La Otra No. 5

Page 1


fotografía

cristina kahlo criskahlo@yahoo.com.mx

© cristina kahlo | de la serie danzón | 2007-2009


director general

José Ángel Leyva directora editorial

María Luisa Martínez Passarge editor

Universidad Autónoma de Sinaloa rector

Dr. Víctor Antonio Corrales Burgueño secretario general

Dr. José Alfredo Leal Orduño

Alfredo Fressia consejo editorial

Jorge Bustamante | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Evodio Escalante | Jor­ ge Esquinca | Juan Gelman | Hugo Gu­tié­rrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Her­nán Lavín Cerda | Carlos Maciel | Pa­blo Molinet | Carlos Montemayor | José Emilio Pa­ che­co | Vicente Quirarte

año 2 | núm. 5 | octubre-diciembre 2009

consejo nacional aguascalientes Claudia Santa-Ana | chihuahua Jorge Humberto Chávez | distrito federal Ma­

portada y portafolio fotográfico

Cristina Kahlo

ría Baranda, Víctor Cabrera, Antonio Deltoro, Miguel Ángel Flores, Grissel Gómez Estrada, Samuel Gordon, Eduardo Mosches, Lucía Rivadeneyra | jalisco Jorge Souza | michoa­cán Gas­ par Aguilera | morelos Javier Sicilia | nuevo león Armando Alanís Pulido, Margarito Cuéllar | puebla Ludmila Biriukova | sinaloa Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Elizabeth Moreno Rojas | sonora Juan Manz | veracruz Silvia Tomasa Rivera | zacatecas José de Jesús Sampedro consejo internacional argentina Rodolfo Alonso, Jorge Boccanera, Cecilia Romana | australia John Kinsella | bél­gica Stefaan van den Bremt | bolivia Eduardo Mitre, Mónica Velásquez | brasil Lêdo Ivo, Floriano Martins, Ana Rüsche | chile José María Memet, Jaime Quezada, Manuel Silva | co­lombia

Rafael del Castillo, Pedro Alejo Gómez, Santiago Mutis, Amparo Oso­rio, Juan Manuel Roca | costa rica Alfonso Peña | ecuador Jorge Enrique Adoum†, Edwin Madrid | el salvador André Cruchaga | españa Rodolfo Häsler, Luis García Montero, Uberto Stabile, Jordi Virallonga | estados unidos Margaret Randall, Víctor Rodríguez Núñez | francia Stéphane Chaumet, Eduar­ do García Aguilar | grecia Guadalupe Flores | islas canarias Juan Carlos de Sancho | italia Martha Canfield, Emilio Coco | paraguay Jacobo Rauskin | perú An­tonio Cisneros, Hilde­bran­ do Pérez Grande, Renato Sandoval | polonia Krystyna Rodowska | portugal Rosa Alice Branco, Nuno Júdice | quebec Claude Beausoleil, Bernard Pozier | república dominicana Soledad Ál­ varez, Alexis Gómez Rosa | rusia Andrei Kofman | uruguay Luis Bravo, Gerardo Ciancio | ve­ nezuela María Antonieta Flores

Portada: De la serie Danzón | 2007-2009

dossier artes plásticas

Miguel Ángel Ojeda Machado

consejo de arte

Octavio Bajonero | Pascual Borzelli | Guillermo Ceniceros | Rogelio Cuéllar | Felipe Ehren­ berg | Germaine Gómez-Haro | Es­ther González | Graciela Kartofel | Samuel Vázquez

diseño y formación

La Cabra Ediciones, S.A. de C.V. relaciones públicas

Araceli Pérez Montiel impresión

Exima, S.A. de C.V. | Panteón 209, bodega 3, Los Reyes Coyoacán, Coyoacán, 04330, México, D.F. 1 000 ejemplares página web

www.laotrarevista.com Reyes Sánchez Villaseñor [mexking@prodigy.net.mx] issn 1305 5143

La Otra es una publicación trimestral de La Cabra Ediciones, S.A. de C.V., en coedición con la Universidad de Sinaloa | issn 1305-5143 | Número de Certi­fi­cado de Re­ser­­va otorgado por el Instituto Nacional de Derecho de Autor: 04-2009-022514215700-102 | Número de Certificado de Licitud de Contenido: en trámite | Domicilio: Callejón del Atrio núm. 8-1 bis, casa 3, Cuadrante de San Francisco, Coyoacán, 04320, México, D.F. | Teléfono: (55) 5554 3968 | [www.laotrarevista.com] [otragaceta@gmail.com] [lacabraediciones08@gmail.com]


Durante el mes de octubre tuvo lugar El Otoño Cultural de Huelva; en el marco de dicho encuentro se realizó el Foro de la Bibliodiversidad con la presencia de representan­tes de pequeñas editoriales —bajo el distintivo de independientes— para discutir el tema de la diversidad bibliográfica y la sobrevivencia de estas casas editoriales. La Otra, re­pre­sentando a La Cabra Ediciones, estuvo allí como parte de esa realidad cultural de nuestros países donde las trasnacionales imponen un gusto y un tipo de lectura que suele responder a la moda, pero no a la multiplicidad de lecturas. La coexistencia de editoriales alternativas, sobre todo en los países latinoamericanos, entraña un asunto de políticas públicas, cierto, pero también una responsabilidad social por parte de quienes asumimos la aventura de participar en la diversificación de la lectura y su fomento en géneros, obras y autores que no le interesan al mercado ni a los administradores gubernamentales en turno. La existencia de una revista como La Otra tiene un gran significado de resistencia y esperanza en México, donde el terror comienza a ser parte del estado de ánimo nacional. La permanencia de editoriales como La Cabra en un medio donde se le niegan espacios de venta a los libros de poesía por considerarlos inútiles, donde las librerías los ven como un estorbo a los grandes éxitos comerciales, es un signo de sobrevivencia. La diversidad de opciones, la búsqueda y sus encuentros, la ruptura de la homegeneidad, son expresiones de lucha contra el hastío y la vaciedad que suelen dominar a las sociedades de consumo y a los convencionalismos provinciales. La diversidad es inclusión, diferencia, extrañeza, asombro, interés, apertura, movimiento, alteridad, riqueza, respeto, convivencia, divertimento, creatividad. Las editoriales alternativas son independientes no porque no dependan de los apoyos y subvenciones del Estado o de la iniciativa privada —casi inexistente—, sino por su voluntad de navegar contracorriente, de no atender a pie juntillas los designios del mercado. La bibliodiversidad existe, es parte de la energía que nos mueve, es lo que en apariencia no se ve, pero se lee. La Otra es evidencia, la tienes en tus manos.


漏 cristina kahlo | de la serie danz贸n | 2007-2009


índice fotografía | cristina kahlo verónica loera y chávez

| Hasta que se acabe el piso | 6

poetas en babel teresa amy

| Breve muestra de poesía checa. Poetas de la Primavera de Praga | 18

ˇ Stanislav Dvorsk, 20 | Antonín Brousek, 22 | Jan Skácel, 23 | Tomáš Frýbert, 25 | Vladimíra Cerepková, 27 | Peter Král, 28 | Ivan Schneedorfer, 29 | Jiˇrí Gold, 30 | Viola Fischerová, 31

| Poemas (presentación de María Baranda) | 32 | Poemas | 37 murilo mendes | Poemas (presentación de Rodolfo Alonso) | 41 david howard | Poemas (presentación de Rogelio Guedea) | 47 víctor rodríguez núñez | Poemas | 50 paul hoover

udo kawasser

carlos germán belli

| El buen mudar de Carlos Germán Belli | 54 | La poesía reunida de Belli | 57 carlos germán belli | Poemas | 59 francisco josé cruz

ricardo gonzález vigil

artes plásticas | miguel ángel ojeda machado dante medina

| Miguel Ángel Ojeda Machado. La óptica del ojo, el agua y el encanto del aire | 65

hugo gutiérrez vega

| Hugo Gutiérrez Vega. La ironía y la transparencia. Entrevista | 74 | El poeta peregrino | 84 hugo gutiérrez vega | Poemas | 87 david jurado

ernesto flores

miscelánea

| Luuk Gruwez. La poesía como boleto de entrada a la existencia. Entrevista | 91 | Tres poemas | 94 Efraín bartolomé | La travesía de Juan Domingo Argüelles | 97 juan domingo argüelles | Poemas de La travesía | 99 augusto munaro | Hugo Gola. El paciente cazador de belleza. Entrevista | 103 armando romero | De Agion Oros (El Monte Athos) | 108 lucía estrada | Poemas | 112 karla sandomingo | Que (voz grave para un solo) | 116 Rosy palau | Poemas | 118 marco antonio campos luuk gruwez

la cocina del artista | manel pujol baladas

| Costumbres gastronómicas medievales | 120 | Conversación con Manel Pujol Baladas | 123

manel pujol baladas josé ángel leyva otras letras

eduardo antonio parra

| Cuatro sombras enanas | 125

lengua de sastre josé javier villarreal colaboradores

| Pero en serio, ¿valió la pena? | 128

| 131

eclipses jorge boccanera

| Huellas | 136


fotografía

cristina kahlo | © daniel de laborde, 2009

verónica loera y chávez

hasta que se acabe el piso

El juego es el modo de ser de la obra de arte. h. g. gadamer

V

er las fotografías de Cristina Kahlo es entrar a un juego que, como todo juego, es un en­cuen­tro; no sólo con ella y sus personajes, sino con la esencia de la vida. Esta experiencia fluye sin prisa, trasciende la imagen para hablar por sí misma. Es un instante en que sucede, se deja ver por nosotros, nos cautiva y nos habla al oído para decirnos un secreto: “Ven, siénte­ lo, juega conmigo.” En esta ocasión es la sensualidad del baile: el ritual del danzón, pero pudo haber sido un enchinador de pestañas, unas corcho­la­tas o un pato —algunas intervenidas con óleo—, o un niño mixe en la montaña. Cristina tiene la facilidad de guardar ins­tantes maravillosos en cualquier circuns­tancia de la vida cotidiana; sus imágenes nos recuer­dan que lo im­ portante no está en una alejada torre de marfil, sino en esos pequeños momentos or­dinarios donde algo sim­ plemente acaece y capta nuestra atención. Buscadora de fiesta, música y danza, Cristina atrapa esos momen­ tos, su luz, y al mostrar el resulta­do nos descu­bri­mos

atrapados, humildes mirones que pasamos a ser juga­ dores, no del juego de Cristina, si­no del encanto que producen sus fotografías en el momento en que nos paramos frente a ellas. Los objetos y las personas se nos muestran distin­ tas porque “en el juego siempre se pueden hacer las co­ sas de manera diferente”. Un enchinador de pestañas o unas tijeras con un rizo recién cortado nos remiten a momentos muy íntimos de la vida feme­ni­na; lo mismo sucede con las corcholatas pintadas: es el juego de los niños que tienen la capacidad de tratar todo con tanta seriedad que nos asombra. Ahora entra­mos a jugar con ellos, a tratar de entender y gozar con ellos esa forma­ ción, esos colores inventados, recreados, a encontrar un sentido. Y no se diga de la danza, su atuendo, su rit­mo detenido en un suspiro. En qué fracción de tiempo se detuvo la eternidad. De Karlsruhe a Pforzheim, de Baden-Baden a Penn­ silvania, de Nebraska a Estrasburgo, de Basilea a Tlahui­ La Otra | octubre-diciembre 2009


toltepec Mixe, de Oaxaca a la Ciudad de México y, por supuesto, en el Cervantino guanajuatense, las foto­gra­ fías de Cristina Kahlo recorren el mundo y provocan juegos multiétnicos, pluriculturales. En una ocasión decide fotografiar el Día de Muertos, ese sagrado 2 de noviembre con tanto arraigo mexicano, y se lleva la fies­ta a Europa. En Alemania —lugar de sus oríge­ nes, cuna de su bisabuelo fotógrafo— los suizos ven su trabajo y la invitan a Basilea para hacer una residen­ cia. Durante esa estancia prolongada participa en la “Spielzeit”, fiesta donde todas las plazas de Basilea se llenan de juego y color. Cristina, como ya será evi­ dente para todos, fotografía la fiesta y posterior­ mente la expone en México. Para darle tiempo al juego, Cristina trajo a los suizos en su bolsillo; un chip cargado se expande y arma su propio escenario, ahora junto al mural de Rivera: Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. En Basilea se topa con sus paisanos que, además de mexicanos, son músicos mixes y capta sus imágenes para mostrarlas próximamente en Canadá. Los mixes que estaban tocando en Suiza invitan a la fotógrafa a Tlahuitolte­ pec; ella registra su vida y sus fiestas en las montañas y ahora todos viajan a Montreal para provocar que los canadienses participen en este juego transétnico e internacional. Y mientras suceden todos estos ires y venires, estos encuentros y hermandades, Cristina se da tiempo de instalar talleres infantiles de foto­gra­fía en Oaxaca y en la Casa Azul de Coyoacán, aquella que perteneció a su tía abuela y todo nos lleva de vuel­ ta al origen. Familia de artistas: pintores y fotógrafos conviven y se multiplican.Cristina Kahlo también cura fotografías y pinturas —no sólo el alma— para distintas exposiciones in­ter­nacionales: Dinamarca, Es­ tados Unidos, Australia, Japón y Canadá se han vis­to agraciados con su ojo y sensibilidad. fotografía | cristina kahlo

“Pero ahora vamos a bailar —dice Cristina— hasta que se acabe el piso.” Todos los sábados en la Ciuda­de­ la se celebra un ritual obligatorio. Con za­pato bico­lor y zapatillas altas, las parejas se acomodan en la zona de baile. Basta un periódico para seña­lar que el lugar le pertenece a alguien, y no se te vaya a ocurrir usarlo porque eso indica que no eres lugareño, que estás fue­ ra de la juga­da. Todos viven para el sá­ba­do, ese día que los junta en el baile. Semana tras semana se reúnen rigurosamente, pero con antelación se arreglan, se po­ nen de gala, no cualquier vestido, no cualquier panta­ lón. Al baile se le tiene res­peto y, por tanto, hay que vestir con propiedad. Todo es parte del atuendo, nada está de más: media calada, zapatos bien lustrados, ca­ dena al centro, flor blanca en la solapa y sombrero de ala ancha, como dice la canción de Ru­bén Blades. José Rosa se viste de azul, Paola llama a su abue­lo pa­ra que la saque a bailar. La dama posa y acepta dos minutos frente al telón improvisado para inmortalizar a quien se pare enfrente; la si­guen El Ma­go y El Maestro, que también quieren estar, pero alístense todos, que es ho­ ra de bailar. No es sencillo captar el código detrás de este ritual que nos re-presenta Cristina Kahlo. Ella ha logrado de­tener el tiempo en sus imágenes y echarlo a andar ca­da vez que uno las mira. Es como convocar a la fies­ ta, a la sensualidad y a la melancolía, porque hay algo de melancolía en cada tradición, un “todo tiempo pa­ sado fue mejor”, y por eso hay que mantenerlo vivo, no permitir que se pierda en la cultura del plástico y la grasa de las hamburguesas. Cristina se ha vuelto par­ tí­cipe de esta fiesta y nos vuelve sus cómplices, de­ seosos de vivirla, de entender el significado de cada paso, de cada eslabón de la cadena… o debo decir ca­ dencia, porque —dicen los de la Ciudadela— “el dan­ zón es cadencia”. v 


ďœ¸

La Otra | octubre-diciembre 2009


pp. 8-17 © cristina kahlo | de la serie danzón | 2007-2009

fotografía | cristina kahlo




La Otra | octubre-diciembre 2009




poetas en babel






La Otra | octubre-diciembre 2009


fotografía | cristina kahlo






La Otra | octubre-diciembre 2009



poetas en babel

teresa amy

Presentación, selección y traducción

Breve muestra de poesía checa

poetas de la primavera de praga

E

l efecto del 68 se sintió en toda la sociedad de la entonces Checoslovaquia. También en la poesía. Fue para los checos un año corto. Empezó, como to­ dos, en enero, pero esta vez trajo la novedad del rele­ vo en la cúpula del gobernante Partido Comunista y la llegada del reformista Alexander Dubcek. Pero no se extendió hasta diciembre. El 68 checoslovaco ape­ nas duró hasta agosto. Muchos escritores vieron en esa corta experiencia —que se conocería como Primave­ ra de Praga— un espacio para desarrollar una poesía al margen de las exigencias oficiales de un realismo que reflejara una visión “positiva” de cualquiera de las fa­ cetas de la experiencia vital, no sólo cuando se habla­ ba en las tonalidades “colectivas” de la literatura social, sino incluso cuando la temática era la vida cotidiana. Pero el intento de “socialismo con libertad” fue una ilusión pasajera. La novela La broma, de Milan Kun­dera, puede con­ siderarse emblemática de la narrativa de la Primavera de Praga. Publicada en 1967, alcanzó de inmediato la can­tidad de decenas de miles de ejemplares y disfru­ tó de una temporada de éxito en ese corto año de 1968,



para luego, en 1969, regresar a la “normalización” de convertirse en una obra prohibida y su autor ser obli­ gado al exilio. De manera similar, poetas del círculo cercano a Kundera —menos conocidos luego en Oc­ cidente, pero mucho más influyentes en el campo de la poesía checa de lo que nunca sería el autor de La broma en el campo de la narrativa— editaron libros y revistas con una masiva aceptación por parte de un público ávido de acercarse a una creación que les ha­ blara en ese nuevo lenguaje. Esos poetas también fue­ ron acallados por la “normalización”: las revistas fueron cerradas, los libros prohibidos y los poemas obligados a circular clandestinamente. Un nombre de entre esos poe­tas, Jan Skácel —mo­ ravo como Kundera, ambos activos en Brno, la segun­ da ciudad checoslovaca y sede universitaria al igual que Praga—, puede simbolizar el destino de la poesía que floreció en 1968 (que ve­nía de más atrás y que no se detuvo al llegar la détente de octubre). No en va­no, a veinte años de aquellos tiempos difíciles —trágicos, sin que sea un abuso usar ese término— Kundera uti­ liza la peripecia de Skácel como hilo conductor de su La Otra | octubre-diciembre 2009


poetas en babel

© ladislav bielik

Bratislava | 21 de agosto de 1968

© belga / afp

novela La ignorancia. Muchos poetas de ese tiempo fueron ignorados más allá de las fronteras de su país; ahora, treinta años más tarde, varios han sido traduci­ dos por primera vez al español (espe­ro que aún a tiem­ po) y llegan en esta breve muestra. Luego de salir de Checoslovaquia hacia los cinco pun­tos cardinales (el quinto era quedarse en casa, con las ventanas tapiadas), siguieron escribiendo. El orden en el que se presentan no es el tradicional, que suele se­ guir la fecha de nacimiento de los auto­res, sino que bus­ ca mostrar la evolución de la crea­ción des­de an­tes de la Primavera de Praga, ya en plena dé­cada de los años sesenta (como los puentes levadizos de Dvorský o la impaciente felicidad de Brou­sek), luego lo publicado en el mismo año de 1968, para terminar en lo que so­ bre­vive tras la llegada de los tanques y ve la luz en la pe­ numbra de los manuscritos clandestinos o lo que se pu­bli­ca directamente en el exilio. El ciclo se cierra con el desconcierto que siguió —también para los poe­ tas— al final del régimen socialista y el desencanto por las incumplidas promesas de la libertad reconquistada. Los textos que aquí se recogen, traducidos con la colaboración de Alfredo Infanzón, forman parte de la antología inédita que se llamará Animales silencio­ sos, nombre tomado de un verso de Lucas Marvan. En aquella primavera Marvan tenía apenas seis años (por lo que no se incluye en esta muestra), pero el poe­ ma del cual están tomadas estas palabras —“No se sabía nada de ellos”— parece hablar de sus jóvenes mayo­res cuando dice: “yo quería decir alguna cosa / levantarme de allá del mismo fondo / animales silen­ ciosos” que venían “de los lugares donde las zarzas permane­cían abiertas”. De aquellas zarzas llegan es­ tos jóvenes viejos poetas de la Primavera de Praga, para que ya no pueda decirse que no se sabía nada de sus voces. v

Ciudadanos de Praga rodean los tanques soviéticos | 21 de agosto de 1968




Stanislav Dvorsk

[1940]

Za plotem prý svoboda potkával sem je na svých toulkách ve chvílich zimnicˇnatých obav pod zelenou dekou vychovatelé cˇerné tane cˇnice a astronauti se domnívali že jsem zˇrízenec bylo mi dobˇre v tom stínu uprostˇred sluneˇcního šílení pˇrerušované svˇetlo padalo na rozpálené tváˇre na jejich ruce ze syrového masa a stromy zaˇcaly vzájemnˇe pror˚ustat i my se jednou podíváme za své zlodˇejské nehty zas budu slzet když si vzpomenu na bílý dv˚ur a louky a vrata na pˇrihrádky se zbožím na šedivá odpoledne nad zteplalým chlastem na rozsekané dˇríví na samovar na rozsypané pilulky na zni cˇená koupališteˇ na zmoklé slepice na pootevˇrenou šatnu na vyuzený perón na pálení v oˇcích na mosty v jarním dešti na zmodralá semena na úponky psího vína na erotické koupelny na bezpohlavní kladiva a kovadliny na moˇre písku akáty cimbál vysvle cˇené prsy na obrnˇené voliéry na du˚ lky v trámech záchvaty lenivosti na rýhy ve skle na zralou veˇrejnost a nezralou samotu na vyžrané plechy a mˇelˇcinu jednoho chrupu na praskot ve smetišti na p˚uvabné borovice na kancˇí lí cˇidla na klec pro tˇežkého konˇe vymilovaného konˇe koˇnskou bˇritvu ano ano zase budu slzet nad tebou jako bys zahyniula pˇri strašlivém vzkypˇení medu zvlhl jsem jako uˇrícený klitoris zaˇcalo tu být nevlídno dotírali na mne a já se trˇasl jako když jsem poprvé vidˇel rozlézat se šedé sviˇnky a pak jsem už jen staˇcil zaˇrvat ven! a ukázat roztržitˇe na dveˇre s ulomenou bakelitovou klikou 

La Otra | octubre-diciembre 2009


La libertad, se dice, está tras el vallado yo los reencontraba en nuestro deambular en momentos de miedo febril bajo una frazada verde educadores bailarinas negras y astronautas me tomaban por un empleado me sentía bien en esta sombra en pleno delirio solar la luz entrecortada caía sobre los rostros enrojecidos de calor sobre sus manos en carne viva los árboles habían empezado a entrecruzarse también nosotros un día íbamos a mirar detrás de nuestras uñas ladronas yo estaría otra vez bañado en lágrimas al recordar el patio blanco los prados y las puertas de las cocheras las estanterías atiborradas de mercadería las tardes grises sobre el aguardiente tibio (la madera cortada) el samovar píldoras esparcidas piscinas devastadas gallinas mojadas guardarropas entreabierto escalinata ahumada ardor en los ojos puentes bajo una lluvia de primavera granos azulados zarcillos de viña virgen cuartos de baño eróticos yunques y martillos asexuados mar de arena acacias tímbalo senos desnudos pajareras blindadas agujeros en las vigas crisis de pereza rajaduras en el vidrio público maduro soledad todavía verde chapas carcomidas los bajofondos de una dentición los chirridos en el depósito de basura los encantadores pinos los disfraces para jabalíes la jaula para un caballo pesado el caballo agotado de amor la navaja esquiva pero sí pero sí de nuevo estaré bañado en lágrimas ante ti como si hubieras zozobrado durante un terrible derrumbe de miel me volví húmedo como un clítoris violento la atmósfera se vuelve hostil me presionaban con preguntas y yo temblaba como cuando por vez primera vi expandirse los crustáceos grises y después apenas alcancé a gritar: ¡fuera! señalando distraídamente la puerta con el pomo de plástico arrancado [De Los puentes levadizos, 1960]

poetas en babel




Antonín Brousek

[1941]

štˇestí

Felicidad

Ješt eˇ vyvˇetrat po svých pˇratelích… Zase to zkusili a znova odcházejí… Dole, pode mnou, ve tmˇe doznívá, jak se protahují, jak mˇe pomlouvají.

Ventilar todavía después de los amigos… Ensayaron todavía, ahora se van. Abajo, en lo oscuro, se oye cada vez más suavemente cómo se demoran, cómo me critican

Teplý vzduch z našeho pokoje narazil na mráz, na špinavé mraky, a ve svˇetle, jež se z okna prodírá, se z toho telí radostí.

El aire cálido de la habitación entrecorta el frío, la suciedad de las nubes; en la luz que busca agrietar el vidrio hay aleteos de alegría

A psíˇcci pod deˇckami se ulicemi chvˇejí, pod osikami na obˇešence vyjí, na listí, na proutky v ledu, na ledový sulc.

Los cachorros en las calles tiemblan bajo su manta, aúllan al pie de los álamos a la vista de un ahorcado, de una hoja, de una rama presa en el hielo, de una escarcha fresca, O cuando me ven a mí, caballo bajo su gualdrapa.

Stojím a cˇekám, až mˇe rozeberou. Až mi sejmou náklad, na nˇejž nevidím. Jen slyším: za zády mi duní na podlahy. Bud’ uhlí nebo kosti z kuchyní.

Yo espero aquí, de pie, que me corten en cuatro. Que me quiten de los hombros la carga invisible. A mis espaldas oigo retumbar el piso: huesos de la cocina, o bien carbón. [De La impaciencia, 1966]



La Otra | octubre-diciembre 2009


Jan Skácel

[1922-1989]

Most

El puente

ˇ eka je blízko pojd’ se podívar R Jak míjí voda mezi pilíˇri Spustíme olovnici kolmo k hladinˇe Na mrtvé vzpomeneme

El río está cerca ven a ver Cómo corre el agua entre los pilares Al soltar la plomada desde la superficie Pensamos en los muertos

A beze strachu opˇreme se lokty Trpˇelivˇejší nežli rybáˇri O žulu zábradlí Neznám tvé mrtvé a ty neznáš moje

Y sin miedo apoyamos los codos Más pacientes que pescadores En el granito de la baranda No conozco tus muertos y tú no conoces los míos

Je to jak dbrý skutek postát na mosteˇ A ostrá bolest jako cˇerná cˇára Projede hrudí Najednou díváme se na oblaka shora

Es un buen acto detenerse en el puente Y un agudo dolor como una línea negra Atraviesa el pecho De pronto, miramos desde arriba el cielo [De Escobillas, 1968]

La muerte de una carroza fúnebre Tras una negra pila de carbón abandonaron una carroza fúnebre En las orlas doradas el viento Ata nuditos y cardos y ortigas Crecieron junto a las ruedas El pértigo se yergue como un árbol seco Por los vidrios vacíos revolotean los pájaros

Se deshace una puerta plateada

Están mudas las ruedas sin aire Y el crujido de la chapa ha reemplazado al llanto En el viejo muro quedó un cierto olor de las coronas poetas en babel




Desengancharon los caballos y del pescante retiraron la manta fúnebre Apagaron las velas y el cochero En comba lanzó tras de sí el látigo en vano busco ahora entre el pastizal la correa con cuatro nudos [De Escobillas, 1968]

Los muertos y desnudos Quién cortará con la hoz el pasto Para los conejitos barbudos y chiquitos Cuando estén colgados De un gancho boca abajo y un hilo De sangre clara y alegre Cosa sus naricitas a la tierra La lámpara alumbra vigas Cielos de esta muerte Llenos de paja y astillas Parecido a una tortolita canta En el cielorraso ennegrecido dios Con voz clara y melodiosa Quién va a cortar de noche el pasto Para los conejitos chiquitos y graciosos Cuando cuelguen de los cuartos Y vayan muertos y desnudos A estremecerse de vergüenza y la noche Pasa ante el guardián Un ala [De Escobillas, 1968]



La Otra | octubre-diciembre 2009


Tomáš Frýbert

[1949]

Vˇezení

Prisión

Je modrý ostrov Se zbytky vu˚ nˇe akátu A du˚ m obrácený k moˇri dvorkem Na dvorku králíkárna slepá skˇrínˇ A kvetoucí zbytky auta

Hay una isla azul Con restos del aroma de las acacias Y una casa vuelta con su patio al mar En el patio una conejera armario ciego Y los restos florecidos de un auto

Na skále bezzubý Richie Havens Volá: Freedom! Za žlutým stolem Pod zelenou lampou Píšu vám Kamarádi.

Sobre el peñasco el desdentado Richie Havens Grita: ¡Freedom! Ante una mesa amarilla Bajo una lámpara verde Yo les escribo Amigos. [Manuscrito, hacia 1970]

Las estaciones de tren Finalmente fuera de las burbujas inoxidables De los ascensores de las escuelas de los hospitales y de los buenos amigos No me tendrán más con sus fénix de amianto La sangre de margaritas florecidas Algunas margaritas en la maraña de los telegramas Todo está perfectamente claro Como la historia de los barcos gloriosamente naufragados Compartid Chisteras que huelen a ratones Encuentros frustrados en Chicago o Casablanca poetas en babel




El optimista rojo azulado de las máquinas de vapor Bares para extranjeros y barriles enteros de arenques Moscú coloreada con lápices de punta gastada Moscú gesticulando con el fulgor dudoso de los dibujos animados De esos últimos pescaditos Entre tantas putas desencantadas de la Piscina Amarilla La cabellera del Yeti que no es otra cosa sino el culo del Yeti Moscú de mis amores de antaño Salgo de la fila que visita a Lenin embalsamado (Se murmura que no le queda más que un pedazo de oreja y la nariz) Repártanse las escalerillas de las piscinas Y las calles de tartas de yeso, no juguemos más Con la cabeza bajo el brazo de la camisa vomitada Verde en su interior como un estuche de violín Me acerco a la estación Los caramelos se estropean en los quioscos La tiniebla eléctrica tiende febrilmente su oreja velluda Y en la niebla silenciosamente Se vacían los neumáticos de lados blancos Bajo un neón intermitente espera Una bota lustrada a muerte De pie en el barullo de valijas laceradas. [Hacia 1970]



La Otra | octubre-diciembre 2009


ˇ erepková Vladimíra c

[1946]

Paranoïa

Paranoia

Dvereˇ jsou tiché pru˚ hledné dreˇvo U srdce mrazení cizích klíˇcu˚ Návrat je krutá cela Vídám ji ohranicˇenou mezi jinými na mapeˇ Až mˇe strach ohlodá na kost zbyde tu cˇekání dˇetského vˇeku s prstem namíˇreným proti mnˇe

Las puertas son de madera silenciosa transparente Las congeladas llaves extrañas cerca del corazón El regreso es una celda cruel suelo verla en el mapa diferente en medio de las otras Cuando el miedo me haya carcomido hasta el hueso quedará la espera de la infancia con un dedo apuntando sobre mí [De Pérdida de la palabra, 1973]

Teléfono Él parte de los cuadrados y de los rectángulos hacia el pálido mar y ayudado por los bañeros divisa la llegada de las olas tardías en cada grano de arena reconoce el trilobito histórico y con la caracola al oído telefonea a casa La voz (ese grito vano en el desierto) es interrumpida sin cesar por las noticias climatológicas de su casa resuenan las condiciones del viento La voz familiar anuncia subrayando cada palabra los grados indicados por el termómetro A su tiempo los senderos se vuelven púrpura y los pájaros del sur emigran porque la hora de las heladas ha llegado El auricular lanzado al mar enfurecido responde a todos los que aguardaban [Manuscrito, 1983] poetas en babel




Petr Král

[1941]

Pondˇelí, pˇrestupovat Tabák staˇrenek vychrchlaný na chodník hned vedle nerozžvýkaných nocˇních zbytk˚u Slunci ztuhlému ve svˇeráku strachu visí u nosu jen ta ledová kepka mezi našima nohame Být tak alespoˇn svým vlastním strejdou jako v památném vtipu pro bibliofily daleký Texas se ovšem zubí o to vío ocˇ víc se mu hrabu ve vybledlých kapsách kostel plazí ze spaní schoody na cˇistírnu a v poušti dnešního proletariátu vypukne na nejvýš dávná vu˚ nˇe vanilky Co víc vypadnout z lesa s prsty ofrankovanými jahodama z˚ustat stát pˇred tratí a cˇistˇe v duchu zacˇít krájet na plátky zmoklé koleje Zatímco venku rˇinˇcí ulicí pˇretrˇískané pˇríborníky den trcˇí dál v kulisách mlhy jak zápach po nebožkách varhanách Lunes, cambiar de vereda El tabaco de las viejitas escupido en la calle pegado a los restos de la noche no mascados La sola gota glacial entre nuestras piernas pende de la nariz del sol entre las tenazas del espanto que por lo menos uno pueda ser su propio tío como en la famosa broma para bibliófilos La lejana Texas por supuesto se burla aún más cuanto yo me esfuerzo en registrar sus bolsillos desteñidos la iglesia se arrastra de sueño por los escalones hacia la tintorería más nada En cuanto al proletariado sólo mi antiguo perfume de vainilla arriesga estallar todavía en su desierto 

La Otra | octubre-diciembre 2009


Qué decir además de brotar de la floresta con los dedos impregnados seguramente con el jugo de las fresas detenerse junto a la vía y limpiamente en su cabeza sólo ponerse a cortar en láminas los raíles mojados por la lluvia Mientras afuera tintinean las calles cargadas de vajilla el día se cuela entre los bastidores de la niebla como el hedor de los órganos de música de los difuntos [De El corazón azul, 1975]

Ivan Schneedorfer

[1937]

Solitude

Solitude

Od rána s nikým nemluvím Pišu lístek v poledne že odešel jsem zubaˇri Kdo to cˇte je obelhán je to má lež zoufalá nebot musím do ulic… Octi jsem se v parku borovic a cedrú Stromy vˇecˇnˇe zelené proˇc sám nejsem evergreen? Tady puknu závisti… Tak rád bych se radoval z nenadálé voinosti jsem však smˇešnˇe zaneprázdnˇen myšlenkami o sobˇe Kdybych nyní potkal zde v parku Pána svého on by rušil mné a já Jeho…

Desde temprano no hablo con nadie Al mediodía escribo en una hoja que me fui al dentista Quien lo lee se engaña Es mi mentira desconsolada necesito irme a las calles… Me hallé en un parque de pinos y de cedros Arboles eternamente verdes ¿por qué no soy yo mismo evergreen? Aquí estallaría de envidia… Querría tanto sentir la alegría de una súbita libertad pero en cambio soy ridículamente poseído por pensamientos sobre mí Si ahora en el parque yo reencontrase a mi Señor Sería perturbado por él como yo lo perturbaría [De Historias mínimas, manuscrito 1990]

poetas en babel




Jiˇ rí Gold

[1936]

Dny veˇcerní [fragmentos]

Días nocturnos

vylizujˇes talíˇr a ani nevnímáš že vojsko odchází a pˇritom nebe jak prostˇrelené dveˇre vrže ve vˇetru

lames el plato aun sin darte cuenta que el ejército parte sin embargo el cielo chirria al viento como una puerta perforada de balas

mezi chlupy z koˇcek zakutálený knoflík z košile: vysavacˇ na dny zdroj tvého uspokojení: zase o nˇeco lehˇcí: stále více slov zapomenutých vylisovaných ve slovníku: pouštíš se z hlavy: vyprázdˇnuješ: kolikrát bude tˇreba zemˇrít na dnˇe propasti aby byla vyvážena jediná smrt na svazích everestu?

entre los pelos de gato perdidos un botón de camisa extraviado: aspirador para los días fuente de tu contento: de nuevo un poco más leve: siempre más palabras olvidadas desecadas entre las páginas del diccionario: te permites salir de tu cabeza te vacías: ¿cuántas veces habrá que morir en el fondo del precipicio para compensar una sola muerte en las laderas del everest?

[fragmentos]

*** abres la ventana al jardín llamando con voz opaca: los ojos llenos de árboles quebrados



La Otra | octubre-diciembre 2009


Viola Fischerová

[1935]

de huellas en el barro de canteros pisoteados y de una lluvia incesante

El enigma cerca del alba…

abres la ventana sobre el jardín arrugado al sol por el viento: el resto es antes que tu voz opaca: el resto está en ti

El suspiro eco del estertor estrecha el aire en la garganta del que duerme

…aflora en la penumbra

Sombríamente en dos una nube hiende la luna llena

*** distraídamente concentrado sigues las huellas de una ausencia: y sin pausa te vuelve lo que hace mucho abandonaste los colores son todavía intensos los brazos abiertos se vacían: un centelleo cegador viene del interior el murmullo no protege más los refugios se descubren en estas circunstancias la mejor protección no protegerse: salir a las calles: no disimular sus intenciones: llamarse por su nombre y permanecer oculto

La claridad que sube sin embargo no es más que la que cae [De Como plumas, 1995]

[1991]

poetas en babel




poetas en babel

paul hoover | Virginia, Estados Unidos, 1946 | Traducción del inglés | María Baranda

Paul Hoover ha publicado, entre otros, los libros de poesía, Viridian, Winter (Mirror), Edge and Fold, Poems in Spanish y el largo poema The Novel: A Poem. Con Maxine Chernoff edita la revista New American Writ­ ing y con ella tradujo Selected Poems of Friedrich Höl­ derlin. Es editor de la antología Post Modern American Poetry; autor de los libros Fables of Representation: Essays, y de la antología de poesía vietnamita que tra­ dujo con Nguyen Do, Black Dog, Black Night. Su úl­ timo libro de poesía, Sonnet 56, consiste en cincuenta y seis variaciones del soneto de Shakespeare. Es pro­ fesor de escritura creativa en la Universidad Estatal de San Francisco. v

Intention and Its Thing My father stands in a wheat field with his back to me. He’s alert on distance and the sounds of early evening. If he turns slightly, I step to keep him faceless. I like to watch him watching the high clouds pass in the shapes of cars he’s driven. The wheat is green. It’s early in the summer. How can I show you this furious wheat whipping at its shadows, pressing hollow into swale then regaining its composure entirely? His back is too large for the shirt he’s wearing, and the shirt is too blue—from a discount bin, the kind that slips from its hanger. It’s a secret place somewhere in Ohio that was once mistaken for Spain. The fields are so flat you have to stand on tiptoe. That’s all that I can tell you.



La Otra | octubre-diciembre 2009


La intención y su materia Mi padre está de pie en un trigal con su espalda hacia mí. Está atento a la distancia y al sonido de la tarde que comienza. Si se voltea ligeramente, me quedo sin su cara. Me gusta verlo mirar pasar las altas nubes en las formas de los carros que maneja. El trigo es verde. Es el comienzo del verano. ¿Cómo puedo mostrarte este trigo furioso latigueando sus sombras, formando el hueco en el terreno y luego recomponiendo enteramente su figura? This is what intrigues me —twice I take his picture, once with the camera, once with my eye. It’s the eye that remembers. He passes into image, into memory. Now he can die and be happy, his eyes full, the camera full, only the landscape anxious.

Su espalda es demasiado larga para la camisa que usa y la camisa es demasiado azul —de una oferta del tipo que se desliza de los ganchos. Es un lugar secreto en algún sitio de Ohio que alguna vez fue confundido con España. Los campos son tan planos que debes pararte de puntas. Es todo lo que puedo decirte. Esto es lo que me intriga: dos veces tomé su foto, una con la cámara, otra con mi ojo. Es el ojo el que recuerda. Él pasa a la imagen, a la memoria. Ahora puede morir y ser feliz, sus ojos plenos, la cámara también, sólo el paisaje ansioso.

poetas en babel




Circunferencia La segunda soledad es la de los signos di chirico

El lago está muy quieto —sereno, se diría— cuando se mira a la distancia detrás de aquellos álamos, que hablan mucho pero tienen poco que decir. Uno siente más allá de la superficie del lago algo oculto —una insinuación o un hilo del mundo antes del diluvio: lo perfecto, lo intacto, el vacío en la esquina y el vacío en los hombres. Si inspeccionamos más de cerca, con nuestros ojos en el lodo de la orilla, el lago recurre a una vida turbulenta que pudo haber sido la nuestra. Una agitada ola embiste contra otra, ahogándola por completo —sin ayudar al dolor del mundo, para el cual no tenemos nombre. Como una rueda excéntrica, todo gira en torno a un centro. Se bambolea y agita, pero todo continúa. Con su sola fuerza la lluvia cierra ventanas. Se arrima a la cuneta, sola y hacia adentro. La primera soledad es tiempo, la segunda los signos. La tercera soledad es distancia, y la cuarta es síntoma. La quinta es el futuro, que nunca llega por completo. La sexta soledad es un espejo, la séptima un cuervo— tantas soledades se agolpan a la puerta. Cada noche la suave máquina se agita en su cama y brilla la televisión. Todo está bajo la mira y también ya separado, si entendemos la palabra. 

La Otra | octubre-diciembre 2009


Es como el lago que mencionamos, un material inestable que permanece indiferente pero se topa con nuestros nervios. Nuestras discusiones eran así —hombres revisionarios, rápidos para ofenderse, lentos para cambiar el mundo.

Historia de Lisboa Quédate en silencio —una sombra canta. Una sombra en una pared amarilla canta sobre el tiempo, y un hombre como el tiempo se recarga contra una pared azul. Pero es una sombra que canta su corazón fuera en la noche. Más allá de este cuarto en el mundo, los sonidos del mundo pasan. Todas las vidas, todas las ciudades, están llenas de sonido. Una mujer canta acerca de ellos. El río y su canción penetran en el mundo. Una sombra mueve su boca… lírica hasta la distracción, una separación lírica del mundo y el tiempo, pensamiento y mente. Sombra en la pared —amarilla— donde el hombre azul escucha. Esta casa en la calle, oscura. Esta calle inclinada en la ciudad, pequeña como pequeñas son las calles. Un sonido de pájaros volando y un sonido de papel. poetas en babel




Un sonido rápido de cuchillos afilados, y los perros que levantan sus patas, pesadas, y la niña que deja caer su muñeca. El hombre azul escucha al mundo haciéndose a sí mismo— Un zapato haciendo la distancia, golpea, y la nieve sobrevive apenas en el suelo elegido, ida. Pasa como sombra un mundo. Pero en el cuarto amarillo, una bella mujer canta, finalizando y el cuarto y sus sonidos se oscurecen.

La infancia y su doble Todo es más real cuando encuentra su espejo. El lago gris y su cielo gris,

con una pierna en el fuego, y ahora la otra está perdida

la piel y el sonido de los tambores, y las ancas de un disfraz de caballo

porque su tumba está perdida. No es ficción. Tu cuerpo cambia

confundido contra la línea del cielo. La ausencia dobla la esquina

siete veces, siete veces se disfraza con la carne más débil y con la más fuerte,

y mira dentro de sus ojos, y la presencia, cualquiera que haya sido,

y luego encuentra su ausencia como la boca encuentra el lenguaje.

tiene menos formas que habitar. Mi abuelo se quedó dormido



La Otra | octubre-diciembre 2009


poetas en babel

udo kawasser | Austria, 1965 | Traducción del alemán | Udo Kawasser

Udo Kawasser estudió filología alemana, francesa y española; su tesis versó sobre Thomas Bernhard. Es también bailarín y coreógrafo de danza contemporá­ nea. Ha publicado el poemario kein mund. mündung (Colonia, Parasitenpresse, 2008) y el libro de prosa poé­ tica Einbruch der Landschaft. Zürich-Havanna (Kla­ genfurt, Ritter, 2007). Ha recibido en su país los pre­mios literarios Vorarlberg (2001) y Brixen/Hall (2007), así como la Beca Nacional de Literatura (2006-2007); ade­ más, recibió en Alemania el Premio Dul­cinea de Poesía (2008). Sus poemas ha aparecido en revistas y antolo­ gías de Austria, Alemania, Suiza, Argentina y Cuba. Es traductor de literatura cubana, chi­lena y nicaragüense. La revista Tsé Tsé (Buenos Aires, junio de 2008) publi­ có su selección de siete poetas ale­manes, El cerebro que canta. Esa antología será publicada como libro en Cu­ ba por la editorial Torre de Letras. v

anima dialoge i. manchmal ist der basalt unser vater ruft anima aus dem apfel fenster doch aus den erklärungen am ende der nacht gibt es keine rückkehr an den strand der liebenden mein karst havanna sagst du und suchst vergeblich nach der karte die unsere inseln verzeichnet anima fischt aus dem trockenen bachbett galianos ein zerschlissenes laken sie flüstert unser leben besteht aus geliehenen materialien nur aus der ferne weißt du leuchten die tücher der dörflerinnen von chios die fußspur der sonne wandert

poetas en babel




mit meinem auge unterm lid während unsere verlorenen briefe aufschäumen an den schwarzen steinen der bucht von mavra volia anima hinter glas im café schlingt sich das laken um die hüften füttert ihre zeilen mit steinen vergeblich warte ich am ende des sonnensegels hatte ganz den auftrieb vergessen im meer diese ungeheure bewegtheit der lavawände die schiffe kentern sagst du aus dem alter kehrt man nicht zurück

sólo de lejos sabes lucen los pañuelos de las aldeanas de quíos la huella del sol avanza con mi ojo bajo el párpado mientras las cartas perdidas espumean en las piedras negras de la bahía de mavra volia ánima detrás del vidrio en el café enlaza la sábana a la cadera nutre sus líneas con piedras en vano espero al final del velo solar había olvidado completamente la fuerza ascensional del mar esa tremenda movilidad de los muros de lava los barcos zozobran dices tú de la vejez uno no regresa

diálogos de/con ánima

ii. paisajes prestados

i.

el danubio es ahora mi estado mental así ánima cuando salgo del agua de la vega de las letras cuajadas que empiezan a correr de nuevo ay como las lanzaderas van y vienen entre nosotros

a veces el basalto es nuestro padre grita ánima desde su ventana color manzana pero de las explicaciones al final de la noche no hay regreso a la playa de los amantes mi cársica habana dices tú y buscas en vano el mapa que representa nuestras islas ánima pesca del cauce seco de galiano una sábana gastada susurra nuestra vida consiste en materiales prestados



es la mirada por el hueco donde entran tus cartas o enredo más la pita ¿entenderás que estoy en europa en ríos que no me pertenecen en historias pasadas? negros desembocamos en el mismo mar no sé

La Otra | octubre-diciembre 2009


como poner las comas en ese murmullo de los botones borrones a lo mejor es la herencia de las madres dice esas telas ajenas que cortamos remendamos en las que están pegadas nuestras vidas como en el par de cejas ennegrecidas en el crujido de la gasa transparente del crespón de china bajo los dedos demoramos entre los encajes de brujos y los de valenciennes nosotros despuntamos así ánima sí nuestras existencias pespunteadas pero también la desmesura con la que agarramos paisajes ajenos los hilos que corren a trochemoche en nuestras cabezas y cuerpos tenemos una espina dorsal trenzada como los bailarines

iii. tránsito el esquizo preguntó por el bailarín escribes tú siento que los frijoles estaban malos y la carne quemada escribes no sé que me pasa echo de menos el banco y la hamaca se acuerdan aún de ti cambié los muebles así ánima y ahora espero que algo cambie en mí no sé cuantos yos llevamos en nosotros pero el ir y venir se convirtió en algo natural si sólo pudiésemos sin la distancia

poetas en babel

de los años y continentes me siento tan transitorio entiendes con la prolongación del malecón hasta los tilos estoy sentado delante de mi biblioteca la marea turquesa que irrumpe ahora desde los libros estuve sin ojos todo el día escribes tan transitorio si sólo tuviese tu cuerpo me permites… las conversaciones

iv. mimetismo ven préstame tu viaje por instantes tengo demasiado otoño encima dices calcídica pues se dice no es verdad que el mar lanza piedras sobre esa estación quién me pone pulpos delante de mis pies o traza guiones entre mis días con la tinta derramada en la fuga moluscos de todas formas con islas de coraza o de corazón incrustadas en el colorido dominado acechamos la presa desde cráteres hendeduras pero la vida se desenvuelve en pliegues inesperados succiona con fríos remolinos tu mano y la mía camuflaje ves las sombras volantes del dibujo del cuerpo mi cuerpo desdibujado en los tentáculos de la escritura 


en el azur se encienden los vientres de los peces espejos en cuyas profundidades nos ocultamos a dónde debo ir pues si no encuentro sitio en mí

vi. nada. ¿ y tú? charcos o risa en la lluvia de la propia oración ánima en ellos nos reflejamos agua de algún lugar prohibido nuestros cansancios dices tú hasta las cosas aquí se cansan ahora el aire se rompió hace días

v. ceniza. brasa creo que es el verano esa simetría me espanta quiero irme de mí de esos tramperos y locos de la parentela recelosa volver a ese recodo en la costa fue punta fue costa brava no dijiste que antes han nadado encima de los muertos al fondo del río llevamos adentro esos lugares escucho aún el tictac mecánico antes de ador­ mecerme el tintineo y la caída de la vajilla en la noche me ayuda caminar por tus líneas inclinarme sobre ti en la vega cuando estás tendido en una piedra y en la mañana sabes la vajilla estuvo intacta es ese vacío el verano es el calor que me priva de las palabras a lo mejor hay que perder las llaves de los cuartos y pensar con los cielos me di infrarrojos en el brazo y ahora me gustaría aprender a bailar dices que a veces el dado cae también por nuestra cara 

¿por qué no abrir el poema en ese lugar? un corte en el tejido cortarse la cabeza tomar aire quizás y tú me habías prometido una cabeza de mujer de ébano entre los charcos salto tan sólo en una pierna ves las estrías en las paredes la lluvia en nuestros cuartos así ánima he cambiado las viejas tuberías pero dime qué se puede hacer cuando uno no tiene un cuerpo que soporte todo un alma que aguante todo ninguna ilusión ahora puedo ver a través de ti nada. ¿y tú?

La Otra | octubre-diciembre 2009


poetas en babel

murilo mendes | Juiz de Fora, Minas Gerais, 1902-Lisboa, 1975 | Selección, traducción y nota | Rodolfo Alonso

P

ara quienes todavía pretenden acusar a la van­ guardia latinoamericana de emular modelos fo­ ráneos, ha de resultar sin duda una singular evidencia que tanto los provincianos modernistas brasileños de São Paulo en 1922 como el también provinciano César Vallejo, que edita su revolucionario Trilce ese mismo año, se hayan anticipado nada menos que a la publica­ ción del Primer manifiesto del surrealismo, de André Breton (octubre de 1924), iniciando así la etapa más orgánica y brillante de la vanguardia europea. Cuando la poesía de nuestra América hispana recién comenzaba a despertar, entre bostezos, de la larga mo­ dorra del modernismo, la América de habla portugue­ sa ya le había retorcido —y sabiamente— el cuello al cis­ne. A partir de la famosa Semana de Arte Moderno en São Paulo en febrero de 1922, que recogió muchos y va­liosos antecedentes que ya estaban en el aire, el mo­ dernismo brasileño proyecta, encara y concreta una renovación total y profunda de la poesía de ese país. Al interior de ese fecundo movimiento —que su­po aten­ der los reclamos más sinceros de la auténtica sensi­ bilidad nacional y popular, sin dejar de prestar oídos a

poetas en babel

las más valiosas experiencias de la mejor poesía univer­ sal contemporánea—, la voz de Murilo Mendes se des­ taca con nítida personalidad original entre sus brillantes compañeros de generación, quienes, con la fraternal ge­ nerosidad que siempre los caracterizó, hicieron pública su adhesión. “Gran poeta / Conciliador de contrarios / Incorporador de lo eterno a lo contingente”, lo llamó —con justicia— Manuel Bandeira. Jorge de Lima afir­ mó: “Murilo Mendes es el mayor distribuidor de poe­ sía que nunca conocí.” Otra de las grandes voces de ese movimiento, Car­los Drummond de Andrade, afirmó con simplicidad y grandeza: “Bebo en Murilo.” Quizá estas frases no alcancen a trasmitir el clima de efervescencia y alegría, optimismo franco y trabajo ri­ guroso que rodeó la vida y la tarea de aquella genera­ ción. Pero sin duda, en la obra de esos grandes poe­tas, y muy especialmente en la de Murilo Mendes, será po­ sible rastrear, detectar, aprehender, gozar, palpar el aire generoso y enriquecedor de la vida cultural brasileña. Murilo Mendes perdió a su madre cuando tenía un año y medio de edad. Su adolescencia fue célebre por lo tumultuosa e inestable: ocupaciones, estudios y traba­ 


jos fueron abandonados por él con pasmosa celeridad. Por ejemplo, una violenta discusión con un colega cu­ ra le hizo dejar un cargo de profesor de francés (si bien Murilo acusó al clérigo de intentar seducir a su novia, éste le devolvió la afrenta denunciándolo como difusor de Rousseau). Hacia 1922 consigue empleo en un ban­ co de Río, donde co­mienza su provechoso contacto con los modernistas. Con el pintor Ismael Nery y el poeta Jorge de Lima redescubre el catolicismo. Entre 1929 y 1932 no se le conoce ninguna ocupa­ción, salvo la de or­ ganizar largas audiciones nocturnas de Mozart y Bach. Su primo, Anibal Machado, lo ubica finalmente en su escribanía, donde permanece hasta 1936. Mientras tanto aparecen sus primeros libros: Poe­ mas (1930), Historia del Brasil (1932), Tiempo y eterni­ dad (1935) y La poesía en pánico (1938). Desde el inicio, en sus libros quedan marcadas las características fun­ damentales de su poesía: inventiva y sensibilidad, vi­ talidad plás­tica y humanísima, desparpajo y honda preocupa­ción ética y moral, pasión y contradicción. Hacia 1940 conoce a la bella Maria da Saudade Cor­ tesão, con la que se casa siete años después, y a la que seguirá dedicando, durante toda su vida, poema tras poema, libro tras libro. Antifascista, amigo de los republicanos españoles y de la oposición antisalazarista portuguesa, el ascenso del nazismo y el holocausto de la segunda gue­rra mundial marcan su ser y su poesía, lo que se refleja en el tono amargo y desespe­rado de no pocas páginas de sus li­ bros siguientes: El visionario (1941), Las metamorfosis (1944), Mundo enig­ma (1945) y Poesía libertad (1947). Es conocido el telegrama que dirigió a Hitler al esta­ llar la guerra: “En nombre de Wolfgang Amadeus Mo­ zart protesto contra ocupación Salzburg.” A partir de 1952 comienza una serie de viajes por Eu­ ropa. De regreso, su contacto con Minas Gerais origina 

Contemplación de Ouro Preto (1954), donde su ex­pre­ sión, ya madura, se afina en la sujeción a un te­ma. Ins­ talado en Europa con una cátedra en la Univer­si­dad de Roma, crece su amistad con importantes escritores y artistas del continente: Jorge Guillén, Albert Camus, Joan Miró, Henri Michaux, An­dré Breton, Marc Cha­ gall, Jean Cocteau y Rafael Alber­ti. Giuseppe Ungaretti lo traduce al italiano, y Dámaso Alonso al español. A su vez, ahonda su percepción siempre abierta sobre Italia y España con otros dos libros de madurez: Siciliana y Tiempo español, ambos de 1959. En 1970 publica su último libro: Convergencia, en el que reúne las experiencias que venía elaborando des­de mediados de la década de 1960, en coincidencia con el nuevo espíritu de la vanguardia brasileña. Esto no es ca­sual: en 1944, el suyo es uno de los pocos nombres ex­tranjeros incluidos en el legendario único número de la revista Arturo, que daría origen a algunos de los mo­vi­mientos más exigentes de la vanguardia argenti­ na. En 1972, a los setenta y un años, recibe el Premio In­ ternacional de Poesía Etna-Taormina. Muere en Lisboa, poco tiempo después, el jueves 14 de agosto de 1975. Católico en conflicto interno con toda jerarquía, de naturaleza sensual y, al mismo tiempo, profundamen­ te mística, pagano adorador de la Mujer y totalmente enamorado de la propia, alma atormentada por las mi­ serias y dolores de los más humildes, deslumbrada por la belleza del mundo y la calidez de la vida, Murilo Men­ des se nos muestra como un ser sensibilísimo que, al igual que Vallejo, logró reunir erotismo y religión, con­ tradicción que resolvió con certero y seguro ins­tin­to en su poesía. En su palabra, lu­gar de reconciliación y ex­ pansión del amor y de la muerte, del alma y de la carne, del dolor y la vi­da, Murilo Mendes se alza en la unidad de su voz humanísima y nos invi­ta a una celebración siempre renovada. v La Otra | octubre-diciembre 2009


Os dois lados

Los dos lados

Dêste lado tem meu corpo tem o sonho tem a minha namorada na janela tem as ruas gritando de luzes e movimentos tem meu amor tão lento tem o mundo batendo na minha memória tem o caminho pro trabalho.

De este lado está mi cuerpo está el sueño está mi enamorada en la ventana están las calles gritando de luces y movimientos está mi amor tan lento está el mundo golpeando en mi memoria está el camino hacia el trabajo.

Do outro lado tem outras vidas vivendo da minha vida tem pensamentos sérios me esperando na sala de visitas tem minha noiva definitiva me esperando com flôres na mão tem a morte, as colunas da ordem e da desordem.

Del otro lado hay vidas viviendo de mi vida hay pensamientos serios esperándonos en la sala de visitas está mi novia definitiva esperándome con flores en la mano está la muerte, las columnas del orden y el desorden.

Estrellas Hay estrellas blancas, azules, verdes, rojas. Hay estrellas-peces, estrellas-pianos, estrellas-niñas, estrellas-voladoras, estrellas-flores, estrellas-ruiseñores. Hay estrellas que ven, que oyen, otras sordas y otras ciegas. Hay muchas más estrellas que máquinas, burgueses y obreros. Casi no hay más que estrellas.

poetas en babel




Jandira El mundo comenzaba en los senos de Jandira. Después surgieron otras partes de la creación: surgieron los cabellos para cubrir el cuerpo, (a veces el brazo izquierdo desaparecía en el caos). Y surgieron los ojos para vigilar el resto del cuerpo. Y surgieron sirenas de la garganta de Jandira: el aire entero quedó rodeado de sonidos más palpables que los pájaros. Y las antenas de las manos de Jandira captaban objetos animados, inanimados, dominaban la rosa, el pez, la máquina. Y los muertos despertaban en los caminos visibles del aire cuando Jandira peinaba su cabellera… Después el mundo se develó completamente, se fue levantando, armado de carteles luminosos. Y Jandira apareció entera, de la cabeza a los pies. Todas las partes del mecanismo tenían importancia. Y la muchacha apareció con el cortejo de su padre, de su madre, de sus hermanos. Ellos obedecían a las señales de Jandira que crecía a la vida en gracia, belleza, violencia. Los novios pasaban, olían los senos de Jandira y eran precipitados en las delicias del infierno. Ellos jugaban por causa de Jandira, dejaban novias, esposas, madres, hermanas por causa de Jandira. Y Jandira no había pedido nada. Y se vieron retratos en el diario. Y aparecieron cadáveres flotando por causa de Jandira. Ciertos novios vivían y morían por causa de un detalle de Jandira. Uno de ellos se suicidó por causa de la boca de Jandira. Otro, por causa de un lunar en la mejilla izquierda de Jandira. 

La Otra | octubre-diciembre 2009


Y sus cabellos crecían furiosamente con la fuerza de las máquinas; no caía ni una hebra, ni ella los recortaba. Y su boca era un disco rojo como un sol mínimo. Alrededor del aroma de Jandira su familia andaba atolondrada. Las visitas tropezaban en las conversaciones por causa de Jandira. Y un sacerdote en misa olvidó hacerse la señal de la cruz por causa de Jandira. Y Jandira se casó. Y su cuerpo inauguró una vida nueva, aparecieron ritmos que estaban de reserva, combinaciones de movimiento entre las caderas y los senos. A la sombra de su cuerpo nacieron cuatro niñas que repiten las formas y las mañas de Jandira desde el principio del tiempo. Y el marido de Jandira murió en la epidemia de gripe española. Y Jandira cubrió la sepultura con sus cabellos. Desde el tercer día el marido hizo un gran esfuerzo para resucitar: No se conforma, en el cuarto oscuro donde está, con que Jandira viva sola, que los senos, la cabellera de ella trastornen la ciudad mientras él se queda allí paveando. Y las hijas de Jandira todavía parecen más viejas que ella. Y Jandira no muere, espera que los clarines del juicio final vengan a llamar su cuerpo, pero no vienen. Aunque viniesen, el cuerpo de Jandira resucitaría todavía más bello, más ágil y transparente. poetas en babel




Ana Luísa

Ana Luisa

Ana Luísa Tuberculosa incomparável Tens um farrapo de vida Mas um corpo forte sensual Uma cabeça vitoriosa Plantada num tronco largo.

Ana Luisa Tuberculosa incomparable Tienes un jirón de vida Pero un cuerpo fuerte sensual Una cabeza victoriosa Plantada en un cuerpo largo.

Estás sendo lentamente devorada Por sêres microscópicos Ana Luísa.

Estás siendo lentamente devorada Por seres microscópicos Ana Luisa.

No sanatório usavas lentes escuras para esconder teus célebres olhos azul-cinza. E tinhas mêdo do definitivo e monumental: estendida continuamente na espreguiçadeira, da fôrça das montanhas te ocultavas. De nada te valeu minha ternura, de nada tua beleza te valeu.

En el sanatorio usabas lentes oscuros para esconder tus célebres ojos azul-ceniza. Y tenías miedo de lo definitivo y monumental: extendida continuamente en el diván, de la fuerza de las montañas te ocultabas. De nada te valió mi ternura, de nada te valió tu belleza.

Talvez te tornes para sempre invisível agora que eu te arranquei da penumbra dos tempos Ana Luísa.

Tal vez te vuelvas para siempre invisible ahora que te arranqué de la penumbra de los tiempos Ana Luisa.

Parábola Es muy difícil esconder el amor La poesía sopla donde quiere El poeta en medio de la revolución se detiene muestra una mujer blanca y dice algo sobre el Gran misterio Los sabios sueñan que están cambiando a Dios de lugar. 

La Otra | octubre-diciembre 2009


poetas en babel

david howard | Nueva Zelanda, 1959 | Selección, traducción y nota | Rogelio Guedea

David Howard es poeta, editor y director fundador de la revista Takahe, donde han publicado por prime­ ra vez muchos de los escritores neozelandeses más conocidos. Recibió el premio Gordon & Gotch (1984) y el de la Sociedad de Poesía de Nueva Zelanda (1987); fue finalista del prestigioso Davoren Hanna de Irlan­ da (2001). Sus libros de poesía son In the First Place (1991), Holding Company (1995), Shebang: Collected Poems 1980-2000 (2000), How to Occupy Our Selves (con la fotógrafa Fiona Pardington, 2003), y The Word Went Round (2006). Su obra, que define como una “poesía revirada, metafísica que afirma en vez de ne­ gar la ternura”, ha sido musicalizada por los com­ positores Brina Jez-Brezavscek (Eslovenia), Marta Jirackova (República Checa), Johanna Selleck (Aus­ tralia) y Franck Vigroux (Francia). Las versiones de los poemas de Howard aquí presentadas son las pri­ meras que se publican en lengua española. v

Teología de los escarabajos Dios les tiene un excesivo cariño a los escarabajos: ellos lo pueblan todo. Aunque son pruebas visibles de la creación, ¡no pueden comprender, por sí mismos, el cielo extranjero! No son versados en el análisis espectroscópico de las estrellas: hidrógeno helio magnesio sodio y el hierro de la espada o el cinturón de castidad, de los clavos de la cruz. Nuestras pisadas los mueven pero no nombran su milagro. [18/3/1990, Forth Street, Christchurch]

poetas en babel




Charm

Hechizo

I’ll ride your smile into the night. Here,

Cabalgaré tu sonrisa entre la noche. Ahora,

take the nails from my index fingers for security: I’ll come

toma los clavos de mis dedos índice para tu amparo: regresaré.

back. Carefully adjust your kiss until it slips

Ciñe cuidadosamente tu beso hasta que alcance

under this collar bone. Open

mi clavícula. Abre

my body: pick the rib that carries the curve of your breast— set that bone between an oak and an elm as a cradle for our child.

mi cuerpo: elige la costilla que tiene la redondez de tu pecho coloca ese hueso entre un roble y un olmo como una cuna para nuestro hijo.

[9-10/12/1988, Church Square, Christchurch]



La Otra | octubre-diciembre 2009


Casi un soliloquio para Luc Howard

Bajo la lluvia mi hijo da volteretas. En cada vuelco diferentes gotitas reflejan el persistente sol. Como él, yo estoy dando vueltas para completar el instante que me abandona: Gee baby, ain’t I good to you…. Algunas veces nos hacemos a un lado en los pasillos de las tiendas para que puedan pasar aquellos que queremos que nos miren. Nuestras palabras al reunirse levantan un desastre ¿pero a quién importa? Unos meses antes de nuestra separación, llamé a la madre de mi hijo. Su Holden colgó una izquierda sin límites a mi eco. Ella traía en sus labios las canciones que jamás había querido recordar. Fue sólo una vez, tú entiendes. Pero mi esperanza era incuestionable. Lo hice por mi hijo. Al siguiente día aprendió a dar volteretas.

que Dios emplea a los muertos para esos fines, sabiendo que un ataúd es solo una ventana oscura la angustia que observa entrecortadamente y, Papá, mira este lugar. * Este lugar tiene un nombre extranjero que ni mi hijo ni yo podemos pronunciar en una señal que atisba un campo vacío. Como nosotros, los conductores dominicales se desvían de sus rutas, deteniéndose enfrente de la pequeña capilla. Aquí estamos ahora y aparecemos de acuerdo a mi hijo, aunque ninguno de nosotros está seguro dónde lo que nos deja sentimos que ya nos dejó.

* Dar volteretas es la mejor defensa contra la muerte considera mi hijo: te mueves muy rápido con esa histeria cuyos dedos rasgan las estadísticas del camino. Él dice

poetas en babel

[a mediados de 1996, Customs Street West, Auckland]




poetas en babel

víctor rodríguez núñez

© katherine m. hedeen

| La Habana, Cuba, 1955 |

Víctor Rodríguez Núñez es poeta, periodista, crí­ tico, traductor y profesor universitario. Ha publica­ do once libros de poesía, casi todos premiados en su país, México, Costa Rica y España. Durante la década de 1980 fue redactor y jefe de redacción de la inquieta revista cultural cubana El Caimán Barbudo. Ha reali­ zado numerosas ediciones críticas, antologías y estu­ dios sobre poetas hispanoamericanos. En colaboración con Katherine M. Hedeen ha traducido del inglés al español obras de Mark Strand y John Kinsella, y del es­ pañol al inglés, de Juan Gelman e Ida Vitale, entre otros. Es profesor asociado de literaturas hispánicas en Ke­ nyon College, Estados Unidos. Los poemas a conti­ nuación pertenecen a su libro inédito Tareas. v

Indisciplinas ¿Qué te querrá decir el campesino justo al medio de un surco no importándole ya la mala hierba de cara a la autopista donde los autos zumban por un instante erguido? ¿Que ha llovido y el maíz viene firme este año? ¿Que la yema del sol acaba de romper el horizonte constelado de palmas y flores de henequén? ¿Que la tarea es dura y no vas a escribir de todo esto? Fulgen los tulipanes la única prueba de que el sol existe Las hojas no son mansas en la noche se volvieron cristal Cuando cortan el césped los obreros quién sabe donde miran



La Otra | octubre-diciembre 2009


El sol gana la apuesta desborda las copas de las yagrumas Bajo el puente el paisaje Como una miniatura nacional El monte con historia un valle que haría llorar a Heredia La graciosa neblina los pozos de petróleo Estos no son los pájaros de Braque Cantan en Campanario en Mallard Pointe Y agujerean el alma cubista felices con sus crestas su originalidad Tampoco son los pájaros entintados de Perse La vida es cada vez menos un bosque Hacen su nido en las analogías se cagan en los símbolos Los obreros escampan bajo el resplandor de la plataforma esa enramada absurda El peso de la noche aún cruje en sus huesos que en vano trata de roer la luz Uno se ha echado al hombro siete conos naranja que coagulan el ritmo Parece que trabajan pero no Proletarios de todos los países sólo el ocio nos une La lata de cerveza que alguien arroja por la ventanilla el árbol seco florecido de auras y la curva que no deja escribir

poetas en babel

Resguardos Veranos con Cesaire en otra isla que también es suya Este país natal donde no tengo casa mas fermenta en las vísceras La arena de mis huesos un sabor absoluto Isla difícil cada vez más otra que entiendo por Cesaire La isla donde siempre es mediodía nortes que cristalizan en las cañas La isla atravesada no en el mar memorias que cuartean la nevisca ¿Para qué separarse de esta oscura sudada multitud con sueños asediados por mosquitos? La realidad es un sello de a quince en la Esquina de Tejas Papeles húmedos de explicaciones las venas donde hierve la paciencia Aceras discontinuas que impiden olvidar Derrumbes como fotos en el Times La cajera tiene la niña mala Y no sólo la lluvia todo el ser estancado Descolonización un camello al vacío Alguien aprende mecanografía con mis identidades Lázaro lleva acento gritaría si valiera la pena Me calmo con el nerviosismo del ventilador 


¿Quién me pidió la hora? ¿La caracola virgen o el rucio babalao? No es una trampa pero no hay salida Un azul que no miente resguarda las fronteras de esta isla amañada Un azul cotidiano de agua con azúcar tres gotas de limón Un azul trascendente encrespada palmera que amansan los arroyos Un azul donde cruza el canario amarillo con tus ojos tan negros Un azul inclusivo que podría cambiar toda esencia vencida

El ají académico sus citas de Vitier Y el huevito embarrado con mierda de gallina Camino esta calle para inscribirme Cáscaras de mamoncillo que disputan las lenguas las hormigas Ese mojón dorado donde relumbran los frijoles negros Calle San Nicolás La fibra de la rumba los silbidos amuela de los que juegan bolas astilladas y alquilan bicicletas sin destino La realidad que empieza a fermentar y el sol como recargo No entiendo lo que dice este polvero

Citadinas

El granito molido de pisadas y aguaceros agrestes El níveo pan sudado de negro las frutas maduradas con carburo De las ruinas florecen los mercados Mi paso al menos sirve para espantar las moscas El gorrión pertinente

Calle San Nicolás El nervio del tambor le da esa claridad que oculta los perfiles las pieles que trabaja la canícula con su húmedo esmero Cantan al fin los gallos no los de la memoria

Amedrenta la luz con su voracidad La fritura de herrumbre no le quita la idea lo deja trabajar Ese salitre dulce contra el viento del sur no mellará su hambre Ni el tibor estañado con los grumos de harina que salpican las olas del crepúsculo

La ciudad penetra por las hendijas con su rítmica luz Alguien tuesta café familiariza el aire Hormigas en la leche que milagrosamente no se corta El aceite de oliva sus esencias de cobre La cebolla crecida con agua de batea

El gorrión que interrumpe el cabo de la vela penumbra desatada Calle San Nicolás gallo muerto en la esquina sin malicia río que crecerá entre azoteas grises No hay credo que te haga germinar



La Otra | octubre-diciembre 2009

p. 53 | Carlos Germán Belli ante un drago, árbol típico de la zona de Tenerife | Canarias, 1997.

Tú no debes quejarte has roto la barrera del sonido


Carlos Germán

Belli poetas en babel




francisco josé cruz

el buen mudar de

carlos germán belli

L

a obra de Carlos Germán Belli (Lima, Perú, 1927) ha desarrollado un vasto y dinámico mundo que va de un aplas­tante sentimiento de insignifican­cia a una entre­lazada plenitud amorosa y espiritual. Tal vez para algún lector coetáneo del poeta que ha seguido uno a uno sus libros, esta profunda evolución le resul­ tará en su momento inesperada, pues, al menos hasta Por el mon­te abajo (1966), nada la presagia. Sin embar­ go, gracias a ella, la poesía de Belli, vista hoy en conjun­ to, adquiere su carácter abarcador. Al lado de causas personales —ajenas casi siempre a los lectores—, dos procedimientos aglutinantes fa­vo­ recen, a mi juicio, de manera sigilosa y decisiva, dicho cam­bio de actitud ante la existencia: la metamorfosis y el aparente anacronismo del lenguaje. La primera alien­ta ya en los tempraneros y tenebro­ sos poemas de Belli: venid, muerte, para que abandone este linaje humano y nunca vuelva a él, y de entre otros linajes escoja al fin una faz de risco,



una faz de olmo, una faz de búho” “Papá, mamá” ¡Oh Hada Cibernética! (1962)

La ductilidad imaginativa —que del claustro mater­ no al más allá transita por todos los tiempos y los tres reinos naturales— irá minando, poco a poco, el pesi­ mismo a ultranza y la demoledora falta de autoestima, sin que para ello sea necesario renovar las imágenes: Ahora, al fin ni búho, olmo o risco, que a costa mía fui mudado ayer, para poder seguir, y no ser polvo, en este mundo. Aunque tan solo fuere breve sueño aquellas trazas recupero humanas “Autorretrato con apariencia humana” En alabanza del bolo alimenticio (1979)

Entre ambos poemas —que pertenecen a distintos y distantes libros— hay diferencias emocionales y La Otra | octubre-diciembre 2009


Con sus padres, Rómulo Belli y Pilar de Belli, y su hermano Alfonso | Consulado de Perú, Ámsterdam, 1933.

Con su esposa, Carmela de Belli y, al centro, Pedro e Irene de Lastra | Lima, 2009.

todas las fotografías, cortesía de c.g.b.

Belli en compañía de su padre. Amsterdam, 1933.

expresivas. El primero no hace concesiones a la espe­ ranza y está escrito en verso libre; el segundo sí las ha­ce y se estructura en estrofas sáficas. A partir de ¡Oh ha­ da cibernética! (1962) Belli adoptó, sin abando­nar­la ya más, su inconfundible amalgama de re­gistros y re­cur­ sos retóricos provenientes de diversas épocas, sobre todo de la barroca, donde arcaísmos, neologismos, pronombres enclíticos e hipérbatos conforman un in­ trincado espesor verbal y sintáctico que, en nin­gún ca­so, rebaja la emoción del poema, sino que la poten­cia, como si la calidad humana de su contenido emana­ ra íntimamente de tan compleja estructura. Por esto la apariencia anacrónica de este abigarrado esti­lo re­ fuerza tanto la situación degradada e incluso des­per­ sonalizada del hablante como anticipa las pautas para salir de ella. Hasta que Belli no empieza a usar la estro­ fa regular con su inalterable distribución métri­ca, los poemas dominados por el resentimiento y el fra­caso —aunque dentro de su tono más propio y de una me­ dida fija— son breves, concentrados, casi cons­treñidos, acordes con el exabrupto, la queja o el desahogo. La

carlos germán belli




aparición de la estrofa —conductora de un lenguaje cada vez más proteico y rico en paladeables aliteracio­ nes— revela un afán orgánico que, sin mo­dificar de inmediato la visión negativa de las cosas, aumenta la confianza del hablante en sí mismo y, su­brepti­cia­ mente, extiende la mirada del poema en con­sonancia con su mayor o menor despliegue formal. Así pues, la amplitud de miras ayuda a descubrir los aspectos po­ sitivos de la vida —antes escamoteados por siste­ma—, sus goces efímeros y, más adelante, coinci­diendo con las extensas estancias petrarquescas, el de­leite amoro­ so y espiritual, donde la amada es carnal y celeste a la vez, fruto de una visión deudora de la mís­tica. Este pro­ ceso interior, del que el amor es punta de lanza, resul­ ta, como dije, paulatino: Porque próximos no éramos nosotros, y en horma yo lucía de cuadrúpedo, […] Mas vos llegasteis al pesebre mío, y mudado fui a vuestra ufana grey por siempre recobrando la faz y el cejo humano. “A mi esposa” Por el monte abajo (1966)

“A mi esposa” expresa gratitud y reconocimiento, pe­ ro hay aún en sus imágenes metamórficas un senti­ miento de inferioridad que ya no encontramos en “Del lecho botánico al lecho humano”. De ahí que en él sí se culmina el ansiado encuentro amoroso a través de dos símbolos bucólicos recurrentes en Belli, que dan la vuelta al mito de Apolo y Dafne: Pero en tanto la rosa piensa muda en el olmo aquel que de lejos la ama, […] A la par velozmente en un instante



lejos dejan el reino original, y ya no serán dos marchitas plantas, pues por amor los pétalos y ramas principian a ser brazos que se ciñen por encima de mares y montañas “Del lecho botánico al lecho humano” El buen mudar (1987)

Como ocurre en el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, según análisis de José Ángel Valente, la pleni­ tud amorosa de esta poesía no es sostenida: pasa del deseo insatisfecho al satisfecho, de las ansias inflama­ das al éxtasis, y viceversa. Este vaivén anímico no desaparece nunca de la poe­ sía de Belli, pero, alcanzada la transformación espiri­ tual, incluso los poemas más desengañados mantienen un fondo compasivo y paciente que los distingue del nihilismo, la ironía corrosiva y el humor negro de sus libros iniciales. En dicha conversión interior —que va de la intrascendencia a la trascendencia— los temas y símbolos más tópicos de este mundo poético, co­ mo el bolo alimenticio o el Hada Cibernética, siguen presentes, aunque sea otro su sentido. De ahí que los poemas de madurez hagan constantes guiños a aque­ los de juventud en pos de una indeleble unidad y de una suerte de propósito de enmienda que es también esta obra. Así, las formas poéticas que antes subraya­ ban la marginación del poeta por sonar anacrónica, ahora refrendan su fe al venir de la época religiosa de nuestra tradición por antonomasia. Gracias a esta dimensión abarcadora, en consonan­ cia con las implacables paradojas del destino, la poe­ sía de Carlos Germán Belli está a la vez dentro y fuera de nuestro tiempo. Por ello, sus hospitalarias estrofas, cerradas como entrañables refugios contra los emba­ tes de la vida, nunca nos dejan solos ante las eternas incógnitas. v La Otra | octubre-diciembre 2009


ricardo gonzález vigil

la poesía reunida de belli

Con el presidente de la India | Nueva Delhi, 1985.

Con el escritor venezolano Alex Márquez (a su izq.) y el mexicano Sergio Pitol (extremo der.) | Berlín. carlos germán belli

R

econocido internacionalmente, con numerosas antologías publicadas en España y en varios paí­ ses latinoamericanos (en número mayor que el de cual­ quier otro poeta peruano vivo), Carlos Germán Belli (Lima, 1927) carecía de una edi­ción monu­men­tal que reuniera toda su producción poética. Valió la pena esperar, porque el vacío ha sido llenado cabalmente con una imponente publicación del nuevo sello edi­ torial español Sibila, de la Funda­ción bbva, con sede en Sevilla: Los versos juntos (2008). Esta entidad ha co­ menzado sus actividades con auto­res capitales como Belli, Juan Ramón Jiménez y Vicen­te Huidobro, pre­ sentándose al público en el contexto de la Feria Inter­ nacional del Libro de Gua­dalajara ce­lebrada en el año 2008; es decir, la mayor tribuna editorial del ámbito his­ pánico. Un acierto mayúsculo es que el prólogo a Los versos juntos lo haya escrito nuestro inmenso novelista (tam­ bién crítico penetrante, no olvidemos) Mario Vargas Llosa. Recordemos que la resonancia internacional de Belli le debe no poco a que Vargas Llosa citara unos versos su­yos como epígrafe del epílogo de La ciudad y los perros (1963). En ese entonces, Belli ya co­men­ zaba a gozar de nombradía en el Perú, pero era des­ conocido fuera de nuestra patria. A partir de 1964 se sucedieron las ediciones extranjeras de sus poema­ rios, siendo éstas más fre­cuentes que las nacionales; valga la precisión, para fustigar así a las editoriales pe­ ruanas que no han sido lo hospitalarias que debían con un poeta de la talla —mayor, fundamental— de Be­lli. El despegue internacional de Belli fue afian­ zado por un comentario de Vargas Llosa, en el que sostenía, certero: “No hay en la poesía en lengua es­ pañola de nuestros días un poeta que, como Carlos Germán Belli, haya construido su obra con más rigor y coherencia, ni con menos facilidad.” 


Y, ahora, en un prólogo firmado en julio de este año, Vargas Llosa corona su alta valoración de Belli: “Es un caso aparte en la poesía de lengua española. Sin antecedentes ni discípulos […] ha seguido como poeta un camino personal, creando, como dice Bor­ ges, sus propios precursores y construyendo una obra de insolente y sorprendente naturaleza que, al cabo de los años, ha ido siendo reconocida como una de las más profundas y originales de nuestro tiempo”. Añadamos, también, que ha aparecido en México la antología ¡Salve, Spes! Y otros poemas (Laberinto Ediciones), como número uno de la colección Poetas Latinoamericanos. En el prólogo, el notable poeta ve­ nezolano Eugenio Montejo compara a Belli con el pin­ tor Francis Bacon por la maestría con que relaboran formas artísticas antiguas. ¡Salve, Belli! v

Con el poeta griego Taso Denegris | Nueva Delhi.

Con los poetas Gonzalo Rojas, Hildebrando Pérez Grande, Arturo Corcuera y Óscar Hahn | Lima, 2008.

Con el crítico italiano Roberto Paoli | Venecia.



Con Enrique Lihn | Madrid, 1987. La Otra | octubre-diciembre 2009


carlos germán belli

Sextina del uroborus (Los versos que giran entre sí y la sierpe mordiéndose la cola)

Esta sextina es como aquella sierpe Que se muerde la cola con su boca, Y así una y otra la circular vida Destacan a través de tantos siglos, Como que boca y cola son mil voces, Constituyendo el soberano uno. Dos rotaciones encarnando el uno, Engulléndose en sí el verso y la sierpe, Erre con erre las postreras voces, Igual que del ofidio cola y boca, Emblema del empalme de los siglos, O quintaesencia de la pura vida. Que una y otra retratan esta vida, Desde el inerme cero al voraz uno, Por entre la cascada de los siglos, carlos germán belli

Y el tiempo se doblega ante la sierpe E impertérrita emite la gran boca Las humanas y reiteradas voces. Y el orbe coronado por las voces, Y no muerte mas sí redonda vida, Cuando justo la cola entra en la boca, Tal si las cosas se unen y son uno, Que lo piensa la mente de la sierpe, E igual Arnaut Daniel hace ya siglos. En la cola engullida cada siglo Y en la ronda infinita de las voces, Así la estrofa sexta, así la sierpe, Y en ambas palpitando cuánta vida, Hasta ser todo finalmente uno, En cada caso gracias a la boca. 


He aquí la cola unida con la boca, Tal la continuidad del raudo siglo, Que todo es inexcusablemente uno: La rueda del ofidio y de las voces, Que al repetirse avivan más la vida, Tal como cuando engúllese la sierpe. ¡Ea perenne sierpe!, ¡oh sumas voces!, Todo en la vida es únicamente uno, Y bocaza lo canta siglo a siglo. Lima, del 10 al 15 de diciembre de 2008 [Inédito]

Recuerdo de hermano Al fin he descubierto palmo a palmo Cómo es la superficie de tus días, Y he debido cruzar osadamente Las montañas ceñidas por las nubes Y espumosos océanos que braman, Hasta llegar al punto Del cual tú nada sabes, Aunque allí tus espirituales huellas Diviso y palpo en todos los confines, Donde nunca has estado ni un instante. Ni de las moscas los zumbidos leves Cuando solo te quedas de improviso Al salir cada cual afuera rápido A hacer las cosas de la vida diaria, Contentos porque así de ti se alejan; Que tal falta de ruido Acá también se siente, 

Y es ese gran silencio que aparece Anidándose en los alrededores, Como si en vez de mí estuvieras tú. Esos muros, el piso y el vacío Son como cosas corporales tuyas, Que en ti se han extendido hasta formar Contigo y con el cuarto un bulto único Todo de cal, arena, carne y alma; Y cómo por completo Reedificado ha sido En lo remoto en que me encuentro hoy, Y allí dándome cuenta mido al fin Tu cuadrado, tu círculo, tu mundo. Aunque así sea ingreso en esta réplica De tu cuarto en un pardo sitio acá, Donde soy como clavo en la madera, Inmóvil, solitario exactamente Como tú en tu mismísimo recinto, Cuyo umbral no traspaso E igual como los otros Allí de ti me aparto muy temprano, Y arrinconado quedas en un ángulo; (Pero acá estás en mí reproducido). Pues nunca más te vuelvo las espaldas, Y como en el pasado ambos estamos En la cuna, en el cuarto, en la morada Bajo los dulces ojos maternales, Tal ligados por una fibra idéntica; Y la esfera fatal Y la esfera feliz (La tuya y mía) se unen y en la casa De papá y mamá, en cuya compañía De nuevo como ayer, y así por siempre. La Otra | octubre-diciembre 2009


A mi hija Mariella, cuyo bisabuelo Carlos me la envió expresamente Sí, ahora, finalmente yo descubro Uno de los motivos de tu vida Terrenal (que por todo lo alto fue), Del cual no se sabía nunca nada, Ya que tras tu partida repentina La mente iluminada me ha quedado. He aquí que eres sin duda La mismísima enviada desde el cielo Por tu piamontés bisabuelo Carlos Con la misión expresa De conducirme hasta el inalcanzable Corazón de Occidente en las antípodas, Que el mundo entero lo codicia tanto. Y por adelantado fuiste acá Una impecable florentina eterna, Que así en alas de las celestes nubes Subiste rauda al alto firmamento En pos de tu destino ineludible, Que era como tu patria el mundo entero. Mas todo paso a paso, Primero la ancestral y dulce lengua, Que al pie del Arno usabas como propia, Alegre para siempre Como hablante en la milenaria edad De esas palabras para ti secretas, Aunque muy pronto nunca más lo fueron. Después truecas el Arno linajudo Por el sencillo milanés Naviglio, Cuya presencia para ti será Un hito de ese nuevo itinerario, Donde yergues tu casa entre las nubes carlos germán belli

Con Adán y el par de tus hijas bellas, Entre manjares mil, El atuendo chic y el leer bonísimo, Que con ahínco te alistabas ya Para cumplir fielmente El supremo designio de tu ancestro, Como que yo mejore en lo posible Este escribir en verso endecasílabo. Y en adelante qué atributos sumos E incomparables son para llevarme Hasta Occidente donde ayer te hallabas, Y allá voy como galgo asaz a prisa O flecha exactamente al mismo blanco, Que todo es por ti, mi hija siempre amada, Pues si soy flecha o galgo, He aquí cuanto antes el feliz encuentro Con libros y museos y ciudades, Por encima de océanos Y montañas sin duda día a día, Que es de la grey una de sus esencias, Lo que corono inmerecidamente. Es la hora de decir la verdad pura Sobre el tránsito mío a las antípodas, Por cierto merced al consorcio aquel Forjado especialmente para que alguien Por fin su ser eleve a plenitud, Y viva en cada punto cardinal; Que ello lo logro al ir Tras huella y huella tuyas indelebles De acá a allá, Mariella inolvidable, Y siguiendo tu viaje, Del Alpe al Ande, gran abuelo Carlos, Que lo de ella y lo tuyo fue ardua cosa, Mas no en mi caso, no, gracias a ustedes. 


El hablante con baja autoestima ¡Que viva la baja autoestima Del hablante de humanas lenguas, Por usarlas mal sin remedio!, Pues tan triste circunstancia Lo llevó a prisa de la mano Hasta los versos linajudos E inmarcesibles de Occidente, Sin que tal hecho inalcanzable Como posible lo pensara Antes siquiera alguna vez.

A favor de quien en Babel Va sin remedio a trompicones, Que él ha terminado inspirándose En formas que los viles siglos No han podido menoscabar, Y allí quien no es perito en lenguas Va impensadamente contento Del ayer a hoy, y aun al mañana.

Y apenas te conozco…

Esas sextinas, villanelas Y baladas, en las que metido Enteramente se halla ahora En sus hospitalarias estrofas Aquel que no podía hacer Ni deleznable memorando Ni desalada gacetilla, Y aquí merced a ellas feliz Va y viene con rítmico paso Cantando al bolo alimenticio.

Y apenas te conozco y ya te extraño, En ti fijando todo el pensamiento Que tras tus huellas la corteza araño.

Sí, al propio bolo alimenticio, Aunque de oculta traza fea Cómo lo salmodia ferviente Entre tales versos selectos, Que todos son de escritura ardua, Y en cambio en su discurrir diario Lo deglutido es cosa fácil Siempre mañana, tarde, noche Desde bocaza entreabierta A causa de la canina hambre.

Del orbe ahora impenetrable al daño, Por ti mudado en venturoso asiento, Y apenas te conozco y ya te extraño.

Esta personal poca estima Guardaba en sí un secreto plan 

Más que un milenio fueron estos años, En tu espera mirando el firmamento, Y apenas te conozco y ya te extraño. Pero aguardarte no fue un desengaño, Y no importa si acá aún no te siento, Que tras tus huellas la corteza araño

Bien me ha valido ansiarte tanto antaño, No más palpando como un ciego el viento, Que tras tus huellas la corteza araño. Poseo al fin del monte el gran tamaño, Y del seso el divino entendimiento, Y apenas te conozco y ya te extraño, Que tras tus huellas la corteza araño. 26 de noviembre de 1981 La Otra | octubre-diciembre 2009


Caudillo de mí mismo Yo caudillo al fin de mi voluntad Y el tiempo entero en una sola cosa En beneficio del tesoro íntimo: El paso hacia delante gobernado Por el ocio fecundo cuando llegan Las horas de la plena libertad En el iluminado y tibio nido, Que es el franco pasaje a las delicias Cuando el jilguero suelto Va volando a su gusto por los aires Y luego a buen recaudo se coloca Entre las migas y la suave paja Del lugar muy sabroso en que reside, Que a la vista parece Retrato del Edén recuperado. Que nunca nada sobre allí ni falte En este punto donde cielo y tierra Se juntan hasta ser similar reino, Geométrico lugar divino acá Que concede la gloria al morador Hasta centuplicarlo cual gigante Solo con unas cuantas migajuelas, Y por estar arriba allá colgado De las celestes nubes Hay una fija escala imperceptible Por donde bajan pájaros y flores De tan esquiva primavera antes, Que sus primicias da recién ahora, Inesperadamente, Como el rojo sol de la medianoche.

Viviendo entre los muros de una casa, Cuya mitad gobierna allí Cupido Y en la otra también por igual Orfeo, Donde hay la buena suerte y el placer Al amar y escribir a cada rato Entre el suelo y el elevado cielo, Que azul se mira arriba Cuando en palabra humana así me inspiro Y a dama como un ídolo idolatro, Que a perpetuidad ser seguramente El rey del universo o nada más Caudillo de mí mismo Por un alma y un cuerpo y una lira.

¡Que vuelva el buen vivir! En vez del morir puntualísimo, Que vuelva a prisa el buen vivir, Poniendo ahora por delante Del otoño a la primavera, E iluminando el mundo entero Con la noche ya en lontananza, Y mezclar como en un crisol Vigilia clara y sueño tenebroso, Para esfumar las pesadillas Así por siempre finalmente.

No es otra cosa sino el gran desquite En el restante tiempo terrenal, carlos germán belli




Balada del dios Hefesto El Cojo

Cómo me desprecian por ser un cojuelo Que en la superficie más lisa del mundo Anda a trompicones como un viejo abuelo, Y en la vergüenza desalado me hundo, Pues soy un pelele que a otro hace jocundo Al verme sumido en torpes andadas, Que por tal motivo sólo pesar cundo, Y los dioses andan siempre en dos zancadas. ¡Bah! desde la cuna yo sin paralelo Que al nacer apenas en dolor abundo, Cuando mi madre con sumo recelo Presume que soy del infierno oriundo, Y así odiosamente lánzame al inmundo Lodazal humano cuyas hondonadas Hacen que renquee en lo más profundo, Y los dioses andan siempre en dos zancadas. Pero de improviso de acá torno al cielo, Donde soy herrero que al gran furibundo Aquiles fabrico armas para el duelo, Y a Pandora creo con un ser rotundo Y niñas no humanas que en oro refundo, Que por ser autómatas de veras sagradas. Merced a ellas nunca soy un moribundo, Y los dioses andan siempre en dos zancadas.

El escudo filial Un fulminante rayo de los cielos La mitad de repente ha destrozado Del escudo biológico filial, Y del alma y del cuerpo una porción Desguarnecida está infinitamente, Que una zona del pecho sin cubrir, Blanco de flechas y mortal lanzazo, Y el gladiador paterno ayer altivo En la lid terrenal vencedor siempre, No en adelante, no, mas sí eccehomo, Que de él una hija amada ha fallecido, Aunque de otra manera así digámoslo: ¡Nunca más por completo aquel escudo, Y el gladiador se trueca en eccehomo! [Inédito]

¡Ea! —así me activo—, y al fin errabundo Por el vasto éter tal como en bandadas, Aunque presto vuelvo al yunque fecundo, Y los dioses andan siempre en dos zancadas.



La Otra | octubre-diciembre 2009


artes plรกsticas

dante medina

miguel รกngel ojeda machado

la รณptica del ojo, el agua y el encanto del aire

La casa de arrayรกn | รณleo/lona, 130 3 140 cm | 2003


L

os videntes ven lo que los de­más no vemos. Mi­ guel Ángel Ojeda ve solito más que todos noso­ tros juntos. Y es que nosotros miramos, por costumbre, las cosas que están detrás del aire. Miguel Án­gel ve el pai­saje con el aire: lo que parecen deformaciones de los edificios, las bahías, los árbo­les, las personas, son en realidad imágenes que comulgan con el aire, se integran a él, viven detrás de ese espejo transparente que les da un encanto que las transforma ante el ojo. La pintura de Miguel Ángel es realista y, al mismo tiempo, mágica: nos muestra más de lo que sabemos ver. Nos enseña a observar que antes del fondo de lo que existe está lo que nos permite verlo: el ojo es un duen­ de. En la obra de Miguel Ángel la pupila nos hace muecas porque en la juguetonería halla el escondrijo de lo poético, que es un gesto parecido a mirar con antojo. De fotografía interior calificaría yo el atareamiento de este artista. En un instante de su lí­nea, en un espacio minúsculo de su trazo, supo abrir una fisura por la que se coló en sus lienzos un caleidoscopio ordenado según las curvas caprichosas del mar: desde entonces, lo suyo es que el aire se comporte como agua. Por eso sus personajes se curvan sin columna vertebral, por algo sus construcciones arquitectónicas elu­ den la línea recta siguiendo el movimiento del agua y, sin duda, por mucho este gran pintor se complace en hacerle, con la óptica de su ojo, un ruego amoroso al aire: que finja ser agua para embellecer el paisaje. Y nosostros nos quedamos perplejos. Encantados de ese aire que nos recuerda que antes fuimos peces. Lo más revelador de la obra de Miguel Ángel es que le recuerda a mi ojo (discretamente, como sin decirlo) que, aunque nos dejen ver el mundo que está en ellos de manera distinta, el aire y el agua son —si nos guían los pinceles de este artista— hermanos gemelos.

Navolato | óleo/lona, 77 3 88 cm | 2005

Domingo en el santuario | óleo/lona, 53 3 63 cm | 2007



La Otra | octubre-diciembre 2009


Olas altas | 贸leo y acr铆lico/lona, 88 3 120 cm | 2006


La infancia del recuerdo | óleo/lona, 77 3 88 cm | 2008



La Otra | octubre-diciembre 2009


La tarde de lluvia | óleo/lona, 88 3 120 cm | 2003

La vida es sueño | óleo/lona, 53 3 63 cm | 2009

artes plásticas | miguel ángel ojeda machado




Entre el cielo y la tierra | 贸leo/tela, 88 3 120 cm | 2009

Fue un domingo | 贸leo/tela, 53 3 63 cm | 2009


Los novios | óleo/tela, 77 3 88 cm | 2004

artes plásticas | miguel ángel ojeda machado




Regreso a casa | óleo/tela, 77 3 88 cm | 2009

p. 73 | Hugo Gutiérrez Vega en el Monasterio de Kesariani | Atenas, Grecia, 2000.



La Otra | octubre-diciembre 2009


hugo gutiĂŠrrez vega


david jurado

hugo gutiérrez vega la ironía y la transparencia entrevista

David Jurado: En tus ensayos citas constantemente el tema del poeta nacional y la función social de la poe­sía según Eliot. El escritor inglés dice que el poe­ta tiene, por una parte, un compromiso indirecto con el pueblo al expresar “un inconsciente colectivo” y al hacer par­ tícipe a sus lectores de nuevos sentimientos. Por otra, un compromiso directo con su lengua, para preservar­ la, difundirla y enriquecerla. Dedicas­te además pági­ nas a poetas mayores como López Velarde y Manuel José Othón. El primero, en tus palabras, “un poeta na­ cional”. ¿Qué te ha llevado a remarcar la importancia de estos “principios éticos” en el ejercicio literario? Hugo Gutiérrez Vega: Creo que moral y literatu­ ra están íntimamente ligadas. Esto no implica que ha­ ya grandes escritores con actitudes inmorales, los hay. Aquí todo depende de quién señala qué es lo moral y lo inmoral. En la literatura no puede existir censu­ra, la única posible es la que no existe. Pero la literatura —en particular la poesía— tiene mucho que ver con la moral social. La poesía es un reflejo de la sociedad, está influenciada por el mundo social, pero ese refle­ jo no es mecánico, porque a su vez puede influir en 

la sociedad. Por eso Eliot habla de la importancia de la poesía para preservar y enriquecer la lengua. Por otra parte, el poeta, como todos los hombres, tiene un compromiso, pero tal vez el compromiso sea más grave para el poeta porque, aunque no es el profeta o el vidente de la tribu, sí tiene una sensibilidad más fina, más delicada, para percibir los aspectos también finos y delicados del entramado social. López Velarde es “el poeta nacional”, pero también un poeta íntimo. “Mi infancia parece salida de los poe­ mas de López Velarde”, dices en una entrevista. Siguien­ do un poco con Eliot, ¿qué es lo que hay en la poesía del poeta de la Suave patria que pudo expresar algo que ya habías experimentado sin encontrar las palabras para decirlo? Precisamente en eso consiste la noción de “poeta nacional”. Cuando no sabemos cómo decir algo que nosotros experimentamos en determinadas circuns­ tancias de nuestra vida, el poeta nacional, de acuer­ do con la definición de Eliot, nos da las palabras y las oraciones para expresarlo. Hay otro poeta nacional La Otra | octubre-diciembre 2009


© cortesía de h.g.v. © cortesía de h.g.v.

Con José Carlos Becerra | 1969.

Con José Emilio Pacheco | Washington, 1984.

en el caso de México: Jaime Sabines. En el caso de, por ejemplo, Colombia, José Asunción Silva es un poeta nacional en el mejor sentido de la palabra, y de algu­ na manera lo es también, dentro de una perspectiva que hay que analizar con mucho cuidado, Porfirio Barba Jacob. Ahora, yo soy de la región de López Ve­ larde, en cierta forma compartí la misma formación cristiana, la misma cultura reaccionaria, conservado­ ra, salvaguardada en una serie de “valores morales” que la Iglesia manipulaba para mantener el control de las conciencias. López Velarde utiliza estos aspectos de su vida íntima para entregarnos un panorama de la moral social de su tierra. Él lo dice en el principio hugo gutiérrez vega

de la Suave patria: “Yo que siempre canté de la exqui­ sita partitura del íntimo recodo alzo hoy la voz a la mitad del foro.” En otras palabras: yo siempre hablé de cosas íntimas, de la infancia, y en última instancia, nuestra patria común es la infancia, esa patria que to­ dos llevamos dentro, como Cavafis llevaba sobre los hombros su Alejandría. Lo que hizo López Velarde fue abandonar ese tono íntimo para utilizar a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para arrancar a la epopeya el gajo. Y ese gajo que ar­ ranca a la epopeya es la esencia misma, el rostro de la patria que él conoció y que de alguna manera nos dio a conocer a todos. En la conmemoración de los treinta años del Premio Nacional de Poesía dijiste: “Hay ahora muchos desa­ten­ tos que no entenderán nuestra urgencia de redefinir, por medio de la poesía, algunas de las cosas y de los seres más entrañables de esta patria modesta, atribulada, rica y miserable.” ¿Por qué te llegó esa urgencia de redefinir las cosas por medio de la poesía? La poesía está embebida de vida social. Por supues­ to, tiene una sustantividad independiente, como toda creación, pero al mismo tiempo la vida social le da un color. La obliga a decir determinadas cosas. Cuando di ese discurso el país atravesaba por un momento de cri­ sis menos grave que el de ahora. El actual momen­to es terriblemente crítico. Como el que padecen Colombia y muchos otros países de América Latina. Pero particu­ larmente Colombia y México, por las ca­racte­rís­ticas de sus gobiernos conservadores entrega­dos a la oligarquía y al Departamento de Estado de Estados Unidos. Lo más parecido a Calderón es Uri­be, y lo más parecido a Uribe es Calderón. En estos momentos la poesía es fundamental para redefinir una serie de cosas impor­ tantes de las vidas individuales y de la vida colectiva. 


© cortesía de h.g.v.

Con Arnaldo Orfila, Luis Villoro, Carlos Pellicer y Juan Rulfo | Génova, 1964.

“Rappuccini está en tus palabras”, le dijiste a Octa­ vio Paz en uno de los ensayos de la única obra de tea­tro que él escribió y en la que tú eras precisamente Rappu­ ccini. Lo recuerdas como uno de los papeles más ama­ dos de tu “errática vida como actor”. “A partir de esa obra —escribes— fue más fácil y más gozosa la lectu­ ra de la obra de Octavio Paz.” Podría decir que estuvis­te en uno de los jardines de Paz, en el “es­pacio de la reve­ lación”, como él los llamaba. ¿Cómo influyó en tu obra poética la lectura desde el teatro y la actua­ción, tanto de la obra de Octavio Paz como de otros poetas? Uno de los mejores momentos de mi vida actoral fue el Rapuccini. Quizás ese momento fue cuando se hizo más evidente para mí la íntima relación que hay entre el teatro y la poesía. Mi poesía es coloquial y, mu­ chas veces, un diálogo con el lector. Considero que la cultura es el diálogo humano. Con el mo­nó­logo vie­ nen las dictaduras. El diálogo es fundamental para la 

convivencia social. El teatro me ayudó mucho. He es­cri­ to mucha poesía basada en obras de teatro de Ge­net, García Lorca, T.S. Eliot. He escrito obras dedicadas a Chejov y a mis compañeros de la puesta en escena de Giovanni. Y tengo un tratado de la puesta en esce­na en la que hablo con la toalla en una mano y el pote de crema en la otra. Repienso así el ars brevis vita longa, la vieja máxima latina. Para mí teatro y poesía están totalmente imbricados. “El poeta no se explica sin el diplomático […] y el diplomático no se entiende sin el poeta”, escribes al ha­ blar de Yorgos Seferis, como tú, poeta y diplomático. ¿Se podría aplicar esta frase a tu trabajo? Por supuesto. Te voy a contar una anécdota. Cuan­ do la invasión alemana a Grecia, el rey y sus ministros se fueron a refugiar a Alejandría. Seferis era secreta­rio del Ministerio de Asuntos Exteriores. Dejó de escribir La Otra | octubre-diciembre 2009


© cortesía de h.g.v.

poe­sía está muy metida en el inconsciente. La otra actividad le permite equilibrar su vida emocional. Se­ feris le dijo entonces: “Ya sé por qué no puedo escribir poesía: porque ya se metió mi problema y la angustia de Grecia al inconsciente.Todas las noches sueño con mis problemas, ya no sé en qué momento pueda aflo­ rar de nuevo la poesía que está aquí abrumada por esta lápida que se metió en mis sueños.” Eliot le reco­ mendó que se tomara un tiem­po. A las dos semanas, Seferis estaba escribiendo el poe­ma de Elena pensando en Eurípides. Así que, al final, el trauma pasó. Con Carlos Chávez | Londres, 1967.

© cortesía de h.g.v.

¿Sentiste en algún momento, como Seferis, que lo pú­ blico era una amenaza?, ¿llegó a asomarse esta “res­ ponsabilidad” en tus sueños de poeta? Alguna vez sí. Estuve por lo menos dos o tres años sin escribir. La diplomacia es un trabajo que puede generar problemas que se apropian de tu inconscien­ te. Y el poeta necesita por lo menos una parte del in­ consciente libre para que crezca allí lo que podríamos llamar —pensando en Herrera y Reissig— la or­quí­ dea negra de la poesía.

Con Octavio Paz y Luis Rosales | Madrid, 1981.

poesía e hizo un viaje a Londres por una cuestión de po­ lítica. Se entrevistó con Eliot, al que ya conocía y al que le debía muchísimo; Eliot fue un maestro pa­ra Seferis. Seferis le dijo a Eliot: “Ya no puedo escribir poesía, to­ do el tiempo pienso en lo que le está suce­diendo a Gre­ cia, la ocupación, la lucha de la resistencia. Eso no me deja escribir.” Eliot le res­pon­dió que al poeta le con­ venía tener, además de la poesía, otras actividades, otros hábitos que lo acercaran a la realidad, porque la hugo gutiérrez vega

Inglaterra, España, Italia, Estados Unidos, Brasil, Gre­cia y Puerto Rico. Todos estos países fueron verda­ deros encuentros. Viviste sus climas y sentiste a su gente, exploraste su historia y su literatura. Viste la ne­cesi­ dad de hablar de ellos, de poetizarlos. ¿Por qué quisiste hacer perdurar en tus poemas estos encuentros? Cada país me entregó una temporada de vida. Ca­ da lugar me entregó su clima, su tensión espiritual. Y en cada uno me acerqué al mundo literario. Me in­ teresé, leí infatigablemente lo que estaba pasando y dialogué con los escritores. Cada país lo viví intensa­ mente. De hecho, puede que haya sido un mal di­plo­ mático porque estaba demasiado involucrado con las 


“Poeta emblemáticamente sedentario y numerosa­ mente viajero”, son palabras de Marco Antonio Cam­ pos. “Un es­critor nómada arraigado en la provincia mexicana”, escribe Monsiváis. Para describirte dices: “Soy un soña­dor que viaja y vive en muchos lados, pe­ ro sigo como maceta en el corredor.” Y acabas diciendo en una entrevista: “Todo viajero tiene su Ítaca.” ¿Cómo te diste cuenta de que existía esa Ítaca propia? ¿Saliste ignorante a viajar para ser consciente de que nunca sal­ drías de tu ciudad? Siempre salí pensando en buscar otros climas es­ pirituales, otros panoramas humanos, otros paisajes. La diversidad del mundo. Pero ya al borde de la vejez —que ya estoy en ella— me di cuenta que mi Ítaca era una pequeña ciudad del estado de Jalisco, Lagos de Mo­ reno, en donde pasé mi infancia. Allí, en la casa de la 

© cortesía de h.g.v.

Con Jaime Ortega, Paca Aguirre y Félix Grande | Madrid, 1979.

© cortesía de h.g.v.

cosas del país en turno. En Puerto Rico acabé por in­ volucrarme en todo, lo mismo en España. Se supo­ne que el diplomático debe guardar cierta distancia. Yo no pude. Me entregué a esos países y a su literatu­ra. Escribe Odysseas Elytis: “El Yo del poeta no es el Poe­ ta como se conforma en el mundo, sino es el mundo co­mo se conforma en el Poeta.” ¿Cómo ha adquirido clari­ dad el mundo en ti? ¿A través de los viajes?, ¿son tus poemas un mapa de un mundo particular? Son efectivamente un mapa; un mapa de un mun­ do conocido al que traté de acercarme. Quise llegar a él para profundizar lo más que se pudiera en los se­ cretos y los misterios. Mi Yo poético se formó a través de las visiones de este mundo. Mi imaginación es muy activa y generalmente hablo de lo que veo, de lo que siento y de lo que pienso. Por eso los países que visi­ té y todos mis viajes me entregaron una forma de ver las cosas e influyeron de manera determinante en mi trabajo poético.

Con Luis Rosales, Antonio Hernández, Félix Grande y José Hierro | Madrid, 1984.

abuela. La abuela era muy irónica. Alguna vez que re­ gresaba de un viaje, muy cargado de pompa y circuns­ tancia, creyéndome muy importante, cosmopolita, infatigable viajero, mi abuela me dijo con una sonri­ sa en los labios —porque era irónica y afectuosa al mismo tiempo—: “Hijito, no te des importancia por­ que el que nace pa’maceta no sale del corredor.” Yo no he salido de ese corredor y no quiero salir. Es ahí, en la vieja casa de la abuela y en los días de la infancia en donde se formó la Ítaca a la que aspiro algún día re­ gresar. Ya tengo un pie en esa Ítaca, pues ahora estoy La Otra | octubre-diciembre 2009


en México; regresé, pero no todavía a esa pequeña ciu­ dad. Lo haré tal vez como los elefantes, cuando sien­ ta, como dice López Velarde, el cansancio del fin. En cada país estuviste dispuesto a ser sorprendido y cautivado por su literatura. Esto dio pie para que co­ no­cieras autores importantes poco difundidos a nivel internacional. En especial, el caso de poetas contempo­ ráneos griegos y el caso de Palés en el Caribe. De los poetas contemporáneos griegos, sobre to­ do tres, con los que llevé una amistad muy estrecha: Maya María Russo, Titos Patrikios y Tasos de Negris. Ellos me llevaron a los poetas de la generación surrea­ lista y de la generación posterior al surrealismo, como Engonópulos, Livaditis y, sobre todo, Embiricos. En el caso de Puerto Rico, mi entusiasmo con Palés es ju­ venil. Pero no lo había conocido a fondo hasta que viví en Puerto Rico. Hasta que vi la isla, a la mulata anti­lla­ na meneando el caderamen para que rabie el tío Sam, como dice en uno de sus poemas. “Por la encendida calle antillana va Tembandumba de la Quimbamba, rumba macumba candombe bámbula, entre dos fi­las de negras caras. Ante ella un congo, gongo y maraca.” Eso te ilumina cuando lo lees, pero cuando, además de leerlo, lo ves, entiendes a Palés Matos, el iniciador en lengua española de la poesía de la negritud en el Ca­ ri­be. Como lo es en la novela Alejo Carpentier y co­mo lo fue en el ensayo Germán Arciniegas. El mundo del Ca­r ibe tiene tres voces esenciales: Palés Matos, Ai­ mée Cesaire y Walcott. Luego viene toda la vertiente de la negritud que adquiere momentos de esplendor con Nicolás Guillén. En tus poemas y ensayos hablas de personajes concre­ tos y, en general, te diriges a personas concretas. Ha­ces homenajes, cuentas anécdotas, realizas retratos. Estos hugo gutiérrez vega

personajes son figuras literarias, históricas o de ficción. Retomas de ellos su obra y su vida. Rafael Alberti, el poeta de la luz, los colores y los ángeles, pero también el que se queda dormido en las conferencias. José Car­ los Becerra, poeta, pero ante todo, amigo. Dices ade­más que en tus poemas hay recuerdos, impresiones y emo­ ciones que has querido compartir con los amigos, en especial con los escritores. Explicas que tus libros “son una conversación sostenida a lo largo del tiempo”. Se desprende entonces de tu trabajo una relación intensa entre vida y obra, tanto la tuya, como la de personajes concretos con los que te has encontrado. ¿Por qué rei­vin­ dicar esta relación? Ha sido para mí esencial la relación entre vida y obra. Por ejemplo, con Rafael Alberti descubrí el mundo de Garcilaso de la Vega, el mundo de San Juan de la Cruz; con él compartí a poetas: Antonio Machado, García Lorca, Miguel Hernández, Jorge Guillén. A Alberti lo considero mi hermano mayor, mi padre putativo; fue esencial para afinar todo lo que pude de mi trabajo poético. De hecho, Carlos Becerra, Alberti, Pepe Hie­ rro y Carlos Monsiváis son las personas a las que les muestro mis poemas antes de publicarlos para que me den sus puntos de vista. La mayor parte de ellos son lo suficientemente buenos y, al mismo tiempo, malos, como para decirme “este poema tíralo” o “este verso no sir­ve, corrígelo o deshazte de él”. Las correcciones de Becerra, Hierro, Monsiváis y Alberto las atesoro. Mi poesía es conversatoria, es un diálogo no sólo con el lector, sino con las personas que he conocido, ama­ do, admirado, y de las cuales he aprendido las pocas cosas que sé. Por eso la relación entre la obra y la vida de aquellos que conocí es tan importante. Tus poemas hablan de lo cotidiano en un tono me­ lancólico compensado por la ironía. La ironía le quita 


patetismo al poema y lo abre al entendimiento claro, ayuda a darle un sentido. Es el arte socrático de lo uni­ versal, de la representación. ¿No se ve el realismo inme­ diato de lo cotidiano, con todo lo que tiene de violento y maravilloso, subyugado por la claridad? ¿Por qué, poe­ ta, no destruyes tu lengua y de paso el sentido de las cosas? Yo aposté por la transparencia, por la claridad. A veces los nubarrones me ganan y el poema entra en territorios oscuros que no puedo controlar. Pero esto pertenece al mundo de la magia poética, del miste­ rio. En cambio, la realidad me entrega los datos esen­ ciales de mi poesía, por lo tanto, apuesto por la claridad, por la transparencia. Y cuando no lo logro o cuando algo exterior me lo impide, dejo que el poema salga con su misterio. Y a veces sucede que, mientras más transparente es el poema, más misterioso. En la bús­ queda de una transparencia el recuerdo y la memo­ ria tienen mucho que ver. Pensando en Jung y en el “inconsciente colectivo”, hay una suerte de “memo­ ria colectiva”, memorias tuyas que, al sacarlas a la luz en un poema, son asumidas, apropiadas por mucha gente. Y para ello la transparencia es un elemento fun­ damental. Hay gente que escribe poesía que podría­ mos llamar “hermética”, buena y mala. No tengo nada contra ella. Aunque en realidad no hay poesía hermé­ tica, sólo lectores indolentes. De todas formas, mi apuesta es otra. La ironía, como las películas de cine cómico mudo, es amable. Keaton, uno de los personajes que aparece reite­ radamente en tus poemas, no se ahoga con su familia en el mar después de una terrible tormen­ta por­que resul­ta que el barco estuvo siempre a unos cuantos metros de la playa. La ironía tiende a negar la natura­leza. Po­ dría utilizar tus palabras para describir la finali­dad de 

la iro­nía: “Los hombres podemos y de­bemos corregir los actos de la naturaleza, que siempre nos derrota, aun­que sólo podamos hacerlo a manera de bromas intras­cen­ dentes.” ¿Por qué temerle a ser ven­cido por la naturale­ za y, en última instancia, por qué negarla? Le tengo mucho miedo a la sensiblería. Al sentimen­ talismo no, ni a las sensaciones, pues son primordia­ les para la originalidad del poema y del poeta. Decían los simbolistas y López Velarde que la originalidad del poema está en las sensaciones. Por eso apuesto por la ironía, por el sentido del humor, aunque en el fondo de la ironía hay una gran carga de melancolía. Allí están los cómicos del cine mudo, la cara de Harry Lang­ don o de Buster Keaton, por eso García Lorca pensa­ba tanto en Buster Keaton. Además de la comicidad, hay una tristeza profunda. Yo creo que la ironía pertenece al mundo de lo agradable, de lo amable, pero si se es­ carba se encuentra esa almendra amarga de la tristeza. Escribiste: “No logro, desde que llegué a la isla, po­ ner en orden los pensamientos tal y como lo hacía en tiempos más apegados a la razón. Las sensaciones, en cambio, aparecen y desaparecen en filas bien ordena­ das.” En tu obra se nota un cambio a partir de los libros que escribiste en Grecia. ¿Te has vuelto un poeta más de sensaciones que de razones? ¿Te has acercado más a ese “tercer estado poético” del que habla Elytis, un estado “que no se somete a las distinciones y contradicciones de la vida cotidiana, de una notación que se registra con palabras, pero que se interpreta en el alma con vibra­ ciones […] que ya no tienen ninguna relación con el sen­ tido original de las palabras”? Grecia me enseñó a ver las cosas como las veía un poeta de mi pueblo, Francisco González León. Más que la cosa en sí, ver el aura que rodea a las cosas, la vibra­ ción del color, la textura de una superficie. El mundo La Otra | octubre-diciembre 2009


© cortesía de h.g.v.

Con Marco Antonio Campos, Víctor Sandoval, David Eduardo Rivera Salinas y Vicente Quirarte, recibiendo el Premio Iberaoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2001.

de las sensaciones. Y traté de llegar a ese “tercer es­ tado” del que habla Elytis. El paisaje me deslumbró, me cautivó, influyó en mí de forma determinante pa­ ra olvidar algunos aspectos demasiado subjetivos. De alguna forma me ayudó a consolidar una objetividad y consolidarla junto a la ironía, pues ésta te entrega una buena carga de objetividad. La objetividad es un buen lugar, te da una buena perspectiva para enten­ der las cosas. Grecia y los poetas griegos se apodera­ ron de mí de una manera tan estrecha que el mundo que se me abrió fue un mundo sensorial, y mi poesía adquirió otro tono y yo adquirí otra forma de ver las cosas. Por eso se nota un cambio después de mi estan­ cia en Grecia y de mi conocimiento de Cavafis, Engo­nó­ pulos, Sefe­ris, Elytis, Embiricos, Siquelianos, Pala­más y el padre de la poesía griega en lengua de­mó­tica, So­ lomos. El paso del tiempo, tan evidente en los libros anterio­ res, ya no es tan marcado. Una poesía que ponía un én­fasis continuo en un aquí y ahora precisos, ya no se esfuerza demasiado en cada poema por distinguir en­ tre pasado, presente y futuro. hugo gutiérrez vega

Se me mezclan todos los tiempos como en el sue­ ño. Los viejos nos soñamos jóvenes y en el sueño po­ demos hacer las cosas que no pudimos hacer en la vida real; el sueño ocupa un lugar preponderante en mi trabajo poético reciente. Además, ya no me interesan las anécdotas, sólo la vida o la muerte de los míos. Por eso en un poema digo: “hoy al abrir el cajón del buró un sueño rezagado me mordió la mano”. Allí están esos sueños. Hace poco encontré una agenda vieja, de ha­ ce unos quince años. Ya no me sirve. Ya están muer­ tos todos. “Grecia, además de la visión, te exige la reconstruc­ ción”, dices en una entrevista, y ése parece ser el princi­ pio de los libros que escribiste en ese país. Tomaste un lugar histórico como centro de reflexiones poéticas. Toda la tradición griega, pero no sólo la clásica, tam­ bién la moderna. Las que nacen con los poetas del Hep­ taneso, con Solomos, con Palamás. El mundo griego se impuso de una manera determinante. Es curioso; estuve leyendo un poema de mi primer libro, Buscan­ do amor, “Náhuatl en Atenas”, el cual escribí con mo­ tivo de mi primer viaje a Grecia,siendo yo muy joven. 


En el poema ya percibía lo que Grecia me entregó des­ pués. Todo este caudal, no sólo de la Grecia clásica, sino de la Grecia de los siglos xix, xx y lo que va del xxi. Porque todos llevamos una Grecia en el alma; hay tantas Grecias como admiradores de Grecia. ¿Influyó el rescate que hiciste de la idea unamunia­ na de un poema que retome un tema histórico, de tal forma que la poesía lírica estuviera incontaminada y la poesía épica no sufriera las limitaciones de lo estricta­ mente testimonial? Eso está claro en el poema que titulo “Habla el dés­ pota”, de Cantos del despotado de Morea. Se trata de un hecho histórico: la caída de Constantinopla y su reper­ cusión en Mistras, capital del despota­do de Morea, que fue durante mucho tiempo refugio de los neoplató­ni­ cos, sobre todo de Crisorolas. Mistras fue también refu­ gio de los cruzados que iban rumbo al Medio Orien­te y que después el mundo bizantino convirtió en el des­ potado de Morea. De esa anéc­dota histórica saco una poesía épica atemperada por el clima lírico. Retomas también de Unamuno lo que él considera la carencia principal de América y España: la falta de “un sentimiento religioso de la vida”. El arte, decía Fe­ llini, reconforta, asegura, nos hace reflexionar sobre la vida, que sola no sería más que un corazón que late o un estómago que digiere. “El arte —señala— es el in­ tento mejor logrado de inculcar en el hombre un sen­ timiento religioso.” En Una estación en Amorgós o en el poema “Letanías para canonizar a Jaime Sabines” aparece este sentimiento, apenas latente en tus otros tra­ bajos. ¿Fue tu fin recuperarlo y evidenciarlo? Definitivamente. Yo tuve una infancia muy reli­gio­ sa. Para mí la noción de religión no se refiere a una Igle­sia en particular, sino al viejo concepto de reli­gión, 

religar. Religar a las personas, religar a las culturas, a los países. Por eso hay algo religioso en mis úl­t imos poe­ mas, una búsqueda religiosa. Una­muno decía que él creía en Dios porque lo necesitaba, como una ne­cesi­ dad física y espiritual. Yo me sigo haciendo la pre­ gunta, me la hago todos los días y esto me convierte en un poeta hasta cierto punto religioso, con aspira­ ciones religiosas. En un poema hablo de un paisaje nevado que veía desde mi casa en Wa­shington; había un parque y en él una asamblea de pájaros azules en­ frente de mi ventana anunciando el fin del otoño. Di­ go en el poema: “Estaba solo en la ca­sa del bosque y sentía, podía sentir cómo el corazón se agitaba en el pecho mientras los pájaros des­pedían la estación y ya caminaba el invierno. Fue entonces cuando pregun­ tó a nadie, y como de paso, si existía Dios.” Es una pre­ gunta que tengo siempre presente. Como el déspota de Morea, no he sido muy puntual respecto a mis obli­ gaciones religiosas, pero mi diálogo con Dios o con esa noción de Dios que todavía no preciso, que toda­ vía siento en medio de una neblina, tuvo y tiene no­ ches intensas. ¿Qué es el amor para Hugo Gutiérrez Vega? Unos amigos peruanos le inventaron a Juan Ra­món Jiménez una admiradora. Le dijeron que había una mujer hermosísima que se llama Georgina Hübner, quien ya había leído sus dos primeros libros y que es­ taba enamorada de él. Así, le pidieron a una mucha­ cha de Lima que le escribiera cartas a Juan Ramón y que firmara como Georgina Hübner. La correspon­ dencia se mantuvo por varios meses. Hasta que se die­ ron cuenta que Juan Ramón se estaba enamorando. Decidieron entonces matarla. Y el poema de Juan Ra­ món dice: “El cónsul del Perú me lo dice: Georgina Hübner ha muerto. Has muerto, estás, sin alma, en La Otra | octubre-diciembre 2009


© j.a.l.

Con Juan Gelman, Carlos Montemayor y Alí Chumacero | Ciudad de México, 2008.

Lima, abriendo rosas blancas debajo de la tierra. Y si en ninguna parte nuestros brazos se juntan, ¿qué ni­ ño idiota, hijo del odio y del rencor, hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?” Aquí recuerda por su­ puesto al Macbeth de Shakespeare. Y termina di­cien­ do: “desde ahí tú sabrás que esto no vale nada, que quitado el amor, lo demás son palabras”. ¿Qué es la muerte para Hugo Gutiérrez Vega? Una presencia frecuente. Forma parte de la vida. Te­ mo la muerte de los seres que amo. Mi muerte… no voy a negar que la temo, todos los hombres la teme­mos hugo gutiérrez vega

porque no sabemos qué es, sólo que lle­gará. El amor llega aparejado al temor de la pérdida del ob­jeto. Lo decía Freud: la pérdida del objeto provoca melancolía profunda y, en algunos casos, traumas. La muerte para mí es esa presencia sobrecogedora. No la amo como Villaurrutia, un poeta enamorado de su muerte. “Qué prueba de la existencia habrá mayor que la suerte de es­ tar viviendo sin verte y muriendo en tu presencia. Esta lúcida conciencia de amar lo nunca visto y de esperar lo imprevisto. Este caer sin llegar es la angustia de pen­ sar que, puesto que muero, existo.” Me va ayudar Villa­ urrutia a contestarte: puesto que muero, existo. v 


ernesto flores

el poeta peregrino

C

uando releí sobre la noción panteísta de que un hombre es todos los hombres, pensé en Hugo Gutiérrez Vega. Nadie más me dio nunca la impre­sión de ser tan parecido a un poliedro con un número de caras contrastantes. Nadie posee la sorprendente fle­ xibilidad mimética para ser tan español como los es­ pañoles de Madrid, tan inglés como los ingleses de Londres y tan italiano como los italianos en Roma. Después de muchos años de conocerlo sospecho que es un intento de acercarse a todos los seres humanos que va conociendo. Su magnífico sentido de la amis­ tad es como la resortera que se violenta y adapta. Los que no tenemos tal cualidad, los que no tenemos una adaptación, nos limitamos a estimar y a guardar más lejos nuestra inestabilidad amistosa. Pero el suyo per­manence admirable, dinámico y amable. Si hubiera de percibir el relieve de esa personalidad tendría que asediar sus rostros. Uno muy lejano: Hu­ go, campeón de oratoria en campañas políticas. Luego, rector de la Universidad de Querétaro y fundador del gupo teatral “Los cómicos de la lengua”, actuando en el Teatro Degollado en El viejo celoso de Cervantes. 

Hugo, llamado a la embajada de México en Italia, hu­ morista extrovertido como cualquier galán romano y estrenando Pandora y el ruiseñor de Ignacio Arriola Haro junto a la actriz judía Fanny Giser. Hugo, con­ versador capaz de poner en juego todos los recursos conocidos y desconocidos. Hugo, leyendo a duo con su autor, El limbo, también de Arreola Haro, en una temporada de la Casa de la Cultura en su buena épo­ ca. Hugo de irreconocible severidad en Londres, con sombrero, abrigo y paraguas manejando a vuelta de rueda, logrando hacer giros por fuera y por dentro como cualquier inglés elegante, ocultando su ironía y su temible capacidad de observación. Hugo actuan­ do el mejor papel de su vida —el Serebriakov de El tío Vani de Tchejov— en la prodigiosa puesta de escena de Ludwig Margules, al lado de una Sonia magistral (Julieta Egurrola) y el Vania de Alejandro Aura. Hugo animando con brillo las temporadas de La Casa del Lago de Chapultepec, promoviendo a José Emilio Pa­ checo, Carlos Monsiváis, Ignacio Arriola Haro, Eduar­ do Ruiz, Homero Aridjis, creo que a Marco Antonio Montes de Oca, quizá a José Carlos Becerra, tal vez a La Otra | octubre-diciembre 2009


© cortesía de h.g.v. © cortesía de h.g.v.

Con Adolfo López Mateos | Ciudad de México, 1963.

Diplomático en Inglaterra, con Antonio y Margarita González de León | Londres, 1971.

Guillermo Fernández, a los compositores Hermilio Hernández y Manuel Enríquez, y hasta a un inexper­ to poeta provinciano y tartamudo del que no quiero ni acordarme. Hugo en Madrid, mezclado en una red amistosa en la que estaban Alberti y un sinfin de poe­ tas jóvenes. Hugo en Washington, contemplando a su gato poner la patita en la nieve del jardín y aseguran­ do que no se puede ser buen poeta si no se tiene a un gato en un poema. Hugo en Brasil, donde no pudo lle­ var el ritmo de la samba. (Hugo jamás aprendió dos cosas: la primera, la charrería. El único día que se pro­ puso lazar a un becerro, lazó a su tía. La segunda, a bailar, lo que le trajo problemas en alguna actuación teatral.) Hugo embajador de Grecia, Líbano, Chipre, Bulgaria y Rumania. Hugo finalmente de regreso, en espera de su siguiente destino diplomático en Puerto Rico. De su carrera literaria no puede hablarse sin el tiem­ po suficiente porque su poesía es vasta y experimenta metamorfosis y ascensos, influjos diversos venidos de los poetas del nuevo país de residencia, circunstancias que cambian su aliento y con ello alargan o acortan la dimensión del poema, varían temas autobiográficos o no, el vuelo de su impulso y la fertilidad de su obra que se desarrolla y despliega como mu­chos abanicos. Éste es uno de sus poemas breves:

© cortesía de h.g.v.

Entre oficio y oficio (“a mi trabajo acudo, con mi dinero pago…”) el poema deve pasearse como si nada pasara.

Con la reina Sofía | España, 1979. hugo gutiérrez vega

Me hace pensar en una remota devoción por la llane­ za del viejo Antonio Machado, “una influencia muy importante”, como él dijo. Hace más de cuarenta años ya manifestaba ese amor por Machado, por los dos 


Machado, que reitara en esta ars poética de 1990. A su regreso leo también este par de versos bellos y con­ tradictories: He regresado y todo sigue igual, pero es distinto.

Pero no siempre es tan leal a sus viejos influjos. Sí, per­ manence con López Velarde (¿quién no?). Una de sus hijas, como una de las de Juan José Arreola, se llama Fuensanta. Sospecho que si la amada de López Velar­ de se hubiera llamado Sinforiana o Mamerta, la hija de Hugo lo aborrecería. Por Fuensanta, jamás. Otros poe­ tas constantes en la poesía o las conversaciones de Hu­ go son Gónzalez León, Placencia, Darío, Paz, Vallejo, Neruda, Othón, Gorostiza… pero tras ellos viene un ejército de recién llegados que a veces traduce del idio­ ma en turno, y que descubre con una voracidad muy suya: Montale, Ungarotti, Eliot, Auden… En una entrevista con María Teresa Azuara, Hugo de­finió al poeta como “un hombre como cualquier otro”, y añade: Yo escribo una poesía de lo cotidiano, una poesía coloquial, literal, no utilizo como técnica constante la metáfora, sino más bien prefiero la literalidad. Cada quien utiliza las armas que tiene a la mano; hay poetas con una enorme capacidad —estoy pensando en López Velarde, en Paz, en Gorostiza— para manejar espontáneamente la metáfora. Tengo dificul­ tades naturales para la metáfora y por eso he escogido la literalidad. Escribo poesía sencilla en algunos aspectos co­ loquial, en otros humorística, yo diría hasta sacrástica y testimonial. Estoy dando un informe de lo que me sucede, no porque considere que es importante, sino porque me su­ cede lo que le sucede a toda la gente del mundo, en eso no soy muy original: de repente crezco, de repente me uno a mi mujer, tengo hijas, de repente empiezo a envejecer y de repente me muero. Es lo que le pasa exactamente a todo el mundo. Entonces, yo presento esta especie de informe que pienso que es de utilidad, no sólo para mí, sino para to­ dos, porque lo único que hace el poeta es cantar lo que le



Actuando en el papel de Simón Bolívar en la adaptación girega de El general en su laberinto | Atenas, 1992.

pertenece a todos, con las mismas palabras de todos, ade­ más de algo autobiográfico que tiene mi trabajo poético. Decía el poeta italiano Ungaretti cuando escribió uno de sus libros que él estaba entregando al lector una bella bio­ grafía; yo le quitaría el adjetivo bella, me limitaría a decir que estoy entregando una biografía, un testimonio del Con­ fieso que he vivido de Pablo Neruda, y lo hago de la mane­ ra más literal y sencilla, aunque con la suficiente malicia como para intentar y querer darme cuenta que el poema es un organismo autosuficiente, una creación que se sepa­ra de su autor, que tiene sus reglas para existir o adquirir pe­ so esencial y convertirse en ese fenómeno de la expresión verbal que conocemos con el nombre de poesía.

Esto es lo fundamental de una presentación, por­que es el autor quien expone su ars poética. Y conside­ro que, después de esto, nada más hay que decir. v La Otra | octubre-diciembre 2009


hugo gutiérrez vega

poemas

Georgetown Blues Poema cinematográfico A Frank O’Hara, “poeta en Nueva York”

Cae la lluvia fiel del cielo perseguido por los reflectores, herido por innumerables aeroplanos, mas, a veces, redimido por el vuelo de la alondra, por el paso apenas audible del ruiseñor (nightingale en su mejor definición)… Encerrados en un cuerpo que ya empieza a decaer, vestidos con la ropa del weekend para trasponer la puerta de otra noche, vemos pasar calles, canales, faroles aureolados de lluvia, autos, autos, autos, muchachas que saben a donde van, jóvenes barbudos arrastrados por la corriente, señores jadeantes con ropas deportivas, un gato contemplativo y los frívolos perros que lo persiguen una comercial tajada de luna, corazones y sexos, soldados con licencia, diarios con noticias de invasión, Whitman cubierto con una revista de desnudos, Whistler asaeteado por las flechas de agua, hugo gutiérrez vega




Santayana describiendo el vuelo trasatlántico de la gaviota agustiniana, Bogart iluminado por el cigarrillo culpable, bailarines de breakdance, señoras pensando en Gershwin o en Cole Porter, oradores furiosos anunciando al dios de los castigos, gorduras monumentales de mantequillas, hot cakes, mermeladas, bollos, crema, chocolates rellenos de untuosa química, flacuras metodistas, el Salvation Army esgrimiendo biblias ante los borrachitos, niños con banderas y símbolos guerreros, muchachos astrosos con signos pacifistas, “latinos” de indocumentada vergüenza. Pasan, pasan, pasan… El blues lento se distiende, sale la luna y siguen latiendo las vidas aquí, en la capital del Imperio, en medio del apacible Georgetown, tan apacible con un fantasma del viejo continente trasladado a esta casa ruidosa por algún viejo mago literario o cinematográfico. Ahora recostados en un silencio que favorece la llegada del olvido, un silencio que nos permite escoger los recuerdos y alivia el dolor —tolerable, por cierto— de una memoria demasiado activa, nos dedicamos a las cosas fundamentales: la cocina, los paseos por el bosque, las conversaciones sobre todo y nada, la observación de las estrellas y los arreglos funerarios, divertidos y siniestros como una secuencia de Arsenic and old lace… Todo tiene un orden que se asume como el paso de las estaciones Masrcha Hunt acabará casándose: June Allyson encontrará una nueva forma de preparar el asado a su esposo recién ascendido en la compañía de seguros, Judy Garland no podrá hacerse vieja ni artrítica, ni morirá en Londres al lado de un marido repugnantemente joven. Los dioses no envejecen ni Frank O’Hara morirá en ese accidente de tránsito. 

La Otra | octubre-diciembre 2009


Lo salvará, en el último momento, el doctor Lionel Barrymore y Frank Capra organizará un baile en el quirófano que acabará en medio de cánticos, mientras James Stewart besa a Donna Reed y el Congreso de los Estados Unidos decreta la obligación de ser absoluta y rítmicamente felices. No es verdad que Errol Flynn haya sido espía, borracho perdido y abotagada ruina. Flynn sigue trepando por las gavias y los galeones españoles siguen temblando del miedo en los estanques de la Paramount. ¡Por dios! ¿Quién puede asegurar que Arlene Dahl es una viejecita, que Rita Hayworth ha dejado de ondular o que Loretta Young ya no abrirá la puerta de nuestra casita de madera en Pocatello, Idaho? Ahora, ya fuera de la casa de la lluvia, cubiertos por una luna casi tan llena como la de los escenarios de Broadway, repetimos, en voz baja, una pequeña serie de viejos conjuros y pensamos en Thomas Wolfe y en sus descubrimientos de lo descubierto, En Dylan Thomas y su última y ordenada fila de vasos de whiskey, en Copland silbando polkas del oeste o rabiosos danzones del arrabal mexicano, en la fila de pachucos con sus candorosas navajas en las calles de L.A., en la campaña alcohólica de Poe, sentado junto a la tumba con el cuervo parado en su hombro, en Ahab arponeado todo lo blanco, en Robeson sacándole la lengua al senador encapuchado, mientras Chambers denuncia a toda la Academia y Chaplin hace las maletas pensando en Southampton, Lilian y Dash, ocultos en la casa de la playa, beben y fuman rodeados de halcones de piedra y de juguetes dormidos en el ático. Lejos quedaron Scott y Zelda naufragando en el Ritz, bebiéndose un viejo continente entero, invitados a la fiesta que París daba a don Ernesto —más tarde pescador en Santiago de Cuba—, a Gertrude Stein, ciudadana del país más viejo del mundo, hugo gutiérrez vega




a Cole Porter y a Monty Wholley, vestidos de lino blanco en la postal violeta con matasellos veneciano… Pasan diarios, revistas ilustradas, anuncios, canciones, un negro con su blues ya urbanizado… el nuevo mundo, la América que ignora a la otra América —patio de atrás, huerto, lavadero de ropa sucia, granero de criaturas que recolectan frutos—… La noche tiene en Georgetown un resplandor eléctrico —son las luces de Alexandria que chocan con las nubes y regresan tocadas por la magia—, canta el ruiseñor y nuestro tono enfático se rompe. Sólo se puede hablar como la hacía Wallace Stevens: hablando como el que no quiere hablar y sabe que el silencio y la oscuridad valen a veces mucho más que todas las palabras y las luces de los hombres…

Varias admiraciones

Te doy este hombro de fatigas y todas las miradas.

1. Una carta con pájaros

Soltando las palabras como se sueltan los pájaros, cuando la sombra ocupa la zona del jardín donde tú estás para esperar la tarde. Hablando sin hablar, así como te hablo, cuando tomo tu cara eres mujer y niña, un pájaro cautivo por su gusto, una prolongación de la mañana y nada son ahora la traición de la tarde ni la palabra helada adentro de los labios. 

El mundo está en tus manos, me asomo y ese mínimo abismo me da vértigo, pero tú me sostienes. ¿Dudas? No lo hagas. La casa del tiempo se construye más allá de los años. Pongo mi ardua esperanza en tu reflejo, en ese valle donde nace el tiempo. Como vivimos juntos en el sueño no puede con nosotros la mañana. La Otra | octubre-diciembre 2009


miscelánea

marco antonio campos

luuk gruwez la poesía como boleto de entrada a la existencia entrevista inédita

L

uuk Gruwez (1953) se dio a conocer muy temprano, en 1973, con el libro Poemas aspi­ radores, que contiene poemas sonoros, vitales, que llaman la atención por su carácter oral. El autor parece más cantante que artista. Su poesía es una defensa de la sensualidad, la excentricidad, la osadía emocional, el lirismo. Junto con Miriam Van Hee y otros, fue consi­ derado uno de los representantes más prominentes del Nuevo Romanticismo, una corrien­ te literaria que dio nuevo impulso a la poesía flamenca a finales de los años setenta. En una dirección diametralmente opuesta a la de la poesía experimental de los años anteriores, los poetas de esta corriente escribieron de nuevo sobre el amor, la muerte y la imperfección hu­ mana. Acerca de sus primeras obras, el autor nos dice: “Como poeta novel fui un dandy que escribía mucho sobre sí mismo. Tenía un ego narcisista, como el de todo poeta que se respe­ ta a sí mismo. Gradualmente ese ego se ha convertido en un nosotros más universal.” A comienzos de los años noventa, Gruwez practicó más la prosa. Con Eriek Verpale escribió el “diario siamés” A solas (1992). Su primer libro de prosa sin coautor es el galardonado Baile del abuelo Bing, que reúne cuentos semiautobiográficos pletóricos de acontecimientos y per­ sonajes estrafalarios. Gruwez es uno de los verdaderos poetas mayores de Europa. miscelánea




marco antonio campos: Me parece que usted viene del linaje de Catulo, Marcial, Rutebeuf, Marcabrun, Villon: las formas poéticas del epigrama y de la sátira, la vulga­ ridad resplandeciente y un mundo minucioso y grotes­ camente cotidiano. ¿Cree tener alguna deuda con ellos? luuk gruwez: Tengo ciertamente deudas con Vi­ llon. A esto hay que agregar que tengo una tendencia más bien arcaica hacia poetas que no niegan y que son de hecho cantores. En lo que concierne al elemento grotesco y a la vulgaridad: habría que decir que al principio de mi carrera poética, cuando tenía apenas veinte años, mi poesía tenía rasgos etéreos. Se carac­ terizaba por un romanticismo demasiado vago y ab­ soluto. Buscaba una pureza, la cual —me di cuenta luego de cierto tiempo— no existía. Es en ese momen­ to que, con una cierta ironía, combino lo alto y lo ba­ jo, la vulgaridad y la pureza. En efecto, así me parece verlo también. ¿Qué auto­ res de lengua neerlandesa y europea del siglo han sido importantes para usted? Varios poetas de lengua neerlandesa me han ins­pi­ rado, entre otros, Hugo Claus, Lucebert y una buena parte de su generación. Cuando era adolescente, Hans Lodeizen era uno de mis poetas preferidos, igual que Jan Jacob Slahuerhof, J.C. Bloem, Jan Van Nijlen y Mar­ tines Nijhoff. El poeta del siglo xx que más me ha impresionado es el portugués Fernando Pessoa, pero tengo una gran admiración por poetas como Auden, T.S. Eliot, Szymborska y Herbert. Eso depende un po­ co del día. ¿Ha tenido en algún tiempo interés por la poesía la­ tinoamericana? Debo confesar que la conozco apenas. Como todo el mundo, he leído a Jorge Luis Borges y a Octavio Paz. 

¿Han sido importantes otras artes para usted y su poe­ sía? Creo encontrar en sus versos que gusta en especial de la música, tanto clásica como moderna. Me parece hallar una veneración o deslumbramiento por Mozart. Siempre he creído que la primera forma de poesía era la poesía de amor, y que la escritura, en primer lugar, era un acto erótico que se servía de una cierta música para conquistar los corazones. Desde muy joven ya estaba convencido que la música es la más importante de todas las artes. Los nombres propios ocupan continua y vivamente una plaza en sus poemas: nombres de personas, peque­ ños pueblos y ciudades, calles, bailes, instrumentos de música… ¿Es para individualizar y diferenciar sus ex­ periencias? Hay en mis poemas una tensión entre lo que se re­ fiere al momento y lo que trata de ser más que un mo­ mento. Como la mayoría de los seres humanos, trato de conservar y coleccionar todo lo que tiene tenden­ cia a desaparecer. Para realizar esto se requiere de una cierta precisión. Aun si hay momentos donde pueden confundirse, ¿cómo ha recorrido el camino de lo subjetivo de sus pri­ meros libros a lo objetivo de los siguientes?, ¿del Yo al Nosotros? En efecto, Yo se ha vuelto varios Otros, desde que dejé atrás el dandy que es, en su momento, todo ado­ lescente que se respete. Al principio jugaba un poco con los llamados grandes temas: el amor y la muerte. Pero hay asuntos que de manera gradual se han vuel­ to más concretos en mi vida. Mi poesía se volvió más social cuando me di cuenta —ay de mí— que yo no era el centro del universo. Y más: el Yo no es intere­san­ te sino cuando ya no está ligado a una sola persona. La Otra | octubre-diciembre 2009


Como tema, la familia es muy importante en su lí­ rica, pero con excepción de su madre, no parece que us­ ted la trate muy bien, en especial a su padre. La prima, por ejemplo, parece que nunca salió de su infancia men­ tal y siguió siendo sólo cuerpo. No tengo la impresión de que mi familia sea maltra­ tada en mis poemas. Aun la abuela, si ejemplifica­mos, está idealizada. Es verdad que mi padre está descrito como un hombre dominante, pero es asimismo el mo­ tor de mi escritura. En ocasiones tengo la impresión de que escribo para procurarme un contrapeso con­ tra su dominación, que era incluso física. Pesaba más de cien kilos y, aunque era amable la mayor parte del tiempo, podía también ser colérico. Pero no es sólo mi historia personal lo que me interesa. Utilizo a la fa­ milia también de una manera metafórica. No es, por tanto, la verdad histórica y realista lo que me intere­sa. Parece que no tiene usted buenos recuerdos de la re­gión de su infancia (Flandes Occidental). Critica ante todo “la cerrada mentalidad de las personas, su pequeñez des­pre­ ciable, su enraizada avaricia”. ¿Cómo fue su vida allá? A mi edad ya no detesto de igual manera a mi re­ gión natal. De hecho, me gustan los regresos. Pero la región de mi infancia representa también ciertos va­ lores muy interesantes para quien los quiera escribir. Las personas que allí habitan y que son con frecuencia comerciantes deben dar la impresión de que tienen un carácter abierto: de otro modo no sabrían vender sus productos. Pero mi experiencia es que rara vez ha­blan de cosas íntimas y de aquello que les preocupa en el fondo del corazón. En ninguna parte de Bélgica hay tantos postigos como allá. Ese matrimonio entre lo que queda cerrado y lo que está abierto es muy fruc­ tífero para la poesía, que —ella también— debe bus­ car la balanza entre el silencio y el lenguaje. miscelánea

En los personajes de sus poemas encuentro dos lí­ neas emotivas: una, donde dominan la tristeza, la ter­ nura y el abandono; la segunda, donde se parodia con piedad a personajes irrisorios (la ma­mye Winetou, los viejos comparables a las águilas) y a otros que son cari­ caturizados casi sádicamente (el padre severo, el taci­ turno útil, el puerco de Cassel, Bufóndetodos). Aun la amada idealizada (Lore, Laura, Lorelei) está más cerca de una prostituta que de la aspiración al sueño puro. Su observación es del todo correcta, salvo que no tengo de ningún modo la impresión de que trate a al­ gunos de mis personajes de manera sádica, aun cuan­ do describa de una manera caricaturesca algunos de sus defectos. Todo lo contrario: al evocar sus imper­ fecciones busco volverlos más humanos y más aptos para lograr una empatía con el lector. Hay asimismo a lo largo de su obra una dura y tenaz autoironía. Me doy cuenta una y otra vez, para citar al poeta neerlandés Lucebert, que “no soy sino una migaja en la enagua del universo”. ¿De dónde le nace su obsesión —como la del pintor colombiano Fernando Botero— por las personas gor­ das y por la gordura misma? Inclusive uno de sus libros se titula Gente gorda (1990). Parece buscar usted ante todo los personajes descabellados, marginalmente ex­ céntricos y extravagantes. No tengo nada que añadir a la vida de aquel que ha triunfado. Me interesa la gente cuya vida no es evi­den­ te. La gente gorda pertenece un poco a esta categoría: a menudo deben hacer reír para que los acepten. Por lo demás, pertenezco (de padre a hijos) a una familia de gente gorda. Cuando mi abuelo y sus ocho herma­ nos se subían juntos a una gran báscula, pesaban más 


de mil kilos. Al escribir sobre personas cuya vida no está del todo lograda, trato de sublimar sus defectos hasta que se convierten en triunfos.

luuk gruwez

En un mundo como el nuestro, donde dominan el di­ nero y el poder, ¿qué sentido y qué utilidad tiene la poe­ sía? ¿Por qué la escribe usted? Soy más bien sombrío en lo que concierne al por­ venir de la poesía tal y como existe ahora. La poesía es el médium literario que exige la mayor lentitud en un mundo dominado por la velocidad. Tengo miedo de que en cierto tiempo no habrá ya alguien que tenga tiempo para tomarse el tiempo. Sin embar­go, consi­ dero que la poesía es una de las últimas formas con­ testatarias contra este dominio de la velocidad. ¿Por qué razón escribo poesía en lugar de, por ejem­ plo, teatro o novela? Porque hay un sistema biológico en lo más profundo de mí que no tie­ne nada de racio­ nal, y que me dice que ya nadie sabrá de mí cuando deje de escribir. La poesía es un poco el boleto de en­ trada a mi existencia. v

Traducción | Stefaan van den Bremt y Marco Antonio Campos

tres poemas

Di pensier in pensier * Tal vez espere que yo ceda ante él por sus ilustres gemidos que andan de boca en boca en muchas leguas a la redonda, pues vienen de un poeta cuyos versos son de seguro los tirantes con los que suele sujetar su alma. Tal vez piense que yo habite en vagas lejanías, y quiera por eso estar siempre en otra parte. En verdad piensa en demasía, mi desdichado egocéntrico. ¿El amor no es lo más tonto que existe? Y que poetice y rime para mí con gran finura, o camine cantando como un tirolés en pantalón de cuero:

* Este poema y los dos siguientes forman parte del ciclo “Lore, Laura, Lorelei”, un encargo de Paul Van Nevel, director del Huelgas Ensemble, conocido en el mundo entero por sus interpretaciones de música po­li­ fónica. El poeta se propuso dar, desde una óptica contemporánea, una respuesta a los poemas de Francesco Petrarca que fueron musicaliza­ dos por Roland de Lassus, más conocido como Orlando Lasso (15321594). Luuk Gruwez recitó una traducción francesa de estos poe­mas el 4 de junio de 2003 durante el estreno de Il Canzoniere di Messer Fran­ cesco Petrarca en la Cité de la Musique de París.



La Otra | octubre-diciembre 2009


me importa un comino lo que haga. ¡Es asombroso lo que un tipo como él necesita para olvidar que dentro de poco desaparecerá y que no es mucho más que una babosa o un paté de caza! ¡Dios Todopoderoso, que yo no sea eso! ¡Pero caramba! Mis curvas, que él, rimbombante, compara con hostias y custodias, son puramente naturales, y por ende, perecederas. Pero no, el señor descubre en todo algo sublime que, día tras día, lo hace pensar en mí. Estoy prisionera en su cabeza como en una jaula, y lo más eterno que tengo son hombros, nalgas y pechos.

Mia benigna fortuna Ojalá me hubiera fornicado así sin más, sin perdón y sin gemidos de versos que debían ser métricos para mí —su Lore, Laura, Lorelei—

Por eso, aun vistiendo sólo un string y mis ligas y mis medias de nailon, le quedaba demasiado Madame, Madonna, la Doña. Aquel tesoro triste, amore mio, me pareció

y mis imposibles ojos carentes de futuro. Yo era una mujer idónea para el olvido: es de lo que yo, sagaz cadáver, me acuerdo. Pero vamos: a veces un tipo debe hacer algo

también con el pene estar de luto cada vez que con sus egos delicados vino a lamer mi delantera, y luego yo —falsificación perfecta— dejé que

hermoso, algo inolvidable, porque cree que entre sus piernas se balancea algo monstruoso. ¿Pero qué habría esperado de mí? ¿Que jadeante como una perra yo me hubiera arrastrado hacia él?

me prendieran fuego unos espinillosos, varones de pacotilla. Pero de ninguno que me manoseó, recordé más tarde el nombre. Sólo de aquel que nunca me cogió.

miscelánea




I’vo piangendo Majestad de la ternura y de la pornografía descarada, que gusta de empuñar el báculo en burdeles como en basílicas y patrocina tanto a poetas como a putas, he aquí a uno que repite pendejadas, insuperablemente triste, uno que en Lore buscó a la banal Laura de altísima estirpe, que en la perversa Lore buscó a la perfecta Laura, que en la manoseada Lore buscó a la inhallada Laura, que en los ojos de Laura buscó luz en Lorelei la zorra, que en la jodida Lore buscó a la inmaculada Laura, que por el mundo entero en un sinnúmero de Lores buscó una sola, que en la Lore sin vida buscó la Laura inmortal. Altísimo, Padrote Supremo, Muñeco de los chavitos enamorados, ten por fin la bondad de prestarme auxilio, porque aún si me visto de mi vocabulario entero, me quedo desnudo, miserablemente desnudo, un antihéroe sin algo más que carne de gallina. Yo que iba acosándola dondequiera día y noche, como si fuera Halle Berry o Jennifer López, yo que era suyo y no me daba cuenta de eso, ahora sólo comprendo que me equivoqué.



La Otra | octubre-diciembre 2009


efraín bartolomé

la travesía de juan domingo argüelles

© ítalo fabricio reyes gómez

J

Juan Domingo Argüelles, 2005. miscelánea

uan Domingo Argüelles (Chetumal, Quintana Roo, México, 1958) es un lector apasionado e incansa­ble, un periodista de excelencia, un columnista inte­ligen­ te, un ensayista brillante, un teórico de la lectura, un conferencista internacional sobre el tema, un eficien­ te funcionario cultural, un crítico literario agudo, un editor sobresaliente, un amante activo de las letras uni­ versales pero, antes y sobre todo, es un poeta. Conozco su poesía desde su libro inicial y he se­gui­do con interés y gozosa atención el resto de su tra­bajo li­ terario. Tengo aún el vivo recuerdo de sus primeros poemas leídos en el esbelto librito Yo no creo en la muer­te, publicado en 1982. Conozco su obra poética desde aquel punto de arranque hasta “La travesía”, el hondo y doloroso poema —inédito hasta hoy— que da título a la presente antología. Por eso puedo decir, pleno de confianza, que estamos ante una obra hecha con un profundo conocimiento del oficio, con inte­ ligencia, sensibilidad y pasión vital. La primera de es­ tas características se adquiere estudiando la tradición con entrega y disciplina; con las siguientes se nace… o no hay poeta. 


Y es necesario un poeta para, veinticinco años des­ pués de la primera publicación, volver los ojos sobre el mar del tiempo, mirar el conquistado derrotero y escribir: Este que ya no es joven escribe estas palabras que a sus espaldas lee un ser que ya se fue. Si algo valió la pena fue aquel tiempo de oro felizmente agotado en todo su caudal. Aquel adolescente no sabía que por cada retorno había una resta. Hoy tiene unas monedas de cobre entre las manos. El oro se ha perdido y no lo restituyen las palabras.

No lo restituyen y sí. Lo restituyen y no: la realidad nom­ brada poéticamente nos hace vivir a los lectores lo que el poeta ha perdido. Siempre le agradeceremos eso. Cuando, en 2004, la Universidad Nacional Autó­ noma de México publicó la poesía reunida de Juan Domingo Argüelles, dejé mi cueva de anacoreta en la Ciudad de México y asistí a una reunión pública con los lectores de Juan Domingo para alzar nuestra copa y brindar en voz alta, con palabras lustrales, porque un torren­te caía sobre nosotros bendiciendo retina, imagina­ción, pensamiento, corazón y alma. Así era: con aquel libro caían, sobre nuestras fren­ tes con sed, las magníficas aguas. Por un instante brilló sobre nosotros el relámpago. Cayeron sobre noso­tros todas las aguas del relámpago. Entre la obra dominicana tengo, desde luego, mis claras preferencias: su “Epitafio para Anaïs Nin” de aquel primer libro, Yo no creo en la muerte, tan lejos ya y tan cercano: lo he releído ahora y se conserva tan fresco, tan oxigenado y tan hondo como en su primer día; “Pequeña crónica de la fundación de una ciudad”, aparecido en Poemas de invierno sobre los huesos de un poeta; “Del origen”, “De los trabajos”, “De la felici­dad” y “La torcaza”, que hallamos en el libro Merecimiento 

del alba; “Esa persona”, “Traditore” y “Como el mar que regresa”, en el libro del mismo nombre; “Cua­der­ no de bitácora”, en Canciones de la luz y la tiniebla; todo el “Retorno al mar natal”, el breve “Estanque” y “Avenida Héroes”, de Agua bajo los puentes; todo el li­ bro A la salud de los enfermos, pero especialmente “Car­ mina canere”; una buena cantidad de los aguijones envenenados de Piedra maestra y de Anima­les sin fá­ bula que leeré siempre para mí como Fábulas sin ani­ males; más de tres epitafios en La última balada de François Villon; la mancuerna de oro: “Entre la ar­ diente tempestad” y “Entre tanto pelaje que relumbra”, pero también “Febril en la blancura” de En la ola más alta. En todos estos casos el amor es tres co­sas: mar, mu­jer y palabra. En todos estos casos, sobre el brocal del pozo / la luz / lava su pelo. Muchas de esas piezas están en este libro. He aquí un libro que al menor roce de alma desa­ta sus ternuras o sus iras. La poesía de Argüelles sacude, golpea, enternece, conmueve, deslumbra, ate­moriza, hace feliz, pone triste, enfurece. Arde en el centro de la pasión. Está viva, quema. Y logra esto con un len­gua­ je claro. ¿Se puede pedir más a un libro de poe­mas? Yo, por lo pronto, lo celebro, pero sean ustedes, lec­ tores y habitantes de tribus diferentes, “sangre de His­ pania fecunda”, los que, tras su lectura atenta, saquen su látigo o su papel picado, su cuchillo o sus palmas, su metralleta o su discurso apologético. Yo sólo digo que no hay que esperar a que las aguas se apacigüen: hay que ir de frente al aluvión como quien cruza al otro lado de un espejo; hay que iniciar La travesía, esta An­ tología ultramarina, 1982-2007, de Juan Domingo Ar­ güelles, que la Editorial Renacimiento pone hoy en vuestras manos. Después de eso les aseguro que habrán mirado el mar, una forma indudable de la felicidad. Buen viaje. v La Otra | octubre-diciembre 2009


juan domingo argüelles

poemas de la travesía

Tres noches en Bogotá

Final de diluvio

Cuando el insomnio me deje cerrar los ojos, tal vez vea a Bogotá en la orilla de los sueños.

Amanece en el ojo del misterio. La luz, apenas tenue, insinúa su gracia en el espejo tierno del verdor.

Tres noches en la ciudad sin dormir es el recuerdo de una ciudad que, dormida, se escucha en la madrugada lejana como un zumbido que se pierde en la mañana.

Mece el viento las ramas entre la agonizante oscuridad. Todo se transfigura poco a poco, incluso las palabras, que nacen nuevamente para poder nombrar lo que entre la penumbra no se ve.

Bogotá, 29 de septiembre de 2005

miscelánea




La travesía Para mis padres

Cada verano yo hacía el viaje de regreso a mi tierra natal. Por veinticuatro horas el autobús surcaba las olas del asfalto sinuoso y devoraba, lento, los cientos de kilómetros de asombro y espesura. Al principio miraba el paisaje infinito. Luego, al caer la tarde, las páginas de un libro me hablaban de otro tiempo y de extraños asuntos. A trechos me dormía, y al despertar veía la joven luz de cierta madrugada. Saber que estaba cerca de la casa paterna me daba una alegría que no he vuelto a tener; una melancolía adolescente con bordes de llorar. Hoy, si me fuera dado repetir la existencia, pediría los años de esa edad inmadura. Este que ya no es joven escribe estas palabras que a sus espaldas lee un ser que ya se fue. Si algo valió la pena fue aquel tiempo de oro felizmente agotado en todo su caudal. Aquel adolescente no sabía que por cada retorno había una resta. Hoy tiene unas monedas de cobre entre las manos. El oro se ha perdido y no lo restituyen las palabras.



La Otra | octubre-diciembre 2009


Pequeña crónica Para mi hermana Amada

Vuelve como un prodigio Si un hombre atravesara el Paraíso en un sue­ ño, y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué? s. t. coleridge

Conservo en mis recuerdos el ruido de la lluvia sobre el tejado. Aquella era la infancia y había un sol radiante al final de la lluvia. También había ahí un refrescante soplo de la brisa del mar que aliviaba el calor de ese sol refulgente. A veces vuelve a mí, ígneo entre la impureza, un sol que se consume sin acabarse nunca, y me trae palabras y el ritmo de esos años cuando era yo feliz sin preguntarme cómo, cuando ninguna angustia trastornaba mi sueño. Vuela como un asombro, vuelve como un prodigio, y me trae una prueba del paraíso.

miscelánea

Me levanté temprano. El sol iluminaba dulcemente las encrespadas hojas de la parra silvestre; lamía, con su lengua tibia, la miel de la mañana. En días como estos no hay nada que decir: sólo mirar. Hablar mancha la luz, ensombrece la lengua y el oído no está para escuchar.

Postal con pájaros Para José Emilio Pacheco

Tarde de pájaros. La algarabía de los árboles es todo lo que hay. La luz se extingue, pero antes de morir emite un alarido, un oleaje de trinos: graznido tumultuoso del fin del esplendor. 


La palabra aprendida Lo que recuerda el hombre al final de su edad es al niño que fue, absorto en el asombro. Lo que pudo ser éxito en su vida es algo que ha olvidado o que no le interesa recordar. Lo que vale realmente de todo lo vivido es la alegría efímera, el placer más fugaz, la palabra aprendida para nombrar las cosas por primera vez, el eco de la voz que la pronuncia, el sigilo del gato, la sombra de unas alas, el aroma primero del azahar y el canto de algún sonoro pájaro en las ramas. Lo que recuerda el hombre al final de su edad es sólo aquel tesoro de lo que ya no es: la inocencia arrasada que, si fuera posible, sería lo único a lo que pediría regresar.

Vuelta a la página Darle vuelta a la página. Eso es lo que conviene para empezar de nuevo. Pero si no leíste la página que pasas, entonces volverás cada vez a lo mismo. La página que pasas sin leer da la clave de lo demás que viene y que no sabes. La página que pasas como si no existiera te dice más de ti que lo que tú ya sabes. Darle vuelta a la página nada remediará si antes no la has leído. No creas que todo es darle vuelta a la página sin más.



Escritura Para mi hija

Escribo sobre la hoja móvil de este cuaderno de mareas. La hoja nunca está quieta, ondula, se amotina, mueve mi pluma y hace que lo que escribo no sea terso ni tenga un trazo firme. Si algo perdura, si al final de los años algo queda, será tal vez no el trazo sino el grito de auxilio en la tormenta, entre borrasca, espuma y olas de cresta altiva, que no otra cosa ha sido vivir en estos días, en estos años llenos de densa oscuridad.

La Otra | octubre-diciembre 2009


augusto munaro

hugo gola el paciente cazador de belleza entrevista

A

sí como Walt Whitman, el padre del verso libre, aún continuaba en su vejez revisando y mo­difi­ cando su influyente Hojas de hierba; el también lon­ gevo y per­feccionista Ezra Pound sus Cantos, o el en­trerriano Juan. L. Ortiz llevó a cabo la encomiable labor de maduración de En el aura del sauce, produc­to de un infinito método de reescritura, también Hu­go Gola (1927, Pilar, Santa Fe), amigo cercano de este úl­ timo, con similar vocación, aún cuestiona cautelo­sa­ mente, a sus ochenta y dos años, los fundamentos de la poesía, obteniendo como resulta­do un nuevo poe­ mario, Retomas (Alción), muestra indiscutible de la poética que supo bos­quejar a lo largo de casi medio si­ glo de intensa labor con la palabra. Una respiración lírica fuertemente consolidada y autónoma, producto de una “reflexión permanente sobre el traba­jo poéti­ co y sobre el modo de concebir su propia poesía”, co­ mo arguyó su amigo y condiscí­pulo Juan José Saer. Si bien cursó estudios en la Universidad Nacional del Litoral, graduándose de abogado, su pasión por la poesía le valdría la reputación como uno de los líricos santafesinos más destaca­dos de su generación, junto

miscelánea

con Aldo Oliva y Hugo Padeletti. Autor de una obra ligeramen­te concisa, aunque profunda desde la apari­ ción de su primer libro Veinticinco poemas (1961), su pos­terior producción se editó espaciadamente. La obra se complementa con Poemas (1964), El círculo de fue­ go (1967), Jugar con fuego (1987). En 2004 se editó en México —país donde vive desde 1976— Filtraciones, su poesía reunida, libro que puso al descubierto su ma­ pa lírico. Es­ta cartografía hoy se amplifica con Reto­mas, poemario que contiene algunos de sus dominan­tes hallazgos estéticos, como su concentrado despoja­ miento lírico. Además de haber impartido cursos de literatura en la Universidad Iberoamericana, Gola es un importan­ te promotor de la poesía moderna y contemporánea. En México fundó y editó la revista Poesía y Poética (1992-2002), y actualmente dirige El Poeta y su Traba­ jo, revista de poesía y reflexión poética. Dueño de un espíritu jovial, en el presente reportaje nos ofrece al­ gunas claves sobre su abnegada vocación, en especial aquellas relacionadas a Retomas, su último libro.




¿Cómo nació Retomas? ¿De una carencia, una insa­ tisfacción espiritual? Diría que en mí los libros no nacen, sino que se ha­ cen. Los que nacen sin causa aparente son los poemas. Llegan imprevistamente. El libro es el resultado de la agrupación de aquellos momentos en que los poemas encarnan. Es una instancia nueva donde participa tam­ bién la reflexión e, igualmente, el deseo de otorgar al­ guna unidad a todos aquellos momentos heterogéneos y fugaces. Siempre procedí de esta ma­ne­ra. Con Reto­ mas sucedió lo mismo. El libro fue una agrupación de momentos individuales para lograr cier­ta articulación entre ellos.

Hugo Gola.

¿Retomas sugiere una vuelta, un retorno a qué ins­ tancia particular? El título Retomas intenta sugerir un retorno. ¿A qué? Quizá a algo que está presente en mí desde el princi­pio. Imágenes, cadencias, inflexiones tonales, sono­rida­ des. No tanto temas. Siempre pensé que los poemas no tienen tema; son recurrencias, incursiones verba­ les, asociaciones con el fin de capturar algún sonido, alguna sensa­ción que invade de pronto, que reclama la atención, que se impone y que uno, humildemen­te, trata de registrar u obedecer. De esas vueltas, de esas 

tomas reiteradas, de esos intentos, surgió con el tiem­ po este libro. En su obra se aúnan el sentimiento verdadero, la ar­ monía verbal y una profunda humanidad. ¿Podría re­ fe­rirse al modo en que alcanza esa simetría entre poesía y vida? Como ya se puede advertir por las respuestas ante­ riores, no soy demasiado consciente de los elementos que intervienen en lo que escribo. Tampoco sé muy bien lo que estos textos significan. La escritura, en mi caso, es el resultado de un impulso que llega solo y que trae consigo palabras, sílabas, imágenes. No podría aclararle cómo se produce —si es que se produce— eso que usted llama “simetría entre poesía y vida”. En mis lecturas, mis búsquedas cotidianas, mis anota­cio­ nes casuales, la preocupación por esta sime­tría es­tá presente, pero si esta proxi­midad aparece en la escri­ tura del poema no deriva de mi intención. Uno está en el mundo con los ojos abiertos. La poesía se nutre de ese entorno, lo experimenta, lo sufre. La limpieza y claridad con la que compone sus ver­ sos tienden a neutralizar cualquier atisbo de estallido pasional. En sus poemas hay emoción sin efusión. ¿Se trata de una búsqueda estética deliberada? La pasión, sin embargo, existe, pero en el devenir de nuestra vida. El poema es una construcción verbal, es decir, un objeto hecho con palabras. Toda efusión debe ser — allí por lo menos— controlada. Pero este con­ trol no debe eliminar la vibración emocional que está, pienso, en el origen de todos los poemas. En lo que escribo no me propongo tampoco una “estética de­li­ berada”. Quizá podría detallar una mínima des­crip­ ción de cómo se produce este proceso: hay un mo­mento inicial bastante oscuro pero definido, emocional tal La Otra | octubre-diciembre 2009


vez, que induce a la escritura. No sé bien cómo se pa­ sa de ese estado predominantemente físico al lengua­je, ni por qué aparece el lenguaje para canalizar esa presión interna. Escribo el poema a partir de ese mo­mento. La palabra inicial condiciona las que vendrán luego. Des­ pués procedo a una lectura minuciosa para tratar de descubrir lo que sobra o falta y evitar que, por descui­do, la materia verbal se pierda. En esta etapa participa ac­ tivamente la inteligen­cia. Hay algo así co­mo un inter­ cambio entre intui­ción y reflexión para establecer algún tipo de equilibrio. En “Recuerdo borroso”, ¿cuál es, según su criterio y experiencia, la relevancia que juegan los efectos musi­ cales en sus versos? La musicalidad en el poema es una gracia que sue­le pasar inadvertida. Mas su presencia es esencial. Co­ mo decía Zukofsky, “el poema limita por arriba con la música”. Esa música se introduce en el poema por la sonoridad que arrastran las palabras: vocales, sílabas, consonantes, aliteraciones, acentos. La combinación de estos elementos origina una cierta música, y esa mú­sica agrega significación a la semanticidad. Car­ ga las palabras, las vuelve densas, grávidas. William Carlos Williams dice: “En prosa una palabra significa lo que dice. En poesía, uno atiende a dos cosas, a su sen­ tido, el sentido común de lo que dice, pero dice más. Ahí está el problema.” Este más que dice proviene de los recursos que otorgan al lenguaje una significa­ción mayor. Igualmente Joseph Conrad afirma, en alguna parte, que “el poder del sonido es mayor que el poder del sentido”. ¿Cuán importante es el ritmo en relación con la res­ piración del poema? En cuanto al ritmo, diría que éste, directa o indi­ miscelánea

rectamente, proviene de la respiración de quien es­ cribe en el momento de hacerlo. Tiene que ver con el aliento, el cual es impulsado por la emoción, la me­ moria o el informe de los sentidos. ¿Cree usted que en la poesía debe subyacer, en lo po­ sible, un imperativo ético? Creo que si existe alguna relación con lo que entien­ do por ética, ésta no se vincula con el destino del poe­ ma, casi siempre incierto e imprevisible, sino con lo que denominaría autenticidad o fidelidad a los pro­ce­ sos interiores. Allí, creo yo, reside la actitud ética de un escritor. Se reclama a veces aquello que suele lla­ marse compromiso con las circunstancias histó­ri­cas. Pienso que el poeta no puede responder sino con una absoluta fidelidad a sí mismo. Éste es su máximo compromiso. ¿Recuerda el método de trabajo que adoptó al escri­ bir “Rotación”, la pieza más extensa del libro? ¿Cómo fue el camino de depuración? Los poemas extensos plantean problemas comple­ jos. En primer lugar porque son escritos, en general, no de una sola vez, sino en días sucesivos. Los estados de escritura son, por lo tanto, variables y, a veces, con­ trapuestos. Además, el poema extenso requiere algún tipo de estrategia en la organización formal, cosa que no sucede en el poema breve. Hay momentos de ten­ sión y momentos de distensión. Suele haber desarro­ llos narrativos e instantes de condensación sonora o rítmica. Repeticiones, recurrencias e ideas que inci­ den en el resultado final del poema. “Rotación” fue es­ crito a lo largo de muchos días. En las mañanas solía retomar su redacción, releía lo escrito, corregía y, a veces, continuaba su escritura. Este proceso duró se­ manas, hasta que un día el impulso se ago­tó. El poe­ma 


no podía ser continuado. Lo que siguió fueron tacha­ duras, enmiendas, agregados mínimos que intentaban dar unidad a aquello que se fue haciendo por fragmen­ tos mediante sucesivas anotaciones cotidia­nas. ¿Por qué sus poemas, por lo general, prescinden de títulos? Los poemas que escribo, frecuentemente, prescin­ den de título porque, salvo excepciones, surgen con la primera palabra. Ésta, a su vez, condiciona las siguien­ tes, les imprime una tonalidad. El título, en ese co­mien­ zo, está ausente, es casi siempre un elemento ajeno al poema propiamente dicho. Llega después y por otro camino. Con frecuencia deriva de una reflexión, no es­tá incluido en la inspiración que da nacimiento al poe­ma. De allí deriva, creo yo, casi todo: de la inspiración, que es un tipo especial de respiración. En ese momento se abren las compuertas y todo fluye. La inspiración es un estado que sucede en el cuerpo, que produce una ili­ mitada apertura, una capacidad receptiva excepcional. El título, en mi caso, no forma parte de ese instante. ¿Qué connotación tiene la mañana en su poéti­ca? ¿Cuál es su significado? No sabría decirle. Quizá la misma que los árboles o el cielo, las nubes o el agua. Son recurrencias que es­tán en mi escritura. Estoy muy apegado a los ele­ mentos que me rodean, dialogo con ellos a cada rato, son mi compañía más constante. La referencia a las mañanas tal vez tenga que ver con que muchas veces escribo en las primeras horas del día. La luz de esos momentos se filtra por la ventana y llega a inundar la página. Pero no sé. O tal vez sea porque viví en mi in­ fancia algunas mañanas campesinas que recuerdo to­ davía.



El tiempo constituye otra de sus mayores preocupa­ ciones que lo han cortejado siempre. El tiempo, ciertamente, es nuestra materia. Vivimos y morimos en el tiempo. Además, nuestra vida coti­ diana está marcada por el tiempo. El dolor y el placer se miden por su duración. El desgaste, la pérdida, el soplo vertiginoso de los días, son rostros del tiempo que nos acosan. ¿Cómo podría no estar el tiempo en el fondo de mis poemas? Advierto en este libro una mayor despersonaliza­ción del yo lírico. ¿A qué se debe? Creo que los poetas estadounidenses algo me han ayudado en ese sentido. Hoy cada poema es un nue­ vo intento por atrapar los hechos, los sucesos exter­ nos, los signos exteriores de aquello que me perturba. Sin embargo, la subjetividad se resiste, tal vez porque es allí donde se gesta la emoción y la lírica es incapaz de prescindir de ella. Retomas, en relación con su obra precedente, revela desde el punto de vista formal versos cada vez más bre­ ves y despojados. ¿Es a raíz de una mayor concentra­ción rítmica? Parecería ser ésta, que usted señala, una tendencia que predomina en Retomas. Pero esa concentración rítmica no fue un objetivo de mi escritura. El ritmo, creo yo, es la parte menos controlable de un poema. Se da de un modo enigmático. Sucede también en el cine, en la pin­tura, en la música. A veces un poema co­ mienza con un ritmo. Un ritmo vacío todavía. Un soni­ do nomás, una percusión, un timbre. Luego apa­rece el lenguaje y entonces empieza un diálogo entre sonido y sentido mediante el cual el poema constru­ye su cuer­ po. En mí, la brevedad y el despojamiento tal vez sea un resultado, no una búsqueda. La Otra | octubre-diciembre 2009


Uno de los poemas más profundos y breves de esta serie es “Andar”. ¿Cuál es su historia? Ese poema, como casi todos los demás, carece de historia. Probablemente lo fui redactando no para re­ gistrar una historia, sino para dar salida a una presión interna. ¿La singular distribución de su poema en la página esconde un significado icónico? Todo poema dibuja una forma en la página, pero antes la dibuja en esos precarios papeles donde uno los escribe. En ese diseño inicial se elabora la estructu­ra del poema, que nunca es arbitraria. Los cortes, la mé­ tri­ca, la estrofa, los espacios blancos, configuran una for­ma. Cada poema traza la suya. Pasó el tiempo de las formas fijas e inamovibles, cerradas. En mi ca­so, cada poema, mientras se escribe, cava su propia forma, y esa forma, ese dibujo que aparece en la página es esen­cial para la transmisión de un sig­ nificado. Los blancos allí, por ejemplo, son tan expre­ sivos como los silencios en una partitura musical. La trama compleja de un poema debe ser observada cui­

miscelánea

dado­samente en su lectura para poder descubrir su signi­ficado secreto. En algún momento usted dijo que la poesía es, “an­ tes que nada, un modo de estar en el mundo, una for­ ma de vivir la propia vida”. ¿Aún lo cree así? Desde el principio la poesía fue para mí un modo de estar en el mundo, y esto no ha variado. Quiero de­ cir que la poesía no consistió sólo en la escritura de poemas. Siempre fue mucho más: un modo de pen­ sar, una actitud ante la vida cotidiana, una resisten­ cia a lo convencional, una sensibilidad ante el dolor ajeno, un compromiso con la liberación humana, una resistencia a las variadas y múltiples humillaciones del hombre. El poema, al fin y al cabo, testimonia por me­ dio del lenguaje las íntimas palpitaciones del corazón humano y las irradia luego para que sean, eventual­ mente, compartidas por todos. Trabajar por la belleza —me gusta emplear todavía esta palabra— es com­ prometerse con la verdad, y la práctica de estas accio­nes conforman un alto destino. A esa legión, que siempre fue vanguardia, me gustaría pertenecer. v




armando romero

de agion oros (el monte athos)*

Nada de mujer, hembra o animal femenino* De aquí en adelante ya no habrá más mujeres. Se levanta el puente sobre la cubierta y ellas allá, a la distancia, saludando. No habrá de ellas más presencia, tal vez una llamada por teléfono, una postal para enviar desde Daphni. No estarán sus vestidos como banderas columpiándose en las alambradas. Ni el roce de un perfume contra la tarde. Nadie llevará rouge en los labios, el pelo suelto contra la espalda. El monte Athos enhiesto será todo Zeus mas no Venus. Las caderas serán estrechas y el grito de un niño la ilusión de un pájaro o un cerdo pequeño. Habrá peces sí pero no el espejo de sus pieles. Por los corredores de los monasterios no repicará el taconeo de sus zapatos. Ausencia habrá de cierto orden, la inefable disciplina que conllevan. *Poemas escritos luego de la visita del autor a la República Ortodoxa Griega de Agion Oros (Monte Athos).



La Otra | octubre-diciembre 2009


No habrá el silencio que viene con su silencio, ni alegría, ni rabia, ni tormento. Narra la historia que un icono de la Virgen, furioso, le incriminó a la emperatriz Pulcheria cuando visitaba el monasterio de Vatopedi: “No sigas adelante, en este lugar hay otra Reina y no eres tú.” Nada de mujer, hembra o animal femenino caminará entonces por veredas, montes o el cuartel de los monjes alucinados. [Cierto es que en Pantocrátoras vi gallinas precedidas de polluelos y en Docheiariou maullaban gatas por los gatos] “Sólo con la divinidad es la cópula permitida”, decía el monje Palamás con su acento de Oxford. “Sólo en la noche la oración bendice las almas”, decía el eremita de Santa Ana. “El sucio”, un aprendiz de monje que a todo huele a la distancia, ríe en su griego de entredientes y al monje mayor sirve: “No hubo ni habrá mujeres en este santuario”, dice. ¿Y cómo sería si ellas vinieran y lo limpiaran todo?, nos preguntamos. No ver mujeres por días y ya ahí mismo nos hacen falta. No aquí, decidimos. Dejemos esto para saber que existen, y que por ellas existimos. Lo mismo estos monjes que las ven a la distancia.

Devino misterio ¿Cómo convertir en canto ese silencio de la tarde fuera del monasterio, frente al mar? En el pequeño malecón dos pescadores, vueltos hacia sí, desempacan su cosecha de peces espejeantes. ¿Detener con las manos las imágenes mudas que esperan contener nuestros cuerpos? miscelánea




El viento pega contra el portal inmenso pero de ello también hay silencio. ¿Vivir este tiempo al otro lado del tiempo? Un monje pasa y entrebarbas escupe su risa a los pescadores. ¿Restregar la memoria hasta donde no lo quiso el recuerdo? El mismo monje observa el espacio que habito y sonríe cortésmente. ¿Dónde está el poema, entonces, la mirada hacia adentro?

Haz de ascetas Qué tanta cruz y tanto signo en la iconostasis de la iglesia de la Transfiguración en Pantocrátoras. Todo aquel que hizo piltrafas del cuerpo para engordar el alma, camina por estos cielos frescos pintados por Panselinos: San Antonio de Memfis, padre de los padres del desierto, sirvió a Dios hundiéndose en la oscura vida de las cavernas; San Pacomio, modelador de eremitas a imagen y semejanza de los monjes que son ahora y para siempre; San Macario el Grande, estigmatizado, 60 años en el desierto, padre de la danza macabra; San Pablo de Tebas, cien años interno en una cueva hasta que San Antonio lo enterró en el desierto ayudado por dos leones; San Moisés el Negro, rufián convertido a Dios y monje del desierto; 

La Otra | octubre-diciembre 2009


San Onofrio, cuyas barbas tocaron el suelo de esta tierra y lo enredaron para siempre en la profundidad de su caverna; San Simeón el Estilita, encaramado para siempre en una pilastra de cinco metros, en el pie izquierdo un año, en el derecho el otro. Una soga hundida en la carne podrida de su cuerpo, y de ella se desprendían los gusanos: “Comed lo que Dios os ha dado”, les decía con su bendición; San Daniel, a su lado, como sombra del que no tiene sombra. La larga fila de eremitas y anacoretas —San Nilo, San Efraín, San Moisés, San Pedro el Athonita, San Pablo de Xeropotamou— se pierde en la oscuridad y en los años borrosos de la iconostasis, pero allí está con humildad y soberbia todo aquel que hizo infierno de la vida a tormento, para ganar un cielo dulce como higos maduros, una eternidad de boca abierta frente a Dios.

Diálogo Dos monjes hablan en la noche. Una voz clara, golpeante, deja que las vocales se desprendan gota a gota. Una voz de tierra, acechante, se escurre por entre las brumas. Una voz salpica las paredes con salmos como lanzas. Una voz acelera su ir de tropel confuso. Una voz de consonantes dice su última palabra. Una voz de susurros espera, incrédula. Una voz hace alto, altanero, su momento. Una voz es una pantera. Una voz es un silencio.

miscelánea




lucía estrada

poemas

***

Nos han dejado verdaderamente solos en medio del agua, de su noche grave y espesa. No en la superficie, no en el fondo, entre los pliegues. Y allí soñamos las formas, peces que se devoran entre sí, sustancias y sales y fuego en su primera altura. Pero hay un arriba y un abajo, decimos, y somos parte del secreto. Lo que nos mantiene es no saberlo con certeza, intuir que somos las columnas y el corazón único de ambos reinos.



La Otra | octubre-diciembre 2009


***

El silencio me toma del brazo y como al niño ciego me conduce. Algo en mí percibe su brillo de abeja misteriosa, su enorme cuerpo invisible en el que palpitan la sangre de antiguos dioses, los árboles de la infancia, el mar de lo desconocido. Queda su temblor en el aire. Puedo tocarlo, palpar sus formas, escuchar el sonido que produce al entrar en el cuerpo vivo de una palabra, la oscura vibración del silencio cuando mi corazón pulsa sus cuerdas.

***

Sólo un gesto para saber que todo se corresponde, que no estamos en orillas opuestas. Que todo nos viene de nombrarlo, de creer en lo que no se conoce, en lo que juzgamos niebla y abismo. Que todo huye de la muerte y así va por el mundo. Que la vida es lo que siempre queda al final de la página: ese temor de sabernos, de insistir en el vacío que se deja entre una línea y otra para señalar lo imposible. [De La noche en el espejo] miscelánea




Para tocar tu puerta y mi voz es un puño cerrado que golpea las puertas francisco hernández

Venido del sueño, extiendo la mano para tocar tu puerta, para tocar tu puerta con la palma extendida o llamar a tu puerta con el puño cerrado. Al mínimo contacto el metal absorbe lo tibio de la mano. Al más ligero toque la madera conoce la forma de las huellas.

si es la palma extendida, si es el puño cerrado, si venido del sueño yo escribo estas palabras para tocar tu puerta y que lo notes.

Para decir tu nombre Para decir tu nombre decir fuego, decir volcán o edificio en llamas. Para poder tocarte decir mano en el fuego, carne crepitante o “muero porque no muero”.

(No está claro el camino de llegada ni se sabe la forma del retorno.

Con la mano en el fuego abrir los ojos, recargar la mirada en otra parte

Igual se desconocen materiales: si de un tronco salió tu protección, si de la misma fragua de Vulcano.)

decir tu nombre para no decir agua, aguanta, aguarda, afluente, ausencia, ayuda, ay.

Sólo quedan las huellas digitales el afán de traspasar vetas, nudos, maderamen de un árbol derribado;

Pero el fuego se aviva debajo de estas sílabas, crece como el oxígeno que llena mis pulmones aumenta de tamaño, de intensidad, de holgura.

permanece lo tibio de la mano palpando la afiebrada superficie de una puerta cerrada hacia lo oscuro,

Y para no decir mano toco el fuego, por no decir soledad digo mi mano izquierda sobre la derecha, o no, o viceversa.

de una puerta metálica tañendo hacia adentro, a las profundidades de la casa, del cuarto donde duermes

Decir tu nombre con tus mismos labios y quede en la memoria llamarada.

ajena a todo tacto de estas manos que tocan a tu puerta no importa si madera, no importa si metal, 

Decir tu nombre, repetirlo una y otra vez no importa que mañana, con luz de día y encadenado a piedras, las aves destrocen mis entrañas. La Otra | octubre-diciembre 2009


Sylvia Plath Todo lo ha devorado el invierno y el jardín de rojos tulipanes en el que ocupé mis manos ha iniciado su descenso definitivo. La casa es un viejo sarcófago de vigilias y pergaminos desechos. En ella duermen las ruinas de mi corazón. A través de la bruma sólo puedo distinguir el rencoroso brillo de las abejas. No hay perfección. Mi cuerpo es un camino cerrado, reflejo de una luz marchita. Nunca se bastó a sí mismo. Nunca. Detrás de los muros, por entre las grietas, vuelve a mí el eco de la fiebre palabras que revientan bajo la escarcha como pequeños ríos de mercurio. El invierno ha perdido mis pasos en la nieve. Sangra en el aire su condena.

[De Las hijas del espino]

miscelánea




karla sandomingo

que (voz grave para un solo)

Que no te encuentras. Que no te nombras. Que no sabes que la cocina se cierra. Que la producción engusanada te expulsa. Que navegas en la cama revuelta y naufragas de día. Que para qué otro día sin oficio, sin vehículo horizontal, sin monedas que resuenen en el hábito. Que te levantas. Que te miras en el espejo. Que te desconoces. Que dibujas un cuerpo en la bañera. Que tienes forma de barco encallado. Que trazas con tu dedo la palabra sal en el espejo sin verbo. Que te vistes. Que sales a la calle con documentos, con solicitudes de empleo. Que el tráfico te asfixia. Que dices que afuera no vales lo que eres. Que no tienes un cuarto, un quinto, un sexto sentido, un séptimo cielo, un infierno en la mandíbula, una entrevista, una ciudad. Que no quieres tener nada. Que no deseas. Que regresas a casa desolado. Que tu mujer te recibe. Que es demasiado. Que no aguantas. Que llegó el flete con el refrigerador. Que ella está enojada. Que te levantó de la cama cuando no sabías todavía que eso era cama y esto día y aquello un refrigerador para vaciar y echar al vacío. Que ella está molesta. Que ella tiene ojos hermosos, que ella te ama. Que te culpa, que no entiendes, que todo te sobrepasa. Que te diriges a tu cuarto y empacas la ropa, los zapatos, los discos, las películas, la tristeza, el recuerdo, la necesidad de empacar (ésa también la empacas y se queda perdida en el camino). Que pierdes también sus manos delgadas, sus ojos claros, su voz tibia, sus palabras abiertas, su lodo. Que subes al oráculo de las mentiras. Que sientes borroso el camino. Que el tiempo es acuoso. Que el vehículo motor te absorbe. Que estás metido en un mar embravecido. Que olvidas la razón por la que saliste de allí con todas tus cosas. Que olvidas por qué dejaste tu vida atrás, en el último latido, embarrada en la primer esquina. Que ya no te acuerdas. Que ya no puedes



La Otra | octubre-diciembre 2009


hacerlo. Que ella te espera. Que ella te espera. Que ella. Que lo hará por siempre. Que esto será un buen pretexto, un buen tensor, una buena línea, un buen cuento. Que una buena causa, que un buen pan, que un buen vino, que un buen se fue. Que ella un gran abismo. Que una casa vacía sin su ropa en el clóset. Que una cocina sin aceite de olvida. Que un refrigerador encendido y helado. Que hela ahí de lado a la vida. Que no se encuentra. Que no se nombra. Que su nombre se fue con el primer motor de ese día. Que no sabe que la cocina no existe. Que la resolución es inexplicable. Que quiere reírse. Que quiere matarse. Que el tomillo la acosa. Que espera en el muelle, que se ahoga en la noche. Que para qué una cama sin oficio, sin hombre, sin labios. Que el cuerpo horizontal, que los billetes se rompen; que le dejó las cartas, los recados simples, los enunciados. Que se levanta. Que se mira en el espejo. Que se mira en el agua. Que Alesi y la sala envenenada de sal y vena tendida. Que la nicotina le nubla la palabra “conmigo” en el espejo sangrado y sin rostro. Que el encendedor, que el encendido. Que la llama. Que una llamada suspendida. Que sale a la calle —bonita— con taconcitos altos —triste— con la boca rosa —sola— con rímel grueso. Que el vacío le corta el pecho. Que dice que en él no vale lo que es. Que no tiene un entero, un medio, una razón, un réquiem, un día perfecto. Que ella era un día perfecto para él. Que un día perfecto se acabó. Que un día perfecto era para ser normal. Que un infierno en la pierna, que una conferencia magistral, que una calificación. Que ya no quiere. Que la vida. Que no tiene. Que no desea. Que la falta. Que ya no falta. Que regresa a casa desolada. Cada día.

miscelánea




rosy palau

poemas

En el recuerdo Qué viste en ese aire de plazuela, de ponientes y de pájaros. Cruzabas impasible la calle soleada. De la diadema de piedras falsas tomaba el velo su transparencia espiritual. Lo blanco de tu vestido anunció la fantasía. Estampa de la ilusión, huérfana del mundo. El templo fue la casa, el reino cotidiano de la esperanza y en el silencio floral de los altares, bajo la luz tristísima de velas, 

las sombras se redimieron serenas en el misterio de tu pasado. Loca piadosa resguardándose en la gracia de unos ojos cargados de gloria. Qué buscaste en la inocencia de tu neblina. En ti se detuvo el tiempo en la misma luz que te deslumbraba. Soledad anónima. Lámpara era la fe donde frotaste tus sueños clandestinos. En el recuerdo de aquella banca ahora comida por otro sol, La Otra | octubre-diciembre 2009


Canto a una muñeca

humilde resplandece el colorete de tus mejillas, te inclinas lúcida del amor que te bautiza con el agua de sus palabras, indescifrable, lejana, parábola silenciosa de los días ya muertos.

miscelánea

Cierras los ojos y te mueres apenitas, obediente de ese juego del que luego despiertas revivida. De la sombra al milagro te conviertes, regresas a la tarde que murmuran los árboles. Donde el deseo se cumple el día te retrata, fácil del amor, pura del aire. Te refrescas en una playa pisada de risas. En tu vestido se tira la luz llena de pájaros. Niña serenísima, la dulzura te demora y la tierra viene a verte en una flor. En la mirada se adivina el silencio de los besos que salvan.

Ángel caído del sueño que te hace, cuando llega la noche, cuando las estrellas parecen animalitos de la penumbra la oscuridad se abre, pasan tus ojos ardiendo de luna. Una gota de ti sirve para curar el miedo. De qué tamaño es la fe que te escribe, qué olvido ha de llevarte al cielo del nunca y para siempre. Soledad futura, mota del tiempo, yo te ofrezco en secreto mi recuerdo




la cocina del artista

manel pujol

L

as costumbres gastronómicas medievales diferían según se tratase de banquetes para la corte, invitaciones domésticas o cenas en el monasterio. En las casas particulares todos co­mían a la vez: el señor, la esposa, la fa­milia, los invitados y gran parte de los sirvientes. Los manjares líquidos y las salsas se tomaban en la misma vasija en la que eran presentados. Normalmente se usaba sólo una cuchara, que se iba pasando por turnos, aun­ que en los lugares más refinados podía llegar a usarse una cuchara por cada dos personas. El anfitrión trinchaba los asados y los invitados comían con los tres primeros dedos de la mano derecha, según el uso morisco. Las piezas cortadas se colocaban sobre un pedazo de pan ázimo, que servía como plato, o sobre una es­cudilla de barro o madera. Las sobras de pan que no se usaban para otros platos se depositaban en un limosnero para repartirlas entre los me­nesterosos, que hacían cola en la puerta de los poderosos. Normalmente no se usaba mantel, servilletas ni tenedor; los invitados llevaban sus propios cuchillos. Todos so­ lían beber de una misma jarra (el uso generalizado de los va­sos es pos­terior), aunque se solía uno limpiar los labios antes de beber. Los nobles celebraban en los castillos la mayor parte de los actos sociales ,y por supuesto, también los gastro­ nómicos. Un toque de cuerno anunciaba la hora del primer yantar. Tras es­ta llamada, el infanzón, los huéspedes y determinados sirvientes tomaban asiento en los es­caños de madera ante la mesa, en la que comían los que no es­ ta­ban encargados de servir. Normalmente las mujeres no participaban en estos banquetes, a no ser que fueran de la corte. En estos casos, la esposa no tenía plato propio, sino que comía del de su marido, lo que se consideraba un ho­ nor. De ahí la frase “comer en el mismo plato”. Había también la costumbre de presentar todas las viandas a la vez, estando los sirvientes encargados de pasar platos y salsas para facilitar el trabajo. La bebida solía ser abundante, y algunos señores contrataban a un paje para que escanciara el vino. v



La Otra | octubre-diciembre 2009

p. 121 | Manel Pujol Baladas | Casa Lamm, Ciudad de Mexico, 2009. © José Ángel Leyva

costumbres gastronómicas medievales


enrique hernández-d’jesús y jotamario arbeláez bogotá, colombia, 2009 | © josé ángel leyva


Capón o faisán estilo medieval Ingredientes 1 capón o faisán (según el presupuesto) de 3 o 4 kilos 300 gr.de carne de cerdo 1 oreja de cer­do 3 dientes de ajo muy olorosos 150 gr de higos secos y prensados 250 gr de judías blancas secas 100 gr de piñones sin cáscara 150 gr de ciruelas pasas sin hueso 150 gr de manteca de cerdo 1 vaso de vino rancio Pimienta negra, tomillo fresco, sal, agua

Acompañamiento ½ litro de buen caldo de puchero 6 peras 6 manzanas Miel Aceite de oliva

Preparación Relleno: Se remojan las judías blancas en agua fría por seis horas. Ya remojadas, se cuecen; una vez cocidas, se les agrega un poco de sal. Aparte, se cuece la oreja de cerdo, bien limpia de pelos, en agua y sal de roca. Se pica la carne de cerdo, la oreja de cerdo ya cocida, los higos y las ciruelas pasas. Este picadillo se añade a las judías ya cocidas y se sazona al gus­to con sal, pimienta y tomillo. Por último se incorporan los ajos y piñones bien majados en el mortero, mezclando todo bien; finalmente se rocía con 5 cucharadas del vino rancio. Calentar el horno a 250°. El capón o faisán se limpia muy bien y se rellena; se cose la abertura y se sazona con sal y pi­ mienta en polvo, para después untarlo de manteca. Ya relleno, se pone el capón o faisán en una cazuela y se mete al horno, dándole vueltas de vez en cuando. A las dos horas se debe rociar con el resto del vino y dejarlo cocinar por dos horas, más bajando la temperatura a 190°. Una vez asado y bien dorado, se deja reposar tapado por 10 minutos fuera del fuego. Acompañamiento: En el caldo del puchero se ponen a cocinar la pera y la manzana picadas en cuartos. Después de cocidas, saltearlas en aceite de oliva y miel hasta dorarlas. Ya dora­ das, se sirven como acompañamiento.



La Otra | octubre-diciembre 2009


josé ángel leyva

conversación con manel pujol

¿Cómo definirías la cocina de tu pintura? Como el alquimista del placer, que prueba distin­ tas combinaciones de color para dar más sabor al contenido. Si pudieses establecer un paralelismo entre tu ac­ tividad creadora y la gastronomía, la cocina, ¿cómo lo describirías? Como la prolongación del arte en el sabor por la buena vida y los buenos gustos. Las dos actividades buscan el gusto por la felicidad y el crecimiento en la creatividad, en el desarro­llo del ser.

Pienso en sorprenderme y en disfrutar de lo que hago. Siempre con un sorbito de buena música. ¿Te consideras un gourmet o un cocinero o gas­ trónomo o ambas? Expláyate. Me considero un gourmet de los placeres, inclui­ da la cocina.

¿Cuándo y como te iniciaste en la cocina y cuándo y cómo en la pintura? En la cocina, aprendí de la cocinera del matrimo­ nio Dalí y Gala. Me enseñó el placer por los sabores. En la pintura empecé a pintar jugando y… sigo ju­ gando para ser feliz.

La cocina medieval lo hace a uno pensar en la cac­ ería, en el engullir más que en el degustar, en el exceso. ¿Cómo describirías la cocina catalana de esa época con respecto al refinamiento de la actual? Cuánto más cultura, más refinamiento y más posi­ bilidades de comparar, de distinguir. La gente culta de la Edad Media podía saborear y escoger para de­ gustar. La gente del pueblo, por su parte, lo primero que consideraban era comer, y el placer para ellos significaba el po­der digerirlo sen­tados… No ha cam­ biado nada.

¿En qué piensas cuando cocinas y en qué cuando pintas? ¿Necesitas música en ambas actividades?

La gastronomía catalana, ¿se encuentra a caballo entre la francesa y la española, o ha lo­gra­do abrir un

la cocina del artista




camino propio apartado de estas dos presencias nacio­ nales de gran personalidad? La cocina catalana (lamentablemente desconocida por las masas) es una cocina mediterrá­nea con per­ sonalidad propia que aporta experiencias a la cocina española y francesa. No en vano parte del Rosellón e islas del Mediterráneo pertenecían a Catalunya. Por lo tanto, estas cocinas se basaron, por una parte, en la cocina catalana, y por la otra, recibieron la influencia de otras culturas mediterráneas.

Y el vino, la uva, ¿qué papel desempeña en todo este territorio del color, la composición y el gusto? El vino es el comunicador ideal entre la razón y la ilusión, entre la cordura y la locura, en­tre el ser y el es­ tar. Es puente de intenciones y catalizador de deseos. El vino es seductor y provo­cador, sensual y visceral, apasionado y ensoñador. Es el sol del Mediterráneo cuando aparecen las estrellas. Entre lo dulce y lo salado, ¿qué prefieres? Depende del baño, de los labios el dulce, de la piel lo salado. Son placeres compartidos del mismo pla­ to, igual que la cocina ampurdanesa (Catalunya). Siempre entre la sonrisa y el mordisco. v

© josé ángel leyva

Cuéntanos de tu mayor experiencia como gourmet, como degustador, y la otra, la de gastrónomo o cocine­ ro, de tu sueño en ambos dominios del paladar. Mi mayor experiencia fue en el Pabellón de Caza del Rey Sol en Versalles comiendo unas pulardas rel­ lenas de trufa negra con un vino cosecha del barón

de Rothschild del año 64, acompañando a Miró y Pi­ casso. Era el año de 1970.



La Otra | octubre-diciembre 2009


otras letras

eduardo antonio parra

cuatro sombras enanas

D

e pronto se le acaba el aire. Algo semejante a una gelatina helada le tapa la nariz e inun­ da su garganta. Nicolás resopla, pero el esfuerzo no consigue aliviarlo; sólo provoca un burbujeo que lo ensordece. Entonces alza la cabeza y tose, escupe un cuajo salado y res­ pi­ra entre temblores que poco a poco le van limpiando los pulmones. Puta madre, qué frío. En sus tímpanos resuenan risas infantiles, carcajadas cantarinas que expresan burla o ale­ gría. Sí, dejen que los niños se acerquen a mí, piensa. También las niñas. Tiene los párpados ce­ rrados y cuando intenta abrirlos le arden los ojos. La barba es un péndulo mojado que le pesa en las orejas. El abrigo y los pantalones se le hincharon y gorgotean cuando se mueve. Ha per­ dido el gorro. ¿Y mi tequila?, se pregunta, mas no alcanza a responderse porque le estalla una punzada en el cráneo. Vencido, deja caer el rostro hasta que la sustancia grumosa y fría se le adhiere de nuevo a la piel, se mete en su nariz ahogándolo de nuevo, y lo obliga a toser con sacudidas violentas. Estoy en un charco. Lo comprende cuando asienta las manos en el fondo viscoso para po­ der respirar. Carajo, pinche frío. La algarabía infantil vuelve a resonar en sus tímpanos mien­ tras sus temblores se tornan convulsiones que le lastiman los huesos. Chapotea para girar y alcanzar la orilla. Tentalea el lodo en busca de la botella y abre los ojos. Un resplandor cer­ cano oculta de su mirada las estrellas y la luna, aunque detrás de él puede distinguir el cielo, transparente como cristal recién pulido. Nicolás respira ahora con soltura, y la frialdad del aire le escuece los dientes apretados. Trata de recordar cómo cayó en el agua, pero lo único que se dibuja en su memoria es un grupo de niños haciendo fila para hablar con él. Son los mismos de los años anteriores. Han crecido, aunque todavía conservan en sus ras­ gos la inocencia infantil y en la mirada ese brillo de esperanza que los lleva a abrir ante él otras letras




sus deseos más profundos. Entre ellos está Bety, a quien Nicolás conoce desde que era una chi­ quilla de ocho años, cuando su madre la trajo por primera vez para que pidiera la misma mu­ ñeca que pedían las otras niñas. Cuánto ha crecido la mocosa, se dice, en tanto sus músculos se engarrotan a causa del frío. Igual que sus cabrones hermanos. Igual que todos. Hace un esfuerzo y logra sentarse a la orilla del charco, pero todo le da vueltas y se deja caer en el lo­ do produciendo un sonido bofo, como el de un costal que se ladea hasta tocar el suelo. La cabeza le palpita como si unas manos invisibles lucharan por abrirle el cráneo. En su espal­ da siente punzadas que antes estuvieron adormecidas. Me lleva, ¿con qué me pegué? Sólo soporta el dolor si deja el cuerpo flácido, inmóvil. ¿Dónde cayó la botella? El chorro de luz —ahora se da cuenta— procede de un farol que lo enfoca directo a los ojos y lo hace recor­ dar algún interrogatorio de otro tiempo. Yo no hice nada, oficial, se burla, y un acceso de risa se le clava agudo en el estómago. Pu­ ta… todo me duele. Yo no hice nada, se lo juro. Nomás me eché unos tragos antes de regre­sar a mi cantón. ¿Sabe? Es que vivo solo y hoy es navidad. Noche de paz, ¿qué no? Luego, no supe cómo, ya estaba nadando en este charco. De veras, mi jefe. Déjeme ir. Todo me duele y esta pin­ che helada me va a acabar matando. Parpadea varias veces, pero el chorro de luz no se mue­ ve. Más allá, dentro de las casas más cercanas, se oye música, risa, gritos de chamacos. ¿Ve, oficial? Ya están abriendo sus regalos. Ojalá sus papaces les hayan comprado lo que me pidie­ ron. Casi nunca lo hacen. Un dolor intenso comienza a palpitarle detrás de la oreja, como si una mano abierta lo hubiera golpeado en ese instante. Aaay, ¿por qué tanta muina? ¡Carajio!, ya le dije que yo no hice nada… ¿Los niños? No. No los busco. Vienen solitos o los traen los gran­ des y me los sientan en las rodillas. Sí. Me piden sus chingaderitas mientras los oigo y los acari­ cio. A eso me dedico. A hacerlos felices. Yo no tengo la culpa si luego se encabronan porque no les compran lo que quieren. Nomás hago mi trabajo. Da un puñetazo en el lodo y los dolores se le multiplican. Necesito un trago. Se lleva una mano a la nuca y encuentra su pelo empastela­ do, pegajoso. Luego mira sus dedos con rastros de sangre. Puta… con razón. ¿Con qué chin­ gados me abrí? El frío lo adormece por momentos. Los temblores disminuyen, como si empezaran a de­ saparecer. Las risas provenientes de las casas le traen la imagen de la hilera de niños que, en­ tre temerosos y sonrientes, esperan turno para sentarse en sus piernas. Cómo quisiera ahora te­ner a alguno de ellos encima, calentándolo con su cuerpo. Porque aun los más pequeños siempre le han dado un calor muy agradable, machín, un cosquilleo tibio que se extiende de los muslos al estómago, y de ahí se le regresa a las tripas para terminar alebrestándole las ve­ rijas. Es mi trabajo, jefe… Sí, desearía tener a algún niño pegado a su cuerpo en este instante. Y si fuera Bety, mejor. Con esa piel tan suavecita debajo de la falda, con esa manera de recargarse en su pecho al hablar 

La Otra | octubre-diciembre 2009


con él. Con la mirada que puso cuando Nicolás le hizo notar que ya no era tan niña como el año pasado. ¿Ya te fijaste cómo te crecieron los pechitos? Mira, parecen limones. ¿Te ha­go cos­ quillas? Tú también me haces cosquillas, m’hija, sí, allá abajo, con tus nalguitas. ¿Lo sien­tes? El recuerdo le provoca un hormigueo y Nicolás baja una mano para agarrarse el miembro. Son­ ríe. Ladea un poco la cabeza y la luz del farol se le mete hasta el fondo del cráneo. Cie­rra los ojos y recupera la sensación de calor. Bety estaba sobre él y sus hermanos veían la escena con mirada atenta, curiosa, esperando su turno en la fila. No te vayas todavía, niña. Espérate tantito. No me has dicho lo que vas a querer que te traiga este año. Los dolores florecen en su espalda y se sacude. La vista se le enturbia, pero aun así percibe la luz del farol que se torna más intensa, casi insoportable. Se lo juro, mi jefe. En la tarde no andaba borracho. Estaba trabajando con mis chamacos. Vuelve a reír y la risa le provoca tos. Sus manos se crispan sobre el lodo. Empecé a tomar más tarde, ya oscuro. Antes de irme a mi casa, porque es navidad y cierran pronto la cantina. Sí, yo soy el mero Santa. Pregúnteles a los ni­ños. Ellos saben. ¿Por qué cree que me siguen a donde sea? Pregúnteles. Me siguieron cuando salí de la cantina. Creyeron que no los veía, pero me di cuenta. Por lo menos eran cuatro detrás de mí. Hasta parecían mis duendes, je. Tose otra vez y la boca se le llena de sabor de cobre. Con las convulsiones el viento se le cuela debajo del traje, amoldándose a su piel como una capa de hielo. No te vayas, Bety. Si­ gue dándome calor. A ver, ¿qué quieres este año? ¿Otra muñeca? ¿No? ¿Entonces? El chorro de luz gira, esta vez alejándose, y Nicolás siente la nariz y la boca colmadas de un líquido espe­so, salado, como si aún tuviera la cara dentro del charco. Bety, un bate no es juguete para niñas. Cuatro bates de aluminio… ¿para tus hermanos también? El resplandor del farol se extingue y en el cielo limpio sólo permanece, vigilante, la luna redonda. Paralizado por el frío, Nicolás siente entonces cómo un cuajo denso, amargo, le cierra por completo la garganta. Sí, mi je­fe. Se ve que ’ora sí sus papaces les compraron lo que querían. Eran cuatro sombras enanas. Ve­nían cargando un bate cada una, como si fueran duendes en camino a un partido de beisbol. v

otras letras




lengua de sastre

josé javier villarreal

pero en serio, ¿valió la pena?

marco antonio campos

Viernes en Jerusalén Visor | Madrid, 2005



V

iernes en Jerusalén, de Marco Antonio Campos (Ciudad de México, 1949), es un libro sumamen­ te equilibrado en su estructura. Sus partes se abren y cierran como capítulos de una historia mayor que no se cuenta, se presentifica por medio de poemas que, paradójicamente, cuentan una historia, celebran un fragmento padecido, una experiencia de vida donde los sentidos exteriores y el interior se conjugan en una aparente y decidida relatoría que nos cautiva en su fra­ seo, en la suavidad punzante de sus verdades. Nunca la verdad, sino verdades que trenzan y jamás deshilva­ nan la tensión emocional desde lo narrativo, cuyo cen­ tro se desentraña en un tono confesional que a cada giro exalta un clima de sinceridad inagotable bajo el círculo de lo puramente anecdótico, ya que el misterio de la epifanía trasuda y envuelve las historias que apa­ recen como destellos de una realidad mayor en cada poema. La temperatura sentimental de los textos nos sobrecoge y nos sitúa en un juego de balanzas y pe­ sas donde no sabemos, no conocemos la inclinación úl­ tima, quizá porque nos movemos en una historia viva, aún por definir. La Otra | octubre-diciembre 2009


No siempre el primer paso es el origen o el co­mien­ zo de una historia; a veces es un cuadro que da fe de otra historia que viene de más lejos e incide en es­to que podemos llamar presente o promesa de futuro. Es una historia en la que no participamos, donde fí­ si­camente no estuvimos, pero que no sólo marca a la nuestra, sino que llega a condicionarla, a darle un sen­tido que no entendemos del todo, pero que ter­ minamos por llamar destino. Y es nuestro destino, la prehistoria familiar, los amores y desamores que no fueron los nuestros, pero que vivimos y crecimos con ellos. El espacio mítico y el espacio físico, la casa y sus habitaciones, la memoria y sus protagonistas; eso que llamamos infancia y que nos vulnera y hace ser lo que somos. Y este ser lo que somos crece ferozmente en los afectos, los vividos y los soñados, pero todos rea­ les, tan realesto que van cifrando una educación, una escritura que se duele en los nervios del deseo, en los extensos páramos del silencio, en esa voz que lo quie­ bra y ofrece su necesario y urgente testimonio. La historia en Viernes en Jerusalén, de Marco An­ to­nio Campos, es la misma, el mismo adolescente, el mismo cuarto, las calles y plazas que se caminan y ca­minan hasta provocar una fatiga que se resiente en los músculos, en el ánimo, y no se sabe por qué, por qué duele tanto si apenas es el comienzo. Pero el hom­ bre de cincuenta años revisita los lugares y con ellos revisita al muchacho que fue, aquel que a los veinte viajó como Telémaco en busca de un padre o de un origen, de una Ítaca que se admira desde lejos, un re­ greso que se sueña y teme, una vuelta que se prolonga y dilata en cada amanecer, y todo atardecer es propicio para el paseo, para salir y encontrarse en los otros y en lo otro, para saberse a la deriva a la edad en que se espe­ ran las cartas de amor y se anhela el canto de las sirenas, cuando las olas golpean furiosas los arrecifes en islas lengua de sastre

perdidas de todo mapa, lugares misteriosos don­de la sorpresa y el prodigio espejean desde los pun­zan­tes des­tellos del oasis, de lo deseado y esperado. También está el otro camino, el miserable y doloroso, la oscura vía pur­gativa de un Rimbaud recorriendo un extenso horizonte más delgado y afilado que un alfanje en el cuerpo mismo de la melancolía. Y es ahora el otro, el que viene de vuelta, que espera ya muy poco pero se pregunta, y la duda va cifrando un cielo constela­ do que lo ve transitar la noche, la oscuridad de un sen­ dero que intuye es su propia vida, la del hombre que ve la belleza, quizá, por última vez. Esta incertidumbre que se va asentando pesada al fondo del cuerpo, va cribando todo, afinando los con­ tornos, desnudando los espacios, devolviendo el eco de los pasos, pero también el de la voz, y ésta no se doble­ ga, sigue terca ofreciendo el testimonio del encuentro, del desencuentro, de la ida y la llegada en medio de esa soledumbre donde nadie nos espera. Dice Campos que dice Cernuda que “el hombre es una nube de la que el sueño es viento”.1 Sin embargo, están y permanecen Ma­nuel Acuña, José Carlos Becerra, Claudio Rodrí­ guez, y el amor es tal que se des­borda, se sale del cuer­ po, no puede contenerse y exi­ge la hora definitiva, el viaje que ha de darle sentido a toda una vida, el hom­ bre que escucha y se fascina en la voz plural de la calle que lo acompaña y le da forma a la suya, a la propia. Todo esto se decanta en Vier­nes en Jerusalén como una gota límpida sobre la superficie de la piedra, co­ mo la huella en el jardín, como el atisbo a la salida del bar, como las horas en un cuarto de hotel, como la es­ cala obligada para continuar un viaje cuyo destino se ignora a ciencia cierta, mas se revela en cada verso, en cada poema. 1

Marco Antonio Campos, Viernes en Jerusalén, p. 85.




La certeza y el peso de una vida que se ha transita­ do, que no admite vuelta, que se avala y justifica en torno a la búsqueda constante de la belleza, de un ha­ cer continuo que se volvió la vida misma; ésa que aho­ ra se contempla desde la otra orilla, frente a esa isla que ha provocado un camino y se corona como me­ ta, ¿para qué alcanzarla?, ¿para qué ollar sus blancas playas con las huellas de unos pasos que quizá nunca podrán ya detenerse? “El forastero sólo vio por varios minutos, en éxtasis dulce y triste, la verde, largamen­ te verde costa de la pequeña e inolvidable Ítaca”,2 es­ cribe el viajero en su cuaderno de apuntes; el que se ve en los otros, en el otro, en la sombra de un mucha­ cho tan alto como él que merodea por los callejones, a la salida de los bares, cafés o discotecas, tarareando una vieja canción, en Montreal; o el otro, el que se ha salvado por milagro, el que recorre las calles y cafés de Jerusalén y no comprende y no avala una realidad de odio y venganza que oculta la mano pero termina por arrojar la piedra; y la piedra vuela en su afán de hacer daño y atraviesa tierras y océanos, golpea contra La Moneda y el tiempo retrocede porque sabemos —oscuramente sabemos— que la historia se repite y las tardes en Santiago se colorean de rojo por las hojas del ceibo y arriba una estrella brilla, pero no se sabe para quién. Mientras, en otra latitud pero siempre en el mismo vasto mundo, los marineros se encomiendan a Nuestra Señora del Socorro y se internan en el pro­ celoso Mar del Norte y quizá, víctimas del infortu­nio, al fondo del océano con su embarcación como túmu­ lo sueñen con esas muchachas que no alcanza­ron a vestir el traje nupcial. El otro, el viudo, el desdichado

Marco Antonio Campos, El señor Mozart y un tren de brevedades, p. 26.

—porque “ya es difícil cambiar el perso­naje”—3 se hace eco del naufragio al ver el cuerpo dorado, la sua­ ve y dulce cintura de esas muchachas que hacen su­ yos los parques y plazas del verano y azuzan ese fuego donde se cifra la urgencia del canto, de una escritura que testimonia la historia de las historias, la del otro, la del muchacho de veinte años y la del hombre que ya ha entrado en un crepúsculo cuya flama escuece la con­ ciencia del deseo que esos cuerpos en su terrible le­ vedad dictan. Pero Viernes en Jerusalén es también la otra con­ ciencia, la del paso sobre la tierra, la memoria impla­ cable que todo lo puebla y multiplica, esas ausencias que se condensan en un presente, en un cuerpo que hace sombra bajo la luz del sol. Y el tono, obviamen­te, es confesional, reflexivo, medido por una respira­ción que aproxima e implica, que vuelve al lector confiden­ te, escucha, y a la vez hablante; porque somos noso­tros, cada uno de los lectores, los verdaderos protagonis­ tas, los exiliados en Tomos, los tristes que ofrecen su testimonio como una fruta o un tono de voz. Y es la voz la que nos enreda en una cuidada musicalidad me­su­ra­ da y bimembre por lo sentencioso. Es verdad, Vier­nes en Jerusalén, de Marco Antonio Campos, es un ajuste de cuentas, un poner en claro una vocación, una vida pletórica de asombros, de soliloquios, de monó­logos, de increpaciones y epifanías, de abandonos, mi­serias y riquezas, de amistades y fidelidades. Una forma de vi­ da que nos conmueve y toca, una historia tan pró­xima que obliga, sin piedad alguna, a la pregunta: “Pero en serio, ¿valió la pena?” La respuesta nos obli­ga frente a nosotros mismos. Nos enfrenta en un desaso­siego, en un vasto mundo no mayor que el corazón. v

2



3

Marco Antonio Campos, Viernes en Jerusalén, p. 68.

La Otra | octubre-diciembre 2009


colaboradores

rodolfo alonso | Buenos Aires, Argentina, 1934. Fue el miembro más joven del grupo de vanguardia Poesía Buenos Aires. A par­tir de Salud o nada (1954) ha publicado más de 25 libros propios, la mayoría de poemas, pero también de ensayo, reflexión y na­r ra­ tiva. Fue el primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina y de otros grandes autores. En 1997 recibió el Premio Nacio­ nal de Poesía por su libro Música concreta (1994). La Universidad de Carabobo (Venezuela) lo distinguió, en 2002, con la Orden Alejo Zuloaga. Fue Premio Konex de Poesía 2004. En 2006 publicó en México Poesía junta [1925-2006] (Alforja-Conaculta). teresa amy | Montevideo, Uruguay, 1950 | Poeta y traductora. Tradujo la antología La más larga de las noches, primera traducción al español de la obra de Jan Skácel, y Lamento por Belgrado, del poeta serbio Milos Cernianski, ambos bajo el sello de Ácrono Editores, de México. Tiene publicados cinco libros de poesía y acaba de obtener en Uruguay el Premio Nacional de Literatura —categoría poesía inédita— con el poemario Jade.

juan domingo argüelles | Chetumal, Quintana Roo, México, 1958 | Poeta, crítico y editor. Ha publicado, entre otros, los siguien­ tes libros de poesía: Agua bajo los puentes (1993), A la salud de los enfermos (1995), Animales sin fábula (1996), Piedra maestra (1996) y La última balada de François Villon (1998). Además, los libros de ensayo Quintana Roo una literatura sin pasado (1990), Escribir cansa. Brevísimo diccionario del hastío cultural (1996) y Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé (1997). Ha recibido el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1987), el Premio de Ensayo Ramón López Velarde (1988), el Premio Nacional de Literatura Gil­ berto Owen (1992) y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1995). maría baranda | Ciudad de México, 1962 | Poeta, narradora, editora y traductora. Ha escrito los libros de poesía El jardín de los encantamientos (1989), Fábula de los perdidos (1990), Ficción de cielo (1995), Los memoriosos (1995), Moradas imposibles (1997), Nadie, los ojos (1999), Causas y azares (en colaboración con la pintora Magali Lara, 2000), Narrar (2001), Atlántica y El Rústico (2002), y Dylan y las ballenas (2003). Su poesía ha sido traducida al francés, inglés y lituano. Ha obtenido los premios Iberoamericano de Poesía (España, 1998) y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (2003). efraín bartolomé | Ocosingo, Chiapas, México, 1950 | Poeta. Estudió psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre sus libros de poesía destacan Ojo de jaguar (1982), Ciudad bajo el relámpago (1983), Música solar (1984), Cuadernos contra el ángel (1987), Música lunar (1991), Corazón del monte y Trozos de sol (1995), Avellanas (1997), Oro de siglos (1998), Cuadernos contra el ángel (2003), El ser que somos. Antología poética (2006). Ha recibido, entre otros, el Premio Ciudad de México (1982), el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1984), el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada (1992), el Premio Na­ cional de Literatura Gilberto Owen (1993) y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (1996).

| Lima, Perú, 1927 | Entre sus últimos libros están los siguientes: En las hospitalarias estrofas (2001; ed. am­ pliada, 2002), ¡Salve, Spes! (2000, 2003), La miscelánea íntima (2003), En el restante tiempo terrenal. Antología (2004), En el coto de la mente (2006), El alternado paso de los hados (2006), Los versos juntos 1946-2008. Poesía completa (2007), Los versos, los años (2007), Versos escogidos (2007), ¡Salve, Spes! y otros poemas (2008), Poemas escogidos. Selected poems 1958-2006 (2008). Ha sido traducido al italiano, francés, griego, portugués e inglés. Ha obtenido en dos ocasiones la Beca Guggenheim para la crea­ción poética. En 2006 recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Es miembro de la Academia Peruana de la Lengua. Ha trabajado en la administración pública, el periodismo cultural y la docencia universitaria. carlos germán belli

| Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jeru­sa­ lén (2005). Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), el Premio Casa de América (2005, España) por Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otor­ gada por el gobierno de Chile. marco antonio campos

Francisco José Cruz | Alcalá del Río, Sevilla, 1962 | Fue codirector de la revista de creación Ritmo de Viento (1986-1989) y dirige en

Carmona (Sevilla) la revista de poesía Palimpsesto. Ha escrito ensayos para publicaciones litera­rias y es autor de varias compila­ ciones de poetas, entre otras, Roberto Juarroz, Poesía vertical. Antología (1991) y José Manuel Aran­go. Poe­sía completa (2009). Creó el proyecto Casa de los Poe­t as de Sevilla; actualmente es miembro del consejo editorial de la Bi­blioteca Sibila-Fundación bbva de Poesía en Español. Ha publicado, entre otros libros de poemas, Maneras de vivir (Primer Premio Re­na­ci­miento de Poesía, 1998), A morir no se aprende (2003) y Hasta el último hueso. Poemas reunidos 1998-2007 (2007).

colaboradores




lucía estrada | Medellín, Colombia, 1980 | Ha publicado los libros de poesía Fuegos nocturnos (1997), Noche líquida (2000), Maias­ tra (2004), Las hijas del espino (2006, 2008; Premio de Poesía Ciudad de Medellín 2005), El ojo de Circe (antología, 2006), El círcu­lo de la memoria (antología, 2008, 2009), Cuaderno del Ángel (Beca de Creación, Municipio de Medellín, 2008). Sus textos han apare­ cido en varias antologías y publicaciones del país y del exterior. En 2009 fue nominada por la unesco al Premio Internacional de Poesía Ponts de Strugas de Macedonia y mereció el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá con su libro La noche en el espejo. Actualmente es parte del comité editorial de la revista literaria Alhucema (Granada, España). ricardo gonzález vigil | Lima, Perú, 1949 | Poeta, ensayista y cuentista. Crítico li­terario del diario El Comercio. Coor­d inó el grupo literario Cirle en (1969-1970). A través de varias obras ha hecho grandes aportes al vallejismo durante los últimos veinte años. Algu­ nos de sus libros de poesía son Llego hacia ti (1973), Silencio inverso (1978), Ser sin ser (1987), A flor de mundo (1992), Génesis continuo/ Árbol de poemas (1997), Lectura Mundo (2003) y Poemas de amor (2004). Ensayo: Abraham Valdelomar (1987), Comentemos al Inca Garcilaso (1989), Retablo de autores peruanos (1990), El Perú es todas las sangres (1991), Los ríos profundos de Arguedas (1995), Diamantes y pedernales de Arguedas (2004), Años decisivos de la narrativa peruana (2008). Antologías: El cuento peruano (nueve to­ mos, 1983-2000), Poesía peruana siglo xx (dos tomos, 1999), Poesía perua­na para niños (2001), Poesía peruana para jóvenes (2001), Poesía peruana vanguardista (2004) y Poetas peruanas de antología (2009), entre otras obras. rogelio guedea | Colima, México, 1974 | Poeta, ensayista y traductor mexicano. Fue director de la colección de poesía El Pez de Fuego. Actualmente es columnista de los periódicos mexicanos Ecos de la Costa, Tabasco hoy, El Informador y La Jornada, y profe­ sor de tiempo completo en Universidad de Otago en Nueva Zelanda. Ha publicado, entre otros librosde poesía Mientras olvido (Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro, 2001), Ni siquiera el tiempo (2002), Razón de mundo (Premio Nacional de Po­ esía Amado Nervo, 2004), Fragmento (Premio Nacional de Poesía Sonora, 2005), Borrador (2007), Corrección (2008) y Kora (Pre­ mio Adonáis, 2008). hugo gutiérrez vega | Guadalajara, Jalisco, México, 1934 | Abogado y poeta. Ha sido rector de la Universidad Autó­noma de Que­ rétaro, maestro en la Facultad de Ciencias Políticas y en la de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), conferencista en universidades del extranjero, fundador y actor de compañías teatrales, director de la Casa del La­go, de Di­ fusión Cultural y de la Revista de la unam. Fue embajador de México en Grecia, cónsul general en Brasil y Puerto Rico, y mi­nistro de Asuntos Culturales de la embajada de México en Washington. Su poesía se ha traducido al inglés, francés, italiano, ruso, ru­ mano, portugués y griego. Además de reconocimientos en el extranjero, recibió el Premio Nacional de Poesía (1975), el Premio de Letras (1994), Homenaje Nacional del Instituto Nacional de Bellas Artes (1994) y el Premio Nacional de Periodismo (1999). Entre sus libros de poesía se encuentran: Cuando el placer termine (1976), Tarot de Valverde de la Vera (1981), Los pasos del nómada (an­ tología bilingüe francés-español, 1999), Una estación en Amorgós (2002) y Peregrinaciones. Poesía reunida 1965-2001 (2004). david jurado | Ciudad de México, 1985 | Estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Ha publicado cuento y en­ sayo en revistas mexicanas y colombianas. Formó parte de la mesa de redacción de Parque Nandino.

cristina kahlo alcalá | Ciudad de México, 1960 | Ha realizado más de treinta exposiciones individuales en México, Francia, Suiza, Alemania, Estados Unidos y Canadá. Desde 1992 ha realizado una extensa documentación fotográfica sobre la discapacidad infantil para diversas instituciones. Su obra ha sido publicada por la editorial Artes de México yla Fundación Alfredo Harp Helú, entre otras. Imparte cursos de fotografía creativa para niños en diversas instituciones y museos. En 2006 fue acreedora de la beca de residencia Bartels de Basilea, Suiza.

josé ángel leyva | Durango, México, 1958. Poeta, periodista, ensayista. Fue codirector de la revista de poesía Alforja (1979-2008). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Olga Arias” con el libro Entresueños (1990). En 1999 recibió el premio del xxix Certamen Nacional de Periodismo, en el área de reportaje cultural, otorgado por el Club de Periodistas. Ha publicado los libros de poesía Botellas de sed (1988), Catulo en el destierro (1993), Entresueños (1996), El Espinazo del Diablo (1998) y Duranguraños (2007). Es au­tor, entre otros, de los libros El admirable caso del médico curioso: Claude Bernard (1991), El Naranjo en flor. Homenaje a los Revuel­tas (1994), Lectura del mundo nuevo (1996), El Politécnico, un joven de 60 años (1996; 1999), La sombra de lo que va a suceder (2006); de la novela La noche del jabalí. Fábulas de lo efímero (2002), y del libro para niños Taga el papalote (2005).



La Otra | octubre-diciembre 2009


verónica loera y chávez | Ciudad de México, 1959 | Editora, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Entre los li­bros bajo su coordinación destacan Muerte sin fin, de José Gorostiza (edición facsimilar en el cincuentenario de la obra), Suite en dolor de Luz Velderrain, de José Gorostiza (primera edición), Historia del arte de Oaxaca (tres volúmenes), Proyecto de restaura­ ción del edificio de Santo Domingo de Guzmán, 475 años de la fundación de Oaxaca. Ha participado en la creación de diversas re­ vistas de educación, arte y cultura. Entre 1998 y 2000 dirigió el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca.

dante medina | Jilotlán de los Dolores, Jalisco, México, 1954 | Doctor en letras romances por la Universidad Paul Valéry, Montpel­ lier, Francia. Fundador del Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara, en 1985. Ha incursionado en los géne­ ros de poesía, novela, cuento, teatro, ensayo y crónica. Recibió el premio Jalisco de las Artes 2002. Entre sus obras publicadas se encuentran las novelas Tola (1987), Cosas de cualquier familia (1990) y La dama de la gardenia (1992), los volúmenes de cuentos Léérere. Manual para hispanoandantes (1986, 1992), Niñoserías (1989) y Cómo perder amigos (Premio Casa de las Américas, 1994). Su reciente libro es Antología de cuentos (2002). augusto munaro | Buenos Aires, Argentina, 1980 | Residió en el extranjero donde cursó sus estudios secundarios. Es licenciado en periodismo por la Universidad de Salamanca. Publicó Ensoñaciones. Compendio de Enrique de Sousa (2006). Actualmente co­ labora en suplementos culturales y revistas literarias.

miguel ángel ojeda machado | Culiacán, Sinaloa, México | Arquitecto. Fue uno de los cofundadores del grupo Los Independien­

tes, después denominado La Ventana; cofundador de Espacio Plástico, movimiento que abrió nuevos espacios a los artistas plásticos en su estado. Ha ganado varias distinciones, entre otras, mención honorífica en la Primera Bienal del Noroeste de Pintura. Se ha de­ sarrollado como maestro de dibujo arquitectónico y diseño urbano en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Si­ naloa. Ha participado en múltiples exposiciones colectivas e individuales. rosy palau | Culiacán, Sinaloa, México, 1956 | Es miembro fundador del grupo La Cabaña, editor de la hoja literaria Equus, que se

mantuvo en circulación por más de diez años. Tiene publicados los libros de poesía Quizá el tiempo (1985), Territorio indeciso (1990), La clara sombra del silencio (1996), Estamos solos desde ayer (2007); así como el libro de cuentos La casa del arrayán (2005). [rosypalau@yahoo.com.mx]

eduardo antonio parra | León, Guanajuato, México, 1965 | Fue becario del Centro de Escritores de Nuevo León y de la John Si­mon Guggengeim Memorial Foundation 2001-2002. Libros: Los límites de la noche (1996), Tierra de nadie (1999), Nadie los vio salir (2001), Nostalgia de la sombra (2002), Parábolas del silencio (2007), Juárez. El rostro de piedra (2008), Sombras detrás de la ventana. Cuentos reunidos (2009). Ha sido traducido al inglés y al francés. Entre los premios literarios que ha recibido destaca el Premio de Cuento Juan Rulfo, otorgado en París por Radio Francia Internacional en 2000. manel pujol baladas | Vic, Cataluña, 1947 | Heredero de la escuela española por tradición y por relación personal con los tres mons­

truos españoles del siglo xx: Picasso, Dalí y Miró, llega a México en 1997. Cuenta con más de setenta exposiciones individuales en México, El Salvador, Puerto Rico, España, Suecia, Francia y Estados Unidos. Su obra se encuentra en las colecciones del Museo de Arte Contemporáneo (Denver), Museo Sammlung Essl (Viena), Museo de Antropología de Santiago de Compostela (España), Museo Olímpico de Laussanne (Suiza), Casa de la Moneda (París), Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez (México), entre otros, así como en colecciones privadas de España, Francia, Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra, Suiza, Colombia, Estados Uni­ dos, Argentina, Suecia y México. víctor rodríguez núñez | La Habana, Cuba, 1955 | Poeta, periodista, crítico, traductor y profesor universitario. Ha publicado once

libros de poesía, casi todos premiados en su país, México, Costa Rica y España. Selecciones de sus poe­mas han sido traducidas al inglés, húngaro, italiano, esloveno, ruso, sueco, portugués y búlgaro. Durante la década de 1980 fue redactor y jefe de redacción de la inquieta revista cultural cubana El Caimán Barbudo. Ha realizado numero­sas ediciones críticas, antologías y estudios sobre poe­ tas hispanoamericanos. En colaboración con Katherine M. He­deen ha traducido del inglés al español obras de Mark Strand y John Kinsella, y del español al inglés, de Juan Gelman e Ida Vitale, entre otros. Es profesor asociado de literaturas hispánicas en Kenyon College, Estados Unidos.

colaboradores




armando romero | Cali, Colombia, 1944 | Perteneció al grupo inicial del nadaísmo en Cali. Traductor e investiga­ dor, es actualmente profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cincinnati. Libros de poesía: Los móviles del sueño (1976), El poeta de vidrio (1976), Del aire a la mano (1983), Las combinaciones debidas (1989), A rienda suelta (1991), Hagion Oros (2002), De no­che el sol (2005), A vista del tiem­po (2005); novela: Un día entre las cruces (1993), La piel por la piel (1997) y La rueda de Chicago (finalista del concurso Clarín de novela, Buenos Aires; Latin American Book Award, 2004); ensayo: El nadaísmo o la búsqueda de una vanguardia (1988), Gente de pluma (1989); cuento: El demonio y su mano (1975), La casa de los vespertilios (1982), La esquina del movimien­to (1992), Una mariposa en la es­ calera (1993), La raíz de las bestias (2002); antologías: Una gravedad alegre (poesía latinoa­mericana contemporánea, 2007). En 2009 la Universidad de Atenas, Grecia, le otorgó el título de doctor Honoris Causa.

| Guadalajara, Jalisco, México, 1970 | Cofundadora de la revista cultural Tragaluz. Fue colum­ nista del periódico Público del Grupo Milenio con la columna “Paso de cebra”. Fue colaboradora de Señales de Hu­ mo; editorialista de Frecuencia Noticias; conductora, productora y guionista de Tragaluz en Radio, todos programas de la Red Radio Universidad de Guadalajara. Fue becaria del fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes) en el Programa de Jóvenes Creadores; del ceca (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes) con el Apoyo a la Difusión de las Artes, y becaria de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico. Sus libros de poesía más recientes son Después de la luz, la piedra (2007) y Extracto del espejo (Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, 2009). Forma parte del cuerpo docente del Centro de Medios Audiovisuales.

karla sandomingo

josé javier villarreal | Tijuana, Baja California, México, 1959 | Entre sus libros de poesía se cuentan La procesión, Portuaria, Deseos y Bíblica. Como ensayista y antólogo ha publicado Nuevo León. Entre la tradición y el olvido y Los fantasmas de la pasión. Como traductor: Ezra Pound. En una estación del metro. Antología de la poesía breve (19081917) y Preparación para la muerte. Manuel Bandeira. De 1998 a la fecha produce y locuciona el programa de poesía “Las aventuras sigilosas”, para Radio Nuevo León, y publica la columna mensual El oro de los siglos en el periódico El Norte. Es maestro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, institución que lo distin­ guió con el Premio a las Artes. Ha recibido el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Premio Alfonso Reyes.

fe de erratas

En el número 4 de La Otra (julio-septiembre de 2009) aparecieron algunos datos equivocados en los pies de la obra de Manel Pujol. Pedimos disculpas al artista y a los lectores. Los datos correctos son los siguientes: p. 65 | De la serie “Sonata Claro de Luna”, Ludwig van Beethoven; mixta / tela; 100 x 100 cm; 5 de marzo de 2009 p. 67 arriba | De la serie “Sinfonía núm. 5, The Emperor”, Ludwig van Beethoven; mixta, polvo de mármol y carborundum / tela; 100 x 150 cm, 9 de julio de 2008 p. 68 | De la serie “Sinfonía núm. 5, The Emperor”, Ludwig van Beethoven; mixta, polvo de mármol y carborundum / tela; 100 x 150 cm, 10 de julio de 2008 p. 69 arriba | De la serie “Invention for Harp III”, Carlos Chávez; mixta / tela; 50 x 120 cm, 27 de febrero de 2009 p. 69 abajo | De la serie “Symphony núm. 8”, Allan Pettersson; mixta / tela; 100 x 150 cm, 23 de abril de 2009 p. 70 arriba | De la serie “Symphony núm. 8”, Allan Pettersson; mixta / tela; 100 x 150 cm, 10 de mayo de 2009 p. 70 abajo | De la serie “Symphony núm. 8”, Allan Pettersson; mixta / tela; 100 x 150 cm, 15 de mayo de 2009 p. 71 | De la serie “Invention for Harp III”, Carlos Chávez; mixta / madera; 122 x 150 cm. 2 de marzo de 2009 p. 72 | De la serie “Sinfonía núm. 5, The Emperor”, Ludwig van Beethoven; mixta, polvo de mármol y óleo / tela; 180 x 180 cm, 25 de mayo de 2009


51 narradores y poetas provienentes de Argentina, México, Uruguay, Nicaragua, Ecuador, Honduras, Venezuela, España, Perú, Puerto Rico y Cuba Textos Luis Aguilar, Odette Alonso, Luis Armenta Malpica, Jesús J. Barquet, Damaris Calderón, Dinapiera di Donato, José Dimayuga, Alfredo Fressia, Francesca Gargallo, Rodolfo Häsler, Cristina Peri Rossi, Carlos Pintado, Rosamaría Roffiel, Sergio Téllez-Pon, Luis Antonio de Villena y Luis Zapata Ilustraciones Floriano Martins, poeta, ensayista y artista plástico brasileño


eclipses

jorge boccanera

Huellas En el sueño soy otro que se parece a mí. En la arena del sueño cruza un tren. La silueta de un viejo va borrando las huellas con un plumero negro. Tras la locomotora, el ruido de tus pasos y los míos anudados a un tango, a una canción revuelta, a un roquerío lejano donde van a morir todas las camas. Y la luz en la luz. Y el anciano en lo suyo.

En el sueño soy otro que se parece a mí. Este que ves ahora, no se parece a nadie.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.