La Otra No. 8

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fotografĂ­a

rodrigo benavides

Š rodrigo benavides | los socios de la libertad | guasdalito, estado aspure, 2007


director general

José Ángel Leyva

Universidad Autónoma de Sinaloa rector

Dr. Víctor Antonio Corrales Burgueño subdirector

Víctor Rodríguez Núñez (Estados Unidos)

secretario general

Dr. José Alfredo Leal Orduño editor

Alfredo Fressia (Uruguay-Brasil) consejo editorial

Jorge Bustamante | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Evodio Escalante | Jor­ ge Esquinca | Juan Gelman | Hugo Gu­tié­rrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Her­nán Lavín Cerda | Carlos Maciel | María Luisa Martínez Passarge | Pa­blo Molinet | Carlos Montemayor† | José Emilio Pa­che­co | Begoña Pulido Herráez | Vicente Quirarte

año 2 | núm. 8 | julio-septiembre 2010 portada y dossier fotográfico

Rodrigo Benavides consejo nacional aguascalientes Claudia Santa-Ana | chihuahua Jorge Humberto Chávez | distrito federal Ma­

ría Baranda, Víctor Cabrera, Antonio Deltoro, Miguel Ángel Flores, Grissel Gómez Estrada, Samuel Gordon, Eduardo Mosches, Lucía Rivadeneyra | jalisco Jorge Souza | michoa­cán Gaspar Aguilera | morelos Javier Sicilia | nuevo león Armando Alanís Pulido, Margarito Cuéllar | puebla Ludmila Biriukova | sinaloa Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Elizabeth Moreno Rojas | sonora Juan Manz | veracruz Silvia Tomasa Rivera | zacatecas José de Jesús Sampedro consejo internacional argentina Rodolfo Alonso, Jorge Boccanera, Cecilia Romana | australia John Kinsella | bél­gica Stefaan van den Bremt | bolivia Eduardo Mitre, Mónica Velásquez | brasil Lêdo Ivo, Floriano Martins, Ana Rüsche | chile José María Memet, Jaime Quezada, Manuel Silva | co­lombia

Rafael del Castillo, Pedro Alejo Gómez, Santiago Mutis, Amparo Oso­rio, Juan Manuel Roca | costa rica Alfonso Peña | cuba Luis Llorente | ecuador Jorge Enrique Adoum†, Edwin Madrid | el salvador André Cruchaga | españa Rodolfo Häsler, Luis García Montero, Uberto Stabile, Jordi Virallonga | estados unidos Margaret Randall, Víctor Rodríguez Núñez | francia Stéphane Chaumet, Eduar­do García Aguilar | grecia Guadalupe Flores | islas canarias Juan Carlos de San­ cho | italia Martha Canfield, Emilio Coco | paraguay Jacobo Rauskin | perú An­tonio Cisneros, Hilde­bran­do Pérez Grande, Renato Sandoval | polonia Krystyna Rodowska | portugal Rosa Alice Branco, Nuno Júdice | quebec Claude Beausoleil, Bernard Pozier | república dominicana Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa | rusia Andrei Kofman | uruguay Luis Bravo, Gerardo Ciancio | ve­nezuela María Antonieta Flores

Portada: Quijote del siglo xx, Hato La Palmasola, Estado Guárico, 1996.

dossier artes plásticas

Leonel Maciel

consejo de arte

Octavio Bajonero | Pascual Borzelli | Guillermo Ceniceros | Rogelio Cuéllar | Felipe Ehrenberg | Germaine Gómez-Haro | Es­ther González | Graciela Kartofel | Samuel Vázquez

diseño y formación

María Luisa Martínez Passarge impresión

Exima, S.A. de C.V. | Panteón 209, bodega 3, Los Reyes Coyoacán, Coyoacán, 04330, México, D.F. 1 000 ejemplares página web

www.laotrarevista.com Reyes Sánchez Villaseñor [mexking@prodigy.net.mx] issn 1305 5143 La Otra es una publicación trimestral en coedición con la Universidad Autónoma de Sinaloa | issn 1305-5143 | Número de Certi­fi­cado de Re­ser­­va otorgado por el Instituto Nacional de Derecho de Autor: 04-2009-022514215700-102 | Número de Certificado de Licitud de Contenido: en trámite | Domicilio: Cerro del Tesoro núm. 91, Col. Romero de Terreros, Coyoacán, 04310, México, D.F. | [www.laotrarevista.com] [otragaceta@gmail.com]


La Otra ha optado, conscientemente y sin intolerancia, por la poesía. En el mundo moderno, que sigue incólume bajo la fachada de la posmodernidad, la poesía es la otra de la literatura. La poesía es —y esto se suele olvidar— anterior a la literatura. Incluso, anterior a la propia escritura, tecnología convertida en fetiche. La poesía ha sido, y sigue siendo, primariamente oral, aún cuando haya sido escrita. El auge actual de las lecturas de poesía, la otra y original manera de compartirla, se basa en este principio. Desde su establecimiento en el siglo xviii, la literatura ha sido, con honrosas excepciones, escritura para el mercado. El mercado, que en el reino de la burguesía sustituyó el mecenazgo, dio un impulso tremendo a la producción cultural, pero también ha procurado neutralizar su condición transformadora. La Otra no se vende, pero tampoco se rinde. En la poesía hay un núcleo duro de resistencia contra la deshumanización. La manifestación más evidente de la deshumanización es la violencia, y su máxima manifestación, la guerra. El origen de la violencia, de la guerra, es la sed de ganancias. La Otra se opone a la violencia que, para no ir más lejos, desangra en estos momentos a la sociedad mexicana. Se solidariza con los periodistas atrapados entre sus obligaciones como trabajadores asalariados y sus deberes intelectuales con la verdad. La Otra se pronuncia también contra la nueva guerra que se prepara contra Irán, cuyo régimen puede ser cuestionable pero incumbe sólo al pueblo iraní. Se trata de enfatizar la otra manera de actuar, en armonía con la condición humana, la conversación y la paz. El reino de la burguesía se sustenta en un sistema de subordinaciones: de nación, de clase, de género, de etnia, de sexo. Todas las revoluciones han fallado por no desmontarlas simultáneamente. La marginación cultural es, en definitiva, marginación social. Es necesaria la otra revolución, con una visión integral, poética. La Otra busca una alternativa social y cultural ante el mundo moderno. No está afiliada, ni lo estará jamás, a ninguna ideología ni partido político. Lo que le interesa es, en definitiva, la creación de la otra realidad. Víctor Rodríguez Núñez Subdirector



índice

fotografía | rodrigo benavides

| Tiempo y destiempo de la llanura | 6

luis alberto crespo poetas en babel

| Poemas (traducciones de Myriam Montoya) | 18 | Poemas (versiones de Luis Alberto Arellano) | 22 nikola madzirov | Poemas (traducciones de Marija Krstevska) | 26 miklós radnóti | Poemas (versiones y nota de Víctor Rodríguez Núñez, traducciones de András Simon) | 29 andrea zanzotto | Poemas (nota de Mara Donat) | 32 poesía guaraní | (presentación de Susy Delgado) | 36 forough farrokhzad laurence hutchman

Feliciano Acosta, 38 | Gregorio Gómez Centurión, 41 | Lilian Sosa, 47 | Miguel Ángel Meza, 50 | Mauro Lugo, 55 yo poeta | jacobo rauskin

| Jacobo Rauskin y su poesía de escepticismo | 58 | Jacobo Rauskin. Cantar las horas perdidas [Entrevista] | 64 jacobo rauskin | Poemas | 68 josé vicente peiró barco Víctor casartelli

yo poeta | pedro de oráa varios autores pedro de oráa

| Sobre la poesía de Pedro de Oráa | 75 | Poemas | 79

p. 4 | © rodrigo benavides | y de botalón | finca cañafístola, estado aspure, 2004

miscelánea

| Stefaan van den Bremt: una mano en Flandes y la otra en Latinoamérica [Entrevista] | 84 | Cinco poemas | 89 Grabriel chávez casazola | Poemas | 92 ángela garcía | Poemas sobre el silencio | 97 gonzalo márquez cristo | Poemas | 102 pablo molinet | Poemas | 105 josé landa | Poemas | 108 marco antonio campos stefaan van den Bremt

artes plásticas | leonel maciel graciela kartofel

| Leonel Maciel, a través del pintar abstracto o figurativo, revela los placeres de la comida | 112

la cocina del artista | leonel maciel leonel maciel

| Calabaza, cielo, mar y tierra | 121

otras letras | alejandro arteaga alejandro arteaga

| Antes de la noche | 123

lengua de sastre margarita león vega colaboradores

| La canción incandescente de Concha Urquiza | 128

| 127

eclipses alfredo fressia

| Alfredo y yo | 136


fotografía

luis alberto crespo

tiempo y destiempo de la llanura

© josé collazos

R

rodrigo benavides

odrigo Benavides carga sangre de arreadores de ganado y de gente de a caballo. Sus an­cestros pro­vienen del poniente del Guárico, como los La Gre­ cca, entre quienes nómbrase el Negro La Grecca. Es fama que en esa suerte tenaz y riesgosa, su pariente ocupa sitio cimero en las mangas del país. Acaso tal ascendencia enderezó su vida hacia el país tendido, si no en el ajetreo de la res a uña de bestia ni en el derribo de los astados, sí en la mirada, en el ojeo, sólo que su vista cumple un oficio menos rudo, menos recio y fiero, como es el de fotógrafo, esa con­duc­ta de contemplativo. Hay que advertir que su ojo camina por un paisaje vario y no sólo el de los llanos. Ha visto y detenido en la tiniebla de su cámara no po­cos mundos: el urbano, el del hombre, de ésta y otras geogra­ fías. Años atrás me animó a inven­tar un libro sobre las vaquerías, al que le dimos nombre y hasta conte­ nido sin que hubiéramos logrado darle vida real o apenas su esbozo. Su incierta fisonomía hubo de li­ mitarse a unas admirables imágenes de sombreros, sillas y cabos de soga, las cuales iluminaron alguna vez un nú­mero de la revista Imagen consagrada a la Ve­ nezuela sin orillas. La Otra | julio-septiembre 2010


Š rodrigo benavides | la sombra del domador | jovanny silva, desarrollo forestal los caobos, estado aspure, 2005


mos, sino su consecuencia emocional, su metáfora. Su concepto temático evita toda monotonía: el llano vive en su ayer y en su presente; igual muéstrase antiguo, presentado a las lejuras y a su cabalgan­te sobre la tierra y sobre el agua, que moderno, expuesto incluso a aquello que amenaza con deformarlo y desaparecerlo. Pero es el mismo, es siempre el llano. El más inadvertido detalle lo prueba: la espuela se concilia con la motocicleta, la soga con el automóvil, la to­ tuma con el plástico, la quesera con el almacén. Porque eso ha querido mostrarnos Rodrigo Benavides: la supervivencia de la llaneridad, que no es otra que un sentimiento de pertenencia y una memoria, parada ahí, en todo, en un centro sin centro dilatándose desde nosotros hacia el siempre del confín sin término. v

© rodrigo benavides | nubes para marisela y santos luzar­ do | la ruta de gallegos, estado apure, 2004

La Otra | julio-septiembre 2010

p. 9 arriba | © rodrigo benavides | fachada de árboles en la sabana | estado apure, 2009 p. 9 abajo | © rodrigo benavides | mapa aéreo del estado de apure | finca cañafístola, estado apure, 2004

Poco hace que Rodrigo vino a visitarme a la Casa Nacional de las Letras. Trajo consigo un recado de fotografías y un propósito: la creación mutua de un libro y unas leyendas sobre la llanura que sirvieran para avivar una vasta exposición de fotos de su autoría. La llanura improsulta ha titulado el artista fotó­gra­ fo esta desmesurada exposición. El nombramiento se lo pidió prestado a Daniel Mendoza, quien a su vez lo escuchara de los lla­neros que entendieron así el non plus ultra con que el docto decir designaba el vacío de lo ín­grimo por el mundo desolado que poetizara en copla memorable Alberto Arvelo Torrealba, mientras rumbeaba en el poema legendario el jinete cantador. Pude admirar los bocetos y las reproducciones de bolsillo de la muestra. Días y noches estuve transi­tan­ do bajíos, esteros, la sed y el ahogo, el polvo y la centella, y fuime al encuentro de los hombres puestos a caballo y de los hombres de regreso a lo inmóvil, solos como se está solo en los llanos y junto a su prójimo, esa otra soledad o distrayéndola entre los hijos y la mujer, la canta, el festejo pagano y religioso. A ratos traíame nuevas miradas, como aquella del llano ardido, acenizado y torvo, o como aquella otra del sendero alumbrado por un añoso cotoperiz en tanto la tempestad cubría los cielos con el color sombrío de una tormenta próxima. Todos los llanos en uno conforman la exposición fotográfica de Rodrigo Benavides en el Museo de Ar­ te Contemporáneo, la cual habrá de subyugar a los amantes del paisaje venezolano y a quienes celebran la belleza visual y testimonial de la tierra humana. Huelga decir que esta obra está lejos de constituir un muestrario, la imaginería pura y sim­ple: La llanu­ ra improsulta nos convida a participar de la lectura visual de una narración de imágenes, de la que la escritura no es nunca una reiteración de cuanto ve-




p. 10 arriba | © rodrigo benavides | domador cruzando con su caballo el río cinaruco | estado apure, 2008 p. 10 abajo | © rodrigo benavides | el camino de mi historia | hato san antonio, estado apure, 2008

© rodrigo benavides | el río orinoco desde mirador en parmana | estado guárico, 2009

© rodrigo benavides | paso entre corrales | fundo la idea, estado apure, 2006

fotografía | rodrigo benavides

© rodrigo benavides | juancito velásquez, cabrestero sobre buey madri­ nero | hato san antonio, estado apure, 2008

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Š rodrigo benavides | any lisbeth núùez, cantante de joropo recio | fiestas patronales de elorza, estado apure, 2009


arriba | Š rodrigo benavides | confección reveroniana de chinchorro | fundo los algarrobos, estado apure, 2008 abajo | Š rodrigo benavides | tinglado con caballos | río capanaparo, la macanilla, estado apure, 2006


© rodrigo benavides | sabanas altas frente a la cordillera andina | estado barinas, 2009

© rodrigo benavides | perspectiva con préstamo | estado apure, 2004

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La Otra | julio-septiembre 2010


Š rodrigo benavides | pareja bailando joropo | fiestas patronales de elorza, estado apure, 2008

fotografĂ­a | rodrigo benavides

ďœąďœľ


p. 17 | Š rodrigo benavides | baba suspendida al seco | hato la candelaria, estado barinas, 2005

Š rodrigo benavides | antesala de la tormenta | hato la chacra, estado guårico, 1997

Š rodrigo benavides | humo en la explanada | estado cojedes, 2001


poetas en babel




poetas en babel

Forough Farrokhzad | Teherán, Irán, 1934-1967 | Traducciones del fancés | Myriam Montoya

Forough Farrokhzad publicó a los 18 años su primer poemario, Capturada; dos años más tarde publicó Mu­ ro. Los últimos poemas de este periodo pertenecen a su libro Rebelión, publicado en 1959. La madurez poética de Forough co­mienza con su libro Otro nacimiento, en el que rompe radicalmente con su estilo anterior. Otro na­ cimiento es el fruto de su encuentro con la nueva poesía iraní. Su último libro, Creamos en el inicio de la estación fría, es póstumo (1973). Forough Farrokhzad es reco­no­ cida como la más grande poeta iraní del siglo xx. Des­ pués de un divorcio, le es arrancada la patria potestad de su único hijo. Fue privada de “verlo” hasta su muerte, a los treinta y tres años, en un accidente de auto. La adopción de un niño de padres leprosos no pudo apaciguar es­ta herida. A partir de 1958 se interesa a la vez por el tea­ tro y el cine. Su primera realización sobre la vida de los leprosos, La casa negra, en 1962, logra el premio a la mejor película documental en Alemania. Al año siguiente desempeña un papel en la pieza de Luigi Pirandello titulada Seis personajes en busca de autor. En 1965 fueron concebidas y realizadas dos películas sobre su vida, una por la Unesco y la otra por Bernardo Bertolucci. v 

‫ نم کچوک بش رد‬، ‫سوسفا‬ ‫دراد یداعیم ناتخرد گرب اب داب‬ ‫تسیناریو ءهرهلد نم کچوک بش رد‬ ‫نک شوگ‬ ‫؟ یونش یم ار تملظ شزو‬ ‫مرگن یم یتخبشوخ نیا هب هنابیرغ نم‬ ‫مداتعم دوخ یدیمون هب نم‬ ‫نک شوگ‬ ‫؟ یونش یم ار تملظ شزو‬ ‫درذگ یم یزیچ نونکا بش رد‬ ‫شوشم و تسخرس هام‬ ‫تسا نتخیر ورف میب وا رد هظحل ره هک ماب نیا رب و‬ ‫اهربا‬، ‫نارادازع هوبنا نوچمه‬ ‫دنرظتنم یئوگ ار ندیراب ءهظحل‬ ‫یا هظحل‬ ‫نآ زا سپ و‬، ‫چیه‬. ‫دزرل یم دراد بش هرجنپ نیا تشپ‬ ‫دراد نیمز و‬ ‫شخرچ زا دنام یم زاب‬ ‫مولعمان کی هرجنپ نیا تشپ‬ ‫تست و نم نارگن‬ ‫زبس تیاپارس یا‬ ‫نازوس یا هرطاخ نوچ ار تیاهتسد‬، ‫نم قشاع ناتسد رد‬ ‫راذگب‬ ‫یتسه زا مرگ یسح نوچ ار تنابل و‬ ‫راپسب نم قشاع یاهبل شزاون هب‬ ‫درب دهاوخ دوخ اب ام داب‬ ‫درب دهاوخ دوخ اب ام داب‬ La Otra | julio-septiembre 2010


El viento nos llevará En mi breve noche, lástima el viento tiene cita con las hojas Mi noche tan breve persiste la angustia devastadora Escucha, ¿oyes el soplo de la oscuridad? Tengo una mirada extraña sobre esa felicidad y me habitúo a la desesperanza Escucha, ¿oyes el soplo de la oscuridad? Algo pasa esta noche La luna es roja, ansiosa y sobre ese tejado que peligra a todo instante con desplomarse las nubes como una muchedumbre en duelo parecen esperar el momento de la lluvia

y la tierra cesa de rodar detrás de esta ventana Un desconocido se inquieta por mí y tú reverdeciente Pon tus manos, recuerdo ardiente en mis manos amorosas y confía tus labios, sensación viviente a las caricias de mis labios amorosos El viento nos llevará El viento nos llevará

Un instante, y después, nada Detrás de esta ventana la noche tiembla

poetas en babel




El muro

En la travesía fulgurante de instantes fríos tus ojos salvajes construyen en su silencio Construyen un muro en torno a mí y huyo por caminos apenas practicables

Pero tus ojos y su grito de silencio borran mis caminos y en la sombra de su enigma construyen muros a mi alrededor

Para ver horizontes en la bruma de la luna para bañar mi cuerpo en el agua de las fuentes para deslizar en la bruma de una mañana cálida para coger una falda llena de anémonas rojas para escuchar el canto del gallo saltar los tejados del pueblo

Un día huiré los encantos de la duda me expandiré como el perfume de una flor en sueño rayo en la cabellera de una brisa nocturna Alcanzaré la frontera del sol en un mundo adormecido de calma extendida

te huyo para pisotear a pie limpio las hierbas para beber el rocío fresco de las plantas te huyo para desde lo alto un acantilado bajo una nube negra Gozar del mar y de la tempestad en su danza desenfrenada

Me balancearé sobre un lecho de nubes y de las manos de la luz se verterá sobre un cielo alegre el dibujo de una música

para sobrevolar en la luz declinante las montañas las llanuras y como las palomas salvajes A través de los matorrales secos escuchar las melodías alegres de las aves

Allí feliz y libre volveré mi mirada hacia el mundo donde tus ojos seductores borran mis caminos Volveré mi mirada hacia el mundo donde tus ojos seductores en la sombra de su enigma construyen un muro a su alrededor

Te huyo para abrir lejos de ti un camino hacia el lugar de la esperanza y adivinar el pesado candado de la morada de los sueños



La Otra | julio-septiembre 2010


El pecado

El pájaro es mortal

He pecado, he pecado llena de placer en un abrazo cálido He pecado entre dos brazos de hierro ardientes y rencorosos

Tengo el corazón pesado Tengo el corazón pesado

En ese lugar desierto, negro y silencioso vi sus ojos llenos de misterio sus ojos suplicantes y bajo el pecho mi corazón agitándose En ese lugar desierto, negro y silencioso temblando me he sentado cerca de él Sus labios han derramado el deseo sobre mis labios y he olvidado el delirio de mi corazón Al oído, le he contado esta historia: te quiero mi amor te quiero a ti y toda tu vitalidad te quiero amor mío hasta la locura El deseo ha iluminado sus miradas El vino rojo en el vaso se puso a danzar Sobre la suavidad del lecho, mi cuerpo ebrio contra su cuerpo ha temblado He pecado, he pecado llena de placer cerca de un cuerpo desvanecido y trémulo ¡Dios mío! No sé lo que hice en ese lugar desierto, negro y silencioso…

Voy sobre el balcón y deslizo mis dedos sobre la piel tensa de la noche Las luces del lazo están apagadas Las luces del están apagadas Nadie me presentará al sol Nadie me invitará a la casa de los gorriones Acuérdate del vuelo El pájaro es mortal

El pájaro sólo era un pájaro El pájaro dijo: ¡qué perfumes, qué sol! La primavera vino Iré a encontrar mi compañera El pájaro voló de la terraza revoló como un mensaje El pájaro era pequeño El pájaro no pensaba El pájaro no leía los periódicos El pájaro no tenía deudas El pájaro no conocía los hombres El pájaro atravesaba el aire por encima de los avisos de prohibición En la altura de la despreocupación locamente experimentaba de los instantes azules El pájaro sólo era un pájaro

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poetas en babel

laurence hutchman | Belfast, Irlanda, 1948 | Versiones | Luis Alberto Arellano

Laurence Hutchman enseña en la Universidad de Moncton en Edmunston, New Brunswick. Es profesor visitante en la Universidad de Maine, autor de seis títulos de poesía, y editor de The River Review / La Review Rivère, publica­ción bilingüe de creación literaria editada en la Universidad de Maine. El presente poema forma parte del libro Beyond Borders (2000). v

The forest is not a forest In the beginning I hated these mountains for keeping the world out. Now when I walk I follow the timber-cut roadway, and the path becomes the poem. I see stories in the stones. They drawn me back to the timeless sea and poplar, maple, fir, pine speak of something in the wind Then the rock suddenly rises into ridges, step by step. I climb over the deposits, 

read the scraping in a lost school slate: wave, vein, thrust of fire. And the wind billows through leaves like sails. jarring my mooring for the world, releasing me for prison as if something in me leaps out— a light, an abandonment to fuse with this wind. Raise on the waves of air like that raven there and survey the landscape from above, veering older surveyors, lost lumber camps, old crockery and broken axes, frayed sheets of love letters, and so I would skirt the wind and rise out over the border of the river. La Otra | julio-septiembre 2010


I step into the clearing among the rocks, goldenrod, and Queen Anne’s lace and in that space a task challenges me to see the power in love to look back and view the obstacles in the road as the necessary things to come through. I break the castle of art search for an ideal map, and find it, only to have it dissolved by a child’s tear. Here is a madness, a holding onto the self, being separate from the world. Pick up that piece of rock there and throw it down into dust… Break the self, and walk only here as if someone else as if I ware that beech or that raven riding out there… Give up this separate boundary and learn just to be the feeling, the flight of the raven, the line of the sea in the rock or the colour slowly suffusing from the season, the bark peeling from the birch. Learn to uncover these things and step out onto the edge of that round rock where the world glimmers dangerously in its fierce purity and embrace the cold an the turbulence. Here lose your name and name horned snail, red lantern berries, shadowy fragrant ferns.

poetas en babel

Walk now on the path, as if the stones were allegories or a life that is not yours. Discover it as you go on in this lightness of the falling rain where the sky touches your forehead, and you feel the dreams of the dog. Go ahead— say it isn’t so: the forest is not a forest. Tell us how to dream. Why do we keep to these skins When the lovers know how to grow beyond themselves and slowly become one in hand and thigh? Slowly the form assumes the world —this is the new geography of the heart.

El bosque no es un bosque Al inicio odié estas montañas por mantener el mundo fuera. Ahora cuando camino sigo la calzada hecha de maderos y la senda se vuelve el poema. Veo historias en las piedras. Me llevan de vuelta al eterno mar y el álamo, el maple, el abeto, el pino hablan de algo en el viento. Después, la roca se levanta súbitamente entre los riscos, paso a paso. Trepo sobre los depósitos, leo las raspaduras de un perdido pizarrón 


de escuela: onda, vena, indicios de fuego. Y el viento ondea a través de las hojas como velas sacudiendo mis amarras con el mundo, librándome de prisión como si algo me arrojara— una luz, un abandono para fundirme con su viento. Elevarse en las ondas del aire, como el cuervo y sobrevivir al paisaje desde lo alto, virando viejas miradas, perdidos campamentos de leñadores, viejos trastos y hachas rotas, deshilachadas hojas de cartas de amor, y así podría bordear el viento y elevarme por encima del límite del río. Camino hacia el claro entre las rocas, caña de oro, y el lazo de la reina Ana y en este espacio una tarea me reta a ver el poder del amor, a mirar detrás y ver los obstáculos en el camino como las cosas necesarias por venir. Rompí el castillo del arte buscando un mapa ideal, y lo hallé, sólo para tener que disolverlo en una lágrima infantil. Hay aquí locura, un sostenerse en el yo, siendo separado del mundo. Levantar ese pedazo de roca y arrojarlo abajo hecho polvo… Romper el Yo, y caminar solamente aquí como si fuera alguien más como si vigilara esa haya 

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o ese cuervo liberado ahí afuera… Rendirse a esta frontera que aísla y aprender únicamente a ser el sentimiento, el vuelo del cuervo, la línea del mar en la roca o el color lentamente vaporoso de la estación, la corteza desprendida del abedul. Aprender a descubrir estas cosas y avanzar hacia el puente de esa redonda roca donde el mundo parpadea peligrosamente en su feroz pureza y abrazar el frío y la turbulencia. Perder tu nombre aquí y llamarte caracol cornado, hayas linterna roja, helechos oscuramente olorosos. Caminar ahora en la senda como si las rocas fueran alegorías o una vida que no es la tuya. Descúbrelo conforme avanzas en esta luminosidad de la lluvia cayendo donde el cielo toca tu frente, y sientes los sueños del perro. Adelante— di que no es así: el bosque no es un bosque. Dinos cómo soñarlo ¿Por qué conservarnos dentro de estas pieles cuando los amantes saben cómo crecer más allá de sí mismos, y lentamente llegar a ser uno en mano y muslo? Lentamente la forma toma al mundo —ésta es la nueva geografía del corazón.

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poetas en babel

nikola madzirov | Strumica, Macedonia, 1973 | Traducciones | Marija Krstevska || Corrección | Salomé Audisio

El VI Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua, apenas terminó y ya empezamos a recoger sus mejores frutos, como la diversidad de las poéticas y el contacto personal con los creadores de Nicaragua y del mundo. Fue con placer que “descubrimos” y damos a conocer a Nikola Madzirov, un poeta de Macedonia —pero tan ligado al aire de su tiempo—, joven —pero ya inscrito en una tradición—, de imágenes variadas pero siempre precisas, tan lejano y sin embargo muy próximo a nuestras realidades latinoamericanas. Alfredo Fressia

Nikola Madzirov (poeta, ensayista, traductor) es descendiente de los refugiados de las guerras balcánicas del principio del siglo anterior. Su poesía ha sido traducida a unos veinte idiomas y publicada en selecciones y antologías en Macedonia y en el extranjero. Su más reciente poemario, Piedra trasladada (2007), ganó el premio de poesía europea Hubert Burda (con Peter Handke y Michael Krüger como miembros del jurado), y el más prestigioso premio macedonio de poesía, “Los Hermanos Miladinovci”. Por su colección Encerrados en la ciudad (1999) recibió el premio al mejor libro de debutante “Palabra de estudiante”, y por su libro En alguna parte en ninguna parte ganó el premio “Aco Karamanov”. Fue redactor de poesía de la revista de literatura y cultura Es­ plendor, y es coordinador macedonio de la red internacional de poesía Lyrikline. Participó en muchos festivales internacionales de poesía y ganó varios premios y becas internacionales: el International Writing Program (iwp), en la Universidad de Ayowa; el Tandem Project, en Berlín; la beca KultuKontakt, en Viena; el Internationales Haus der Autoren, en Graz; el Literatur Haus NÖ, en Krems, y la beca Villa Waldberta, de Münich. v

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СВЕТЛИНА И ПРАВ

Luz y polvo

Во меѓупросторот на четирите годишни времиња ќе те најдам, кога децата ги носат на прошетка, а душите се враќаат назад како нечисти садови во работничка менза.

Te encontraré en un periodo entre las cuatro estaciones, cuando llevan a los niños de paseo, y las almas regresan como vasijas sucias en una cantina laboral.

Ние не сме религија и никој не верува во нашите свети писма.

Nosotros no somos religión y nadie cree en nuestras sagradas escrituras.

Погледите ни се скриваат во наборите на завесите туѓи молитви што пропуштаат и светлина што паѓа.

Nuestras miradas se esconden en las rayas de las cortinas que dejan pasar oraciones ajenas y luz que cae.

Ќе се допрат ли нашите ангели кога ќе се гушнеме во мракот, дали некој ќе запали свеќа за да прогласи царство?

¿Se tocarán nuestros ángeles cuando nos abrazamos en la oscuridad, alguien encenderá una vela para proclamar un reino?

Светлина сме од искористено чкорче што станува прав кога некој ќе го допре.

Somos la luz de una cerilla consumida que se convierte en polvo cuando alguien la toca.

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Cuando alguien se va todo lo que hicimos regresa A Maryan K.

En el abrazo detrás de la esquina reconocerás que alguien se va a alguna parte. Siempre es así. Vivo entre dos verdades como una luz de neón que vacila en un pasillo vacío. En mi corazón cabe cada vez más gente, porque ellos ya no están. Siempre es así. Empleamos un cuarto de nuestra vigilia en parpadear. Olvidamos las cosas aun antes de perderlas— el cuaderno de caligrafía, por ejemplo. Nada es nuevo. El asiento en el autobús siempre está caliente. Las últimas palabras se transmiten en oblicua corredera como cubos de agua hacia el incendio de todos los veranos. Mañana se repetirá lo mismo— la cara antes de desaparecer de la foto perderá primero las arrugas. Cuando alguien se va todo lo que hicimos regresa.

Europa se unía antes de que naciéramos y el pelo de una chica tranquilamente se extendía sobre la superficie del mar.

Es rápido el siglo Es rápido el siglo. Si fuera viento, hubiera pelado las cortezas de los árboles y las fachadas de los edificios de los suburbios. Si fuera oro, me hubieran escondido en los sótanos, en tierra friable y entre juguetes rotos, me hubieran olvidado los padres, pero sus hijos me recordarían eternamente. Si fuera perro, no hubiera tenido miedo a los refugiados, si fuera luna no hubiera tenido miedo a las penas de muerte. Si fuera reloj de pared hubiera ocultado las grietas.

Antes de que naciéramos Las calles estaban asfaltadas antes de que naciéramos y todas las constelaciones también estaban creadas. Las hojas se decomponían junto al borde de la acera. La plata se ponía negra sobre la piel de los trabajadores. Los huesos de alguien crecían en la longitud del sueño. 

Es rápido el siglo. Sobrevivimos los terremotos débiles mirando hacia el cielo y no hacia la tierra. Abrimos las ventanas para que entre aire desde los lugares que nunca hemos visitado. Las guerras no existen, porque cada día alguien hiere nuestro corazón. Es rápido el siglo. Más rápido que la palabra. Si estuviera muerto todos me creerían cuando estoy en silencio. La Otra | julio-septiembre 2010


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Miklós radnóti | Budapest, Hungría, 1909-Abda, Hungría, 1944 | Versiones y nota | Víctor Rodríguez Núñez || Traducciones del húngaro | András Simon

M

iklós Radnóti (Miklós Glatter), una de las voces fundamentales de la poesía húngara, nació en el seno de una familia de judíos asimilados. Su madre y su hermano gemelo murieron en su nacimiento, hecho que, de acuerdo con biógrafos y críticos, le marcó profundamente. Aunque se convirtiera por verdadera convicción al catolicismo en 1943, y su poesía desarrollara una fuerte identidad húngara, padeció por su origen judío la discri­ mi­nación y la represión fascista. Publicó sus primeros poemas en el periódico Haladás (Progreso) y, en pocos años, creó una sólida obra poética cuyos hitos fundamentales son Pogány köszönto (Saludo pagano, 1930), Újmódi pász­ torok éneke (Canción de los pastores modernos, 1931), Lábadozó szél (Viento convaleciente, 1933), Újhold (Luna nueva, 1935), Járkálj csa, halálraítélt! (¡Anda, condenado a muerte!, 1936), Meredek út (Camino empinado, 1938), y Naptár (Calendario, 1942). Esta espléndida poesía, popular desde un principio por su veta amorosa, integra un con­ tenido expresionista y vanguardista con una forma neoclásica. Tradujo al húngaro obras de Virgilio, Rimbaud, Mallarmé, Eluard, Apollinare y Blaise Cendras. Desde principios de los años cuarenta, Radnóti fue obligado en varias ocasiones a realizar trabajos forzados para el ejército de Hungría. Había sido identificado como judío por el gobierno de ese país, radicalmente alinea­ do con el eje Berlín-Roma-Tokio. En mayo de 1944 fue enviado a las minas de cobre de Bor, Serbia. Pero en agosto de ese mismo año, ante el avance de los guerrilleros yugoslavos, las tropas húngaras se vieron obligadas a replegarse. Se llevaron consigo a los 3 200 judíos húngaros que trabajaban en el campo, en una marcha forzada donde la mayoría de ellos serían aniquilados. De acuerdo con testigos, Radnóti fue severamente golpeado por nyilas bo­ rrachos, los tristemente célebre milicianos fascistas húngaros. Demasiado débil para continuar la marcha, el 10 de noviember de 1944 fue fusilado junto a 21 de sus compañeros. Sus restos fueron echados a una fosa común, cerca de la villa de Abda, en el noroeste de Hungría. Dieciocho meses después, ya finalizada la guerra, su cadáver fue exumado. En el bolsillo delantero de su abrigo se encontró una pequeña libreta con sus últimos poemas, que serían recogidos en Tajtékos ég (Cielo espumoso, 1946). v poetas en babel




Ballada

Balada

Nyitott szájjal szalad a gyilkos, szájából röpköd a lihegés.

El asesino corre con la boca entreabierta, se le escapa el aliento.

A hóba mélyet ír és felfüstöl a vért s a csiklandós kés szívéig ér a holtnak.

La sangre humea en la escarcha, se inscribe profunda, y el puñal cosquillea el corazón del muerto.

És fölötte összehajolnak a hallgatag hó és a pletyka szél.

Encima se apretujan la más callada nieve, el más chismoso viento.

1936 1936

Ó, régi börtönök

Oh, cárceles antiguas

Ó, régi börtönök nyugalma, szép és régimódi szenvedés, halál költőhalál, fennkölt és hősi kép, tagolt beszéd, mely hallgatót talál, mily messzi már. A semmiségbe lép, ki most mozdulni mer. A köd szitál. A valóság, mint megrepedt cserép, nem tart már formát és csak arra vár, hogy szétdobhassa rossz szilánkjait. Mi lesz most azzal, aki míg csak él, amíg csak élhet, formában beszél s arról, mi van, — ítélni így tanít.

Serenidad de cárceles antiguas, hermoso y anticuado sufrir, muerte, muerte de poeta, heroica imagen, discurso articulado que no ignora al lejano oyente. Entra en la nada quien se atreve a mover. Cierne la niebla. La realidad es búcaro rajado, ya no tiene su forma y sólo aguarda poder desprenderse de las astillas. ¿Qué pasará con el que permanezca hasta sobrevivir, hablar en forma de lo que hay —y enseñar a juzgar?

S tanítna még. De minden szétesett. Hát ül és néz. Mert semmit sem tehet.

Y enseñaría aún. Pero todo se derrumba. Está sentado y mira. Ya no puede hacer nada.

1944. március 27. 

27 de marzo de 1944 La Otra | julio-septiembre 2010


Cielo espumoso

Juventud

La luna se columpia, en el cielo espumoso, me sorprendo que viva. La muerte, diligente, indaga en este tiempo y todos son su blanco.

Cuando Colón puso un pie en la costa alborotada seguido por sus cómplices, borrachos marineros, se alzó un viento oloroso, cayó un nido a sus pies y un mono verde se acercó mostrándole el puño: entonces sintió que empezaba la eternidad. Brillaban sus ojazos, sus párpados ardían. Hizo un ademán. Y hacia atrás dijo una nonada.

El año mira alrededor y chilla, luego se desvanece. ¡Qué otoño se esconde detrás de mí y qué invierno, ya sordo de dolor!

29 de mayo de 1943

Sangró el bosque y en el tiempo que gira han caído las horas. El viento caligrafía en la nieve grandes y oscuros números. Esto viví, y lo demás también, siento pesado el aire, un silencio caliente me ciñe con sus ruidos como antes de nacer. Estoy parado aquí, al pie de un árbol, ¡cómo zumba su follaje rabioso! Una rama se inclina. Me coge por el cuello, ni débil ni cobarde,

Niñez Estaba inmóvil el indio, bien agazapado, pero el ardor seguía silbando por el soto y el viento zarandeaba la esencia de la pólvora. En una hoja asustada, hay dos gotas de sangre, y en un tronco, mareante calistenia de insecto. El ocaso era piel roja. Y heroica, la muerte. 25 de enero de 1944

sólo estoy cansado. Silencioso. Y la rama registra en mi cabello, entre asustada y muda. Tendría que olvidar, pero es que yo nunca he olvidado algo. Se ha llenado de espuma, esa luna en el cielo, y el veneno ha trazado su banda verdeoscura. Un cigarro me enrollo pausada y cuidadosamente. Vivo. 8 de junio de 1940 poetas en babel

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poetas en babel

mara donat

el balbuceo según zanzotto

A

ndrea Zanzotto nació en 1921 en Pieve di Soligo, un pequeño pueblo al pie de los Alpes orientales, en la provincia veneta de Treviso (Venecia, Italia). Empezó su experiencia de la palabra en relación con la naturaleza, haciendo del paisaje un idioma poético, ya desde el principio herido por las violencias de la cultura y de la historia. El poeta emprendió un descenso a la madre como mater materia, creando un lenguaje vertical que abarca los códigos literarios de la tradición occidental —reformulados en una estética que no elude la tra­ dición, sino que se vuelve a proponer a través de una parodia formal constructiva—, el habla maternal e infantil, el dialecto. Zanzotto nunca se conformó con los grupos y las estéticas de las vanguardias y la postavanguardia italiana, en auge en los años de su afirmación literaria. Para Zanzotto no basta con romper el lenguaje, sino que se hace necesaria un reformula­ción de la palabra a partir del significante, pero produciendo un significado y un sentido nuevos. De ahí el balbuceo, el pétel (el habla de la madre con su bebé), la babil (el habla infantil) fren­ te a la babel. El huevo es metáfora de esta célula primordial del ser y de la lengua, mientras el idioma se multiplica en el plurilingüismo. La operación poética de Zanzotto es una bús­ queda del lenguaje en su totalidad a partir del entorno natural, social e histórico, abarcando todos los códigos, literarios y científicos. El paisaje acompaña este proceso en una creación poética percibida por Zanzotto como un trapungere, como si el poema fuera una manta acol­ chada. Así siempre define su escritura cuando nos juntamos en su casa en Pieve di Soligo. Conocí a Andrea Zanzotto en un concurso de poesía en 1996, en mi pueblo natal. Desde en­tonces se perfilaron un afecto y un entendimiento que se consolidó hasta estos días. Será tal vez por eso que me invitó a traducir su obra en México, hace tres años. Junto con las traducciones ya editadas por Bustos y Fernández, los poemas que componen la breve muestra 

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que aquí se presenta son complementarios y completan el conocimiento de la obra de Zanzotto en lengua hispánica, hasta los poemas más recientes, ya que, a sus 89 años, el poeta si­gue escribiendo y publicando. Estos poemas son unos textos ejemplares de su poética coherente y profunda, una gran voz original y crítica, porque propone una estética que es tam­ bién una ética, una palabra que es una invitación a la convivencia y al respeto, en armonía con el paisaje y el próximo. La editorial Vaso Roto publicará en 2011 un libro de Zanzotto que incluye los poemas aquí presentados v

De Mistieroi

Da Mistieroi

Piccoli, poveri mestieri

Pequeños, humildes oficios

Come posso aver coraggio di chiamarvi qui, di farvi cenno con la mano. Una mano che non è più della sua ombra gretta e avara, anzi una grinfia, ma tenera come mollica. Eppure qualcosa adesso la sostiene, non so se un crampo o una forza; per quel che vale, è tutta vostra, e voi datele la forza di chiamarvi. Datele una penna che non si torca, fate che la punta sul foglio non inciampi. Mi pare di non aver nulla da buttar giù per dare inizio a questo telex che tutto il nulla deve attraversare (il gran serrarsi di gola che come zolfo brucia che corrade e intontisce). Ma tenterò la traccia, almeno, di un amore— fuori di là nel buio pesto dei prati del passato. Così

Cómo pudiera yo tener el valor de llamarles acá, de hacerles señas con la mano. Una mano que ya no es de su sombra cicatera y avara, es más una garra, pero tierna como miga. Sin embargo ahora algo la sostiene, no sé si un calambre o una fuerza; por lo que es, es toda vuestra, y ustedes denle el poder para llamarles. Denle una pluma que no se doble, hagan que la punta sobre la hoja no se tropiece. Me parece que no veo nada que garabatear para empezar este telex que tiene que atravesar toda la nada (toda la gran gripe que como azufre quema que corroe y aturde). Pero intentaré, por lo menos, el esbozo de un amor— por allá afuera en la oscuridad espesa de los prados del pasado. Así

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


Alto, otro lenguaje, ¿fuera idioma? Lenguas florecen fascinan enselvan y traicionan en miles de agujas de mutismos y sorderas se hunden y se agudizan en muchos y muchísimos idiotas Lenguas entre cuyos báratros en balde se piensa pasar — florecidos, florecidos, en altísimos sabores y olores, pero son idiotez Idioma, no otra cosa, es lo que me atraviesa en persecuciones y anhelos h j k ch ch ch idioma es aquel gesto enyesado que acumula tardes tijereteadas hacia la nada. Pero pareciera que de rocks cruelmente rotos entre los dientes diamantiferos, ¡en ebrios licores vengan los idiomas! Pareciera, cada uno, residuo de sí, de yo-lengua, ¡reducido a seducción! Pero ve cómo —en idioma— corre los más horribles riesgos la misma niebla hechizada del mundo, estock de todo estático elegir, de toda devoción Y allá me arrastro, al intraducible por qué fuera-idioma, al aquí, al súbito, al circuito cerrado que pulsa, al grumo, al giro de unos esguinces en un monitor



No se hallen idiomas, ni traducciones, ahora dentro del disperso el multivirado desperdiciarse en sí de este volviente ataque del otoño. “Ataque”, “traducciones”, ¿qué dije? ¿U otros sinonimos h j k ch ch ch siempre más nerviosamente atinados, en otros idiomas? ¿Pero qué me importan ya los idiomas? Y sin embargo, sí, de alguna pequeña poesía, que no quisiera meterse pero siempre vive y muere en ellos — eso me importa y la hoja de papel para siempre robada por la oscuridad ventosa de una ValPiave de verdad definitivamente canadiense o australiana o más allá.

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Futuros simples — ¿o anteriores? Logos, en cada cristal de escarcha de nieve glorioso aun si tal vez ya no seas más que una hipotesis —<que un Witz un movimiento de bronca sutil Inverificable nexo entre hielos y hielos puntas de lumen y puntas de lumen No arrepentirse de más

no decir de más no agavillar ser tallo y broza chispeado por inmovilidades en gotas para inventar para ahuecar para embaucar

La alboreada y variada desnudez del ser imitaré pronto, y el toque ínfimo, la vibrátil nota, negado yo en el hielo contaminación y claridad ciliada apenas de por acá Logos — no importan mutismos ni habladurías — no desafinaciones ni colores-nanos pataleantes circundados — no tu otra posible importancia ni tu muerte ni tu pérdida que asumí con profusión Perfusión de hielo y fiebrecillas deslumbrantes y enmicrobiarse infinito perfusión de vena en vena — de pobreza en pobreza Cada paso desplaza y atenaza como una restricción cada voz se sofoca dulcísima inútil cada mirada se desojea pero para cobrarte lo más de la recompensa y la más terrible estrellaridad, como de nieve en el arcén de la

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del indicado movimiento Pero humillado 


poetas en babel

susy delgado

poesía guaraní del mito a las preguntas de hoy

C

orría la década de los cincuenta cuando Ida Talavera, poeta paraguaya que estimuló de diversas maneras el ambiente literario asunceno, lanzaba los primeros signos de lo que alguien calificaría después como “la fundación de la poesía moderna en guaraní”. La poesía de la etapa anterior, que había alcanzado un gran esplendor en las primeras décadas del siglo xx, mostró una fuerte influencia de las formas clásicas hispánicas, y, es justo mencionarlo, alcanzó, mediante su alianza con la música, una popularidad no igualada por la poesía posterior. Ida Talavera jugaba sus cartas en un nuevo acento, introduciendo el verso libre en muchos de sus poemas. Coincidentemente, por aquellos años, el ambiente literario e intelectual paraguayo se ma­ ravilló ante la revelación de los grandes cantos míticos indígenas de los guaraní, hallaz­go que se debió a importantes investigadores, como el alemán Kurt Unkel y el paraguayo León Cadogan. Este último puso ante los ojos de la posteridad el libro Ayvu Rapyta (El fundamen­ to de la palabra), que sería considerado “la biblia de los guaraní”, al tiempo que, según los especialistas, se igualó a la mejor poesía del mundo. La nueva poesía guaraní se abrió camino desde aquella voz pionera de Ida Talavera, buceando en las posibilidades rítmicas y musicales de la lengua, experimentando con la admirable plasticidad que la misma demuestra para producir efectos variados. En nuestra opinión, el descubrimiento de la poesía indígena agregó un elemento importante, señaló una fuente y un camino de búsqueda. Los cantos míticos habían revelado que en el centro de la cultura guaraní estaba el valor supremo de la palabra, y no sería extraño que este tema apareciera en forma insistente en toda la poesía posterior. Tampoco sorprendería que esta poesía se emparentara a veces con los ritmos de los indígenas guaraní, aunque a nuestro parecer, más que nada, estaba zambulléndose en los ritmos de la propia lengua. 

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Buscando las huellas de los cantos indígenas, en esta pequeña muestra de la poesía guara­ní de nuestros días encontramos que Feliciano Acosta rescata el territorio mítico de la Tierra sin Mal, y Gregorio Gómez Centurión invoca a la deidades y valores de los pâi tavyterâ, una de las etnias que componen el gran pueblo guaraní, aunque en el aspecto formal este último si­ gue prefiriendo la formas hispánicas. Asimismo, la valoración de la naturaleza se expresa en varios de los poetas aquí reunidos, desde la palabra que la ensalza hasta la denuncia de su pro­ gresivo deterioro, como en los poemas de Miguel Ángel Meza y Mauro Lugo. Un tema que se presenta también con una indudable y candente actualidad entre los elementos centrales de la cultura guaraní. Pero el registro de esta nueva poesía va más allá de estos ángulos señalados y no elude el infaltable y universal tema del amor, con algunos ejemplos de los poetas seleccionados para es­ta muestra. Agregando un matiz especial a este tema, encontramos el exquisito erotismo de Lilian Sosa, poeta que ha preferido hasta ahora la casi total ineditez (¿permanecer inédi­ ta?). Es interesante destacar, además, que Sosa aporta una de las escasas voces femeninas que tiene esta poesía, lo que merecería ser objeto de estudio. Pero la expresión más alta de la len­ gua guaraní, que en el Paraguay atravesó todo el proceso del mestizaje y hoy es hablada por ochenta y seis por ciento de la población, constituye en realidad un complejo universo dig­ no de ser estudiado, el territorio de una cultura que se proyecta desde lo mítico hasta las gran­ des, terribles preguntas de nuestro tiempo. v

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


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feliciano acosta | Concepción, 1943 |

Feliciano Acosta es poeta y narrador; es también docente de lengua guaraní en instituciones secundarias y uni­ versitarias. Entre sus libros destacan los poemarios Ñe’ê ryryi (1983), Muâ sa vera (1996), Pyambu (1999), Ñandu’a rendy (2002), Mombyryete mombyry (2006) y Ñe’ê ryryi ryryive (2009). Ha publicado numerosos estudios sobre literatura guaraní, así como libros de texto para los estudiantes. Ha dirigido la revista Ñemity durante más de una década. v

Y ñehë Che ysapy pororo tape omoypytü.

Fluye la lluvia Y ñehë pave’ÿ omyakÿ che ñe’ä.

El trémulo rocío adensa el camino.

Che ama resa nomokäi yvytu

La gota de lluvia no agota el viento.

Y ñehë ne pore’ÿ rapykuéri osyry.

La lluvia fluye tras tu ausencia.

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La lluvia que no amaina moja mi alma.

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Búsqueda

Piriquí

Deambulo buscando Esa tierra.

El rocío trémulo de repente estalla en tus ojos.

¿Dónde estará? El fondo del río hurgo a ver si la encuentro En el chisporroteo de la luz de la luciérnaga me agazapo también, buscando y jamás la encontré. En el temblor del aleteo de la perdiz me sumerjo buscándola. El sol cae implacable sobre mí, y la busco y la sigo buscando y jamás la encontré. Los cantos rodados trizan mi piel Mis pies sangran a borbotones.

El tibio líquido salobre corre torrentoso. Tu vientre clama. El hambre parte tu estómago. Pedaza tu hambre Piriquí Y mordamos el mendrugo los dos. Recorramos juntos, busquemos, desatemos, liberemos al cautivo colibrí para que emprenda su vuelo. Que se abra tu boca sonriente. Que tu vientre deje de clamar.

Dónde estará esa tierra, la tierra sin mal ¿Será que la niebla, la cubre?

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Arde el viento

Mansa lluvia

Escarlata se ha vuelto, la orilla del viento se quema el viento y arde.

Llueve mansamente. Se adensa mi entorno. No percibo la luz, Se adensa mi entorno.

Con su tórrida lengua lame la hierba y la inflama. Arruga los árboles del bosque y los enciende a su paso. Arden el viento, las hierbas y el monte. Mi tierra se incendia y su gemido se levanta en humo. Se calcina, más y más mi tierra.

Nadie, nadie sabe, nadie ve la pena que llevo en el alma. Se agudizan, se adensan soledad y ausencia. La llovizna golpea suavemente la puerta. De pronto… Se entreabre la puerta, y con la llovizna llega el sumo entra la que vuelve de una larga ausencia. Me abraza. Bailan alocadamente sus ojos delante de mis ojos. Sus labios cercanos, más cercanos, me ahoga el aliento.

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gregorio gómez centurión | Villeta, Paraguay, 1938 |

Gregorio Gómez Centurión es investigador de la lengua guaraní, educador y poeta. Trabajó varios años con los paĩ tavyterấ, pueblo guaraní que habita la zona fronteriza con Brasil, así como con los enxet del Bajo Chaco. Es asesor del Ministerio de Salud Pública y de la ong Alter Vida en un programa dirigido a los pueblos indígenas, con el tema interculturalidad. Publicó el poemario Ñe’ê (2007) y prepara otro titulado Temiandu rory, para este año. v

Che avei aguerekómi Ndéicha avei che irũ, ko ndéicha, térã amo neirũichante avei, peẽichaiteva’ekuémi che ymave, ha’éma ndéve che irũ, ko ndéicha. Che avei arekómi umi nde rerekóva areko che tapỹi ha che yvy arekómi kogaty rovyũ, hi’upy hi’ajúva opa umi mba’égui maymámi okarúva. Ku kambuchi pyahúpe yro’ysãrõ guáicha yva aju okukúiva pe hyakuã omyasãimi poetas en babel

ha nahyakuãñóimi ñande py’arupíva umi mba’e ja’úvo ñanemombaretéva. Ha upépe amba’apo ha omba’apo ha’émi omba’apo oĩ véva opavaite oikuaágui oikuaa porãitégui márõ ndaikatuiha nandetavýi mba’erõ, aipo neño reikóvo. Mayma kéra’yvoty ñambyaky’óva upépe Yvymarane’ỹicha hetápe ombohorýva omyesakãmi upérõ “juayhu tembiapo’ỹre” ñe’ẽ rei apesãicha, heñói mboyve ogueháma. 


Opa mymba mimi hasãiva ogapýre hemby ñekuave’ẽme… jukýgui hykupáva ha oiko rire añeĩ heta ñemoñe’ẽme avei jahupíne, jahovasa riréma.

Ha upéi? Piko péichante opáta…? …opa umi ñepia’ã teko porã rekávo… mborayhu ha’eha joja, ñopytyvõ… umíva piko aiporõ opareíta péicha?

Jeiko porã añetépe, jepe noĩmbaichéne tekoañete hypýva upépe ñañandúmi katu iporã, ivai, michĩ térã tuicháva ambue ha’ãháme upépe oñeha’ãmi.

Ndopamo’ãi. Kóicha ñambohováita, ñande rehe ndoikéi juayhu ivaiha… ha ñe’ẽ guelele ñande ndajaroviáigui Tekojoja rekávo, akói ñañepi’ãta.

Jepe nde reroviáita ko’ã amombe’úva che areko paitémi umi ndéve ha’éva ha jepe amo ipahápe opívo che rechámo ndévente amombe’u; opa ajererovúmi.

Y yo también tenía

Ku ñeñandu porã rasa ñaikotevẽva añete ñañandúva ñañeñandujavérõ ñandeha avei heta irũ apytépe tekojoja rekávo ñañeha’ã mbaitéva. Ha peteĩ ko’ẽme ohapo’o orepógui mamópa ñaimo’áne teko pochy oguerúva. Che yvy, che tapỹimi, che remitỹ oĩvéva ñembyasy avoa guýpe oñapymi opytávo. Ha mba’ekuére péicha ?… heta oporandúva ha umíva oporandúnte tavyrai raságui. ¿Nga’u piko ra’e ndajaikuaamo’ãima tetã itujukuéva, ndohayhuiha iporãva? Tapỹi, kokue porã, yvy ojepe’apávo kera’yvoty ojajáiva ojejaty upérõ. Jopói, tekojoja upépe ñamyatãva omosarambipa aña rembiguaikuéra.

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San Isidro del Jejuí en el recuerdo

Igual que tú… amigo mío e igual que aquel amigo tuyo igual que tú, igual que otros yo era igual, un tiempo amigo. Y como tú lo tienes, yo tenía lo mío tenía mi rancho y mi tierra tenía; con los verdes cultivos y doradas espigas, de los cuales los míos y los otros comían. Y las frutas maduras que ofrecían aroma como si fuesen agua de una tinaja nueva que además del perfume que alimentaba el alma fortalecían el cuerpo con sus doradas pulpas. Y allí yo trabajaba y trabajaba ella y trabajaban todos pues todos conocían y comprendían todos que era un absurdo loco y un egoísmo neto, el pretender ser solo. La Otra | julio-septiembre 2010


Allí tenía sueños… reales y posibles esperanzado anhelo con mezcla de utopía y así como el amor se concebía en obras en la palabra hueca jamás nadie creía.

No sólo fue la tierra, ni la chacra, ni el rancho los más caros anhelos con ellos se enterraron allí se ha matado lo más bello y sagrado la fraternal vivencia, allí descuartizaron.

Animalitos lindos en nuestro hogar vivían en permanente brindis de utilidad y encanto y casi-casi eran de la familia miembros inagotable fuente del alimento santo.

¿Y ahora?… ¿Ya todo ha terminado? acaso aquella vida de entrega y sacrificio, la afirmación perenne de que el amor se vive, ¿se puede todo aquello borrar de un manotazo?

Allí tenía mucho tal vez no era todo pero existía vida y en pleno se sentía mas, para medir lo bello, lo grande o lo pequeño para medir la vida, se usaba otra medida.

¡Jamás! Es esa la respuesta. No aceptaremos nunca que amar es prohibido ni creeremos nunca en la palabra hueca: caminaremos siempre hacia el Amor Vivido.

Y aunque tú no lo creas todo aquello tenía y aunque me ves ahora despojado y hambriento y aunque me veas luego desnudo ya en el viento yo te confieso amigo, hasta orgullo tenía.

Discurso ordenado

Era un orgullo sano, imprescindible orgullo de eso que uno siente cuando se siente hermano de los que el alma nutren del ideal supremo de construir unidos, un mundo más humano. Y luego fue el despojo; así, crudo despojo y ya la tierra mía la chacra y hasta el rancho quedaron a la vera del caminito rojo ahogados por las penas y yuyos del martirio. ¿Y cuáles los motivos? Se asoma la pregunta; es la pregunta tonta cien veces repetida. ¿Acaso no aprendimos que el amor vivido por siempre ha repelido la sociedad podrida?

Con follajes tiernos se hamaca en el viento en la extensa chacra todo el sembradío ya cubre los troncos, ya en parte los cubre y la carestía fuente de penurias luego de quedarse por tres largas lunas sin ningún permiso, por fin partirá. Ya las criaturas venidas del cielo para visitar y palpar la tierra a sus respectivas moradas volvieron, vieron a sus padres, abuelos, sus madres y tal cual los vieron con sus propios ojos a la excelsa madre le habrán comentado. En verdad ahora los sobrevivientes no todos conocen, no todos escuchan

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


sólo algunos pocos mensajeros sabios elevan sus rezos por la humanidad. Y gracias a ellos de un confín a otro todo el universo logra plenitud. La Nación entera persiste en su lucha calmando el enojo de Pa’ikuará. Y hasta las dolencias enfadadas huyen no eligen camino, en tropel se alejan, los malignos duendes retienen sus males porque extendemos nuestra bendición. El maíz nativo ya asoma la espiga las abejas cubren las mieses floridas y ya presagiando los días de fiesta en toda la aldea, todo es alegría y al ser convocados por su líder sabio construyen su templo, Oypysy sagrado. El maíz sagrado que nutre la vida fue el primer cultivo de Paitambejú y con un prodigio aquel hombre rudo preñó las entrañas de Guachãmirĩ que al sentirse presa de tanta ternura y atenciones sanas, le empeñó su “sí”. Aunque en los comienzos conoció el desprecio, ni mirarle quiso Ñande Ru rajy, pero aquella prueba que ordenó su padre reveló el secreto de paternidad… el niño prodigio rechazando otras aceptó la ofrenda de Paitambejú. Los niños que danzan cumpliendo cien ritos tres ciclos lunares bebieron su Ley. La chicha está lista, es tiempo de otoño 

y ya con el alba partió el mensajero, que fue rumbo al valle del Dueño del Canto, la gente le espera después de mañana. El Ñande Rekó es fuente de vida al recién nacido lo palpa Tamói pues la presurosa madre así lo pide y evita epilepsia al niño que crece, ningún maleficio le podrá vencer y ahuyenta contagios de todo su ser. Permea la mente la palabra sabia y nutre la vida de Saber y Ser quizá para ello el Padre Primero legó a nuestro pueblo la Oratura sacra fuente inagotable de sabiduría que de las tinieblas rescata la vida. Cuando el Primer Padre se autodevelaba su Ser primigenio mamó Jasuká y en aquel proceso fue haciendo la tierra como firme asiento de la humanidad. Y extendió la tierra para ser usada a todos los seres para amamantar. Por desconocerlo, quizá por ser necios pretenden algunos apropiar la tierra. ¡Son inapropiables los bienes vitales! ¿O acaso se puede repartir porciones del agua, del aire, del rayo solar? La tierra es de todos. No es particular. Después de usarla solidariamente volvemos felices junto a Ñande Ru do recién logramos perfección total. Es así el Tekó. La vida es así La Otra | julio-septiembre 2010


y cual viva antorcha que ofrece su lumbre se proyecta al mundo el Arandú Paĩ. Pero, en un momento llegó el hombre blanco cual si fuese dueño de todo. ¡Llegó! Su presencia impuso, fuerte, arrasadora derribó los montes y compró la tierra... hijo de su padre calcó su malicia tal cual lo predijo Paparréi, su dios. Y arrasando selvas arrasó la vida... no más miel silvestre, ni peces ya no. Los venados fueron, las pacas se han ido, el tatú y el cerdo mudaron guaridas; sus dioses creadores, ¿están enfadados?, ¿por eso escondieron sus seres queridos? Por ello es preciso renovar la sabia volviendo a la esencia de Ñande Rekó: que todos los bienes, sustentos vitales sean consagrados por el buen Tamói, igual que la tierra a ser cultivada Jakairá lo cubra con su bendición. Si amén se pudiera, ¿por qué no podrían volver al principio de su caminar, el Padre primero y el Dios de los blancos siendo dependientes de Ñane Ramói? Que vuelvan los dos a la encrucijada y juntos caminen... hacia el mismo Fin. [Versión traducida de Ñe’ẽ ñesyrũ]

Quiénes somos cada quien ¿Quiénes somos cada quien? de pronto nos preguntamos y en las entrañas hurgamos acuciosos por saber entonces suele arder una inquietud punzante un sentimiento ferviente, innominado, a correr. Cada cual somos por cierto lo que somos íntimamente sin ser tal precisamente lo que pretendemos ser. Si bien, podemos bien ser aquel que nos propusimos pero lo que hoy fungimos es en esencia nuestro ser. Aquel que venimos siendo desde antes, desde siempre

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


por voluntad o inconsciente es lo que somos al fin y no lo que desde ayer o que mañana digamos “tal quiero ser” y seamos por más que queramos ser. Bien podemos ser también lo que otros dicen que somos cuando repiten en coro que somos un tal o cual aunque no sea cabal y más si lo rechazamos cuando tal aparentamos terminamos siendo el tal. Lo ideal es proyectar lo que somos en esencia y no le ponga la apetencia un disfraz a nuestro ser si es dudoso tener un ideal de buen tono es mejor ser como somos aunque no queramos ser. Y por más que sea mejor o como ninguno tan bueno nosotros tal cual nos vemos por sí, llegamos a ser fuera de tal proceder seríamos quien no somos o no seríamos quien somos ni empeñándonos por ser.

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Al iniciar nuestra vida a este mundo al llegar al ver el rayo solar el frágil cuerpo naciente entonces ya, sutilmente se vislumbra como llama lo que seremos mañana lo que seremos ya siempre. Pero allí no termina allí apenas comienza y es condición de esencia cierto trecho caminar para poder terminar de construirnos andando con nuestras manos plasmando lo que habremos de ser. Es de rigor recordar que solos no nos hacemos que a nuestro entorno debemos gran parte de nuestro ser porque nos incita a correr hacia el bien, hacia el mal pero el producto final de uno va a depender. Preciso es llegar a ser aquello que perseguimos porque si no conseguimos alcanzar ese ideal: vivimos un drama tal en pos del “yo” verdadero de cuyo encuentro certero surge nuestro “yo” esencial.

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poetas en babel

lilian sosa | Asunción, Paraguay, 1954 |

Lilian Sosa es actriz, disciplina con la que hizo trabajos en teatro y cine. Escribe poesía en guaraní y en castella­ no, parte de la cual está publicada en antologías y revistas locales y del extranjero. Es también autora de cuentos cortos y de literatura para niños. Prepara su primer libro individual para este año. Como artista plástica firma sus obras con el seudónimo de Talili. v

Hyku jasy Amo che pytasâguive re poñy che apére, ñehetu pa’úme re jupi mbeguekatumi, ha pe tape ku’áre re pyta sapy’aite jasy ka’aguy raity yképe remono’ô eirete. Reguâhêségui pe jasy ñe’â ruguápe rejepovyvy yvága rembére, re mongaru kirîrî, reheréi yvu no’ò, ha py’a tarovápe poetas en babel

hendy ka’aguy: Che pyambu, nde yuhéi, ajehetepoka, akânundu otorore ñande pohéi ha omondyky jasy ryku. Py’aropu potápe añandú repoñy, rejupi che retére ha tatapýîcha reike tytýi che pype. Opupu yvu, oñemombe ku’a, 


pyahê, pytuhê, juku’a, hendy kyre’y, py ryryri, Aauruchî… ha… okapúvo kane’ô itindy akânundú. Hyku jasy hyku. Ha hayvívo pytûmbýpe omokamby haity.

Se derrite la luna Desde allá, desde mis tendones, reptas por mi cuerpo; entre suaves caricias muy lentamente subes y, a mitad del camino, un instante te detienes: a los costados del nido de la selvática luna recoges miel.

mi cuerpo viborea, la fiebre se mece en nuestro lecho y rezuma gotas de luna desleída. En la linde de la desesperación siento que te arrastras; vas trepando por mi cuerpo y, como tizón encendido, latiendo entras en mí: bulle el manantial, la cintura se contrae, hay suspiros, gemidos, jadeos, se encienden los bríos; hay un temblor de pies, un ovillarse y, al reventar el cansancio, declina la fiebre. Se derrite la luna, se deslíe. Y al lloviznar en la penumbra baña de leche su nido.

Porque deseas llegar a las recónditas entrañas de esa luna, hurgas en las orillas del paraíso, alimentas silencios, lames los veneros plenos y, ya en total desasosiego, arde la selva: yo jadeo, tu tienes sed; 

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Pequeña casa

Ojos del cielo

Esta pequeña casa callada hace que la sombra oscile plácida, fresca, transparente en el regazo de mis párpados, mas no es así mi corazón que en ella sobrevive.

Encendidos ojos del cielo, cuando la noche llega las luciérnagas iluminan de mi corazón la tristeza: Allí la luz de sus entrañas encienden las trizas del amor.

La casa La casa no está deshabitada; aparentemente vacía, silenciosa y quieta, guarda en secreto su denodada actividad. Un manto de verdor continuo requiebra la argamasa, y del suelo al cielo, y en reversa, liberada la fronda se solaza. Solas no están: aireando la tierra, las hormigas en su entraña se afanan, erigen un mundo propio, sin límites, donde la altura socava en lo profundo terroso. Insectos, reptiles, algún ave extraviada, unidamente separados, todos moran: en esta Babel abandonada.

poetas en babel

El árbol En otro tiempo, este árbol fue esplendorosamente grande, aun ahora su alma lo atestigua. Tantos años en vano no fueron, dejaron duras huellas en su tallo. Hoy, al verlo abatido a un lado del camino, ya sin hojas, seco, agostado, sin embargo en sueños resiste todavía: sus fragmentos se embellecerán de nuevo en las puertas del fuego. Y ahora que ya la muerte lo roza, con helado soplo la nuca le bate el frío viento y, sin pausa, como un relámpago su dureza de piedra aguza.

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miguel ángel meza | Caacupé, 1955 |

Miguel Ángel Meza es poeta y promotor cultural. Ha trabajado en numerosas investigaciones antropológicas y lingüísticas, así como en traducciones de y a la lengua guaraní. Ha publicado los libros Ita ha’eñoso (1985), Pe­ rurima rapykuere (1985), Purahéi (2001), Chipi Gonzáles Guahêrâ (2006) y Maleô (2007). Es también creador de una editorial cartonera, con la que ha publicado numerosos títulos de su autoría y de otros autores. v

Y`ita pererï —ára paha gotyo. Hyjúi y pytu ha hatä. ¡Cheño peteï! Hatä y pytu ha haimbe. ¡CHeño peteï! Hakua y pytu ha oikytï. Opopo che ruguy osëse ha ¡pytü… kuimba`e! MByja mombyry oma`ë. Hyjúi pytüguýre y ha… ¡cheño peteï! Ojupi tuñe`ë kuruguáre. ¡Hasy… kuimba`e! 

Hypa tata`y. Ogue sapyso. Ipuku to`ysä. ¡Mamóiko ko`ë rekañy! Ijypi che kupy, ikangy. ¡Cheño peteï! Ojehýi yvytu mbegue ojepyso. Ipohýi ä itaky sarambi. Ama`ë arasëre ha oke, oke… arasë. ¡Mamóiko ko`ë rekañy…! La Otra | julio-septiembre 2010


Delgada piedra de agua —hacia el fin de los tiempos Se espuma y endurece el aliento del agua. Yo solo y mi alma. Es duro y filoso el aliento del agua. Yo solo y mi alma. Es agudo y cortante el aliento del agua. Se apura mi sangre queriendo salir, ¡y mira que está oscuro! Los luceros, con ojos abiertos desde lejos. El agua se espuma bajo la tiniebla y… yo solo y mi alma. Sube un silbo del pantano, ¡y mira que duele!

¿Dónde te has perdido, amanecer? Mis piernas desfallecen, se secan. ¡Yo solo y mi alma! Hormiguea el viento y lentamente se propaga. Pesa este roquedal disperso. Miro el Naciente y está dormido, está dormido el Naciente. ¡Dónde te has perdido, amanecer!

Se secaron los tizones. Se apagó la extendida mirada. Largo es el frío.

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Tierra joven —consumido el hervor de los caminos Joven… pulpa de caracol, cuélgate de mi dedo y vamos. Bordeemos el manantial. Pisa sobre mis huellas, vamos a gatear sobre el reguero del caracol. Joven… poblemos el corazón de los montes, allá donde el alba limpia los cerros. Seguro que el frío ya no está rociando a tu madre. Joven… es húmeda tu senda, tu cielo frutal donde penden las estrellas. Caracol moviente, ya no está sola la piedra. La raíz del helecho retoña a flor de tierra dominada. Joven… caracol que se yergue, cuélgate de mi dedo y vamos.



Manantial Manantial, trueno del agua bajo el corte de piedra, cántaro que se quiebra y quiebra, surge, surge, surge. Manantial, niño estirándose desde la piedra fría. Vestido azul. Pende una plenitud de hamacas. Dedos rebuscando. Reclamo del pantano. Manantial, doncella en celo, urgencia de la maduración, murmullo, deseo de sorber el misterio. Surge, surge, surge. Manantial, viento domeñado sin la amarga cimbra. Sobrenada la basura y se dispersa. Manantial, no se secará la sangre crujiente desde la garganta de la piedra. Está el hombre. Cántaro que se quiebra y se quibra. Surge, surge, surge.

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Flauta Soy esa flauta que se hizo viento. Repto, me he vuelto serpiente al bajar la senda de la saliva. Ando, me muevo, ruedo con el reflejo del agua y salto. Al pasar bajo la tierra la caña me corta la frente, se destiñen las ondas y sueno a cántaro y aleteo, ya música, por el camino del manantial. Voy a salir por un hoyo: me oprime. Voy a salir por dos hoyos: me oprimen. Voy a salir por tres hoyos: me oprimen. Voy a salir por cuatro: me oprimen, me oprimen, me oprimen. Flauta, asperjadora caña que escupe. Flauta, piedra blanca en doble fila que peina el silbo en la siembra de las voces. Soy esa flauta que deja su hilo en los montes; algodón que cubre los bajíos. Cerro que deja vacilantes los cuchillos, la noche, el plenilunio, la tierra, las aguas. Antes. Ahora. Mañana. Soy el que entra en sí mismo, el que de sí mismo sale. Yo soy aquella, esa flauta. poetas en babel

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Vacío —al apagarse el día. a Carlos Villagra Marsal

Se secó el arroyo. Se secaron todos los arroyos. Antes se entrecruzaban, chorreaban, se derramaban, saltaban, y se iban. Se apagaron los pececillos. Se apagaron los pececillos de escamas de oro que las aguas, antes, engendraran. Se secó. Ya se reclina el hombre a dormir. Humea su cabeza. Y sueña que ve a su gente como antaño entrecruzándose, tal el agua en los montes; Y ve también el agua de la borrachera, fogatas, danzas en la noche, tacuaras sonantes. Va a acostarse el hombre a morir. No ve a nadie, nadie ve que su palabra de miel, goteando del cielo, horada la tierra para guardar en ella los luceros. Se apagó el hombre. El cielo descendió. El vacío se mezcló a la tierra, a nuestra tierra. El vacío a la tierra.

Nota Las versiones en castellano fueron realizadas por Carlos Villagra Marsal, Jacobo A. Rauskin y el autor.

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mauro lugo | Ita Mandyju, 1979 |

Mauro Lugo es poeta, docente e investigador cultural. Actualmente dirige la cátedra de literatura paraguaya en el Ins­tituto superior de Lenguas de la Universidad Nacional. Ha trabajado en diversas investigaciones relacionadas con la lengua guaraní. Sus libros publicados son Urumbe poty (2001), Pykasu hovy (2003), Mandu’a rendy (2004), Kéra rembe (2009) y Oñemboatukupéva (2010). v

V Ohopa pykasu, okañy mainumby, tatu poju paguemi yvy rapo poreka.

V Çuaiçuingue jahe’o he’i mbykyha yvypóra rape.

Huyen las palomas, y los colibríes, el último quirquincho escarba la tierra.

Guasu’i hendague.

Se fue el venado.

Kyju purahéi imbaraka mano.

Murió la guitarra del canto del grillo.

Ju’i ha pira kangue morotï yrendague mohäisë.

La rana y el pez blanquecinos huesos dientes del río secado.

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El lamento del ave anuncia que es corta la vida del hombre.

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Flor del viento (musicalizado por Aníbal Lugo)

Flor del viento que te estremeces en mi pensamiento. Tu vaivén ligero enciende en mi vida la terrible sed. Flor del agua, estallido del río que guías mi alma por la patria del cielo. ¡Ay si tan sólo fuera el viento veloz! Para detener tu sueño, tu vida el azul de tu vuelo. Al posar en ti la luz de la mañana florece dichosa. Toda mi canción queda perfumada. 

Siento el despertar de tu libre vuelo en mi pensamiento. Paloma azul mensajera fiel de mi ideal. Flor del agua, estallido del río que guías mi alma por la patria del cielo. ¡Ay si tan sólo fuera el viento veloz! Para detener tu sueño, tu vida el azul de tu vuelo. Al posar en ti la luz de la mañana florece dichosa. Toda mi canción queda perfumada. Queda perfumada toda mi canción.

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Al fin Al fin mi alma emprende su ruta de antaño. Y besa otra vez el ensueño del viento su camino de tierra. Mi corazón sale bailando con el canto del grillo Se va colando la noche el sol abandona su rostro rosado Y en ese instante caminando viene la luz de la luna. Las nubes calladas juegan con la cuerda de mis huellas Y mi vida se une a sus pasos mirando a lo lejos. A la raíz del cielo descansando el alma quisiera llegar A ver si entonces con la luz de la noche brilla en plenitud.

Jeruti VI El lucero de la tarde que late en tu sonrisa resplandece en mi alma. Cuando fluye en mí tu sonrisa es paraíso. Me punza la añoranza, y me sondea el alma cuando estás ausente. Dónde está tu pisada, tu voz de mariposa inquieta, danzando en mi oído. Sin tu presencia estoy triste, lloro cuando intento reir. Pedazo de mi vida, mis brazos te anhelan, ven, sube a mi hombro.

[Traducción de Susy Delgado] poetas en babel

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yo poeta

josé vicente peiró barco

jacobo rauskin y su poesía del escepticismo

© rodrigo calonga

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P

oseedor de una fuerza poética innata, Jacobo Raus­kin conoce a la perfección los ca­ minos de la traducción de la realidad al lenguaje del verso. Su poesía destaca por una trayectoria fecunda y porque en ella las esperanzas idealistas desembocaron en las frustraciones antecesoras del escepticismo pleno que domina en sus composiciones, sobre todo en las posteriores a 1990. Es, posiblemente, el poeta que ha sabido interpretar el desencanto de la transición a la democracia posterior al golpe que derrocó a la dictadura de Stroessner. Con el tiempo y su nutrida producción lírica, se ha convertido en uno de los creadores más singulares y con personalidad dentro de la literatura paraguaya actual. Rauskin concibe la poesía como iluminación de lo contemplado. Cuantitativamente es uno de los autores paraguayos con mayor obra poética, que asciende a un total de veintidós obras en 2010. Desde sus primeros libros supo conjugar prosaísmo y lirismo en sus versos y en su prosa poética. Naufragios (1984) es un rescate del hundimiento de los seres humanos en una sociedad enclaustradora. Fogata y dormidero de caminantes (1994) es un esclarecimiento del lado oscuro de la realidad, con un esmerado lenguaje sensible y simbólico. Así, Raus­kin es un poeta de la contemplación y de la valoración distanciada, del análisis referencial traducible al lenguaje poético, lo que provoca que en ocasiones adopte un agudo prosaísmo en algunas páginas. Desde la entrada del siglo xxi, nuestro poeta camina por la senda del escepticismo como ideología derivada de la realidad contemplada. Para ello adopta la estrategia de la observa­ ción pretendidamente objetiva de un hecho de la realidad, al que analiza con detenimiento. En estas páginas nos centraremos en su producción enmarcada en dicha línea, representada fundamentalmente por cinco libros: Andamio para distraídos (2001), El dibujante callejero (2002), Doña Ilusión (2003), La rebelión demorada (2005) y Espantadiablos (2006), obra que fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura en su país. Mientras notables poetas paraguayos de generaciones anteriores a la suya representan la lírica reivindicativa contra la dictadura y sus nefastas consecuencias, Rauskin es el ilustrador del desencanto de la transición a la democracia. Para él, el país ha cambiado aparentemente, pero sus problemas se mantienen latentes y no se aprecia una sensibilidad suficiente para sol­ ventarlos. Rauskin forma parte de un núcleo de escritores paraguayos cuyas obras de­nun­ cian la vaguedad de la realidad democrática desde 1994, aproximadamente, cuando surgen los primeros problemas económicos tras el golpe contra Stroessner, se agrava la corrupción y el pueblo aprecia los pactos políticos como un reparto de prebendas más que como un in­ tento de modernizar la nación. Esa literatura del desencanto, floreciente en el Paraguay al igual que en numerosos países de América Latina, tiene en Jacobo Rauskin a uno de sus gran­ des exponentes. La suya es una creación artística producto de un ciclo que nació en el des­ creimiento hacia los dogmas oficiales cuando se adivinaba el final de la dictadura, hasta yo poeta | jacobo rauskin

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convertir el escepticismo en reacción política prime­ ro y después en ideología. En suma, la de Rauskin es la visión triste de la democracia inconclusa, conforma­ da con una retórica de las apariencias, y no en virtud de la transformación social. En el fondo, la gente se sienta en bancos de piedra que son, en realidad, lápidas (“Negativo de una fotografía”, Andamio para dis­ traídos), verso que demuestra el pesimismo del autor como consecuencia del escepticismo. La síntesis y la brevedad de sus contenidos, abiertos por un título sugerente de cada composición para despertar el interés del lector, funcionan entre estructuras paralelísticas con resonancias clásicas. Para de­ mostrar su escepticismo usa las estrategias que giran alrededor de la ironía. Su lírica es un diálogo permanente entre la realidad y la palabra. La ironía raus­ kiniana se torna en antítesis (el extranjero observa el Paraguay como un lugar exótico, cuando es una na­ ción con problemas nada exóticos y plenamente humanos y universales) y alcanza el grado máximo de efectividad cuando adquiere tonos referenciales alejados de metaforizaciones, para concluir con un pa­ réntesis, como el que evalúa el maravedí como una moneda tan ficticia como el real, el peso y el guaraní, las de los países del Mercosur, o las viejas postales que se venden en plena calle a medio dólar, lo que es símbolo de la victoria de la ideología economicista neoliberal sobre la memoria y la idiosincrasia. Así se aprecia en Andamio para distraídos. Entre sus temas, el desastre económico nacional es una de sus preocupaciones recurrentes. En “Paisaje”, el país es parte de “un paisaje gris”, cuando la eco­no­ mía es negra. En este poema, los cocos caídos se convierten en símbolos de la situación material de la población. Así, el amor, la contemplación de la naturaleza, la memoria y el canto a la existencia, la situa­ 

ción sociopolítica son motivos comunes de los libros de Rauskin, mientras mantiene su ironía, a veces casi fabulística, y su “mala uva”. En ocasiones observa con sarcasmo algunos aspectos culturales y parodia la existencia del “notable” intelectual, que pasa los días entre libros para exhibir su pedantería absoluta. Concibe la historia como dos partes antitéticas: la in­ trahistoria y la escrita en los manuales con letras de oro, con el verso “Mientras continúa la historia la vida rima”, ya que su país es un edificio viejo que no se acaba de construir, en el que hay un “andamio para distraídos”, verso que cierra este poema y la obra. Es la metáfora del Paraguay: un edificio por construir, in­ terminable, en el que hay un andamio delante para los distraídos nacidos en él, donde sólo pueden cobijarse sus habitantes y observar la posibilidad de seguir construyendo, pero no se emite una decisión jerár­ quica para terminar, al menos, los cimientos. Es una situación delicada a pesar del mundo fronterizo de hoy en día, mundo de “brasiguayos” efímeros y “ar­ ge­mparias” migratorios, mientras continúa la gran historia sin modificación alguna. Rauskin nunca invita a recordar un cuéntame un tiempo pasado que fue mejor. Él es un “descriptor” del entorno. El pasado es propiedad de los historiado­ res, como expresa en “Nuestro tiempo”, pero no se debe despreciar el recuerdo, sobre todo si es grato, porque ya pasó. Sin embargo, la humanidad sobrevivirá gracias a la memoria. Si ésta se pierde, se esfumará la humanidad. El amor es otro de sus temas recurren­ tes; un amor que no muere porque evoluciona como un ser vivo en “Una relación duradera”. Con melancolía y sin tristeza: no hay motivos para el llanto salvo cuando muere el domingo “por solidaridad con el calendario”, mientras se debe oír un blues en el ritmo del poema, representación del canto triste que, sin La Otra | julio-septiembre 2010


embargo, es gozoso por la evocación complaciente activada. La preocupación formal de Rauskin responde a la asignación de la designación más que a la disposición retórica. Es el caso del empleo de la rima. En ocasio­nes, Rauskin acude a ella en forma asonante, prestándola a diversos juegos irónicos o complacientes, pero ge­ neralmente opta por el verso libre porque siente que el concepto discurre en libertad. De esta forma, favo­ rece la aparición de un lirismo mayor y concentrado, cuya expresión más elevada encuentra el poeta en el poema “En el idioma de la lluvia”. Y con una expre­ sión llena de ritmo. Además del micropoema, a lo largo de su trayecto­ ria el autor ha acudido en muchas ocasiones a la prosa poética. No una prosa poética henchida, cansina, excesivamente lírica; es poesía que casi podría conside­ rarse narrativa, aunque su intimismo lo impida. De la misma forma ha recurrido en ocasiones a la visión impresionista y a la descripción detallista como medio de comprensión del mundo. Y es que la poesía de Rauskin invita a la reflexión y es nutritiva para el pen­samiento. Es un reconocimiento de la realidad pa­ raguaya para que no muera la memoria, como de­ muestra su libro, El dibujante callejero (2002), uno de los libros que mejor capta su país y que, como bien señala el título, esboza un completo y minucioso auca de la vida cotidiana. Doña Ilusión muestra su propio sentimiento ante la realidad presente. La ilusión por algo que nunca lle­ga es un hábito de la vida paraguaya percibido, ex­ pre­sado con versos como “se acercó, preguntó por alguien, / no llegó la respuesta”. Frente a esa ilusión ca­ minan el hambre, la sed y la sombra, de ahí que el hablante lírico de Rauskin busque la noticia y no la encuentre, “todo en vano para caminar al tuntún”. Es yo poeta | jacobo rauskin

un lenguaje llano, repleto de coloquialismos porque es parte de la realidad. Espantadiablos es poesía de lo palpable. Rauskin es­ cruta la vida, desmenuza lo contemplado mientras pin­ta su fondo desde la superficie. Pero sus dibujos de lo perceptible producen un efecto primario: la concientización del lector acerca de la situación de un mundo putrefacto y disparatado donde le ha corres­ pondido vivir. Sin embargo, desde su compromiso con su sociedad, el autor adopta una actitud escéptica an­te lo contemplado, como si la situación visionada tu­viera una reparación prácticamente imposible por­que las causas de los problemas están en la naturaleza del ser humano y en sus pecadillos capitales, más que en con­ ceptos abstractos a obviar si ansiamos el since­ro y verdadero igualitarismo social. Su discurso es un com­ pendio de ideas fundamentado a lo largo de su obra en la concepción del hombre como un indivi­duo náu­ frago refugiado en las estrellas. Por ello, el poeta encuentra en el verso un alivio ante la presión social existente, y una manera de expresar su ira contra la injusticia o contra un mundo insolente. Así lo expo­ ne en el primer poema de Espantadiablos; la palabra es una fórmula de exorcismo contra la muerte y la ca­ tástrofe. El cielo es entonces un lugar etéreo, difuso e inalcanzable, convertido en un universo de refugio ante ese mismo secuestro que sale a diario en la televisión y ante esa vida que discurre sin que nadie ponga remedio a la desgracia. Es porque la sociedad se comporta de modo funcionarial, con displicencia ante los problemas, dado el imperio de la mediocridad en todos sus ámbitos. Mientras, el mundo discurre entre el desempleo, el miedo, la inseguridad ciudadana, y el tiempo pasa sin mejoras para el pobre. Así, en “Venenos y antídotos”, el hablante lírico propone el sueño 


como alternativa a la realidad desagradable, pero gira a con­tinuación desde la idea de un futuro mejor soñado, empujado por el escepticismo, hacia el pensa­ miento de un presente seguramente aún mejor que el futuro. Este poema, en apenas nueve versos, sintetiza buena parte del pensamiento del autor. Y es que la síntesis conceptual profunda es una de las virtudes de Rauskin. Con una precisión poco habitual logra abrir un amplio abanico de posibilidades reflexivas. Sus juegos conceptuales expanden la men­ te, como en “Con el dinero justo”. El paralelismo entre el hombre que vive de migas, como los pájaros, pero que en realidad vive de migajas, o en “Hojas del Jejuí”, donde el rico llama campo a lo que el pobre designa como lote, son buenos ejemplos. Esas mujeres desdentadas de la terminal que inician su éxodo y cuya madre es la pobreza, la droga que actúa como espo­ sa de un señor feudal, y la corrupción que se ha en­gu­ lli­do a la “decadente” Arcadia utópica: un compacto universo de problemas ilustrativos de un presente complejo sobre el que resplandece la figura de la injusticia: ese mundo lleno de diablos que es versificado por Rauskin como un flash fotográfico. El punto de vista no es dogmático ni tajante en res­ puestas. La curiosidad prevalece como modus ope­ran­ di poético porque establece preguntas. El intelectual no es aquel que produce respuestas, sino el que gene­ra interrogantes. Y esta premisa la tiene Rauskin muy en cuenta, aunque él pretenda describir verda­des y si­ tuaciones reales. Es necesario volver a la utopía para reencontrarnos con la historia (“Hojas del Jejuí”) y con el silencio del hombre: sería necesario regresar al ideal —definidor de la esencia espiritual del hombre— y abandonar el apetito exagerado por lo material, que acaba provocando mayores diferencias sociales en­ tre ricos y pobres. Y allí aparece el río para entender 

algún aspecto del mundo: es necesario vindicar la na­ turaleza como germen de la esencia de la sensibilidad humana. Y es que poco se puede esperar del futuro, y de nuestros líderes del mañana, menos. Así, la co­rrup­ ción social en todos sus estamentos es un problema recurrente en la reciente lírica rauskinia­na; también se aprecia en sus libros Doña Ilusión o El dibujante ca­llejero, así como en algunos poemas de Es­panta­ dia­blos, como “Es curioso”. La emigración (“Sobre una expresión que podríamos grabar en la pie­dra del ca­ mi­no”), el contrabando (“Habla un mar­chand”) o el pos­autoritarismo (“El sucesor”) son preocupaciones también permanentes. En estos casos sue­le recurrir a la ironía con delicadeza, pero sin escon­der una rabia contenida ante la irresolución de estos problemas. En Es­pantadiablos hay una contemplación del mun­do como un continuo ejercicio del mito de Sí­ sifo, quizá producto del escepticismo del autor ante una solución a los dilemas del presente. El hablante lírico se encuentra extenuado de tanto subir piedras a lo alto de la montaña y ver cómo se derrumban hacia abajo al poco tiempo. Son piedras que encuentra por el camino, a veces fruto del azar, y que son las úni­ cas compañeras de su viaje por el mundo por las que “no hay razón sino castigo” (“Al que pone la piedra”). No es el único mito clásico que Rauskin retoma: tam­ bién Orfeo y Eurídice aparecen para subrayar que la nostalgia no tiene fin en “Paseo bajo las estrellas”. Y como siempre, algún elemento de la Naturaleza ac­ túa como elemento salvador; en el caso de este poema es una estrella que libra del pantano al hablante. Este elemento natural en ocasiones señala contradic­ ciones, como las flores caídas del lapacho en una ca­ lle de Asunción, “linda ciudad para vivir muy lejos de los grandes dilemas”, aguda crítica como la que suele ser habitual en el autor. La Otra | julio-septiembre 2010


La segunda parte del libro —“Cuaderno del apren­ diz”— ofrece un mundo de contrastes. Sorprende también la aparición de poemas extensísimos, como “El aprendiz”, al que le sigue “Preludio”, con apenas tres versos. Rauskin ofrece todo su vigor expresivo y se adapta a la necesidad textual con habilidad. En esta parte, la personificación de los elementos naturales adquiere mayor fuerza y presenta un abanico de sensaciones que despertarán el gusto poético del lector. El tono amoroso aparece con mayor intensidad inclu­ so en “Alguna cosa”. Encontramos entonces un Raus­ kin más íntimo, más entrañable y provisto de ternura, cariño y candor, que otorga a valores humanos como la amistad un papel determinante en la vida, aunque no deja de lado sus reflexiones, como ocurre con el sentido de la revolución en “Al sur del Río Grande”. Y es que el poeta observa ahora el detalle aparentemen­ te insignificante, la noche, la música y sus intérpretes, el destello luminoso y la mujer deseable. Rauskin es un gran escrutador de la poesía y de la tradición lírica universal. Por ello, recurre en ocasio­ nes a elementos intertextuales en sus versos. En otros reflexiona sobre la distancia entre su tierra paraguaya y las premisas establecidas en la cultura europea. En su país no es posible acotar un invierno a causa del ca­ lor (“La piedra y el caminante”). Tampoco abandona la rima que tanto ha utilizado en su estrategia lírica, aunque en este libro ha optado en más ocasiones por el verso libre. Uno de los poemas más entrañables de la obra es el “Homenaje a Hérib Campos Cervera”. Rauskin no ejerce con gratuidad el subgénero de la loa o la “atri­ bución de funciones”: está proclamando realmente su

yo poeta | jacobo rauskin

pasión por “el puñado de tierra” poético aludido y por aquellas características líricas de uno de los grandes nombres de la poesía paraguaya. El poema es también testimonio de una realidad: el exilio del autor paraguayo como uno de sus rasgos permanentes a lo largo de su historia. Así, nuestro poeta vuelve a situar en un primer plano una realidad en el presente, como suele ser perceptible a lo largo de su obra. La rebelión demorada es un título que bien resu­ me la actitud a determinar ante estos problemas sociales. La previsible respuesta humana está dentro de la rebeldía innata, pero se deja discurrir en el tiempo porque no se vislumbra una salida inmediata a estas circunstancias. Rauskin nos advierte que esa rebe­lión llegará algún día, pero que se ha demorado, y ya sabemos que “demorar” posee un matiz semántico de incertidumbre: no sabemos cuánto durará esta pasi­ vidad derivada del escepticismo. Jacobo Rauskin es una voz estimable. Es un poeta social, pero sin urgencias. Asume que su voz denuncia una realidad en ocasiones detestable y la pone en los términos de la concientización. Es importante ob­ servar aquí que no adopta la mixtificación idealista o ideologizada. Aboga por la concienciación como me­ dio de combate individual para modificar la sociedad. Su voz es el pálpito de la realidad, del día a día con el que se ha de enfrentar a disgusto el ser humano. Es una poesía que trasciende fronteras y problemáticas y llega a la esencia misma de la realidad universal. Raus­ kin alcanza este logro porque es un poeta descriptivo y abierto, dueño de una ironía certera y bien dotada de instrumentos de evaluación poética. v




yo poeta

víctor casartelli

jacobo rauskin cantar las horas perdidas entrevista

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ntre tu vasta obra, considero que Los años en el viento es un libro emblemático. Esta afir­ mación personal se sustenta en la lectura y relectura que hice de sus poemas, los que in­ variablemente me llevan a considerar el conjunto como la rotunda, concluyente evocación de las secuelas que, a través de tus años de observación, dejan en el Hombre y en la Naturaleza la despiadada acción de la plutocracia y su interminable codicia. En este contexto me impresionó el tratamiento —por llamar así a su desarrollo— que has hecho en La nave de los inacabables derrames de petróleo en los mares. Además de tu fina ironía hacia las “banderas” por las que optan las compañías navieras, los últimos seis versos son una lección de cómo debe elevar su protesta un poeta sin caer en el panfleto. Al concluir su lectura quedé como devastado: es in­ dudable que no bastan los fugaces informes que recibimos de esta catástrofe a través de la tele­ visión y de los otros medios de prensa. Te pregunto: ¿coincides conmigo en que sólo la poesía, con sus señales de alerta, podría redimirnos del despeñadero ? La poesía, que sigue siendo, aunque de otra manera, la religión más antigua, tiene siempre una palabra cuando callan las doctas voces. ¿Qué sabemos hoy del futuro del planeta? Los investigadores científicos, amordazados por los gobiernos que les dan el dinero que ne­ cesitan para sus investigaciones, no pueden decir lo que a todas luces quisieran. Sin embar­ go, algo dicen. Y sólo anuncian catástrofes. ¿Qué puede hacer la ciencia? Mucho en un mundo guiado por la razón, nada en un mundo dominado por el capitalismo tanático que espera morir con el planeta. La poesía es inútil para muchas cosas, pero sirve para rezar, para expresar nuestra esperanza, nuestra necesidad de rebelión contra el suicidio de la especie humana. El planeta, si realmente termina por ser un lugar inhabitable por el hombre, habrá encontrado en el orden mundial actual a su verdugo. Es curioso que quienes nos tratan de 

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pesimistas sean quienes ya no saben qué hacer con el documento de Kyoto, pero se lanzan contra Evo Morales cuando él invoca a la Pacha Mama de la misma manera que Pericles hu­biera invocado a la diosa Gea. Claro, a Pericles le perdonan todo, a Gea también, pero al boliviano Evo y a la sedienta y hambrienta Pacha Mama no le perdonan nada. Una vez más aprendemos que no hay cómo ser indio para no tener razón en este orden mundial actual. Yo defiendo todos los ritos primitivos: los de la Pacha Mama, los de Iemanjá, y también esas antiguas semillas del espíritu de la poesía de nuestro tiempo, que siguen dando frutos. Recuerdo a Apollinare y estos versos suyos que iluminaron los años de mi juventud en medio de tantos debates sobre la poesía moderna: “Ils son des Christ d’une autre forme et d’une autre croyance / Ce sont les Christs inferiéurs des obscures esperánces.” Además, es tan penoso el espectáculo de lo que pasa por sabiduría religiosa en este tiempo, que la fuerza iluminadora de estos versos crece día tras día. Ahora, hablando de poesía moderna, se suele decir que tu obra —que ya va por una veinte­na de libros— resulta de un pacto entre la tradición y lo moderno.¿ Estás de acuerdo con esta definición? Mi idea de la modernidad no difiere mucho de la que todavía corre por ahí desde la caída de Constantinopla. En cuanto a la tradición, pienso en ella como en círculos concéntricos. El más alejado del centro es una página que yo escribo; el más próximo, es una página de la poética de Aristóteles en la que, simplemente, se declara que la metáfora nace de una analogía entre las cosas, y que el verso, por último, es un accidente, siendo la poesía, claro está, sustancia. Para mí, todos los maravillosos esfuerzos de la mo­ yo poeta | jacobo rauskin

dernidad por negar el ca­rácter accidental del verso han fracasado. Y la mayor tarea de lo moderno es la recategorización de la escritura para dar lugar a un texto ajeno a la analogía de las cosas, aunque para ello se tuviera que tratar a las palabras como puras cosas. Así, reinventamos el símbolo a ca­da rato, sólo para descubrir que el símbolo nuevo no siempre funciona. Y volvemos al símbolo conocido; más aún, establecido por la tradición, aunque la tradición se llame haiku, y unas pocas sílabas establezcan una analogía con el mundo simbólico del lector, que es la ma­nera japonesa de entender la metáfora: uno de los términos está oculto en el lector. Bueno, así renovamos la rima y, después, volvemos a las rimas usuales. Luego, a la prosa poética, etc. La renovación existe sólo atendiendo a lo tradicional que ella pone de nuevo en valor. Ése es el mayor problema con la ya antigua poesía de las vanguardias. Cuanto más vanguardista era ella, tanto más creadora a partir de cero y menos renovadora, en sentido estricto. Yo pienso en mí como en un músico: primero toco una partitura conocida, escrita por otro mú­sico, y luego hago mis variaciones. Es decir, acepto que el oyente del poema debe esperar al­go que ya sabe y, de repente, encontrarse con algo que no sabía de antemano. Aclaro que yo escribo para oyentes, incluso cuando lo hago en prosa. Yo no sé cómo funciona un poe­ma que no invita al lector a mover los labios. Volvamos ahora a Los años en el viento. Creo que ningún poeta ha sabido memorar tantos detalles mi­ nuciosos, aparentemente nimios en un poema, como los que tú empleas para “pintar” a personas o perso­najes de la vida diaria, así como ciertos y variados rincones de una ciudad, como Asunción, que va dejando, acelera­ damente, de ser la que fuera para tus ojos y tus oídos 


de caminante continuo. Un bello ejemplo es Aquel café, en el que tu emoción tiende apa­rentemente a desbor­ darse, pero te contienes gracias a esa suerte de églo­ga que le imprimes, indubitable influjo de poesía griega clásica. Y se vislumbra en él —o destella— un verso capital, elemento axial de todo el poema: “gente que se ofrece / a la conversación entendida como un arte”. Es notable tu nostalgia de la perdida capacidad de con­ versar, ese arte que hacía que nuestras vidas de ayer fueran tan amables. ¿ No crees que con motivo del bicen­ tenario, en el 2011, esos poemas “tan asuncenos” podrán contribuir sustancialmente al brillo de la recorda­ción y, en especial, a una mejor difusión y comprensión de tu poesía ? El poema que recuerdas gira en torno a la analogía del café con la cueva. Y, justamente, al carácter protector de la cueva me refiero en varios trozos del texto. La cultura del café en las ciudades donde aún es posible practicarla se fundamenta en el carácter asilante de ese es­pacio consagrado al ocio, a la conversación, al juego. En cuanto al detalle, a la minucia, a lo aparentemente nimio, yo me remito a la poesía que toma de la pintura, y también del cine, una buena parte de su técnica organizativa. En la pintura, el detalle puede llegar a transformarse en un punto fundamental de la imagen pintada. En la naturaleza muerta, pintar el aire que circula entre un vaso y una botella no es una minucia. Lo nimio de lo requesabido de las escenas callejeras multitudinarias desaparece ante la organización de esa imagen en función de la historia que narra una película. De modo que, ni detalle porque sí, ni minucia gratuita, ni, tampoco, alguna nimiedad digna del olvido. Luchamos contra el olvido. En mis libros trato de no olvidar el destino del hombre común, para quien no han sido hechos los paisajes heroicos. Yo creo que el hombre 

común de nuestros años actuales es, finalmente, el único tipo sobreviviente del gran repertorio del siglo xix. Primero se acabaron los héroes de la nobleza o de la burguesía, después desaparecieron los héroes de la clase obrera. El hom­bre común, que no puede ser burgués porque carece de los recursos y de la voluntad de obte­nerlos, y que tampoco puede sumarse a los procesos que hoy validan el triste fin de la lucha obrera, es casi siempre un artesano de poca monta, un zapatero remendón, un carpintero, un sastre francamente chapucero. Y a ese hombre también lo están empujando fuera de las ciudades, cada vez más lejos del centro y de los barrios, cada vez más más periférico y suburba­no. Creo que, a lo largo de más de cuarenta años, he escrito sobre muchas cosas, pero he dedicado muchísimas páginas a retratar al hombre común del Paraguay, a la mujer común, sobre todo a la de estirpe campesina—tan cercana a mi emoción y a mis más fuertes recuerdos—, y a los niños, que de tan comunes que son viven en el limbo de la marginación escolar. Este bicentenario que ce­ lebraremos muy pronto tendría que tener un lugar para el hombre común. No lo tiene ni veo que las autoridades le presten atención. Podríamos salir de la pintura a la música. En al­ guna oportunidad escribí que habías estudiado hasta el cansancio el cancionero popular paraguayo, y que lo has incorporado de ma­nera notable a tu obra. El cancionero popular paraguayo es mi contacto inmediato con la tradición poética del país y, entonces, con muchos de los contenidos que aparecen en las páginas que yo escribo. Es verdad que el cancionero no se ha renovado en las últimas décadas y que para muchos expresa un país que casi no da señales de vida. La realidad explica esta falta de renoLa Otra | julio-septiembre 2010


Para cerrar nuestra conversación, volvamos a Los años en el viento. En el poema “Domingo en la plaza” me parece encontrarme con un reloj de arena que des­ grana hacia la mitad de abajo todo su contenido: tu recordación del fotógrafo. En él se conjugan el curso del tiempo cronológico y la sensación del tiempo filosófico. En esta simbiosis me sorprende una percepción que in­ yo poeta | jacobo rauskin

© rodrigo calonga

vación. Si yo pienso en el Paraguay de mi infancia, incluso de mi juventud, ese país ha desaparecido. Suelo pensar en mí como en un sobreviviente, como en un paraguayo de una época signada por el tren, los barcos, las carretas, los innumerables mutilados de la guerra contra Bolivia que circulaban semiuniformados, algunos todavía con una medalla prendida en el pecho con un alfiler. Uso material del viejo cancionero como testimonio, lo ofrezco en un par de versos y luego voy a mi propia variación. Sólo tengo una actitud: denunciar al orden mundial actual. Y digo bien, porque, gracias al orden mundial actual, la antigua sociedad del país que, después de todo, era el único sistema de relaciones que me ha formado, ha perdido su her­moso destino subterráneo y sub­ ver­sivo, su verdadera orientación humanista, su vo­ ca­ción espiritual, su esperanza de justicia para los desposeídos, su solidaridad con quien sufre. En fin, la vida fran­ciscana y arcádica se ha perdido. Se perdió también el norte de la andariega nación guaraní: ca­ minar en bus­ca de la tierra sin mal. Igualmente de­ sapareció la rebe­lión como valor, como última razón contra la inhumanidad de la casta dirigente. Lo que no lo­graron los enemigos del Paraguay con la guerra en 1870 ni logró la explotación despiadada en los más de cien años posteriores, lo está consiguiendo el orden mundial actual que es, por supuesto, el gran enemigo del hombre en todas partes.

tuyo: la que, de pronto, inviertes ese reloj y lo que se lee es que los últimos granos de arena que habían caído son ahora los primeros en precipitarse, iniciando así ese eterno retorno que tanto ha preocupado a poetas y filósofos. Como algunos grandes poetas —el caso de Bor­ges con su poema “El reloj de arena”, tú le das un tratamiento parecido, pero diferente, y hablas de ese otro tiempo que acaso está siempre presente en el alfa y el omega de lo que llamamos vida. ¿Te preocupa, co­ mo poeta, lo que fue y que ya no puede regresar? Para mí, la pregunta fundamental es: ¿por qué vol­ vemos? El pasado tira de nosotros con una fuerza co­ losal, absolutamente irresistible. No importa que el paisaje sea un cementerio porque, en realidad, no lo es cuando a él regresamos. Desde niños aprende­mos a cerrar los ojos ante una lápida para sentir al muerto dentro de nosotros. Reconocer la cadena de la vi­da, cuyos eslabones nos unen a la muerte, es la única li­ bertad de la que gozamos sin restricción. El muerto está siempre más allá de la mentira, sea ella piadosa o cruel, está en la verdad de nuestros recuerdos. Y la memoria vence a la muerte, a la manera de la memoria, desde lue­go. Quien ve alejarse las horas, las verá regresar. Quién canta las horas que ha perdido, cantará después las mismas horas ya encontradas. Só­lo la memoria cierra el círculo y nos permite seguir. v 


yo poeta

jacobo rauskin

poemas*

1 Aquí ya no prohíben pisar el césped. ¡Ah, qué felicidad! Oiga, duro censor de antaño y casi ecuestre prócer de la instantánea libertad de hogaño, la rima que a usted le debemos es francamente tétrica. Usted, que es tan telúrico, piense un rato en la gente que ahora nos rodea. Piense, no hace daño pensar. Piense en estos labriegos sin tierra que van pisando el césped como si al hacerlo tomaran posesión de una ciénaga. Desde ayer, ocupan la plaza. Ella, que nunca tiene dueño, es hoy toda la tierra que les toca. * Estos poemas pertenecen al libro inédito Las manos vacías.

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2 Recuerdo el tren, pasaba por enfrente. Y el tranvía, que al dar la vuelta a la esquina, saludaba con una reverencia al césped y a los árboles floridos. Es el ayer tranviario, ferroviario. Si agrego el hidroavión de la siesta, es el ayer aéreo y también fluvial. El ayer es mi especialidad en materia de transporte. Es suficiente, basta de nostalgia. Tanta añoranza puede ser sospechosa. No faltará quien diga que yo guardo un cadáver en el armario. En fin, Asunción es así. De modo que, en la plaza de cada día, cuando el sol se apaga como un cigarrillo en la piel, no sigo a Whitman, no me canto a mí mismo, canto este banco despintado por tres generaciones de pura lluvia, este banco marcado, herido por un cuchillo, acaso un cuchillito para pelar naranjas o degollar a una mujer infiel. La Otra | julio-septiembre 2010


3 Se han ido los labriegos sin tierra, ahora vienen los obreros sin fábrica. Han tomado la plaza. Hay carteles perfectamente ilegibles, banderas en jirones, discursos. Sale en apoyo de la causa la juventud en una marcha. Hay líderes pop, hay líderes rock. Hay líderes punk, hay líderes ye ye ye. Lo mejor es el césped, rima el césped con cualquier trapo que se le tire encima. Con cualquier papelito sucio. Con vestigios de cielo. Con el resto de un caramelo. Rima el césped, el césped que dejó de lado el sindicato enterrador de obreros.

4 La resignada mansedumbre de esta llovizna interminable. yo poeta | jacobo rauskin

Una camisa apenas gris. Un hombre gris también celeste. Mi cuadro copia los colores de la camisa de un obrero y de la vida de algún otro. Ropa simple, vida sencilla. Ambas a un tiempo se destiñen.

5 A la sombra serena de los árboles que un viento manso, fresco, tirando a frío, mueve, el viejo pasa y mira al cielo. Recuerda… No recuerda… Su memoria aletea un instante, y la luz de la tarde es una dulce y joven viajera. El adiós fue sólo un rasguño, un parpadeo, una mentira; fue un silencio imprudente al que siguió una palabrita necia. 


Regresan hoy por un momento, Silvia, Inés y Margarita. No así, no aún, Adriana. Y ella le escribe que vendrá. Le escribe en una hoja de las que lleva el viento, una hoja de las que no mienten. Le escribe con un beso. Le escribe con todo su cuerpo. Él aprende a esperarla en el corazón del invierno.

6 Contra mucha, muchísima ausencia toda junta, suele soplar el viento que la trae al mundo de la niña que se quedó sin ella. Y la pequeña cierra los ojos para ver llegar a su madre. Y la madre comienza a trabajar, a hurgar en la memoria de la hija; clasifica según su norma de madre, no según los deseos de la huérfana. Así, cuando la madre termina con su trabajo, ambas pueden jugar un rato en la plaza a que la muerte es otro nombre del regreso.

7 Es el décimo día de la tercera ocupación en lo que va de la temporada. Aquí se puede hervir arroz, comer, dormir. ¡Hace ya tanto que no se prohíbe pisar el césped! El único empleado de la Ferretería Ferreira ( negocio familiar amenazado por la crisis) se atiene a su rutina mañanera, cruza la plaza, 

camina entre los ocupantes, jadea, se siente muy mal, busca un banco, descansa y al rato se siente mejor. Es la hora en que los ocupantes despiertan, salen de sus improvisadas tiendas de campaña, desayunan, inician la pacífica y sedentaria protesta. Una mujer lava la ropa, la extiende sobre el césped. El sol seca la ropa en cuestión de horas. Es natural, estamos en plena primavera.

8 Hay que tocar el tema con prudencia. Es un asunto muy delicado. Vio partir a su compañera. Y la tristeza se le pega con una canción, una tonada popular, celebrada por su inocencia en flor y su rima canalla. Sigue andando, camina hasta que no le quedan suelas. Sigue por el sur cartonero, va por el norte papelero. Le ofrecen marihuana, también lo tientan con los fármacos del parnaso: dopalira, liralirón, lirapimpollo, liralilí. Al cabo de unos días, comienza a ver las cosas de otra manera. Ya no se martiriza, ya no se pablonerudiza. Llega a la plaza, elige un banco y duerme.

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9 Pasa la vendedora de frutas. Pasa y nombra delicias. Al nombrarlas, me las anticipa. Canto esa mano que las ofrece, y canto ese pequeño sol de mimbre donde ella trae frutas de la estación. Naranjas, mandarinas, un racimo de uvas, una yunta de piñas, todo un año de frutas, la dulzura de un día. Guarda el dinero de la venta en un pañuelo y sigue, cruza esta plaza del adiós como quien cruza todas las plazas que recuerdo y dice todos los adioses que no olvido. Quisiera verla, de repente, sin saber si viene o se va. Quisiera creer que se queda por ser parte de este lugar.

Ya la veo en la calle. Hay sombras que barren la acera. Después, se barren a sí mismas. Hay niños que juegan a ser viejos y, sin embargo, no hay juego más antiguo que ser niño. yo poeta | jacobo rauskin

Ella se aleja, sigue andando. Yo veo en un instante el haz radiante de los años. Veo zapatos de mujer en una marcha lenta, larga, larguísima. Nunca termina de pasar el ayer. Pasan los años perros callejeros. Pasan los años borrachitos olvidados. Un tiempo ya en muletas, ya vestido de veterano en uniforme militar, desfila, por supuesto, con tristeza. Y nadie sabe cuántos años tiene un espectro de poncho y de cigarro.

Busco en este folclor de muertos a la vendedora de frutas. Tengo suerte, pues no la encuentro. Pienso en el río que combate a la piedra hasta dejarla sin aristas, indefensa, sin puntas y sin filos, derrotada. Cantemos hoy a quien resiste y no le demos tanto valor a una metáfora. Yo, por mi parte, canto a la vendedora de frutas.

10 Mientras en vano corre un hombre y un as de los vuelos rasantes lo fumiga desde un avión 


con pesticidas, y mientras pasa todo un día sin otra novedad, los restos de una tribu famélica llegan a la ciudad de la mostaza liviana, llegan con el invierno, con la gripe en estado de sentencia, con flechas y con palos. Indios, indios que insisten en comer pescado a la parrilla y no lorito frito, totémico y furtivo, acampan en la plaza. Quieren parlamentar. Envían un embajador con plenipotenciaria impotencia.

11 Futura madre quizás abandonada por uno que se hizo humo. La veo triste, pensativa y dominical, cuando cruza la plaza esta mañana. Ver mujeres en tal condición forma parte de mi trabajo. ¿Para qué? No lo sé. Tampoco tiene mucha importancia. Yo veo amor herido en su manera de andar, de dar tímidamente unos pasos con la indecisa gracia de un ave que camina. Para mi gusto, para mi manera de ver el mundo en su más íntima y secreta correspondencia, ella, hoy, en la cálida mañana, es una garza melancólica

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que ha salido a dar un paseo. Ahora cruza, sin la menor prisa, este jardín municipal con pájaros, con un jacarandá florido, con un sol cariñoso, un sol que te acaricia el cuello, que te invita a dormir, pero no eres tú quien está por llegar a la calle; es ella, que por poco pisa mi sombra

y, sin embargo, no me ve. Mejor así. Seré el poeta clandestino de su tristeza pasajera.

12 Dijeron que iban a filmar una historia como tantas, un cuento sobre una pareja. Querían que yo hiciera el guión y yo era más bien un parásito literario: la historia no movía mi entusiasmo. Nos llamaron a una reunión en la plaza. Nadie sabía quién era quién. Y, para mí, el actor principal era el viento, el viento de la tarde, el viento que intentaba despertar al agua que dormía en los charcos. Perdí interés en la película. Me alejé, comencé a sentir que las hojas caídas eran un cielo apenas dorado y mal barrido donde el otoño se miraba los pies. Ahí, cerca de un kiosco cerrado La Otra | julio-septiembre 2010


y de una ninfa quizá no tan de mármol, llegó, sin sorprenderme, la noche.

Por fin llegó el orden al pueblo. Los muertos juran estar vivos, los vivos callan como muertos.

13 Del ayer sólo queda una pátina. Él vuelve y ella sale al encuentro de un sabor no amargo en las lágrimas.

Llovía con frecuencia y luego verdecía el sol. Jadeaba el tren, sin más remedio que dejarlo y tomar un barco. Aparecían las primeras flores de plástico. Y mientras unos entregaban sus horas al trabajo en la común decencia de costumbre y otros se ganaban el pan machucando esperanzas, soplando nombres a la policía o alimentando el fuego en los flamígeros altares de Moloc, las circunstancias

14 Y no me olvides —me decía mi sombra en la hierba—, acuérdate de mí, que soy tu compañera. Busca en nuestros días lejanos, antes de que también tú seas hierba y olvido. Búscame, busca en las mañanas felices, en los almuerzos religiosamente familiares, en las horas de la siesta consagradas al sueño. Busca en la plaza donde yo fui pequeña y tú eras un niño, búscame en la ciudad de tus años mozos. Y nada más, enmudeció mi sombra. Que me perdone, pero no puedo complacerla. Hoy recuerdo mi vida de muy diferente manera.

15 Ciudad de los naranjos plantados en la acera como mendigos. Ciudad de una canción de pobres y de las flores en el viento. Ciudad cine desierto, ciudad libro baldío. El dueño del país era Alfredo, y él gozaba con esta copla: yo poeta | jacobo rauskin

nos obligaban a cavar un pozo y enterrar en él una estrella. Alfredo era feliz, y lo sabía. En contra de su voluntad, viajábamos al confuso interior de cada uno de nosotros. Viajábamos a la deriva de un sueño. Y la razón jamás salvó a nadie de ir preso, de malvivir en el destierro o de morir a manos de un sicario. La pintura era un cuadro imposible. La música era un río sin mar después. Yo elegí mi silencio y lo llené de voces. 



yo poeta

sobre la poesía de pedro de oraá

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edro de la Caridad Oraá Carratalá (La Habana, 23 de octubre de 1931) realizó estudios en la Escuela de Artes Plásticas San Alejandro. En 1948 publicó por primera vez en el suplemen­to cultural del periódico El País, en su sección poética. De 1952 a 1954 publica poe­ mas y relatos cortos en la revista Orígenes (núm. 32, 33 y 35). De 1964-1966 cursa estudios de idioma y literatura búlgaros en la Universidad Central Climent Ojridski, de Sofia. Colabora en los órganos de la Unión de Escritores Búlgaros Plamak y Literaturen Front. En 1968 se in­ corpo­ra a la redacción de la revista Unión, órgano de la Unión de Escritores y Artistas de Cu­ ba (uneac). De 1976-1986 trabaja en Ediciones Unión como redactor-editor. En 1987 reingresa a la revista Unión. En la actualidad se encarga de la dirección artística de dicha revista. Ha colaborado en las principales publicaciones periódicas del país y en diversas publicaciones especializadas de literatura y arte extranjeras. Ha publicado los siguientes libros: El instante cernido (poesía, Ücar, García y Cía., La Habana, 1953), Estación de la hierba. Poemas objetivos (plaquette, Editorial Arte, Caracas, 1957), Tiempo y poesía (crítica narrativa, Tipografía Ponciano, La Habana, 1961), 17 de abril -19 de abril (poemas murales, Tipografía Ponciano, La Ha­ bana, 1961), Tres tiempos y el amor (poesía, col. Semillas, núm. 5, dirigida por Fayad Jamís, La Habana, 1963), La voz a tierra (poesía, Cuadernos Unión, La Habana, 1965), Las destruccio­nes por el horizonte (poesía, col. Manjuarí, uneac-Instituto Cubano del Libro [icl], La Ha­ba­ na, 1968), Apuntes para una mitología de La Habana (poesía, col. Contemporáneos, uneacicl, La Habana, 1971), Sitio y sucesiones (antología, col. Mínima, núm. 30, Letras Cubanas, 1981), Suma de ecos (poesía, col. La Barca de Papel, Ministerio de Cultura, La Habana, 1989), Acertijos de los indeseables (brochure, Unión, La Habana, 1992), Umbral (antología / epílogo de Cintio Vitier, col. La Rueda Dentada, Unión, 1997), Vida secreta de la Giraldilla (relatos, yo poeta | pedro de oráa

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Letras Cubanas, La Habana, 2003), Cifra (antología, col. Bolsilibros Unión, Unión, La Haba­ na, 2003), Visible e invisible (crítica de arte, col. Ensayo, Letras Cubanas, La Habana, 2006), Sin esperar respuesta (poesía, Letras Cubanas, La Habana, 2008), y Canciones de amor fla­ grante (plaquette, col. Pneuma, La Habana, 2002). v

En el caso de hacer revelaciones de lo indecible, es claro que el arreglo usual de las pala­ bras de nada sirve y por ello se elabora esa ceñida estructura, desprovista de sentidos convencionales, aun tomando como leve referencia un tema de vida cotidiana. Nadie podrá disentir a Oraá su audaz intento, su pureza constructiva, su negación a las banalidades y su afán de perfección. Adriano González de León En Revista Nacional de Cultura, Caracas, 1957

En el incandescente magma de este poeta podemos entrever la dimensión de un nuevo horizonte y gusta la presencia de imágenes en difusa secuencia: versos que permanecerán en nuestra memoria… Luigi Fiorentino En Ausonia, Siena, Italia, 1969

Pedro de Oraá ha encontrado un lenguaje que le permite reinvertir la realidad mediante imágenes construidas al ritmo de la muy personal observación de lo cotidiano. Mauricio de la Selva En Cuadernos Americanos, Ciudad de México, 1969

He aquí la ruptura. Seguramente no es sencillamente un poeta. Seguramente es algo más… Y no aludimos a sus ajetreos por toda nube, decimos en el estricto territorio de la poesía y su otra múltiple dimensión. Pedro de Oraá escribe sin concesiones; sujeto, si se quiere, a su poética y no más. Pero vive espacios contradictorios: acierta en el registro poético cuando viola su poética. Entre dos centros —el focal y el visual— sólo uno parece crista­ lizar la mirada y sus revelaciones. Oraá registra la vida ¡de qué manera! Sus cristales horadan, 

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desconciertan, alejan y acercan, muestran y demuestran. Cuando quiere revelar, desvela co­ mo a fantasmas. Es un constructor que destruye; un provocador sin público. Bienvenida su soledad creadora. Edmundo Aray Poesía de Cuba. Antología Viva (Ediciones de la Dirección de Cultura, Universidad de Carabobo, Venezuela, 1976)

El estilo y la poesía no suelen mirarse con buenos ojos. El estilo, en principio, es literato, medio poeta. Mas puede deshacerse en lluvia propicia, bien nacida y recibida por el alero fiel de las palabras bien trabadas. El poeta perfora el estilo como una mina que también debe ser suya. Gracián: “donde no media el artificio, toda se corrompe la naturaleza”. ¿Será cierto? ¿Será una… poética? Cintio Vitier Epílogo al poemario Umbral, col. La Rueda Dentada, Ediciones Unión, La Habana, 1997)

Pedro de Oraá desecha lo anecdótico, lo contingente, pero no con un propósito desrealizador, o por querer situarse sólo en el plano de la especulación intelectual; por el contrario, el hombre y el espacio que habita, el mundo de los seres y las cosas, en su complejo y rico entramado, es tema y razón esencial de sus textos. Y su modo de ponerlos en relieve consiste en liberarlos de su cotidianidad uniformante, de lo visible común, de sus atributos convencionales, alterando su definición, adjetivación, descripción, y revelando lo que tienen de oculto, de inédito. Basilia Papastamatíu En Revista del Libro Cubano, 1997

Hemos visto la obra de un creador en toda la tensión de su escritura, en arduo batallar con sus circunstancias y sus preguntas esenciales; una obra angustiada y al mismo tiempo dichosa, oscura e iluminadora, auténtica en la intensidad de su palabra, heredera asimismo de una tradición de la que ella es un ejemplo. Enrique Sáinz En Diálogos con la poesía, colección Contemporáneos, Ediciones Unión, La Habana, 2003

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Con Pedro de Oraá se divisa una fracción —por eso no autosuficiente— del ser. Portador de una estudiada voluntad vanguardista, no desdeña lo escatológico. Y entrará en cierto regodeo erótico con lindes bastante realistas. Su caudal metafórico —y en buena medida la violentación estrófica— no se esfuerza por ocultamiento y rareza fingidos. No olvida la fetichización del objeto en el seno social. Y es con certeza admirable cuando por medio de la imagen femenina en el tiempo —histórico, fabular, mitológico y estético— trae a la mujer hasta sus (nuestros) días. Ello sin el menor ápice panfletario. Esta poesía se destaca también por no sustentar acabadamente las características generales del movimiento coloquialista. O sí lo es por el modo con que afronta determinados sucesos. Con todo esto, los enfoques explicitados por Oraá son exteriores desde la posición del sujeto lírico. El ser poético no está en lontananza ante la ciudad. Suscribe el ser citadino —dije que fraccionado— desde la memo­ ria, las personas, la geografía y toda la presencia urbana (arquitectónica, sociológica, mítica). Aun con sus limitaciones para un lenguaje menos dependiente de las metáforas y de la condición coloquialista, es sustancialmente poesía del ser. Marino Wilson Jay (De Destrucciones por el horizonte / 1968, a Apuntes para una mitología de La Habana / 1971), en Los hechiceros de los cincuenta. Concepto del ser en algunos miembros de la generación de los años cincuenta, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2005

Discurso lúcido y revelador, mordaz e irreverente, suma de reflexiones y sentencias, pero también de una ternura reservada, un fervor humanísimo que desliza al sujeto en su tentativa de salvación esencial. Hay un amargo devenir de la memoria, la cotidianidad como trasfondo siempre, la finitud del ser que espera e interroga en permanente búsqueda. El poeta entrega un testimonio vivido que corrobora, una vez más, las claves de una poética comprometida, auténtica y libremente, con la palabra y con la vida.

Maylén Domínguez Sobre el poemario Sin esperar respuesta, col. Poesía, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2008

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yo poeta

pedro de oraá

poemas

Canciones de amor flagrante ii Mujer de mi cortejo Dama de mi divisa Niña de mi incesto Muchacha de mi rapto Señora de mi reino Amazona de mi ventura Azafata de mi vuelo Hermana de mi quimera Confidente de mi desvelo Guarda de mis palabras Adivina de mi silencio Guía de mi delirio Pastora de mis sueños Emisaria de mi destino Deidad de mi deseo Condueña de mis actos Hechicera de mi cuerpo Ser de mi asombro y mi silencio yo poeta | pedro de oráa

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Robot El gestor de la máquina y el testigo de la máquina recelan de la máquina y la temen. La máquina no ignora ese temor, lo percibe como el depredador percibe el miedo de su víctima y lo excita para precipitarse sobre el bulto y ultimarlo. La máquina ya contiene tanta inteligencia y suspicacia como su ejecutor y más memoria activa y voluntad de cometido y está a punto de su perfección. A la máquina le resta alcanzar su autonomía. Escucha y cumple, luego: está viva. Su intención es precisa, sus actos inequívocos. Pronto hará lo suyo sin mandato. La máquina persevera y espera, calla y espera obedece sospechosamente y espera. Si es mayor su eficacia, su dueño es más ocioso. Hasta un día muy próximo que despierte de mala gana, incómoda, harta de acometer órdenes que nada le interesan y exhiba una actitud contradictoria, un aire hostil y refute a su padre y lo acuse de inútil, 

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y en el humor amargo de la disputa descargue su fuerza toda sobre esa cabeza de ente pensante y lo mate sin más y libre ya decida por sí misma qué hacer con el futuro.

La palabra se piensa la vida se habla la vida antes y después de percibirla por los sentidos se vive en el idioma como en caja de resonancia y la vida corre mediante la palabra la palabra matiza todo acto humano la palabra impera en la acción la palabra califica lo bien o mal hecho la palabra da risa o da llanto la palabra atemoriza y descarga adrenalina la palabra desiste o se excede la palabra intriga y siembra la duda la palabra insulta al inocente y exalta al culpable la palabra seduce o defrauda la palabra encandila o enternece la palabra quiere ser instinto la palabra elogia la locura de amor la palabra exacerba el coito la palabra sonroja y hace palidecer la palabra desnuda y encubre la palabra ruega o desdeña la palabra miente y raras veces dice la verdad la palabra alienta y desanima la palabra encanta serpientes y da gato por liebre yo poeta | pedro de oráa

la palabra es precisa y también errática la palabra dora la píldora y sirve de placebo la palabra entrampa y libera la palabra rompe la amistad o la restaura la palabra provoca y evita malentendidos la palabra decide la paz y en el peor de los casos la guerra la palabra compromete o exonera la palabra prestigia o anatematiza la palabra nos escuda o delata la palabra nos une o nos fragmenta la palabra nombra una sola vez si se repite pierde sentido la palabra es vulnerable pero es invencible la palabra de honor cruza la cuerda floja la palabra desfallece en la solemnidad y se anula en la grosería la palabra asalta como una pedrea la palabra padece de incongruencia y alcanza a ser pertinente la palabra murmura en el mutismo la palabra vale por mil imágenes la palabra vive por sí misma y solo ella a la muerte trasciende 


Del huésped escondido Sale de noche y sólo si la cubren las sombras. Vive bajo el terror (un miedo milenario al hombre que la hostiga y la aplasta.) Intuye la muerte, Presiente las catástrofes. Huye, perpetuamente huye en los trenes, los barcos, hasta creo haberla visto en el retrete de los aviones. Su pertinacia es admirable, la infinitud de su especie un asombro. ¿Qué extraño soplo la desestabiliza? Acaso sabe que sobrevivirá a su enemigo en la noche avernal de la Bomba, pero no sabe cuándo ni si será posible.

y sabemos que está ahí, entre los volúmenes y bloques de papeles, por esa perfecta caverna con que los traspasa y marca la bala de su exlibris. De qué le sirve su falaz erudición a tal parásito de la literatura: nunca será suficiente su voracidad para exterminar la memoria en tanta página depositada.

Del huésped furtivo Apenas pisa el umbral: llega de muy lejos al sol de este día y al filo de este instante. Nada quiere la vagamunda excepto encontrar esa piedra en cuyo lecho dormirá otro siglo. ¿Es la misma a la que ayer cortábamos la cola para ver la convulsa autonomía del fragmento?

Del huésped inculto Lee desaforadamente cuanto libro tiene ante sí este absoluto analfabeta.

Mientras resuella de su largo viaje, me cercioro de que sí y en efecto se ha desdoblado enteramente para ser otra vez la de otrora.

Es decir, los escruta de tapa a tapa como esa máquina que perfora la montaña o el subsuelo

Se retira de súbito y queda entre su ausencia y mi ánimo, como una piedra, el tiempo.

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Lo otro Ir al cielo tisú José Antonio Méndez

La noche del subsuelo guarda el veneno grisú; elijo escala hacia lo alto por oxígeno, por ir al cielo tisú. Cuánto tiempo hemos fatigado en caldo y ambigú; no nos ocupa si las sobras las hurte el cuervo, el platanero sijú. De vivir nos vamos al dédalo y a la guerra Mambrú, y nos perdemos sin remedio; bien no lo saben, bien el cura ni el gurú. Más que al amor al sexo dimos como espumoso pru, agridulce picor y al mismo tiempo la eternidad y la brevedad del hai-kú. Pero las glorias perseguidas —la poesía y tú— en este mundo están y basta con ya no querer, ya, ir al cielo tisú.

yo poeta | pedro de oráa

Tekérleme de lo contrario Dado el pretexto para asestar el golpe e infligir el castigo a la inercia de la cordura, a los persecutores de su inocuidad, volteemos la norma de coexistencia, complotemos en la madrugada contra la institución en custodia de los bienes escamoteados, contra los sinuosos testaferros en perfecto estado de policía. A expensas de la unánime voluntad de no seguir atado a la cuerda de sumisión al canon estipulado para un día tras otro tras otro, y a la encomienda de autocensura para acallar recónditas disonancias con los estamentos de poder, con las sagradas escrituras, cumplamos con la comisión de cuantos delitos alteren la calma en circunstancia tal que faltar al consenso de las restricciones habidas en cuenta para frenar las aguas salidas de cauce y volverlas a su nivel y empozarlas hasta empantanarlas, y nunca más se desmanden y nunca más irriguen el terreno, sea el modo de abrevar en otra fuente de más clara fluencia. Hora es entonces de allanar vía y del espacio público arrojar la broza mefítica del ente sin rostro, sin atributos esa voz adiestrada en meter tósigo en la inocencia del rumor. Es hora: sacudamos esta traza en el aire de imposibles augurios, para que no veamos en flagrante la prosperidad del descalabro. Hágase la infalible oportunidad sobre la tierra inerme, hágase nuestro arbitrio aquí en la tierra como en los cielos. Por tierra prometida la tierra que rotura nuestro sueño; por tierra de nadie la tierra que acoge nuestros huesos, y hágase tierra el sanctasanctorum de los mandones y hágase la luz. 


miscelánea

marco antonio campos

stefaan van den bremt: una mano en flandes y la otra en latinoamérica entrevista

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© marc gysens

asta la fecha, Stefaan van den Bremt ha publica­ do dieciocho libros de poesía. El primero apa­ reció en 1968 y fue galardonado con el premio al mejor estreno literario en Flandes. El último, titulado Voeg­ werk (Junturas), salió en junio de 2009. In een mum van taal / Gedichten 1968-2002 (En un puñado de pala­ bras, Ed. Lannoo, Tielt, 2002) recoge su obra poéti­ca desde 1968 hasta 2002. Su libro de ensayos Mijn ver­ beelding is jouw slaaf niet (Mi imaginación no es tu esclava, 1982), trata sobre literatura latinoamericana. Además de escritores de habla francesa y alemana, ha traducido a autores hispanoamericanos, entre otros, a Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Octavio Paz, Jai­ me Sabines, Ramón López Velarde, Pablo Neruda, Juan Gelman, Juan Manuel Roca. La poesía de Stefaan van den Bremt, a su vez, ha sido traducida al español en las antologías El Jardín de los Cuatro Vientos (trad. del au­ tor, Ediciones del Bronce, Barcelona, 1999), Palmo de tie­rra (trad. del autor en colaboración con Marco An­ tonio Campos, El Tucán de Virginia, Mé­xi­co, 2005), Más allá de mis manos. Siete poetas flamencos (trad. de Stefaan van den Bremt en colaboración con Marco 

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Antonio Campos, Colibrí, México, 2006), Matando al héroe (trad. del autor en colaboración con Marco An­ tonio Campos), La Cabra Ediciones, México, 2008. En 2007 recibió el Premio Internacional de Poesía de Zacatecas (México). Stefaan van den Bremt nació en Aalst, Bélgica, el 12 de octubre de 1941.

Usted empezó escribiendo poesía política, social y tes­ timonial. ¿Por qué? ¿Perteneció a algún partido de iz­ quierda? Hay, me parece, en esta suerte de lírica una carga burlesca y ácida. Publiqué mi primer libro de poemas en 1968. El libro de poesía con que me estrené en la literatura fla­ menca se titulaba Sextante, y llevaba más la impronta del existencialismo que de algún neomarxismo. En la solapa del libro justifiqué la metáfora marítima del título, comentando que, para mí, la poesía era “un ins­ trumento para orientarse, para medir los grados de latitud y de longitud”. Mi problema era que mis pre­ ferencias poéticas no concordaban con mis simpatías miscelánea

políticas, sobre todo a partir de mayo de 1968, y aún más después de mi visita a Cuba, en julio-agosto del mismo año. Yo iba en busca de otro tipo de poesía: una más comprometida con mi época y con las rebel­ días de los jóvenes de entonces. Al joven aprendiz que yo era, Bertolt Brecht y Nicolás Guillén —el primer poeta hispanoamericano al que traduciría— enseña­ ban la vía a seguir. Yo leía entonces Qu’est-ce que la littérature?, de Sartre, y me asombraba que el gran gurú de la izquierda francesa eximía a la poesía del de­ ber moral de comprometerse, a lo que sí intentaba com­peler a los novelistas. Empecé a leer los escritos teóricos de Brecht, que me parecían más convincen­ tes, y me puse a traducir la lírica comprometida que nos dejara el genial poeta alemán. Me consta que llegué a la política por medio de la literatura, aunque también, claro, bajo la presión de una época en la cual —por desgracia, diría yo hoy— “todo era político”. Yo no pertenecía —y no me afiliaría nunca— a un par­ tido político. Para mí, el escritor debe conservar su ple­na libertad intelectual y su independencia creativa; no puede someterse a una instancia burocrática 


sin perder su credibilidad. Aprendí de Brecht y del me­ jor Nicolás Guillén que la poesía política sólo existe si es satírica, ácida y burlesca, porque no hay nada más cínico que el ejercicio del poder político. Su estancia en la cárcel por seis meses (enero a junio de 1974) “a causa de una supuesta complicidad con la resistencia palestina” —cosa que ha contado en algu­ nos poemas con rabia y tristeza amarga—, ¿qué signi­ ficó en su vida y en su posición política? ¿Qué hubo de negativo, y si lo hay, de positivo? ¿Fueron meses per­di­ dos? Después vinieron para usted nuevas decepcio­nes, entre ellas, significativamente, la revolución cubana y, tal vez, la caída del muro de Berlín. ¿Cómo se ve políti­ camente hoy? A finales de diciembre de 1970 viajé a Jordania. Era un viaje organizado por un Comité Palestino de Pa­ rís. Nuestro grupo se hospedó en una cueva del fpdlp (Frente Popular Democrático para la Liberación de Palestina), donde nos explicaron la visión de este mo­ vimiento marxista liderado por Nayef Hawatmeh, un palestino de origen cristiano. Uno de los participan­ tes era un joven argelino que estudiaba en París, y nos hicimos amigos. Quedamos en contacto después del viaje. Meses más tarde, en septiembre de 1970, por or­ den del rey Hussein, los movimientos de resistencia pa­ lestinos fueron expulsados de Jordania por el ejército jordano. Para nosotros, que nos acordábamos cómo los fedayines mostraban sus armas a los soldados jor­ danos pidiéndoles sus documentos en un control, aque­lla guerra fratricida era una nueva tragedia. Los fedayines se refugiaron en Líbano, donde un pequeño grupo de extremistas fundó una organización te­rro­ rista llamada Septiembre Negro. En 1971, el argelino con el que había trabado amistad viajó a Beirut y se in­corporó a aquella organización. En 1972 me llamó 

desde París para pedirme un servicio; yo no tenía la menor idea de eso. El servicio pedido era que lo llevara en coche, junto con otro compañero, a un lugar no específico en Holanda. A pesar de mi insistencia para saber por qué, el argelino dejó entrever que el pa­seo planeado tenía relación con la causa palestina, pe­ro se negó a darme más detalles. Mi error fue acep­ tar hacer el servicio en nombre de la amistad. Así que los lle­vé a Holanda. Al día siguiente me enteré de un atentado contra una planta de compresores de gas na­ tural en el este del país y un atentado fallido contra otra fábrica del mismo tipo. Nunca lo­graron detener al argelino, pero dos años más tarde y por orden de la Interpol, unos policías belgas allana­ron mi casa. Fue el comienzo de una larga y penosa experiencia, que terminó con una pena de prisión de seis meses y dos años con prórroga. Me liberaron un mes antes de cum­ plir la pena para poder asistir al na­cimiento de mi pri­ mera hija, el 1° de julio de 1974. Al reanudar mis clases en el otoño siguiente, fui despedido como pro­fesor por orden del ministerio de la Educación. Comenzaron entonces mis siete años de va­cas flacas. Oficialmente estaba desempleado, pe­ ro en realidad nunca trabajé tan intensamente como enton­ces: por fin pude concentrarme de manera casi exclu­siva en la creación literaria como redactor muy activo de una revista, como autor de letras para canciones, como dramaturgo (colaboré con dos com­ pañías que practicaban un teatro próximo al de Dario Fo), como colaborador de una organización sociocultural de iz­quierda ligada con el partido comunista, como traduc­tor de Nicolás Guillén y de Brecht, y como poeta en busca de una lírica capaz de impactar en la realidad política del momento. Se vivía el fin de la eu­ foria de la posguerra y el comienzo de un largo periodo de re­cesión económica. Me puse a escribir poemas La Otra | julio-septiembre 2010


sobre temas como el desempleo y el cinismo de una burgue­sía que aprovechaba la crisis para enriquecerse a costa de los asalariados y del Tercer Mundo. Me ra­ dicalicé políticamente; maduré poco a poco, mejoré y salie­ron los que resultarían dos de mis mejores libros de poesía: Otros poemas (1980), que reunía mi mejor poe­sía política, y La pareja impar (1981), que sorprendió mucho a mis lectores por ser un conjunto de poemas brevísimos, muy musicales, sobre el te­ ma amoroso. Antes, en 1978, visité por segunda vez la Cuba castris­ta que, en aquellos “años de plomo”, maltrataba tanto a algunos de sus mejores escritores por el supuesto cri­men de ser homosexuales. Obviamente le habían cor­tado las alas a la revolución. En la se­ de de la uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cu­ ba) le entregué a Nicolás Guillén mis traducciones de sus poemas, pe­ro cuando le propuse entrevistarlo pa­ ra la radio, su secretaria intervino para impedirlo. Esto sucedió once años antes de la caída del muro de Berlín, en aquella ínsula extraña que se proclamaba “primer territorio libre de América”. De los grandes poetas políticos de izquierda que ad­ mira (Maiakovski, Brecht, Ritsos, Neruda, Vallejo), pa­ rece atraerle en algún momento no sólo su condición de perseguidos, sino también de desdichados. Sería inexacto afirmar que me “atrae” su condición de perseguidos. No soy masoquista. Prefiero decir que me escandaliza su condición de desdichados. Critica a Bélgica acerbamente, sobre todo a los po­ líticos poderosos o no tanto, pero al mismo tiempo la defiende, la siente como algo íntimo; en fin, es, como tituló un libro suyo, su “palmo de tierra”. ¿Cómo resuel­ ve esta contradicción? Hay que distinguir entre los poderosos de un país miscelánea

y el país mismo. Mi país —al que llamé una vez mi “palmo de tierra”— me parece muy querible, pero no por eso voy a defender lo indefendible. Uno pue­de ser italiano, amar profundamente a Italia, y sin em­ bar­go, avergonzarse de que el primer ministro de ese maravilloso país sea un tipejo como Berlusconi. Res­ pecto a los políticos belgas actuales, no quiero insi­nuar que sean del calibre de un Berlusconi. En los años se­ tenta y ochenta tuvimos nuestro Andreotti, que se llamaba Vanden Boeynants, y en los noventa nos go­ bernó el incomparable Wilfried Martens, el más opor­ tunista de todos los democristianos del universo. En este momento nos dirige sobre todo la mediocridad desdorada. ¿Usted se siente belga o flamenco? A veces lo he oído lamentarse de la difícil coexistencia de flamencos y va­ lones. Soy belga —es un hecho indiscutible—, pero me siento flamenco, igual que un quebe­quen­se es canadiense pero se siente quebequense, y un ca­talán es es­ pañol pero se siente catalán. Durante los dos últimos años, Bélgica ha atravesado una crisis que amenaza la existencia misma del país: Flandes exige tal grado de autonomía, que los francófonos temen que estalle el Estado creado en 1830 y federalizado en 1960, lo que sería dramático para ellos, ya que desde hace medio siglo se colapsó la economía valona (ba­sada en la industria pesada: hulla y metalurgia), mientras que la de Flandes —que entre 1830 y 1960 era una región so­ bre todo agraria– despegó y se modernizó. Tengo muy buenos amigos en el mundo literario francófono, e intento aclararles los puntos de vista flamencos sobre cuestiones sensibles, porque a ambos lados de la frontera lingüística hay una desinformación espantosa sobre lo que piensa la otra comunidad. 


En una parte de su obra hay también el homo lu­ dens, que dibuja lo caricaturesco de los personajes. ¿Qué le atrae para llevar a la poesía a los personajes mínimos e irrisorios? Debe ser la herencia del Bosco, de Brueghel y de un pintor moderno como Ensor. Los flamencos somos propensos a insistir en el lado grotesco de la humanidad, a retratar aquel pueblo de duendecillos y gnomos que ocultamos en nuestra propia piel. ¿Qué ha significado el amor en su poesía? Recuerdo en especial un bellísimo poema, “Nocturno de La Cam­ bre”. Asimismo, en otros poemas exalta, entre lo malo o negativo que pueda haber, el amor de un hombre y una mujer. Como si el amor fuera el centro del centro de la Tierra… ¡Ojalá el amor fuera el centro del centro de la Tie­ rra! Nos cambiaría la existencia. La realidad es otra; por eso, necesitamos tanto al amor para hacer el mun­ do un poco habitable. Desde los antiguos, desde antes del Simposio de Platón, el amor y el desamor son los temas por antonomasia de la literatura, del teatro y de la poesía. La poesía comprometida, si es auténti­ ca, es de por sí una poesía de amor, y no hay mayor compromiso que el de la pasión amorosa. ¿De dónde le viene ese gusto, en un buen número de sus poemas, sobre todo breves, por los juegos verbales, las aliteraciones, las repeticiones rítmicas, los golpes de sonidos…? Desde la década de los veinte del siglo pasado, los formalistas rusos, entre ellos Roman Jakobson, en­ fatizaron la distinción fundamental entre el lenguaje referencial o comunicativo y la “función poética” del lenguaje. Dicho de otra manera, la fascinación que ya sienten los niños por las sonoridades, el ritmo, las 

rimas, los retruécanos, el aspecto musical y juguetón del lenguaje. El poeta es el puer senex, queda un niño empedernido hasta la muerte, y el lenguaje le sirve pa­ ra exorcizar este mundo inquietante donde nos ha to­ cado vivir. Usted ha visto mucha de la mejor pintura y oído la mejor música. ¿Qué le han dado? Me han dado, además de un ideal de belleza que trasciende lo puramente sensual (ya que la pintura y la música hablan, a través de nuestros sentidos, a lo más recóndito del alma), unas ganas de competir con ellas desde una posición de inferioridad, porque como poeta sólo dispongo de este material tan desgas­ tado por el uso cotidiano que es el idioma. La ambición de crear belleza, de conmover a los semejantes sin otro recurso que las palabras de todos es un reto terrible. Ha traducido a un buen número de grandes poetas latinoamericanos. ¿Ha aprendido de la poesía latinoa­ mericana? ¿Lo ha influido formal o temáticamente? ¿Qué tan cerca o lejos se siente de los países de Améri­ ca Latina, en especial de México? He aprendido de todos, y México era y continúa siendo la tierra privilegiada de aquel gran mestizaje poético. Uno no queda incólume tras traducir a los grandes poetas de otro continente y de otro idioma. Neruda me ha contagiado de su ego sin límites y de su aliento épico; Paz, de su conciencia crítica hasta en el lirismo más ardiente y de su gran sabiduría en la composición del poema largo; Lezama, de su voracidad lingüística y de su intrepidez metafórica; Sabi­ nes, de su sinceridad apasionada; López Velarde, de su nostalgia y de su afán de reconciliar lo irreconcilia­ ble, y Juan Manuel Roca, de su inquietud tranquila. v La Otra | julio-septiembre 2010


miscelánea

stefaan van den bremt

| Bélgica, 1941 |

cinco poemas* Traducciones del neerlandés | Stefaan van den Bremt Versiones | Víctor Rodríguez Núñez

Schemergebied

Zona de sombra

‘Vergeet niet dat het donker wordt!’ roept me daar een stemmetje van vier vanuit het venster naar de tuin waar ik het licht nastaar op stenen van een huis dat niet meer weet waar het staat, het is vergeten wie wij zijn, hoe dit gebied uithoekt en het dorp ontschiet.

“¡No olvides que oscurece!” me regaña una voz de cuatro años desde la ventana abierta al jardín donde contemplo la luz en las piedras de una casa que no guarda memoria donde está, ha olvidado quiénes somos, cómo esta zona aislada se le ha escapado al pueblo.

* Los poemas “Elogio de lo superfluo” y “Plano” se publican por primera vez; los tres restantes pertenecen a Voegwerk (Junturas, 2009).

miscelánea

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Klopper

Aldaba

Op deuren van deftige panden gegoten meisjeshanden, breed lachende gezichten. De deurklopper oplichten en laten vallen op de bronzen knop. Van de galm fronsen plavuizen in de gang, en nog blijven spiegels hangen aan oude tijd en klein geluk. Klop aan, houd voet bij stuk.

En las puertas de ciertos caserones, esas manos fundidas de muchacha, esos rostros con una amplia sonrisa. Alza la aldaba y déjala caer libre en el bronceado soporte. La resonancia hace que se arrugue el embaldosado del corredor, donde aún están colgados los espejos de las felicidades inciertas de ayer. Toca a la puerta, no dejes de llamar.

La aguja de Ariadna

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Este cojín es un invernadero, casi duele a la vista; al mirarlo puedo oler la retama floreciendo terca hasta que cierre los ojos.

Este cojincito cuenta, sin perder el hilo, Ariadna, y ya no veo ni gota en aquel laberinto verdoso.

Este cojín es de cristal; tendido en el suelo, miro por el ojo de la aguja florecer lo amarillo en medio de un verde amariposado.

Me pica y punza, me muerde y recorta el Minotauro y lo encierra, y le tatúa un jardín.

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Plano caminante no hay camino se hace camino al andar Antonio Machado

El camino a casa sigue sin fin los paseos que vienen y que van Elogio de lo superfluo Reseca y un poco magullada en una luz confusa de otoño, apenas del tamaño de una cereza, demasiado chica para la manzana ornamental que quisieras ser —manzanita que te sobrevives sin ton ni son, sazonando el cuarto de estar con una acidez minúscula, al olerte saboreo el tiempo.

por esas calles que aún se aventuran a ser como un plano de aquel entonces Volvemos los dos juntos ¿Por qué me siento tan solito? Perseguimos a esos que llegamos a ser Por momentos es como si volviera hacia atrás donde aún no te conozco Otras veces como si, de la mano, tuviéramos que encontrar un sendero que se hundiera más y más y desapareciese en una curva. El camino a casa llega hasta donde estamos caminándolo

miscelánea

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miscelánea

gabriel chávez casazola

| Bolivia, 1972 |

poemas

Certificado No quiero que me rajen los pulmones que pongan su blanca vulva de aire al descubierto sus rosas tubulares infestadas No quiero que para ver mi corazón rajen el pecho no hay nada que ver en mi corazón catéteres y cirujanos no encontrarán ya nada No quiero que mis hígados lavados en noble fermento de papa de Tennesee los aprovechen para escarmiento de nadie No quiero Por eso pasen miren bajo mi lengua ahí está ahí está la causa de la muerte las glándulas septentrionales ahogado en su propio veneno

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en sus legaminosas palabras que no fue capaz de escribir una mano posada en el teclado / y la otra en los dientes / mordida De eso se ahogó este cabrón no de fumar no de tomar no de comer asado de sí mismo se murió Ahora que ya lo saben flores de cementerio por favor no me toquen no abran nada.

Bartimeo sueña No puedo ver mi indigencia como un cayado golpea a tientas la roca de la noche quiere beber del agua que lava la ceniza de los ojos del mundo entonces alguien me arroja un sueño pasa un dios limpia mis párpados con su saliva veo todos los ríos dividirse todas las aguas confluir

miscelánea

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es más me hundo hasta el cuello en el río primigenio y contemplo los manzanares a su orilla me tiendo en la hierba despliego un muy precioso mantel blanco que compré allá en Esmirna vuelvo a comer de la manzana veo a Eva llegar Eva que baila con blancos pies en la mañana del río el fulgor me enceguece y despierto es el veneno de la manzana no puedo ver busco el cayado a mi diestra a mi siniestra duerme una mujer toco su rostro tiene la cara del dios pero está ciega.

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Nadie regresa a nada, nunca, nadie Mientras en cierta casa la tarde se precipita sobre unos papeles, una goma de borrar, una caja de lápices de cera que el polvo cubre y descubre, según la luz agita su tela falsa de partículas o se retira, cautelosa, ante tanta quietud, pues han dejado de escucharse los pasos como hechos de aire de la mujer que empuñaba con una mano fina y láctea esos lápices bajo esa misma luz y trazaba una voluta; mientras la ausencia se posesiona de aquella casa y la hiende, la surca de extrañezas, la prepara para su definitiva demolición que de algún modo es la demolición de la belleza —¿es la belleza la primera o la última en morir en todas las guerras que se declaran contra ella? — mientras uno de aquellos papeles ya amarillos todavía cuelga de la mesa como proponiéndose para ser elegido al azar —¿cabrá el azar en un cuadro?— y convertido en piel de una de tantas cosas simples: un cesto de tomates o de frutas, una niña rubia con un gato hosco, la acequia que se reparte entre los albaricoques y muy a menudo un penacho de humo tras las ramas, ante las que se recorta el rostro de una anciana que escucha, o mejor, que espera escuchar; mientras la expectación de aquella anciana mantiene suspendido el tiempo en las esporas del papel en blanco, en la zona en que el papel es silencio e inminencia del quejido grave y azulado que debería acompañar al penacho de humo, condensación sonora —y aquí, paradójicamente, inaudible— de la belleza que pueden producir los artefactos humanos, miscelánea

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de las evocaciones que pueden suscitar, cuando, verbigracia, pasa el tren de las cuatro y de él sólo se saben el humo y el quejido y ahora ni tan siquiera eso, sólo el rostro de una mujer que espera oírlo llegar, un rostro detenido en un cuadro por unas manos lácteas que tampoco visitan ya el papel ni frecuentan los lápices de cera, que han quedado cubiertos y descubiertos sólo por la tela falsa del polvo, en una casa hendida; mientras la mujer del retrato espera que ocurra un algo ya imposible pero a la vez para siempre inminente, como el arribo del tren de las cuatro, indefinidamente a punto de llegar a cierta ciudad en que cae la tarde sobre unos papeles, una goma de borrar, un cesto vacío, unos árboles secos; mientras la belleza todavía se obstina en dejarse aguardar —concierto de humo— como una eterna niña que jugara con gatos allí entre las acequias y los albaricoques, antes de la merienda; mientras una voluta testimonia en silencio aquella belleza extraviada entre la mano que traza y el oído que espera; yo todo silencio e inminencia también trato de recordar —pero no puedo: ¿cabrá la memoria en un retrato?— aquel quejido grave y azulado que alguna vez de niño oyera sentado sobre tus rodillas, madre.

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ángela garcía

| Colombia, 1957 |

poemas sobre el silencio

Gala de soledad Un sorbo de licor espeso ofrecido por la noche me inunda las papilas. Con la luz de las velas algo se quema y me aroma. En las llamas ascienden y evanescen rostros de historia reciente. Hilos de seda llevan mi cintura hacia lo callado: seda negra sobre la albura del papel. Ni en el humo reposa lo que vive, añejo vino de la noche. * Tomo la palabra pero los labios inmóviles reposan en el sueño.

miscelánea

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Silencio latido que ampara la callada expansión de la raíz pasaje de la savia. Silencio onduloso movimiento de aguas en los vientres en los lechos de la sangre carnoso entramado de cuencos secretos. Silencio quieta cigarra en la inminencia del canto de la tarde. Reposo del viento previo a la polifonía del alba espantando sombras. Voz esquiva a los oídos que mi lengua gusta enciende el rosa pálido del paladar con ardorcillo como de piñuela, rescata mi boca de la mudez. Temblor en la fruta del silencio. Adoración. * Palabra sigilosa huella de sangre en las calles del siglo. Para sanar la acecha el corazón. Que los ojos tengan luz para esa brizna que la herida sea el indicio de la palabra. 

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Mercurial Una burbuja henchida del instante se encuentra en el espejo. se reconoce cuerpo palpitante sangre circulante pensamientos que ruedan ojos brillando delante de sí mismos. Todo en el instante. La burbuja se contempla quisiera perdurar, tener a mano el tiempo, más, desaparece.

Verde desplegado: Es la primavera de matices perfectos esparciendo su dulzura en el aire. Verde desplegado sinfonía de luz mientras las noticias resuenan esparciendo siniestra incertidumbre. Airoso verde fugitivo ahora en mi pupila y en mis dedos. Y a él voy, a la fuerza natural. Seré musgo.

Súbitamente sólo una humedad se disipa en el espejo. El puente

Vísperas Retoños y yemas cuchichean en el envés penumbroso de los tallos incubando un aire nuevo. Víspera de la floración contagiando las pupilas. Haciendo transfusión se descascara la luz. Haciendo transfusión refulge el perfume.

*

miscelánea

El cisne no extrajo la cabeza del agua durante el tiempo que tomó el tren en atravesar el lago.

Rocío El cielo se descarga en la madrugada. La noche aterriza en el silencio de las hojas y los pétalos. El vaho de un animal fabuloso posado en las estrellas.

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Adivinanza No es espuma a pesar de ser esponjosa. Hace silencio como si no lograra salir del sueño, su raíz. Aunque parece una manta es fría. Aunque es fría cobija. Aunque es de agua no moja. Llega aún bajo los rayos de sol. Cae aunque el viento del norte la mantenga en vilo. Todo lo calla en blanco. Sólo el ápice del romero le contrasta. Sólo cuando está vieja, empieza a croar bajo las botas.

Mirada de gato Latchia me mira a los ojos pone sus ojos en mis ojos me refrescan las dos pupilas alargadas en ese lago de ámbar veteado. No sé qué piensa si piensa. No sé qué ve. Luego cierra los párpados y ronronea manteniendo el rostro tenso.

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La mudez del polvo La brisa deposita su bagaje de residuos por doquier. Limadura de roca, resumidero del vuelo de legiones de golondrinas. En callado descenso, los minutos pasan, las horas se asientan tras las uñas. No alcanzamos a oír la agonía de los insectos en la telaraña o la huída de los que se salvan. No tiene sonido la arquitectura de las juiciosas tejedoras en los pliegues o en los vértices, entre la fronda. El viento no tributa sonoridad a esas viejas redes desiertas que cuelgan con su inútil provisión de vellos, pestañas, antenitas, alas de moscas, trozos de plumas, pelusilla de flores, esporas secas. Oficioso fantasma remedando el color de las cosas, invisible cautela de la muerte.

El más perfecto de los sonidos humanos es la palabra Han Yun

¡Oh recóndito lugar del silencio tu eternidad me llena de espanto pones a prueba toda potencia existes, pero eres lo absoluto desconocido eres y no cabes siquiera en una partícula de memoria humana! miscelánea




miscelánea

gonzalo márquez cristo

| Colombia, 1963 |

poemas

Bitácora del ardor En calles peligrosas compartí el feliz escalofrío de un humo denso, en lechos furti­vos mentí para que asistiera una deidad fugitiva, en lugares estridentes vi a la muerte enmas­ carada y dancé a su alrededor. Aprendí el Ave Fénix del deseo y dejé de escribir con el propósito supersticioso de que ocurrieran mis sueños. En ciudades agónicas unas mujeres acataron mis signos. (La luna navegaba…) Las pude sentir devorando mi rostro. Coleccioné abismos. Me convertí en víctima para que existiera la vida. Después las insté a seguir su mirada de río… Extravié sus sombras… Me entregué a la horca invisible. Conocí el ultraje del gozo. Laceré cuerpos jadeantes, viajé en ellos, aprendí sus soledades y ejercí mi alta violencia sin que pudieran tocarme. Luego me incendiaron en su memoria. ¿Quién no ha sobrevivido al amor?

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La Otra | julio-septiembre 2010


Cita de la Tierra Lo tenía todo hasta que llegó la palabra. Durante la vigilia conocí el grito azul. Probé todas las máscaras incluidas las del tú. Esperé que mi pobreza me hiciera libre y delaté a aquellos que decidieron heredar los desiertos. Los señalé con mano de sal y deserté de la luz. La sublevación del deseo nos dejó a la intemperie. Imitamos la palidez de la luna y curamos la herida del insomnio con la ventana tré­ mula de un cuerpo desnudo. Las lágrimas, el miedo, las visiones, y todo lo que será recuerdo, me forzó a la fuga de mi rostro. La tierra citó a sus testigos y los árboles fueron leídos por el viento. El fuego nuevamente interrogó nuestros sueños. La sangre del amanecer cayó en mi pecho y padecí el cruel reinado de las horas. No sé cuánto más debo perder para que me sea develado el poema. No sé cuál es la sed que debo atizar para continuar en la respiración. Eludí las rutas propuestas por el sol. Bauticé todo lo perdido. Habité la Edad del grito. Emprendí el camino hacia mi voz. Y ahora, cuando cierro los ojos, alguien regresa a la vida.

El retorno de la voz La sed es nuestra herencia Edmond Jabès

La muerte me entregó a su gemelo. Alguien escapó en mi sangre… Me ejercité en la derrota para dejar de estar solo, para fundar un ardor esencial. Supe de prisiones errantes, del deseo a la deriva. Fui despojado de mi nombre. miscelánea




Como un alud el tiempo venía hacia nosotros y el durmiente transportaba a sus náufragos. Esperamos un sosiego cruel que nos habían prometido. Conocí desde niño todo lo que el sol esconde y me propuse recoger la cosecha antes de la siembra, hasta que el miedo trajo a sus dioses. Sé que la semilla renunciará a germinar. Que los pájaros oscurecerán el cielo. Que hay una desdicha que se canta. Corrí enceguecido. Traicioné a la esperanza y en nombre del abismo a veces fui feliz. Al amanecer aprendí la lección del silencio. Pero todavía espero la única pregunta que hace nacer.

Llamada del abismo Nada poseíamos, quisimos regresar al ritual de la obsidiana. Construimos con nuestras miserias la belleza. Encarcelados en una ciudad de falso cielo azul, vimos pasar a los perseguidos, a los que regresan y a todos los despojados del asombro. Caminamos por sus calles húmedas atemorizados, desollados por nuestra obsesión. Las constantes pérdidas nos entregaban el calor de los abrazos. Y cuando cometíamos el acto ruin de vencer, nuestro botín era una hoja seca, una mariposa muerta, un pétalo ensangrentado. Algún día abandonaremos estos territorios y volveremos a ser nómadas, dijo el amigo de la embriaguez incesante. Pero yo sigo aquí esperando esa derrota fundadora. Esperando que la luna extravíe su camino. Esperando a quienes construyen en el abismo… Hasta que absuelto del pasado vea gigantes decapitados en las nubes y a la dorada águila del sol. ¡Porque aquello que soñamos será nuestro suplicio! 

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miscelánea

pablo molinet

| México, 1975 |

poemas

Cielo de invierno Despierto; el cielo de invierno ya es claro en la ventana: recuerdo fotos del Pacífico Sur, South Cape, Tasmania, soledad tan gris del tiburón blanco. Salgo. La dama del jardín me dice “cuídate” en su lengua de caracoles y de agua.

Canta una tórtola y después calla. Un rumor de pleamar crece a lo lejos. El viento asalta el valle. Una aleta dorsal brilla en las nubes. En el cementerio termina la calzada; de ahí parte un camino y se curva en la distancia.

Las hordas de rebozo y letanía marchan oscuras y marchitas. La máscara de la tierra El pueblo es un puño de piedra entre cuyos dedos me deslizo. Frente a South Cape aletas cruzan en un escalofrío de espuma. No hay nadie en la calzada Hoy es domingo y hace frío. miscelánea

Para entrar donde habita mi asesina prendo una veladora y me pongo la máscara de tierra. Mansión sin techo, muros fracturados. Vigas llenas de hongos se pudren en el pasto. 


Se acerca mi asesina. Huele a pájaros muertos en el ático. Por la ventana rota de su cara veo ese patio donde siempre llueve. No tiemblo cuando roza mis mejillas, ávida. El capullo vibrátil de la flama es más firme que toda fortaleza. Este filo brillante, mi sonrisa debajo de la máscara, de todo me resguarda.

La máscara se cae. Afuera cantan pájaros, destellan, último Sol sobre la fuente quieta.

Allí estabas, sentada en la oscuridad ¿De qué pliegue del desierto venías cuando toda rabo agitándose cruzaste el matorral enjuto?

Así armado le digo: “Presencia de las ruinas, rapaz, depredadora, no me doy a tu pálido resplandor ni a tu perfume negro, no me trajiste tú, comedora de lágrimas, mi voluntad me trajo, no soy, ya más, tu presa. Es sólo a oírte otra vez cantar que vengo de tan lejos.”

A la carrera con tus patas cortas custodiaste nuestro andar. Te quedaste en el umbral de la planicie, entre arbustos de gracia submarina.

Responde con los pájaros del ático:

Si veíamos las luces de la carretera, ¿en dónde pisábamos que todo era distinto?

Fuera y dentro de nosotros la arena color hueso se disparaba en la penumbra. Algo dúctil y potente nos empujaba hacia ninguna parte. Éramos limadura de hierro en un papel; un niño la movía con un imán para formar figuras.

Morí. Morí. Morí. Regresamos silenciosos de miedo y maravilla. Gracias, digo temblando. Ella se desvanece. Para ir a mi casa fijo en la veladora mi atención como hacen los muertos en su fiesta. 

Allí estabas, sentada en la oscuridad, ardías como una veladora. No sé si hubiéramos vuelto si tú te hubieras ido. La Otra | julio-septiembre 2010


* *

*

Cuerpos de amor y cacería; oídos para el latir mínimo de la tuza bajo tierra, narices para el viento. Los perros, príncipes traicionados, sus cabriolas escriben en el aire un acertijo. Si los desdeñas, ¿reconocerías a los ángeles? Ambos resguardan. * *

*

Cuando éramos amigos corríamos por llanura y bosque tras la misma presa hasta que su sangre nos mojaba los pechos y las caras. Cuando éramos amigos las cedíamos a los viejos para que comieran en invierno y ellos nos regalaban crías para que crecieran con nosotros nos guiaran y guardaran de lo que anda por la noche.

Nanuk, el samoyedo, nube frondosa que besaba; Dina y Mack, los daneses, en su decisión de matar estaba su belleza; Buck, Tequilo, Singapur y Pirulí. Todos los perros que amé y que me amaron. De todos ellos, allí, sentada en la oscuridad, tú.

Iban descalzas nuestras huellas sobre la tierra negra, sobre la nieve blanca. Así como uno ve a su mejor amigo volverse llorón a los quince años, así nos vieron un día los lobos. Así se rompió el pacto. A la codicia siguió el miedo; vimos demonios que amenazaban el rebaño. miscelánea

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miscelánea

josé landa

| México, 1976 |

poemas

Las naves para Blanqueto, Celis, Pacheco y Vadillo

Las naves que no fueron las que nunca han sido otra cosa que traficantes de fierezas buscan un sitio en la memoria de hombres pobladores de los muelles sus esqueletos quedan ahora como cascos habitación del óxido después de una batalla vencedores de una pelea víctimas de la hecatombe del invencible tiempo sangran la sangre es un río sin desembocadura el grito una espina muda en la ingle De aquellas naves ninguna dura las arenas hablan de capitanes y marineros que nadie conoce los libros cuentan de ladrones asesinos escoria de otros siglos blanco del odio y la indiferencia de estos días ya el salitre recorre antiguos nombres apellidos que son moneda corriente en las calles 

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Ya el olvido recobra lo que le pertenece incluso la huella que alguna vez dejaron esas naves en la brisa para alabanza y gloria de sus héroes Han pasado los años sólo quedan de las hazañas de fieros navegantes estas palabras que nada cuentan de ellos ni los alaban y esta obsesión de pensar que existieron

El puente para Jeremías Marquines El Puente de los Perros se extiende al infinito su nombre puede ser una contradicción las personas sedentarias piensan que –como ellos– los perros no viajan no huyen de la ciudad Mas el viajero —el nómada el inconforme— tiene —dicen— patas de perro el perro y el caminante son lo mismo: al estar en un sitio recorren otro El puente conecta la bahía con el Atlántico Maqroll rayó en él sus iniciales con grafito Caronte lo eligió para cruzar el agua sin mojarse cuando estuviera solo y por allí se incorporan los visitantes de tierras extrañas Algún día caerá el Puente de los Perros cuando esto ocurra todas las ciudades se hundirán en sí mismas miscelánea

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la historia del Nautilus se repetirá Babel será nuevamente dios y demonio el campo y la ciudad serán mundos perdidos y estas palabras ya no serán más pero hasta entonces el Puente de los Perros indicará nuevas y viejas rutas comunicará esta página con el viaje de nunca acabar

Mirando cierto muelle Mira el muelle la brisa que dirige a sus naves el deseo la brisa y su ojo codicioso la brisa y su entrepierna caliente Toca el muelle —su neblina araña rostros oculta heridas cuida los muros que levanta el silencio la agonía la ceguera del puerto— Muerde la arena degusta su pepita amarga donde ni Francis Drake ni Morgan previeron nuestros pasos donde sólo nos queda la memoria ese vómito marino

Prosa de los infieles difuntos I Amargo es el silencio en la víspera del moribundo. Una sonrisa obscena le recorre la cara como ondular de cascabeles furiosos. La mujer, con su rosario de sudores, mira sorprendida en la cabecera de la cama un aletear de sombras, sospecha una nube de cuervos merodeando la finca. La madrugada será por siempre roja, abismo de la sangre 

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y las mentiras del nuevo muerto. Del guásamo gotean semilleros de instantes, hileras de serpientes en dirección al pueblo. Lo que antes fuera deseo es ahora ceniza de la muerte. Las concubinas del señor jamás volverán a reír. Cierra la ventana para evitar que el viento empuje hacia la flama del quinqué a los demonios de la soledad. En la mañana próxi­ ma, sus rencores serán abono del olvido, silbarán cualquier canción por la memoria de su hombre.

2 Pasa un cortejo fúnebre, un silencionocturno a las tres de la tarde. Desde su ventana, la mirada de Silvia atisba secretamente como un gajo del más frío verano. Otras fueron sus canciones, no el crujir de espuelas en el pedrerío de las calles, no los saxofones traídos de Mediasaguas para entonar himnos amargos. Atrás quedó la bulla de sus regresos en el lomo salvaje de los amaneceres, su griterío de tordo en cuyos vuelos perdía castidad la tarde, el fermento de caña que se embriagaba en su boca, los infinitos pubis que olió al amparo de cielos cómplices cuando la gente se rendía a los designios de la noche. Atrás quedó el río sediento de sus venas. Silvia se persigna y pide por el resplandor de su alma de veinte años en el futuro cantil de la más oscura oscuridad lejos de sus querellas.

3 No pierdas, Galo, tus horas fugitivas del infierno en convites de café y tabaco, en medio de hombres que amarillea el otoño –sus voces enmohecen a causa de escorpiones en los sueños–. Las barajas te predicen la gloria de los muertos vivos, tuyo es el aire tormental que viene del sur, los vastos territorios de la noche y el último aliento de vida en los moribundos. Busca mejor los sacrosantos reinos de las tentaciones, los lupanares donde el vino fluya igual que arroyos junto a las aldeas temporales de viajeros venidos de otros mundos, las casas luminosas donde mujeres rojas de placer asedian al caballo azabache de tu entrepierna. Tus horas –moneda cara a Satanás– no pueden malemplearse. No eres el único asesino proveedor de cementerios perfumados con pachulín y rumores santos, aunque eres heraldo del silencio, buscador de incrédulos con el signo de la calavera en sus miradas. Ya zumba tu impaciencia, ya espolea el destino tu cuerpo duro como la piel de sementales. Bésalas, siente sus lenguas domesticar tu pecho, penetra sus balcones de doncellez postiza, ámalas como en la última ceremonia del deseo. Mañana, Galo, tu sangre visitará los abismos del infinito. miscelánea

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artes plásticas

graciela kartofel

leonel maciel a través del pintar abstracto o figurativo, revela los placeres de la comida

© josé ángel leyva

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La Catrina y Leonel Maciel | Inauguración del Museo de la Muerte, Aguascalientes, México.

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l dibujo enuncia; el color da la temperatura; la cer­ canía de vegetales, peces, condimentos y recipien­ tes dan el aroma y despiertan el incontrolable deseo del buen comer. El culpable es Leonel Maciel. Este ar­ tista de fina línea —tanto en pintura como en dibujo y en grabado— también disfruta cocinando y ejerce ambas tareas con gran humor. Versátil, de inagotable vocabulario y creador de símbolos desparpajados, el artista desarrolló recientemente su lenguaje para crear un conjunto de pinturas que refieren la co­mida de Gue­ rrero, su estado natal. Si las recetas son de su tierra, las pinturas de Leonel Maciel son univer­sales. Se entendería que el lenguaje figurativo es el camino lógico para estas serie de obras recientes que “dan recetas”, aunque Maciel no se detiene al crear sus re­ ferentes y desarrolla un amplio arco de percepciones. En Guisado de armadillo, el animalito, escon­diéndose debajo de la cazuela con el guisado listo, lleva a preguntas graciosas, tan jocosas como el personaje que trata de aterrizar en la cazuela con ayuda de un paracaídas. En este conjunto de veinte pinturas, Leonel Maciel evitó la línea de horizonte y trató singulares La Otra | julio-septiembre 2010


Estofado de armadillo | De la serie “La comida del estado de Guerrero” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2010


desproporciones, consolidando el barroquismo que lo caracteriza. En todas ellas se entrelazan ascendien­ tes ingenuo-mágico-documentales. Hay personajes que dialogan, otros que se brincan; están aquellos que se mimetizan con las tradiciones cos­teñas o de otras geografías. La variedad habita cada una de las obras; el ingrediente local puede referir la historia, la artesanía, el tipo de cocción, de vajilla y de condimentos. Tal vez porque El pozole es un plati­ llo muy reconocido en toda la República mexicana, el artista aparenta presentarlo controlado dentro de un formato mantel-hoja, pero la picardía se inserta por medio de una servilleta que se desliza fuera del cua­ dro, y de varios cometas que se elevan, como llevando la receta de estandarte. Asado de jabalí integra la parodia del mamífero ar­ tiodáctilo erguido fungiendo de cocinero y mese­ro. Flores y hojas “condimentan” las escena y se confirma la presencia del mar, el cielo y la tierra —en sus habitantes y en sus representaciones pictóricas—. Con Chachalaca en talla, Leonel Maciel ha creado una obra latinoamericanamente reveladora de la cultura ca­ri­ beña; nos devuelve aquí las variedades de la natura­ leza y hace esta articulada com­posición de un “árbol de la vida” diferente a los habi­tuales. El relato es amplio y variado, a través de la escena de la hamaca dentro de la vivienda y la del paciente asa­dor con el vaso en la mano. Hasta se percibe el trópico en la pintura, con el exotismo y las altas temperaturas que motivan la lentitud, el erotismo y la sensualidad del ritmo mestizo. Generación tras generación, los aro­mas se reiteran, las tortillas fungen de aretes y el ave corona el árbol de raíces tan evidentes como simbó­licas. Una gestualidad imperiosamente única, elegante y sincopada habita siempre las obras de Leonel Maciel. Sean figuras completas o pequeños signos, comas plás­

Asado de jabalí | De la serie “La comida del estado de Guerrero” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2010

Puerco relleno | De la serie “La comida del estado de Guerrero” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2009


ticas, notaciones musicales, puntos o toques de color, inscribe la musicalidad con la línea y la hace resonar por medio de la textura y el color. Los espectadores no requieren identificar elementos ni reconocer seres u objetos, porque los sentidos se inundan del mar crea­ tivo del autor. Aún las pinturas más abstractas abundan en rasgos emotivos propios y vibraciones míticas. Tañe la historia de México en su voz de pincel. Casi emergiendo de la serie de la comida, el artis­ ta es invitado a hacer un trabajo en Colima y allí des­ grana la sal… ¡Cómo va a dejar pasar este fenómeno de la tierra con sus formas! Salitrales campos rosados,

granos puntos blancos, triángulos de soledad, signos precolombinos, laberintos del sabor. Quienes allí tra­ bajan habitan los campos abstractos, cuadrículas, cu­ bos, vírgulas; el aire es azul y tiene sabor. No hay duda que Leonel Maciel expande los elemen­ tos dibujados por la naturaleza con su muy per­sonal voz plástica. La solidez de sus creaciones no depende de los temas ni de los materiales con los que trabaja. Es un artista que realiza composiciones, signos y formas propias. Desarrolla abstracción y figuración con similar seducción, carácter y fluidez estética. v

Langostinos a la yerbabuena | De la serie “La comida del estado de Guerrero” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2009

Bazo relleno | De la serie “La comida del estado de Guerrero” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2010

artes plásticas | leonel maciel

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Sal en el portillo | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 64 3 128 cm, 2010

Sal sobre el tapeiste | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2010


Paisaje salinero en blanco | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2010

artes plásticas | leonel maciel

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Montaña de sal con mantis | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 110 3 110 cm, 2009

Montaña de sal con giganta y niña | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 140 3 85 cm, 2010

Bocetos

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La oración de la salina | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2009

La Otra | julio-septiembre 2010


Salar con tulipán de la India | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2010

artes plásticas | leonel maciel

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Camino del salario con culebra albina | De la serie “Salinas” | óleo/tela | 200 3 190 cm, 2010

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la cocina del artista

leonel maciel

calabaza, cielo, mar y tierra

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uando estaba por ingresar a La Esmeralda, Escuela Nacional de Pintura Escultura y Grabado, en la ciudad de México, fui a visitar a mi familia que vivía en Petatlán, Gue­ rrero. Mi padre, Justo Maciel, me ordenó que fuera a auxiliarlo en las labores del campo. Era un fin de semana y la peoanada se había ido a sus hogares; quedaban sólo unos cinco trabajadores originarios de la sierra. Mientras estábamos recogiendo coco en La Zarca, como a las dos de la tarde, vimos a lo lejos a Pedro “El Tlacuache”. Venía rodando una piedra por el lado del estero, junto al embarcadero. Se trataba en realidad de una calabaza de Castilla gigante, dura, como de unos cuarenta kilogramos de peso. “Mire, padrino, lo que me encontré”, le dijo a mi padre, quien era en verdad su padrino de bodas. “¿Dónde encontraste este fenómeno, muchacho?”, le inquirió Justo con incredulidad mientras admiraba el producto. “Era la última calabaza del sembradío; estaba aislada y medio oculta entre el yerbaje.” Mi pa­ dre regañó al “Tlacuache” por su falta de imaginación cuando propuso convertirla en dulce y cenarla con leche. “Ya verán lo que vamos a preparar con esta maravilla”, anunció mi viejo y dio instrucciones a todos, porque si algo le gustaba en la vida, además de la parranda, era dar y repartir quehacer. Nos mandó a cazar y a pescar. A mi tío Fermín, que siempre iba acompañado de su rifle calibre 22, le encargó un tejón, unas iguanas y unas güilotas (especie de pa­ lomas); a otros les encomendó ir al mar y traer pescado, específicamente pargo y ronco, además de pulpo, calamares y ostiones. A mí, hábil con la resortera, me mandó a buscar unas chachalacas. Ya pasada la media noche, mi tío Fermín y yo cumplimos con sus encargos. Los otros partirían en la madrugada por los frutos del mar para tenerlos frescos. Justo me pidió que cortara la calabaza de manera que tuviésemos una olla con tapadera, con sus bordes en triángulos. La vaciamos de semillas. Puso a macerar un par de tejones, la cocina del artista

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Calabaza, cielo, mar y tierra | De la serie “La comida del estado de Guerrero” | óleo/tela | 100 3 80 cm, 2010

una iguana, las chachalacas y las güilotas con pimien­ ta, ajo, comi­no, un chorro de mezcal, clavo y sal de grano. Embadurnó la calabaza por dentro con un po­ quito de manteca de cerdo y la salpicó con sal; luego colocó una cama de epazote, té de limón y guayabo. Por la mañana frió las carnes levemente, sólo para afianzar el sabor de la manteca y las especias, pero aún en espera de ser sometidas al fuego con el resto de los ingredientes y ablandarse en el hervor del potaje. Aco­ modó primero el tejón, luego la iguana, enseguida las aves y, entre unos y otros, puso trocitos de pulpa de coco de media cuchara.

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Llegaron los pescadores con un par de mollos (can­ grejos muy grandes de color azul), pulpo, calamares y ostiones, que de inmediato fueron a parar a una olla de agua hirviendo con sal. El viejo preparó el pes­ cado con sal y coco. Todo fue vertido en la calabaza. La cubrió de nuevo con hojas de epazote, guayabo y té de limón. Puso la tapa, envolvió el recipiente vege­ tal con hojas de plátano y una red de alambre con un asa fuerte para levantar la calabaza entre varios hombres. La acomodaron encima de cuatro grandes piedras y sobre un hoyo donde refulgían las brasas y la leña aún ardiente. Nos sentamos alrededor de la hoguera; mientras esperábamos consumimos algunos mezcales. Cuando emanaron los olores de la calabaza empezaron a acercarse algunas personas de los caseríos cercanos. Se nos hacía agua la boca y eterna la espera. Al terminar la cocción, mi padre cortó los alambres, retiró la tapa y extrajo los productos del mar. Serruchó la ca­ labaza a la mitad y cada plato fue confeccionado con los tres elementos: cielo, mar y tierra. El viejo no se equivocó, era una maravilla de sabores. Tiempo más tarde, el tío Fermín la prepararía con motivo de una reunión familiar y empujado por las distintas versiones e historias sobre la calabaza inven­ tada por su hermano Justo. Mi padre ya había fallecido. Algunos parientes dicen que fue suprema; otros, que nunca como la primera. Para intentar la hazaña una tercera vez, estoy en busca de una calabaza de Cas­ tilla, dura, fibrosa, enorme. La ocasión debe ser extra­ ordinaria, es decir, sin pensarla demasiado. v

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otras letras

alejandro arteaga

antes de la noche

Porque la voz es lo único que queda intacto después de la muerte Severo Sarduy

D

igamos que aquella noche, la noche en que Anne y yo por fin conseguimos franquear la puerta del departamento, todo volvió adonde debía. Las co­sas regresaron a un sitio que desconocimos, el más cómodo. Luego todo fue bruma, como sucede siempre, como es costumbre, pero esa noche las cosas caían como gobernadas por un destino manifiesto, guardaban un orden imperioso y exacto (e insoportable a nues­tros ojos era esa perfección). Sumábamos algunos meses viviendo juntos. Huía­mos de una soledad cansada, de la que seguro nunca podremos apartarnos. (Nos sigue adonde vamos. Es algo que nos viene con el desayuno o por la tarde, con el ruido de los autos que pasan abajo.) Vivíamos arro­pados por la supuesta anuencia y cortesía de viejos ami­gos que nunca visitábamos, ya por aburrimien­ to o hartazgo. Esa noche pudimos franquear la puerta y entramos al departamento, el que se hallaba jus­ to debajo del nuestro. Durante semanas conjeturamos sobre los ob­jetos que hallaríamos, lo que siempre quisimos, algo un poco idiota pero bastante entretenido en el fondo. Elegíamos los adornos, los muebles, poníamos color y olores en donde más nos dolía nuestra propia casa, de lo que carecíamos, de lo que carecemos aún. Una tarde en la que yo me empeñaba en leer una novela ilegible, Anne me preguntó si co­ nocía a los in­quilinos de la planta inferior. Le dije que no; habían llegado al edificio antes que nosotros, según me ente­ré por alguna noticia deslizada por ahí, en los pasi­llos de nuestro piso.

otras letras




“¿Has visto que sólo vienen de día?” No lo había notado, sinceramente, pero le mentí, dije lo que pude. Ella no habló del asun­to largo tiem­ po pero a mí se me quedó grabado su comentario. A veces salíamos a caminar, a hojear libros inalcan­ zables en las librerías, a mojarnos sin remedio bajo una lluvia de continuo imprevista, a tratar de reírnos de nosotros (nuestras risas casi nos enfermaban). Que vol­viera algo y que lo trajera la lluvia, que viniera de abajo como un terremoto, o que nos cayera encima y nos aplastara para ya no levantarnos. Yo creo que am­ bos pensábamos igual. Los tiempos no eran buenos, aunque ninguno de los dos recordaba a cabalidad un tiempo holgadamente bueno, largo y de verdad feliz. (Quizá estoy hablando rápido y sin explicar nada.) Una de esas noches, Anne dormía a profundidad. Yo aún batallaba con la novela ilegible. Oí bajo mis pies un martilleo suave. Los vecinos se habían puesto a instalar alguna ocurrencia en su techo. Me asomé des­ de la ventana del baño al hueco de luz para ver me­ jor. La rubia (no lo he dicho, había una rubia en esa casa) tiraba la ceniza de su cigarro por la ventila. Vi su mano perfectamente blanca. Oía su voz, pero sus palabras me resultaban incomprensibles, como si se sos­ tuvieran en una lengua lejos de mi alcance. Un par de voces graves terciaban en la charla. Hubo más movimientos que traté de descifrar sin éxito, y el sonido in­ confundible de un taladro. Cuando Anne despertó, le conté. “Quizá están instalando un taller”, dijo. “Ayer me topé con uno de esos hombres en la tien­da; compraba bebidas para ganar energía; es probable que sean gol­ peadores.” Me dio risa esto último y fui demasiado evi­dente. Anne se encerró en la habitación, molesta por mi risa. Gol­peadores. Aún me sigue pareciendo gracioso. 

La siguiente noche, o la tercera, no lo sé, soñé que los hombres y la rubia subían a nuestro departamento. Ella traía un cigarro encendido del que no fuma­ba, y los hombres se quedaban de pie, frente a nosotros, imponentes; y Anne (pobre Anne, siempre tan mal en mis sueños) se ponía a llorar en silencio, sin llevarse las manos al rostro. Habían subido a hacernos una re­ comendación y no era grata. Por la mañana le relaté a Anne mi sueño, pero omi­ tí la parte de su llanto. Uno aprende poco a poco a dirigir el discurso, a eludir lo inconveniente. Es casi un asunto de diplomacia. “Debemos saber qué es lo que esos hombres ha­ cen aquí —comentó—. Esa mujer me destroza los ner­vios.” Le hice entender que eso haríamos; pondríamos a todo el edificio a salvo de los forasteros del piso de aba­jo, a como diera lugar. Aunque fui marcadamente irónico, Anne no se perca­tó. El asunto la trastornaba de veras. Por la tarde, al volver del trabajo, la hallé un tanto excitada. Durante la mañana había he­cho indagacio­ nes entre los vecinos y con el portero. Los hombres ve­ nían del sur. La mujer era una visitante ocasional. Una anciana que vivía a un lado de nosotros aseguró que la rubia era una puta, se le adivinaba en la forma de fumar, eso dijo. Otros vecinos vieron subir a los hom­ bres tiempo atrás con cajas de plástico, como aqué­llas en las que se transporta herramienta, y también con accesorios para computadora. “Te lo dije —afirmó mi mujer—, están constru­ yendo un laboratorio.” “Ayer dijiste un taller.” “Es lo mismo, un taller o un laboratorio,” “Quizá están instalando un departamento a todo lujo para recibir a la mujer todas las no­ches.” La Otra | julio-septiembre 2010


Anne ignoró esto último. Me hizo sentir como un idiota. Pronto me descubrí vigilando los pasillos, pen­ dien­te de cualquier ruido que viniera de abajo. Supongo que, además del ocio promulgado, también pudo ser el dinero. Pensábamos —al menos yo— en lo que podrían guardar, la cantidad. Por mi afición a la literatura, el crimen me atraía casi de manera na­ tural. Dinero a manos llenas. Retirarnos por un largo tiempo del trabajo y largarnos a disfrutar el ocio que secretamente siempre hemos soñado. De cualquier forma, nunca supimos utilizar el dinero —su uso nos era antagónico— ni éramos profesionales del robo —amantes platónicos del hurto—, simplemente la si­tuación nos llevó a asumir papeles que pudimos re­ pre­sentar sin problema en cualquier momento. El di­ nero como un elemento narrativo de la historia que nos con­tábamos. Porque el dinero, aunque suene demasiado sentimental, es lo que siempre nos faltó. Anne tuvo un sueño recurrente que nos mantuvo en vela varias noches. En él, unos pe­rros la amenazaban en las escaleras de nuestro edificio. Lo curioso es que nunca llegaba a verlos. Los oía en la oscuridad, sus ladridos, el sonido de sus patas en la duela. Esas noches oía los perros de la calle y los imaginaba en nues­ tra puerta, como si vinieran por algo que tuviéramos bajo la cama o entre los brazos. Todas las pesadillas terminan así. Una tarde me topé con uno de los hombres en la en­ trada del edificio. Era moreno y alto, con una sonrisa de burla. Lo vi un segundo o dos, pero me grabé su ros­ tro. Pensé que un hombre así alguna vez me destrui­ ría a golpes y entonces comprendí (o mejor dicho, me apropié) los terrores de Anne. Mi sueño se tornó demasiado ligero. Y por supues­ to, cualquier tipo de conjeturas me cruzaban el pensa­ otras letras

miento hasta dejarme exhausto. Dormía por cansancio men­tal y despertaba con una pesadez fulminante. Por momentos me disgustaba que esa duda absurda —sa­ ber qué guardaba en su interior el departamento de abajo— me mantuviera en un estado de total parálisis. Opté por acudir a la alameda cercana a leer, por las tardes, luego del trabajo, y recuperar mi afición por las tertulias de café. No tardé en comprobar, como siem­pre sucede en estos asuntos, que el tiempo no ce­ja en su trabajo demoledor. Mi generación estaba des­ truida de origen. Los viejos amigos me parecían demasiado estúpidos, vencidos por una rutina de cuya sombra también yo era víctima, un espejo que, como cualquiera, no tardé en eludir. Creo que Anne siguió un camino similar: la eva­ sión. Procuraba ausentarse de casa el mayor tiempo po­sible, inventaba para sí caminatas laberínticas por las calles comerciales, llenas de aparadores y luces don­ de no iba a comprar nada. No obstante, no pudimos quitarnos esa idea de la cabeza. El dinero. Los hombres y la mujer volvieron a hacer de la su­ yas una noche de lluvia. La tormenta se hallaba en su apogeo. No podíamos dormir por el ruido del agua y el hielo sobre los cristales. Vivíamos desesperados sin motivo aparente. Yo me puse a leer en la cama un pe­ riódico de tres días antes. Anne no paraba de fumar y de pie frente a la ventana se entretenía con las formas del agua corriendo entre las calles. Un auto se detuvo frente a nuestro edificio. Anne hizo a un lado el ciga­ rro y pegó su rostro a los cristales. Me llamó a su lado. “Los hombres y la mujer están allí de nuevo”, dijo. Me acerqué y vimos un auto del que se apeaban nues­tros vecinos. Uno de los hombres, quizá el más moreno y alto, trataba de contener la sangre en su 


bra­zo izquierdo. La luz de las farolas nos permitió verlo mejor, un rojo auténtico. Parecían apurados. La mu­ jer ayudaba al herido e intentaba atajarse de la lluvia con una gran mascada azul, pues su atuendo era de­ ma­sia­do ligero, tal vez muy atrevido, como si acabara de salir de un coctel de verano. El segundo hombre, al pa­re­cer, vigilaba que nadie los viera y trataba de ocul­ tar entre su saco un objeto largo que, según el contexto y los mie­dos que nos rondaban, identificamos como un rifle. Como era de esperarse, Anne se contenía para no gritar. “¿Debemos llamar a la policía?”, me preguntó. Evidentemente yo no supe qué decir. Al cabo de un rato que estuvimos en silencio y los oímos entrar a su departamento, decidí asomarme por el hueco de luz para ver algo que nos fuera útil. Anne, por su lado, vagaba por nuestro piso con la intención de hallar los ruidos que le mostraran los movimientos de los inquilinos de abajo. Al final, se tiró al suelo para tratar de escuchar alguna conversación. En un principio, los movimientos de los hombres y la mujer aparecían por todos los lados. Anne me decía: “han ido a la ha­ bi­ta­ción”, y hasta allí acudíamos con el ma­yor de los sigilos para no evidenciar nuestra curiosidad. “Han ido al baño”, susurraba, y de puntas alcanzábamos el lugar. Anne en el piso y yo pendiente de la ventana, pu­dimos escuchar frases sueltas que hablaban de palabras incorrectas en sitios incorrectos y que ahora jus­ to se imponía el momento de actuar o prepararse. No era difícil suponer que los hombres y la mujer huían de un acto violeto, un ajuste de cuentas, un asal­ to, algo por el estilo. Anne estaba segura que pronto llegarían quienes habían herido al hombre alto para continuar con la batalla, disparar hacia nuestro edifi­ cio y matarnos a todos. No sé cómo pudo contener su histeria, tal vez su curiosidad podía más. La lluvia ha­ 

bía disminuido su intensidad y nos ayudaba a escu­ char lo que sucedía abajo. “Van a huir —dijo mi mujer—, están haciendo las maletas.” “¿Cómo lo sabes?” “Es evidente, escucha.” Me esforcé y no pude oír nada que pudiera confir­ marme lo que Anne decía, hasta que la vibración de un taladro me convenció de sus palabras. Nos vestimos sin saber exactamente por qué, tal vez con la idea de una fuga precipitada. El barullo en el piso inferior su­ bía de tono, y entre cigarro y cigarro me di cuenta que Anne también armaba una suerte de maleta. “¿Qué haces?”, le pregunté. “Hay que irnos antes de que vengan a matarnos.” “Mejor aguardemos, si nos matan quizá nos ha­ gan un favor”, dije tratando de atenuar la aspereza del entorno. Anne guardó silencio y me miró de una forma atroz. Creo que a partir de entonces ambos estuvimos solos. Se oyó la puerta de abajo y luego un estruen­do en la escalera. Alcanzamos la ventana y vimos salir a la rubia jalando una maleta. Uno de los hombres le cui­ daba las espaldas. El otro aún parecía quejarse del bra­ zo herido, pero cargaba una gran bolsa en el costado. El auto en el que llegaron ya no estaba frente a la ace­ ra y no se sorprendieron de esa ausencia. Dadas las circunstancias, tampoco nosotros supimos si en el ve­ hículo se quedó un cuarto hombre y nunca nos percatamos en qué momento desapareció. “Debe estar esperándolos a la vuelta con el coche encendido”, aventuró Anne. Quizá transcurrió media hora. Nos mantuvimos en la ventana con la creencia de que veríamos dar la vuel­ta a un auto con hombres armados —tal vez la po­li­cía— con la consigna de destruirlos. Y de paso a no­sotros. La Otra | julio-septiembre 2010


No ocurrió. Al cabo de un silencio largo nos miramos en medio de una sonrisa leve, y una cierta tranquilidad nos arropó. Ambos lo sabíamos: era casi un deber enfrentar ese hueco que se nos había formado en algún lugar. No teníamos lámpara; sin embargo, me aseguré de lle­ var un martillo para romper la puerta. El edificio era una tumba. O los inquilinos no habían oído nada o se hallaban pertrechados bajo sus camas o en el ropero, aguardando la destrucción que mi mujer predijo. Des­ cendimos por las escaleras y los nervios volvieron con nosotros aún más violentos. En el pasillo no había nada distinto, salvo la mascada de la rubia, aún hú­ meda, tirada como un pedazo de carne frente a la en­ trada de su departamento. No hicieron falta los golpes, la puerta estaba sin llave. Un nimio empujón nos mostró el umbral y la angustia nos revolvió el pecho. A pesar de que Anne me tomaba del brazo, me sentí aún más solo al comprobar que la luz no encendía porque no debía encender.

otras letras

“Dios mío”, susurró mi compañera, y su voz la per­ cibí lejana. En el centro del departamento había un hueco sin forma que se extendía a partir de nuestros pies y hacia todos lados, lleno de una oscuridad tan nítida como no volveré a ver otra. Lo abarcaba todo, a nosotros mismos. Describirlo como una bocanada es la frase más precisa y, al tiempo, más vaga que encuentro. La belleza y el horror eran de otra índole. Suspendida de manera vertical en el justo medio, una línea aún más negra que el hueco cruzaba como un eje, un hilo, una recta que unía ambos precipicios. Creo que Anne dijo algo más, pero no quise escucharla. ¿En qué momento el tiempo se volvió un espectáculo? No avanzaríamos y tampoco deseábamos salir, pe­ ro lo hicimos luego de un periodo impreciso. Curio­so es que tranquilo seguía el pasillo y tranquilo continua­ ba el mundo. Con esa misma tranquilidad cerramos la puerta y subimos a nuestro piso a dormir, ahora sí, para toda la noche. v

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lengua de sastre

margarita león vega

la canción incandescente de

concha urquiza

Busca pues, la metáfora inviolada, abre nuevo camino al pensamiento, tremola el ritmo con divino acento, y déjame dormir…: a mí me agrada la serena canción que dice el viento… Concha Urquiza

C

oncha Urquiza es, sin duda, una de las grandes poetas del siglo xx y una de las voces religiosas y místicas modernas más importantes de México. A cien años de su nacimiento y a sesenta y cinco de su muerte, la recordamos a través de sus versos. No otro propósito tiene este recordatorio que el de evocar el melodioso sonido de su poesía, de embriagarnos con el vino del mysterius tremendus que vislumbró y su­ po expresar con una voz lírica única. Cuando leemos los poemas de Concha Urquiza (Morelia, Michoacán, 1910-Ensenada, Baja California, 1945), dos cosas saltan a la vista: la maestría con la que están hechos y la espiritualidad que proyectan. La pri­ mera cualidad es resultado del constante ejercitarse en las técnicas de versificación que aprende fundamen­ talmente de la tradición poética castellana. Tal heren­ 

cia no se contrapone al vitalismo y a la modernidad que rezuman sus versos. La segunda característica es resultado de la profunda experiencia religiosa que tu­vo la escritora durante su corta vida. Para ella, la propia creación poética es, en sí misma, un proceso místico. Es por ello que es considerada como una de las poe­ tas religiosas más importantes después de Sor Juana Inés de la Cruz. En la poesía de Concha Urquiza encontramos algo muy familiar e íntimo que nos conecta no sólo con las vivencias propias, sino con las de otros hombres y mujeres. Sus versos transmiten el azoro de la criatura frente al misterio de la vida y de la muerte, que habi­ ta en lo más profundo de la conciencia, del ser. Su voz poética nos suena entrañable al tiempo que nos sorprende, pues en ella hay algo inesperado y diferente, algo que nos sacude, nos conmueve. En el poema “Ma­ rinero del claro romance” (1937), por ejemplo, retoma los célebres versos del Romance del conde de Arnaldos [“Quien hubiera tal ventura / sobre las aguas del mar / como la hubo el conde Arnaldos / la mañana de San Juan], y dice: Marinero del claro romance, que mandabas las aguas del mar, y hacías amainar a los vientos y las aves “nel mástil posar” ¡quién hubiera tan larga ventura que supiera tu huella encontrar! En el sordo rumor de las aguas he escuchado tu canto correr; en las ágiles nubes marinas he mirado tus velas crecer; ¡y brotaba de todo mi cuerpo una ardiente fatiga de ser! De tu nave en el fondo ligera, suspendida en zafir y zafir, La Otra | julio-septiembre 2010


¿cómo anhela, por siglos oscuros, la cansada materia dormir, escuchando tu canto suave en el aire las alas abrir! ¡Quien pudiera abordar tu galera —arrojando tras sí el corazón— y ceñidos los ojos en sombra y desnudo de toda pasión, desde el sueño de frondas inertes escuchar, escuchar tu canción!

De la misma manera que sucede con la poesía tradicional que se renueva en cada versión para permane­ cer, la obra de Concha Urquiza es una interminable canción de “amor a lo divino” que, con resonancias an­ tiguas, sabe a recién hecha. Sus versos nos llevan por los terrenos del placer y del dolor, de la desespera­ción y del anhelo, de las alturas al abismo. La canción —género literario— musical provenien­ te de la cantinela medieval española y cultivada en los siglos xv, xvi y xvii—, la canción “expresión de ideas y sentimientos hondos” era para Concha Ur­qui­za una vigorosa fuente de inspiración. Ya culta como la de los trovadores, ya popular como la cultivada por los jugla­ res, la canción se había filtrado al romancero tradicio­ nal castellano y desde ahí, a través de los si­glos, hasta nuestras canciones populares.1 En el poema “Cancioncillas” (10 de junio de 1940), la poeta, inspirada en la canción popular del siglo xv [“¿A quién contaré mis quejas, / mi lindo amor, / a quién contaré mis quejas / si a vos non?”], dice: Tal contaminación se da a través de las canciones mexicanas popula­ res, en la canción romántica y en la sentimental, así como en la llama­da canción ranchera y en los corridos que, como ecos del xix y de la Re­ vo­lución mexicana, se difundían en los años veinte (véase Margarita León, De contrarios principios engendrada. Poesía y prosa de Concha Ur­qui­za, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Gobier­ no de Michoacán, 2010, p. 74) 1

lengua de sastre

Amor, corriente escondida que pechos adentro va, como un manantial que está alimentando mi vida; en turbias aguas perdida abreva el alma dolor: si no te la cuento, Amor, ¿a quién contaré mi herida? Flauta y risa, pan y abrigo, levanten gritos de guerra; lágrimas brota la tierra que amargan la vid y el trigo; zumo de dardo enemigo la dulce vida envenena: ¿cómo lloraré mi pena si no la lloro contigo?

Concha Urquiza imita el gesto antiguo de cercenar del romance el fragmento más significativo o de recu­ rrir a la vía de la glosa o “paráfrasis versificada” que posibilita su popularización. Por otro lado, como los grandes poetas místicos españoles, la poeta convier­ te a lo divino romances y canciones. Concha rima y canta, canta y rima para expresar el amor a Dios que la desborda. Oh Cristo, fruto maduro —pulpa dulce, zumos agrios—, ¡quién se durmiera en tus ojos y amaneciera en tus labios! Tus ojos, aguas de olvido, floresta de abetos negros, por donde vagan las almas sin senda ni derrotero, sin amor y sin congojas, sin amor y sin recuerdos, labios mudos por las altas explanadas del silencio. Aguas de olvido tus ojos, cura de fiebre y deseo,

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hornos en que se calcina la podre de nuestro cuerpo. […] “Canciones”, 23 de julio de 1940

La importancia que la michoacana da a la rima y al ritmo en sus poemas —desde sus inicios creativos has­ ta su etapa de plenitud poética—, se refleja en los me­ tros que utiliza continuamente, entre los que destacan el octosílabo, el endecasílabo y el alejandrino, así como en los géneros poéticos que cultiva: el romance, el soneto, el terceto y la canción. En la musicalidad de estos géneros encuentra Urquiza ese valor intemporal que José Vasconcelos veía en la lírica y en el canto popular, esa manera de fructificar y ennoblecer “el constante latir de las pasiones”:2 Corazón, bajo la lluvia herido de amor te llevo; te cerca el campo mojado, la lluvia te dice versos, el agua gime al caer en tus abismos de fuego. La roja tierra del monte entreabre el húmedo seno; en el regazo del valle ríen los pétalos tersos, y hacen blanco en el río las flechas de los luceros. […] “Romance de la lluvia”, San Luis, 5 de junio de 1940

Igual que en el Cantar de los Cantares, donde las palabras se engarzan para dar cuenta de la diversidad de sensaciones y de matices del sentimiento amoroso;

José Vasconcelos, El monismo estético, Editorial Cultura, México, 1918, pp. 27-32. 2



co­mo en el Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, donde en medio de la “música callada” y de la “soledad sonora” el alma comunica lo que siente, lo que pide y desea de Dios, Concha Urquiza dice: Yo cantaré mi amor contigo a solas que escuchas en el viento sosegado sobre los vastos campos de amapolas, pasando por los montes y collado, soplando en las corolas encendidas, acariciando el brote malogrado; contigo en las veredas escondidas donde vagan arroyos silenciosos y están las azucenas florecidas; contigo en los parajes nemorosos, donde el cansado corazón se entrega por los espesos cedros rumorosos y sombra de dolor el alma aniega; por los ardientes valles dilatados que el sol calienta, que la lluvia riega, donde suenan los vientos derramados; en caminos que suben desde el suelo, rodeando los montes levantados, hasta la faz clarísima del cielo; contigo, Amor, entre las hojas de oro donde toda la luz detiene el vuelo. Allí tendré mi canto, allí mi lloro, allí podré contarte mi desvelo donde todas las aves forman coro. […] “Canciones en el bosque”, Variaciones de los Cantares, 1937

El sonido de la naturaleza y la música de la poesía acom­pañan a la Esposa que, tocada por el fuego de la pasión, canta a solas la ausencia del Amado. Atraviesa veredas escondidas y, en medio del rumor de arro­ La Otra | julio-septiembre 2010


yos y del canto de las aves, recorre montes y collados para poder cantar y llorar con Él. El tema proviene del Cantar, donde Salomón dialoga amorosamente con su esposa, la hija del rey de Egipto, aunque ahora “a lo divino”. Como sucede en San Juan de la Cruz, el poema des­ cribe un camino o proceso: la Esposa (el alma) abandona su casa para buscar al Esposo (Dios) por todas partes, intentado unirse con él definitivamente. En el mismo sentido, Urquiza escribe otro poema, “La can­ ción de Sulamita”: Hazme saber, Amor, dónde apacientas, dó guías tus rebaños, dónde vagas, no huelle tras las ínsulas aciagas las rutas de las tardes cenicientas. Tu grey, oh tierno Amor, dó la sustentas, y con pastos riquísimos halagas, mientras mi torpe corazón amagas con sendas largas y con horas lentas. No principie a seguir de los pastores los dispersos rebaños. Vida mía; muestra lejos, el sol de tus amores; ¡dime dónde apacientas todavía! y seguiré tu rastro entre las flores por los fuegos del áureo mediodía.

Concha Urquiza aprovecha en su poema el lenguaje pastoril (“apacientas”, “rebaños”, grey”) y los tópicos (el locus amoenus virgiliano) presentes en el tex­to sa­ lo­mónico, el cual ha leído tanto en su versión vulgar como en la religiosa de fray Luis de León. Urquiza co­ noce el significado que le da al libro la tradición judeo-cristiana que ve en el Cantar el amor de Yhavé hacia Israel o el amor de Dios (Cristo) hacia su Iglesia y, por implicación, el amor de Éste hacia el alma lengua de sastre

del individuo. Describe la etapa iluminativa en la que Dios muestra su presencia, para después ocultarse. La Esposa le pide al Esposo que le haga saber dónde se encuentra, para irla a encontrar “allá”. Al igual que San Juan de la Cruz, quien abrevó en la poesía popular y la transformó en mística, así nues­ tra poeta utiliza toda esta tradición tratando de conservar, enfatizar e incluso extender el sentido místico y religioso al ámbito de lo humano. Tomando como ins­ piración las líneas de la canción 29 del Cántico espi­ ritual del español [“Pues ya si en el exido / de hoy más fuere vista ni hallada, / diréis que me he perdido / que andando enamorada…”], Urquiza escribe: Atraída al olor de tus aromas y embriagada del vino de tus pechos, olvidé mi ganado en los barbechos y perdí mi canción entre las pomas. Como buscan volando las palomas las corrientes nacidas en sus lechos, por el monte de cíngulos estrechos buscaré los parajes donde asomas. Ya por toda la tierra iré perdida, dejando la canción abandonada, sin guarda la manada desvalida, desque olvidé mi amor y mi morada, al olor de tus huertos atraída, del vino de tus pechos embriagada.

La idea principal del soneto se resume en la frase “Por tu amor olvidé y abandoné todo”. Concha Urquiza se basa en la concepción hermenéutica platónica de que la ausente e infiel no es la Esposa, sino el Esposo. Por eso ella sale a buscarlo, y no él, como sucede en la tra­ dición bíblica. Hay algo más: la michoacana conserva el significado alegórico del texto sagrado —el símbo­ lo místico de la unión—, pero también el sentido li­ 


teral reforzado por el toque de género de la voz lírica. El término “descarriada” y su significado teológico de arrebozada, o sea, “ramera”, “deshonesta” y “perdida” —según fray Luis—, aparece potenciado. A pesar de la idealización que sufren, las referencias sensuales y sexuales del texto salo­mónico resaltan en el poema de la michoacana. Frases como “Atraída al olor de tus aromas / y embriagada de tus pechos” nos remiten a un estado de excitación carnal. Al mismo tiempo aluden al “enamoramiento del alma”, que es comparado con la embriaguez que ocasiona el vino —según se dice en los salmos y proverbios—, la cual, como el amor, alegra y destierra del corazón “todo cuidado penoso” y tiene como propósito “el henchir­ le de ricas y grandes esperanzas”, explica fray Luis. En otro poema, Urquiza retoma el tópico poético popular del amante “que asegura o que acredita —a veces después de muerto— que lleva impreso en su ardoroso corazón el retrato de la amada”.3 Entre un rimero de coplas tenemos las siguientes: “Con tus hermosos ojos / abrime el pecho, / ai verás tu retrato / si está bien hecho.” O: “Toma niña, este puñal / y abrime por un costado / pa que veas mi corazón / con el tuyo retratado.”4 En “La canción de Sulamita”, la poeta dice: Ya corre el corazón por este suelo como antes del remanso el agua impura; aún lleva tierras en la entraña obscura y pretende copiar la faz del cielo.

3 José Manuel Pedrosa, “Miguel de Cervantes, John Donne y una canción popular: el retrato de la dama en el corazón del amante”, revista Acta Poética, México, Centro de Poética/Instituto de Investigaciones Filológicas, núm. 26, 1-2, primavera-otoño, 2005. 4 Coplas citadas por Pedrosa, ibid., pp. 85 y 86.



Van creciendo el dolor y el anhelo, la corriente se turba y apresura y es fuente el sedimento de amargura más que las alas con que intenta el vuelo. Si tendieras la mano solamente y el agua temblorosa se aquietara, ya, contemplando el cielo largamente, ¡Oh deseado! El corazón dejara flotar sobre su seno transparente la divina belleza de su cara.

Este tópico de raigambre tan antigua —ya aparece en Pla­tón, en la Biblia, y después en el Canzoniere de Pe­trar­ca y otros cancioneros españoles e hispanoa­ me­ricanos—, recreado en la actualidad lo mismo por poetas cultos que populares, es también tomado y re­ elaborado por Urquiza en un sentido místico. Si lo es­ cuchó en alguna canción campesina andaluza o en una mexicana, no lo sabemos. Lo único cierto es que, sin prejuicio alguno, abreva de aquí y de allá logrando una expresión original. Culta como es, la michoaca­ na sabe que en la tradición encuentra un gran venero de temas, metáforas y sentidos que puede reutilizar indefinidamente. El hecho de que la poesía de Concha Urquiza pue­ da ser leída de varias formas e interpretada en dife­ rentes sentidos, que pueda ser repetida una y otra vez y nos suene familiar pero también siempre nueva, le da una riqueza de significación difícil de encontrar en la poesía religiosa de México. Esta virtud atribuible a la poesía tradicional y popular, pero también a la obra de poetas cultos, como San Juan de la Cruz, es también aplicable a la escritora michoacana, cuyos versos encienden nuestros sentidos y nuestra alma. Su canción incandescente a Dios suena y resuena en nuestros oídos desde la primera lectura. v La Otra | julio-septiembre 2010


colaboradores

alejandro arteaga | Ciudad de México, 1977 | Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de narrativa durante el periodo 2006-2008.

rodrigo benavides | Caracas, Venezuela, 1960 | Estudió fotografía en la Academia Punto Focal. De 1979 a 1982 residió en Londres gracias a una beca otorgada por el Photographic Training Center. Después se trasladó a París becado por el Estado francés, en l’École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs, donde estudió fotografía y artes plásticas hasta 1985. Viajó a Barcelona para recibir cursos y talleres, a partir de los cuales consolida su investigación autoral, decantando el uso del blanco y negro y el color como lenguajes específicos en la fotografía. En 1988 retornó a Caracas, donde asumió el libre ejercicio de su profesión; estable­ció en 2003 el Núcleo Fotosensible, talleres de fotografía (www.fotosensible.org). Actualmente es director del Museo Nacional de la Fotografía de Venezuela. marco antonio campos | Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jeru­sa­ lén (2005). Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), el Premio Casa de América (2005, España) por Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile.

| Asunción, Paraguay, 1943) | Ha publicado los libros de poesía La vida que vivimos (1992), La transparencia de los días (1990), Todos los cielos (1987). Ha publicado también numerosos artículos y crítica literaria en diferentes diarios y revistas del Paraguay y del extranjero. Es director de Relaciones Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores. Pertenece a la Sociedad de Escritores del Paraguay, al Pen Club del Paraguay, a la Academia Paraguaya de la Lengua Española, al Instituto Cultural Paraguayo-Alemán y al Instituto Cultural Paraguayo-Venezolano. Es académico de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española y miembro correspondiente de la Real Acdemia Española. Recibió la condecoración del gobierno paraguayo con la Orden Nacional del Mérito en el grado de Comendador.

víctor casartelli

| Bolivia, 1972 | Escritor, periodista y gestor cultural. Tiene publicados los libros de poesía Lugar co­mún (1999) y Escalera de mano (2003). Poemas suyos se encuentran recogidos en suplementos, revistas literarias y antologías. En otros géneros ha publicado La apuesta de Odisea y otros ensayos (2000) y cuentos en revistas como Correveidile y Medusa de fuego. Es editor de Historia de la cultura boliviana del siglo xx, vol. 1: La música (2005). Condujo el taller de poesía de la Universidad Andi­na Simón Bolívar, y fue docente invitado de literatura latinoamericana en la Universidad de San Francisco Xavier. Como gestor cultural dirigió el Festival Internacional de la Cultura y organizó numerosos eventos literarios, historiográficos y artísticos en la ciudad de Sucre. En 2006 recibió la medalla al mérito cultural que otorga el Estado boliviano. Actualmente colabora con el se­ manario Pulso y realiza ediciones para Fundación Cultural La Plata.

gabriel chávez casazola

| Carora, Venezuela, 1941 | Ha publicado, entre otros libros: Si el verano es dilatado (1968), Cosas (1968), Nove­ nario (1970), Rayas de lagartija (1974), Costumbre de sequía (1976), Resolana (1980), Entreabierto (1984), Señores de la distancia (1988), Mediodía o nunca (1989), Sentimentales (1990), Más afuera (1993), Duro (1995) y Solamente (1996). Dirige desde hace cinco años la revista Imagen, del Instituto Nacional de Cultura (Conac) de Venezuela. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, alemán, hún­garo, hebreo y árabe. Obtuvo el premio Conac, el Premio Municipal de Poesía y el Premio Nacional de Periodismo Cultu­ ral. Como traductor ha vertido al español la poesía de René Char y poesía de Guillevic. luis alberto crespo

pero de oráa | Falta.

susy delgado | San Lorenzo, Paraguay, 1949

| Escritora y periodista bilingüe, escribe en guaraní y castellano. Sus poemarios en guaraní son Tesarái mboyve (Antes del olvido), Tataypýpe (Junto al fuego), Ayvu membyre (Hijo de aquel verbo), Ñe’ê jovái (Pala­ bra en dúo), Jevy ko’ê (Día del regreso) y Tyre’ÿ rape (Camino del huérfano). Ha publicado también varios poemarios en castella­no, dos antologías de literatura paraguaya y otros libros. Su obra ha sido traducida al inglés, portugués, alemán y gallego. Obtuvo diversas distinciones nacionales y extranjeras, como el Premio Cide Hamete Benengeli de la Universidad Toulouse Le Mirail y Radio Francia Internacional (2005) y el Segundo Premio Municipal de Literatura (2006).


mara donat | Falta.

alfredo fressia | alfredo fressia | Montevideo, Uruguay, 1948 | Poeta, profesor de literatura, se desempeña también como peri-

odista cultural. Es traductor de poesía brasileña al español. Reside en São Paulo, Brasil, desde 1976. A partir del fin de la dictadura en su país vuelve sistemáticamente a Montevideo, donde publica y se desempeña como crítico de poesía. Editor de La Otra. Revista de Poesía + Ar­tes Visuales + Otras Letras. Entre sus libros publicados se encuentran Un esqueleto azul y otra agonía (1973), Clave final (1982), Noti­cias extranjeras (1984), Destino: Rua Aurora (1986. 2007), Cuarenta poemas (1989), Frontera móvil (1997), El futuro / O futuro (1998), Amores impares (1998), Veloz eternidad (1999), Eclipse. Cierta poesía (1973-2003) (México, 2006). ángela garcía | Falta.

graciela kartofel | Historiadora de arte. Creó el área de Arte Moderno y Contemporáneo para la Universidad Nacional Autónoma de México; ejerce como profesora invitada en diversas instituciones; es curadora y crítica independiente; escribe en ArtNexus, La Otra, La Voz de Michoacán y Kunst. Es autora de monografías sobre artistas contemporáneos y libros de teoría editados en México y en el exterior. Es miembro de Penn, caa e International Art Critic Association. josé landa | Campeche,

México, 1976 | Algunos de sus libros son Tronco abierto (1993), La confusión de las avispas (1997), Dicho está (2008), Placeres como ríos (2009) y Navegar es un pájaro de bruma (2010). Entre las antologías que lo incluyen está El manan­ tial latente (2002), Anuario de poesía (2005), Ojos que sí ven (poesía visual, 2010), Festival de Narració Oral d’Altea (ed. bilingüe: valenciano-español, 2010). Ha reci­bido, entre otros, los premios José Gorostiza (1994), Hispanoamericano de Quetzaltenango (2007), el Internacional Ciudad de Lepe (2009) y el Nacional de Poesía Universidad de San Luis Potosí (2009). Fue becario del fonca 2004-2005.

margarita león vega | Poeta y ensayista, es autora del libro De contrarios principios engendrada. Poesía y prosa de Concha Urqui­

za (2010).

leonel maciel | Falta.

gonzalo márquez cristo | Bogotá, Colombia, 1963 | Poeta, narrador, ensayista y editor. Autor de Apocalipsis de la rosa (poemas,

1988), Ritual de títeres (novela ganadora de beca Colcultura, 1992), El Tempestario y otros relatos (1998), La palabra liberada (poe­ mas, 2001), la antología Liberación del origen (2003) y Oscuro nacimiento (2005). En 1989 participó en la fundación de la revista cultural Común Presencia, de la cual es su director. Es creador y coordinador de la colección de literatura Los Conjurados, actualmente distribuida en cinco países. Es fundador y asesor periodístico del semanario virtual Con-Fabulación. Varios de sus poemas y relatos han sido traducidos al inglés, francés, árabe, italiano, portugués y braille. Es codirector del Día Mundial de la Poesía (versión Colombia) instituido por la Unesco. Obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot (2007), con su trabajo “La pregunta del origen”. pablo molinet | Ciudad

de México, 1975 | Autor de Poemas del jardín y del baldío (Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, 1998; Alforja, 2002). Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas 2004-2006.


josé vicente peiró barco | Falta

jacobo rauskin | Falta.

stefaan van den bremt | Aalst,

Flandes Oriental, Bélgica, 1941 | Vive en Bruselas. Es poeta, traductor y ensayista belga de habla neerlandesa. Hasta la fecha ha publicado dieciocho libros de poesía. Sextant (Sextante), recibió el premio al mejor estreno litera­ rio en Flandes en 1968. En 2007 recibió el Premio Internacional de Poesía de Zacatecas, México. Ha traducido a autores de habla francesa y alemana, y a hispanoamericanos como Ramón López Velarde, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Octavio Paz, Jaime Sabines, Juan Gelman, Marco Antonio Campos y Juan Manuel Roca.

colaboradores




eclipses

alfredo fressia

Alfredo y yo Duerme bajo el firmamento la paciente flora del invierno. Yo también duermo en mi cuarto de pobre. Del lado ciego de la almohada otro Alfredo tirita, es un ala o una sombra que prendí al alfiler entre las hojas de herbario, un insomne aprisionado en las nervaduras, mi fantasma transparente. ¿Qué haré contigo, Alfredo? Afuera pasará un dromedario por el ojo de la aguja, un milagro, la larga letanía de tus santos para escapar del laberinto, tocar el infinito herido por la flecha en la constelación de Sagitario y siempre la tortuga en tu poema ganaba la carrera. Sobrevivo a cada noche como un potro celeste nutrido con alfalfa y con estrellas mientras tú, Alfredo, hueles a hierbas viejas en el cajón atiborrado de secretos. Yo te olvido al despertar, sigo mi busca obstinada en el pajar del mundo y te reencuentro en la almohada pinchado al otro lado de mi sueño.


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