expresado con suma tranquilidad y cortesía, y hasta los traba­ jadores, sorprendidos de la reacción del viejo Mirabal, eran fieles testigos del perdón otor­ gado a don Benigno, perdón que ella suplicaba reiterara él sobre su encarcelado padrino… A fin de cuentas era un hombre viejo y enfermo. Se trataba, además, de la última volun­tad de su tío y él, como heredero, debía respetarla. otras letras

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—Serían buenos testigos y argumentos —dijo Tomás al llegarle el turno— si no fuese por­ que estoy enterado de que todos ellos tienen semanas cobrando doble, gracias a la locu­ra de don Benigno. La muchacha no hizo ningún gesto, dando a entender que esperaba esa respuesta. Pero no se inmutó. Continuó diciéndole lo mismo, aunque con argumentos sutiles y aportación de más detalles de lo supuestamente dicho en la charla, detalles que, muy a su pesar, Tomás tuvo que reconocer que parecían ideas y frases propias del viejo fallecido. Incluso dudó: era posible que su tío, todavía lo suficientemente rico y ocurrente, perdonase a Benigno al per­ catarse de su locura y volviese tranquilamente a su casa, aunque la circunstancia de su falle­ cimiento era lo que no permitía que todo cuadrase. Nadie le quitaría la duda de que su tío encontrara la muerte en medio de un arranque de ira o, quizás, envenenado por artes miste­ riosas. Aun así, por ser su sobrino preferido, Tomás sabía que, a pesar de su fama, su tío había tenido una grandeza de alma que muy pocos alcanzaron a percibir. —Por favor, señor. Créame lo que le digo, hay un Dios que nos está mirando y yo no me atrevería a mentirle un día antes de la fecha en que vino al mundo. Deje libre a mi tío. Él no hizo nada con maldad. Creyó que estaba haciendo algo bueno. Dios lo premiará a usted por de­jarlo salir. No le quedará mucha vida en la cárcel; déjelo que salga y le prometo que siem­ pre lo tendré encerrado en casa. Nada más lo sacaré al patio una vez al día. La muchacha se estremeció por el viento frío, unió sus piernas para darse calor y un rictus breve hizo que mostrara sus estropeados dientes que tanto había ocultado durante la conver­ sación. Hasta ese momento, Tomás cayó en cuenta de que seguían en la puerta de su casa y, siendo una dama, no la había invitado a pasar. Estuvo a punto de hacerlo, pero también des­ cubrió que eso sería demorar más una discusión inútil y, con suavidad y sin verle a la cara, cerró lentamente la puerta. Subió a su habitación para abrigarse, recostándose un rato lue­ go de tomarse una cálida copa de brandy. A través de los ventanales vidriados de la escale­ra descubrió que la sobrina se alejaba con la cabeza gacha, escoltada por el grupo de albañiles, todos vestidos con sus mejores ropas. Había estado tan concentrado en la charla y en el can­ sancio del funeral que, en ningún momento, alcanzó a percibir su silenciosa presencia. * La mañana de Navidad, Jerónimo Ayala llegó temprano a la casa de Tomás para recoger sus últimas pertenencias. Zarpaba un buen barco tres días después, pero descubrió que si tomaba posesión inmediata de un camarote, quizá podría conservarlo el resto de la travesía. Bajo el viento polar, descubrió sentado en el frente de su casa a Tomás, quien mantenía el rostro de alguien que hubiese pasado la noche en vela y ahora no estuviese muy seguro de seguir dentro del sueño. Parecía aguardar con paciencia su llegada. 

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—Hazme un favor, Jerónimo. Antes de subirte a ese barco, pasa por la Prefectura y dile al cabo Marquines que venga a verme. Voy a liberar a don Benigno de la cárcel. Lo estoy deci­dien­ do y, si no te mando en este momento, temo que más tarde me arrepienta y ya no lo haga. Jerónimo Ayala acostumbraba no hacer gestos de sorpresa. En el bajo mundo y en los ne­ gocios, un movimiento descuidado pondría al descubierto sus intenciones y esa precaución marcaba por completo en su carácter. Se acercó a Tomás y decidió tomar asiento en la base de terracota de una removida columna que ahora servía de taburete para visitantes de confian­ za. Recordaba la vez que de niño llevó a Tomás montar y se cayó en una zanja, ganándose una pequeña cicatriz en el pómulo que en ocasiones volvía a mostrársele. Ahora lucía más mar­ cada que nunca en su faz cansada. —Vaya, muchacho. No se diga más. Antes de que me digas tus motivos, te diré que el vie­jo Alejo quizás habría estado de acuerdo: aunque hubiese durado enojado un año con su com­ padre, más pronto que tarde habría terminado perdonándole. Así eran ellos. Su muerte es ex­ traña, pero a la mejor esto viene de la Providencia, o quizás del demonio, que ya tiene buen tiempo ensañado con esta familia. Tomás pareció no haber escuchado a Jerónimo. Apoyaba su mentón en un bastón de cao­ ba y metal que había sido usado por don Alejo en las escasas veces que iba a misa. Para oca­ siones normales, usaba el tosco bordón de guayacán que ahora reposaba con él bajo tierra. —Escúchame bien, Jerónimo, y no se lo cuentes a nadie. Te lo confieso a ti porque pasa­ do mañana tú te largas y esto es algo que debo contárselo a alguien. Mi mujer no debe saber­ lo ni de broma. Menos mis ayudantes y el resto de mi gente. —No se preocupe: yo conozco cosas de esta casa que ni siquiera usted debe saber. Hable con confianza, que los dos somos hombres. Esa noche, Tomás Mirabal había tenido un sueño lleno de vida; él, qué casi siempre olvi­da­ ba sus ensoñaciones, vivió una alucinante experiencia. Luego de tomarse tres copas de brandy y de despedir a la sobrina de Vadolano, había caído rendido en la cama, todavía con la ropa del velorio encima y la tierra del panteón entre los zapatos. Despertó en la mañana de Navi­ dad con la sensación de que la noche no hubiese durado más de un minuto. En el sueño, su tío y él caminaban por una ciudad llena de mansiones. Brillaba el cielo en un luminoso color naranja. Árboles de todo tipo señoreaban las avenidas. No había farolas de gas. Tomás Mirabal de joven había recorrido varias ciudades de Europa y descansado dos me­ ses en París, pero jamás presenció allá tanta magnificencia. Fluía un caudal de fachadas y jardines exquisitamente construidos. Eran casas en las que no se veían habitantes: su tío le comentó que varias de ellas serían ocupadas hasta dentro de bastante tiempo, pero que él de­ seaba que conociese su propia mansión, para que, poco a poco, también fuese construyén­ do­se la suya en el mismo sitio. La casa del tío era la más rutilante y fastuosa de todas, plena de otras letras

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prados y ventanales, donde una mujer sonriente aguardaba en la entrada. Alejo Mirabal le dijo a su sobrino que, lamentablemente, todavía no podría invitarlo a entrar a conocerla, pe­ro al menos ya conocía la fachada. —Mira. Esa que ves allá es tu casa. Tomás Mirabal vio a lo lejos un minúsculo solar con unas cuantas piedras ovilladas en una esquina. Era tétrico en verdad y, en ese momento, el sueño comenzó a volverse más tétrico y las cosas a descomponerse, como a veces sobreviene antes de despertar o volverse la fantas­ mal ensoñación una pesadilla. Entre el vórtice de un mundo que se deshacía a grandes ras­ gos, su tío le dio el mensaje por el cual había mandado llamarle. Estas son las mansiones que tendremos en la eternidad y que nos estamos construyendo con nuestras obras. La mansión que poseo es la que me hizo mi compadre Benigno sin necesidad de albañiles y mi llave pa­ra entrar fue el perdón que supe darle. Vivo bien. Otro día, cuando te toque la hora, te mostraré el sitio que me destinaron antes. Y no dejes que se derrumbe tu casa antes de que la cons­ truyas, que la verdad, tampoco tienes mucho tiempo. A mí me alcanzó apenas… Jerónimo Ayala escuchó en silencio la explicación. Tomás Mirabal no le miraba a la cara. Ju­ gueteaba con una llave vieja, que Jerónimo reconoció como la de la casa que había hereda­do con la muerte del tío y que él, durante décadas, había compartido con el dueño para mayor seguridad y rapidez en sus diligencias. —Bueno, muchacho. A veces, en la madrugada, cuando me despierta el frío y me vuelvo a dormir, tengo sueños un poco raros. Un día me dijo el cura que la única manera de ver el futuro que nos es permitida es la que nos viene en los sueños. Ve tú a saber. Yo casi nunca sueño nada. —Yo tampoco y lo que veo nunca me hace gracia. Así que ve a donde te digo y si quieres bájate del barco, que aquí vas a tener siempre donde quedarte. Piénsalo bien. Necesito alguien que le saque provecho al terreno donde nunca se construyó aquella casa. Puedes poner un corral de borregos, que con la plata que te dimos, te sobra y ni falta te hace. Además, necesi­ to alguien de confianza. Tú me recuerdas a mi tío. —Que te diré, muchacho —replico Jerónimo con una contenida carcajada—: sé dema­ sia­das cosas de Alejo para que todo esto que pasa no me dé vueltas por la cabeza a mí también. A veces es mejor no pensar en nada. Digo, para eso se inventaron el vino, las mujeres y los jue­ gos de baraja. Haré lo que me mandaste y luego me pondré yo solito una pequeña parranda, al cabo es Navidad y me quedan dos días más en el buque. Según como amanezca, mañana te digo para qué rumbo voy a mover el huarache, nada más déjame ir por otra capa, que ya tengo viejos los huesos. Este frío que se vino tampoco deja pensar gran cosa, no creas. —Ve con Dios, Jerónimo, y dile a Marquines que no se tarde. Ve, anda, corre. Jerónimo Ayala se alejó con su paso cascorvo, ondeando su bufanda entre las casas silen­ 

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ciosas que comenzaron a abrirse con la mañana. Tomás, al verlo, recordó un día lejano que, a la sombra de una enramada, Alejo, Benigno y Jerónimo se la pasaron ebrios y felices jugan­do baraja todo el día y le permitieron a él participar en un único juego, sólo para hacerle sentir que se acercaba la hora de su hombría. Debió haber sido diciembre porque un sol tranquilo iluminaba la escena y arrancaba destellos de platino a sus cabezas que, desde entonces, ya abundaban en canas. O año nuevo, la cosa era que habían tenido una fiesta la noche anterior y contaban con suficiente material en su memoria para no dejar de reír por un largo rato. Je­ rónimo desapareció al dar vuelta junto a la iglesia, ajustándose el capote, luego de santiguar­ se con una pequeña reverencia. Algunas mujeres caminaban hacia allá, cubiertas la cabellera con mantillas de encaje y sujetando el rosario entre los dedos temblorosos. Remolinos de polvo y traviesas hojas de laurel flotaban en el camino del cementerio. El viento polar enton­ ces volvió del océano y movió las campanas que comenzaron a repicar al primer llamado de la misa. v

© jorge mario múnera | natagaima, tolima, colombia, 1983

otras letras

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© jorge mario múnera | talaigua, bolívar, colombia, 1984


lengua de sastre

maría helena barrera-agarwal

harivansh rai bachchan

harivansh rai bachchan

Madhushala Era | Universidad de las Américas | Secretaría de Cultura de San Luis Potosí | México, 2007, 94 pp.

lengua de sastre

C

onvertido en una avenida fácil de publicidad, el género de la autobiografía está invadido de obras de parvo mérito. Encontrar memorias de litera­ ria valía requiere no poco esfuerzo. Una de esas excep­ ciones vino a mis manos, un día de 2003, durante la visita a la librería Gangaram’s en Bangalore, India. En una estantería dedicada a la poesía se hallaba un sus­ tancial volumen titulado En la tarde del tiempo (In the afternoon of time), la autobiografía del gran vate in­ dio Harivansh Rai Bachchan. Fuera del ámbito poético, el nombre de Bachchan está ligado a la fama de su hijo, el célebre actor indio Amitabh Bachchan. Tal vínculo fue el poco probable inicio de mi gusto por la obra del poeta: en una de las películas de Amitabh, los versos de su padre fueron utilizados como título y elemento esencial a la trama. El nombre de esa cinta es Agneepath (Senda de fuego), y la escena en la que Amitabh recita una parte del poe­ ma así titulado es una de las más memorables del ci­ ne en hindi. Buscar los libros de Bachchan en versión inglesa, particularmente Madhushala, es una tarea plena de frustraciones. La única traducción autorizada, efectua­ da por Marjorie Boulton y Ram Swaroop Vyas —en una colaboración que recuerda aquellas de Tago­re rea­lizadas por Juan Ramón Jiménez y Zenobia Cam­ prubí— y publicada por Penguin Books en 1989, es imposible de encontrar en librerías y extremadamen­ te rara en bibliotecas. A esa imposibilidad, entre otras razones, debo la urgencia de aprender hindi que por fin me puso en contacto con los versos originales de Bachchan, versos de extraordinaria elocuencia y mu­ sicalidad, cuyo contenido místico es tan sutil como poderoso: “El hombre sediento su hogar abandona / La Casa del Vino busca, sin saber / Cómo llegar a ella, temiendo que apenas / Tan pocos conocen la vía se­ 


creta. / A todos pregunta, todos le dedican / Extrañas respuestas, enigmas sin fin; / Elige una vía, síguela sin falta, / Que todas te acercan a la Casa del Vino.” Se podría preguntar: ¿qué relevancia tienen las me­ morias de un escritor cuya vida se originó y transcu­ rrió en remotas latitudes? La respuesta es simple: los albures de la geografía son intrascendentes frente a la importancia de apreciar el destino y la obra de los in­ telectuales de mérito que en el mundo han sido. La vi­da de Bachchan, marcada como la de otros vates por des­ tellos de buena suerte, percances y decepciones, se lee como una saga universal. Es también una introducción indispensable, no sólo a su acervo poético, sino al am­ biente y las tradiciones poéticas del norte de la India.

Memorias

Las memorias de Bachchan fueron pu­blicadas original­ mente en cuatro volúmenes independientes escri­tos en hindi. La traducción al inglés, efectuada magistral­ mente por Rupert Snell, compacta esos textos y los hace converger en una narrativa única, que va desde la historia de los antepasados de Bachchan hasta los años que preceden muy cercana su muerte. Bachchan nace en Allahabad en noviembre de 1907. La suya, como la de Mahadevi Varma —poeta epóni­ ma de las letras en hindi del siglo xx—, es una familia de la casta de los khayashtas, de pocos medios econó­ micos. La categorización impuesta por la pertenencia a una casta —como aquella determinada por reli­gión y posición social— jamás será un factor importante para el poeta. Como muchos otros intelectuales de su época, rechazará el concepto mismo de orden social prestablecido, inspirado en el reformismo social de Mo­ handas Ghandi. 

El origen del nombre del poeta lo liga directamen­ te con la gran tradición religiosa y lírica de la India. Tal apelativo está tomado de una de las escrituras de ese acervo, el Harivamsa Purana, considerado un com­ plemento y continuación del Mahabarata. Es un poe­ ma y, de acuerdo con los devotos, una de sus virtudes era el conceder descendencia. Tal fue el caso de los pa­ dres del poeta, y tal la razón por la que, en gratitud, lo llamarían Harivansh. La palabra Bachchan refuerza ese sentimiento. Fue el sobrenombre afectuoso que, significando en hindi “niño”, se convertiría en parte constituyente de su imagen. Dotado de un enorme talento para la versifica­ción, Bachchan muy joven traducirá integralmente al hindi Los Rubayata de Omar Jayyam. Sus influencias mayo­ res serían ese mismo Jayyam, junto con Tagore y los poetas místicos de tradición sufí. Su profundo cono­ cimiento de Shakespeare —de quien traduciría al hindi algunas obras— también se reflejaría en su es­ tilo, igual que su admiración por la poesía inglesa de los siglos xix y xx. Dentro de la vena poética de Jayyam y también uti­ lizando la forma de cuartetos, pronto asombrará a los círculos poéticos de su ciudad y del país con un con­ junto de poemas titulado Madhushala (La casa del vi­ no). Popularizada por declamaciones del propio poeta efectuadas en el ámbito de kavi sammelans (eventos literarios), difundida en publicaciones en revistas cul­ turales de limitada difusión y existencia, es hasta hoy la obra más reconocida de Bachchan. En 1935 sería pu­ blicada en una edición que el autor tuvo que finan­ ciar parcialmente, con lo cual un éxito instantáneo. Durante los setenta años transcurridos desde su apa­ rición, jamás ha dejado de estar disponible.

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Después de Madhushala

La primera edición de Madhushala traería fama a Bach­ chan, que no fortuna. También causaría críticas acer­bas de personas que ignorarían los paralelos contemplati­ vos con el libro de Jayyam y, apoyados en una lectura literal, condenarían a Bachchan por haber escrito una supuesta alabanza a la embriaguez. Tales diatribas se­ rían acalladas por el propio Mahatma Gandhi, quien después de escuchar una selección de los poemas de los labios del autor, declararía que la obra tenía un contenido místico innegable. Tras muchas vicisitudes personales —que incluyen la muerte de su primera esposa, su madre, su padre y cercanos amigos, así como sus segundas nupcias con Teji, quien será su compañera de por vida—, el poe­ta se las arreglará para convertirse en el primer ciudada­ no indio graduado con un doctorado en literatura en la Universidad de Cambridge. Esa estancia será me­ morable, no sólo por la increíble fuerza de voluntad con la que tuvo que sobrellevar una difícil situación económica e intelectual, sino por su cercanía a la figu­ ra de Keats: su disertación, característicamente, ver­ saría sobre la relación entre la obra del vate británico y las ciencias ocultas. Siempre fiel a su musa, luego de su doctorado, Bach­ chan regresa a la India y continúa creando una poesía más allá de vanguardias, apta a expresarse en versifi­ ca­ción clásica, alejada de los caprichos de modas re­tó­ ri­cas, con la maestría ya demostrada en Madhushala: “Ay, el hombre es la copa tan frágil, / precaria, fugaz en el barro que la forma, sí; / De ese agridulce fluido re­ple­ta, / vino de la vida, que a diario se vierte; / Con mi­ría­da de brazos, la muerte nos llama / sombría sir­

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vienta proclama su ley; / Y tiempo, sediento, insacia­ ble se bebe / de un sorbo este mundo creado, hasta el fin.” En su faceta profesional, Bachchan no cesa de en­ con­trar envidias e incomprensiones. Sus colegas de la Uni­versidad de Allahabad, donde ha enseñado por al­ gún tiempo antes de marcharse a Inglaterra, lo miran con desconfianza e incluso lo rechazan. Su esperanza se vuelve hacia la posibilidad de escapar de su ciudad y del ambiente viciado en el que se ha sumido. Lo logrará gracias a la intervención de Jawaharlal Nehru, también allahabadí como él, a la época primer ministro de la India. Nehru le había ya sido propicio con relación a su beca a Cambridge. Lo será aún más cuando facilite su mudanza a Delhi, gracias a un traba­ jo que le brinda un novísimo sistema de radio pú­bli­co de la India. A esa posición le seguirán otras, también en la administración, tanto pública como privada. A pe­ sar de ellos, Bachchan seguirá siendo, primordial­ mente, un poeta. Cuando fallece en 2003, rodeado de la devoción de sus hijos, es esa faceta la que se pondrá de manifiesto: un multitudinario funeral será el pre­ ludio de miríada de homenajes. Es de lamentar que la poesía de Bachchan no esté disponible en castellano. Tal vez tal omisión sea solu­ cionada en el futuro. Hasta entonces, valga la oportuni­ dad de presentar de nuevo, en el idioma de Cervantes, una traducción de un cuarteto de su Madhushala: “He extraído el vino de las imágenes / de la tierna vi­ ña de las emociones; / ahora el poeta no es sino el sir­ viente / que a muchos ofrece la línea que fluye; / y en la copa donde millones se sacian / el vino que ofrezco no se deshará; / mis lectores son huéspedes sedien­ tos, / mi libro de versos, su Casa del Vino.” v

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josu landa

saúl ibargoyen: rojo es el aullido

saúl ibargoyen

Rojo es el silencio Monte Ávila Editores Latinoamericana, Venezuela, 2008.

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S

ilencio es lo que menos encuentro en esta anto­ logía de Saúl Ibargoyen titulada Rojo es el silen­ cio, como el último de los libros que la conforman. El mundanal ruido de hoy —mucho menos apa­ci­ ble que aquel del que huyera fray Luis de León— pue­de concitar indiferencia, sumisión, inquietud y desespero. También una poesía a un tiempo tierna y cris­pada, co­ mo la que nos ofrece Ibargoyen en es­ta amplia se­lec­ ción de poemas que acaba de salir, en Caracas, con el sello de Monte Ávila Editores Latino­a­mericana. El marbete “Rojo es el silencio” nombra un libro he­ cho a base de partes de siete libros compuestos en­tre 1995 y 2006 y dispuestos según un orden zigza­guean­ te, ajeno al cronológico. Este dato parece responder al principio de que toda antología trueca una diversidad previa en una unidad distinta, es decir, en un poema­ rio nuevo y autónomo. En las más de 240 páginas de poesía que, de ese mo­ do, pone a circular el poeta uruguayo, abundan los motivos dignos de una fecunda consideración crítica. No hay espacio para referirse a todos, así que me veo obligado a detenerme sólo en unos cuantos. La Otra | abril-junio 2009


Lo que la vista capta con sólo recorrer las páginas de este libro es una sucesión inagotable de imágenes vi­ vas, palpitantes. El modus operandi de Ibargoyen pue­de, tal vez, definirse con un término: “apalabrar el mundo”. A éste se le adjunta el correlato reflexivo “apalabrar­ se”. Reflexivo, por lo que comporta de pensamiento y aritmética poética; pero sobre todo,por lo que refiere a la forja, la formación de una voz: un agente lírico in­ disociable de la palabra que profiere. Dicho de otro modo: el poeta traza el mundo a partir de la realidad verbal en que se ha convertido él mismo como poeta. Apalabrar y apalabrarse: los dos verbos en que, usan­ do su propio léxico, podría cifrarse el arte de Ibargo­yen, según se infiere, por ejemplo, de un poema como “Un no sueño” (p. 145). No quiero decir, con lo dicho, que Ibargoyen se arro­ gue la posesión o encarnación de una Palabra om­ ni­potente, inmune a las determinaciones del mundo. Un poema como “Fundación o nacimiento” (p. 98) po­ ne con claridad las lindes del verbo “en la caja de pa­pel” y aun más allá. Pero esa conciencia de los límites no es óbice para la irrupción, en la llana celulosa, de una abi­ garrada vitalidad que logra ofrecerse como un flu­jo pa­ ralelo de realidad y, por ende, de verdad. El fruto más claro de ese equilibrio entre poder verbal y contención puede recibir aquí el nombre de “imagen”, y no es ca­ sual que sus avatares más notorios se manifies­ten en un contexto marcado por un surrealismo mo­de­rado, una suerte de “mediosurrealismo” consecuente con una es­ critura y un poeta que se declaran “semiautomáticos”. Ejemplos entre muchos: 1) el inicio del poema titu­lado “l’ecriture demi-automati­que a l’ombre de ta lan­gue rouge”: “Las estatuas de polvo se pudren en el corazón / que el humo levanta más adentro de la calle” (p. 107); 2) los primeros versos de “La otra Lisbon story”: “Hay un río que moja los pies grises de una ciudad que lengua de sastre

tiene miedo. / Si vas caminando sobre la agrietada es­ puma de esas aguas / sentirás en el piso de tus zapa­ tos / las uñas suplicantes de los muertos” (p. 133). Las constantes en el certero cumplimiento de esa poética del mundo apalabrado, por parte de Ibargo­ yen, son un verso libre hasta el vértigo del desborda­ miento, las enumeraciones enfáticas, la condensación y el hibridaje “contranatura” de imágenes, una retóri­ ca a la vez vital y dubitante —aunque por momentos excedida— de la interrogación y una audaz cuanto persistente extralimitación del idioma. Hablo de cons­ tantes, es decir, de maniobras que, al menos, en parte —no siempre en su totalidad— afloran a todo lo largo del libro. De ahí, por caso, las afinidades de un poema como “Línea de sombra”, sito hacia el comienzo del libro (p. 37) y que data de finales de los noventa del si­ glo pasado, y el que se titula “Másmira tú”, casi en el extremo final del libro (p. 226) y compuesto siete u ocho años después. En último término, lo que define a la poesía que aquí nos ofrece Ibargoyen, es la libertad. En Rojo es el silencio no hay respeto a otro canon que no sea el de la autonomía radical de criterio en todos los terrenos. Ni siquiera se rinde tributo —como sucede con tanta frecuencia— a un modelo dogmático y prefijado de creación que se presume libre, vicio en el que han in­cu­ rrido, sobre todo, tantos practicantes de las cosificadas preceptivas de supuesta vanguardia. Y no me saldré del surco —o sea, no estaré delirando— si digo que, en el caso de Ibargoyen, la base de tamaña holgura se sus­ tenta en la temeridad con que se vale del lenguaje. Des­ de luego, sólo quien tiene un dominio pleno de materia tan esquiva puede darse el lujo de manipularla a su an­tojo sin atentar contra la integridad formal del texto poético ni contra su sentido. Ibargoyen demues­ tra haber alcanzado ese don y ejercerlo con pericia, por 


ejemplo, cuando habla de “aquel oscurantándose / aquella deshembrándose / aquel esqueleteándose” (p. 25) y cuando estampa un “rompidas”, unos “tactados pezones”, un “mujermente” cerca de un “ninguna­ mente”, un “estándose siéndose [...] enquietecida”, un “deshablar” […] “miserabilizadas palabras” y otras muchas, casi incontables, expresiones “verseadas” y “proseadas” con parecido arrojo y desparpajo. Se sabe que la inmaterialidad del lenguaje resulta engañosa. Tendemos a no reconocer la consistencia on­ tológica de éste, pese a que abundan los indicios para pensar que las piedras fundantes del ser están he­chas de la volatilidad característica del verbo. Así que la osa­día consistente en remover las cifras de esa materia pue­de interpretarse casi como una soberbia luciferina. Pero no es un sentido de omnipotencia demiúrgica lo que sustenta las operaciones poéticas de Ibargoyen. Por extraño que parezca, el autor de las maniobras seña­ ladas en el seno del significado y del sentido —esto es, en el de la morfología y la sintaxis— se cuestiona con insistencia su estatuto de poeta y, en consecuencia, prefiere figurarse y presentarse como escriba. Y, aun cuando se adujera que Ibargoyen podría estar pensan­ do en el “Escriba, Señor de la Palabra”, que suscribe el epígrafe fijado a la puerta del poemario individual que desde el principio se titula Rojo es el silencio, como la antología, habría que fijarse más en “el escriba que rei­ tera garabatos”, el “escriba que nunca supo mo­rir”, el es­ criba en los hechos huérfano de palabras de que ha­bla en “Post scriptum” (p. 103), en la medida en que pudie­ ra estar ratificando al escriba que “pierde sus deno­ minaciones / donde callan los dioses” (p. 101). Sobre todo, habría que tener presente la confesión de que “no soy el escriba / no soy el presunto señor / de la veraz palabra” (p. 87), que “no soy ni seré / el señor de nin­ gún verbo” (p. 92). 

Como sea, no hace falta conocer con precisión el cimiento ontológico de este hacedor-escribano para detectar en sus trazas y, sobre todo, en sus actos de ha­ bla, una voz que sólo sabe ser tierna en la medida en que se presenta como una proferencia dura, directa, reacia a los rodeos, aunque no por ello del todo aje­ na a la duda. En general, los juegos del poeta en el len­ guaje parecen estar al servicio de esa anticomplacencia: “El hombre respira / con su pecho de alambre: / arte­rias de cobre como fuego joven / venas de fierro adel­ga­ za­das / por el oxígeno negro de la asfixia / tubos obtu­ rados por mantecas de sangre […]” se lee, por ejemplo, en el poema “Respiración” (p. 52). Estamos, pues, ante una poesía renuente al humor obligatorio, impuesto por cierto gusto y cierta crítica de moda; una poesía que, a lo más, cuando es el caso, alcanza a irradiar la clase de ironía inherente a las maniobras su­prarrealistas y, por momentos, enseña algunas cifras de su fondo es­ céptico, como cuando deja en claro que: “Nadie cono­ ce el espesor de la propia sombra: / nadie sabe la cifra última / de su eléctrico orgasmo: / nadie en­tiende el ta­ maño cambiante / de sus latidos o lá­gri­mas: / nadie es dueño o poseedor o propietario / de sus za­patos ni de sus eructos / ni de su cáncer ni de sus mo­ne­das / ni de su hijo visceral ni de su estiércol” (pp. 169-170). En esto del humor, la ironía, el escepticismo, la poe­ sía de Ibargoyen corre pareja con el curso de este mun­ do: puesto que la realidad es dura en extremo, el poe­ta ocupa toda su energía creativa en apalabrar esa dure­ za. Es respetable y respetada la actitud de quienes en­ frentan los rigores de estos tiempos cuasiapocalípticos con el bromo de la broma, con el chiste y la carcaja­ da, la burla y el sarcasmo. Tan respetable y respetada debe ser la opción de quienes afrontan tal inclemencia con mirada férrea, talante altivo y palabra seca, irre­ ve­rente. La Otra | abril-junio 2009


Inmune a la indiferencia y, más aún, a la indolencia, la poesía de Saúl Ibargoyen se inscribe en la tradición moderna de la rebelión verbal ante lo existente (la vi­ da rimbaudiana, la realidad marxiana; en fin… toda reverberación perversa, siniestra, antihumana, de lo que es): una actitud que no puede reducirse a las li­ turgias del Compromiso, en su faz existencial o en su cariz político. Más allá de las poses, lo que aflora en estos versos libres de Ibargoyen es la responsabilidad de la palabra que apalabra el ser, sin ceder a un realis­ mo banal o a un panfletarismo impotable ni apartar los ojos de lo que acontece en el cuerpo propio y en el próximo, así como en sus contornos de mundo. Leo esto, por caso, en este pedazo de la extensa “Canción del escriba de pie”: “¿Cómo ser el escriba de conju­ros / y anales y dictámenes / de cifras y tarjetas y folletos / para provecho del dios de los turistas / para lucro del dios de la banca global / para beneficio de los dioses de plástico / con todo su famélico poder?” (p. 95). Tam­ bién lo leo en poemas como, por ejemplo, “Tercer mun­ do” y “Simple pesadilla por Atenco”, plantados en los extremos inicial y final del libro.

Esa responsabilidad humana de la palabra que apa­ labra el ser al tiempo que es apalabrada por éste, en el caso de Ibargoyen, como se ha visto, apela en parte a maniobras formales de suprarrealización. Pienso que también echa mano de otra posibilidad: el alarido ci­ frado, inmerso en odres de la mejor prosodia, fluyen­ do con tenue disimulo en una sintaxis transgresora. Como decía al principio, no he hallado mucho si­ lencio en estos poemas de Ibargoyen; en cambio, he sen­tido en ellos la penetrante vibración de un aulli­ do pertinaz y pertinente. El avatar más claro y defini­ do de esa expresión honda, radical —porque viene de una raíz que necesariamente habita una profundi­ dad— es lo que el propio poeta ha llamado “grito de perro”. Animal que, no por azar, transita por los va­ lles y montañas, bosques y llanuras, calles y casas de este libro. Y si el poeta ha puesto en la piel y la osa­ menta de sus versos un silencio de color rojo, que no alcanzo a ver, no será demasiado abusivo de mi parte hablar de un aullido vivaz, ardiente, áspero, en último término “rojo”, que sí me ha parecido sentir. v Ciudad de México, septiembre de 2008

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


© jorge mario múnera | barranquilla, atlántico, colombia, 2006


colaboradores

rodolfo alonso | Buenos Aires, Argentina, 1934. Fue el miembro más joven del grupo de vanguardia Poesía Buenos Aires. A partir de Salud o nada (1954) ha publicado más de 25 libros propios, la mayoría de poemas, pero también de ensayo, reflexión y narrativa. Fue el primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina y de otros grandes autores. En 1997 recibió el Premio Nacional de Poesía por su libro Música concreta (1994). La Universidad de Carabobo (Venezuela) lo distinguió, en 2002, con la Orden Alejo Zuloaga. Fue Premio Konex de Poesía 2004. En 2006 publicó en México Poesía junta [1925-2006] (Alforja-Conacul­ ta). blanca álvarez caballero | Toluca, México, 1975 | Estudia el doctorado en Humanidades en la Universidad Autónoma Metropo­ li­tana-Iztapalapa. Es maestra en Humanidades por la UniversidadAutónoma del Estado de México. Poeta, docente y periodista cul­tu­ral. Tiene publicados los poemarios Amane­cer incierto y solitario (2001), Ausencia del marino (2004) y Odiseo regresa (2008). Becaria por el Fondo Especial para la Cultura y las Artes del Estado de México (focaem) en 2004 y 2007.

luis armenta malpica | Ciudad de México, 1961 | Poeta, traductor y director de Mantis Editores. Es autor de los poemarios Volun­

tad de la luz, Des(as)cendencia, Ebriedad de Dios, Luz de los otros, Ciertos milagros laicos, Mundo nuevo, mar siguiente, Sangrial y El cielo más líquido, entre otros. Ha sido traducido al inglés, francés, alemán, italiano, catalán, rumano, portugués, árabe y ruso. Ha obtenido diversos reconocimientos nacionales e internacionales en poesía, cuento y novela, entre los que destacan los premios Efraín Huerta, Ramón López Velarde, Benemérito de América, Alí Chumacero, Amado Nervo, de San Románe Iberoamerica­ no de poesía Continentes. Premio de Poesía Aguascalientes en 1996. Por su labor editorial recibió la Pluma de Plata en 2006. | Abogada ecuatoriana, especialista en propiedad intelectual, ensayista e investigadora. Ha pu­ blicado artículos relacionados con el derecho y con el campo del arte y la cultura en América, Asia y Europa. Una recopilación de sus ensayos sobre literatura será publicada próximamente bajo el título La flama y el eco (Ediciones Sarasvati, Nueva York).

maría helena barrera-agarwal

michelle cahill | Kenya, 1964 | Vivió en Londres hasta los diez años y luego emigró, junto con su familia, a Australia. Estudió medicina general en la Universidad de Sydney, y artes en la Universidad Macquarie. Su libro The accidental cage obtuvo el pre­ mio IP Pick (Australia, 2006) por mejor primer libro publicado. Sus poemas han sido publicados en Inglaterra, Estados Unidos y Australia. Actualmente trabaja sobre un libro de poemas basado en la relación entre poesía y artes visuales.

juan cameron | Valparaíso, Chile, 1947 | Ha publicado Perro de circo (1979), Cámara oscura (1985), Como un ave migratoria en la jaula de Fénix (España, 1992), Jugar con la palabra (antología, 2000), Treinta poemas para leer antes del último jueves (Costa Rica, 2007), entre otros. Ha obtenido el Premio Federación de Estudiantes de Chile (1972), el Premio Gabriela Mistral (1982), el Premio Re­ vista de Libros de El Mercurio (1996), el Premio Villanueva de la Cañada (España, 1997), el Premio Consejo Nacional del Libro (1999) y el Premio Ciudad de Alajuela (Costa Rica, 2004). guillermo carballo iturbide | Ciudad de México, 1979 | Licenciado en ciencias de la comunicación; cursó un diplomado de crea­

ción literaria en la Sociedad General de Escritores de México (sogem). Forma parte de las antologías Poesía cero (2008), An­ tología épica (2008) y Cupido internauta (2009). Es autor de las obras de teatro Carencias y Esperando al rinoceronte blanco. Es miembro del movimiento fusionista y cofundador de la compañía de teatro-poesía Sutil Absurdo. Actualmente imparte clases de creación literaria dentro del programa Niños Talento (Desarrollo Integral de la Familia-dif) y prepara su primera novela. | Bruselas, Bélgica, 1932 | Hizo estudios de filosofia y letras (filología románica) en la Universidad Libre de Bruselas. Ha publicado una docena de libros de poesía, entre los cuales destacan L’Ombre la Sentinelle, Selon plis et reflets, Lecture silencieu­ se, L’Aube et l’Aval, L’Ost rhapsodie, La fascinante consumée, Au présent de l’histoire, Poursuite d’Ulysse, Fleuve. En 2008 reúne su obra poética (1957-2006) en los cuatro volúmenes de Morada sucesiva. Ha publicado cinco libros de crítica y ensayo, y sus artícu­ los principales aparecieron en los tres volúmenes de Tenir paroles (2000). Ha realizado varias antologías y traducido y adaptado numerosas obras de poetas y prosistas húngaros, serbios, macedonios, croa­tas, italianos, rumanos y finlandeses, entre otros. andré doms

evodio escalante | Durango, México, 1946 | Crítico, ensayista y poeta. Entre sus libros ensayísticos se encuentran José Revueltas. Una literatura del “lado moridor” (1979), Tercero en discordia (1982), La intervención literaria (1988), Las metáforas de la crítica (1998), La espuma del cazador. Ensayos sobre literatura y política (1998), José Gorostiza. Entre la redención y la catástrofe (2001), Elevación y caída del estridentismo (2002) y La vanguardia extraviada. El poeticismo en la obra de Enrique González Rojo, Eduardo Lizalde y Marco Antonio Montes de Oca (2003). Su libro más reciente es Breve introducción al pensamiento de Heidegger (2007).


guadalupe flores liera | Ciudad de México | Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de Méxi­

co. Ha publicado Antología poética de Jaime Sabines (1994), Lo sagrado en la poesía de Jaime Sabines (1996), Atravesar la noche (2001), El sitio donde nada se le­vanta (2004), Una espera infinita (2007). Escribe poesía, cuento y artículos sobre li­teratura. Es traductora del griego.

Miguel Ángel flores | Ciudad de México, 1948 | Ensayista y poeta. Colaborador de diversas revistas y publicaciones literarias. Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1980 por Contrasuberna. Ha publicado, entre otros, José Emilio Pacheco. Aproximacio­ nes (1984), Los momentos críticos (recopilación de la obra crítica de Alí Chumacero) (1987), Más que un carnaval. Antología de poe­tas contemporáneos (1994), Ciudad decapitada(1983), Saldo ardiente (1984), Sombra de vida (1986), Erosiones y desastres (1987), Plega­ ria (1987), Antevíspera (1993), Isla de invierno (1996), Cuerpo iluminado (2007), Pasajero de sombras (2007). alfredo fressia | Montevideo, Uruguay, 1948 | Poeta, profesor de literatura, se desempeña también como periodista cultural. Es traductor de poesía brasileña al español. Reside en São Paulo, Brasil, desde 1976. A partir del fin de la dictadura en su país vuelve sistemáticamente a Montevideo, donde publica y se desempeña como crítico de poesía. Editor de La Otra. Revista de Poesía + Ar­tes Visuales + Otras Letras. Entre sus libros publicados se encuentran Un esqueleto azul y otra agonía (1973), Clave final (1982), Noti­cias extranjeras (1984), Destino: Rua Aurora (1986. 2007), Cuarenta poemas (1989), Frontera móvil (1997), El futuro / O futuro (1998), Amores impares (1998), Veloz eternidad (1999), Eclipse. Cierta poesía (1973-2003) (México, 2006). eduardo garcía aguilar | Manizales, Colombia, 1953 | Realizó estudios en la Universidad de Vincennes (París viii), hasta 1979, y luego vivió en Estados Unidos y México. En la actualidad reside en París. Ha publicado las novelas Tierra de leones (1986), Bu­ levar de los héroes (1987), El viaje triunfal (1993) y Tequila Coxis (2003), así como Urbes luminosas (relatos, 1991), Llanto de la es­ pada (poemas, 1992), Animal sin tiempo (poemas, 2006), Celebraciones y otros fantasmas: una biografía intelectual de Álvaro Mutis (1993), Delirio de San Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada (1998) y Voltaire, el festín de la inteligencia (2005). Varios de sus libros han sido traducidos al inglés, francés y bengalí. katherine m. hedeen | Salem, Oregon, Estados Unidos, 1971 | Traductora, investigadora y profesora universitaria, especializada en poesía hispanoamericana; doctora en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Texas en Austin, es profesora de esa espe­cia­li­dad en Kenyon College, Estados Unidos. Recibió este 2009 el National Endowment for the Arts por su traducción de Los poemas de Sid­ ney West, de Juan Gelman. Entre sus libros traducidos del español al inglés destacan The Infinite’s Ash (Víctor Ro­d ríguez Núñez, 2008), Garden of Silica (Ida Vitale) y Journal with No Subject (Juan Calzadilla). Editora asocia­da de la serie Earthworks de Salt Publishing. En español ha publicado, en colaboración con Víctor Rodríguez Núñez, El silo. Una sinfonía pastoral (2005) y Améri­ ca o el resplandor (2006), del poeta australiano John Kinsella. Ha escrito ensayos académicos sobre varios autores contemporáneos de la región, como Fina García Marruz, Aída Cartagena Portalatín y Carilda Oliver Labra. lêdo ivo | Maceió, Alagoas, Brasil, 1924 | Poeta. En 1944 se inició en la literatura con Las imaginaciones (poesía); al año siguiente

publicó Oda y elegía, distinguida con el Premio Olavo Bilac, de la Academia Brasileña de Letras. En 1947, su novela prima Las alian­ zas mereció el Premio de Novela de la Fundación Graça Aranha. Después de 1954 su obra literaria se acrecentó con la publicación de obras de poesía, novela, cuento, crónica y ensayo. En México han aparecido diversas colecciones de poemas, entre las que fi­gu­ran La imaginaria ventana abierta, Oda al crepúsculo, Las pistas y Las islas inacabadas. La Cabra Ediciones publicó, en 2008, Réquiem y Poesía en general [antología 1940-2004]. Lêdo Ivo es miembro de la Academia Brasileña de Letras. roberto juarroz | Coronel Dorrego, Argentina, 1925-1995 | Ensayista, traductor y crítico literario. Marchó al exilio con el adveni­ miento del general Perón. Miembro de número de la Academia Argentina de Letras y catedrático universitario por más de treinta años, recibió numerosos premios y distinciones, entre otros, el premio Jean Malrieu de Marsella, y el premio de la Bie­nal Internacio­ nal de Poesía, en Lieja, Bélgica. Salvo su colección Seis poemas sueltos (1960), su obra se agrupa en una serie de vo­lúmenes correla­ tivamente numerados del uno al catorce bajo el título general de Poesía vertical; el primero de ellos es de 1958, el segundo de 1963, el tercero de 1965, el cuarto de 1969, y así sucesivamente; en 1997 apareció la décimocuarta entrega, de manera pós­t uma. Su temáti­ ca se centró en la metapoesía y su lenguaje se fue haciendo conceptual conforme exploraba los límites de la pa­la­bra como nexo de relación del hombre con el mundo, un mundo contemplado como apofanía, como revelación. josu landa | Caracas, 1953 | Poeta y filósofo. Entre sus libros destacan Bajos fondos (Premio de Poesía Punto de Partida, 1987), Treno a la mujer que se fue con el tiempo (1996, 2006, Premio Carlos Pellicer de Poesía, 1996), Poética (2002), Alisios (2004), Y/O (Ensamble) (novela, 2004), Estros (antología, 2006), Tanteos (2009). Textos de su autoría integran las antologías Prístina y última piedra (1999) y Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (2007). En 1997 recibió la Orden Andrés Bello. Perteneció al Sis­te­ ma Nacional de Creadores de Arte, de 2000 a 2006.


carlos maciel sánchez | Ciudad de México, 1952 | Desde 1973 ha realizado cuarenta y siete exposiciones individuales y más de seten­ ta colectivas en diversas ciudades de Rusia, México, Colombia, Cuba, Costa Rica, Letonia, Perú, Chile, Estados Unidos, Lituania, Es­to­ nia, Francia, España y Suiza. Su obra forma parte de las colecciones de varios museos e instituciones, entre otros, en México, Rusia, Santiago de Chile. Su obra forma parte de colecciones privadas en diversos países: México, Colombia, Cuba, Costa Rica, Chile, Brasil, Japón, Francia, Rusia, Ale­mania, Ucrania, Estados Unidos, Latvia, Suiza, Estonia, Lituania, Dinamarca, Holanda, Grecia, Georgia, España, Pana­má, Perú, Argentina y Paraguay. [kijano_carlos@hotmail.com] floriano martins | Fortaleza, Brasil, 1957 | Poeta, ensayista, traductor y editor. Se ha dedicado en particular al estudio de la li­te­ra­

tura hispanoamericana. Es autor de los libros Escritura conquistada. Diálogos con poetas latinoamericanos (1998) y El inicio de la búsqueda. El surrealismo en la poesía de América Latina (2001). Ha traducido a Fe­derico García Lorca, Guillermo Cabrera Infan­te, Jorge Rodríguez Padrón, José Luis Vega, Alfonso Peña, Ana Marques Gastão y Juan Calzadilla, entre otros. Entre sus libros de poesía destacan Alma en llamas (1998), Cenizas del sol (2001) y La noche impresa en tu piel (2006). En la actualidad dirige, junto a Claudio Willer, la revista electró­nica Agulha (www.revista.agulha.nom.br) y es coordinador del proyecto Banda Hispánica, del Jornal de Poesia. En colabora­ción con María Estela Guedes dirige el dossier surrealista Poesía y Libertad, en la revista electrónica TriploV (Portugal). amparo osorio | Bogotá, Colombia, 1951 | Poeta, narradora y ensayista. Ha publicado los libros Huracanes de sueños (1983-1984), Gota ebria (1987), Territorio de máscaras (1990), La casa leída (antología de autores universales sobre el tema de la casa, 1996), Mi­ gración de la ceniza (1998), Omar Rayo. Geometría iluminada (entrevista, coautora, 2001), Antología esencial (2001), Memoria ab­ suelta (2004). Es editora general de la revista literaria Común Presencia, y codirectora de la colección internacional de literatura Los Conjurados. Varios de sus poemas han sido traducidos al inglés, árabe, francés, italiano, portugués, húngaro, alemán, ruma­no, ruso y sueco.

| Tetelcingo, Morelos, México, 1972 | Estudió antropología y letras, pero se dedicó a ser editor. Estuvo al frente de Joaquín Mortiz durante poco más de diez años. Fue editor de Ficción del Grupo Planeta durante casi catorce años. Actual­ mente es director literario de Random House Mondadori en México. Ha publicado los libros de poesía Un canto para los nave­ gantes (1992), En nuestros ojos (1997) y Zapping (2006). Ha sido becario del Instituto de Cultura de Morelos (1995-1996), del Centro Mexicano de Escritores (2000-2001) y del fonca (2002-2003). Su obra poética ha sido reunida en el Anuario de poesía mexicana 2005, edición a cargo de David Huerta, y Los mejores poemas mexicanos 2005, edición de Elsa Cross.

andrés Ramírez

| Medellín, Colombia, 1946 | Poeta, periodista, ensayista. Ha obtenido varios premios nacionales de poesía (Eduardo Cote Lamus y Universidad de Antioquia), de periodismo (Simón Bolívar) y de cuento (Universidad de Antioquia). Di­ ri­ge el periódico cultural La Sangrada Escritura. Ha publicado Memoria del agua (1973), Luna de ciegos (1975), Los la­drones noctur­ nos (1977), Señal de cuervos (1979), Fabulario real (1980), Antología poética (1983), País secreto (1987), Ciudadano de la noche (1989), Luna de ciegos (antología, 1990), Pavana con el diablo (1990), Prosa reunida (1993), Lugar de apariciones (2000), Los cinco entierros de Pessoa (2001), Arenga del que sueña (2002), Las hipótesis de Nadie (2006). [juan_manuelroca@hotmail.com] juan manuel roca

juan josé rodríguez | Mazatlán, Sinaloa, México, 1970 | Narrador, periodista y editor. Es autor del libro de relatos Con sabor a limonero (1988), y de las novelas El náufrago del mar amarillo (1991), Asesinato en una lavandería china (1996), El gran invento del siglo xx (1997) Mi nombre es Casablanca (2003) y La Casa de las Lobas (2005). Ha obtenido el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano (1989), el Premio Estatal de Crónica de Sinaloa (1997), el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen (2002) y el Premio Mazatlán de Literatura (2004). Actualmente es director de la revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa y miem­bro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

| La Habana, Cuba, 1955 | Poeta, periodista, crítico, traductor y profesor universitario. Fue redactor y jefe de redacción de la revista cultural El Caimán Barbudo. Actualmente es profesor de literaturas hispánicas en Kenyon College, Estados Unidos. Ha publicado los poemarios Cayama. Con raro olor a mundo (Premio David, 1981), Noticiario del solo (Premio Plu­ ral, 1987), Cuarto de desahogo (1993), Los poemas de nadie y otros poemas (1994), El último a la feria (1995), Oración inconclusa (2000), Con raro olor a mundo. Primera antología, 1978-1998 (2004), Actas de medianoche (2006) y Actas de medianoche ii (2007).

víctor rodríguez núñez

colaboradores




eclipses

roberto juarroz

El otro que lleva mi nombre ha comenzado a desconocerme. Se despierta donde yo me duermo, me duplica la persuasi贸n de estar ausente, ocupa mi lugar como si el otro fuera yo, me copia en las vidrieras que no amo, me agudiza las cuencas desistidas, descoloca los signos que nos unen y visita sin m铆 las otras versiones de la noche. Imitando su ejemplo, ahora empiezo yo a desconocerme. Tal vez no exista otra manera de comenzar a conocernos.


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