Revista La Otra No. 16

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Los brotes de la Primavera Mexicana

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a primavera en México no es homogénea, en el centro y el sur es un despliegue de colores con oleadas de calor y lluvias aisladas, mientras que en el norte del país las flores pueden también ser el anuncio de la sequía. No obstante, la primavera es parte de un imaginario donde la luz se intensifica y el espacio adquiere un resplandor cromático advertido por la poesía arquitectónica de Luis Barragán. Ahora hablamos de Primavera Mexicana para referirnos a los brotes de inconformidad, de indignación, de protesta, de organización ciudadana. Coincide, cierto, con los últimos días previos al verano que nos traerá las lluvias, a las tolvaneras que se avizoran en el horizonte electoral del primero de julio. Reconforta y da aliento ver a los jóvenes, a esos ciudadanos que en su mayoría viven aún bajo la tutela paterna, no sólo manifestar sus puntos de vista y sus reclamos a una clase política que está muy lejos de ser representante de los intereses de una nación, de ser servidora de los anhelos de la mayoría, y sí usufructuaria de un poder que se mueve en la impunidad y entre las sombras para garantizar la inmensa riqueza de una cuantas familias que empobrecen y envilecen a nuestra sociedad. Los medios masivos por un lado y la corrupción por el otro son instrumentos de control y degradación en sus manos. "Yo soy 132" no es un grito, es una declaración de reconocimiento del otro, de exposición de motivos individuales y colectivos, una aglutinación de conciencias, de voluntades que nos enseñan que ser joven no significa ser sumiso, indolente, apático, ajeno a las decisiones que determinan el futuro de su país. Son las conciencias más claras y transparentes que aún ven una posibilidad para salvarnos de la decadencia y el mal tiempo. "Yo Soy 132" son los primeros brotes de una primavera mexicana; no es un voto, es una necesidad inaplazable, un imperativo categórico, una voz que nos llama a ser. José Ángel Leyva


director general José Ángel Leyva subdirector Víctor Rodríguez Núñez (Cuba-Estados Unidos) editor Alfredo Fressia (Uruguay-Brasil) consejo editorial Jorge Bustamante | Jorge Boccanera | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Antonio Deltoro | Evodio Escalante | Jorge Esquinca | Juan Gelman | Hugo Gutiérrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Hernán Lavín Cerda | Carlos Maciel | Pablo Molinet | Carlos Montemayor† | José Emilio Pacheco | Begoña Pulido Herráez | Vicente Quirarte | Juan Manuel Roca | Uberto Stabile

Universidad Autónoma de Si naloa rector Dr. Víctor Antonio Corrales Burgueño secretario general Dr. José Alfredo Leal Orduño año 4 |núm. 16 | julio-septiembre 2012 Foto de portada Boris Dinerchtein

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diseño y formación Rosalinda Ma. Santoyo Ojeda

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ÍNDICE

Poetas en Babel John Kinsella | [Trad.]Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez | 5 Lana Derkač | [Trad.] Željka Lovrenčić | 9 Grevel Lindop | [Trad.] Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez | 13 António Ramos Rosa | [Trad.] Rodolfo Alonso | 17 Francesco Tomada | [Trad.] Uberto Stabile | 21 Nelson Saúte | [Trad.] Uberto Stabile | 26 Salah Stétié | [Trad.] Enán Burgos | 31 Fotografía Boris Dinerchtein José Ángel Leyva | Boris Dinerchtein, viaje a las imágenes | 36 Yo poeta José Manuel Caballero Bonald

[ Dossier coordinado por Juan Carlos Abril ]

Álvaro Salvador | Cónsul de la Nueva Poesía en Ultramar | 49 Antonio Jiménez Millán | La poesía de Caballero Bonald | 57 Luis García Montero | La lucidez y el óxido | 61 Juan Carlos Abril | Coordinador del Dossier | Navigare necesse, vivere non necesse | 67 Poemas de José Manuel Caballero Bonald | 79

Poetariado Alpidio Alonso-Grau | 84 Álvaro Ojeda | 87 Mariángeles Comesaña | 91 Consuelo Tomás Fitzgerald | 94 Edwin Madrid | 97 Kenia Cano | 100 Román Antopolsky | 103

Otras letras Pedro Alejo gómez | Pedro Gómez Valderrama, ética y estética de un escritor | 107

Lengua de sastre Eduardo Hurtado | Mariángeles Comesaña, de la mano del viento | 114

Artes plásticas Mario Londoño Juan Manuel Roca | Mario Londoño, los espacios del sueño | 119 Ángela García | Vértigo y quietud | 120 La cocina del artista Uberto Stabile: Nací en el Mediterráneo | 130

Eclipses Cees Nooteboon | [Trad.] Fernando García de la Banda | 136

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Š Boris Dinerchtein

ď‚ Detalle | Stresa, Italia | Agosto 2009 4

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Canto of Starlight I rest these schisms with Tracy at my side and rare birds on unopened brick packs just outside our window. All the stars up at once, narrowed to a vista.

John Kinsella Traducción del inglés | Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez

Perth, Australia, 1963. Hizo estudios en la Universidad de Australia Occidental y luego viajó extensamente por Europa, el Medio Oriente y Asia. Su poesía ha tenido una vasta difusión en su país natal y en todo el mundo anglófono. Comprende más de treinta libros, desde el inaugural Night Parrots, 1989, el ya clásico The Silo: A Pastoral Symphony, 1995; la antología seleccionada y prologada por Harold Bloom Peripheral Light, 2004 y el monumental Divine Comedy: Journeys Through Regional Geography, 2008, de donde provienen estos poemas. Es el fundador de la revista literaria y editorial Salt, así como el editor internacional de The Kenyon Review. Ejerce la docencia en Cambridge University, Gran Bretaña.

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Suddenly, for the first time, celebrations matter and I understand the joy of greeting cards: wish you a rapid recovery. Decorations down at Epiphany. Today, I sucked a mosquito bite on Tracy’s left breast, right where the areola begins and ends. It was the most stimulating moment imaginable. She said: “that’s another side of you…” I had to let go a tranche of phobias. It’s like reading Virgil’s Eclogues in the bathroom, a line at a time over a decade: that’s what time is in our house, below the starlit mountain where earth, hell and paradise grow inseparable.

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Canto de la luz de las estrellas Acomodo estas escisiones con Tracy junto a mí y pájaros raros sobre bultos de ladrillos no abiertos al pie de nuestra ventana. Todas las estrellas alzadas al unísono, estrechadas en un solo vistazo. De pronto, por primera vez, las celebraciones importan y comprendo la alegría de las tarjetas de felicitaciones: te deseo una recuperación rápida. Los ornamentos bajados cuando llega la Epifanía. Hoy, chupé una picada de mosquito en el pecho izquierdo de Tracy, justo donde la aréola comienza y termina. Era el momento más incitante que se pueda imaginar. Ella dijo: “es un lado de ti que no te he visto…” Tuve que dejar una serie de fobias. Es como leer las Églogas de Virgilio en el baño, una línea a la vez por una década: así el tiempo en nuestra casa, bajo la montaña iluminada de estrellas donde tierra, infierno y paraíso se vuelven inseparables.

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Canto de profundis: Acerca de San Miguel triunfante sobre el demonio de Bartolomé Bermejo Entreveo a San Miguel casi todas las noches: con luna o sin luna, cielo nublado o despejado. Se para como una prima donna a la entrada del infierno, no más subir la colina, una abertura pequeña o grieta o pórtico en un túmulo de granito que recogí con mis propias manos. Su armadura es tan grotescamente brillante, tan dorada, como el campo de trigo en toda su gloria antes de la cosecha, el fruto de un año sin sequía. Me veo arrodillarme a su costado divino, yo, señor de la propiedad, penitente hasta el fin: escúchame, atiende, mírame brillar la sombra de su pavoroso impulso de alma, una danza enjoyada y diestra. Hasta que apareció Miguel, cada año el tiempo caluroso hacía salir a la serpiente morena de la trampa tejida y atestada de liquen: una incubadora de granito. Yo también estaba allá abajo, en las profundidades de la tierra salada del relleno. Gateé entre las raíces de los eucaliptos York, sabiendo por qué habían muerto de la copa para abajo. Escuché a través del suelo, una acústica atenuada, oí perros de un solo truco

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callejear: contaban historias de la nueva tecnología de él: ya no hay puntas que parezcan dientes, reflectores que den una luz sexual enfermiza, mecanismos de alas, armaduras y colas, polimórficamente perversos, alquímicos —aplastados bajo los pies, aullando, escupiendo feromonas, ultimados. Tan, tan hambrientos —de sangre y hueso, la quemadura del fertilizante químico. San Miguel es guiado por los satélites. Los caídos saben de dónde han caído. Distinguirlos parece muy difícil. Yo también: pisoteado antes de tiempo, rondando barriles de granos y mercados mundiales, soltero y sin compromiso: ahíto de luz, cualquiera que sea su fuente.

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Dangerous zone

Lana Derkač Traducción del croata | Željka Lovrenčić

Požega, Croacia, 1969. Se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de Zagreb. Escribe poesía, narrativa, dramas y ensayos. Sus obras han recibido varios premios y han sido traducidas a catorce idiomas. Algunas de sus poemarios son: Usputna raspela (Crucifijos incidentales, 1995), Utočište lučonoša (El refugio de los porta-antorchas, 1996), Eva iz poštanskog sandučića (Eva del buzón, 1997), Škrabica za sjene (Cajita para las sobras, 1999), Šuma nam šalje stablo e-mailom (El bosque nos envía un árbol por el correo electrónico, 2004), Striptiz šutnje (El silencio del desnudarse, 2006), Tko je postrojio nebodere? (¿Quién puso en fila los rascacielos?, 2007). En español ha aparecido su antología Murmullo sobre el asfalto (con Davor Šalat, México: La Zonámbula, 2008).

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Magnet tvoje svjetlosti pomakne anđela svaki put kad on stane u kritičnu zonu Onda mu se krila izdignu nad točkom mraka i naslućuje da će uskoro radio valovima Berlin emitirati dobro jutro Dok zora prelazi iz Pekinga u srednju Europu anđeo nečujno svira balalajku Noćas je gorjelo rastjerujući smrt razdirući strah tko zna koliko njegovih voštanih kopija i noćas je spavalo tko zna koliko taksista pod limenim zidovima s njegovim nevidljivim praslikama Noćas su golubovi nehotice zobali maglu pod njegovim hladnim statuama na Mirogoju Tamo gdje ti anđeo dodirne kožu pomislio si ostane rubin I svaki put kad magnet tvoje svjetlosti pomakne anđela iz opasne zone ti si njegov srebrnasti čuvar soul guard pa sada opet može nesmetano proletjeti ometajući razgovorne sekvence zvjezdane prašine Samo zato oprostit ću ti što povremeno odlaziš u veliki krematorij a potom nespretno rasipaš moju ljubav kao pepeo nad Gangesom

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Dangerous zone El imán de tu luz mueve al ángel cada vez que se para en la zona crítica Entonces sus alas se levantan sobre el punto de oscuridad y presiente que pronto por las ondas de radio Berlín emitirá los buenos días Mientras el alba pasa de Pekín a la Europa Central el ángel silenciosamente toca la balalaica Esta noche ardían espantando la muerte desgarrando el miedo quién sabe cúantas copias suyas de cera Y esta noche durmieron quién sabe cúantos taxistas bajo las paredes de hojalata con invisibles prototipos de él Esta noche las palomas involuntariamente picoteaban la niebla bajo sus frías estatuas en Mirogoj* Allá donde el ángel te toca la piel pensaste queda el rubí Y cada vez que el imán de tu luz mueve al ángel de la zona peligrosa tú eres su guardia plateado soul guard y ahora puedes nuevamente volar sin obstáculos interfiriendo secuencias de conversación de polvo de estrellas Solo por eso te perdonaré que a veces te vayas al gran crematorio y luego desgarbadamente disipes mi amor como la ceniza sobre el Ganges * Mirogoj, cementerio en Zagreb [Nota de la traductora].

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La cajita En el lugar destinado al tórax llevo una cajita para las sombras De cuando en cuando temerosamente quiero el universo El bosque a diferencia de mí sabe: el silencio es capital A veces las sombras de mi cajita no han sido aún evidenciadas en los registros y ricos catálogos del miedo A veces mis sombras no han sido aún inscritas en los formularios de profanación del lindo tiempo De vez en cuando no presentidas aparecerán de la nada apenas en algún informe meteorológico tardío En el lugar del tórax llevo una cajita con las sombras De vez en cuando se le cae el color del que adivinas la imagen incorpórea de la esperanza

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Maniobra del silencio La melancolía que arrugas en las manos es la única amante de medianoche Y en el alba todas las sombras están en el refugio la lila ya no tiene su significado original Toda la habitación puede recordar a algún mudo convoy del vacío El silencio empieza a gobernar prepara su maniobra y no puedes oír las olas ni robar la espuma de la que se levantó Afrodita Solo aún puedes sentir como el coronel de un ejército soñoliento te tira sentido por sentido slowly very slowly

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The Project for a New Linguistics It will listen to the voice of the rose crying, to the stone’s solitary vowel.

Grevel Lindop Traducción del inglés | Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez

Liverpool, Inglaterra, 1948. Recibió su educación en Oxford. Fue profesor e investigador de Estudios Románticos de la Universidad de Manchester, ciudad donde reside y se desempeña como escritor independiente. Ha hecho la edición crítica de los más de veinte volúmenes de la obra de Thomas De Quincey, a quien está dedicado su ensayo biográfico The Opium-Eater, 1981. En su obra ensayística se destaca, además, la monografía The Path and the Palace: Reflections on the Nature of Poetry, 1997. Pero Lindop es fundamentalmente un poeta, autor entre otros libros de Fools’ Paradise, 1977, Tourists, 1987, A Prismatic Toy, 1991 y Playing With Fire, 2006. Esta muestra de su poesía fue tomada de Selected Poems, 2000.

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It will be founded in the experience of the diligent girl from whose lips fell pearls and rubies; of her lazy sister who found herself uttering adders and toads. It will attend to the Tibetan sacred books whose syllables murmur themselves perpetually as they rest on the shelves wrapped in their rainbow silks. It will have time for the child’s first pun; for the old man’s explanation of his life. It will trace the calligraphy of swifts and note the pitches of their call. It will eat the white snake. First and last it will know one thing, that poetry is plain speaking.

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El proyecto para una nueva lingüística Escuchará la voz de la rosa llorar, la vocal solitaria de la piedra. Se fundará en la experiencia de la muchacha diligente de cuyos labios cayeron perlas y rubíes; de su hermana perezosa que llegó a pronunciar serpientes y sapos. Atenderá a los sagrados libros tibetanos cuyas sílabas continuamente se murmuran a sí mismas mientras descansan sobre los estantes envueltas en sus sedas de arcoíris. Tendrá tiempo para el primer juego de palabras de un niño; para que el viejo haga una explicación de su vida. Trazará la caligrafía del vencejo y notará el tono de su trino. Se comerá la serpiente blanca. De principio a fin sabrá una cosa, que la poesía habla claro.

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El corazón Cortas una manzana y encuentras una estrella. Hay una matemática del diseño y el símbolo en el artificio de la naturaleza: la caída que arrancó la fruta del árbol de Newton hace bajar también al meteoro, y como una señal la manzana mantiene su marca escondida, un asterisco grabado en el corazón que pone en evidencia una simetría única más allá de las leyes que cortan el mundo en dos.

El viajero en Yazd Baja del autobús, pisa el polvo radiante de petróleo derramado -el trance del viaje partido en dos. A través de él, la gente habla, grita, un tejido intricado y capas de ruido. El equipaje es sacado con dificultad del maletero. Los carteles a su alrededor son en persa escarlata: un garabato histérico y exuberante como una línea de llamas en el horizonte. Se echa la mochila al hombro. Las suelas se hunden en la tierra. La calle resplandece de crepúsculo. Nadie lo conoce. Por todo eso vino aquí.

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Las suplicantes Más pobres que un caracol, no acarrean ninguna casa en la espalda sino vienen a mendigar aunque no lo sepan, sin abrigar ninguna intención, atraídas por el aura de la hoja de te quizás, o la gotica de leche derramada condimentando el aire que enhebra la grieta en el ángulo de la puerta de la cocina. Del tamaño del meñique, dos babosas sin nada que las recomiende, con solo la mera confianza. No saben que estoy aquí aunque puede ser que sientan la luz de la cocina encenderse parpadeando o la inmersión en la oscuridad cuando me paro sobre ellas. No piden lo que toman, tampoco podrían reprocharme si las matara -lo cual me daría mucha pena hacer. Incluso les deseo lo mejor, lo que fuera bien para ellas. Al llegar el amanecer habrán partido; y si las saco de noche no regresan, sus hábitos tan crípticos como las huellas que dejan atrás, que solo responden a la luna como las venas de un metal brillante en el umbral de piedra.

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No espaço Vejo e respiro o azul como o sopro de um imenso animal. Inalterável, transparente, no seu mudo esplendor. Uma suavidade de pedra e de horizonte. Um voo suspenso que é todo o espaço e o majestoso fulgor de um espelho que é todo ar. Na profundidade do ar sou um animal do ar. Nudez da inocência, respiração do sol. Corpo sem sombra, sem segredo, íntimo, evidente, ardente, translúcido. Mundo volátil em expansão segura, mundo do princípio do desejo e da sua plenitude inicial. Em vez de palavras, a fragrância feliz e inexaurível de uma inocência solar. O sim do espaço, o sim do esquecimento.

António Ramos Rosa Traducción del portugués | Rodolfo Alonso

Faro, Portugal, 1924. Poeta, crítico y traductor. Formó parte del Movimento de Unidade Democrática, que se opuso a la dictadura de Salazar, y estuvo preso. Cofundó en 1951 la revista Árvore, una de las más significativas de la posguerra en su país, y que prestó especial atención a los poetas de otras lenguas. Se dedicó por muchos años a la enseñanza del francés y del inglés. Su primer libro de poesía, O grito claro, vio la luz en su ciudad natal en 1958. Es autor de más de cincuenta obras, la mayoría de las cuales en este género.

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En el espacio Veo y respiro el azul como el soplo de un inmenso animal. Inalterable, transparente, en su mudo esplendor. Una suavidad de piedra y de horizonte. Un vuelo suspendido que es todo el espacio y el majestuoso fulgor de un espejo que es todo aire. En la profundidad del aire soy un animal del aire. Desnudez de la inocencia, respiración del sol. Cuerpo sin sombra, sin secreto, íntimo, evidente, ardiente, translúcido. Mundo volátil en expansión segura, mundo del principio del deseo y de su plenitud inicial. En vez de palabras la fragancia feliz e inagotable de una inocencia solar. El sí del espacio, el sí del olvido.

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Un exceso de transparencia y levedad Expectativa desde la nulidad en que ningún impulso se genera todavía. Escucho o no, y no es el silencio lo que oigo ni el murmullo del vacío. Quiero comenzar a partir del momento en que sienta el temblor lúcido de una palabra que surja de una evidencia misteriosa, ineluctable, pura. Entre tanto, escribo sin escribir, esto es, sin necesidad. Ignoro, no obstante, si estas palabras prematuras no irán a precipitar el momento de la eclosión en que el silencio espontáneamente se manifiesta a través de una formulación que sería la propia pulsación de lo informulado. Estoy completamente árido, nulo, apagado. Es, todavía, en este claro de cal que debo permanecer. Nadie aparecerá, ninguna presencia viva vendrá a encender el paisaje. Continúo escribiendo en medio de las piedras, sin siquiera el rumor del follaje. Las palabras, ¿qué son las palabras que pausadamente voy juntando sin felicidad, casi sin ardor ni gusto? El momento único no surge, tal vez nunca llegue a surgir. Pero es en la expectativa de ese momento único que continúo escribiendo desesperadamente y con todo no sin una cierta confianza, confianza que mueve estas precarias y casi nulas palabras. Tan lentamente escribo y todo es ausencia o separación. ¿Por qué ni siquiera la pasajera luz de la alegría? Donde hay palabras ¿por qué no está la naciente, por qué no la brisa? En verdad, lo que busco es un espacio para respirar. Que mis palabras diseñen un paisaje aéreo, silencioso, inicial. Se diría que algo me impide forzar, pesar, ¡como si la eclosión de la palabra viva solo se diese en un exceso de transparencia y de levedad! Estoy perdido de no llegar a nada, pero ahora leve, más leve, voy abriendo el espacio adolescente en que el movimiento se inclina hacia la frescura de una primera edad. Algo pasa entero, animal o dios, y su ausencia es la completa felicidad de un surco que es tanto silencio como palabra desnuda. Pasan las figuras sin revelarse, profundas y ausentes, y sus gestos resplandecen en las misteriosas expresiones. El firme timbre de las frases repercute al paso vibrante de las imágenes que se liberan en las aguas. Algunas se abren en curvas de concavidades. Escribo ahora en la compañía efímera de presencias puras. ¿Podrán las palabras decir los colores, la dulzura, el perfume que transforma al exilio en el claro paraíso del silencio? Ahora escribo en la coincidencia y en la amplitud de lo abierto. Las pobres palabras se vuelven ardientes, unificadas, vivas evidencias de una desnudez enigmática. ¡Cuántos caminos se abren en la página respirable, cuánto azul se propaga en las palabras desnudas, cuánta sombra por el calor adentro!

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A la espera del viento Espero. Espero el viento. Me coloco en el área abierta entre la arena y la sal. Mi deseo es polen, delirio de la piedra, laberinto de hojas. Es tal vez la alegría de la ceniza que me mueve. Escribo con tres vocales de agua y cuatro palabras de sol blanco. Una huella dibujada en la arcilla, una minúscula araña, una pequeña llama en el suelo, el temblor del aire, todo indica que las palabras, entre el sueño y el sol, se consumarán con la verde energía del deseo liberado.

La palabra viva Muro en vez de boca, cal en vez de lengua. Boca en vez de muro, lengua en vez de cal. Un ímpetu, un color, una mancha, una señal escrita, un círculo de tierra, una cosa viva. ¡Tantos astros de arena, tantos rostros de piedra! Y el cielo vasto, redondo, completo, los bultos vivos, ligeros, matinales. Ritmo, crecimiento, inundación. Por todas partes el silencioso calor de un animal aéreo. El mundo se encendió con sus árboles transparentes. Todo es fácil, todo es fluido. Suavemente vacío, en la desnudez intacta, el cuerpo escribe con la espuma del aire.

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El encuentro A veces, sin ningún esfuerzo, soy una atmósfera o me identifico con una arboleda, con su color sombrío, color de terciopelo y silencio, color de estar o ser, intemporal y denso. Es allí donde vivo por momentos. Donde soy una respiración del silencio. O entonces una ladera. Unas cuantas ventanas donde ya nadie viene a asomarse. Una faja oblicua de color ensimismado en el abandono de una tristeza que es un gesto de la inmovilidad. Alargado, profundo, externo gusto de ser y nada más. Estar o ser en el encuentro se volvió la exactitud pura de una densidad tranquila y suficiente, internamente inmensa. Contemplación intensa y calma, como liberada del deseo, y todavía la forma y el fondo del deseo como sustancia única, salva en una completa tranquilidad. En este muro inhabitable, por abandonado y solitario, está la más viva y la más sosegada habitabilidad del mundo. Siento la vibración aérea de lo imperecedero y todavía efímero. Soy ahora, abandonándome, el propio encuentro con lo que no responde y que responde en el silencio de lo inanimado. Horizontal, vertical, estoy reunido como una piedra y no me hundo, no zozobro entre la sombra y el agua.

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Il terremoto del ‘76 Quando venne il terremoto del ‘76 era sera ed io avevo otto anni uscimmo tutti di corsa nei cortili così come eravamo, noi bambini già in pigiama ricordo la casa che tremava nel buio e non ho mai pensato che potesse cadere ma avevo paura, paura per il rumore e perché si muoveva la terra e restava ferma l’aria una cosa sconosciuta

Francesco Tomada Traducción del italiano | Uberto Stabile

Gorizia, Italia, 1966. Su primer libro de poesía, La infancia vista desde aquí, (Sottomando, 2005), obtuvo el Premio Nacional Beppe Manfredi. Y por su segundo libro, A cada cosa por su nombre (Le Voci della Luna, 2008), recibió los premios Città di Salò, Litorale, Baghetta, Osti, Gozzano y Percoto. Desde mediados de la década de 1990, ha participado en lecturas y encuentros internacionales, así como en programas radiofónicos y televisivos en Italia y otros países. Sus textos han aparecido en numerosas revistas, antologías y sitios de internet. Recientemente ha realizado una antología de la producción literaria de la provincia de Gorizia durante los últimos 150 años.

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il contrario del vento

El terremoro del 76 Cuando sucedió el terremoto del 76 era de noche y yo tenía ocho años salimos todos corriendo al patio tal y como estábamos, los niños ya en pijama recuerdo que la casa temblaba en la oscuridad nunca pensé que se pudiera caer pero tenía miedo, miedo por el ruido y porque se movía la tierra y se quedaba quieto el aire algo desconocido lo contrario del viento

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El negativo y la imagen Cuando los niños de aquí hacen la guerra bastan cuatro almohadas sobre la cama para construir una trinchera todos tienen pistolas o fusiles con el tapón dibujado en rojo algunos incluso bombas de goma así que me pregunto si los niños en Beirut juegan a la paz y cómo lo hacen porque no hay casas jardín padres de plástico y morir fingiendo es fácil pero fingir vivir no se puede

Bihac, Bosnia Hay una muchacha que baja hacia el río el bolso en una mano, un largo remo en la otra tiene poco maquillaje en los ojos un vestido claro y estrecho hasta las rodillas lo más fresco para una tarde de verano toma una pequeña barca de madera y se aleja sobre el agua cuando aquí había guerra tenía quizá cuatro o cinco años me pregunto qué cosas recordará de entonces mira cómo es de obstinada la belleza se reconstruye sola es la semilla que germina bajo el asfalto y lo rompe es una muchacha bosnia que rema ligera sin tu ayuda cobarde Europa

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Finisterre Recuerdo las mareas de Loguivy el agua que se retraía por kilómetros y en el puerto las barcas tumbadas de lado sobre la arena sus cascos peces de madera fuera de lugar brillando al sol como un hombre que se despierta en una habitación ajena dónde están mis libros sobre la mesilla de qué lado está la ventana donde ha terminado el mar

La medida Diez centímetros tras mi coche está el más cercano del aparcamiento diez centímetros también tras tu cuerpo el mío ayer por la tarde que no hicimos el amor hubiéramos querido pero algo había entre nosotros: cansancio el silencio de palabras descuidadas el miedo a no reencontrar la misma confianza de otras veces después dicen que la distancia es algo absoluto y calculable diez centímetros entre dos coches es un espacio entre nosotros una distancia

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Yo vivo aquí, pt. I Una vez vine aquí a Redipuglia*, entre todos los nombres buscaba uno para mi hijo que estaba por llegar, buscaba una idea. Después elegí otro, no quería que tuviese una herencia tan pesada, ya bastaba con mi apellido. Y sin embargo aquí tienen muchos nombres, treinta mil nombres para generaciones enteras de hijos del nordeste y setenta mil soldados desconocidos, incluso por todas las veces que se ha hecho el amor y no ha nacido nadie. * Cementerio de guerra con más de cien mil tumbas en Gorizia, norte de Italia.

Yo vivo aquí, pt. II Te quiero describir un horizonte: desde la pendiente de Podgora a la cuenca donde reposa la ciudad y después al morro oscuro del Sabotino habrá tres kilómetros en línea recta. Ahora lo quiero medir: para llenar el cielo basta un puñado de golondrinas en vuelo; hace noventa años para tomar esta tierra murieron cuatrocientos mil soldados. Gorizia tiene cuarenta mil habitantes, por cada uno de nosotros hay diez muertos. Las golondrinas sin embargo no alcanzan para todos. Por ello, cuando llega una, es primavera.

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1920 Hay una foto de mil novecientos veinte donde se ve destruida la casa que ahora habitamos una granada italiana la había impactado la misma casa la misma habitación donde luego concebimos los hijos pero de aquellos momentos nuestros no hay imágenes y la vida cuando explota dentro no hace ningún ruido y también yo te he poseído así se dice pero en realidad no he poseído nada eres como esta tierra donde para dejar un signo es inútil combatir es necesario pertenecer mostrarse humilde y vivir con paciencia como hace el color sobre una rosa

Navidad, otra Hay una oveja tumbada sobre el costado hace una semana hay dos mujeres en la cola frente al horno que tienen una luz falsa siempre encendida pero el pan de comer ya no se cuece hemos tenido poco cuidado al poner el belén este año y nuestros niños han querido meter sus soldaditos entre las figuras ahora se parece más a la Palestina de hoy hay tres hombres con fusiles y el rostro cubierto y donde termina el musgo que imita la hierba de golpe empieza el desierto

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Corpo de delito

Nelson Saúte Traducción del portugués | Uberto Stabile

Maputo, Mozambique, 1967. Poeta, narrador, crítico y periodista. Vivió cinco años en Portugal, donde se licenció en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nueva de Lisboa, y fue redactor del Diario de Letras y del Público. Reside en Maputo, donde ha trabajado en la revista Tiempo, el diario Noticias, Radio Mozambique y Televisión de Mozambique. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía A Pátria Dividida, Lisboa, 1993; A Cidade Lúbrica, edición bilingüe italiano-portugués, Bologna, 1998 y Deixa Que Os Teus Filhos Se Sentem Na Tua Esteira, plaquete, Maputo, 1998. Con Fátima Mendonça editó la Antologia da Nova Poesia Moçambicana, Maputo, 1993. Los poemas que se publican a continuación provienen de su libro Maputo Blues.

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À porta o cão adormecido nem fareja a loucura dos deuses. Pela noite dentro a lua evolui na grave advertência do poeta. Os amantes sem destino deambulam suas sombras na derrota da solidão. Luzem os automóveis da nossa incongruente condição. À distância vozes anónimas confundem-se com o bulício marginal da cidade indormida. À uma da madrugada nem tudo é silêncio e morte. Os decibéis de uma música indecifrável na barraca da esquina aceleram o ritmo da cerveja e do lusco-fusco da Polana. Dois corpos degladiam-se na urgência do amor que os desafia a cada instante dos furtivos encontros de amantes irrevogáveis. Aqui cumprem o sacrílego direito do ilegítimo usufruto. Na mesa da sala de visitas atafulham-se jornais e revistas pedaços de fruta e um copo a meio um telefone celular em silêncio e a televisão acesa. Mais adiante no quarto minúsculo e frio com uma fotografia de ocasião na parede os amantes reincidem no mesmo delito. O insuspeito cão à porta ressona albergando-se do medo daqueles que cobiçam o alheio.

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Cuerpo del delito A la puerta el perro dormido ni olfatea la locura de los dioses. Por la noche dentro la luna crece ante la grave advertencia del poeta. Los amantes sin destino deambulan sus sombras en la derrota de la soledad. Brillan los automóviles de nuestra incongruente condición. En la distancia las voces anónimas se confunden con el bullicio marginal de la ciudad insomne. A la una de la madrugada no todo es silencio y muerte. Los decibelios de una música indescifrable en el bar de la esquina aceleran el ritmo de la cerveza y del crepúsculo de la Polana. Dos cuerpos se disputan en la urgencia del amor que los desafía a cada instante de los furtivos encuentros de amantes irrevocables. Aquí cumplen el sacrilegio íntegro del ilegítimo usufructo. En la mesa del cuarto de visitas se hacinan diarios y revistas trozos de fruta y un vaso a medias un móvil en silencio y la televisión encendida. Más adelante en el cuarto minúsculo y frío como en una instantánea en la pared los amantes reinciden en el mismo delito. El insospechado perro a la puerta ronca abrigándose del miedo de aquellos que codician lo ajeno.

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Los días del norte a Manuel Ruas

Las notas del piano del maestro Dollar Brand —Mannenberg is where it´s happening— resisten en el dolorido trayecto de la memoria del tiempo en que a Ciudad del Cabo solo se llegaba por fuerza de un aforismo. Miriam Makeba exiliada en Soweto no podía visitar a su compatriota Nelson Mandela mientras allá en el norte nosotros escuchábamos Pata Pata. También sonaba Mama Sibongile. Era común escuchar a Steve Kekana o Soul Brothers años al filo de nuestras fugaces reuniones que terminaban siempre con mi padre y sus amigos del servicio militar desvelados por el ron de Fidel Castro y por el soviético y poderoso vodka ahora totalmente globalizado. En aquellos tiempos el Mamba traía los amigos y unas botellas para acabar con la ley seca no decretada por las carencias de la revolución. El también se emborrachaba en el olvido de su amor no correspondido por una de las seis hijas del Administrador. Cuando las reuniones alcanzaban un estado etílicamente correcto nosotros aprovechábamos la ocasión para expulsar del tocadiscos a Lindomar Castilho y otros cantantes melancólicos y continúabamos por territorios algo diferentes. Hoy también es domingo. Hace un calor insidioso en Maputo como en mis días del norte en Nacala. Escucho Mennenberg repetidamente envío un msm a un amigo mozambicano en Ciudad del Cabo —cumplido está el vaticinio del poeta— un gesto para mi viejo conocido Abdullah Ibrahim.

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Solo de saxofón para un artífice de sueños después de oír Naima de John Coltrane La poesía es inútil frente a tus ojos. Nada me puede ayudar, ni el refugio de las palabras, ni el artificio del silencio. Los argumentos nada pueden frente a tu sonrisa. Nada me podrá auxiliar. Traigo en la bolsa un manantial de poemas para recitarte, los versos que atravesaron la vida de los poetas de mi vida. Frente a tu belleza nada me redime. Estoy solo como si atravesase el desierto. Conmigo y con la infinitud del paisaje imprudente de mi imaginación. Los primeros versos solares que soñé para regalarte como si fueses una antigua compañera del liceo zozobran frente a ti. La noche de los laúdes y el crepitar del fuego alrededor de mis duendes la música que yo soñé componer o las canciones que un día entoné no bastan. Ni las manos vacías. Mis manos de artífice de sueños. Nada. Ni el silencio que cubre el campo del paisaje allá fuera. Ni los pájaros dormidos en las ramas y cubiertos de rocío. Ni la luz de los días, el crepúsculo en la montaña más allá de los montes Libombos. Ni nada. Ni siquiera la voz de una musa del jazz recordando mis días en América la soledad izada en la cima de los rascacielos de Manhattan. Ni sobre la madrileña Castellana. O las hojas de la primavera en los hombros de los Campos Elíseos. Ni la penumbra de Londres. El sol en un lago de Zurich. Ni el lago Dal, ni las montañas de Cachemira.

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O el tumulto de Delhi, o la exultante Bombay. Ni el soñado Río en las canciones de Tom Jobim. Ni el sol de mi infancia sobre la Serra da Mesa. O la ilusión de Nacala-a-Velha. La Isla desterrada en sí misma. Ni la luna de Mpssuril sobre el mar nocturno entrando en mi cuerpo adentro. Ni la madrugada precoz al compás de las olas. Ni el salitre que avanza sobre las casas y derrumba los escasos monumentos de Muhipiti. Ni mis sueños en las dunas de Chidengele. Ni la Inhambane de mi padre con los cocoteros perfilados en el tiempo y doblados al viento y las tempestades. Nada. Ni las palabras en el silencio. Ni mi ciudad castigada por la basura. Ni la bahía, ni los barcos de Panamá que entraban en la mitología de mi adolescencia y las calles del centro revueltas de marineros y putas y noches que inventaban New Orleans en la Rúa Araújo. Ni Julius Nyerere hoy. O los bares ausentes de la ciudad. Ni la gloria huidiza de los bebedores de cerveza. Ni la desesperación de las muleras en el interminable viaje del tren. Ni el tumulto del bazar. O mi Xipapamine. Ni los indios a quienes compré ilusiones y el incienso. Ni tu ausencia. Tus parcas palabras. Tu amor imponderable. Mi destino suspendido en tus palabras. Mi soledad curtida en el oficio de la espera. Ni la sombra que viaja en tu mirada. Ni la tristeza la melancolía. Ni el amor prestado a mis versos que te cantan todos los días. Nada me salva. Nada me auxilia. Ni las saladas lágrimas cuando escucho a una mujer entonar otra vez aquellas canciones que yo quise para ti. Nada, nada me salva en este largo solo de saxofón de John Coltrane.

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Miroir de guêpes I

Salah Stétié Traducción del francés | Enán Burgos

Beirut, Líbano, 1929. Poeta, ensayista y diplomático. Hizo estudios de leyes y de letras en la Universidad Saint-Joseph y la Escuela Superior de Artes de su ciudad natal, y en 1951 se doctoró en orientalismo en La Sorbona. Durante sus años en París trabó amistad con numerosos poetas franceses, entre ellos Yves Bonnefoy. En 1955 regresó al Líbano y fue profesor en varios centros de altos estudios, como la Universidad de Beirut. En 1961 ingresó en la carrera diplomática, llegando a ser embajador de su país en Holanda y Marruecos, representante ante la UNESCO y Secretario General del Departamento de Asuntos Exteriores. Su obra poética, escrita en su totalidad en francés, se inició en 1964 con La nymphe des rats, y comprende más de veinte libros.

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Je frappe aux grandes portes J’ai froid Et mon épaule a longtemps porté l’oiseau De l’air mendicant Ma tête est consumée Dans les Égyptes Ouvrez-moi, vous, les habitués d’un rire Derrière les murs visités des colombes Afin de me laisser vous présenter Mes pieds de pauvre ayant beaucoup couru Douleur sur moi par le vœu de ma mère ! Elle très sainte et couronnée de grands tabacs Sur l’autre rive et je vous donnerai Ses mains aussi Ouvrez-moi Ouvrez-moi Je crie Vers la lumière étroite et l’innomé du nom Avant le corps tourmenté des nuages Sur vous et moi et ce qui va venir

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Espejo de avispas I Toco en las grandes puertas Tengo frío Y mi hombro cargó por mucho tiempo el pájaro Del aire mendicante Mi cabeza consumida En Egiptos Ábranme, ustedes, acostumbrados a reír Detrás de los muros visitados por palomas Con el fin de dejarme presentarles Mis pies de pobre que mucho han corrido ¡Sobre mí el dolor del voto de mi madre! Ella muy santa y coronada de grandes tabacos Sobre la otra orilla les daré También sus manos Ábranme Ábranme Grito Hacia la luz estrecha y lo innominado del nombre Antes del cuerpo atormentado por nubes Sobre usted y yo y lo que va a venir II Coger la punta del fuego y penetrar En ese jardín con todas las sedas confusas Estoy cubierto por el ángel de la palabra Y mi cuerpo es cruzado por un río ¿Qué hacer aquí sino recoger El espíritu del lugar sin fruto y sin aguja No siendo el fuego que calcina las plazas de pasto Para calmar la sospecha?

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Luego irse de nuevo Habiendo saboreado Lo nulo Y encontrar los frutos Y con una mano Restituir sus plumas de palabra Al ángel frío del umbral III Ardiente, digo: he aquí la estrella despejada Sobre nuestras praderas y he aquí su guante de hierro Los ruiseñores apretujados en el placer de los árboles Penetraron facinerosos la obra de la sangre ¡Su fuego! Gargantas rosales acribillados por la lluvia Hacia ustedes mis pañales ennegrecidos bajo el verdor Esperando el alba con la espada del cielo Sus grandes rodillas en los arroyos, rompedoras de astros Antes de mi muerte pronuncio en las cocinas Los dioses por ambigüedades y desiertos También el deseo levantado como el huevo de las jarras Y tú, sol, matachín bordeado por flautas, Tu ojo llorando en las enredaderas de campanillas IV Sed deshabitados si palomas En encrucijadas se forman Sobre ustedes tengo prueba Yo que sombras arrollan un día de cobre Los incito y es mía la decisión Un fuego no es nada Pero la cima de las mujeres Suspendida amorosamente en la palabra Y el fuego incluso en león si se despliega Y si se extiende sobre las armas acostadas

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No obstante nada si la imagen es numerosa Y solamente bajo el molino de agua vana Hablaré para atraer Los cometas en el cielo inasequible V En lo hueco de la cabeza estos fuegos muy fríos Al palparlos queman El sol de un hombro: ¿Morirá? ¿Se aliviará? Aire les falta A las plantas donde el corazón se desliga del corazón Hay que salvar el corazón antes de que aparezcan Esos centinelas del odio a los dedos puros retenidos Con el más abstracto de sus colmillos animales Sobre el más dulce de los hijos de las niñas de sus bocas El corazón se irá sin duda con estas niñas Hacia los hoyos de todo sitio Habrá fiesta En la cúspide de ese cielo antes de todos los sueños De esas banderas umbrosas que van a extinguirse VI Oh templo oh bondad de mi cabeza Sobre el lago oh inmoderado Tengo paciencia Libro del lago, láminas de páginas frías Con árboles para un azul más frío que el árbol Con la grada del sol en el ensueño Y si un guerrero se pierde será atrapado Por el talón y entregado a las imágenes Y fingiremos ser compañeros Sería bueno que sus palabras y las mías Juntas se lancen al asalto de un deseo Que por todas partes nos derriba Tengo 34

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En mi mano robusta el fuego recio —Después ambos beberemos El fulgor del vino VII Y también de la rastra contra el cielo Esas labranzas Son para cosechas pálidas de granos duros Donde nuestro corazón irá con la aurora A buscar el cuerpo y el atavío de palabras Si la tierra azulada por el cielo avaro Nos niega el pan y no cede A nuestra sombra aquí mal decidida Tendremos pena en las uniones sin miembros Hace falta pan bajo el olor de las violetas Fuese fúnebre y sobre todas esas mesas Abiertas sobre el mar sacudiremos Los fragmentos —Disputados por los perros y los ángeles VIII Aquello se detendrá El agua más rara Se extraviará Habrá que beber la lluvia Y provocar el dictado de las nubes Para lavar nuestras escuálidas manos de su víctima Habrá que vestirnos de astucia y deslizarnos Entre los astros con yelmos y parados en los umbrales Sin ser quemados por ellos y sin ser Devorados por los reyes de nuestros rostros ¿Y quién gobernará la tierra alta, Y baja y pobre con leche bajo el ganado, Sagrado —pero atónico ante la verdura Espesa y dominada por águilas líricas? Poetas en Ba b e l

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Foto

grafía

Boris Dinerchtein José Ángel Leyva

Viaje a las imágenes

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ay dos actividades en la vida cotidiana e intelectual de Boris Dinerchtein (Minsk, Bielorrusia), la música y el juego de damas y ajedrez. Asentado en México desde hace más de 20 años, su mirada se aguza bajo la incidencia visual de un mundo recargado de colores, sabores, olores, estridencias de una megaurbe que parece retorcerse sobre sí misma, como la serpiente emplumada que se muerde la cola en el tráfago humano, de una historia que no sale aún de su estupor y su derrota. Desde esa agitación de signos y señales, Boris parece buscar la luz no en la matriz de su rutina, sino más allá del epicentro de sus necesidades laborales y habituales. El viaje es motivo para empuñar la cámara fotográfica y asumirla como una herramienta de caza de imágenes, de gestos, de luces, de momentos. Lo irrepetible se perpetúa en el instante en que el ojo lo convierte en poesía. Hay en Boris Dinerchtein un discurso visual donde la armonía y el juego están presentes, forman parte del acto revelador de lo que pasa, de lo que transcurre en esas fugas temporales de la enseñanza del violín en particular y de la música en general. El viaje es motivación y causa para sorprender la mirada, para dejarla recrear una realidad que pasa de largo ante el turista o el habitante local. Escenas que revelan o sugieren el lado recreativo y contemplativo de la

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civilización, desprovistas de la tensión dramática de la noticia y la violencia. El azar se conjuga con el gesto, la luz con los sentidos, para focalizar atmósferas que nos transmiten sus estados de ánimo, las circunstancias de sus personajes o de su observador. La fotografía de Boris nos conduce a la intimidad de los horizontes, de las personas, de las plazas, de las estatuas que parecen animadas por la lente. Hay pues en esa búsqueda un encuentro, un hallazgo del gesto de las cosas con la luminosidad interior de quien ve las imágenes venir o de quien se deja cautivar por su misterio. El acto mecánico de quien registra, captura, dispara, no es suficiente para comunicar y expresar ese deseo de revelación y de significado; hace falta entrar en el movimiento, en la dinámica del tiempo, en el ritmo de la realidad que pasa inadvertida para los demás. El encuadre, la composición, la luz acompañan la oportunidad de quien paciente espera

o busca el accidente, la aparición de la imagen. Boris es en ese sentido un artista no profesional, dotado del instinto del jugador de ajedrez y de las damas, del músico riguroso y sensible que sabe leer la intensidad de los signos. El campo visual de Boris está dotado de una fuerza sinestésica. El espectador advierte en sus fotografías una armonía anímica, un tono común independientemente de sus entornos o su gente, un modo de contar sin historias: solo habla la gestualidad del instante, la fuerza de los símbolos, el diálogo de luces y sombras que hallan en el silencio su escritura. Esta serie fotográfica es un testimonio del viaje, pero del viaje interior del artista y sus encuentros casuales con lo ordinario-extraordinario, con la perspectiva de la memoria anticipada en la evocación y evaluación de quien se sale de su rutina para entrar en otra, que el paso del tiempo no deja caer en el olvido ni borra sus enigmas.

José Ángel Leyva | Durango, México, 1958. Poeta, periodista, ensayista y editor. Fue codirector de la revista de poesía Alforja (1979-2008). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Olga Arias” con el libro Entresueños (1990). En 1999 recibió el premio del xxix Certamen Nacional de Periodismo, en el área de reportaje cultural, otorgado por el Club de Periodistas. Ha publicado más de 15 libros de poesía, narrativa, reportaje y artes. Libros suyos han sido traducidos al francés, italiano, portugués, e inglés.

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© Boris Dinerchtein

 Venecia, Italia | Julio | 2006

Boris Dinerchtein | Minsk, Bielorrusia. Estudió en el Conservatorio Estatal y trabajó en la Orquesta de la Radio y la Televisión de su país. También desempeñó un destacado papel como profesor de violín y realizó grabaciones como solista para la Radio de su entidad. Llegó a México en 1991, donde trabajó en la Orquesta Sinfónica Nacional y la Orquesta de Minería. Fundó y dirigió el conjunto de cámara Cámerton. Ha actuado como solista y principal en varias orquestas de cámara, y hoy día dedica su tiempo profesional a la enseñanza del violín. Fue además Maestro Nacional de Damas, en la ExUnión Soviética y ganador de varios torneos nacionales e internacionales de Damas. Su nivel como jugador de ajedrez es también reconocido.

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 Riederalp, Suiza | Agosto | 2009

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© Boris Dinerchtein

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 Riederalp, Suiza | Agosto | 2009

 La Haya, Holanda | Julio | 2011

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 La Haya, Holanda | Julio | 2011

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Santorini, Grecia | Agosto | 2011

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Viena, Austria | Julio | 2011

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Haifa, Israel | Diciembre | 2011

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Sankt Pölten, Austria | Julio | 2009


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Acre, Israel, | Diciembre | 2011

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Ginebra, Suiza | Julio | 2009

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Acre, Israel | Diciembre | 2011

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Santorini, Grecia | Agosto | 2011

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Trieste, Italia | Agosto | 2009 Trieste, Italia | Agosto | 2009

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Haifa, Israel | Diciembre | 2011

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Lago Balaton, Hungria | Julio | 2009

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Š Borja Luque

Coordinador del Dossier | Juan Carlos Abril


Cónsul de la Nueva Poesía en Ultramar

Álvaro Salvador

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n sus recientes, José Manuel Caballero Bonald no se permite “dar por seguro que alguna vez vivió en Bogotá”, porque “toda verdad lleva la suposición de lo dudoso”. En especial cuando lo dudoso son las informaciones referidas a un viaje que lo trasladó a miles de kilómetros del lugar donde comúnmente vivía. Sueño o realidad, leyenda literaria o noticia, lo cierto es que las crónicas cuentan que Caballero Bonald y su mujer Josefa Ramis arribaron a Bogotá en febrero de 1960, recién casados y dispuestos a iniciar allí una nueva vida. El motivo fue la invitación de Mario Laserna, Rector de la Universidad Nacional de Colombia, para que el escritor formara parte del departamento de Humanidades como profesor a “tiempo completo”. El contrato que ofrecía el Rector era muy tentador y el ambiente que cabía esperar en Colombia también. Caballero Bonald podía imaginárselo recordando a los causantes del ofrecimiento, sus íntimos amigos, los escritores colombianos Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, a quienes conoció en 1951 durante sus

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estancia en el colegio mayor madrileño Nuestra Señora de Guadalupe, junto a otros notables escritores hispanoamericanos como Ernesto Cardenal, Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez, y algunos españoles, integrantes años más tarde, como él mismo, de la llamada promoción de los años 50. El propio Caballero Bonald nos cuenta en sus memorias que permaneció muy unido a Cote Lamus y Gaitán Durán desde aquella primera experiencia colegial madrileña: se escribían a menudo, procuraban verse cada vez que la ocasión lo permitía —pocos años antes de la marcha a Colombia, Cote Lamus le había sacado por unos días de la confusa y disipada vida madrileña al invitarlo a Francfort, ciudad en la que ejercía como cónsul de su país—, se enviaban los libros y procuraban reseñárselos 1 mutuamente. Aquel viaje se presentaba, sin duda, como el gran viaje iniciático con el que todo joven escritor sueña a menudo. El mismo Caballero Bonal lo reconocería así, años más tarde: “ese viaje a Colombia reglamentó mi futuro, lo hizo transitable y hasta cierto punto estabilizó, fijó las pautas de una halagüeña sucesión de despedidas juveniles y anticipos de la madurez.” 1 En el número 2 de Campo de Agramante, Jerez de la Frontera, Verano 2002, la revista de la Fundación Caballero Bonald, se incluye un dossier con la correspondencia entre Caballero Bonald y los escritores de Mito.

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Junto a los amigos y la esperanza de una vida compartida en aquellos gustos que más le apetecían —los libros, las conversaciones interminables, las juergas más o menos discretas—, también le esperaba uno de los círculos culturales más activos y determinantes en la gestación del renacimiento de las letras hispanoamericanas durante la segunda mitad del siglo XX. Gaitán Durán había fundado a mediados de la década de 1950 la revista Mito, una de las más prestigiosas de América Latina en aquellas décadas. Gaitán supo aglutinar alrededor de su publicación a muchos de los escritores colombianos más significativos del momento: Pedro Gómez Valderrama, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Hernando Valencia, Eduardo Cote Lamus y Fernando Charry Lara. Como señaló García Márquez, “en Mito comenzaron las cosas” porque, efectivamente, la revista supuso un soplo de modernidad parecido al que en España intentaban insuflar empresas como la editorial Seix-Barral o la misma Papeles de Son Armadans. También Rafael Gutiérrez Girardot insiste en esa idea al afirmar que “la fundación de la revista Mito significó un salto en la historia cultural de Colombia”. En sus páginas aparecieron colaboraciones de algunos de los más prestigiosos intelectuales contemporáneos como Heidegger, Sartre, Luckács, Gramsci, Nabokov, Eliot, Lawrence,

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Durrell, Beckett, Dylan Thomas, entre otros, así como de los más significativos de América Latina: Reyes, Paz, Borges, García Marquéz, Lezama Lima, Fuentes, Cortázar... Incluso textos de autores tradicionalmente malditos, como el Marqués de Sade, muy del gusto de Gaitán Durán, quien publicaría un trabajo dedicado a la obra del divino marqués titulado “El libertino y la revolución”. Hernando Téllez señalaba, en una nota publicada en el número 18 de la revista, que (a diferencia de Europa) “aquí esos temas parecen escandalosos, incomprensibles, molestos y snobs”. El mismo Caballero Bonald publicaría en Mito un magnífico artículo sobre la poesía de Vicente Aleixandre, recientemente rescatado por Juan Car2 los Abril, amén de un anticipo de Las horas muertas en 1958 y la antología El papel del coro ya en los años colombianos, que anticipaba poemas de Pliegos de Cordel, entre ellos aquel del que tomaba el título y que suponía un extraño experimento a lo Mallarmé, al intentar confeccionar un poema cuyos recuros estructurales estaban tomados del teatro clásico grecolatino. La idea 2 Caballero Bonald, Juan Manuel. Copias rescatadas del natural. Ed. Juan Carlos Abril. Granada: Atrio, 2006. 145-160. En este mismo volumen se recuperan las reseñas que Caballero Bonald dedicó a Eduardo Cote Lamus en Ínsula (1956 y 1964) y a Jorge Gaitán Durán (1962). Por su parte, Cote Lamus le dedicaría a él tres reseñas: en Cuadernos Hispanoamericanos (1952), El Siglo (1953) y La República (1959).

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del poema era comparar la situación social española del momento con el espacio de la tragedia clásica, y su gestación seguro que tuvo que ver con el papel que Caballero Bonald desempeñó como arreglista de teatro clásico greco-latino para la emisora de Álvaro Castaño en Bogotá: Benemértios, sórdidos, rituales, inquebrantablemente dispersados entre el fervor y la estulticia, candorosos de fe, plausibles de conformidad, avivan sus inertes tradiciones los himnos de los coribantes intermediarios entre el fango y el oropel, y cantan, cantan, cantan del otro lado de la escena, renegando del tiempo, intercalando las láminas del odio en la paginación de la esperanza. Además de Mito, otras empresas ayudaban a componer el mosaico cultural de la Bogotá de entonces. La revista Eco, fundada por Karl Buchholz y en la que escribían, entre otros, Charry Lara, Danilo Cruz Vélez y Antonio Zubiaurre. En ella colaboró Caballero Bonald con algunos trabajos entre los que destacan un interesante artículo sobre 3 la poesía de Quevedo y la libertad. En torno al periódico El Espectador, que dirigía Guillermo Cano y en el que colaboraba asiduamente Gaitán Durán, 3 Ibid. 160-181.

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se reunían de un modo informal pero frecuente los grandes escritores León de Greiff, Aurelio Arturo, Jorge Zalamea, junto a otros más jóvenes como García Márquez o Marta Traba. Con de Greiff, quien le parecía “un físico en estado de interiorización analítica o un inventor aburrido de no tener nada aceptable que inventar”, Caballero Bonald llegó a tener un trato frecuente y amistoso, basado sobre todo en la admiración y el cariño que le provocaba el viejo poeta vanguardista. Pensamos que esta estancia americana de casi tres años debió ser muy importante para Caballero Bonald, incluso determinante no solo desde el punto de vista personal y humano, sino sobre todo desde el punto de vista literario. Como señaló acertadamente Harold Alvarado Tenorio, “los tres años de Colombia fueron una manera de reencontrarse con ciertos ambientes, quizá verbales, que había estado buscando en sus primeros libros.” Efectivamente, aunque las dos obras que Caballero Bonald redacta en Colombia, Dos días de setiembre y Pliegos de cordel, se enmarcan dentro de lo que podríamos considerar la tendencia más social de su literatura, sin embargo supondrán un período de aprendizaje y de reencuentro con ciertas aspiraciones de la educación sentimental jerezana, reforzada sin duda por la contundencia del espacio natural americano, que unos

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años más tarde quedarán de manifiesto en las grandes obras maestras publicadas por el escritor gaditano en la década de los setenta: Ágata ojo de gato y Descrédito del héroe. En un escritor cuya vocación de estilo se inclinaba decididamente hacia el rigor y el riesgo en el empleo del idioma, el contacto con el español de Colombia, con lo que él mismo llamó las “activas persistencias del fondo genital del idioma”, debió ser sin duda decisivo. Alguna pista nos da en sus memorias: “A veces, cuando revisaba algún compendio de literatura colombiana... me encontraba con ejemplos generalmente satisfactorios, poetas y narradores de muy airosos modales expresivos, donde hasta las licencias de arraigo local suponían una atractiva consecuencia de la dinámica lingüística...” De manera simultánea, esos descubrimientos son también reconocimientos, que le hacen recuperar y afianzar sus originarias variedades lingüísticas andaluzas. No parece, pues, que sea una simple casualidad el hecho de que Caballero Bonald decida —o necesite— cultivar un género, el narrativo, por el que hasta entonces no se había interesado demasiado: “Yo apenas había cultivado la prosa narrativa, no sé si por livianas razones de desatención o por el premeditado deslinde poético de mis prácticas literarias”. Muy al contrario, la tradición literaria colombiana era

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hasta aquel momento —y lo seguiría siendo después— fundamentalmente narrativa, de narradores que comenzaban como poetas y acababan como caudalosos novelistas, sin renunciar completamente en algunos casos, como el de Álvaro Mutis, al caudal poético. La tradición narrativa colombiana es una de las más importantes de América Latina, y así lo reconoce el propio Caballero Bonald. Desde el gran fundador de la novela hispanoamericana, Jorge Isaac, también incipiente poeta, o el renovador José Eustasio Rivera, hasta Jorge Zalamea, Gómez Valderrama, García Márquez, Fernando Vallejo o Laura Restrepo, pasando por las grandes transiciones de Eduardo Zalamea Borda o Álvaro Cepeda Samudio. Es indudable que algunos aspectos de la realidad colombiana contribuirían decisivamente a la mayor concienciación social de Caballero Bonald. En sus memorias nos habla de su amistad con el cura Camilo Torres, así como con distintos profesores españoles exiliados como don José Prat, el histórico dirigente del PSOE, o Luis de Zulueta, ministro de Azaña. Pero indudablemente, el gran encuentro que de alguna manera poco precisa intuía desde la infancia gaditana, más allá o más acá de aquel viaje, se materializó sin duda en la inmensa y exhuberante naturaleza americana.

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Si el encuentro con Colombia actuó como camino iniciático de su proceso de maduración personal e intelectual, el núcleo del mismo —como en un juego de muñecas rusas—, la travesía a lo largo del río Magdalena desde Barrancabermeja a Barranquilla, le provocaría un efecto no menor. El relato de esa aventura fue publicado en forma de crónicas en el diario El Espectador de Bogotá y, más tarde, incluido en parte en Copias del natural y finalmente utilizado para activar los recuerdos de su segundo tomo de memorias. Cuando

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Archivo de la Fundación Caballero Bonald

Caballero Bonald nos narra allí cómo le asaltó la intuición de que el pueblo portuario de Magangué pudo ser el escenario elegido por García Márquez para situar la acción de El coronel no tiene quien le escriba, publicada por entonces en Mito, no está unicamente describiendo una anécdota sino el descubrimiento de una literatura, de una posibilidad literaria. Caballero Bonald debió entender que de la misma mane-

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ra que en Colombia “la geografía había determinado el contenido de la historia”, en Andalucía, al menos en ciertas zonas muy queridas por el poeta, la naturaleza también tenía un poder condicionante y genésico. Como él mismo supo leer en Carlos Fuentes, “cuando el futuro es suprimido, el origen ocupa su lugar”. El origen simbólico del territorio mítico de Caballero Bonald estaba situado sin duda —y lo está hoy toda-

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vía— en el teriritorio del Coto de Doñana, el espacio narrativo que recrearía su siguiente novela: No hay distancias ni contrastes ni puntos de referencia, solo una inmensa fulguración taponando el campo visual, una gigantesca boca de horno vaciándose sobre el espacio calcinado, exprimiendo la ya consumida superficie de aquella

comarca donde apenas un vislumbre de vegetación traspasa la bruma para simular una indecisa frontera del vacío. El Cónsul de la Nueva Poesía en Ultramar regresaría a la Península transformado en uno de los narradores más innovadores y brillantes de la segunda mitad del siglo XX.

Álvaro Salvador | Granada, 1950. Allí trabaja como catedrático de Literatura Hispanoamericana. Ha publicado nueve libros de poemas entre los que se destacan Las cortezas del fruto, l980; Tristia, (en colaboración con Luis García Montero, 1982); El agua de noviembre, l985; La condición del personaje, 1991; Ahora, todavía, 2001 y La canción del Outsider, 2008. Su poesía ha sido incluida en numerosas antologías y traducida a varios idiomas. Formó parte del consejo de redacción de revistas como Tragaluz, Letras del Sur, Olvidos de Granada y La Fábrica del Sur. Ha publicado libros de teatro, novela, y ensayo, habiendo recibido importantes premios literarios.

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© A. Lago Carballo

 En Islas Galápagos, 1983


La poesía de Caballero Bonald Antonio Jiménez Millán

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i hay algo que distingue la obra de José Manuel Caballero Bonald es la riqueza y la extrema precisión de su lenguaje en cada poema, en cada página de sus novelas, memorias, ensayos o artículos. Su rigurosa y constante indagación le ha llevado a revisar toda su obra poética en el volumen recopilatorio Somos el tiempo que nos queda (2004 y 2007), donde aparecen importantes cambios que afectan a los poemas y, en menor medida, a la estructuración final de los libros; la reedición de sus dos primeras novelas también ha posibilitado numerosas correcciones. Organizados a partir de cierto irracionalismo expresivo, los primeros libros de poemas de Caballero Bonald —Las adivinaciones (1952), Memorias de poco tiempo (1954)— surgen de una indagación en el lenguaje que jamás pierde de vista la referencia central de la memoria. Recuerdo ahora estos versos del poema “Afirmación del tiempo”, todo un manifiesto vital: Textos de sombra me enseñaron a no reconocerme, dignidades de uniformados rostros me condujeron hasta las mentiras con que rehíce luego mi verdad. Convertir la experiencia vivida en experiencia lingüística con una suficiente carga de ambigüedad es el eje de la poética de Caballero Bonald desde sus inicios. Cuando él se ha referido a unas posibles constantes generacionales, siempre ha dejado bien claro que la actitud de resistencia frente a la dictadura fue el

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verdadero factor de cohesión de un grupo, el de los años 50, cuyas afinidades literarias “nunca pasaron de ser episódicas”, aunque sí les unía cierto estilo de vida: desobedientes e infractores ante la mediocridad ambiental de la España franquista, todos ellos “trasnochaban con idéntica afición”, nos dice en La costumbre de vivir. Su acercamiento al realismo crítico a finales de la década de 1950 responde, según sus propias palabras, a una “esporádica obediencia a las solicitaciones del tiempo histórico”: ya en Las horas muertas (1959), la profunda corriente existencialista dominante en sus primeros libros se decanta hacia un compromiso político que se explicita aún más en Pliegos de cordel (1963), un balance de la historia personal que traslada episodios y sensaciones al ámbito de la memoria compartida. Este es el libro que menos satisface a Caballero Bonald, ya que el discurso narrativo, más ajustado al proyecto ideológico del conjunto de los poemas, repercute en la pérdida de ambigüedad. En todo caso, la estancia de Caballero Bonald en Colombia, entre 1960 y 1962, contribuyó a alejarle de la “operación realista” y afirmó unas constantes estilísticas visibles en su primera novela, Dos días de setiembre (1962), y en los poemas escritos a finales de esa década e incluidos luego en Descrédito del héroe (1977). Ahora se impone “la introspección en un mundo gastado, abolido, de cuyos escombros debe surgir algo así como la imagen fantasmagórica de un tiempo histórico, un paisaje…” La nítida precisión de su lenguaje busca de nuevo los claroscuros de la memoria: Entre dos luces, entre dos historias, entre dos filos permanezco,

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también entre dos únicas equivalencias con la vida. Mi memoria equidista de un espacio donde no estuve nunca: ya no me queda sitio sino tiempo. (“Doble vida”) El poema inicial de Descrédito del héroe, “Hilo de Ariadna”, escogía la imagen del laberinto — una metáfora de la existencia— para adentrarse en el territorio del mito, ampliado más tarde en los poemas en prosa de Laberinto de Fortuna (1984); “Renuevo de un ciclo alejandrino” lleva al mundo de Cavafis y Durrell a través de una geografía más próxima, de un inquietante mundo marginal. La dimensión mítica de este libro se extiende a una novela cuya redacción es casi simultánea, Ágata ojo de gato (1974); en las dos obras se advierte “una misma tendencia al empleo alucinatorio de la expresión y un mismo empeño por rastrear en lo que podrían llamarse las zonas prohibidas de la experiencia”. Novela y poesía: dos modos de enfocar un problema de lenguaje, de conducir la memoria hacia una gestión de simulacros. La obra narrativa de Caballero Bonald explora, a partir de entonces, los límites difusos entre ficción y realidad; si Ágata ojo de gato se localizaba en la región de Argónida/ Doñana, “la tierra madre que aniquila a todo aquel que pretende ultrajarla”, Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) y, de forma distinta, Campo de Agramante (1992), proyectan desde el espacio geográfico andaluz la visión crítica de una España “a la vez opulenta y menesterosa”. Es muy revelador que Caballero Bonald escogiera para sus dos libros de memorias —Tiempo de guerras perdidas (1995) y La costumbre de vivir (2001)— el título ge-

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nérico La novela de la memoria: él nos dice que, en el proceso creador, la invención va modificando la memoria, y el que cuenta su vida fabrica historias indistintamente ficticias o verdaderas. Después de Diario de Argónida (1997), Caballero Bonald ha publicado tres libros de poemas fundamentales: Manual de infractores (2005, Premio Nacional de Literatura), La noche no tiene paredes (2009) y Entreguerras (2012). Estos libros suponen la inflexión de una voz muy consolidada que se vuelve más sobria y meditativa sin apartarse de ciertas constantes temáticas y, sobre todo, sin renunciar a una clara actitud de disidencia frente a los celadores tradicionales del orden ni a la dignidad de tantos aprendizajes clandestinos: No has vivido emoción igual que aquella. Nada ha sido lo mismo desde entonces y aún eres el recuerdo de ese hermoso oficio pasional de clandestino. En una poética escrita para la antología de José Batlló (1968), Caballero Bonald afirmaba que “toda la literatura nace del planteamiento de un conflicto entre el escritor y la realidad”. Si los poemas de Pliegos de cordel ponían en evidencia la

falsedad de la historia contada por los vencedores de una guerra y la humillante hipocresía de una clase social, si el sentido crítico de Descrédito del héroe apunta directamente hacia el poder, hacia esa “sordidez de la virtud” nombrada en el poema “Guárdate de Leteo”, muchos pasajes de sus tres últimos libros de poemas celebran la insumisión y la desobediencia, descreen de “las patrias y los apostolados”, se enfrentan al “nuevo orden” que justifica invasiones y masacres: ¿Cuántos consorcios de falsarios, púlpitos execrables, compraventas de armas, eufemismos que solo encubren crímenes, hemos de cotejar con nuestros muertos antes de que por fin prevalezca la vida? Yo creo que las palabras de Caballero Bonald tienden a la celebración de la vida, asumiéndola en toda su complejidad: por eso no excluye “los turbios litigios del pasado” ni ha sido nunca autocomplaciente al sondear en su propia experiencia. Su obra gana con el paso del tiempo: es la enseñanza de la lucidez.

Antonio Jiménez Millán | Granada, 1954. Es profesor de la Universidad de Málaga. Una amplia selección de sus primeros libros de poemas se incluyó en la antología La mirada infiel (1975-1998) publicada en Granada en la colección Maillot Amarillo (2000). También ha publicado Ventanas sobre el bosque, 1987; Casa invadida, 1995; Inventario del desorden, 2003 y Clandestinidad, 2010. Además ha publicado numerosos ensayos y estudios sobre asuntos de poesía actual.

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 En Circa, 1999

Archivo de la Fundación Caballero Bonald


La lucidez y el óxido

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alabras como memoria, ceniza, tiempo, simulacro, indagación, óxido, vacío, surgen con frecuencia en la poesía de José Manuel Caballero Bonald, perfilando con una ambigua exactitud no solo los contenidos, sino también la voz moral de su personaje y las claves abstractas de su poética. El trazado que va de la ceniza al óxido, del tiempo sentimental a la indagación en el simulacro, apunta a una tensión entre las evocaciones y la lucidez, entre los mitos consoladores y el estupor de la degradación, y marca un ámbito lírico resuelto en la memoria perpetuamente cuestionada, en el hallazgo de un argumento personal de verdades que se auto-inculpan y se revelan como ficción. Lo advertía José-Carlos Mainer al estudiar los rasgos de esta poética fundada en la “Gestión de simulacros”, a través de unas operaciones de lenguaje que conceden a la memoria un lugar decisivo y contradictorio: Sospecho que si acertáramos a enumerar cuanto quiere decir José Manuel Caballero Bonald cada vez que enuncia la palabra memoria, estaríamos muy cerca de la resolución de los enigmas de ese yo poético dilatado, confuso y hastiado de sí mismo. Pero resulta que la memoria es también te-

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Luis García Montero

rritorio de contradicción: es nuestro signo de identidad y posesión, pero su contenido sedimenta incansablemente lo otro, lo ajeno e involuntario. 1

La reflexión sobre el óxido, la incertidumbre vivida como designio del lenguaje, la utilidad del simulacro en la sabiduría última del vacío, son en este sentido una insistencia, el resultado de unas preocupaciones que unifican y tensan la palabra poética de Caballero Bonald. En el prólogo a Selección natural, el poeta define así el rumbo de su trabajo: “Pasé sin excesivas cautelas de un neoclasicismo romántico, a una incipiente curiosidad indagatoria en el lenguaje, que no sé si me venía de cierta grata impregnación modernista o de mi fascinación por los grandes poetas andaluces, un gusto que todavía conservo” (19). 2 Esta indagación en la palabra, que es siempre una búsqueda formal sobre la materia flexible del tiempo, ha sido el eje de la tarea de Caballero Bonald, desde Las adivinaciones (1952) hasta Diario de Argónida (1997), sostenida por una voz poética implacable con ella misma, con la vida, con el 1Poesía en el Campus, 30, Zaragoza, curso 1994-1995. 2 Selección natural. Madrid: Cátedra, 1983.

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recuerdo y con las imposibilidades y deficiencias de la palabra. El tiempo y la palabra firmaron su alianza desde el primer poema de Las adivinaciones, titulado “Ceniza son mis labios”: Turbador sueño yergue su noticia opresora ante la furia original de la que el cuerpo es hecho, ante su herencia de combate, dando vida a secretos quemados, a recónditos signos que aún callaban y pugnan ya desde un recuerdo mísero para emerger hacia canciones, mudo dolor atónito de un labio, el elegido, que en cenizas transforma la interior llama viva de lo humano. 3

Este ámbito de secretos quemados, de signos recónditos y de emergencias líricas es el que define la memoria como un orden ficticio y contradictorio. El recuerdo es la otra cara del olvido, pertenece a un mismo mandato de selección, de igual forma que las palabras deben asumirse como ascuas de impotencias expresivas. “Gestión de simulacros” es un verso del poema “Renuevo de un ciclo alejandrino”, perteneciente a Pliegos de cordel: Gestión de simulacros es la verdad vivida: breve como la fraudulenta desnudez de la carne, centellea en la sombra el tálamo de Ítaca, ya lejos la taciturna orilla de Aznalcóllar.

3 Caballero Bonald, José Manuel. Doble vida: Antología poética. Madrid: Alianza, 1989. Si no se indica lo contrario, las citas se referirán a esta edición.

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La escritura es, como afirma unos versos más adelante, “un pérfido rastro de sustituciones”, que recrea, trabaja, manipula, descifra y convierte en conocimiento lírico las anécdotas de la “verdad vivida”. Por eso la poesía se impone como una tarea de elaboración, “de sustituciones”, y por eso hay que tener cuatro ojos cuando se cita a Caballero Bonald, porque uno de los signos más claros de su escritura obsesiva, de su lucha con el lenguaje, es el cambio, el regreso al telar de los poemas. Antes decía que “Renuevo de un ciclo alejandrino” pertenece a Pliegos de cordel, pero esto solo es válido si acudimos a la ordenación de la antología Doble vida (1989). El poema no está en la primera edición del libro (Barcelona: Colliure, 1963), aparece en Vivir para contarlo (Barcelona: Seix-Barral, 1969) dentro de un capítulo final titulado “Nuevas situaciones”, adelanto claro de Descrédito del héroe (Barcelona: El Bardo, 1977), en cuya primera edición se incluye. Allí sigue en Selección natural (1983), y allí se lo volverá a encontrar el lector en la reedición de Descrédito del héroe y Laberinto de Fortuna (Madrid: Visor, 1993). En Doble vida se añaden, además, algunas correcciones, que acompañan después al poema en su regreso al libro original. Por ejemplo, el verso “pérfido rastro de sustituciones” apareció primero como “délfico rastro de sustituciones”. El poeta prefiere desplazar el eco visionario del adjetivo original con una alusión más matizada a la complejidad del lenguaje, a la batalla personal que pone en marcha y a la lógica contradictoria de la sustitución, raíz misma de las posibles iluminaciones del poema. La escritura es un laboreo irrefrenable, un ejercicio de esgrima que salta de las primeras versiones de los libros a las posteriores entregas. Según ha estudia-

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do minuciosamente María José Flores en La obra poética de Caballero Bonald y sus variantes, las antologías de este poeta no se limitarán a ser meras recopilaciones de textos, ya que cada una de ellas, además de numerosísimas variantes textuales (que testimonian graduales elecciones estilísticas, pero, sobre todo, sucesivos modos de componer y diversos estados de conciencia), incluye otros importantes cambios que afectarán a los títulos y a la datación de los poemas, así como a la estructura interna de cada uno de los poemarios.4

La apuesta por el artificio surge de la diferenciación radical que existe y debe existir entre la biografía y el poema. Los poemas son “rastro de sustituciones”, simulacros. De ahí que el realismo de primeros términos le parezca a Caballero Bonald un empeño más periodístico que literario. En un poema de Descrédito del héroe, “Temor a la impotencia”, en el que se mantiene la alianza del tiempo y la palabra, hay una llamada a ese tipo de tregua con que suelo aplazar tu recuerdo cada día y callo en las inmediaciones.

Escribir es indagar en las inmediaciones, definirse en la ambigüedad, justo en el silencio de la puerta que acaba de cerrarse. La poesía no es realismo biográfico sino ficción lingüística, historia y biografía del idioma. Con la misma determinación con la que se asume la piel incierta de 4 Mérida: Editora Regional de Extremadura, 1999.

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las anécdotas, se busca la precisión imposible en el vocabulario, las inmediaciones, el adjetivo definidor en un doble sentido: porque define al objeto y porque constituye en su verdad a la mirada que lo elige, al personaje que vive en el poema. Como ha explicado María Payeras Grau, la voz de este personaje “conecta con una tradición simbolista, que deriva posteriormente hacia cauces donde lo irracional, lo onírico, y todo cuanto se desvíe de la norma y el dogma tiene amplia acogida” (VI). 5 Este rastro de sustituciones que es la poesía encierra en Caballero Bonald la inteligencia de un activo sentimiento de culpa, otra de las claves de su obra, factura indispensable de la energía y, al mismo tiempo, del óxido de la vida. Hay un poema en Descrédito del héroe, “Doble vida”, lema que después sirvió para titular la citada antología de su obra, que afirma lo siguiente: Entre dos luces, entre dos historias, entre dos filos permanezco, también entre dos únicas equivalencias con la vida. Mi memoria proviene de un espacio donde no estuve nunca: ya no me queda sitio sino tiempo.6

De nuevo la misma alianza en la contradicción del tiempo y la palabra. El lenguaje intenta construir una verdad en el vacío, se hace vida al despegarse de la vida, y el tiempo nos ata a una memoria que es olvido, a un lugar de procedencia en el que no hemos estado nunca. Esta doble vi5 “Presentación cordial”. José Manuel Caballero Bonald, El imposible oficio de escribir: Antología. Universitat de les Illes Balears, 1997. 6 En la edición de la antología Doble vida, de la que tomo la cita, este poema pasa también con varias correcciones a Pliegos de cordel.

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da, este diálogo con la mentira para capturar una forma de verdad, es el sentimiento de culpa que de manera insistente acompaña al personaje poético de Caballero Bonald en el espectáculo de la degradación y el desamparo. Se trata de un sentimiento de culpa que ayuda a salvar las hostilidades de la realidad. “Defiéndame Dios de mí” se titula un poema de Las horas muertas (1959) en el que se pide el derecho de merecer la propia perdición, bajo el trámite de la tierra podrida y la borrosa efigie del desdén, como un recurso único para seguir viviendo. Parece una ética de la resistencia, que afecta tanto al escritor que elabora simulacros, como al ser humano que se sabe materia de simulacros. En Memorias de poco tiempo (1954), cuando se adivina que “Un cuerpo está esperando”, los versos indagan: “En la oquedad propicia del instante/ que mientras más deseo más maldigo”; y este sentimiento de culpa nos conduce “al voraz simulacro de la vida” o a una memoria que, suspensa del engaño, “confunde sus fronteras / entre las turbias órdenes del tiempo”. Las ambigüedades y las certezas del escritor son las ambigüedades y las certezas de la memoria, la dinámica de sus contradicciones. Por eso resulta necesario escribir con el acero de la inteligencia, un desdén degradador que sirve, dialécticamente, para mantener el camuflado rescoldo del entusiasmo. Saberse sin sitio, pero con tiempo, asegura una impertinente necesidad de futuro. Al afirmar en Laberinto de Fortuna (1984) que “La botella vacía se parece a mi alma”, Caballero Bonald abre el camino a la toma de conciencia y a sus posibles estrategias: “otra vez soy el tiempo que me queda”. Así, los avisos agonizantes del deseo acaban siempre por ser penúltimos, y las meditaciones del poeta, los juegos de

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la ficción y de la realidad en las incertidumbres de la memoria, pueden adquirir incluso el destello de la venganza. Cuando presenta su Poesía amatoria, compuesta también por las piezas de una escritura que no olvida “el prurito de perpetrar falsos autorretratos”, el autor se siente con derecho a plantear así las cosas: Aunque ya se sabe que la poesía no tiene por qué responder a una transposición verídica de los episodios vividos, en este caso sí puede haber algo de eso, no importa que afectado por algún otro reajuste propio de la ficción. Ya se trate de experiencias reales o inventadas, las recapitulaciones amatorias, en su más lato sentido, tienden a adjudicarse cada vez más el papel de imágenes vindicativas. No es que esta actitud se estabilice como una norma o sea algo distinto a un recurso, pero en el fondo sí hace las veces de subrepticia venganza de la sensualidad frente a las injurias del tiempo.7

Junto a la degradación y la culpa, el instinto de resistencia ha sido otra de las claves de la obra de Caballero Bonald. En un poema de Pliegos de cordel titulado “Supervivencia”, el poeta toca a ciegas la luz, desde el centro del sueño, para saltar “por fin al borde de la vida”. De nuevo estamos en las inmediaciones, en el borde del lenguaje o de la experiencia moral. La ambigüedad y la voluntad de estilo son un equipaje imprescindible para alguien que vive la literatura con instinto de resistencia, buscando la alianza de la lucidez negadora como perpetuo cuartel de invierno. Este proceso ideológico es, en mi opinión, el eje o la raíz de Diario 7 Sevilla: Renacimiento, 1999.

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de Argónida (1997), en el que se vuelve a un pasado que nunca existió para dialogar con un futuro que no podrá crearse, con lo cual la voz poética consigue regresar al futuro y avanzar hacia el pasado, único modo posible de seguir reivindicando la autoridad imperfecta del ser humano sobre la Historia, la posibilidad de inventarse un paisaje, de barajar los recuerdos, de asumir una reflexión moral que impone siempre su geografía de distancias. La lejanía, la íntima lejanía, es el tono de voz que ha adoptado alguien que no está dispuesto a apurar los últimos abismos de la renuncia. La derrota activa flota como leño de salvación, como una manera de seguir existiendo. La escritura de Caballero Bonald es la hazaña del poeta que se concibe baudelairemente como héroe moderno, pero desacreditándose de inmediato a sí mismo en el fuego seco de la lucidez. En “Sobre el imposible oficio de escribir”, otro de los

poemas de Descrédito del héroe que regresaron al pasado de Pliegos de cordel, la voz del poeta se confiesa y se interroga:

Por aquella palabra de más que dije entonces, trataría de dar mi vida ahora. ¿Vale algo comprobarlo después de consumidos tantos esfuerzos para no mentir?

La obra poética de Caballero Bonald es la consecuencia de esta confesión y la respuesta a esta pregunta. El lenguaje y la lucidez, vigilándose mutuamente, actúan contra la degradación y el óxido en los campos de batalla de la memoria. Y no se trata aquí de un tiempo de guerras perdidas, sino de una carta que ha llegado a su destino, esa carta que todo poeta está obligado a mandarse a sí mismo.

Luis García Montero | Granada, 1958. Poeta y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Es autor de once poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis en 1982 por El jardín extranjero, el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura en 1994 por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica. Su último poemario es Un invierno propio, 2011. También es un destacado ensayista y ha publicado novelas, adaptaciones de teatro y libros de prosas.

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Archivo de la Fundaci贸n Caballero Bonald


Navigare necesse, vivere non necesse

Juan Carlos Abril

J

osé Manuel Caballero Bonald es uno de los autores más importantes en lengua española vivos. Miembro de la llamada Generación del 50, lleva más de 60 años en activo desde que publicó su primer libro, Las adivinaciones, en 1952. Ha recibido numerosos premios y es candidato desde hace años al Premio Cervantes. Su trayectoria está nutrida de hitos como Las horas muertas (1959), Descrédito del héroe (1977), Laberinto de Fortuna (1984) Diario de Argónida (1997) y Manual de infractores (2005). En esta entrevista repasamos algunos de los temas más importantes de su vida y de su obra. Caballero Bonald, fiel a su condición, nunca se muerde la lengua. Tienes 85 años. A tu edad, ¿qué te queda por decir? Creo que he dicho muchas de las cosas que quería decir, incluso algunas que no quería decir, pero tengo la sensación de que aún me queda algo decisivo que me callo porque todavía no he averiguado de qué se trata. A lo mejor es un asunto de interferencias pasajeras de la sensibilidad. Tu trayectoria se caracteriza por una indagación continua en temas y estilos, buscando no repetirte… ¿crees no obstante que hay

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etapas en tu obra que se solapan? ¿cuáles son algunos de sus puntos comunes y dónde están los extremos? Bueno, a mi edad lo menos que se pueden tener son etapas. El que no tiene etapas, el que no evoluciona de alguna manera, acaba convirtiéndose en una momia. No sé, puestos a hacer cábalas, yo podría distinguir cuatro fases a lo largo de mi obra, aproximadamente, claro: una inicial, neorromántica; un paréntesis intermedio más o menos vinculado al social-realismo; una tercera epata de decantación lingüística, de reajustes del simbolismo, y una última, de introspección estética, de nueva búsqueda de equivalencias verbales, que se consolida en el libro que ando revisando y aparecerá a fines de año. Claro que me estoy refiriendo a aspectos puramente circunstanciales, ya que en lo que se refiere a la preocupación lingüística, yo creo que desde mi primer libro estaba ya fijado ese empeño: la búsqueda de la palabra que significa más de lo que significa en los diccionarios. Algo así. ¿Se escribe igual a los 25 que a los 80 años? ¿qué cambia? ¿Sigue existiendo la euforia en el momento de creación? ¿la exaltación? ¿Cómo describirías el acto creativo? No, no se escribe lo mismo de joven que de viejo, qué va. Las herramientas del oficio son muy distintas y hay muchos desniveles en el reflejo de la expe-

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riencia vivida en la experiencia de la escritura. De joven, yo seguía bastante de cerca las normas románticas de la exaltación, las normas barrocas de la ornamentación. Luego, me fui librando cada vez más de la mecánica literaria tradicional… Ahora me he quedado a solas con una definición de la poesía: esa mezcla de música y matemática que ocupa más espacio que el texto propiamente dicho. Por ahí ando… ¿A qué se debe tu característica dicción? ¿Tu madre qué acento tenía? ¿Y tu padre? ¿En Jerez se habla así? ¿Es algo personal o lo viviste en el ambiente familiar, por la mezcla de la que provienes? Pues no tengo ni idea. Eso del acento es algo que se contagia sin que uno se dé cuenta, ¿no?, depende de donde vivas. Yo he vivido bastantes años en París, en Mallorca, en Colombia, en Cuba… A lo mejor se me ha ido desfigurando el acento jerezano nativo con esos otros hábitos fonéticos. No creo que las ramas francesa y cubana de mi familia tengan nada que ver con todo eso. En mi casa, no había más acento que el andaluz de Jerez. ¿Qué destacarías de tus otras facetas artísticas…? ¿Qué otras facetas? ¿La pintura? ¿La navegación a vela? ¿La botánica? ¿La meditación? Todo eso lo he cultivado a rachas, sin orden ni concierto y en

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según qué estado de ánimo… A veces me he dedicado a algo de eso por pura diversión y a veces para curarme de alguna avería psíquica. Tú nunca has tenido un trabajo estable, ni como funcionario buscaste estabilidad laboral. ¿Ha sido casualidad o es que no has encontrado algo para hacer siempre? Bueno, algún trabajo estable sí que he tenido: enseñé literatura durante tres años en la Universidad Nacional de Colombia, fui director de producciones de música popular en una empresa discográfica, trabajé en el Seminario de Lexicografía de la Academia Española… Lo que pasa es que me canso pronto, detesto las rutinas, incluso prefería no tener ninguna estabilidad laboral. ¿Te gusta trabajar? ¿Y bueno, te guste o no te guste, qué es lo que puedes destacar del hecho de que hay que trabajar? Lo que me gusta más que nada es no hacer nada. Debe ser cosa de la edad. Ahora, con los años, detesto todavía más las obligaciones a plazo fijo, las disciplinas, los horarios, los programas y todo eso. Siempre me ha gustado cambiar de aires: he viajado por cuatro continentes, he navegado por tres mares, he tenido varias casas, me he metido en bastantes berenjenales… Ahora ya me llegó el retiro, la pérdida de los fervores, la cabronada de la vejez.

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¿Eres más partidario de la inspiración o del trabajo? Digamos que soy partidario de la buena salud. La inspiración y el trabajo dependen de la buena salud. Aunque me imagino que eso de saber o de sospechar que estás inspirado tampoco es ninguna mala noticia. Yo soy bastante susceptible y a lo mejor puedo confundir la inspiración con el bienestar. ¿Siempre has tenido los mismos métodos, herramientas o mecanismos para escribir un poema? Supongo que no, o supongo que al menos podría establecer algunas diferencias en ese sentido. Nunca me he sometido a ningún método de trabajo, a ningún plan previo, a ninguna obligación. Los únicos requisitos exigibles han sido el silencio y la soledad, pero una soledad relativa, una soledad que me permitía saber que en otro lugar de la casa estaba la persona a la que podía ver cuando quisiera. ¿Podrías describir un poco tu evolución a la hora de enfrentarte a la escritura de un poema, y cómo escribes ahora? Verás, antes me sentaba a escribir como si fuera una obligación, me agobiaba dejar de escribir con cierta frecuencia, pero ya superé con mucho esa etapa de entusiasmos, o de inocencias. Pasaba de escribir sin parar durante meses a quedarme en blanco, a no es-

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cribir ni una palabra durante mucho tiempo. Ahora es distinto, no me someto a ningún hábito porque solo cultivo la poesía. Ahora, en los momentos más imprevistos, o más inoportunos, se me ocurre un posible primer verso de un poema, no porque anuncie ningún desarrollo temático ni nada parecido, sino porque pienso en unas palabras que, juntas, me producen alguna clase de seducción, incluso en un aspecto meramente fonético. Las voy elaborando en la memoria a partir de ese primer verso, las voy perfilando incluso en mis insomnios. Luego, cuando creo que ese poema se sostiene, lo copio y voy trabajando en ese o en esos borradores. O sea, que cada vez estoy más convencido que la poesía es una cuestión de palabras, un acto de lenguaje. ¿Qué es lo que más te gusta de tu propio personaje, me refiero a ti, vitalmente? ¿y lo que más odias? Suelo verme a mí mismo con bastante ponderación. Conozco mis triunfos y mis guerras perdidas. Puedo ser vanidoso, perezoso, irritable, introvertido, antojadizo, irónico, depresivo, insolente, anárquico y no sé qué más. Antes, todo eso dependía del consumo etílico, ahora depende de la psicoterapia. Y de tus personajes novelescos, ¿cuáles son tus favoritos?

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Me siento muy unido al Miguel de Dos días de setiembre, a la Manuela Cipriani de Ágata ojo de gato, al viejo Leiston de Toda la noche oyeron pasar pájaros, a la tía Carola de En la casa del padre… ¿Podrías describirnos un poco una jornada tuya en Madrid, en casa, cómo te organizas en el trabajo? Ni tengo jornadas fijas ni me organizo en el trabajo. Me levanto a media mañana y no sé muy bien qué es lo que voy a hacer el resto del día. Últimamente a lo que más me dedico cuando estoy en Madrid es a revisar los catorce largos poemas o capítulos de lo que será mi último libro. También oigo música —jazz, flamenco, canciones árabes, música de cámara—, paseo a veces por unos pinares que hay junto a casa, leo, miro las musarañas, salgo a comer por ahí alguna que otra vez… Lo de las copas ya no es como antes, lo de las nocturnidades se fue al carajo hace tiempo. ¿Qué le pides a un poema? ¿Qué es lo que te gusta vivir, sentir o leer en un poema? Como lector y, después, como poeta. La seducción verbal. Que las palabras, las imágenes, me abran una puerta, rompan un sello, me descubran algo emocionante, me permitan asomarme a un mundo desconocido… Sigo siendo mitad romántico, mitad surrealista, que no son opciones tan distintas

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como parece. Creo más que nada en la subordinación del pensamiento lógico a la intuición lingüística. Y eso es lo que más me conmueve de mi propia poesía y de la de los demás. ¿Cuál son tus poetas favoritos de la Generación del 50? ¿Qué destacarías de cada uno? Digamos que comparto sobre todo el idioma secreto de Valente, la indagación léxica de Barral, la naturaleza visionaria de Claudio Rodríguez... Respecto a tus lecturas, ¿te consideras un lector voraz?

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No, no soy un lector voraz ni nada parecido. Soy un lector constante. Leo un rato por las mañanas y casi un par de horas por la noche, en la cama. Supongo que en más de una ocasión de tu vida habrás sentido el vértigo ese de que te faltan por leer muchos libros… pero también el contrario, la sensación mallarmeana de que ya lo has leído todo… ¿en qué momento te diste cuenta de que tu bagaje literario ya era suficiente como para no sentir ese vértigo? ¿En qué momentos has pensado que tenías que leer muchos más libros y que no te iba a dar tiempo a leerlos?

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Archivo de la Fundación Caballero Bonald

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Pues no lo he pesando nunca. Me considero un buen lector, ya te digo, pero no tengo ninguna ansiedad ni ninguna manía en este sentido. También releo mucho, sobre todo los libros que recuerdo con alguna clase de emoción. Decía Onetti que le gustaría padecer de amnesia para poder leer como si fuera la primera vez los libros que más le habían emocionado. Pues eso. Últimamente leo muy pocas novelas. Ni las leo ni las escribo. Prefiero el ensayo literario o filosófico y las memorias.

Puestos a volar, me hubiese gustado escribir la Odisea. Y me hubiese gustado ser matemático.

¿Qué te hubiera gustado escribir que no has escrito? ¿Y hacer?

Y los viajes, ¿no te quitaban tiempo para trabajar?

Has tenido cinco hijos, ¿influye a la hora de escribir? ¿te quitaron tiempo? No, eso de los hijos estaba bastante bien organizado. O, mejor dicho, Pepa, mi mujer, lo tenía todo muy bien organizado y los niños nunca invadían mi territorio de escritor. Era algo complicado, pero tuve muy pocos desarreglos en este sentido.

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Supongo que sí, que algo me trastornaban… Bueno, cuando yo viajaba o cuando yo escribía novelas, podían incomodarme un poco esos viajes. Las interrupciones nunca son buenas si estás metido en una continuidad narrativa. Pero ahora ya, como ni viajo ni escribo novelas, ese asunto ya no me incumbe. ¿Te gusta la pesca? En tus viajes en barco, ¿solías pescar? También has descrito escenas de caza en tus novelas, ¿has cazado alguna vez? No, a mí ni la caza ni la pesca me han interesado nunca lo más mínimo. Yo salía a la mar a navegar y en absoluto a pescar. Además, a navegar a vela, a mi aire, no a competir en regatas ni nada de eso. Lo único que me tentaba era la aventura novelera del navegante compartida con gentes afines. ¿Estás de acuerdo con la frase Navigare necesse, vivere non necesse? He usado más de una vez esa frase. Plutarco se la atribuye a Pompeyo, pero yo prefiero suponer que la inventó Virgilio en la Eneida. Cuando volvías de un viaje, ¿te encerrabas a trabajar? ¿cómo era el ambiente familiar en una casa con cinco hijos? ¿trabajabas de noche? ¿cómo conseguías mantener la tensión narrativa de tus

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novelas, el tono de los poemas, es decir estar concentrado? No recuerdo nada de eso. En mi casa los niños tenían su espacio y yo el mío, ya te dije que gracias a la buena organización doméstica de mi mujer. Eso sí, a veces, en los momentos de mayor concentración, me metía en la cama... La cama ha sido siempre un lugar de residencia, incluso de residencia estable, para varios miembros de la rama Bonald de mi familia. Les alabo el gusto. En otros países el PEN Club funciona, pero aquí no lo parece. Podrías contarnos un poco tu experiencia… Pues verás, ya tengo medio olvidada esa historia. Durante la dictadura el PEN estuvo prohibido, claro, pero cuando murió Franco un grupo de amigos —Barral, Ángel González, Gabriel y Galán, Jaime Salinas, José Luis Cano, García Hortelano, Armas Marcelo, Alfonso Grosso y no sé quién más— decidimos resucitarlo. Pero el esfuerzo duró poco. Ni nos poníamos de acuerdo ni aquello salía adelante. Yo dimití como presidente, se disolvió el negocio y no sé en qué acabo la cosa. ¿Te gustan los toros? ¿Qué es lo que te gusta y qué no? Supongo que en los años 40-50 era difícil que no te gustaran…

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Tuve cierta afición hace años. No fui muy asiduo a las plazas de toros, pero seguí con cierto interés y traté a algunos toreros: Antonio Ordóñez, Pepe Luis Vázquez, Curro Romero, Rafael de Paula… Recuerdo unas corridas inolvidables junto a Bergamín, al doctor Barros, a Gustavo Pitaluga, a Antonio Gades… El toreo tiene una parte muy atractiva, la “música callada”, la estética de esa clase de miedo que se parece tanto a la valentía. Luego me fui alejando y hoy estoy desinteresado. ¿Te gusta el fútbol? ¿Qué es lo que te gusta y qué no? También en tus años de juventud sería difícil sustraerse al fútbol, incluso hoy… Nunca me ha gustado el fútbol. Ni jugué al fútbol de niño ni he asistido en mi vida a un partido. Quizás es un rechazo que me viene de la época franquista, cuando el fútbol era una especie de aliviadero para canalizar otras pasiones. Tampoco creo que ahora sea cosa muy distinta. Además, ahora los futbolistas están como elevados al rango de héroes nacionales y eso puede llegar a exasperarme. Ya a partir de la democracia, ¿nunca te ofrecieron un cargo en la política? ¿O un cargo en un partido? ¿Crees que el intelectual debe trabajar en la política, y en concreto en la cultura, para promocionar las letras, favorecer a los escritores,..?

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No, nunca me ofrecieron ningún cargo, tampoco yo lo habría aceptado. Por supuesto que creo que el escritor debe intervenir en política, no ya como escritor sino como persona vinculada a una determinada sociedad. Ya se sabe que el escritor es, por definición, un testigo, un crítico del poder, sea del signo que sea, un crítico de la sociedad, de la vida. Renunciar a ese compromiso, que no tiene por qué reflejarse en la obra, es una indignidad. ¿Qué pasó con la Academia? Por lo visto, al final hubo una invitación que rechazaste, después de que no saliera en dos ocasiones tu candidatura… ¿qué es lo que funciona o no funciona de la Academia, según tú? De eso no quiero saber nada. No me admitieron y punto. Asunto concluido. Además, ya tampoco me apetece compartir mesa con ciertas personas que no me merecen ningún crédito, ni personal ni profesional. ¿Te sabes muchos poemas de memoria? ¿Se te han olvidado algunos? ¿sigues recitándolos de vez en cuando en privado o en público? Algunos poemas sí me los sé de memoria, o casi de memoria. Pero los voy olvidando. Cuando los recito en público siempre los leo. En privado jamás he leído ningún poema mío. Me horroriza dar el coñazo de ese modo.

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Recuerdo que hace ya tiempo, al principio de nuestra amistad, Ángel González, García Hortelano y yo pactamos no hablar nunca de literatura, a no ser en casos de extrema necesidad… Estás escribiendo un nuevo libro de poemas, ¿podrías hablar un poco de él? El libro está prácticamente terminado, pero voy a dejarlo reposar hasta el próximo otoño, que se vaya decantando solo y yo vaya revisándolo con calma. El borrador en el que ahora trabajo es el tercero. Se trata de una especie de memorias hacia adentro, como de un encadenamiento de experiencias fragmentadas y desarrolladas a lo largo de un prefacio y catorce capítulos. Va en versículos sin metro prefijado y sin signos gramaticales, cosa que nunca he usado. Lo demás está en el lenguaje… Más no puedo decirte. ¿Escribirás el tercer volumen de tus memorias? ¿o solo la parte que concierne a la transición? No, alguna vez me planteé hacerlo, pero he desistido. No tengo ni ganas ni tiempo para ponerme a rebuscar en todo ese laberinto histórico, esas marañas de la memoria. Me da pereza, me flaquea el ánimo, aparte de que ya me he borrado del género narrativo. Tú eres una de los intelectuales más destacados y simbólicos de la resistencia al

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franquismo, sin embargo, la transición, vista a la luz de hoy, no parece ser tan perfecta como se nos pintaba… ¿qué crees que se hizo mal y qué se hizo bien? ¿Qué cambiarías? Supongo que está claro que la transición fue un apaño de urgencia. Tal vez no pudo hacerse de otra forma, pero los resultados de esa componenda saltan a la vista, todos esos cabos sueltos, esos parches propios de un pacto apresurado: la historia sin culpables, la ley de amnistía, el punto y aparte, un franquismo latente que resurge a cada paso, los coletazos del nacionalcatolicismo… La derecha cedió algo para mantener lo principal y, a cambio, la izquierda aceptó algo para no perderlo todo. Un tira y afloja que evitó la creación de un tribunal que juzgara los crímenes del franquismo y que ha motivado muchos desbarajustes políticos de ahora mismo. El increíble juicio contra el juez Garzón es suficientemente llamativo en este sentido, algo de veras inaudito… ¿Crees que se ha escrito o contado la verdadera historia de la transición o quedan cosas por esclarecer? De antes, de la lucha antifranquista, ¿queda algo por aclarar? Siempre queda por escribir la verdadera historia de todo, siempre queda algo por aclarar. Hasta que no se demuestre lo contrario, todo es confuso.

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Cuando te alejaste del realismo social, al igual que tú, muchos se reciclaron y comenzaron a refugiarse en temas culturalistas. A partir de ahí comienza tu etapa más culta, que luego también abandonaste: ¿Cómo definirías aquel acercamiento? Para mí, como para otros compañeros del 50, el realismo social fue un paréntesis, un ejercicio literario de urgencia que duró lo que duró. Por supuesto que yo justifico históricamente aquel movimiento, aunque no comparta los resultados, que fueron más bien mediocres. La literatura que se escribió fue generalmente una literatura de urgencia, la mía incluida. Luego, una vez superado ese ciclo, cada cual recuperó los objetivos literarios que a lo mejor había dejado aparcados por exigencias morales o políticas. ¿Qué quedó del compromiso? ¿Cómo lo entiendes hoy día, con palabras sencillas? ¿Y qué quedó de los novísimos? Eso de los grupos poéticos no es sino una muletilla docente. Lo que cuenta son las personalidades aisladas, los grupos solo funcionan en los manuales. ¿Y qué quieres que te diga del compromiso? El concepto de compromiso, el engagement, suena ya a horizontes lejanos, ha sido medio desplazado por el tira y afloja de los tiempos. ¿Qué queda de eso en la república —es un

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decir— de los escritores? Nada, casi nada. Es como si hubiese pasado de moda, como si fuese una actitud propia de intelectuales trasnochados, de viejos marxistas… Ahora ya, tal como andan las cosas, casi es preferible no hablar de compromiso y conformarse con pedir decencia… ¿Piensas votar en las siguientes elecciones? ¿a quién? Siempre voto a la izquierda. Ya para terminar, ¿cómo ves la actual situación de la izquierda en general, de la utopía y de la pérdida de valores en un mundo globalmente capitalizado? Soy bastante pesimista, aunque sigo creyendo en la utopía como en una

esperanza sucesivamente aplazada. La izquierda, una buena parte de la izquierda, se durmió en los laureles, se dejó contaminar de las lacras del capitalismo. Y la derecha es impresentable, otro mal viaje de la transición… Por todas partes hay corrupciones, patrañas, impunidades, malos modales… Por lo que a mí respecta, me opongo a mi manera contra las engañifas de la globalización, contra la creciente derechización del país, contra la proliferación de sumisos, de gregarios, de domesticados. Ha aparecido por ahí una nueva clase: la de los acomodaticios, la de los que no quieren complicarse la vida, la de los que se adaptan sin rechistar a las circunstancias. O sea, que soy el anciano colérico del relato de Lautréamont.

Juan Carlos Abril | Los Villares, Jaén, 1974. Doctor en Literatura Española por la Universidad de Granada, trabaja en el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de dicha institución. Ha publicado los libros de poemas Un intruso nos somete, 1997; El laberinto azul, 2001 y Crisis, 2007. Ha preparado ediciones de autores como Luis García Montero, J. M. Caballero Bonald, Fabio Morábito, Omar Lara, José Julio Cabanillas y Víctor Rodríguez Núñez, entre otros; las antologías Deshabitados, 2008; Campos magnéticos; Veinte poetas españoles para el siglo XXI, México: La Otra ediciones, 2011; y coordinado el volumen Gramáticas del Fragmento: Estudios sobre poesía española para el siglo XXI, 2011. Coordinador de este dossier dedicado a Caballero Bonald.

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© Eva Sánchez

 En la biblioteca de la Fundación Caballero Bonald, 2006


Versículo del génesis Por las ventanas, por los ojos de cerraduras y raíces, por orificios y rendijas y por debajo de las puertas, entra la noche. Entra la noche como un trueno por las rompientes de la vida, recorre salas de hospitales, habitaciones de prostíbulos, templos, alcobas, celdas, chozos, y en los rincones de la boca entra también la noche. Entra la noche como un bulto de mar vacío y de caverna, se va esparciendo por los bordes del alcohol y del insomnio, lame las manos del enfermo y el corazón de los cautivos, y en la blancura de las páginas entra también la noche.

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Entra la noche como un vértigo por la ciudad desprevenida, rasga las sábanas más tristes, repta detrás de los cobardes, ciega la cal y los cuchillos y en el fragor de las palabras entra también la noche. Entra la noche como un grito entre el silencio de los muros, propaga espantos y vigilias, late en lo hondo de las piedras, abre sus últimos boquetes entre los cuerpos que se aman, y en el papel emborronado entra también la noche. De Las adivinaciones, 1952.

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Todo, nada está escrito Quise buscar palabras, gritos en estado de alerta, la materia prima del sueño. ¿Adónde ir, llamar? Quemar mi historia, ¿en qué papel? Todo está lleno de luz: nada está escrito. Quise contar los días malgastados, restablecer lo venidero en la espesura febril de lo vivido. ¿Cómo poder buscarme, merecerme, a mi sueño un alfabeto puro? Nada se salva de las sombras: todo está escrito.

Mi palabra no es mía, vive nutriéndose, manchándose de ajena vanidad. El tiempo es quien lleva mi mano, quien conduce las aguas remotas que me asedian. Estandarte de todo lo que escribo, van los años guiándome, perdiéndome por los puentes del sueño. ¿Qué soy yo: furia callada contra la fortaleza del vacío, violado espejo en cuya niebla bebe la boca de la fe? Libre, jamás lo fui. Tiempo, costumbre, horaria soledad, estáis aquí escribiendo lo que yo no sabría. De Las horas muertas, 1959.

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El registro No podía dormirme, oía como un fragor de manos tanteando en los cristales, como un advenimiento furtivo de peligro. Al fondo de la casa, en los arcones que nadie registró, crujían los papeles prohibidos, delataban su oculta furia al borde de la noche infantil, entrechocando con las trémulas sábanas. ¿Todavía vendrán, irán golpeando con el fusil los muebles, la ceniza de las últimas letras desterradas? ¿Vendrán ahora, cuando ya no podemos encender más que una sola luz entre tanta invasión de andar a tientas? Altas banderas, himnos de victoriosos fraudes, confundían sus odios con mi miedo, me marcaban

con no sé qué inminencia de huérfana verdad. ¿Quién llamaba a las puertas, desatando iras azules contra las reliquias clandestinas del sueño, contra el vituperable delito de ser libre? (María, Rafael, ¿estáis dormidos?) Pero ya resonaban las pisadas cerca del corredor, ya se sentían llegar entre una fétida bocanada de vino fermentado y subrepticia pólvora. Oh qué voraces grietas de madera familiar destruida, qué iracundos papeles borbotando a chorros desde el brocal de los arcones. (María, Rafael, que ya es la hora: ya todo terminó, ya somos tiempo.) De Pliegos de cordel, 1963.

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Guárdate de leteo Defenderé el recuerdo que me queda de aquella calle inhóspita detrás de la estación de Copenhague. Defenderé contra mí mismo ese recuerdo, cuando gastado ya el valor de una experiencia que la literatura prestigiara, en frágiles nociones se estaciona la prefiguración de un mundo torvo que es del placer la copia menos nítida. No volver ya sino reconstruir de lejos, por inercia, el anhelante derredor de la noche: los difusos cuerpos estacionados en la acera, la luz de las vitrinas vibrando entre la bruma y el grasiento vaho adherido a los zaguanes donde la identidad del sexo se abolía. Pero aquella emoción en parte desglosada de una historia banal, actúa como la remuneración de un vicio solitario en la distancia: ese recuerdo que defenderé, que me defenderá contra la sordidez de la virtud. De Descrédito del héroe,1977.

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La botella vacía se parece a mi alma Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La botella vacía se parece a mi alma. De Laberinto de Fortuna, 1984.

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Libro del viento Libro del viento en tus páginas se espesa el pájaro El pájaro apoyado en la nada

Alpidio Alonso-Grau Dalia, Venegas, 1963. Poeta y editor. Graduado de Ingeniería en Control Automático. Ha publicado los libros de poesía La casa como un árbol, 1995; Alucinaciones en el jardín de Ana, 1995; El árbol en los ojos, 1998; Ciudades del viento, Premio Calendario, 1999 y Tardos soles que miro, 2007. Es autor, además, de la compilación El tiempo está a favor de los pequeños: Versos cubanos para Roque Dalton, 2008. En el 2011 la Sociedad Económica de Amigos del País le otorgó el Premio de Poesía Samuel Feijóo. Textos poéticos suyos aparecen en diversas antologías de poesía cubana y han sido musicalizados por varios trovadores de la isla. Dirige la revista de poesía Amnios y escribe y conduce el programa radial Verso a verso.

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Libro del viento: escalera de sangre Quien oye del pájaro el grito huye del árbol rojo Del árbol rojo sube a la nada el pájaro por una escalera de sangre

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Tala Decir alguna vez: con el follaje escribo, las ramas son palabras de una música ausente que el poema repite a pesar tuyo. Decir: oye al deseo. Y aún después, mirando hacia lo lejos: detrás de aquella luz humea un pequeño bosque, y más allá, quedan los vastos almacenes del tedio, las naves del desahucio, las interminables carreteras donde en verano ves amontonarse cuerpos que hacen señales en otro y en el mismo sentido de tu ruta. Decir alguna vez, mirando la ceniza: no hagas caso del gris, todo no es más que brillo amontonado. Y luego, frente a un nudo de hojas que derrama en el vuelo toda su triste levedad de colores: encanto del instante de aquello que se alza. Ser lo que cae, alguna vez decir.

Viendo llover en la lisa Los demás que no fui los que pude haber sido los ajenos los otros los que ya no seré: ahora mismo sin sol ¿son también de la lluvia? ¿qué flamboyanes miran? ¿dónde están esperándome?

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Toco tu mano Toco tu mano la palma abierta de tu mano contra mi mano abierta los surcos sudorosos de tu mano apoyados en los surcos largos y confusos de la mía Dicen que el destino está en esos surcos Tu destino enfrentado a mi destino según los que saben leer en esas líneas Son líneas de carne que son líneas de tiempo Tu tiempo sudoroso ahora fundido a mi tiempo largo y confuso Tu carne contra la mía leída por quienes saben ver en la claridad el tiempo de los otros El destino deshojándose como un collar de vicarias en las manos de una niña que no sabe leer el tiempo en su mano Esa niña está muerta Las vicarias son blancas El tiempo deshojó en tus manos las vicarias Tú eres esa niña deshojándose en el tiempo Nuestros destinos ensartados por las manos del tiempo El tiempo hace blancas líneas en los pétalos de las vicarias Las líneas de los pétalos se confunden con las líneas del tiempo cuando toco tu mano

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Viernes Santo

Álvaro Ojeda Montevideo, Uruguay, 1958. Poeta, narrador, crítico y periodista. Entre sus narraciones figuran las novelas El hijo de la pluma, 2004; La fascinación, 2008 y Máximo, 2010. En Montevideo publicó trabajos críticos en Cuadernos de Marcha, entre otros medios. Sus poemarios más recientes son Cul-de-sac, 2004; Toda sombra me es grata, 2006 y Aceptación de la tristeza, 2011.

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Te arrepentirás si lo proteges si lo cuidas con compasión de ursulina te arrepentirás por no hacerlo o por hacerlo es conclusión de altura arrebujado en el centro de una cama limpia arrumbado en el portal del banco república sucursal | 19 de junio arrumado como un bloque deforme de historias que | nadie escuchó paso a paso por hacerlo o por no hacerlo te arrepentirás la propiedad es un robo dijo el centurión y echó a suertes un manto gris y una agenda con doce | nombres y doce correos electrónicos la propiedad es un robo dijo y se quedó con una la | picera parker negra t-ball de punta fina con esa breve bolita de tungsteno grabó una historia sobre papel de diario y fue su pequeño evangelio de prosodia justa y fuerte un Viernes Santo la propiedad es un robo y la herencia un incesto.

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Toda sombra me es grata I Malversado es tu verso, temerario serventesio de amor, fraguado espejo de un recuerdo infantil, fondo de viejo amor, falaz de falso cavernario que el futuro resiste, lucernario de improbable razón que desmadejo: la creencia en amor nunca aconsejo aunque el amor acude en solitario rumbo de rosaleda diminuta. Imposible color, negra retina, si esto es amor a Lope preguntemos, y en los yermos de amor desviviremos, de ciego socavón, de oscura mina: quien escruta carbón, diamante escruta. II la cigarra de Keats todavía canta en mi memoria con sus breves intentos armoniosos y su última exhalación lanzada por los aires del mundo en busca de consuelo miro hacia el sur sospechando el velo de la lluvia también encuentro consuelo en la mediocridad dorada del verano me es esquiva sin embargo la intrépida inutilidad del canto giro como un planeta alrededor de una sombra dulcísima trato de no desmoronar la certidumbre que tengo de la noche que vendrá seguramente vendrá pese a mis pobres rotaciones mundanas trayendo un par de notas a pie de página: ecuanimidad y silencio.

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Aceptación de la tristeza II el poeta Lucrecio me dice que ni el sol ni la luna ni las tinieblas son excusa suficiente me dice que abreve en la naturaleza me dice: Memmio no te engañes no te abrumes no le temas a la muerte el brillo de lo perdido en el acto de perderlo todo. * me dice: Memmio el baile de los átomos no cesa no te abrumes esa mano que toma a la otra una mano gigante y una mano pequeña la mano del padre y la mano de la hija no están aquí me dice no cargan con la sorpresa de la ruina no se abaten arenosas esperando a una madre que ya no está el padre y la hija adolecen de una quietud imposible. *

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el poeta Lucrecio me lo ha dicho me lo ha dicho con su inmensa sabiduría me dijo: Memmio no estaría mal que encontraras algún sentido a todo esto un epitafio leve como toda doctrina. III ¿dónde están los que llegaron antes que Moisés? se acomodaron en sus habitaciones solicitaron la cena comieron mientras miraban el cable lo mismo en lo mismo y durmieron bien comidos y satisfechos en las tuberías en los caños en los desagües ni una sola referencia acerca del destino. * despiertos tras un desayuno ligero el mar Rojo enjabonados

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enjuagados secos lustrosos a la calle otra habitación otra cena otro desayuno. * y antes cuando el niño no flotaba sobre las aguas ¿no había planes? cuando tocó los altos juncos del Nilo y fue ungido y acribillado luego y vuelto humo y ceniza salió del crematorio ¿había planes? el mecanismo que permite posarse al gorrión vibrar en un salto mientras vibra el alto junco en el que se posó ahora concluye.

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De la mano del viento Tengo la infancia guardada en el recuerdo de una tarde, el sillón, la chimenea, una lluvia dejando caer el cielo sobre casa, la parra en el jardín, con uvas que remedan las de tu huerta en Galicia, una fiesta de despedida, mucho ruido, mi hermano tocando el acordeón, alguien brinda por el retorno a la tierra prometida

Mariángeles Comesaña México, 1948. Hizo estudios de maestría en Antropología Social. Empezó a escribir poesía en 1968. Se ha dedicado por más de 30 años a la edición de libros y revistas. Ha ocupado cargos públicos en el sector de la salud, donde se especializó en el discurso médico. Ha trabajado en las áreas de difusión cultural de la UNAM y en la Secretaría de Cultura del DF.

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Bajo las escaleras de esa tarde aparece una calle, un barrio al norte de la Ciudad de México, los columpios de un parque solitario, ahí la banca vacía, ahí un ovillo de estambre, una madeja, una sirena, un camión, un tren que pasa De la mano del viento recorro nuestra historia La cárcel sin palabras en la memoria de tu cuerpo La guerra incomprensible en el gris deslavado de las fotografías Salto a la cuerda en el espacio de vida que me diste, recorro los pespuntes, los amigos, tu puerta siempre abierta para todos Mi niñez se acomoda en tus palabras, en el don del asombro que nos diste, fuiste un mapa muy grande en mi desierto, una huella profunda guardada en mi destino

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El viaje Presiento un mar azul, oigo su voz de sal dentro de un sueño En el sueño hay un barco a la orilla del muelle, tristes viajeros que suben por la rampa, pañuelos que ondean su desventura en el silencio Se inicia el viaje en el azul profundo, atrás queda la huída, la sangre en las cunetas, la aldea, el monte, la leña

La sombra entra al destierro, en el balcón vacío de la noche pasan los días, el viento, los relámpagos Mar adentro, piel adentro, la memoria deshila las batallas, la lejanía que llueve en las raíces, la soledad que habita en las entrañas

Se abren las cartas, se dividen las voces y las lágrimas, la vida se reparte en papeles y tinta, se inventan los recuerdos Se habla de cárceles, presos políticos, torturas, llegan noticias clandestinas, fotografías, dibujos

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Vértigo Aquí estoy, en medio de la tarde, entre el filo de mis propias espadas, rasgada por el viento que sopla entre las hojas Qué largos son los troncos, qué altura tan inmensa entre sus ramas, qué vértigo el de mi alma rodando en el abismo de sus sombras

Imaginario Soñé un paisaje Una carretera llena de árboles Una luna anaranjada en el medio de la noche Con la tinta del sueño dibujé el coche, las ventanas, la silueta de los viajeros Mondé las mandarinas, tiré las cáscaras, recité versos, entoné canciones Fueron quedando atrás casas y casas, kilómetros de árboles, perfiles de montañas Me fui borrando en el espeso bosque como en el sueño los troncos y las ramas

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De la propensión a usar sombreros

Consuelo Tomás Fitzgerald Isla Colón, Bocas del Toro, Panamá, 1957. Poeta, narradora, comunicadora y promotora cultural. Ha publicado los poemarios Y digo que amanece, 1979; Confieso estas ternuras y estas rabias, 1985; Las preguntas indeseables, 1986; Apelaciones, 1992; El cuarto Edén, 1995; Agonía de la Reina, Premio Nacional de Poesía Ricardo Miró, 1994 y Libro de las propensiones, 2000. Como narradora ha dado a la luz Cuentos rotos, 1992; Inauguración de la fe, Premio Nacional de Cuento Ricardo Miró, 1994; Pa na má quererte, 2007 y Lágrima de dragón, Premio Nacional de Novela Ricardo Miró, 2009. Es autora además de la obra de teatro Evangelio según San Borges, 2003 y del libro de viaje Darién, 2007. Su obra ha sido traducida al inglés, sueco, francés, bengalí, holandés y rumano.

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Suelo instalarme debajo de su sombra no para ocultar la puntiaguda migración del | pensamiento hasta la zona oscura donde mi paz se ensancha más bien no quiero ser vista por el águila que se despeña del sol a mi memoria. Suelo quedarme allí grabada en el dorso de la tarde para que nadie descubra que lloro tan solo para imitar | la lluvia ni se perciba que me rasco el alma con poemas de Vallejo o diatribas contra libélulas doradas que vinieron a morirse entre mis dedos. Alas abiertas sobre mis cenizas voy caminando entre la tierra y el cielo a salvo de meteoritos que interrumpan la vigilia vuelta en mí como un ovillo a veces esperando como quien no espera siempre esperando lo que ya se sabe lo que nunca llega.

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De la propensión a hacer preguntas La madrugada interfiere un dibujo maltratado por el gato. La lluvia dificulta el sonido de mi nombre adentro del refrigerador. He borrado las culpas de mi mapa y el espejo es un televisor mal sintonizado. Las antenas de las casas no me dejan mirar el horizonte pero yo cierro los ojos y lo veo. El mundo no termina en mí por eso escribo cartas a los astros. Aquí algunos le cantan su réquiem al amor muerden la sonrisa cuando la sienten llegar a la esquina de la boca engullen pan con lágrima y disimulan sus odios descosidos con la misma perfección de un salmo o el pastel de cumpleaños que sobrevivió al ciclón. Aquí todos dan la espalda para no decir que nunca dieron nada. Me miran con el rabo del ojo no vaya a hurtarles un pedazo de sí mismos. Yo me río con estertor volcánico y suavidad que me prestó la espuma. Ponen cara de locos afiebrados cuando les hago la misma sempiterna pregunta. ¿De dónde son los cantantes?

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De la propensión a los accidentes Me he estrellado contra el cielo esta mañana. La palabra que no dije se hizo cráter en el centro de mi boca. Lo que quedó de mí podría recogerse con cuchara una que los duendes usan para tragarse auroras y presagios. Les ha sido muy difícil identificarme. El marfil que sustentaba mi vértice en el mundo es ahora una espiral de sueños en soltura. Ilusiones borrosas astillan mis pulmones el cerebro está lleno de gorriones lastimados pero vivos y candiles encendidos para los ritos nobles. Se me ha derramado la arena de los días en castillos para nadie defendibles y una mancha de señales emergentes. De tres neuronas salvadas del colapso han salido carcajadas y un ruido de tambores. Solo así han sabido de quién es ese cadáver tan bonito.

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Celebriedad (1990) (fragmento)

Edwin Madrid Quito, Ecuador, 1961. Poeta, ensayista y editor. Ha publicado los libros de poesía: La búsqueda incesante, México, 2006; Lactitud cero˚, Colombia, 2005; Mordiendo el frío, Premio Casa de América, España, 2004; Puertas abiertas, Líbano, 2002; Open Doors, U.S.A., 2000; Tentación del otro, Quito, 1995; Caballos e iguanas, Quito, 1993; Celebriedad, Quito, 1990 y ¡Oh! muerte de pequeños senos de oro, Quito, 1997. Ha sido traducido al inglés, árabe, portugués y alemán. Dirige la colección de poesía Ediciones de La Línea Imaginaria. En el 2009 apareció tanto en Ecuador como en Cuba la antología de su obra, Mordiendo el frío y otros poemas. Dirige los Talleres Literarios de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede Ecuador.

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[…] quiero vivir-beber después de muerto prolongar nuestro abrazo aunque solo sea una | esperanza extender mis sentidos en esas horas muertas y a pesar de recientes interdicciones religiosas deseo renacer fuerte como una roca donde los días pasen como suspiros no debe ser el tiempo reloj de preocupaciones me estoy volviendo muerto creo que nazco en otro barboncito y con los ojos flacos él habita el olvido a él se le acabó el mundo él solo existe en los años señalados entre paréntesis Marco M. (1961-1988) la generación sin cielo donde toda la eternidad está presente donde todo se prolonga y nos señala pero ahora el tiempo duramente acumulado llega en el momento que se cumple una concordancia amarilla entre borrachos y días que extienden sus plumas pero también cae la noche sobre quito ciudad hecha de luna y sangre y sueño y bulla tiempo y lugar en que no estás conmigo por el miedo y la prisa de otros hombres de todo lo que pasa y lo que viene que durará hasta la mañana incierta eres la noche que avanza enardecida y me sume en su amor nunca antes visto ciudad de quito 23h41

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los días futuros pasan este instante bahías de jolgorio es como si una blanca inspiración se me perdiera en el cielo hondo del color de un día rápido que salta con las horas contadas creo estar recordando el infierno de unos labios azules seguramente desvarío pero la noche bullanguera y el día solitario van por allí y gimen igual al hombre que jamás he conocido ya ha anochecido ¿sabes qué hora es? el Marco murió hace ocho días Dylan Thomas murió antes de componer una ópera con Stravinsky al Marco le mataron ¿qué día es? quiero beber beber beber beber beber beber no olviden el infierno mientras dure mi ausencia solo yo no he cambiado en esta prisión esta blanca camisa c’est la mere es triste si callas de pronto me siento en la cárcel y mi voz que delira madura en la hora del reloj que se clava en las paredes y estalla en astillas no sé cómo decirlo soy exaltado como el grito del hielo es que ninguno tiene la evidencia de que soy un borracho salta una rana alguien pasa ven a beber conmigo yo no soy un borracho […]

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Ahora es trascendente morir y no importa que las palabras se repitan porque un niño se levanta entre los hombres como una isla de bondad que se suicida una mujer con senos tejidos de duraznos deambula entre escorias querrán vivirlos los estimarán con toda furia arrebatados de amor y cariño les cerrarán todas sus puertas y los que estamos con overoles de heroicos sobrevivientes somos apenas cobardes pajarracos a los que el vértigo de la sombra nos sorprenderá al filo de la almohada quebrando el mal fundamento de aquellos que viven como si fueran inmortales

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A scared rabbit, mostly You think of me as a guide from another world, wise and clear, because I´m outside the rules… Actually I´m ordinary, vain, very narcissistic, fickle, not very honest, not learned, a scared rabbit, mostly Alan Williams

Un conejo bajo las sábanas. El conejo ha menstruado. ¿Es coneja? Nunca he sabido distinguirlos. Tuvimos un criadero de conejos, recuerdo algunos ojos saltones como los de mi madre.

Kenia Cano México, 1972. Obra poética: Hojas de una sibarita indiscreta, 1994; Tiempo de hojas, 1995; Acantilado, 2000; Oración de pájaros, 2005; Premio para la Publicación de Obra Inédita del Instituto de Cultura de Morelos, y Las aves de este día, 2009, Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer. Ha expuesto su obra pictórica en México, Francia y Estados Unidos. Imparte talleres de poesía en la Escuela de Escritores Ricardo Garibay, y un taller de correspondencia entre las artes en el Centro Morelense de las Artes. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 2011.

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Alguien amenazó a un conejo en mi recámara. No había suficiente luz. Su pelaje es suave, blanco, como bombones en un cereal, común y repetido. Soy un conejo asustado, casi, mayormente. Acariciarles el estómago. ¿Quién dijo que esperaban tu cariño? Aquella tarde sí. ¿A cuántos salvamos? ¿Cuántos murieron por nuestro descuido? Salían a comer lechugas sembradas por mi madre: Siete, nueve, números impares, como lo que pienso acerca de mí. Ella levantó la sábana: un conejo. Un conejo guardado en la garganta. Habrá que hacerle una disección. Es común que sean los prestados.

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¿Qué hizo con el primer conejo rígido? ¿Nos ayudó a enterrarlo? Quisiera ya no tener miedo, deberás entonces imaginar: ¿Quién sembró este conejo para que brille la | pradera? ¿Quién con su luz omnisciente entibió su sangre? ¿Quién le dio diez razones para seguir | moviéndose? ¿Quién acompasó su respiración cuando la hierba se inclinaba? ¿Quién dibujó un halo certero sobre su cabeza? ¿Quién hizo que la niña lo cargara y pensara que | nunca iba a morir? ¿Quién acercó su nariz y sintió un temblor sereno? ¿Quién señaló la sombra del conejo cuando había desaparecido?

Escucho el interior de ciertas casas vacías La respiración pausada que no tuvieron los | antiguos habitantes, el temblor en las ventanas, el aire que se cuela por las rajaduras de los vidrios | rotos. Y aunque el calor entra por mi oído derecho, no tiene sonido el sol. Escucho el interior de la caja torácica del pájaro. Me abro lentamente al sonido que hace el cardo cuando brota por primera vez desde la grieta, la salida de sus primeras espinas no es un sonido agresivo, solo memoria y | protección de la estrella en el terreno baldío.

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Amo los terrenos baldíos, sus cambios sutiles a lo | largo de un año: La eterna acumulación de nidos de araña y | ardillas. Escucho el interior de la tierra bajo la ceniza, su decir oscuro y generoso. Escucho lo que responde la piedra a la inscripción que ha dejado la uña del tiempo, tal vez un niño o un hombre ha trazado en su lomo un problema matemático; tocará el centro de la roca multiplicando los ecos mientras toda la materia escucha: Escucho el seco rozar en el pelambre del animal, las partículas de polvo que sacude como gotas | sobre la charca seca, sobre la sed de la tierra. Escucho el sonido del hueso más pequeño del | cuerpo, su música vibratoria, su forma de frenar las voces desbocadas del | exterior.

Dicen los que están del otro lado que no saben cómo volver, dudan del equilibrio de sus propios huesos. Hay quienes se ocultan durante el día en estas | casas vacías, pero el eco no los deja dormir. Quieren volver pero ya nadie los reconoce detrás | de los pómulos alzados, detrás de tanta frustración. La madre primera no ve el gesto, ya ni ella lo ve. Han dudado demasiado, durante días, por tantos | años. Han perdido la fe. Sonido reparador restáuranos, entréganos a la apertura de la primera estrella. Fulgurante coincidencia en nuestro cuerpo | que parecía baldío.

Dicen , susurran, que hay mal afuera, que ha habido inconformidad, que se salieron las cosas de las manos, que todos querían tomar a manos llenas. Dicen, que hay demasiada gente triste, otros quisieran regresar, negar el primer encargo. Ellos también tienen miedo, no saben cómo llegaron allí, hay doctores, cantantes, náufragos.

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1. A Poem

Román Antopolsky

Esta arquitectura reunía las diferentes horas que el día | entraba poniendo sus sombras en la ventana una mitad, mitad | en el muro. Las casas por dentro se abrían como girasoles. Por fuera la ciudad quedaba partida y los puentes pasaban a unir la sombra con la luz. El puente se partía y escondía inmóvil el concreto en la sombra y en la luz. La ventana escondía la mitad de su vidrio en la sombra y la otra en el reflejo. El muro escondía la luz en la sombra y la sombra en el muro.

Buenos Aires, Argentina, 1976. Ha publicado los libros de poemas ádelon, Buenos Aires: Tsé-Tsé, 2003; Cythna en red, Santiago de Chile: Intemperie, 2008 y Amor Islam, San Pablo: Lumme, 2011; así como numerosas traducciones de poesía, ensayo y filosofía a lo largo de las Américas. Vive en la ciudad de Pittsburgh, Estados Unidos.

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2. Roma Quadrata Si en el susto acabara su historia la regalía del templo se haría fugaz: Si en el castigo sin cumplir al ocupar la tierra hay pizca de superficie— aún habito contigo la tierra esparcida. Esté cuando esté esta tierra a mano, acumulada en un puñado de parcelas u orografía ves a trasluz la forma o es la orgía que erra que resulta medida. En cualquier caso el llamado “clan destino” 3. del que escribe es tan sólido como el arribo a nueva tierra; o es nomás un susto sobre la cara, del pobre que a intemperie la habitó.

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¡La remesa en cada búsqueda! Cazar lo móvil y lograr a más que una imagen lo fijo. Dispararle el disparo al ver lo muerto lo que buscaba y su salto para escapar de la imagen, así sea muerto.

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4. Habría cuarenta hombres parados antes de rezar. Yo vería el Amudaryo pararse y el clima adhesivo hacerse un palo.

5. Ruido-hombre (Robert Schumann)

Luego un torbellino.

La vida está, es ésta. La vi dar esta vida hasta estar debajo de lo que estaba viendo.

(Artilugio de luegO) O el susto en ver que la dolencia se desliga de la enfermedad y abandona a el cuerpo.

Hasta que morí y escondí en el hombre aguardando su salida. Ahora es algo, al menos sube no sobre el que es más que lo que dio antes de escondido sino hacia donde se nota mucho y bien: la cosa en lugar del nombre y/o subir en vez de quedarse. Mientras el hombre sube yo me quedo.

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 Pedro Gómez Valderrama en el estudio del pintor ruso Ilia Glazunov | Moscú, 1969


O t ras l etras

Pedro Gómez Valderrama

Ética y estética de un escritor

Pedro Alejo Gómez

El mundo, espejo de mi mano iba Jorge Gaitán Durán Si el verbo se corrompe, se estanca y pudre la vida Jorge Eliécer Ruíz

I El escenario —cada hoja en blanco— prefigura entero el universo. Ninguna palabra hay más cabal que el sermón de Benarés que fue la inmensidad del silencio de Buda. Tal vez sea cierto que nada de lo que ha ocurrido cesa de ocurrir. Tan solo dejamos de verlo. II Solamente he encontrado un acto que traduce la elocuencia de las palabras de Thomas Mann, al comienzo de La muerte en Venecia, cuando habla de ese motus animi continus —ese movimiento continuo del alma— en que consiste la creación. Durante días mi padre llevaba, en un bolsillo del saco, el manuscrito de cada uno de sus cuentos recién escritos, en el que iba incorporando mínimas correcciones, hasta terminarlo.

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Yo me he figurado siempre que ese era un universo que él llevaba plegado en esas misteriosas hojas, en el que iba poniendo estrellas, ciudades, hombres y pájaros, con paciencia, hasta hacerlo girar con su propia vida. Toda creación requiere una obsesiva gravitación. Interrogado sobre cómo descubrió la ley de la gravedad, Newton respondió: “Pensando siempre en ella”. Los objetos son palabras más densas. Su silenciosa presencia es una palabra continuamente dicha. Durante años tuvo sobre su escritorio una hermosa réplica de una de las carabelas del descubrimiento. El barco es el signo del viaje, de todo viaje. Todo escritor es un viajero inmóvil; de alguna manera es una especie de Colón, si es un descubridor, o Livingston, si su oficio es la exploración. La escritura es un mapa en el que la palabra y lo que nombra tienen esa misma relación jeroglífica de las quietas líneas serpenteantes con el mundo, en el que son costas blancas de espuma, o ríos cuyo torrente inquieta los precisos trazos. Y siempre los pájaros y la lluvia desquiciarán los mapas. Un día, mientras conversábamos, descubrí detrás de su hombro, sobre un mapamundi, una mariposa cuyas alas rojas-bordeadas-de-negro cubrían por completo a Java. Luego, cuando comenzó a aletear con suavidad sobre el azul inmóvil, yo me figuré que las aguas, en ese instante, empezaban a agitarse, movidas por poderosos vientos que hacían cabecear los barcos con desesperación y, en los puertos, cerrarse y abrirse los postigos movidos por una súbita furia invisible, hasta que la mariposa voló lejos y cesó la tempestad en el mar de la isla.

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De algún modo la historia es un mapa en el tiempo. Y sus cuentos baten sus alas sobre esa otra quietud. En ellos hay, entre la quieta línea de la historia y el cierto relato de lo que pudo ocurrir, esa misma relación que hay entre la palabra y lo que nombra, entre el mapa y el mundo. Abren sobre el mundo de la historia un universo que la inquieta y la interroga, del mismo modo en que las cosas son una continua pregunta a las palabras. Porque es cierto que toda cosa aspira a la precisa palabra que la nombre, y el solo lenguaje que lo abarca es el universo. Desde ¡Tierra! —traducido por Roger Callois para el Mercure de France— hasta su último libro, Las alas de los muertos —que no alcanzó a ver publicado y que apareció por primera vez en la edición de sus Cuentos completos, publicada por Alfaguara—, un orden siempre posible de acontecimientos cuestiona, indaga e ilumina el mundo en que escribió y en el que vivimos. Igual que lo que ocurrió, también nos define, y quizás más perentoriamente, lo que no ocurrió. Una incesante vida probable nos interroga, nos dice, nos agita. En todo va un doble y simultáneo relato: el de lo que ocurre y ese otro, imperceptible, de lo que deja de ocurrir, bajo sus insondables formas. Arduamente los historiadores pretenden hacer coincidir las imágenes con la verdad. Pero lo cierto es que la mayor ficción es la historia total. Al tiempo que las imágenes, aun desasidas de todo anclaje en los hechos, tienen una perdurable dimensión que los hechos rara vez alcanzan. César no tenía otro destino que el del incesante Suetonio, su riguroso historiador. Pero no por ello el transparente Suetonio está libre de suerte.

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Tal vez nada haya más cierto sobre nosotros que nuestra vida probable, y por ello, quizás, la historia de la imaginación sea nuestro mejor espejo. III En alguna ocasión, refiriéndose a la imposible arquitectura que Brueghel pintó en La Torre de Babel, habló de la condición precursora del arte. La mole colosal de la torre solo era concebible, entonces, en la pintura, que revelaba un mundo únicamente habitable con la mirada. Desde luego, la altura de la torre es la de la imaginación del pintor. Las hordas que trabajan en la construcción inacabable subrayan más acentuadamente la estrechez de la ciudad en que el pintor mezcla los colores del cuadro. La pintura precedía así a la arquitectura. Pero su significación es mayor: el cuadro se desprende de la limitación de su tiempo, la trasmuta en una posibilidad liberadora. El cuadro, que para el espectador es una visión, para el pintor es el relato de un viaje. La materia de la torre no es tangible pero vislumbra un asunto inconmensurable, abre otra perspectiva, desde la imaginación hasta la sensibilidad. No es posible afirmar que el pintor niegue su tiempo; ocurre que no se resigna, abre otros rumbos. El cuadro acabado es la pintura de algo inconcluso, y ese es su secreto portentoso. Hoy pienso que si debiera escoger una pintura que represente la obra de mi padre esa sería La torre de Babel de Brueghel, el viejo. Precisamente porque la materia del arte está siempre rondada, como la Torre de Babel, a la vez por el estigma de lo demoníaco, y por la condición de la utopía. Y uno y otra gravitan sobre un único centro que es

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la libertad. Y estos fueron los temas centrales de su vida. Alguien dijo que un escritor maduro no escribe lo que quiere, sino lo que puede. Y se escribe con las obsesiones. Ello es cierto, solo hay que tener el buen cuidado de escoger la obsesión que pueda salvarnos. Esas obsesiones, para un escritor, son sus temas. Muestras del Diablo, justificadas por Consideración de brujas y otras gentes engañosas, En el Reino de Buzirago y El Engañado —un libro de ensayos publicado por primera vez en 1958—no solo prefigura su obra, sino que revela la más definitiva de sus obsesiones: la libertad. Justamente porque el Demonio ha sido el arquetipo de la gran estratagema para proscribirla y para anclar los regímenes de la opresión. Esos ensayos revelan al Demonio como un obediente súbdito de la Iglesia, y lo desenmascaran como el precursor de las atrocidades de los regímenes totalitarios. El gran predecesor de la defensa de la legitimación de la censura fue el Demonio, fue con él que se abrió ese terreno infame, indispensable para la consolidación y la perpetuación del totalitarismo. El recuento de sus pruebas es alucinante, pero sobre todo es incontestable. Las mujeres víctimas de la inquisición, acusadas por brujería, eran rapadas y afeitadas como lo fueron, siglos más tarde, durante el nazismo, en los campos de concentración, las sindicadas como colaboracionistas. La historia de la Inquisición fue siempre la del Inquisidor, es decir, la historia oficial. Muestras del Diablo es la historia contada del lado de las víctimas del Santo Oficio.

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Una obsesiva idea de libertad está en su obra entera. Pero no solo hay libertad en lo que su obra tiene de creadora, sino que fundamentalmente ésta es una invitación al lector a la creación y, a través de ella, a la libertad. En sus cuentos, urdidos sobre zonas en que la historia es inaveriguable, sobre un mundo de posibilidades sin comprobación dable, nada hay que se imponga al lector. La imposibilidad de trazar en muchos de ellos una línea divisoria entre lo real y lo imaginario, entre la historia y la ficción, tiene, en su caso, una prodigiosa significación, porque va paralela a un desdibujo entre la forma del cuento y la del ensayo —así, por ejemplo, en Los papeles de la Academia Utópica— de manera tal que lo imaginario y creado pasa a ser el objeto de su propia reflexión, y ninguna libertad hay mayor que la que puede ejercerse sobre lo imaginario, sobre lo todavía no alcanzado. En esa región Más arriba del Reino, indescifrable entre el cuento y el ensayo, no solo es nuevo el mundo que descubre, sino que éste adquiere una particular profundidad, una densidad y una perspectiva que provienen de la reflexión a la que es sometido. En sus cuentos, esa reflexión ejercida en lo imaginario es una segunda instancia de la creación. Leyéndolo, muchas veces he pensado que sus textos son más reales que la historia misma, y, de algún modo, algo hay en ellos más preciso que en las mejores reconstrucciones. Ciertamente nada ocurre de manera definitiva afuera, sino en el tiempo puro de la conciencia, y es en esa región donde transcurre su obra. Así, en La responsabilidad de Stendhal en la batalla de Waterloo postula que si el escritor de La Cartuja de Parma no hu-

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Pedro Gómez Valderrama con su padre y su hijo Pedro Alejo

biese relatado la derrota del Emperador, ésta no habría tenido lugar. Las primeras páginas de La Cartuja, que dan cuenta de la insondable admiración de Stendhal por Napoleón, contienen trágicamente el más perdurable y definitivo relato de su derrota y, así, Henry Beyle es el atroz cómplice de los generales enemigos. En cierto modo no hay historia posible. La historia no pasa de ser una tentativa, entre otras razones, porque sin duda dice tanto de o más de nosotros, que de lo historiado. O, si se quiere, la perfecta Historia es la utopía de un presente eterno, en la que todo vuelve a ocurrir con una duplicada o multiplicada exactitud, y con tal perfección que resulta imposible determinar si algo aconteció o está aconteciendo.

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Sirve para ilustrarlo el relato que, sobre el rigor de la ciencia, hizo en 1658 Jorge Luis Borges cuando fue Suárez Miranda y escribió los Viajes de varones prudentes, de los cuales no sobrevive más que su testimonio sobre “Colegios de Cartógrafos (que) levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”. IV Mi padre es —resueltamente no puedo decir que era— “un hombre con la imaginación suficiente como para requerir un escritorio con llave”, para usar la expresión de Joseph Conrad en uno de sus relatos. Lo prueba la inquietante variedad de sus personajes, uno de los cuales es un perdurable loro en El historiador problemático, cuya desbordada exactitud al repetir de memoria los hechos que testimonió, con un pormenor idéntico a ese con el que ocurrieron, inquieta no solo la naturaleza misma de la Historia, sino también sus cánones convencionales al irse descubriendo que los personajes, cuyas escenas íntimas revive con igual elocuencia, son el Libertador y Manuela Sáenz. La variedad de sus temas lo corrobora: en uno de sus cuentos un barco de locos zarpa de la Edad Media, y sus pasajeros prosiguen su viaje hasta asomarse por las ventanas de una ambulancia a una ciudad contemporánea. Ello apenas para citar algunos de sus argumentos que, a la postre, acaban siendo más bien arquitecturas, por la razón de su capacidad de abrir espacios. Esas regiones que iluminan son preguntas indelebles.

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Al tiempo que ninguno de sus relatos es demostrable con los recursos de la historia, ninguno es refutable. De todos ellos queda una perturbadora perplejidad: tanto la historia como la ficción transcurren en el terreno común de las palabras y de las imágenes. Sus textos —todos heterodoxos— contienen la paradoja de compaginar una prodigiosa imaginación con una verosimilitud que llega al punto de hacer parecer que lo que relatan no pudo sino haber acontecido así. “La procesión de los ardientes —escribió Jorge Eliécer Ruiz, cuando apareció éste que fue su segundo libro de cuentos— es acaso la mejor ilustración que pueda ofrecer la literatura colombiana de la profunda y desconcertante diferencia que fijara Coleridge entre imaginación y fantasía. Para el poeta inglés la fantasía era una calidad subalterna que propiciaba la creación de hechos nuevos. La imaginación, en cambio, es aquella virtud del espíritu que permite encontrar nuevas relaciones entre hechos ya establecidos. La primera engendra los monstruos de la razón. La segunda preside la génesis de la poesía y de la ciencia”.

V La suya fue una de esas raras vidas que, como lo signos chinos, enteras son una sola palabra que solo puede traducirse con muchas otras. La escritura es la misma autobiografía, pero en clave. Ello explica su porte, su elegancia soberana, que era la misma de sus textos. Era, de alguna manera, como si él se escribiera a sí mismo. Y siempre con el sabio e inquebrantable humor que le había dado para escribir Vida sexual angélica, un cuento en el que cuatro teólogos inician, durante el sitio turco a Constantinopla, una discusión sobre el sexo de los ángeles, que prosigue, “todavía sin definir una

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orientación, en la América colonial, en Cartagena de Indias, en momentos en que los piratas ingleses la sitiaban para asolarla”, y se enriquece cuando los ingleses en la huida se llevan a los teólogos e incorporan a un pastor protestante que acompañaba la expedición, y continua, bajo los auspicios de la remuneración estatal, en la Universidad de Utopía, en la cual “este tema sería de necesaria actualidad dentro del engranaje mismo del Estado, que tendrá también que proveer ocupación para los teólogos”, y sigue, alumbrada por la revolución sexual que les proporciona mayores elementos para dilucidar el problema, hasta dar a un insospechable final en un pueblo de los Andes, o Las muertes apócrifas, en una de las cuales el general Augusto Pinochet Ugarte muere “ante el micrófono, de un infarto producido por su propia angustia, al decir: ‘la democracia chilena está en paz’.” Igual que en su obra, tampoco hay en su vida una línea que permita circunscribirla a límites estrechos. Tal vez no sea preciso hablar de su vida sino de sus múltiples vidas, ninguna de las cuales estaba aislada de las otras porque siempre supo enriquecerlas encontrando resonancias recíprocas. Sus cuentos —escritos con palabras tasadas hasta el preciso matiz— tienen la economía verbal, la precisión de los códigos que transitó como abogado, como magistrado del Consejo de Estado. En uno de ellos —Corpus Iuris Civilis— rebate no solo la improbabilidad (casi ontológica) de escribir un prodigioso cuento ceñido al texto literal de uno de los artículos del Código Civil redactado por don Andrés Bello, sino la de transformarlo al punto de hacerlo parecer el fundamento central de los males de amores.

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A la vez, la libertad con que interrogan, y a la que invitan, traduce una posición vital, porque, en su caso, en el caso de quienes igual que él estuvieron contra la Dictadura, la libertad fue una conquista y no un don. Al recordar esa época afirmó que “la circunstancia de haber tenido que volver a empezar desde las libertades básicas nos afianzó más en nuestras ideas liberales.” Un día Abuela, cuando ordenaba recuerdos en el armario, me mostró la corbata manchada de sangre que él llevaba el 9 de abril de 1948, cuando una esquirla de bala de un francotirador, con afortunada mala puntería, lo hirió mientras iba, entre la balacera, con Carlos Lleras Restrepo, al Capitolio Nacional. Había que salir a la calle por la libertad. Y él no vaciló. Entonces, siendo todavía un niño, supe que mi padre era un hombre valiente. A un hombre, como él, que supo sortear los grandes riesgos de la imaginación, no le hacía falta el valor para enfrentar los riesgos de la vida. La vida, quiero decir lo que entonces importaba, pasaba entonces en la clandestinidad. Fue en esa misma época cuando publicaba con Jaime Posada —con quien después fundaría, al lado de otros amigos, la Universidad de América— Volveremos, una revista de un formato mínimo, para poder ser repartida mano a mano en la calle, con una discreción que suplía las garantías que el gobierno negaba. La historia de la revista registra el hecho singular de que, desde el comienzo, su numeración fue a saltos, de manera que el primer número fue el tres, con la finalidad de extraviar la persecución de los servicios secretos en la búsqueda de los anteriores dos números, que nunca se publicaron.

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Las líneas finales de Muestras del Diablo son, por ello, sobre todo un testimonio:

Las libertades no están solas, las libertades son una. Por eso, en una hermosa paradoja, las libertades vienen en cadena. En la única cadena que el hombre puede soportar sin que pierda su razón de ser, la cadena de las libertades, que debe rodear al hombre, envolverlo, pegarse a su cuerpo y a su espíritu.

Años después, siendo Ministro de Educación, encabezó él mismo la tropa con la serenidad suficiente para rescatar, sin un solo herido, a Carlos Lleras, cuando fue sitiado en la Universidad Nacional, poco antes de ser elegido Presidente de la República. Con ello cumplía con un doble deber: como hombre público y como amigo. Entonces, supe que para ser valiente hay que ser leal. Y que había años inquebrantables cuando Lleras escribió que su mejor amigo en la vida había sido mi padre. Siempre ajeno a esa especie de algebra en que consiste la ortodoxia, mi padre fue un combatien-

te por la libertad. Sabía con claridad que antes que el acto feroz está la violencia del dogma. En un lúcido ensayo que preside la parte de su obra publicada en Venezuela por la Biblioteca Ayacucho —sin duda, la más importante colección de letras americanas, en la que tuvo el privilegio de ser el primer colombiano a quien se publicó en vida—, Jorge Eliécer Ruíz dijo de una sola vez lo que todo ello significa: “Si el verbo se corrompe, se estanca y pudre la vida”. Esa libertad que hay en sus cuentos estuvo siempre en su vida, justamente porque la vocación ética y estética de un escritor está no solo en decir, sino en poder permanecer en lo que se ha dicho, poniendo a prueba la propia obra. Hay en ello una profunda coherencia: un hombre que cree en la imaginación no puede sino defender la libertad.

Pedro Alejo Gómez Vila | Bogotá, en 1953. Abogado, poeta, diplomático. Hizo estudios de filología y letras rusas en Moscú. Embajador de Colombia en Holanda; Delegado por Colombia ante la Corte Permanente de Arbitraje de la Haya y ante la Organización para la Prohibición de la Producción de Armas Químicas.. Desde 2003 es Director de la Casa de Poesía Silva. Entre sus obras publicadas destaca Catálogo de Máscaras. Es hijo del escritor Pedro Gómez Valderrama.

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L engua de sastre

Mariángeles Comesaña Eduardo Hurtado

De la mano del viento

M

ariángeles Comesaña traza en este libro una hermosa biografía. En apenas cien páginas nos entrega la cifra poética de una vida punteada por la lealtad a los asombros cotidianos, esos que echan raíces en las cosas del diario y en las leves mudanzas que las reafirman. Todo a partir de unos cuantos signos primordiales: los afectos más hondos, los más interiores; la casa, todo lo que en ella nos habla de gozo y de cobijo, pero también del asedio insoslayable de la muerte; los árboles, su impecable enseñanza de tesón y firmeza; el ovillo, el estambre, las agujas, las mujeres que tejen “mansas y perseverantes”, como si así volvieran a enredar el hilo que algún día extendieron por los pasillos indescifrables de un laberinto; el exilio, santo y seña de las genealogías, parábola indispensable para expresar el miedo a perder lo de hoy, este pan que restaura el pasado y articula el futuro, la escalera, las llaves de la puerta, los cántaros vacantes, el agua intacta, esas mínimas cosas que avivan y confortan. De la mano del viento, el libro que Comesaña nos entrega luego de treinta años de hornearlo y sazonarlo a fuego lento, echa mano de un habla muy próxima al lenguaje diario y en él funda su extraordinaria capacidad de hacer contacto. Esa proximidad, sin embargo, tiene menos que ver con los significados que con un ritmo. El oído impecable de la autora ha sabido recoger la prosodia singular del español que hoy

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se escucha en nuestras ciudades, con una fidelidad fuera de serie. Esto les otorga a sus poemas un acento vibrante y la vivacidad característica de las obras que surgen de las ideas, los entusiasmos y los conflictos de su época. A la vez, permite que sus versos respiren con la amplitud característica del verso libre, a pesar de estar escritos bajo patrones métricos claramente reconocibles. Entre las numerosas líneas de impecable factura que es posible espigar al recorrer estas páginas, hay una que me acompaña desde el día en que la escuché por primera vez: “La guitarra de Sara desatando este verso”. Es un alejandrino memorable, uno de los más rotundos que haya leído. Arranca melodioso y fascinante, con sus tres acentos iniciales sabiamente repartidos sobre una misma letra, la vocal “a”, tan cercana al sentido de lo primordial que en casi todas las lenguas rige las palabras que designan a la madre y al agua. Algo originario, en efecto, resuena en esta línea que es también el título del poema inicial del libro. El hemistiquio aparece justo al concluir la primera frase, a punto de que estalle el verbo que reafirma la condición sonora en que se funda el significado del verso. El verso mismo, por cierto, consigue sostenerse largamente en el tiempo, como un colibrí en el aire, gracias a la eficacia de ese “desatarse” que ocurre por gracia y virtud de la guitarra de Sara. Me extiendo en la cita, no para subrayar una excepción sino para ejemplificar una constante. Los poemas de este libro están sostenidos por una armonía tan perfecta que transforma la materia verbal en música del sentido. Ella es la conductora de las imágenes esenciales que pueblan estas páginas. A través de ella consigue la poeta instalarnos en un ámbito protegido y protector, ahí donde los

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recuerdos y los sueños se ordenan, lo contingente se atenúa, y el horror a no ser sino astillas de un tiempo quebradizo halla un remanso hecho de alianzas y de continuidad: Es de noche lo dicen las ventanas tengo la música puesta al oído de las cosas a estas horas todo en el comedor anda despacio de la silla al librero una sombra de puntas toca el aire del frutero a la máscara se abrazan resignados | seis recuerdos [...] La música me cubre como lienzo de lino “silencio en el silencio” tomillo fino.

De manera paradójica, es también a través de esta música como la autora nos preserva del espanto que a ella misma le causan los espacios apenas habitables de una ciudad desarbolada y sucia. Ahí, en ese territorio que con tino extraordinario ha equiparado con una gallina roñosa y grisácea, Comesaña sabe hallar ciertas zonas de concierto, meandros de lo posible en medio de un infierno que por momentos parece devorarlo todo. No obstante, sus inquietantes correrías por la ciudad de México dejan la impresión de operar, en la perspectiva de toda su obra, como un contrapunto de aventura y de turbación del ser, indispensables para instaurar un mundo más entero y entrañable. Entre la morada íntima y la ciudad, casa de todos, hay un espacio para el viaje, pausa de sueños y augurios. Viajar, en el imaginario de nuestra poeta, es lanzarse al mundo y asumir las distancias,

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tender puentes insólitos de un tiempo a otro: del recuerdo a la sombra aplastante de la pérdida, de lo que pudo ser al vencimiento triste de lo que hubiera sido. Es, asimismo, un pretexto para llevar a cabo el inventario nostálgico de una expulsión recibida como herencia: una lengua, un paisaje y un terruño abolidos, el desarraigo, el ulterior hallazgo de una tierra nueva, generosa y distinta, propia y extraña. Viajar es, al final del día, una metáfora del destino último del hombre, hecho de adioses y de separaciones. Hay una escena sorprendente en el poema “Rastro de la memoria” que pone en juego esta dialéctica. Describe un recorrido en auto (un Desoto amarillo para ser precisos), que desemboca en “un pueblo azul” oloroso a leña, el pueblo natal de la abuela materna de la autora. La estrofa final provoca en el lector ese sutil erizamiento de la piel que da fe del hallazgo de la poesía: Corro para alcanzarme en el presentimiento de tu casa, pero no hay nada abuela; ya edificamos en los andamios de tu muerte, ya no hay lareira ni ventana.

Comesaña es una imaginante de primera mano. Vive en forma directa las imágenes porque éstas le suceden como si se tratara de “acontecimientos súbitos”. Es por eso que sus poemas nos llegan desnudos de astucias. Cuando aborda el camión en que viajamos todos, por ejemplo, hace acopio de voces y circunstancias que son también de todos, para luego devolvérnoslas renovadas, o mejor, revividas. Cuando la imagen es nueva el mundo es nuevo. ¡Cómo cantan aquí, con cuánta frescura, esos momentos de la experiencia urbana que otros poetas remachan hasta el cansancio sin

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que comparezca un soplo de inmediatez y de “figuración” que los anime! No es cosa de realismos facilones, claro está. Hay aquí, por el contrario, un aire de irrealidad que le devuelve a lo real el espesor de lo poético. Como una extraña fisura sobre el cerrado muro de los automatismos cotidianos: El Fundidor la Villa Sierra Vista Ticomán les hace lugar a todos los que quieran | tomarlo, hay tubo para todos, para que todos cuelguen sus cansancios distintos [...] El Fundidor sólido, frágil, sucio, cierra la puerta y prende su veladora | eléctrica, la virgen abre y cierra los ojos con pestañas postizas [...] Todos somos un ojo, un fémur, una joroba adolorida, un solo timbre de voz, es el sitio más feliz para borrarnos, todos tejemos en las agujas de la misma | señora, todos somos el niño que pega el chicle en el abrigo del señor, el borracho que pone cara de sobrio, la media rota de la secretaria, el turno de la noche, el carterista, el hambre, el sueño, el albur del norte de la ciudad, las trenzas enredadas húmedas por la lluvia.

Cada día me convenzo más de que el abono esencial de la poesía es la necesidad. Esta, a su vez,

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se me aparece como un fruto nacido de la experiencia. ¿Experiencia de qué? Eliseo Diego, autor de un ensayo cuyo título describe una de las cualidades distintivas de la poesía que prefiero (“La insondable sencillez”), me regala una respuesta inmejorable: experiencia de estar vivo en grado sumo. Para el poeta cubano, en esto consiste la Poesía, “en la súbita iluminación de ser uno vida y estar vivo en un lugar preciso y no en otro lugar cualquiera; un lugar donde a la vez están todos los otros y, además, todas las otras formas de ser vida, en el sentido de que semejante lugar es nada menos que la plenitud de la realidad misma”. Un lugar preciso y no otro lugar cualquiera... Gran enseñanza en estos tiempos dominados por la tendencia exasperante a emparejarlo todo, incluso la poesía, como se igualan la luz y la temperatura, las marcas y los colores en los enormes centros comerciales de todo el mundo. En los poemas de Mariángeles Comesaña las cosas responden por su nombre: los árboles se llaman duraznero y naranjo; su tía se llama Estrellita; Tapacholán es el lugar de las tunas dulces; la gente canta canciones reconocibles (“Dale sabor a mi vida/ como un granito de sal”); en la ciudad “los hombres/ echan fuego por la boca”; una niña corre

por las calles de Aguascalientes bajo el fulgor entrañable de “la canica del sol”; hay jazmines y tulipanes, columpios y reatas, matatenas y mangos; hay una mujer sola, con los zapatos sucios de tanta espera, con una jarra vacía y un pan “dulce para nadie” sobre la mesa; hay unos jóvenes que han relegado sus pasiones, que ya no alzan el puño para protestar, que han arrumbado el magna-vox en un rincón y pasan las noches, desolados y yermos, en algún Sanborns del Paseo de la Reforma; hay el paso del tiempo, el rostro que se desgasta lento frente al espejo, el polvo sobre los enseres que han de durar “más allá de nuestro olvido”. Existe un adagio francés, no sé si tenga equivalente en nuestra lengua, que afirma: “Los hombres saben hacerlo todo, excepto los nidos de los pájaros”. Hay excepciones, creo, y este libro de Mariángeles Comesaña es una de ellas. Descubro en él la tentativa sostenida de construir “la nueva casa” como quien viene y va con las materias diversas que le han de dar sustento, como quien hace un nido para el reposo y el disfrute reales, “casi físicos”, del ser. Después de todo, la escritura siempre ha sido para esta poeta ese espacio habitable donde le es dado pasar meses enteros... incluso sin decir palabra.

Eduardo Hurtado Montalvo | Poeta, editor y ensayista. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autor de los libros de poesía: La gran trampa del tiempo, 1973; Ludibrios y nostalgias, 1977; Donde conversan los amigos, 1981; Rastro del desmemoriado, 1986; Ciudad sin puertas, 1991, Puntos de mira, 1997; Sol de nadie, 2001 y Bajo esta luz y aquí, antología bilingüe, francés-español, editada en Canadá. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas. En 2005 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer.

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Mario Londoño Los espacios del sueño

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as superficies baldías. El blanco del papel o la madera, son un elemento primordial en las obras de Mario Londoño. Operan para él como dictado para sus formas. para unas composiciones que respetan el aire. El silencio. La carga de silencio que hay en su pintura, el tono asordinado como cuenta un mundo analógico en donde una tea puede ser la síntesis de un incendio portátil, opera como una grafía de lo esencial. Como un antibarroquismo que permite una lectura sencilla aun en la complejidad de sus atmósferas. Una soleada soledad cuya carga onírica nos atrapa. Hay en los cuadros de Londoño -la mayoría realizados con acrílico sobre madera- en donde figuras estáticas. o aisladas en un monólogo plástico, parecen convocadas para una

Juan Manuel Roca

puesta en escena del absurdo, que por arte de su pincel dejan de ser absurdas y recavan en el hecho cotidiano. En realidad, ¿hay algo más cotidiano que lo absurdo y su constante meta orización del lmposible? La pintura de Mario Londoño, desde sus inicios en el “caballete mágico” del que habla la frase rimbaudiana; desde su punto de partida en el Taller de Artes de Medellíl, se ha ido aligerando de equipaje para entregarnos estas figuras de liviandad de balso en un paisaje desolado. Como si volviéramos a visitar una memoria olvidada o desconocida. Para ello, basta con que nos bajemos de la bicicleta estática de los sentidos, con que nos asomemos a los cuadros de este joven artista como a ventanas al sueño.

Juan Manuel Roca | Medellín, Colombia, 1946. Entre sus libros de poesía figuran La Farmacia del Ángel, 1995; Las hipótesis de nadie, 2005; Biblia de pobres, 2009; Temporada de estatuas, 2010 y Pasaporte del apátrida, 2011. En 2001 publicó su libro de cuentos Las plagas secretas y en 2003 la novela Esa maldita costumbre de morir. Entre los premios obtenidos destacamos los premios José Lezama Lima por el conjunto de su obra (La Habana, 2007), el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (México, 2007), el Premio Casa de América (España, 2009) y Ciudad de Zacatecas (México, 2009). En 1997 recibió el doctorado Honoris Causa en Literatura por la Universidad del Valle.

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Vértigo y quietud

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abíamos visto en los cuadros de Mario Londoño, el vuelo de las manos tan milagroso como el de las aves, la inmovilidad de la luna tan incisiva como la movilidad de las flechas o del fuego; la terrible belleza del cielo conteniendo vértigo y quietud. Aparece ahora en estos cuadros la noche, otras maneras de la quietud, otras imágenes del movimiento y la insistencia en los grandes espacios. La finura del trazo luminoso de la montaña nos habla de remotud, rasgo de luna que patentiza lo inmenso con la sugerencia de la distancia. Proximidad y lejanía amparadas en el airecillo del sueño. En los primeros planos los ademanes precisos sin desmedro de cautela contrastando con difusos rostros. Estos cuadros ejercen mayor agitación en tanto más inmóviles o fijos, más reveladores en cuanto más imprecisas las escenas, más entrañables en cuanto más escapan de la fácil coherencia. El estandarte es una puerta; el asta, una incisión en el firmamento azuzando la maestría del viento. Quietud y movimiento. Menos contextualizado el paso del tigre, más hierático.

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Vacío en este discurrir del silencio. Como que los hombres y las mujeres desprendidos del azar, se resignan a la captura del ojo que testimonia el frío y el magnetismo de la noche cuya espesura permea a los presentes. Fantasmagoría, sensación de que cada imagen puede desaparecer en la segunda mirada, salvo la noche, el silencio y la soledad. ¿Y de dónde sale la luz de los planos inmediatos? ¿sale del pincel o de la presencia del que se detiene enfrente, sumando el propio silencio al del cuadro? Son tan pocos elementos, hay tal despoblamiento, como si se quisiera evidenciar ausencias ...y sin embargo en esa desnudez otra luz, vista ya en trabajos anteriores: un hombre con los pies en el hilo que atraviesa el vacío es un paisaje desnudo. Un fragmento de ala en la inmensidad azul mientras el fuego consume la casa es un cuadro cuyo terror no encubre ni la sutileza de las plumas. No se disimula la catástrofe con la serena contingencia de los escasos elementos activos. Un caballo y un jinete, detenidos en el aire o en el desierto, develan la inminencia de vértigo. Lo escueto nos golpea y nos reta a constreñir la algarabía de imá-

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genes. Pero otro tipo de familiaridad continúa una trayectoria literaria, nos hace platicar con aromas y personajes reconocidos: el caballo, la niña que fuma, el tigre. El onirismo resulta del relampagueo de las escenas próximas, pero también del vaivén de apropiación y desapropiación por parte del pintor que deviene inocencia, como diría Marcel Schwob “entre el terror y la piedad” . Ese no entender por

qué a través suyo aparecen estas cosas en la tela. Sensación de que el cuadro terminado entrega la sorpresa al pintor y lo instala en su yo espectador; he aquí el donde la ubicuidad: pertenecer al sueño siendo él nuestra posesión ajena. y una tensión se obstina muy a pesar de los espacios sin límites. Todo es denso: la sustancia lumínica de la mirada, la intimidad de la noche, el peligro, la soledad, el sello de la infancia.

Ángela García | Medellín, Colombia, 1957. Poeta y traductora, miembro fundador del Festival de Poesía de Medellín. Vive en Mälmo, Suecia y traduce del sueco y el francés al español. Sus libros de poesía son: Entre leño y llama, 1993; Rostro de agua, 1997; Farallón constelado/ Sternige klippe, bilingüe, 2003; De la fugacidad/Om flygtigheten, bilingüe, 2005; Veinte grados de latitud en tres horas, bilingüe, 2006; Doce poemas sobre el silencio, 2009; Todo lo que amo nace continuamente, 2010.

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Mario Londoño | Medellín, Colombia, 1954. En 1978 se incorpora al Grupo Taller de Artes de Medellín e inicia estudios de pintura con el maestro Samuel Vásquez. En 1983-84 realiza viaje autodidáctico por museos de Europa. De 1985 a 1999 trabajó con el Grupo Taller de Artes de Medellín en la asistencia y montaje de escenografías para títeres y teatro. Entre 1990 y 1999 perteneció al grupo de ilustradores del magazín dominical El espectador. En el año 2002 es invitado por Orbetello Gallery (Art Crawl 2002) en Los Angeles California. Desde el 2004 radica en dicha ciudad, donde continúa realizando su obra pictórica.

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l a c o c i na de l a rtista

Uberto Stabile: Nací en el Mediterráneo

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berto Stabile nos sorprende con su vocación culinaria. Ya algo advertíamos desde que obsequiara —a sus invitados de Edita y del Otoño Cultural (Salón del Libro) en Huelva— libros de La cocina marinera de Andalucía, particularmente onubense, o sea de Huelva. Stabile es un conocido y reconocido promotor cultural, organizador de ambos encuentros internacionales, que han encontrado una fuerte resonancia —y en el caso de Edita, una exportación de Punta Umbría a México y Colombia, con ambiciones de sembrarla en otros países hispanoamericanos. Uberto es ante todo poeta y amigo querido y respetado por sus cómplices, correligionarios y colegas. En esta conversación con La Otra nos confirma lo que sus lectores ya sabemos, una trayectoria nada lineal, estudios universitarios envueltos en dudas y cambios, una experiencia

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profunda administrando un bar en Valencia y dándole un perfil cultural, mudanzas de hogar, versos conmovedores reunidos en Habitación desnuda (Poesía 1977-2007), una fuerte atracción por la libertad y los viajes, vínculos crecientes con América Latina. Pero es el propio Uberto quien nos guía con sus respuestas acerca de sus aficiones, sus anhelos, su vida. Comenzamos. En algunos de tus poemas hablas de esa mezcla de la que estás hecho, un poco italiano, madrileño, valenciano, andaluz y ahora sudaca y mexica, o a la inversa. Cuéntame el sentido de esos poemas y el de tu noción de patria, de identidad. Yo soy hijo del desarraigado, de la mezcla de sangres y recuerdos de diversos rincones del Mediterráneo; soy una encrucijada, me falta tierra, me sobran patrias, pero siempre he tenido el mar muy cerca, y a su lado me siento

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un poco más libre. Si algo tengo claro es que todos mis lugares de origen fueron bañados por las mismas aguas y corrientes, he crecido y vivido siempre cerca de su dulce y cálida ribera. Mis abuelos procedían de Cádiz, Cartagena y Nápoles; yo nací en Valencia, pasé mi infancia en Barcelona, y los veranos entre Alicante y Almería, y ahora vivo en Huelva; es una historia de puertos y horizontes meridionales. Luego están esas otras patrias del destino, las que uno elige, las que necesitamos quienes no tenemos lugar a donde regresar, y ahí aparece México, mi paradigma, esa gran frontera que se mueve en todos los sentidos, un extenso cruce de caminos donde puedo reflejarme y entender mejor mi propia identidad. La Valencia de hoy ya no es, entiendo, o lo es muy poco, la ciudad en la que viviste tu infancia y tu juventud. ¿Qué te hace reconocer tu ciudad y qué la distancia de esos recuerdos? Siempre que regreso a Valencia tengo la sensación de regresar a un tiempo y no a un lugar. Creo que la distancia aumenta el carácter evocador de los lugares visitados. Pero al pasado solo se viaja con la memoria, es como la escritura, un ejercicio de soledad transitoria. A pesar del cambio experimentado en los últimos veinte años, Valencia mantiene su luz, su propio tiempo encerrado en barrios como el Carmen, Ruzafa, el Ca-

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bañal o la Malvarrosa. Hay una parte de la ciudad que no cambia, no prescribe, está ligada a los sabores, a los aromas, a los acentos. Hoy Valencia es una ciudad mucho más moderna y ordenada, pero también más antigua y conmovedora; el paso del tiempo ha fijado sobre sus muros mi propia geografía sentimental, la misma donde despertaron mis sentidos y mi alegría de vivir. Valencia— es una ciudad de metáforas —por ejemplo, ese río de árboles por el que alguna vez corrió el agua debajo de sus puentes—, y allí el catalán es una lengua minoritaria pero originaria. ¿Qué relación hay entre las imágenes

Antiguo bar de Uberto en Valencia, ahora con otro nombre.

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En Valencia, 2011

que tienes de este sitio y el habla, su o sus lenguas? El castellano o español fue mi lengua materna, el modo de entender y comprender mi entorno; más tarde aprendí italiano. El catalán, el valenciano, ha sido parte de mi vida, me rodeaba, me envolvía, lo aprendí junto al castellano pero sin necesidad ni obligación de hablarlo, lo leía y lo entendía perfectamente, siempre me sedujo su sonoridad y versatilidad para la poesía.

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Valencia es bilingüe, y es frecuente que dos personas mantengan conversaciones en ambas lenguas sin necesidad de traducir, esa capacidad amplía la riqueza y polisemia de la vida, y por extensión de la literatura. ¿Cómo fue la vida cultural y bohemia en los años que dedicaste a administrar tu bar y descubriste tu vena de gestor cultural? Los años 80 fueron la edad de oro de la cultura en la Valencia post-franquista.

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Al calor de las nuevas libertades nació un movimiento artístico y cultural que transformó la vida de la ciudad. A principios de la década abrí, en el centro histórico, el primer café-librería y galería del país, Cavallers de Neu (Caballeros de Nieve), un juego de palabras en catalán, con la dirección del local, la calle Caballeros 19, donde hoy está el bar Pepita Pulgarcita. El establecimiento es parte de la historia de aquella Valencia indómita, promiscua, salvaje y tolerante, que se convirtió en una suerte de San Francisco a orillas del Mediterráneo. Un movimiento que tenía su epicentro en el barrio del Carmen, con parada obligatoria en Cavallers de Neu. Allí manteníamos nuestra propia revista y programación cultural, con recitales poéticos, conciertos, presentaciones de libros, exposiciones, conferencias, mesas redondas o cabaret, un espacio bastante más activo y dinámico que muchos programas oficiales de la época. A veces las animadas charlas y discusiones se dilataban tanto que salíamos del café al amanecer; fue un lugar de culto, de referencia, de la bohemia que brillaba en aquellos años. Tienes varios oficios y varios intentos de profesión. ¿Cómo viviste cada proyecto de vida —así se solía decir en los años setenta— y cómo resolviste ser lo que eres, poeta y gestor cultural y un poco cocinero?

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Cuando tenía 19 años recuerdo que solo quería aprender ruso y piano, quería leer a los poetas rusos en su propia lengua y expresarme y vivir de la música, el lenguaje artístico que más me seduce y admiro. Pero nunca aprendí ni ruso ni piano, terminé estudiando Geografía e Historia en la Universidad de Valencia y trabajando de cualquier cosa para sobrevivir, hasta que abrí Cavallers de Neu. La gestión cultural ha sido una deriva natural de mi propia vocación, una profesión, pero la poesía y la cocina son para mí una forma de estar y entender la vida, espacios mágicos, el delicioso puente entre lo sensual y lo espiritual; en ambas el amor y el tiempo son sus principales ingredientes. Creo que poesía y cocina mantienen muchas similitudes, una gran carga de hedonismo y la necesidad de ser compartidas; ambas persiguen el placer y la felicidad. Si bien hay una mezcla cultural en tu persona la hay también en tu paladar. ¿Qué presencias gastronómicas dominan tu gusto por la mesa? En mi paladar imperan los sabores mediterráneos, lo soy por los cuatro costados; esa cultura milenaria de la vid, el olivo y el trigo. En ocasiones aflora más el origen italiano y otras mi ascendencia andaluza o mi paladar valenciano. Soy un amante de las especias y las salsas, del aceite de oliva, del queso cu-

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rado, del jamón de pata negra y los productos de la huerta. La cocina marinera es mi debilidad, adoro los pescados y el marisco, pero sobre todo los arroces, ya sean caldosos, melosos, en paella o al horno. La pasta es la otra gran fuente de mi alimentación e inspiración, y además, una base única para cualquier amante de la cocina creativa. Y siempre que se pueda prefiero la cocina del fuego y de las brasas, asados y parrilladas, y también la que se hace con tiempo y con cariño; “el cuchareo”, como llamamos en Andalucía a los potajes, cocidos y pucheros. Tampoco puedo olvidar algo tan esencial en nuestra cocina como las “tapas”, ese minimalismo gastronómico que nos convierte en vanguardia de la buena mesa. Si todo esto, además,

lo regamos con buenos vinos propios de nuestra latitud, y esa gran tradición de postres y dulces de origen árabe, no podemos desear más que una buena compañía, una deliciosa sobremesa y una mejor siesta. Prometiste compartir con los lectores de La Otra una receta familiar, tu tortilla de spaghetti. En mi casa se comía pasta todos los días, tanta, que recuerdo que a casa la traía el mismo repartidor que llevaba la mercancía a las tiendas. Esta es una receta familiar. Hasta la fecha no la he encontrado, como la describo, en ningún libro de cocina ni carta de restaurante, ni siquiera en Italia.

Uberto Stabile | Valencia, 1959. Estudió Historia del Arte en la Universidad de Valencia. En la década de 1980 dirige el café-librería Cavallers de Neu, la Editorial Malvarrosa y funda la Unión de Escritores del País Valenciano. En los años 90 se traslada a Huelva, donde trabaja en la Casa Museo de Juan Ramón Jiménez, crea la tertulia Las Noches del 1900, dirige la Feria del Libro de Huelva y funda la Asociación de Gestores Culturales de Andalucía. Dirige la revista de poesía y colección Aullido Libros, el Encuentro Internacional de Editores Independientes, EDITA y el Salón del Libro Iberoamericano de Huelva. Trabaja como director de la Casa de Cultura del Ayuntamiento de Punta Umbría, en Huelva. Ha recibido el Premio Valencia de Literatura y Surcos Internacional de Poesía. Su poesía está recopilada en Habitación desnuda (1977/2007). Es autor del libro y documental Tan lejos de Dios, poesía mexicana en la frontera norte.

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Tortilla de spaguetti 100 grs. de spaghetti (por persona) Sal Agua Aceite 2 dientes de ajo Chile de árbol o ají 1 lata de anchoas 1 lata de alcaparras

Se cuecen el spaghetti, en abundante agua con sal. Una vez está la pasta “al dente”, se retira y escurre. En una sartén aparte se sofríe con poco aceite dos dientes de ajo laminados y se añade un guindilla abierta (chile o ají de árbol). Cuando empiezan a dorarse los ajos se añade a la sartén los spaghetti, unas anchoas de lata troceadas y unas alcaparras. Se remueve y mezcla todo bien en la sartén hasta que la anchoa casi se deshace y se deja sofreír unos minutos. Cuando se tiene la base de los spaghetti sólida, se le da la vuelta con un plato, como si se tratase de una tortilla de patatas, y se vuelve a dorar por el otro lado. Se retira y se come caliente. Es ideal acompañarla con un buen vino blanco.

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E c li pse s

Cees Nooteboon |

Traducción del neerlandés | Fernando García de la Banda

Abschied No para otro, esta sinrazón, sino para ti. Si el edificio desaparece, si esto es una | llanura, y tú una estatua que se alza, y yo te toco, si como a mí a todas las cosas les duele | algo, están clavadas a su dolor, si el no saber ya más se cuela como moho por los tejidos tú permaneces, plateada, llovida, el viento del este vaga en torno a ti, y a | mí, he hecho de lo más simple una | catástrofe. De ti lo olvidaré todo, excepto a ti. Tú bramas por el espacio que yo ocupo, tu amor es destino.

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A través de tu imagen veo el deseo | suplicante del que hemos sido expulsados. Yo te | ofrecí todo, tú lo rechazaste todo. Tú me ofreciste | todo, yo no lo comprendí. El silencio se impone. La muerte es una enfermedad | masculina. Tú te paseas atesorando la vida. Se hace el silencio. No sabes nada ya. Yo no sé nada. Mis poemas arden como yesca. Lo | digo. Tú sola. Pero ya nunca más. Se hace un gran silencio.

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director general José Ángel Leyva subdirector Víctor Rodríguez Núñez (Cuba-Estados Unidos) editor Alfredo Fressia (Uruguay-Brasil) consejo editorial Jorge Bustamante | Jorge Boccanera | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Antonio Deltoro | Evodio Escalante | Jorge Esquinca | Juan Gelman | Hugo Gutiérrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Hernán Lavín Cerda | Carlos Maciel | Pablo Molinet | Carlos Montemayor† | José Emilio Pacheco | Begoña Pulido Herráez | Vicente Quirarte | Juan Manuel Roca | Uberto Stabile

Universidad Autónoma de Si naloa rector Dr. Víctor Antonio Corrales Burgueño secretario general Dr. José Alfredo Leal Orduño año 4 |núm. 16 | julio-septiembre 2012 Foto de portada Boris Dinerchtein

consejo nacional aguascalientes Claudia Santa-Ana | chihuahua Jorge Humberto Chávez | distrito federal María Baranda, Víctor Cabrera, Miguel Ángel Flores, Grissel Gómez Estrada, Samuel Gordon, Eduardo Mosches, Lucía Rivadeneyra | jalisco Jorge Souza | michoacán Gaspar Aguilera | morelos Javier Sicilia | nuevo león Armando Alanís Pulido, Margarito Cuéllar | puebla Ludmila Biriukova | sinaloa Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Elizabeth Moreno Rojas | sonora Juan Manz | veracruz Silvia Tomasa Rivera | zacatecas José de Jesús Sampedro consejo internacional argentina Rodolfo Alonso, Cecilia Romana | australia John Kinsella | bélgica Stefaan van den Bremt | bolivia Eduardo Mitre, Mónica Velásquez | brasil Lêdo Ivo, Floriano Martins, Ana Rüsche | chile José María Memet, Jaime Quezada, Manuel Silva | colombia Rafael del Castillo, Pedro Alejo Gómez, Santiago Mutis, Amparo Osorio, Alfonso Peña | cuba Luis Lorente | ecuador Jorge Enrique Adoum†, Edwin Madrid | el salvador André Cruchaga | españa Rodolfo Häsler, Luis García Montero, Jordi Virallonga | estados unidos Margaret Randall, Katherine Marie Hedeen | francia Stéphane Chaumet, Eduardo García Aguilar | grecia Guadalupe Flores | islas canarias Juan Carlos de Sancho | italia Martha Canfield, Emilio Coco | luxemburgo Jean Portante | paraguay Jacobo Rauskin | perú Antonio Cisneros, Hildebrando Pérez Grande, Renato Sandoval | polonia Krystyna Rodowska, Gerardo Beltrán, Martha Eloy | portugal Rosa Alice Branco, Nuno Júdice | quebec Claude Beausoleil, Bernard Pozier | república dominicana Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa | rusia Andrei Kofman | suecia Lasse Söderberg, Ángela García | uruguay Luis Bravo, Gerardo Ciancio | venezuela María Antonieta Flores consejo de arte Octavio Bajonero | Pascual Borzelli Iglesias | Guillermo Ceniceros | Rogelio Cuéllar | Felipe Ehrenberg | Esther González | Graciela Kartofel | Samuel Vázquez Las opiniones vertidas en cada uno de los artículos son responsabilidad de sus autores. La reproducción de cualquiera de estos textos está sujeta a la autorización de la editorial y el autor.

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ÍNDICE

Poetas en Babel John Kinsella | [Trad.]Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez | 5 Lana Derkač | [Trad.] Željka Lovrenčić | 9 Grevel Lindop | [Trad.] Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez | 13 António Ramos Rosa | [Trad.] Rodolfo Alonso | 17 Francesco Tomada | [Trad.] Uberto Stabile | 21 Nelson Saúte | [Trad.] Uberto Stabile | 26 Salah Stétié | [Trad.] Enán Burgos | 31 Fotografía Boris Dinerchtein José Ángel Leyva | Boris Dinerchtein, viaje a las imágenes | 36 Yo poeta José Manuel Caballero Bonald

[ Dossier coordinado por Juan Carlos Abril ]

Álvaro Salvador | Cónsul de la Nueva Poesía en Ultramar | 49 Antonio Jiménez Millán | La poesía de Caballero Bonald | 57 Luis García Montero | La lucidez y el óxido | 61 Juan Carlos Abril | Coordinador del Dossier | Navigare necesse, vivere non necesse | 67 Poemas de José Manuel Caballero Bonald | 79

Poetariado Alpidio Alonso-Grau | 84 Álvaro Ojeda | 87 Mariángeles Comesaña | 91 Consuelo Tomás Fitzgerald | 94 Edwin Madrid | 97 Kenia Cano | 100 Román Antopolsky | 103

Otras letras Pedro Alejo gómez | Pedro Gómez Valderrama, ética y estética de un escritor | 107

Lengua de sastre Eduardo Hurtado | Mariángeles Comesaña, de la mano del viento | 114

Artes plásticas Mario Londoño Juan Manuel Roca | Mario Londoño, los espacios del sueño | 119 Ángela García | Vértigo y quietud | 120 La cocina del artista Uberto Stabile: Nací en el Mediterráneo | 130

Eclipses Cees Nooteboon | [Trad.] Fernando García de la Banda | 136

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