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on la aparición de La Otra 21 se nos vuelve más evidente la desaparición de dos grandes poetas amigos y miembros de su Consejo Editorial: Juan Gelman y José Emilio Pacheco. Ambos testigos de una época cruenta, marcada por la experiencia de procesos sociales difíciles, que mostraron la falta de entendimiento y piedad del uno con el otro. Un segmento de la historia también en el que cayeron paradigmas y se erigieron nuevos, marcado por el vertiginoso desarrollo de la ciencia y la tecnología. Enormes movilizaciones y desplazamientos humanos que dejaron rastros de sus raíces y de sus anhelos. Escritores esenciales, Gelman y Pacheco son ejemplo de coherencia y fidelidad a la poesía, a la palabra. Ambos nos dejaron un legado literario voluminoso, en el que abrevaremos a menudo para reivindicar el valor de la vida, el sentido de ser y de hacer. Entrañables escritores y personas, nos inspiran para continuar con esta labor de difusión de la poesía, el arte y el pensamiento, con esta acción de cultivar lectores en la lógica del otro, de ese yo colectivo que nos debe de orientar en una época de negación del porvenir común. Gracias a la Universidad Autónoma de Sinaloa recuperamos el paso y continuamos la marcha editorial de La Otra. Un esfuerzo compartido que muchos habrán de celebrar hoy y mañana en los numerosos idiomas que tienen lugar en nuestras páginas. Una vez más insistimos en el papel fundamental de las universidades públicas como motores no solo de la educación sino de la cultura en nuestros pueblos iberoamericanos. Una larga tradición que deja publicaciones singulares y referentes de momentos de ebullición intelectual en nuestros respectivos países. Una muestra fehaciente es La Otra, conformada por colaboradores de distintas nacionalidades que rompen su carácter local, sin desenfocarla de su origen, pero impulsándola en una aspiración universal. En esa búsqueda no solo de la ciencia sino de la sabiduría, esa que nos ponga a salvo de la crueldad y la estulticia de ignorar al otro. José Ángel Leyva
director general José Ángel Leyva subdirector Víctor Rodríguez Núñez (Cuba-Estados Unidos) editor Alfredo Fressia (Uruguay-Brasil) consejo editorial Jorge Bustamante | Jorge Boccanera | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Antonio Deltoro | Evodio Escalante | Jorge Esquinca | Juan Gelman † | Hugo Gutiérrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Hernán Lavín Cerda | Carlos Maciel | Pablo Molinet | Carlos Montemayor † | José Emilio Pacheco † | Begoña Pulido Herráez | Vicente Quirarte | Juan Manuel Roca | Uberto Stabile | Jordi Virallonga consejo nacional aguascalientes Claudia Santa-Ana | chihuahua Jorge Humberto Chávez | distrito federal María Baranda, Víctor Cabrera, Miguel Ángel Flores, Grissel Gómez Estrada, Samuel Gordon, Eduardo Mosches, Lucía Rivadeneyra | jalisco Jorge Souza | michoacán Gaspar Aguilera | morelos Javier Sicilia | nuevo león Armando Alanís Pulido, Margarito Cuéllar | puebla Ludmila Biriukova | sinaloa Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Francisco Meza, Francisco Alcaraz | sonora Juan Manz | veracruz Silvia Tomasa Rivera | zacatecas José de Jesús Sampedro consejo internacional argentina Rodolfo Alonso, Cecilia Romana | australia John Kinsella | bélgica Stefaan van den Bremt | bolivia Eduardo Mitre, Mónica Velásquez | brasil Lêdo Ivo, Floriano Martins, Ana Rüsche | chile José María Memet, Jaime Quezada, Manuel Silva | colombia Rafael del Castillo, Pedro Alejo Gómez, Santiago Mutis, Amparo Osorio, Alfonso Peña | cuba Luis Lorente | ecuador Jorge Enrique Adoum†, Edwin Madrid | el salvador André Cruchaga | españa Rodolfo Häsler, Luis García Montero, Jordi Virallonga | estados unidos Margaret Randall, Katherine Marie Hedeen | francia Stéphane Chaumet, Eduardo García Aguilar | grecia Guadalupe Flores | islas canarias Juan Carlos de Sancho | italia Martha Canfield, Emilio Coco | luxemburgo Jean Portante | paraguay Jacobo Rauskin | perú Antonio Cisneros, Hildebrando Pérez Grande, Renato Sandoval | polonia Krystyna Rodowska, Gerardo Beltrán, Martha Eloy | portugal Rosa Alice Branco, Nuno Júdice | quebec Claude Beausoleil, Bernard Pozier | república dominicana Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa | rusia Andrei Kofman | suecia Lasse Söderberg, Ángela García | uruguay Luis Bravo, Gerardo Ciancio | venezuela María Antonieta Flores consejo de arte Octavio Bajonero | Pascual Borzelli Iglesias | Guillermo Ceniceros | Rogelio Cuéllar | Felipe Ehrenberg | Esther González | Graciela Kartofel | Samuel Vázquez Las opiniones vertidas en cada uno de los artículos son responsabilidad de sus autores. La reproducción de cualquiera de estos textos está sujeta a la autorización de los coeditores y el autor. Precio por ejemplar: $60 M.N. | Suscripción anual $300 M.N. (residentes en México) 30 dólares, más gastos de envío, al extranjero. Correspondencia y suscripciones: LA OTRA REVISTA DE POESÍA + ARTES VISUALES + OTRAS LETRAS, año 6, No. 21, octubre-diciembre de 2013, es una publicación trimestral coeditada por la Universidad Autónoma de Sinaloa y Granises Servicios Editoriales y de Comunicación S. A., de C. V., Calle Aries # 73, colonia Prado Churubusco, Delegación Coyoacán, C.P. 04230, teléfono (55) 55443124, www.laotrarevista.com, correo@laotrarevista.com. Editor responsable José Ángel Leyva Alvarado. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2013-080613580400102, ISSN: EN TRÁMITE, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Licitud de Título y contenido EN TRÁMITE, Otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Permiso SEPOMEX No. 010203. Impresa por Pandora S. A., de C. V., Cañas # 3657, La Nogalera, C. P. 44770, Guadalajara, Jalisco. Este número se terminó de imprimir el 10 de octubre de 2013, con un tiraje de 1000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de Granises Servicios Editoriales y de Comunicación S. A., de C. V. y la Universidad Autónoma de Sinaloa.
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Universidad Autónoma de Si naloa rector Dr. Juan Eulogio Guerra Liera secretario general M.C. Jesús Madueña Molina Secretario de Administración y Finanzas L.A.E. y M.A. Manuel de Jesús Lara Salazar Secretario Académico Universitario Dr. Juan Ignacio Velázquez Dimas Directoria Editorial M.C. Ilda Elizabeth Moreno Rojas
año 6 |núm. 21 | octubre-diciembre 2013 Foto de portada Octavio Zaldívar
diseño y formación Rosalinda Ma. Santoyo Ojeda página web www.laotrarevista.com Reyes Sánchez Villaseñor mexking@gmail.com
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ÍNDICE
Poetas en Babel Fatena Al-Gurra | [Trad.] Rosa-Isabel Martínez Lillo | 5 Hughes Labrusse | [Trad.] Alfredo Fressia | 10 Anna Santoliquido | [Trad.] Emilio Coco | 13 James Byrne | [Trad.] Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez | 16 Germain Droogenbroodt | [Trad.] Rafael Carcelén García y el Autor | 21 Alessio Brandolini | [Trad.] Martha Canfield | 25
Fotografía Octavio Zaldívar Luis Caballo | Al mirar, contar | 29
Yo poeta Lasse Söderberg
Lasse Söderberg | Con plumas prestadas | 41
Ángela García | Ve con el oído, entiende con el ojo | 45 Pablo Molinet | Lo inconstante | 55 Poemas de Lasse Söderberg | 60
Poetariado Paura Rodríguez | 64 Zingonia Zingone | 67 Lamiae El Amrani | 70 Poetas jóvenes de Durango | 74
Otras letras Ernestina Yépiz | El elegido | 97
Artes plásticas Ricardo Fernández Dionicio Morales | Fantasía. Imaginación. Surrealismo | 107
Lengua de sastre Omar Castillo | Lo subersivo en la valija de fuego de Aldo Pellegrini | 118 José María Espinasa | La casa maldita. Alfredo R. Placencia | 124 La cocina del artista Ana Franco | Entrevista con La Otra | 128
Eclipses Mariano Flores Castro | El síndrome de Rimbaud | 132
Esta publicación cuenta con apoyo del Instituto de Cultura del Estado de Durango y del Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes
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© Octavio Zaldívar
La Habana, Cuba | 2010
Poetas en ba b el
أوبـــرا فاتنة الغرة
المشهد الأول أهيئك للتوبة مثلما هيأت زُليخة جسدها للقدِّ فقدَّت أدعوك لعنبي فالجنى مرٌّ وذائقة الحصرم لا تقاوم أتأمل انزلاق وقودك فيطلق الجليد أنفاسه في رئتيَّ
Fatena Al-Gurra Traducción del árabe | Rosa-Isabel Martínez Lillo
أراك كيف انتفضتَّ كورقة وكيف ذاب ملحك الصخري على سجادة رباعية كيف فتحت أناملك لامتصاص خصر الهواء حين شكَّل لوحة في رموشك وكيف استقر الزمن العتيق في أخضرك وعندما استقام الكلام تعطلت آلة المكان المشهد الثاني يشوش لغَتك أسودي النحيل تسارع بالتهام المسافة والحد..حد يزعجك صراخ الضوء المقتحم تنحني لالتقاط العتمة فتتعثر بالحال المنصوبة منذ بدء الخلق "يا من جحدت عيناه دمي" أترك رحالك فالوقت مازال مبكرا للنحيب رجع أنفاسك يفي بالغرض والبينة ..انصهارك بيني المشهد الثالث موعدك الأخير لا طريق له دائماً تنزلق الطرق منك وتقصر المحطة أقدِّمني أنضر من الأخضر التعشق فتأخذك الشاشة الزرقاء للمرة الألف نحو الحضور أهيئك مرة أخرى للعشق مثلما هيأت آسيا نفسها للامتلاء فألفت البحر خاوياً الرقص والنحيب والأسود المصر يشاغبون في ورقة الخريف المغطاة بالمسيح المصلوب مجدداً "يوشوشون فيك "لن تفلت من سطوة الوهج والذاكرة لن يتركوك للتخثر فامتص جرحك جيدا واحذر الأفعى لا تترك فريستها مرتين مشهد آخر أين تركت مفاتيحك؟
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Gaza, Palestina, 1974. Licenciada en Literatura Árabe. Ha publicado los poemarios Todavía el mar entre nosotros (Ramallah, 2000) y Una mujer muy sediciosa (El Cairo, 2003). Sus textos han aparecido en la recopilación Cincuenta años de poesía palestina (Ramallah, 2004), y se han traducido al italiano en In un mondo senza cielo: Antologia della poesia palestinese (Florencia, 2007). Ha sido presentadora de programas radiofónicos y corresponsal de cultura para la agencia de noticias Wafa, así como presentadora de la televisión palestina. A causa de la situación en Gaza, y de las constantes amenazas y humillaciones que recibía por defender los derechos de la mujer, a finales de 2008 se exilió a Egipto. Desde noviembre de 2009 vive en un centro de acogida para refugiados políticos en Bélgica. En español, se ha publicado su antología Excepto yo (Almería, 2010).
Poetas en Ba b el
Ópera [Escena primera] Te preparo para el arrepentimiento de la manera exacta en que Zulayja se preparara para el corte y se cortó Te convoco a mis uvas pues el fruto es amargo y el gusto a uva acerba no resiste Contemplo el resbalar de tus ardores y suelta así su hálito la piel en mi pulmón Veo cómo te sublevas, igual que una hoja cómo tu sal de roca se funde por un tapiz cuadrado cómo se abren las yemas de tus dedos para chupar la cintura del aire y conforman un cuadro en tus pestañas cómo el antiguo tiempo se queda en tu verdor y cuando se erige la palabra se estropea el mecanismo del lugar [Escena segunda] Mi delgada negrura bisbisea tu idioma compites en devorar distancias cuando hay límites te molesta el chillido de la luz penetrante te inclinas a recoger tinieblas y tropiezas con el acusativo desde el principio de la creación (Ay aquél cuyos ojos repudiaron mi sangre) Suelta ya tu equipaje, no es todavía momento de gemir el eco de tus hálitos es fiel a su objetivo es evidente… te fundes, me separo
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[Escena tercera] No hay camino posible a tu última cita pues siempre tus caminos resbalan y menguan las paradas me presento más florido que el verde- ...estás enamorado y la pantalla azul te lleva, por milésima vez, a la presencia Te preparo otra vez para el enamoramiento como Asia se prepara para llenarse y se vuelve al mar en vacío El baile, el sollozo y el negro persistente se rebelan en las hojas de otoño protegidas por Cristo nuevamente en la cruz Ellos te murmuran: No te liberarás del sello del ardor y la memoria No dejarán que tu sangre coagule, chúpate bien la herida y ten cuidado ¡la víbora no abandona dos veces a su presa! [Otra escena] ¡¿Dónde has dejado tus llaves?!
Poetas en Ba b el
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Rostro marmóreo… Dios cansado Como un Dios pequeño al que el cosmos oprime y no puede extenderse se desenvaina del centro de la historia y gime se purifica el rostro con el néctar de quien ignora el camino y la imagen cruel, se detiene en el balcón de las visiones y gime. Un pequeño Dios gime oculta la maldad de sus fallos esparcidos con el espasmo de su labio inferior y gime, pequeño Dios que sale de la oscura nostalgia guiando una lengua cantada por quienes van a la salvación, un canto fúnebre. -¿De qué brecha surgiste, extraño Dios que lloras, cansado y triste Dios? Con tu rostro marmóreo mordido de experiencias temes tu propio miedo aún en tu propio tragaluz, de tu edén expulsado… Vacilas entre la maldición y derramar amor en labios de reclamo. -Garantizas que eres donador de inmaculada vida, quien enciende el deseo primero, quien lluvia nos ofrece desde ojos de solícitas huríes. -A las magas creíste si dijeron que las nubes incendias con los brazos, que una lágrima tuya es germen de sequía, y pestañas que adornas purifican las noches celestiales y las siete tierras. -No atendiste a quienes se infiltraron en tu ardiente luz, esos que se arrodillan tras tu tobillo y desgastan la tibia con mezquindad imperceptible. -Te dejaste llevar por cantos de sirenas, por susurros de arrayanes y rosas, ensordeciste por la llama que ruge hacia tu frente pura; siempre que se le acerca brotan arrayanes y rosas, las sirenas seducen con olas de cabellos como líneas de infinitos colores, con senos que te roban la pureza, y más arde la llama y el frescor que hay en tu corazón, y se agudiza tu sordera. -Llevado por tu boca que a raudales emana leche y miel, tus dedos bautizan a quien marcha a tu luz desde la oscuridad de su pecado original, permitiendo que el mar despliegue velas que tu esencia olvidó.
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-Confiando en tus discípulos que te portan el trono, que te alaban como al sol y a la luna, y siembran los caminos de guijarros y clavos, esos que te preparan los cetros de violencia, a los que estás unido, olvidas a tus adoradores embriagado en tu espacio más y más y se te rompe el trono. “Un Dios pequeño que se pide cuentas, que pide cuentas a su pulso, al temblor del corazón, al alzamiento de pestañas, a su día tan inocuo, a su frivolidad, a su tiempo inmune, a la frescura de su piel, pide cuentas a su lujuria, un Dios pequeño que se retira a un lugar de Oriente,* se dispone a contar errores y perdona a todas las criaturas por su negligencia…” Así te cantan los pastores transeúntes, sólo ellos te conocieron y creyeron en ti sólo ellos te portaron cual ofrenda, memoria… templo… y oración, tan sólo ellos te amaron te otorgaron el derecho al extravío y a la salvación del perdón, sólo ellos completaron el sendero hacia ti con sus cantos vivaces Dios pequeño cansado Dios pequeño extraño Dios pequeño pequeño. * Azora de María, El Corán
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Voilier
Hughes Labrusse Traducción del francés | Alfredo Fressia
Nació en 1938, en Francia. Poeta y ensayista. Es profesor honorario de Filosofía y colaborador de la Inamaori Foundation (que otorga el Premio Kyoto). Reside en Caen y es miembro del Centro Regional de Letras de Normandía. El título más reciente de su vasta obra poética, iniciada en 1961, es La Cessation, 2012. Los presentes poemas son inéditos.
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je fus jeune homme et jeune fille et muet poisson de mer je me passai un nœud coulant autour du cou pour épouser un arbre je m’arrachai les membres pétales après pétales comme pour devenir une fleur sans réponse je me jetai du toit à la rencontre d’un oiseau de proie toujours marié toujours veuf sous l’effet de la séparation ce qui s’était formé se dissipe et s’envole dans une vie d’avant la vie des années d’orage du doigt je touchais tes sourcils
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Velero fui muchacho y muchacha y mudo pez de mar me pasé un nudo corredizo alrededor del cuello para desposar un árbol me arranqué los miembros pétalos tras pétalos como para transformarme en flor sin respuesta me arrojé del techo tras un pájaro de presa siempre casado siempre viudo bajo el efecto de la separación lo que se había formado se disipa y levanta vuelo en una vida anterior a la vida años de tormenta con el dedo tocaba tus cejas
Poetas en Ba b el
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El cese del hablar poema ese paso de danza que se quiebra entre mis dedos nada quise decirte volvíamos hacia el promontorio por sobre el mar para oír la voz desplazarse en su murmullo un cachalote atraviesa el vientre del sol en el césped la pesada piedra de una tumba sin nombre le di la vuelta antes de alejarme
Autorretrato con la cabeza contra un pilar cuenta los escalones los ojos son largos atravesar varias veces su cuerpo sobre los pies o a nado una selva de papel acompaña las piedras el sol toca la orilla donde la barca ahogada en saliva mece lentamente su muerte
cuántas veces bordeé los caminos suspendidos en el vacío y en la intimidad de la muerte por venir no he cesado de aprender a callar el mundo
Claridad ese árbol se calienta al sol de invierno tiende los brazos para mendigar un piar de pájaro comparte su corteza con la luz rasante que lo alarga sobre la hierba cruda como enganchada por un hilo la campana suena y su sombra viene a morir por mil años cerca de las muy viejas raíces de la tierra
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Intercultura sono nata in via Meridionale in un mattino di settembre le vicine offrirono alla puerpera latte di capra e brodo di colombi
Anna Santoliquido Traducción del italiano | Emilio Coco
Forenza (Potenza), Italia. Poeta, ensayista, traductora y gestora cultural. Ha publicado dieciséis libros de poemas, un volumen de cuentos, una pieza teatral y diversas antologías. Sus poemas han sido traducidos a dieciocho lenguas y está presentes en antologías como Scrittrici Italiane dell’ultimo Novecento (Roma, 2003) e I nostri primi vent’anni con la Serbia (Belgrado, 2007). Preside el Movimiento Internacional Mujeres y Poesía, y es parte de la Dirección del Sindicato Nacional de Escritores para la región Apulia del PEN Club Italia. Vive en Bari, donde enseña inglés.
Poetas en Ba b el
sono cresciuta tra muli e asini granai e botti di rovere speranze e rimesse ritorni e partenze gli uomini scelsero l’estero per non essere stranieri in Italia il Nord lo scansarono valicarono le Alpi abito al quartiere Libertà dove il destino si compie il condominio è multietnico a dispetto dei leghisti
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Intercultura he nacido en la calle Meridional en una mañana de septiembre las vecinas ofrecieron a la puérpera leche de cabra y caldo de pichón he crecido entre mulos y burros graneros y toneles de roble esperanzas y remesas regresos y salidas los hombres eligieron el extranjero para no ser extranjeros en Italia el Norte lo evitaron franquearon los Alpes vivo en el barrio Libertad donde el destino se cumple los vecinos son multiétnicos pese a los de la Liga Norte
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La casa de piedra He vuelto a ver después de muchos años la casa de piedra envuelta por el sol y la quietud. El tiempo en el silencio ha grabado su historia en la fachada exterior para ofrecerla como regalo a los ojos curiosos de los forasteros del verano. También el viejo plátano sigue pintando su cuadro con la sombra fresca que desde hace largos años regala a las piedras candentes y a los restos de una puerta ya gastada.
Poetas en Ba b el
El asiento está todavía allí testigo en su dignidad de piedra. Ya no está aquélla que con la cara morena y el pelo blanco observaba el cielo a modo de plegaria... Todo tenía un sabor a historia vivida, a añoranza. He vuelto a ver la vida en una mata de hierba crecida de milagro en una grieta. He hablado con las piedras de la belleza de la vida y del amor.
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Recovery
James Byrne Traducción del inglés | Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez
Buckinghamshire, Gran Bretaña, 1977. Poeta, traductor y editor. Maestría en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York con la prestigiosa beca Stein. Su primer poemario, Passages of Time (2003), lo ubicó en la vanguardia de la nueva poesía inglesa. Coeditor de la antología que definió a su generación, Voice Recognition: 21 Poets for the 21st Century (2009). Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas, y una antología suya se publicó recientemente en Serbia. Poeta en Residencia en Clare Hall, Universidad de Cambridge, el primero después de Joseph Brodsky. Dirige la prestigiosa revista de poesía, The Wolf. Co-traductor de la primera antología de la poesía birmana publicada en Occidente, Bones Will Crow (2012). Los siguientes poemas fueron tomados de Blood / Sugar (Todmorden: Arc, 2009).
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Let me imagine you coming home from the dark, between body and mind, making evidence of yourself the way a tree waves up from its shadow. There are dinner-halls you have silenced with a single spark of wit, there are men you have governed through pure scent, pure posture. Now for your most difficult trick: to restart a life that ends by turning into gold. In September (the month that tends to all others) let me be able to conjure your best side, to have some kind of grip on the intactness of living, the ways mirrors do.
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Recuperación Déjame imaginarte regresar a casa desde la oscuridad, entre cuerpo y mente, haciéndote innegable de la misma manera en que un árbol hace olas desde su sombra. Hay refectorios que silencias con una sola chispa de ingenio, hay hombres a quienes has gobernado con solo aroma, solo postura. Ahora tu ardid más difícil: empezar de nuevo una vida que termina al convertirse en oro. En septiembre (el mes que asiste a todos los demás) déjame conjurar el mejor lado tuyo, entender de alguna forma lo intacto de la vida, como hacen los espejos.
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Enfermero del turno de noche Para Hafiz Kheir y Al-Saddiq Al-Raddi En Jartum se pide que los amigos y familiares de los enfermos mentales se queden con los pacientes, sobre todo por la noche cuando hay mayor falta de personal.
En la tabla se lee “bajo riesgo de recaída” aunque fragmentos de interferencia sonora atiborran el cerebro, el sistema nervioso encendido con fusibles, los silbidos de un padre muerto hace tres décadas. Las enfermeras voluntarias se alejan con taconeos y el portero nocturno te deja entrar con un saludo de agradecimiento. Hace tres meses que entras a la sala azul en Omdurán mientras tu país se vuelve ceniza. Esto es la amistad: entrar en una celda desnuda con el cielo a la espalda y un caudal de gravedad. Llegar a las puertas de Al-Tahji Al-Mahi armado con un libro de Adonis y una caja de cigarros. A lo largo de la noche, se menciona la guerra de pasada. La canjeas por un mundo que premia con la suerte y la superstición, donde cae libremente la fruta a la orilla del Nilo Blanco y los amigos envejecen como ríos.
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Al invitar a los fantasmas ¿Nombres de cementerio para los recién nacidos? Fogel, si es varón. Si es hembra, Ancora. Tienes toda la razón de reclamar ambos: las mismas caderas que Cybil Shepherd antes de dejar caer a Zachariah y Ariel. Aunque el feto sea tan pequeño como un tazón de arroz, tú creas instancias; el querido triunfador llevado a la granja de tu madre sobre un lago en forma de harpa; una carita de muñeco, turbada por la lengua maternal, ingeniando una manera de burlarse de toda la familia: seis siglos de violencia.
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Una habitación en la casa de Aries Dentro de la casa del fuego al despertar un sabor a grano de basalto, un resguardo de cuervo que hace carbón de una joya en el pico. Despertarse aquí es saludar la memoria del fuego. Sostenía una manzana de mi padre. Estaba quemada, negra hasta las semillas. Ven ya-dijo ella—, carga con el peso de tu vida. El cirujano clavó el puñal y la luna se levantó como testigo.
Testimonio Mientras otros te consideraban solo paisaje y decían tu nombre con bilis y sangre, me quedaba silencioso y así cumplí con mis promesas. Esto es la demostración, tan real como una moneda de oro. Tu portador era. Cargaba el peso de tu vida en mis brazos.
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Niglath
Germain Droogenbroodt Traducción del neerlandés | Rafael Carcelén García y El Autor
Rollegem, Bélgica, 1944. Poeta, traductor, editor y promotor cultural. Ha publicado once libros de poesía, que han recibido una extraordinaria acogida —El camino, por ejemplo, ha aparecido en veinticuatro países. Por su parte, ha traducido más de treinta libros de las seis lenguas que domina —alemán, español, francés, inglés, italiano y neerlandés. Desde 1987 vive en Altea, villa de artistas junto al Mediterráneo, e interviene en la vida literaria de España. Es fundador de la editorial POINT (POetry INTernational) y de la Fundación Cultural ITHACA. Para más información, ver: http://www.point-editions.com
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Wees smeltende sneeuw was je af van jezelf Maulana Roemi
Is dit de bron de Stem die tussen de dunne lippen van de rivieroever mantra’s murmelt of enig andere psalm? Uit stilte ontstaat een wel die stroom wordt zuiver water dat met trage schaduwen beladen nachtswaarts voortvliedt of naar een lichtspoor toe —wie weet.
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Niglath Sé nieve fundida lávate de ti mismo Mavlana Rumi
¿Es ése el manantial la Voz que entre los labios delgados de la ribera murmura mantras o algún que otro salmo? Del silencio brota la fuente que deviene río pura agua que cargada de lentas sombras discurre hacia la noche o hacia un rastro de luz -quién sabe.
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Despedida A Pavan
Incesante en el rocío matinal el gorjeo luego el brusco zumbido de una bandada de palomas una ráfaga de viento dejando nada más que lo que invisible es.
Profeta Bajo un árbol bodhi* deshojado sentado y semidesnudo un hombre ciego ninguna palabra acude hasta sus labios sola su corneja grazna oscuras sentencias —en el viento. * El árbol bodhi es el árbol de la Vida para los budistas (también conocido como ficus religiosa o higuera sagrada), y bajo él se sentó Buda durante varias semanas a meditar hasta que obtuvo la Iluminación.
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Garden valley Ser uno con todo lo que vive, retornar al Todo de la naturaleza Hölderlin
Todo anhela aún el nuevo día sobre las montañas la niebla, la huella del pájaro audible solo el latido de agua pura el canto del río.
Viejo amor Por el sendero de la esperanza busca la luz busca en las ruinosas estancias de la memoria en los cajones con las alas quebradas pero no llega, la luz aún así se aviva un instante —como voz.
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Tevere in fiamme
Alessio Brandolini Traducción del italiano | Martha Canfield
Nació en el 1958 en Frascati (Roma) y vivió sus primeros veinte años en Monte Cómpatri. Vive en Roma, donde se licenció en Letras Modernas. Ha publicado los libros de poesía: L’alba a piazza Navona (1992, en 7 poeti del Premio Montale); Divisori orientali (2003, Premio Alfonso Gatto); Poesie della terra (2004, también en español Poemas de la tierra); Il male inconsapevole, 2005; Mappe colombiane, 2007; Tevere in fiamme (2008, Premio Sandro Penna); Il fiume nel mare (2010, Finalista Premio Camaiore) y Nello sguardo del lupo, 2014. En 2013 salió el libro de cuentos Un bosco nel muro. Desde el 2006 coordina Fili d’aquilone, revista web de “imágenes, ideas y Poesía”. En 2011 funda la editoral Edizioni fili d’Aquilone.
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Di notte la vita ha frammenti di bellezza nascosti nelle voci suadenti delle foglie quando si staccano dai rami e lente planano sull’asfalto, sui sacchi d’immondizia. Da qui vedo il paese, in alto sulla destra lo stesso che ha scolpito questo cuore fitto d’oscure macchie e pietra grezza che cede alla polvere i petali della sua pigrizia. Il fischio vibrante delle canne è spronato dal vento che trascina con sé le tracce di fiumi asciutti, o in fiamme, di territori assetati e sconvolti in questi giorni. Ora mi lascio sfoltire dall’erba con gli occhi chiusi poto i ciliegi ma l’esodo dalle ferite è il frutto che ci afferra e alimenta la voglia di ripartire dall’inizio perché la bocca ha le sue aguzze spine a sigillare i ricordi, i fiori carnosi della savana.
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Tíber en llamas De noche la vida tiene fragmentos de belleza escondidos en las voces persuasivas de las hojas cuando se separan de las ramas y lentas van cayendo en el asfalto, sobre las bolsas de basura. Desde aquí veo el pueblo, en alto a la derecha el mismo que ha esculpido este corazón lleno de manchas oscuras y piedra bruta que delega al polvo los pétalos de su pereza. El silbido vibrante de las cañas lo estimula el viento, que arrastra consigo indicios de ríos resecos, o incendiados, de territorios sedientos y hoy día desgarrados. Ahora dejo que la hierba me expurgue con los ojos cerrados podo los cerezos pero lo que sale de las heridas es el fruto que nos aferra y alimenta las ganas de volver a empezar porque la boca tiene sus espinas agudas que clausuran los recuerdos, y carnosas flores de sabana.
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✳ Me dirijo al calor tropical por el placer que me brinda la luz con el tibio susurro que emana del sordo que escucha al sol la devoción del sastre que con los ojos cerrados se cose los labios la sacudida del animal con las patas anudadas en el cuello. En los hombros las espinas de las rosas, las astillas de los árboles, las piedras todavía calientes de casas y edificios devorados por las bombas. Pájaros nocturnos ponen el pico en la luna de nuestros ojos dejan una marca de alas ligeras, de retornos en punta de pie. De recuerdos vaporizados por la sal de hombres de mirada honesta de fluido regular de las estaciones de nidos de trigo y de espigas de frutos de flores de humo que suben desde la leña que arde del placer del cuerpo cubierto con tachones de ramas. Siento un pataleo de potrillos en el pecho un paso de plumas, una fuga de hienas asesinas. Junio 2008
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© Octavio Zaldívar
La Habana, Cuba | 1993
Foto
Al mirar, contar
Luis Caballo
P
areciera que el oficio del fotógrafo fuera fácil: tomar fotos de aquí, de allá o de acullá… nada más falso que eso. El fotógrafo es un provocador. Un subversivo personaje que sabe transitar las veredas sutiles por donde la luz seduce a la mirada atenta, para capturar un instante que después detonará en tantas historias, reflexiones y sentimientos. El cuerpo de imágenes fotográficas que nos muestra en esta ocasión Octavio Zaldívar, fotógrafo apasionado de su quehacer, conjuga una gran calidez humana con una contundencia técnica. Hacer retratos que nos permitan dialogar con ellos, ya sea con la colaboración del sujeto que se sabe retratado o de personas que son ajenas a la presencia de la cámara, no es empresa sencilla y mucho menos sencilla cuando se aborda desde la abstracción del blanco y negro.
Foto g r a f ía
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grafía
El valor de este cuerpo fotográfico no radica en la impecable composición de los diferentes elementos que aparecen en la toma, ni en la medición precisa de las luces, menos aun en la desaparición de algunos grises medios o del extraordinario juego de profundidades de campo o interpretación del movimiento… La fuerza que posee
cada una de estas imágenes fotográficas radica en la magia que tienen para que el espectador, sin darse cuenta, se adueñe de ellas y en silencio le vayan platicando lo que tengan que contarle… Octavio bien sabe de esto. Agosto 2013
Luis Caballo | Fotógrafo, maestro y editor. Su obra tiene dos ejes fundamentales; las cuestiones de infancia y el cuerpo desnudo, los cuales ha venido retratando desde hace más de treinta y cinco años. Cuenta con trece exposiciones individuales y más de cincuenta en colectivo. Su obra se ha mostrado en México, Argentina, Suiza, Estados Unidos y Brasil. Sus fotografías forman parte de diversas colecciones públicas y privadas. Su labor docente abarca tres décadas en la Universidad ITESO. Múltiples talleres en gran parte de México y, en especial, su taller “La caja del mundo al revés” donde han participado más de veinte mil niños. Cofundador de la empresa Rendija Taller Visual, cuya misión es promover la cultura fotográfica en México y desde donde se edita el libro-agenda fotográfico Rendija, desde hace diez años.
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L a O tra | o ctubre - dicie mbre 2013
© Octavio Zaldívar
La Habana, Cuba | 2010
© Octavio Zaldívar
La Habana, Cuba | 1993
© Octavio Zaldívar
La Habana, Cuba | 2010
© Octavio Zaldívar
Pies de barro | 2009
La Habana, Cuba | 2007
© Octavio Zaldívar
ツ,oncha Buika | 2011
ツゥ Octavio Zaldテュvar
© Octavio Zaldívar
Chucho Reyes Cordero | 2012
© Octavio Zaldívar
Juan Gelman | 2012
La Habana, Cuba | 2010
© Octavio Zaldívar
 La Habana, Cuba | 2010
© Octavio Zaldívar
© Octavio Zaldívar
La Habana, Cuba | 2010
© Octavio Zaldívar
Octavio Zaldívar | Durango, México,1967. Su obra fotográfica es documental-social predominando en su producción la imagen en blanco y negro. Ha ilustrado libros y catálogos de arte de reconocidos artistas plásticos y visuales. Ha sido colaborador de las agencias de fotografía Cuartoscuro y EFE, miembro fundador del circuito nacional de fotografía “Luz de Plata” 2008, asesor y jurado de diferentes concursos estatales y nacionales, así como promotor de exposiciones fotográficas. Es director fundador de la agencia de información Imagenesdeplata (2006). En 2010 recibe el premio Nacional México de Periodismo, en la categoría Fotografía Noticiosa, que otorga la Federación de Asociaciones de Periodistas de México.
Foto g r a f ía
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ツゥ Josテゥ テ]gel Leyva
Con plumas prestadas
Lasse Söderberg
De Cartas de Artur
M
e pregunto a veces cómo me convertí en escritor. ¿En qué momento me decidí por eso? Y ¿qué significa ser escritor? ¿Basta con alguna que otra colaboración periodística o alguna que otra efusión poética? ¿Y si tal es el caso, soy por ello poeta? La diferencia entre el poeta y el escritor reside en que el escritor labora con rigurosa disciplina, en tanto que el poeta espera su momento, ocupación presuntuosa entre todas. Y sin embargo, ¿he llegado a entintar suficiente número de hojas para ratificar el título de escritor? Me llamo escritor. Pero a veces me pregunto ¿quién o qué me condujo por este camino? Nunca soñé con ser escritor. Leía y escribía sin dificultad en la primaria, despertando la admiración de mi maestra. A los ocho años hice una composición en forma de pieza teatral sobre Nils Dacke, héroe campesino que lideró una revuelta contra el rey sueco en el siglo XVI. La maestra guardó la pieza, y años más tarde me la devolvió a través de una amiga suya y con un saludo desde el más allá, como si hubiera entendido cuál sería mi destino.
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La facilidad con las palabras no la asumí como mérito propio. Mi padre, periodista, tenía aspiraciones literarias y escribió algunos libros, mi madre traducía. La literatura estaba en el aire, quizás por eso nunca la consideré como profesión. Además tenía otros intereses más cercanos. Por ello ocurre que me cuestiono si no debí dedicarme a otra cosa, sin que por ello sepa qué sería esa otra cosa. Soñaba con profesiones románticas para las que carecía de aptitud. Me veía como un nuevo Diaghilev o un Rolf de Maré, ricos promotores del arte que sólo se codeaban con la aristocracia. Dirigía orquestas soñadas. Tocaba un trombón plateado sin siquiera haber tenido uno en mis manos. Quería ser como Errol Flynn, esgrimir como Errol Flynn y estar rodeado de bellas mujeres como Errol Flynn. Quería vivir en una atalaya frente al mar. Quería ser gamberro en Nueva York. La perspectiva de parecerme a Errol Flynn tenía evidentemente pocas trazas de realidad . Ya había abandonado tales proyectos al encontrarme años más tarde con mi antiguo ídolo en un bar mallorquino. Me había amistado con uno de los marineros del Zaka, el famoso yate pintado de negro amarrado en el puerto. El marinero me indicó con señas que me acercara a la mesa donde estaba sentado con el viejo héroe de películas de matiné dominical
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y otras personas. Ya era un hombre gastado, de párpados hinchados, parloteador y bromista sin decir nada memorable. Pese a eso yo estaba todavía mudo de admiración. A los diez años me publicaron un cuento en uno de los periódicos vespertinos de Estocolmo. Se trataba de un naufragio en los Mares del Sur, plagio infantil de Robinson Crusoe, que acababa de leer. Encamado a causa de la escarlatina, había urdido penosamente el cuento. Luego tardé años, seis o siete, antes de intentar escribir poesía. Los primeros poemas fueron engendrados por las circunstancias, la estadía en un colegio de curas en el norte de Francia, donde viví como debajo de una tapadera negra, escribiendo y leyendo para no asfixiarme. El mayor de mis descubrimientos fue Rimbaud, quien muy cerca de aquel lugar y cien años antes, se estaba pudriendo “dans la platitude, dans la mauvaiseté, dans la grisaille”, exactamente como yo detrás de las infranqueables murallas de la Institution Sainte-Marie. También para mí la estancia terminó con mi huida a París, más no a pié como Rimbaud, sino en tren y con tiquete en mano. De allí fui recogido y llevado a casa por el compañero de mi madre sólo unas semanas después. Mi revuelta no fue más allá. Una vez de regreso en Estocolmo, un antiguo camarada de colegio me pidió una colaboración para la revista
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estudiantil. Objeté ya no ser alumno allí, pero él quería romper con el convencionalismo de este tipo de publicaciones dándole un cuño más de nuestra época. Yo era el único vanguardista al alcance y a pesar de haber sido rechazado del colegio, aproveché la ocasión para explayarme. Llené aquel número, a veces bajo seudónimo, con poemas, dibujos y además un artículo sobre Rimbaud, todo no era más que un revoltijo de textos leídos. De cuando en cuando sobreviene el sentimiento de haberme engalanado con plumas prestadas, como si yo mismo no hubiera participado en verdad de lo que emprendí literaria-
Yo p oeta
mente. Cuando escribí poemas seguí más o menos de cerca alguna que otra influencia. Veía escribir el lápiz más como si me lo hubiesen puesto en la mano y no que yo mismo lo hubiese agarrado. Entonces, como Rimbaud, pensé: soy otro. Es el otro quien se presenta, saluda y recibe empadronado en su castillo de aire, preguntándose si la suma de sus dudosos poemas se pude calificar verdaderamente como una obra. Detrás de la satisfacción está siempre la inconstancia. Texto escrito como presentación de Cartas de Artur (Breven från Artur), es decir, Artur Lundquist, quien fuera el tutor literario de Lasse Söderberg. El libro fue publicado en el 2006 por la editorial Ellerströms.
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ย Lasse Sรถderberg con Borges, 1981.
Ve con el oído, entiende con el ojo
Ángela García
Un nombre es viento que pasa. Lasse Söderberg
L
legó con retraso al mundo, al tiempo en que le hubiera gustado vivir la plenitud de su vida y muchos kilómetros al norte de la ciudad donde le hubiera gustado vivirla. Lasse Söderberg nació en 1931 y en Estocolmo, de padre sueco y madre emigrada de Alemania, matrimonio de escasos cuatro años de duración. Para defenderse de una infancia difícil, aprendió a dejar de lado el sentimentalismo, práctica que lo volvió evasivo, no únicamente de las imposiciones sociales y deberes y disciplinas externos, también de sus propias ansiedades. Hizo estudios básicos en un internado católico en Francia en tanto que aprendía francés y tenían lugar sus primeras lecturas definitivas. Aunque escribió desde temprano, fue hacia la edad de 19 años que lo hizo con mayor decisión y que empezó a publicar. En 1951 frecuentó un grupo de jóvenes callejeros que solían reunirse en un bar de Estocolmo. Leían sus poemas, escuchaban jazz, bailaban y editaban folletos en esténcil bajo el sello Metamorfosis con el cual serían reconocidos y estudiados profusamente en la posteridad. Salvo el espíritu antiacadémico, no había muchas cosas comunes entre ellos: no todos consumían psicotrópicos, no todos escribían poesía, no todos eran emprendedores editores. De aquellos años data el primer poemario de Lasse, Los acróbatas (Akrobaterna, 1955, Ed. W&W), con el que se hizo acreedor a la admiración y expectativa entre poetas mayores y coetáneos. Ese primer libro, especie de despegue poético bajo la inspiración surrealista, sería el libro más citado en su biografía, por el que lo han seguido los lectores de poesía, pero que paradójicamente es el que menos le satisface y representa. Desde Los acróbatas han aparecido otros veinte poemarios,
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separados por grandes intervalos de tiempo y una serie de libros de ensayos y textos autobiográficos bajo el título general de Denominadores comunes . A comienzos de los cincuenta Lasse llegó a París por primera vez. Allí se estableció a finales de la misma década hasta mediados de los sesenta, comenzando una detallada incursión en la cultura latina. ¡Cuánto caminó las calles racionalizando todo gasto superfluo, el vestido, la comida, viviendo en hoteles baratos -propio de muchos escritores que llegaron a esta ciudad-, saciándose de cine, haciendo artículos literarios o entrevistas a poetas y artistas, para sobrevivir! Ni entonces ni después emprendió la búsqueda de algún empleo fijo u ocupación rentable salvo esporádicas y casuales situaciones. Ya no eran los mejores momentos del surrealismo, pero Breton y sus amigos habían logrado una gigantesca influencia con perturbadores manifiestos, proclamas e investigaciones en el mundo de las ideas. Sus planteamientos políticos y su ética humanista combinaban autoridad y sugestión e insuflaban vigor a la iniciación poética de muchos jóvenes de entonces. Más, las fuentes poéticas de Lasse no sólo eran las lecturas, sino los movimientos revolucionarios o de resistencia que lo orientaron hacia la izquierda y experiencias compartidas
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en momentos históricos que caracterizaron al siglo veinte. La infausta guerra con Argelia en Francia, donde también vivió de cerca el alzamiento políticocultural que se conoció como Mayo del 68. Diferentes períodos de tiempo en diferentes lugares de España, sobre todo Ibiza, Mallorca, Andalucía, Madrid, le permitieron compartir la entereza y solidaridad civil contra Franco. El descubrimiento y seguimiento de los poetas republicanos, y más tarde el florecimiento cultural de los años setenta que se conoció como La Movida, impregnaron su sensibilidad del alma española y le infundieron el aprendizaje de la lengua. Otros lugares de Europa que visitó en momentos cruciales fueron Alemania Oriental y la Yugoslavia de Tito, que se le hizo todavía más entrañable a través de su amigo el poeta Vasko Popa. A Israel hizo dos viajes, que constituyeron el germen de su poemario más extenso, Las piedras de Jerusalén. El espaciamiento de sus publicaciones puede atribuirse a varias razones, empezando por un prematuro rechazo al camino del éxito, heredado evidentemente del surrealismo. Pero también a la enorme producción de traducciones, más de ochenta títulos, que al mismo tiempo forman parte de su pasión -más que tarea- por introducir en Suecia la poesía extranjera. Esta pasión le dio facultades para em-
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prender tres proyectos fundacionales de comunicación entre el poeta y su medio. Uno fue la edición de la revista Tärningkastet (Golpe de dados) cuya dirección compartió con el poeta Lars-Håkan Svensson -y que dio a conocer por primera vez a autores europeos y latinoamericanos. Otros fueron los cabarets literarios y musicales donde su timidez característica se trasmutaba en sorprendente seguridad en el escenario, Café Europa y Fredagsbarnen (Los niños del viernes). Y finalmente las Jornadas Internacionales de Poesía en Malmö que realizó durante 20 años. Estos eventos marcaron un hito en la historia de Malmö, ciudad industrial y obrera cuyo único perfil cultural, hasta entonces había sido la construcción del edificio para la ópera, hacia finales
de los años cincuenta, dirigido entonces por una de las mayores personalidades culturales que ha tenido Suecia, Ingmar Bergman. Hacia los setenta se sentía la necesidad de otro viraje cultural en la ciudad, y el azar la hizo coincidir con el regreso de Lasse desde Europa. Tenía la complicidad primero de amigos poetas y músicos Jacques Werup y Rolf Sersam, y luego toda una cadena de relaciones con artistas e intelectuales de aquí y allá. Diez años de Fredagsbarnen antecedieron las Jornadas Internacionales de Poesía en Malmö, para las que creó la Orquesta de los sueños (Drömorkestern) que tenía a su cargo la atmósfera musical de algunos lugares del mundo de donde procedían los poetas invitados. Estas actividades que comprendían diferentes géneros del arte y reservaban el centro a la música y la poesía, esta-
Con Antonio Saura y Jacques Dupin, en 1961.
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ban engranadas al debate internacional sobre los acontecimientos mundiales particularmente en el orden político. Ocurrían paralelamente con las primeras visitas de Lasse a Latinoamérica, a través de dos países emblemáticos que le extendieron importantes invitaciones: Cuba, para el gran Congreso Mundial de Intelectuales en La Habana en 1968, y México para el Festival Internacional de Poesía en Morelia organizado por Homero Aridjis en 1981. Luego vendrían breves estadías en Nicaragua, Chile, Colombia, Argentina, Venezuela y de nuevo México en diferentes períodos de tiempo. Algunos de los poetas esenciales de nuestra historia, interlo-
cutores mayores de los grandes conflictos de este continente prometedor y contradictorio se conocieron en Suecia gracias a las traducciones de Söderberg. Algunos de ellos vienen con aura propia: Sor Juana Inés de la Cruz, Pablo Neruda, Eduardo Galeano, César Vallejo, Jorge Luis Borges y Octavio Paz. El viajero literario en que se fue convirtiendo, bautizado por alguien como “la universidad de un solo hombre”, continuó también, a lo mejor sin proponérselo, la saga de los suecos viajeros y/o traductores -Pär Lagerkvist, Artur Lundkvist, Gunnar Ekelöfque rastrearon los acontecimientos literarios y artísticos fuera de las fron-
Café Europa, Malmö, 1986. Foto Louise Nessim. Drömorkesten y algunos actores.
teras nacionales y que, al enriquecer sus propias obras, abrieron horizontes a los contemporáneos y a las generaciones de autores del siglo veinte en su país. Tales viajes y estancias se reflejan en su poesía, historia con interlocutores de índole combinada, pintores y poetas, personajes políticos, cinematográficos, pero también bíblicos y/o anónimos y desconocidos, de pueblos perdidos de España o de los predios privados del autor. Obviando los títulos de sus poemarios en sueco, me permito registrar los que han aparecido en español, buena parte de ellos ligeros cuadernillos andaluces: Pájaro en mano (Ed. Devenir, 1986), Flechas contra la luna (Ed. Ángel Caffarena, 1990), ambos con traducción y notas de René Vázquez Díaz; El ángel pajarero (Ed. Ángel Caffarena, 1990), con ilustración y nota de Rafael Pérez Estrada; Nueve damas españolas y un cura desgarrado (Ed. Sur, 1997), traducciones del propio autor, acompañadas de cinco caricaturas que Antonio Saura hizo especialmente para la edición; Caracol de Europa, traducción de Giovanni Rojas y Víctor Rojas y nota de este último (Ed. Simón Editor, 2003); El otro brillo (Ed. Caja Sur, 2004) donde reúne traducciones propias hechas en compañía de poetas a quienes frecuentó en su tiempo y a quienes les rinde tributo con este libro. Cito un fragmento de la introducción al mismo:
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“El intenso Blas de Otero, con quien me reunía en un restaurante de la Rue Monsieur-le-Prince, frente a una de las dos librerías españolas que hubo a la orilla izquierda del Sena antes de que Antonio Pérez se hiciera cargo de la de François Maspero; el enérgico Heberto Padilla a quien solía visitar en el pequeño apartamento que compartía con Belkis Cuza Malé en el Nuevo Vedado y que se llenaba del tecleo de su vieja máquina de escribir; el melancólico Fayad Jamis en su también pequeño apartamento, con la mesa llena de dibujitos representando estas ‘máquinas irreales’ que le gustaba imaginar; el afable Virgilio Piñera que prefería que nos instaláramos en una banca pública del Parque Central en vez del lobby de mi hotel donde, según decía, no descansaba la vigilancia policial; el festivo Pablo Armando Fernández que me entregó sus versiones en la casa de las Américas, si me acuerdo bien; el siempre curioso y alerta Octavio Paz, en Estocolmo, corrigiendo, durante la cena celebrando el estreno en el teatro Real de su obra la Hija de Rapaccini, los haikús rememorando la excursión que unos años antes, también en Suecia, habíamos hecho a unas prehistóricas piedras en forma de barco; el alegre Rafael Pérez Estrada, en Málaga, con quien me citaba en el café al lado de su casa y en frente de la de Angel Caffarena, gran amante de los
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libros y destinatario del poema.” Existen además títulos suyos traducidos al turco, serbio, portugués, macedonio y francés. En el caso del francés se trata de varios poemarios en diálogo con artistas plásticos. Existe una respetable cantidad de poemas inéditos. Poemas que flotan en mundos distintos, sin unidad específica, o que han estado sometidos por décadas a una severa autocrítica. No es gratuito ni producto del azar el hecho remarcable que la primera antología de su obra, Lo inconstante (La Otra, 2013) que incluye poemas inéditos en su propia lengua, aparezca en español mucho antes que en sueco. Las Jornadas Internacionales de Poesía en Malmö concluyeron en 2006, pero a cambio continuó reuniendo un público ya fiel en salones literarios y musicales con una regularidad indefinida hasta hoy y en compañía de quien suscribe este texto. Sería inconcebible terminar esta nota sin aludir al trabajo editorial en el que todavía Lasse emplea buena parte de sus días, más como pasatiempo que como ocupación formal. Aparte de la editorial Aura Latina, que realiza en compañía del artista e ilustrador uruguayo Pepe Viñoles con 15 títulos a su haber, ha fundado una tras otra la editorial Lilla torg que publicó cerca de 100 títulos, en pequeños formatos de ediciones numeradas y la editorial
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Senderos que se bifurcan (Stigar som förgrenar sig) con 14 títulos hasta el momento. Así mismo continúa escribiendo para la revista Lyrikvännen (El amigo de la poesía) una columna periódica donde comenta la obra de poetas que por alguna razón coinciden en el tiempo, muchos de ellos inexplicablemente olvidados o escasamente conocidos en Suecia. II
Toda la poesía de Lasse está imbuida por el arte plástico y su amistad con pintores como Joan Miró, Max Ernst, Dorothea Tanning, Alberto Giacometti, Roberto Matta, Wifredo Lam, entre otros. Esta relación fue inducida por la lectura de la revista Karavan y el libro de ensayos de Artur Lundkvist Ikaros flykt (La huída de Ícaro). Una especie de concilio que lo condujo a una relación directa con el surrealismo. Tal concilio se fue silenciando poco a poco hasta una especie de fidelidad tácita pero inactiva, debido a un ensanchamiento de sus hallazgos, que se constata en colaboraciones con artistas fuera de escuelas o grupos, tales como sus compatriotas C.O. Hultén, Uno Svensson, Bertil Lundberg o los internacionalmente famosos Antonio Saura y Antoni Tàpies. Ese interés por el arte plástico dialoga con su afinación auditiva, se refleja en imágenes rastreadas
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entre el ojo con el que entiende y el oído con el que ve. Cuando la sugerencia auditiva parece ser la obvia, echa mano de la imagen visual: ¡Tanta telegrafía! Gotas de lluvia cayendo en la mano del mendigo | eternamente extendida.
Pero si la imagen visual intenta filtrarse como inevitable busca un atajo hacia la imagen auditiva: La aurora rompe su cáscara y repentinamente yace el | mundo enjuagado en luz y tormento, agonía sin cuerpos.
Esta obra desdeña venturosamente la insinuación efectista o el afán de convencer, interpela al poder pero también a su contraparte, el miedo, la cobardía de las masas, el rostro de los súbditos a los que propone “la furia como un sol”. Su cuestionamiento evita las declaraciones planas, la mayoría de las veces prefiere la complejidad lúdica del enigma y las contraposiciones, y si tiene que preguntar dirige su atención hacia un referente de peso social y poético a la vez, escribe “a través de tu nombre, viejo Whitman, con la tiza del corazón, la palabra Vietnam”. Su coto de caza es la paradoja y su atmósfera está saturada
Yo p oeta
Con Yehuda Amichai y su esposa. Foto Louise Nessim, 1991.
de sensualismo. Los sucesos reales se vuelven metáforas y las imágenes adquieren materia, “el parque cruje como un pliego de papel”. En movimientos polarizados desteje lo figurativo: “Lo que no es cielo, es piel. Lo que no es piel, es vértigo”, con una sorpresiva capacidad de convertir en enigma lo sencillo o de llegar a la simpleza partiendo de lo grave o lo complejo. Como cuando contempla su infancia: El camino de los escolares era | el ala alzándose en la era de los vientos. Mas mi camino desciende por | el barranco donde el pájaro cayó, inaudible.
O al referirse a la revolución cubana:
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La luna siempre es la misma pero la luna de Malmö no es la luna de La Habana.
O logra convertir en leyenda su propia nostalgia, caso de los poemas a su querida Andalucía, la tierra a la que siempre vuelve, la de la soledad y sensualidad contemplativas. De cuando en cuando una vertiente nihilista sometida a una operación imperceptible para el lector, también muy propia de su estilo, logra una ironía refrescante donde el divertimento prevalece sobre la acritud. Pero lo que subyace en todos sus distintos libros es una singular alter-
Con Román Revueltas al violín, Jorge Onetti y Jorge Edwards en Santiago de Cuba, en 1968.
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nancia de humor y melancolía. Ésta puede ser percibida paradójicamente como un hogar al que siempre vuelve cuando quiere proteger su integridad, “quién puede obligar a hablar al mejillón / o a la caracola abandonar su susurro”… “Llamé a la luz que mana de la herida intolerable”. Todas esas herramientas encontradas en la “clepsidra de lo inesperado” apoyadas en la agudeza musical que rige la contención de su lenguaje, están paradójicamente escoltadas por un celoso esteticismo. Cuartetos y viñetas son los recipientes usados más a menudo, sobre todo en su última producción. Se dice que el cuidado de la forma puede esterilizar el contenido, pero en la base de este tratamiento irradia una sorprendente claridad, una perspicacia que, aparte de los minuciosos ensayos que Lars-Håkan Svensson y Jesper Svenbro dedicaron a la obra de Lasse, ha pasado casi desapercibida en Suecia. Cierto es que algunos de sus poemas, sobre todo los que conforman Las piedras de Jerusalén, piden un lector culto o cuando menos bien informado de la historia y de la literatura. Pero consciente del obstáculo para la lectura que plantea esta exigencia, Lasse ha escrito notas de pie de página no sólo esclarecedoras de datos y nombres, sino que fungen como una especie de diálogo dentro del diálogo.
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La facultad reveladora de la poesía descubre en estas páginas el rostro de un hombre que sale, al mismo tiempo, de la provincia del lenguaje, y de “su propio laberinto”. Aquí se ve su carácter, desde los miedos más inocuos como el que le tiene a los teléfonos, “listos a morder como escorpiones”, hasta las
soberbias lealtades al arte, la amistad, a los maestros (Federico García Lorca, Jorges Carrera Andrade, Jorge Guillén, Borges y Paz entre otros) y a su pasión por difundir la poesía. Malmö, junio 2012.
Ángela García | Colombia, 1957. Poeta y traductora, periodista cultural. Co-fundadora del Festival Internacional de Poesía de Medellín y co-directora del mismo hasta 1999. Miembro de la Asociación de Escritores del Sur, con sede en Malmö, donde trabaja promoviendo actividades poéticas. Ha publicado: Entre leño y llama (Medellín, 1993); Rostro de agua (Medellín, 1997); Farallón constelado/Sternige Klippe (Stuttgart, 2003); De la fugacidad/Om flyktigheten (Malmö, 2005); Veinte grados de latitud en tres horas (Smederevo, 2006); Doce poemas sobre el silencio (Malmö, 2009), Todo lo que amo nace continuamente (Medellín, 2010) y Retablos de movimiento (colección Daena, Ed. Aura Latina, Malmö, 2013).
Yo p oeta
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Con Jean Clarence Lambert, en ParĂs, 2000. Foto Christophe Laurentin.
Sobre Lo inconstante
Pablo Molinet
L
a poesía de Lasse Söderberg no se deja atrapar en jaulas clasificatorias. Tan pronto parece fácil llamarla contemplativa pega un salto político y al mismo tiempo deja con un palmo de narices a quien pretenda juzgarla doctrinal pues se desliza velozmente a lo onírico y lo delirante y, justo cuando parece oportuno comentarla en esos términos adquiere una tonalidad lúgubre y ominosa que halla corrientes subterráneas hacia lo erótico. Quien pretenda describirla como vitalista descubrirá en ella un intenso comercio con los libros y quien trate de leerla a la luz de ese comercio no sabrá qué hacer con sus expediciones a las artes plásticas y la música. Deslindo. La mera enumeración de algunas de las voces de Söderberg —las más perceptibles y relativamente fáciles de asir— no sugiere que este poeta sea un pelele del caos o del capricho; cada una de esas voces es producto de una indagación particular, de un estudio metódico y consistente. Se adivina el rigor de quien escribe: Las piedras de la playa pueden ordenarse. Las piedras son ojos mirando a Asteria.
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Las conchas de la playa pueden ordenarse, oídos que escuchan la música de las | cavernas. Y los fragmentos de huesos, engranajes | olvidados de la maquinaria de los dioses, pueden | ordenarse.
He allí el dictado que rige la heterogeneidad que cabe en más de una veintena de libros y 63 años de trabajo. Es cierto que una apuesta poética de largo plazo se impone la disciplina de variar sus registros, renovarse o morir pero, a mi ver, Söderberg responde a un imperativo más relevante que un requisito crítico. La suya es una poesía de viaje y del viaje: cada comarca que explora, cada ciudad en la que se interna, cada país que descubre, sea México o Israel o la obra de Antoni Tàpies, no es tan sólo un léxico o un abanico de motivos, sino un ritmo distinto, un clima inestable, una sucesión de transformaciones. Si bien la antología Lo inconstante (México: La Otra, 2013), muestra ciertos ritornelli ineludibles, como el erotismo o la provocación surrealista, la única obsesión que leo en Söderberg es la de obedecer al viaje como hallazgo interminable. Escribe el poeta: El día sustituye a la noche. La noche sustituye al día. Una certeza sigue a otra. Para saber precisamos el flujo, para ver claro, la negrura.
Y en otro lugar: Es aquí la estación final donde empieza el
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| viaje. Cuando descendemos al submundo fuertemente iluminado estamos ya en camino. Es tarde o temprano, da lo mismo. Nos hallamos sobre un río que fluye entre las riberas del mundo y somos un río con ojos. Lo que vemos es lo que desciframos.
Esto, nos dijimos pues, es otro lugar, un allende corredizo. Nos hemos dejado atrás ya y estamos en camino. Algunos paseantes nos hacen señas desde la ribera. Las nubes nos hacen señas desde el cielo. Y las fachadas pasan, pasan inalterables. Todo es parte del mundo. Pero al viajar por este mundo viajamos también por el tiempo y el silencio. Es el país que se nos asemeja. Noventa y tres horas de profundo silencio acumulado aquí, donde no prevalece ningún silencio, ese equipaje nuestro que es a la vez el más liviano y el más pesado. Que la sabiduría vital se vierta con tal llaneza en sabiduría poética, sin sombra de apólogo ni entonación sentenciosa, es, de suyo, un acontecimiento relevante, pero me importa más, ahora mismo, notar que apunta hacia un centro, un núcleo posible de la obra de Lasse Söderberg: un temple para enfrentar el cambio, una inteligencia poética dedicada a descifrarlo, resultan en una auténtica facultad proteica que leo como un rasgo de vitalidad y poder. No creo pertinente buscar una progresión evolutiva en esta obra, sino un mester de transfiguración o, quizá con más exactitud, de cacería. Söderberg va por el mundo persiguiendo, acechando poemas, en un ejercicio más cercano a esa virtud monástica, la paciencia, que al exceso predatorio. Salvo que se
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trate del rey de España, un cazador es una criatura de espera e intemperie. Esta voluntad venatoria requiere una atención sostenida por lo poético que, nos confía Ángela García en su introducción a este libro, excluye “empleo estable” u “ocupación rentable”: el éthos del poeta Söderberg reclama entregarse a lo que un gerente de personal entendería como simple y llana indolencia. En un libro de 1991, Dieciséis poemas, escribe: ORGANILLO (Ámsterdam)
1. ¿Para qué leer el periódico si las palomas no lo hacen? La noticia del día: una muchacha con vestido de flores atraviesa un puente. 2. Tres formas de hormigueo: los tonos danzando en torno a ella el cabrilleo del sol en el canal y las palomas fuera del compás de la marcha militar. 3. Dejo a un lado el periódico y como ella atravieso el puente. El aire parece de oro. Lo respiro profundamente y me vuelvo áureo por dentro.
Yo p oeta
La exquisita revelación contenida en los tres versos finales sólo pudo acontecer tras una larga, acechante y en apariencia ociosa espera. La poesía, definió para siempre Eliseo Diego, “Es el acto de atender en toda su pureza”. En Söderberg ese acto, cercano pero no idéntico a la meditación budista, está signado por una resolución implacable. Destaco una serie de siete poemas sobre un “Pueblo andaluz”, que, en un ejercicio que me recuerda a ciertas piezas de Wim Mertens, el compositor minimalista, interroga sin piedad a la monotonía de lo rural hasta conseguir una ruptura de las apariencias que trastorna lo inalterable hasta volverlo alucinatorio. Es revelador al respecto un apunte de Ángela García: “Su coto de caza es la paradoja.” El libro al que me refiero se llama, significativamente, Lo inconstante; idea que aparece en uno de los libros más acabados y vigorosos del poeta: La tierra es azul, de 2011: Cuando empezaron a tocar las campanas estábamos en una casa cerca de la catedral reflexionando en nuestros idiomas que, convenimos, quieren conservar hasta lo inconstante. Semejante fuerza tienen los idiomas.
Nítida y reveladora, esta aparición de lo mudable, de lo inestable, llevaba medio siglo madurando en la obra del poeta. Lo inconstante es el título de un poemario publicado en el año de Rayuela, de La ciudad y los perros, de “Blowing in the Wind”, de la primera victoria relevante del Vietcong, del asesinato de John F. Kennedy y del
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suicidio de Sylvia Plath. En 1963. Ese libro de hace 50 años contiene, a su vez, y traducida con Blas de Otero, la declaración de principios estéticos como principios éticos que ustedes pueden leer en la contraportada: EL POETA ESCRIBE PARA EL VIENTO ¿Para quién escribe el poeta? Para todo lo errante y sufriente, para todo lo que es incesantemente abatido, aniquilado. Para los grises guijarros, porque son semejantes a los hombres. Para todos y para nadie.
Como habrán notado, afirmar lo inconstante no es, para Söderberg, una resignada salida mística sino una toma de partido. Los poemas de ese libro que el autor escogió para la presente selección contienen, a su vez, una serie de rasgos clave que se proyectarán con particular fuerza en la obra posterior. En “Granada”, un Söderberg distanciado, irónico, dispara una comparación visual de exactitud escalofriante: una granada abierta con la estructura ocular de ciertos insectos, el omatidio. En “Nenúfares”, un estado aparentemente idílico, el sosiego del alma, está rodeado de “bocas ahogadas / párpados como de ciegos”. En “Nubes”, Söderberg y Octavio Paz caminan por la playa, en compañía del “cortejo de quimeras” que atraviesan por el cielo y, al final, “cruzan el espejo”. Puede leerse además la interrogación espiritual del paisaje, el paganismo desafiante, la síntesis de alta presión, la conciencia del sufrimiento del otro que cuatro décadas después, en La tierra es azul, llegará a este grado de claridad y concisión:
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ARGELINOS (Fresnes) Durante varios años residí frente a una prisión. Quedaba al otro lado de un campo de ortigas. Vi el muro cada día, largo como la vida de un hombre y en las noches los tragaluces jamás se apagaban. Delante del portón de rejas silenciosas colas: hombres y mujeres oscuros como pozos. Eran sombras de una sombra y el campo de ortigas me separaba de ellos.
Llamo la atención de ustedes sobre los dos versos finales: “y el campo de ortigas / me separaba de ellos.” Esos otros, “sombras de una sombra” son inalcanzables; para acercarse a las víctimas, para tocarlas, es necesario someterse a una violencia o a una penitencia igual a la de ellas: cruzar un campo de ortigas. Esa vastedad insalvable que va de Albert Camus a Susan Sontag, pasando por Simone Weil y Hanna Arendt, ha sido milagrosamente comprimida en cuatro breves versos. Los viajes que contiene Lo inconstante no se agotan, de ninguna manera, en estas notas. Dejo apenas señalados la larga y dolida invectiva contra
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la Jerusalén militarista, la conciencia brueghelesca de la muerte y la osamenta, el sentido del humor, la amistad con los libros y los poetas, la fecunda, abundante inmersión en la materia a través de las artes, el ojo de Söderberg, su tacto o, como escribe Juan Manuel Roca en el prefacio, “la capacidad plástica, la condición pictórica del lenguaje de esta poesía”. Para traducir poemas, para llegar a esa zona en la que cual las lenguas conservan con toda su fuerza lo inconstante, es necesario recorrer un sendero largo, incierto, resbaladizo. Se trata de un servicio que —remunerado o no— se ejerce en nombre de un bien mayor, de un intangible, la tradición, la literatura.
Un servicio imponderable para quien ignore, por ejemplo, el sueco. Este libro contiene versiones del autor con nada menos que Blas de Otero, Heberto Padilla, Fayad Jamís, Virgilio Piñera y Javier Sologuren. Empero, el trabajo mayor recayó en Ángela García. Ella insiste en que tradujo los poemas de Lo inconstante con Söderberg, no en lugar de éste, en un esfuerzo parejo. Pero la circunstancia es clara e implacable: el lector hispanohablante que ignora flagrantemente el idioma sueco soy yo, la poeta hispanohablante que lo domina es ella; cierro, pues, con todo mi reconocimiento y gratitud para con Ángela García.
Pablo Molinet | Ciudad de México, 1975. Es autor de Cautiverio (ILV, 2013) y Poemas del jardín y del baldío (alforja, 2002; Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, 1998). Trabajos suyos aparecen en las revistas Caravansari, Casa del Tiempo, Tierra Adentro, La Nave, La Palanca, K. y pliego16, entre otras. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM). Pertenece al consejo editorial de La Otra. Es coordinador de medios digitales de la FLM y editor de Fundación, su revista en línea.
Yo p oeta
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Poemas de Lasse Söderberg Traducción del sueco | Ángela García
Un río con ojos Para Tania Ruíz por su Vuelta al mundo
Es aquí la estación final donde empieza el viaje. Cuando descendemos al submundo fuertemente iluminado estamos ya en camino. Es tarde o temprano, da lo mismo. Nos hallamos sobre un río que fluye entre las riberas del mundo y somos un río con ojos. Lo que vemos es lo que desciframos. Esto, nos dijimos pues, es otro lugar, un allende corredizo. Nos hemos dejado atrás ya y estamos en camino. Algunos nos hacen señas desde la ribera. Las nubes nos hacen señas desde el cielo. Y las fachadas pasan, pasan inalterables. Todo es parte del mundo. Pero al viajar por este mundo viajamos también por el tiempo y el silencio. Es el país que se nos asemeja. Noventa y tres horas de profundo silencio acumulado aquí, donde no prevalece ningún silencio, ese equipaje nuestro que es a la vez el más liviano y el más pesado.
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Las cebollas lloran a Hans Arp Las cebollas lloran a Hans Arp. Envueltas en un periódico ya no quieren bailar como estrellas a paso de tortuga, como pies filosóficos, como ombligos que cuentan, como comas virginales, como palomas cromáticas, como nubes esculpidas, como dos y dos son uno, como el color violeta antes de una guerra mundial, como el destino sin bigote sollozando en los candados y como el lacito de la muerte en el penúltimo vacío.
Yo p oeta
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Tres poemas materiales Traducidos con Heberto Padilla
La piedra
La piedra no es ciega, ella se adentra hasta el fondo del bosque a cubrirse de musgo y cierra los ojos con astucia. La piedra no sueña, ella tal vez se oculte en su párpado endurecido pero siempre te acecha.
Las patatas
Nadie le teme a esta humilde multitud que llena los bolsillos del humus, que en el humus está con los ojos cerrados. No tienen garras, pero debajo de los verdes penachos cada una defiende con paciencia la paz. Madera de abedul
Madera de abedul: aguas rígidas de verano, cayos, brazos en calma, tiendas de frescura, resacas erguidas de los bosques, vueltas al mar de aliento de resinas. Es como retornar vadeando hacia la infancia, a esta suave madera donde anclaré mi origen, a esta madera patria para siempre.
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Adivinanza Para Casimiro de Brito
El remero rojo no sabe nada del abismo que le espera, del abismo que le vio nacer. El remero rojo no sabe nada de la direcci贸n que lleva, de la vida que va masticando. El remero rojo no sabe nada del ciego transcurrir entre sangre y cenizas. Mas dentro del propio cuerpo infatigablemente va bogando como si supiera. (Pregunta: 驴Qui茅n es el remero rojo? Respuesta: El coraz贸n
Yo p oeta
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Poetariad o
De Como monedas viejas sobre la tierra 1 Y vas dejando tu alma en lugares ajenos: algo de tu piel, algo de tus sueños doloridos. Ahora, estará triste la palabra, estará incómodo el silencio. Es incandescente este límite de hielo que se impone en la garganta. Este límite antiguo que no sé si cruzar o contemplar, como se contemplan las hojas en otoño.
Paura Rodríguez Leytón Sucre, Bolivia, 1973. Poeta, ensayista y periodista. Ha publicado los poemarios Del árbol y la arcilla azul azul, 1989; Ritos de viaje, Premio Nacional de Poesía del Gobierno Municipal de Sucre, 2004 y 2007; Pez de piedra, 2007, y Como monedas viejas sobre la tierra, 2012. Poemas suyos han aparecido en revistas y antologías dentro y fuera de su país, como Unidad variable: Antología de poesía argentino-boliviana, 2011. Es autora del ensayo Mistura para el bello sexo, 2004, sobre la mujer en el periodismo boliviano del siglo xix.
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Y el asombro mantiene vivas las venas. Ahora, no hay parásitos que merodeen nuestra carne. Ahora, estamos a salvo de los ritos que no acontecen en nuestro espíritu. He dejado algo de mí por todas partes. No duele ese dejar. Esperamos siempre que vuelva el sigilo de los secretos menudos.
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Más allá de mí habrá una sombra errante, contornos, siempre contornos, buscando un fondo. Antes no había ni rastro de nuestros sueños. No había retratos que nos delaten. Antes, ¿qué solíamos decir? Y el deseo de hablar es extraño: resulta como un tic involuntario. Hay que escapar, estar lejos de las voces que nos llaman. (Y somos las voces). Fui distinta alguna vez. Lejana de alguien que ya no está. El tiempo es como una vestidura que nos desnuda sin tregua: harapos. (Me acomodo al nombre, no al lugar). Soy ajena a este trozo de tiza: nada escribo. Una pared alta, de tierra abre un espacio extraño en mi memoria.
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2 Juntos vamos limpiándonos el polvo. Juntos, lamiendo la oscuridad, remachando el silencio con augurios cotidianos. Juntas, las formas de nuestros pies transitan el delirio del olvido. Y me refiero a la noche como a un riguroso paseo por tu cuerpo, como a un mapa inextricable de voces sobrecogidas, como a una bocanada de humo sediento, como a un caudal de horas sin fondo. Reordenar la vida: ¿será como tender un mantel sobre la mesa? Entonces, quizá, no sea tan difícil morir.
3 Heme aquí vacilante, titilando como una lámpara a querosene. Heme aquí dispersa, arrimada a las brasas y al carbón que te pintan de verde. Así, mis huesos formarán un montoncito de cenizas. Así, una voz se procreará indefinidamente. Heme aquí transparentada por una luz cenicienta, lamiendo los dedos para contar las horas. Así, te esperaré con una flor bajo el brazo, despetalando los juegos que todavía persisten al principio del túnel. Así, con los ojos de una mosca miraré todos tus ojos.
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El contrapeso La bailarina de Degas coloca en la punta de la zapatilla derecha toda su existencia.
Zingonia Zingone Poeta, narradora y traductora. Creció entre Italia y Costa Rica, y vive en Roma. Ha publicado cuatro poemarios en castellano, dos de los cuales han sido traducidos y editados en Italia. Su libro Equilibrista del olvido/ L’equilibrista dell’oblio (Editorial Germinal, 2012; Raffaelli Editore, 2011), ha sido traducido al inglés y al kannada. Su último libro, Los naufragios del desierto (Vaso Roto Ediciones, 2013) se compone de tres cuentos escritos en verso. Obras traducidas al español: Alarma de Virus (Ediciones Espiral, 2012) del poeta marathi Hemant Divate y La cruz es un camino (Edizioni della Meridiana, 2013) del italiano Daniele Mencarelli.
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En el ápice del equilibrio de inmodestas volteretas y flash, desde el silencio irrumpe un rostro que la devuelve a su infancia. Pierde el contrapeso del olvido y se precipita, y se quiebra. La bailarina de Degas tuvo una vez un padre.
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El cultivo del asceta Será la falta de música en la sala o el vino que he dejado de tomar será mi hijo en casa de la abuela o mi perro lejos en la campiña lo que esta noche ha abierto en mi pecho una hendedura llena de afonía. Apago el teléfono para no entorpecer la labor del hado para no confundir a los aduladores con la suerte.
De la calle sube el vocerío de los turistas trepa a mi ventana por las telarañas de mi soliloquio. En un texto sagrado leo que un ángel custodia este sopor vestido de insomnio hago a un lado la tristeza que Sísifo me ha enseñado ser eterna hago a un lado los sueños que la Vida me ha enseñado ser bombas que revientan en su ápice no me queda más que el tacto de lo certero el sofá tres almohadas mientras el alma como el humo de un puro asciende lenta.
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Periferias Camina triste el perro vagabundo por las calles de la soledad. Busca amparo en la noche refugia su mirada en la complicidad de la luna. El barrio huele a verbena: la pólvora colorada estalla en las alturas, enciende el firmamento de un nuevo año. Botellas vacías y vidrios rotos bolsas plásticas
despojadas de alimento; residuos filtrados de almas fiesteras. Camina sordo el perro errante por las bullas del gentío. Busca esperanza en el amanecer borra sus huellas del asfalto mundano. Así pasan los días en la periferia cosmopolita y para él no hay agua ardiente ni maní azucarado, se nutre de nostalgia recorre un desierto.
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Flores del desierto
Lamiae El Amrani Nació en Tetuán, Marruecos. Es licenciada en Lengua y Literatura Hispánica por la Universidad Abdelmalek Essaadi y realiza su tesis doctoral en el Departamento de Periodismo de la Universidad de Sevilla. Ha publicado las plaquettes: Verde mar sin alas, Cartagena, 2007; Un suspiro inapreciable de una noche cualquiera, Universidad de Granada, 2007; Lanzas desde una orilla del alma, Zaragoza, 2008; La pasión intimista, Chile, 2009. Otros libros: Tormenta de especias, Granada, 2010; Poesía femenina y sociedad: Antología poética marroquí, Sevilla, 2010. Tiene varios títulos por publicar de poesía maya traducida al árabe.
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Soy de alma árabe, mirada bereber y pasión africana. Mis manos atraen el sol por las mañanas, mis piernas caminan por todos los amaneceres, y por las noches, para acompañarte, me cubro con el manto azul de un mediterráneo afable. De mi espalda desnuda penden flecos blancos bordados con hilos de sal fina y flores de flamante arena. Mis ojos dorados recogen la lluvia de las palmeras como cuencos de barro cocido al sol. Mis dedos tan largos como el tallo de las orquídeas traspasan las grietas del desierto para llegar a recoger las gotitas de plata que se derraman de tu luna cada madrugada.
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Tuareg Caminamos miles y miles de años sobre el brillo de la arena silvestre. Luego llegamos a pisar las lentejuelas de un mar, que siguen clavándose, en las orillas de dos imaginarios que se funden en las escamas saladas de un mediterráneo que ahoga con sus brazos, que araña con sus dientes pulcros de luna estéril, cualquier suspiro que se atreve a desafiar sus entrañas para unirse al latido de ese laúd que dejamos olvidado en un rincón de la vieja casa roja en Andalucía. Nuestra alma nos la despojó el viento y se quedó perdida entre las brisas de ese estrecho que nos separa.
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Media Luna En el vacío extenso del mar el fondo ahoga los sueños, los cuerpos aparecen descansando como flores de loto que deambulan sobre la espumosa noche bajo la mirada helada de una media luna indiferente.
En silencio Cerrados los ojos de la noche sus recuerdos de papel doblado se ocultan en un perdido rincón de la casa. La palabra ya muerta, el reloj parado, la pared rasgada recuerdan los tiempos de gloria y ella sentada sigue soñando con una clara mañana que no llega.
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Mujer de especias Soy yo, la mujer que marginas que escondes detrás de los arabescos. Como lavanda en un baúl la privas de derrochar su olor por los atardeceres. Soy esa mujer que amas por minúsculos instantes los fines de semana. La que ignoras tras espantar tus fantasmas. La que odias cuando te acaricia sin permiso. A la que gritas cuando desaparece el olor de las especias quemadas al medio día. Soy la mujer a la que no te atreves a llamar, ni a mirar, cuando no sabes ni puedes ser un Hombre.
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Stephanie Alcantar
Atenea Cruz
Esther Galindo
Ismael Lares
P O E TA S J Ó V E N E S D E D U R A N G O
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Gilberto Lastra
Miguel Ángel Ortiz
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J. Alfonso Peña Raigoza
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Stephanie Alcantar Durango, 1990
Poeta, narradora y ensayista. Becaria del PECDA 2010-2011. Autora de los libros: Los lirios contarán cuentos de hadas (2008-2009, IMAC), La incertidumbre también tuvo infancia (2009, ICED; Premio Estatal de Poesía Olga Arias 2008; traducido al polaco), Teoría del olvido (2011; Mantis), El orden del infinito (2013, IMAC; Premio Estatal de Ensayo Mtra. Pilar Alanís 2012) y Humedad de la nostalgia (2013, IMAC). Segundo lugar en poesía en el Concurso Internacional Caminos de la Libertad. Su obra está incluida en antologías y revistas nacionales e internacionales. Actualmente cursa la Maestría en Literatura y Lenguas Romances en la Universidad de Cincinnati, EUA.
La construcción de la casa Quisieron construir una casa. Él comenzó escribiéndole muros en la espalda, unió sus lunares y nació una frontera, un terreno que volver habitable. Le alineó las venas, las sacudió y dibujó una escalera. Ella le plantó ventanas en sus ojos y él se quitó la piel para cubrirlas. Él quiso encenderle un jardín en el vientre. Ella sembró un sueño en sus pulmones.
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Como un caracol llevaron siempre su casa a todas partes. Pero el hogar el sitio que realmente tiene puerta y llave, quedó del otro lado del olvido, ahí donde los arquitectos desconocen el plano y el amor corre entre las habitaciones persiguiendo el futuro.
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También las piedras invernan Intenté ahogar mi dolores pero éstos aprendieron a nadar. Frida Kahlo
El olvido nos arrancó los ojos pusimos una piedra en cada cuenca. La oscuridad es el lenguaje de los cirios la libertad de las sombras. A oscuras te reconozco palpo tu voz, limpio tus lágrimas de polvo y las doy de beber a los años. Hay heridas simétricas, invernales. Uno es el residuo de sus propias ausencias. Incapaces de morir trazamos un río para hundir los dolores pero éstos aprendieron a nadar, a predecir el caos y a deletrear los errores. Comen con nosotros a la mesa, cabalgan en los nudillos, señalan el sonido, hilvanan las pasiones -las desgarran. Hemos dejado de mirar los dolores nos arrancaron las piedras de las cuencas las aventaron al río para calcular el fondo. Lo más parecido a nuestros ojos son las ondas que forman las piedras al hundirse.
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El título se desvaneció con la humedad A Jocelyn, que tiene sueños con olor a tierra mojada.
Un día vendrás aquí al sitio donde las montañas custodian el oriente sostienen las nubes para que la lluvia se repita cuando sea necesario explicar la forma de las cosas. Un día pisarás esta ciudad mirarás el silencio con el que ahora escribo, sentirás como se acerca despacio a tus dedos se acomoda para que juegues con él lo dobles, lo pliegues igual que un origami. El día que llegues aquí sabrás por qué alargaba el regreso irás a buscar caracoles después de que la lluvia nombre los edificios los ruidos grises, el tránsito que se detiene para avanzar, los pasos que no hay sobre la calle.
Querrás leer esto en medio de relámpagos invisibles. Vas a saber por qué Bogotá es un mapa de agua en la memoria y los recuerdos un negativo de vocales y brazos rotos. Aquí hay un lenguaje que se escribe en los cristales, en el viento, en los sitios donde se mueve el tiempo. Bogotá tiene un intermitente contagioso olor a tierra mojada, que no describiré para no arriesgarme a que la humedad despinte las palabras. Quédate con esto mientras llegaré a casa, la lluvia en Bogotá no se marcha, es el polvo, el tiempo y nosotros los que siempre nos vamos a otra parte. Bogotá 2011.
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Atenea Cruz Durango, 1984
Poeta, narradora y correctora de estilo avecindada en Zacatecas, donde cursó la licenciatura en Letras (UAZ). Poemas y cuentos de su autoría han sido incluidos en diversas antologías y publicaciones de orden local y nacional. Ha publicado los libros de cuentos Crónicas de la desolación (2002) y La Soledad es una puta (2005), así como los poemarios Diario de una mujer de ojos grises (2009) y Suite de las fieras (2012), este último fue merecedor del Premio de poesía “Beatriz Quiñones” 2012. Becaria del PECDA (Dgo.) en tres ocasiones, en las disciplinas de cuento y poesía. Premio estatal de cuento “María Elvira Bermúdez” 2002. Actualmente trabaja en su primera novela. Twitter: @ateneacruz
Round 12 En la televisión estarían sus puños apretados dolientes final del golpe, principio de la esquina defenderían sus guantes el derecho a estar de pie permanecer erguido no es metáfora el ojo ensangrentado las pupilas morbosas y sedientas ni las hienas que gritan en las gradas con un jab el retador se agranda en monolito eterno transfigura
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el boxeador ya sólo tiene manos iguales a las manos de cualquiera va a caer, lo presiente lo teme lo sabemos decido retirarme en el televisor descubro mi reflejo: nunca estuvo encendido. La lona nos recibe con fauces hambrientas.
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Amor no Perdámonos contra el tiempo y el polvo. Sólo tu cuerpo, el mío degollados. Pensemos el sudor como principio único del agua. Ay pero el amor es tan pesado tan negro no quiero ensuciar tus muslos con su rastro ni que manche mis dientes o me amargue la lengua. Prefiero tus manos que abrasan mis lugares comunes. Mejor el hambre de los perros nocturnos la mutilación por los buitres del ansia esta sangre que corre por las piernas.
No sobadas palabras sino cuerpos. El aliento a través de la tela los pasillos una puerta que se abre. Elegir tu saliva. Besar en medio de la peste que es el miedo. Adivinar tu carne y esperar. Esperar. Desnudos de palabras. No nos amemos como si fuera cierto.
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Canción contenida (fragmento) V Somos cenizas y nieve miente quien se atreva a decir lo contrario. Miente quien crea en las puestas de sol en algún dios silencioso que todo lo contempla. Somos cenizas y nieve. Polvo y agua tristemente revueltos tratando de ser algo más que el sueño inquieto de agosto algo más que sólo algo. Lo saben los que sonríen ante la sangre lo saben los que esperan. Lo sabrán los que duermen los que oyen y postergan los que gritan y aceptan los que aprietan las manos. Lo sabrá todo el mundo aunque nadie lo diga aunque nadie lo diga aunque lo diga nadie.
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Esther Galindo Durango, 1984
Publicó Una llaga entre los muros (Torre de Babel ediciones/ 2010) y Ártico (coedición ICED/Mantis Editores). Ha asistido a varios talleres de poesía y narrativa, así como a diversos encuentros de poetas y escritores en el país.
Tengo un par de alas que robé de mi tía muerta. Se llamaba como los astros de luz coagulada se llamaba como las viudas que acortan el camino al paraíso. Tenía seis meses cuando la lumbre del cielo marcó los cimientos de la casa. Nadie más la vio descender en forma de paloma. Yo lo hice porque el pecado original se alimentaba de mis ojos. El ruido que hacían sus alas era el graznido que anuncia la muerte. Mi abuela escondió nuestra infancia (recibí a Dios un día de marzo) y los que saben sacrificaron un pato en nombre del Señor. El hambre es la voz de los demonios.
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I La fortaleza de nuestros huesos se refleja en los fractales del agua en la negrura del océano en sus babas dóciles.
II Aquí la luz gira sin filo es un espectro en estos espacios mientras camina dentro mío cuelga jardines con mi aroma.
III No hablé del Atlántico para llenarte los ojos cada quién cruzó la anchura y el frío. Cada quién con su Dios incrustado en el cuerpo.
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Es el sabor blanco de la muerte lo que entra inundando la puerta. El otro origen no serán los hijos decide el cuerpo abandona la luz en octubre y a medias se desliza de la cama: los pies siguen su ritual de atestar la carne con orígenes y luz vuelta polvo. No saben las manos si abrir el pecho y sacar la infancia que sigue adolorida. No fue “madre” lo que nació de mi boca sin dientes palabra enterrada en la maleza del útero hacia donde mi genética y sus dobles filos arrastraron el agua de mis primeras reencarnaciones.
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Ismael Lares Durango, 1979
Es autor de los libros de poesía Otredad y La Rebelión del Anónimo. Recientemente publicó el libro de ensayos Abigael Bohórquez. La creación como catarsis (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012). @ismael_lares
Toska Lo que los rusos llaman toska: ese malestar que origina el no tener lo que se desea, ese deseo de encontrarte en otro sitio y la inquietud que acompaña al deseo, la melancolía de no estar con la persona querida; no es tristeza, es dolor. Una pena. Miguel Gorosabel
1 Doloroso es mi tormento los arrestos, la osadía la creación deste amordecido canto destos versos a’pasión saliva escanciada de alada tumba agutura que se agua de dolor voz de las voces con son de aleteo sabor a empolvada melodía He dicho que no a tu lumbre plegaria de fuego que ampula donde ampolla amor descontinuo en acecho
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En las cantinas perdí mi primavera, la eché a los vicios y a la perveridad por una ingrata, trató de abandonarme, ay, sólo me queda la pena y el dolor. Los rieleros del norte
que subyuga & esclaviza entre sombras Se siente gacho, me cae andar en puerto ajeno mendigando la querencia desfallecido de larga tristura en sombra acurrucado diafanizándome por eso este desahucio de palabra ojo daltónico de vida várice que se goza de haber llegado lengua de fuego acorralada apenas ¡Qué pena!
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2 Que’l viento se parta en dos que a todos los días vuelva la noche que los aullidos retornen a las cuevas que la noche se anoche que sea en vano la esperanza que no haya plegaria sino ésta: Dios, dame valor pa’olvidar estas cosas que machácanme’l alma que la vocación por ella desemboque que la hora de ardimentos ahogue entre las olas Quede aquí constancia que por usted desconsolado muero de morir & questas palabras versos para’mar son la pena q’ora escribo mas no por falta de hombría sino por ti que sabiéndome tormenta fuiste aguardiente en pleno frío fermosa purísima gitana dulce lujuria en vela gesto de ribera en boca flor de sol al suelo prístino licor júbilo de nubes escanciada pródiga, fulgente reanimada de folgar & vencer
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3 Soy fanático del blues lloro de tormento cuando leo un buen poema robo palabras de algunas canciones treinta & tantos años hace que mi carne endurecida suspira seca de sol algún recuerdo canto lluvias, bebo sequías melancólico, soy a veces niño pero ay mis aventuras no sirven para impresionar mujeres son acuarelas marchitas por eso canto mis canciones pa justamente, ser despreciado 4 Desque la oigo loco & herido ando mis oclayos han de suyos prisioneros & desahuciados lloran la querencia pus traigo por usted tristura ¿de qué me sirven los oclayos si ciego soy agora de quereres? ay, questos oxos me condenan a lágrimas de harta lumbre e incéndianme abatido entre ardidas condenaciones Oh canción del ardimento de aquel día en los arrabales donde vivía yo la cruda realidad de haber perdido a mi amada sucede que los aires sonoros recuérdanme a ella florecida con su haz de ninfa inmaculada La noche arder agora la tanta remembranza suya
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pródigo ardimento en corazón digno de pobreza Por eso canto el poema deste valle de lágrimas por poco non fechado pa’ precisar el ardor non enamorado sino loco por esta mujer que non me deja gozar ni’star alegre tan sólo pesadillas & una concepción de poesía q’no es pero en mí hay más cuerdas que en las de cualquier guitarra por eso canto mi canción de hoguera puro llanto, llanto puro reincidencia de un hombre que deja constancia ahora que muerto ha
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Gilberto Lastra Guerrero La Laguna, 1977
Poeta, narrador, fotógrafo y periodista. Ha publicado en varias revistas nacionales y de Brasil, Dinamarca, España y Portugal. Es autor de tres libros de poesía y ha participado en exposiciones individuales y colectivas de artes visuales.
El aliento de la vida “there’s a big a big hard sun beaten on the big people in the big hard world”. Gordon Peterson “Indio”.
Encontré la libertad para dejarla libre sólo la miro perderse en el bosque y correr por los ríos Al fin conocí la respiración La libertad es aquí (sin saber) Los pasos del viento me llevan como caballos salvajes por debajo de la tierra El llanto como testigo El alma se multiplica en una raíz interminable Soy un árbol igual que otro y otro Los hombres somos las lágrimas de Dios Mont-Tremblant, Québec, Canadá, Julio 2009.
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Taxidermista de sueños fragmento
I Recuerdos de un amanecer futuro El hombre que cura nubes siempre está solo esperando que llueva sangre para remojar las estrellas que guarda cada noche en sus ojos como perlas pequeñas que pesca del silencio como las lágrimas que nadie conoce Grita para hacer navegar su barco donde busca sirenas calladas cantando con el rumor de las olas y las alas de sus crestas Y su corazón roto en las rocas buscando el faro del amor en la esquina donde todos creemos que termina el mundo Nadie conoce el fin del mundo sólo la ballena encallada en el sueño el leopardo corriendo por el cielo la muerte que nos respira el helado que se cae del cono cuando miramos al techo
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Se guarda en las manos guerras y las suelta para que vuelen como palomas de la plaza de armas de un lugar cualquiera El hombre que roba horizontes encontró a una mujer con los labios que sostienen el abismo con los pechos donde sale la vida -a gotitas por las mordidas y unos ovarios como nueces donde se cae el mundo y nacen niños ruborizados porque saben que nacieron El hombre ahora escribe en nubes tacha el cielo cuando se equivoca y arruga los días y los tira al pasado toma agua del mar y su vaso en río Vierte agua en sus manos y se le hace arena la arena le cuelga y crecen castillos No sabe que el silencio es un cuerpo tan conocido como las almas que no acaban ¿Quién podría guardar su alma en el manto de la sombra? Le preguntó un día la ventana por la que veía amanecer Y no supo qué responder
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Miguel Ángel Ortiz Durango, 1984
Ha publicado El cuaderno de las resignaciones (Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino” 2005), Milagros para una tarde de lluvia (Premio de Poesía del Noreste “Carmen Alardín” 2007), y Funerales que jamás las brujas (Premio Nacional de Poesía “Amado Nervo” 2008). En 2003 mereció el Premio de Poesía “Olga Arias”, y en 2010 una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en su Programa de Jóvenes Creadores.
Cuatro poemas, más uno Toda sciencia trascendiendo San Juan de la Cruz
1 El corazón de Juan es un cesto de alfileres. Un grupo de hombres regresa de las minas, bajan corderos por los montes calmosos. Juan ha aquietado a los tigres, -me sumerjo en el agua y no me sumerjo-, levanta sus dedos de luz y una burbuja estalla en el aire, jardín de innúmeras rojas flores.
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2 El vientre de María es la casa donde un niño recuerda las estrellas ¿cuántas caben en los ojos de María cuando ese niño piensa en el cielo? 3 María es una lámpara va y viene entre la arena habitaciones y pedruscos ¿qué saben los hombres y mujeres que pasan de la visita del ángel anoche madre? adentro de los quinqués hay una flama que alumbra la cocina las calles el camino de los alacranes una noche de invierno Cristo encendió una luciérnaga en el vientre de María 4 Algunas noches los fósforos servirían para quemar los poemas: que los fósforos que prenden los ojos también los apaguen una misa fúnebre para los poemas muertos en nuestras habitaciones pero quién es uno para decir qué se quema y qué no algún día alguien nos quemará completos * Una mariposa en mis manos: esta tristeza del polvo.— (1 pertenece a “El viaje de los pobres” en Antología de Letras de FONCA-Jóvenes creadores 2010-2011; 2, 3 y “uno” pertenecen a Funerales que jamás las brujas-2010-; 4 pertenece a Milagros para una tarde de lluvia-2008-).
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J. Alfonso Peña Raigoza Durango, 1977
Ha publicado Poemas para leer en el patíbulo (IMAC, 2004), Poemas Sonideros (ICED, 2004), Las Soledades (IMAC, 2005), y Cosmogonía Heliófaga (IMAC, 2011). Actualmente es becario de CONACYT y vive en la ciudad de Durango.
Balas La galaxia se hunde en sí misma al chocar con la espiral de humo el café está muy caliente la sala helada y el rayo de la película en blanco y negro ilumina el aire verde donde ocurren accidentes substanciales de mundos de polvo cucharones de espacio y tú y yo miramos de frente
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despacio pero no nos vemos juntos estacionados sin espejos todo pasa rápido en este fondo blanco que queda pronto vacío y abres latas de flores: pienso en la muerte una baba espesa llena de semillas que me parece una tuna llena de balas.
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Dinero: cuida de mí Dinero cuida de mí en este mundo al pequeño idiota asustado fiera en una esquina al amanecer se hunde la aurora afecto débil de este mundo abajo tapiz de flores bajo muros amarillos huelen a ratos perdidos consecuencias hace mucho vuelan restorán de tu sabor me olvida. De mí filo arranco perdón de cárcel muchos años te hundes y sales a respirar chapoteas en la fuente y te ríes tal vez braceas ya mero termino mamá sí puedes soy un robot .
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Horas cuando llueve pronto alarma el silencio se mojan los techos de una lluvia callada abundante de cascabeles y campanas lluvia de reloj llueven minutos horas y días suficientes crecen llenas de pastos y a las orillas de sus caminos tigres hambrientos tomo un cigarro me siento y escucho pasar la electricidad en el mecanismo.
Habla Habla dilo te oigo balancearte de un lado a otro habla mudo rechinas los dientes los muros se encienden calados pulidos niños pequeños te gritan sus abuelas les enseñan así mira: y cuando terminan no pueden ni andar
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porque el odio es una bicicleta que pedalean bien | fuerte y te cansa te exprime y te sudan los sesos les duele la espalda de tanto apretar la boca todo se mueve menos el odio una varilla que te entierran inflexible incontestable y ahí se posa delicada y colorida una mosca de panteón se lava sus manitas y te lanza besos adiós te oigo balancear la varilla la aguja con que tejes las horas alimenta al perro hazle un suetercito.
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Río flaco Río flaco y café todo el tiempo se estira por ti te alcanza la mano te lleva y riéndose se van adiós renacuajo paseador veo para adentro veo a través de los no. Colores: por dentro eres feo como yo esparcido por todos lados instanciado en tanta pendejada andas aquí y allá todo solo ¿no te da vergüenza? ves a través de mí,
y por dentro soy tanto como tú habla camina solo con pensamientos que no puedes pensar despacio hundiéndote mentiras ves el hoyo en el techo. Nada más nada hombre ¿no es eso algo? quieres creer lo que dice pero un día eres diferente y se va te envía cartas desde ahí y descubres que no sabes leer nada y el sol se pone y te metes ahí. donde se pone te pones tú. el viento vuelve lleno de espinas y olor.
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El elegido
Ernestina Yépiz
Es inútil creernos hijos del Sol: Todos llevamos muy adentro la noche. JEP
1 Abro los ojos y la imagen que me devuelve el espejo que hice colgar del techo de la habitación es la de un cuerpo desnudo (de senos proporcionados —ni grandes ni pequeños—, complexión del todo delgada y piel pálida) sobre una cama (elegantemente ataviada con sábanas blancas), al que encuentro tan parecido al de un cadáver dentro de su ataúd. Me doy cuenta de que tengo mucho tiempo de no exponerme al sol. Soy de esas raras personas que viven ajenas, tanto a las hojas del calendario como a las manecillas del reloj, y para hacerme más llevadera la existencia, en un intento por evadirme de una realidad que me hace sentirme parte de nada, hago de los días noches y de las noches días. En todos los lugares estoy de paso y si tengo compañía, es siempre ocasional. Vivo sin pretensiones y podría decir que con resignación. Esto no significa que sea tímida o temerosa, más bien me habita cierta indiferencia, lo que me hace suscitar el desdén o la atracción de los otros. Mis ojos acerados de un gris verdoso y mi rostro pálido, para algunos, pueden ser la imagen viva de la belleza; para otros, la encarnación de la crueldad. Repelo y atraigo de una manera en que pocas personas pueden hacerlo. De igual forma desdeño o tomo lo que se me ofrece y para exorcizar el tedio que me habita, me entretengo en visitar sitios que un gusto exquisito y refinado calificaría de cierta sordidez, pero
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para mí son nada más lugares de paso, en los que a veces, contra mi voluntad incluso, logro ahuyentar un poco la soledad que traigo encima. No quiero decir que no me guste estar sola. De hecho no encuentro mejor compañía que mi propia sombra. Cuando camino la veo alargarse, trepar ágil por las paredes, moverse como un fantasma. Sin embargo, a veces necesito ciertas emociones o para ser más precisa, creo que debo decir, sensaciones. No, tampoco, creo que lo que busco, realmente, son impresiones. El sobresalto y la parálisis que produce el sucumbir por algo o por alguien, aunque esto sea circunstancial, momentáneo. No sé si tenga que ver el hecho de que nací un día en que mi madre (actriz consumada) representaba en escena a Yocasta, la misma que después de saberse madre y esposa de Edipo (el que adivinó las palabras de la esfinge, mató a su padre y fue desterrado), se suicida. Los dolores del parto no interrumpieron el transcurso de la obra, mucho menos el fatal desenlace. Un maniquí quedó colgado en medio del escenario, balanceándose de un lado a otro, mientras la parturienta era atendida en el hospital. Y yo, en el momento en que Edipo se sacaba los ojos, di mi primer llanto, lo que me hace asumir que ningún destino se elige, todo es obra del azar y no se hace otra cosa más que tentarlo. Sí, desde niña reconocí mis diferencias, supe que algo ajeno a las demás personas habitaba en mí. A mi pobre madre, un tanto esquizofrénica y loca, le bastaba verme a los ojos para asegurar que yo no era de este mundo, que había venido quién sabe de dónde y a través mío ciertas criaturas la perseguían hasta volverla otra u otras, porque ella nunca era la misma, al menos no la que creía ser.
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Lo que no significa que no sintiera algún tipo de amor por mí. Me amaba y creo que con cierta desmesura, sobre todo los días en que me llevaba al teatro y a solas, en su camerino, la veía transformarse en el personaje a representar; de pronto, era Macbeth tratando de lavar las manchas de sangre que llevaba entre las manos; luego, Antígona cavando las tumbas de sus muertos. Un día quiso retirarse de la actuación o más que retirarse resignarse, lo cierto era que ya no la contrataba nadie ni le daban ningún papel, y compró —en lo alto de una colina, en una ciudad pequeña que parecía flotar entre tinieblas— una casa de dos plantas con terraza y vista a un gran lago, de donde emergían vientos huracanados que traían consigo las siluetas y las voces de los muertos que por propia voluntad descansaban bajo las aguas. Desde el balcón de mi cuarto escuché muchas veces sus lamentos y otras sus risas. Y no me tomó por sorpresa que, una noche, mi madre quisiera acompañarlos. Parece desquiciado decirlo, pero siempre he tenido la sensación de que soy la heredera de los males de mi progenitora y fuerzas involuntarias, las mismas que la regían a ella, gobiernan mi espíritu, por supuesto, no sin cierto esfuerzo, con el paso del tiempo y con la edad, he aprendido a domesticarlas, aunque esto es entre comillas porque no creo que estén domesticadas del todo y cuando menos lo espero aparecen de nuevo e intentan conversar conmigo. (Las ignoro a todas pero no se dan por vencidas y vuelven una y otra vez.) Entonces sé que soy yo la que tiene que irse (con tal de no oírlas murmurar en mis oídos) a deambular por la ciudad y perderme en la noche (antes de que la noche me engulla). Por fortuna no tengo que ganar el pan que me como. Todo se me regala gracias a la herencia
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que me dejó mi padre (un hombre que pasó más de la mitad de su vida extrayendo y comercializando el oro de las minas de San José). El viejo que me llamó a su encuentro (después de no verme por más de doce años) un par de meses antes de morir y al reencontrarlo supe que me era un completo desconocido, por lo que no le guardo ningún rencor y tampoco ningún aprecio ¿Para qué recordarlo? En principio no guardo fotografías de nadie: ni de mi madre, ni de mi padre, ni de mí misma. Los adornos que cuelgan de las paredes en los apartamentos o cuartos de hotel que habito me son por completo indiferentes, a no ser los espejos y en su contemplación suelo extasiarme días enteros. Bien a bien no recuerdo cómo era mi aspecto hace cinco años. De pronto algún pasaje de mi etapa adolescente me toma por asalto y así como llega se esfuma, como si en realidad no quisiera aparecer, a veces pienso que soy un cuerpo vacío, lo que equivale a ser casi una sombra. En fin, nada mejor que este eterno presente al que aprisiono como la crónica de un instante que no termina de escribirse. Esto me huele a título de libro y la línea me resulta ante todo un lugar común, por lo que no sirve de mucho que yo busque la originalidad No sé el nombre del autor de que les hablo. La línea me resulta ante todo un lugar común y no sirve de mucho que yo busque la originalidad y quiera que cada una de mis noches sea diferente a la anterior, todas terminan pareciéndose. Todas son la misma noche, incluso esta en que tengo la sensación de seguir dormida, aunque supongo he despertado y verme al espejo, abismarme como Narciso sobre el estanque de agua, es parte no solo de mi rutina sino de mi entretenimiento. Soy mi propia creación. Existo más allá de cualquier voluntad e incluso de la pro-
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pia, aunque no puedo negar que a veces la vida me resulta placentera, creo que en alguna medida logro arrancarle, hago míos los pequeños placeres y qué es la vida sino eso: roer, mordisquear y sin ninguna culpa disputar a los dioses un poco el paraíso. Sentirse dios y así me siento cuando la madrugada da su último bostezo. 2 El silencio en mi apartamento es sepulcral. Las paredes, el piso alfombrado y las gruesas cortinas de la habitación me mantienen al margen de los ruidos exteriores; además, desde un vigésimo tercer piso no es fácil escuchar el tráfico vehicular que a esta hora ya debe de congestionar las avenidas. Es la hora en que la vida nocturna de la ciudad empieza a desperezarse. No sin cierto esfuerzo, me levanto de la cama y antes que cualquier otro acto tomo mi consabido puñado de aspirinas, que hago resbalar por la garganta con los restos de café que quedan en la taza que tomé ayer por la madrugada. La sangre comienza a aligerarse y la tensión de los músculos se afloja un poco. Mi cuerpo cobra una repentina agilidad, se vuelve liviano, casi, casi como si flotara, ¡oh! ¿Quién no querría tener un par de alas? Pongo la mano derecha sobre mi corazón y siento su palpitar como una herida y mientras la tina de baño comienza a llenarse y el vapor del agua caliente se pega a las paredes y al cristal de las ventanas, me palpo el cuerpo para constatar que no soy un fantasma que respira y para reconfirmarlo me veo por enésima vez al espejo. Busco lo que no puedo encontrar. Lo que nunca he de encontrar. Desnuda me tiendo dentro de la bañera y el agua caliente me relaja, me proporciona el con-
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fort deseado, tanto que, después de media hora, comienza a darme algo de sueño. Como no tengo intenciones de dormir, dejo la tina y me coloco bajo la regadera. Abro la llave del agua fría y es como si minúsculos bloques de hielo me golpearan el cuerpo. Mis labios se amoratan un poco. No quiero pescar un resfriado, en dos minutos salgo de la regadera y me seco (como de costumbre frente al espejo), con una toalla blanca cien por ciento algodón. Primero el cabello que llevo corto, casi al rape, para evitar el fastidio de tener que peinarlo, luego el cuello, los brazos largos, demasiado largos para mi gusto, el pecho de senos incipientes como de adolescente, el estómago pegado a los huesos, las piernas y uno a uno los dedos de los pies. Después de secarme, agasajo mi piel con un poco de crema de mamey y perfume de almendras dulces que yo misma preparo. Me esfuerzo ya que ningún otro cuerpo debe llevar olores como el mío. Mi olor es único, al igual que yo, atrae o repele, es tan delicado y fuerte al mismo tiempo que puede llegar a seducir al más exigente de los olfatos o marear a aquel acostumbrado a fragancias pueriles, pero dejemos esto para posteriores disertaciones. Me pongo una playera de mangas largas y cuello alto, encima mi suéter de lana gris, pantalón de pana y botas altas para caminar en caso de que haya agua o nieve. Me lavo los dientes, pinto mis labios de color naranja fosforescente y pongo un poco de rubor a mis mejillas. Antes de cerrar la puerta tomo mi abrigo de doble forro e impermeable y por si acaso un paraguas. Desciendo los veintitrés pisos, por fortuna ningún otro inquilino lo hace al mismo tiempo que yo. Me irrita compartir el elevador con alguien más. La calle me aguarda. Iré hacia el norte y luego al este. Lo que quiere de-
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cir que iré al noreste, donde los vientos azotan más fuerte y obligan a los transeúntes a buscar refugio en cualquier antro. 3 La calle se me oferta como un cuerpo desnudo sobre una cama sin sábanas. Siento un ligero temblor en los huesos. Corro el cierre de los guantes, me ajusto el cuello del abrigo y el gorro hasta las orejas. Un vagabundo al verme pregunta, when was the last time somebody said you: I love you, dice y no recuerdo cuándo fue la última vez que me dijeron I love you. No sé, tal vez, nunca nadie me ha dicho I love you. Yo tampoco se lo he dicho a nadie y dudo que pueda decirlo alguna vez. Quién querría oír un “te quiero” de mis labios, después de todo qué puede significar decir “te quiero”. Nada, nada, las palabras pertenecen al mundo de lo etéreo. En lo personal, prefiero la realidad inmediata; el deseo que se esfuma al ser saciado, como se sacia el hambre de un animal. No deja de resultarme absurdo el que alguien pregunta when was the last time somebody said I love you. Sigo de largo y mi interlocutor, cubierto por el polvo de los días, me persigue media cuadra, sin dejar de insistir when was the last time somebody said I love you. Al ver mi indiferencia repite la pregunta al transeúnte que viene detrás. Desde la ventana de un sótano con la luz encendida, un gato gris clava sus ojos en mí y sin parpadear vigila mis pasos hasta que me ve subir la colina y perderme por el callejón semi-desierto, donde camino un poco a tientas por la falta de luz, hasta llegar a la plaza, donde los homeless, envueltos en mugrientos sacos de dormir y cubiertos con periódicos y cartones, intentan resguardarse del
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frío mientras fuman colillas, beben alcohol y se asfixian con sus propios humores. Intento pasar de largo, como un soldado caminando por entre los cuerpos de los muertos, no termino de cruzar el área, no me siento todavía a salvo. Una mujer, sucia y maloliente, me pide algo de dinero para una cena caliente y un hospedaje barato en uno de los hoteles del área, quiere darse un baño, dice; no quiero darle nada y no doy muestras de escucharla, se molesta y en desagravio jala mi abrigo hasta arrancármelo. La dejo que se lo quede e incluso la veo mientras se lo pone, me sorprende un poco lo bien que le sienta, es como si estuviera hecho a su medida. Sonríe y me dice thank you. Las primeras gotas de lluvia comienzan a caer. La niebla emerge desde el piso y trepa por las paredes de los edificios. Dos hombres, apuestos como estatuas del olimpo, pasean tomados de la mano. Una pareja de viejos, sin nada que contarse, marchitados por el paso del tiempo, permanecen silenciosos, mientras beben un chocolate caliente. Paso de largo, no son cafeterías lo que ahora quiero visitar, pero tal vez un expreso doble con un par de sándwiches de queso fundido con salsa de chipotles y almendras me vendría bien. Mi última comida fue durante la madrugada de ayer, poco antes de irme a dormir, por lo que si pienso pasar la noche vagando debo comer un poco. No lo pienso más, entro a un pequeño restaurante de comida oaxaqueña, las mesas y las paredes llenas de colorido me intimidan un poco, no sé exactamente que me producen, creo que una mezcla de repulsión y curiosidad, lo primero porque me siento fuera de lugar con mi atuendo completamente negro y lo segundo porque la muestra de colores es excesiva; un naranja por aquí, un verde
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por allá, un azul más allá y un rojo luminoso justo en frente de mi cara. La mesera, vestida al igual que el decorado del lugar, se acerca a atenderme: le digo que me he equivocado de restaurante, que él que busco está un par de cuadras más arriba. Cambio de acera. La noche (cubierta con una capa de niebla que tiende a volverse más espesa conforme la madrugada se acerca), eterna e inamovible, me guarda bajo su cuerpo. Las criaturas que pasan a mi lado son etéreas. Presiento que camino entre fantasmas. El frío me toca la piel, el aburrimiento comienza a invadirme y para asesinar el tiempo o al menos para matarlo un poco, me detengo en un café de turcos. En medio del humo de una decena de fumadores, pido una ensalada de espinacas con queso de cabra, una crema de pepino con yogur, pan de centeno con ajo y aceite de oliva extra virgen, y como realmente siento que mi apetito comienza a despertarse pido también un asado de ternera, medio crudo y medio cocido, quiero morder la carne tierna y sentir como se deshace en mi boca. En 20 minutos la cena está servida. Mientras devoro mi manjar un grupo de músicos toca el acordeón y una cantante vestida de luces golpea el pandero; canta con una voz tan lejana, que parece venida del desierto. La canción habla de amores que de tanto buscarse no se encuentran jamás. Supongo que soy la protagonista de esas pequeñas historias. Aunque dudo que alguien como yo busque el amor o que el amor quiera encontrarme. ¿Qué es el amor? Cuchillo en mano corto un trozo de carne, media cruda y medio cocida, un poco de sangre se expande por el plato, ensarto el pedazo del sanguinolento manjar con el tenedor y empiezo a degustarlo, lo mastico con la boca cerrada como
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enseñan los manuales de buenas maneras; la carne se deshace en mi boca, antes de hacerla resbalar por la garganta bebo un poco de vino tinto de los vergeles que crecen en las riberas del Bósforo y al paladearlo con la lengua siento que los dioses me aman, que están de mi lado. Me arrepiento un poco del placer sentido y opto por probar la crema de pepino con yogur y es como si renaciera un poco. ¿Existe algo más placentero que un manjar? Sí, sin duda, un cuerpo desnudo al cual olfatear como un animal olfatea su presa; lo sé porque he tenido algunos entre mis manos y aunque todo encuentro es una despedida, no es posible matar por completo el recuerdo. Difícilmente puedo borrar de mi memoria los labios, los rostros en lo que alguna vez he encontrado algo de mí, porque debo decirles que me busco como un náufrago busca en el horizonte el barco que venga a rescatarlo. El mesero se acerca a retirar los platos sucios. Me ofrece un café con una copa de oporto; pido que sea auténtico, extraído de las uvas de la regiao vinhateira do alto douro, dice que sí, que las botellas que guarda en su cava han atravesado todo el Atlántico, al verlo tan ceremonioso y dispuesto a satisfacer al cliente, quiero creerle. Bebo y un sabor ambiguo añejado me golpea los labios, me hace evocar lo que está por venir. Aunque a veces quisiera detenerme, quedarme sentada escudriñando la luna cubierta por una nube de niebla y que el tiempo se detuviera como se detienen las manecillas del reloj instalado en una de las paredes del edificio de cristal, justo enfrente de donde estoy ahora, donde las agujetas marcan diez antes de la una, pero no, no se quedan ahí. El minutero sigue avanzando. Tomo los restos del café y lo que queda en la minúscula copa de vino. Sin que se lo pida el
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mesero ha traído la cuenta, con todo y propina incluida. Soy generosa y a manera de despedida, dejo más de lo estipulado. Nunca ceno dos veces en el mismo sitio. 4 La noche me abre los brazos. Soy una de sus criaturas predilectas. Camino de prisa, mi suéter de lana no logra salvarme del frío. Siento la humedad en la piel y los huesos comienzan a entumecérseme. El termómetro debe estar al menos cinco bajo cero y conforme la madrugada avance seguirá descendiendo. La calle comienza a quedarse desierta. Ni una sola estrella luce en el firmamento. Las luces del alumbrado público están semi-cubiertas por el polvo que deja el paso de los días. Avanzo en medio de los anuncios luminosos que penden de las paredes de los edificios o sostenidos por invisibles estructuras por lo que parecen pender del vacío. Los restaurantes y cafeterías, en su mayoría, ya han sido cerrados. El tráfico vehicular casi ha desaparecido. Uno o dos coches rompen el silencio. Ningún alma viviente (además de la mía), se escucha que respire. Mis botas con suela de goma hacen que mis pasos ni siquiera se escuchen sobre el pavimento. Me siento abandonada. Temo a las fuerzas oscuras que habitan en mí. 5 (Estoy en esta ciudad como pudiera estar en cualquier otra. En Norteamérica todas son tan parecidas. Un sector financiero y comercial de grandes y ostentosos edificios. El city hall, la biblioteca y algunos otros espacios para los poderes estable-
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cidos. Uno o dos parques. Un par de museos con piezas escultóricas o pictóricas representativas de otras culturas, nunca de la propia. El área de cines y teatros y un sin fin de lugares a elegir para cenar, tomar una copa o entretenerse de acuerdo al presupuesto de cada quien. En lo particular, algunas veces, me gustan los sitios lujosos y bien atendidos, donde el personal del servicio te recibe y te hace tantas reverencias como si fueras la vieja reina de Inglaterra, pero hay horas como estas en las que prefiero vagabundear por las calles semi-iluminadas u oscuras por completo, donde no existe una línea que divida lo bueno de lo malo, lo moral de lo inmoral. Cualquier lugar es una jungla y solo los animales más astutos logran mantenerse a salvo de las garras del enemigo. Me considero uno de ellos.) 6 Subo la calle empinada. Un tipo que lleva puestos unos guantes deshilachados, un gorro hasta las orejas y una gruesa chamarra de las que usan los militares, con un cartel en la mano dice (a quien quiera escucharlo) que hace tres meses regresó de la guerra de Irak y no ha tenido sexo, ninguna mujer quiere tenerlo en su cama. Me muestro generosa y sin voltear a verlo le extiendo un billete de cinco dólares. “Dos cuadras a la derecha y luego media a la izquierda”, me dice la voz de un hombre con impermeable negro y gorra de destellos metálicos, que me sale al paso para darme una tarjeta tipo postal en la que se anuncia un espectáculo de striptease. Lo veo sin verlo, doblo el papel y estoy a punto de echarlo al bote de la basura cuando el mismo anuncio y la misma fotografía aparecen frente a mí en la parte posterior de la caja de un
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camión que irrumpe en la calle silenciosa. Llama mi atención la imagen de un tipo de ojos intensamente azules y tez bronceada, vestido con un entallado calzón color cobre que se confunde con su piel, quien promete ser la mejor diversión de la noche, no quiero aspirar a tanto y me digo a mí misma que me conformaré con un poco de entretenimiento. Doblo en la esquina, tal y como me indica el hombre del impermeable, medio bloque más adelante está el lugar del encuentro. Es uno de los más auténticos tugurios en los que haya estado. Las paredes sin pintar, carcomidas por la humedad, tapizadas por fotografías de esculturales cuerpos desnudos (auténtica exhibición de la masculinidad) y los meseros ataviados con moño blanco al cuello; guantes y ajustados pantalones de cuero (a los que basta jalar tres o cuatro botones para hacerlos caer), van de un lado a otro del salón como si en lugar de caminar danzaran y de pronto se detienen para tomar un pedido, servir una bebida o simplemente para dejarse tocar por quien desee acariciarles las piernas, los brazos, el estómago, la espalda o las nalgas. Son un monumento a la tentación, seductoras esfinges vivientes. No me entretengo más en escudriñar hacia adentro y en un intento por aliviar mi soledad, pago los doce dólares de la entrada y el guapo portero pone un sello de tinta indeleble en mi muñeca izquierda y me explica en un inglés con acento caribeño, que basta mostrar la marca para tener acceso por el resto de la noche no solo a este lugar sino a todos los demás antros que hay en la zona, pero sin duda, es allí, en el Butterfly, donde encontraré la mejor diversión. El lugar está bastante sofocado, me quito el suéter y lo dejo en el guardarropa instalado en la
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entrada. Es grata la sensación de sentirse un poco más ligera. Camino por entre las mesas, busco en el escenario y encuentro que el acto principal no ha comenzado. Me acomodo en un extremo, muy cerca de la barra, pido ginebra con agua dulce, dos hielos y una rodaja de limón. Bebo como de costumbre, muy lentamente. Me gusta sentir en los labios, en la lengua y dejo resbalar por la garganta el sabor ligeramente dulce de la bebida. El barman me acerca un pequeño plato con aceitunas. No tomo ninguna, suelo encontrarlas demasiado saladas para mi gusto y me da un poco de flojera tener que morderlas y que su grasa se me pegue a los dientes. Nada peor que un aliento con olor a aceitunas. Miro a alrededor y no me sorprende encontrar que la mayoría de los clientes son mujeres acompañadas de otras mujeres. Cazadoras furtivas que, al igual que yo, miran, pero a diferencia de mí, ellas sonríen, juegan a que son seductoras y felices. No soy la única extranjera en el lugar, abundan las mujeres de cuerpos escuálidos y ojos oblicuos y las negras ágiles de piel brillante y elásticas como panteras, aderezadas a fuego lento, y por supuesto, no faltan los rostros pálidos, transparentes, casi, casi fantasmales, esos que se parecen tanto al mío, que de no ser porque conozco mis orígenes y las marcadas diferencias en el color del cabello, podría llamar mis hermanas; criaturas enfermas de soledad y sedientas de emociones, por vulgares que sean. Creo que en el fondo todas somos iguales, aunque algunas como yo se atreven un poquito más a ver dentro de sí mismas y no dudan en romper esa delgada línea que divide la realidad de los sueños, sin saber precisamente qué va primero y qué después. En el momento en que abro los ojos e intento salir de mi cama, realmente no sé si he
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despertado o he entrado a un sueño más profundo e incluso no sé si ahora estoy soñando y este lugar lleno de humo y olor a alcohol no es la antesala del infierno; el velo de niebla que me impide tocar el paraíso que me está destinado. No termino de escudriñarlo todo cuando un hombre algo viejo y vestido de etiqueta de color negro opaco, quien cumple funciones de maestro de ceremonias, sube al escenario y como si estuviéramos en el teatro, sin esconderse detrás de la cortina, micrófono en mano, hace la primera llamada y en la pantalla del fondo comienzan a aparecer las imágenes de los “artistas” de la noche, incluyendo la del espécimen de tez bronceada y ojos azules. La mercancía se expone a lo largo y ancho de la pantalla. Desfilan disfrazados de ellos mismos. Los hay de todos colores, desde el blanco pálido, casi transparente, hasta el negro color de ébano. Sin dejar de lado, el moreno claro y el amarillo sulfuroso. La estatura es casi uniforme, van del 1.80 al 1.85. El público aplaude. Impaciente espera verlos desfilar por el escenario. Cualquiera de esos cuerpos está al alcance de mi mano y no tengo que elegir. Ya he elegido. “Segunda llamada, segunda”, canta, entre alegre y seductora, la voz de hace rato, la de la primera llamada y las clientas aplauden, una y otra vez, deseosas de que caiga el telón (en realidad no hay ningún telón, solo el escenario lleno de luces multicolores que parecen encenderse al estrépito de la música). Los meseros van de un lado a otro, bajo su ropa entallada lucen las piernas fuertes y sus rígidos traseros; hechos a base de pesas, gimnasia, masajes y, en algunos casos, implantes. Uno de ellos me sonríe confiado, en un par de segundos viene y se para a mi lado, para no defraudarlo
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pongo en su mano un billete de diez dólares y con la mano izquierda acaricio un poco el borde de su cadera. Se inclina y habla a mi oído. Dice que a las tres estará libre y si lo deseo puede acompañarme. No digo nada. En realidad no he venido por él sino por el otro, el de la piel bronceada y los ojos de azul infinito, como de cielo sin nubes, el mismo que ahora avanza hacia el escenario. Es el momento de su número. El maestro de ceremonias, grita “tercera llamada, tercera”. Vestido con un entallado pantalón de cuero y una corbata, un tanto ridícula que le llega hasta abajo del ombligo, en medio de las luces y los gritos de la concurrencia, mi elegido sube al escenario y al ritmo de la música, que no logro identificar (demasiado ecléctica para mi gusto), empieza a moverse, primero con cierta parsimonia y de pronto sus movimientos se vuelven más enérgicos. En menos de diez minutos se quita lo que lleva puesto, menos el calzón color cobre que refulge como una estrella en medio de las luces. No puedo decir que me ve, más bien soy yo la que lo mira. Sin que la música se interrumpa deja el escenario
y sin ningún pudor, sin dejar de danzar, debo reconocer que no sin cierta vulgaridad, se acerca al público. No son pocas las que estiran la mano para colocarle un billete en cualquier parte. Espero mi turno, me preparo con un billete de cien dólares y escribo una tarjeta con mi dirección y la hora de la cita, apenas he terminado de hacerlo cuando él ya está parado frente a mí, mirándome como si me esperara, supongo que intuye que he venido por él, no pierdo la oportunidad y expongo bajo su tanga mi oferta y sin prestarle más atención, tomo lo que queda de mi bebida, pago y me marcho. Antes de que amanezca, mucho antes, mientras la luna dormita entre nubes negras, ese cuerpo perfecto, esas manos hermosas estarán tocando a mi puerta y esos ojos azules se encontraran de nuevo con los míos. Entonces la noche, siempre la noche, en lugar de agonizar, renacerá de nuevo. Y ahí estaré yo; una vez más, muchas veces más, palpando el borde de sus abismos. Culiacán, Sinaloa, agosto de 2013
Ernestina Yépiz | Los Mochis, Sinaloa, 1968. Es poeta, ensayista, narradora, periodista, coordinadora de talleres literarios, promotora cultural y maestra en Literatura Iberoamericana, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado los poemarios La penumbra del paisaje, Los delirios de Eva, y Los conjuros del cuerpo. En narrativa, Dos encuentros de amor y una despedida, y El café de la calle Mulberry. Actualmente es editora en el Instituto Sinaloense de Cultura.
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©Ricardo Fernández
Cristóbal | Óleo sobre tela
Ricardo Fernández Fantasía. Imaginación. Surrealismo
Dionicio Morales
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a mujer, uno de los temas eternos en la historia del arte, es el principal leiv motiv del pintor duranguense Ricardo Fernández Ortega en el ejercicio de su vocación que va del año 2010 al 2013. Pero su mujer, la de los cuadros, o mejor dicho sus mujeres, no son, de ninguna manera todo lo terrenales que uno pudiera imaginarse en el amplio panorama de su obsesivo planteamiento. Y no lo son porque él las idealiza, las sueña, las imagina o las inventa, y les da forma en un sospechado figurativismo, amparado en una muy buena técnica pictórica con casi velados razonamientos ontológicos e imborrables alientos poéticos. Son varias las características que uno como espectador puede encontrar en la propuesta plástica de los óleos de Ricardo Fernández Ortega. Se trata de una propuesta bastante alejada de la misoginia -¡qué bueno!- en estos tiempos de exigidas igualdades y de cuotas de géneros. Es un erotismo arropado en una sensualidad casi “académica”, por aquello de ciertos planteamientos clásicos más que sugeridos. Pero hay además una intimidad muy particular en las manifestaciones carnales y silenciosas de los cuerpos -que son las que más calan en el profundo amalgamiento de los deseos-. Estas presencias están salvaguardadas en manifestaciones personales de varias actitudes más que femeninas que, hablando en términos pictóricos, también traslucen
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un desencanto de algo que no se sabe a ciencia cierta qué es, pero que de pronto alerta la mirada y trastoca el pensamiento. Es un lenguaje que no se basa sólo en los colores, sino que se emparienta con extraordinarios hálitos fantásticos, de otro mundo quizá mejor que éste y con el indeleble toque poético de los sentidos. Las mujeres de Ricardo Fernández Ortega, es cierto, existían en alguna vida, pero él las trajo a la suya para concederles otra existencia y liberarlas para sí en los tiempos y espacios de la tela. Lo hace con el acucioso manejo formal del figurativo y una suntuosa y cienciaficcionesca vestimenta que, aunque suene paradójico, se complementa con las desnudeces que dejan a la imaginación las involuntarias parcelas de la pasión cumplida con esteticismo en estos cuadros. ¿Surrealista? ¿Metafísico? ¿Fantasioso? Un poco de todo esto. Aquí no importan mucho las etiquetas, aunque no se puede negar que a veces cumplen un destino crítico en la orientación pictórica de los tiempos. Cada espectador, en la ineludible “correspondencia” -para sintetizarlo en una palabra predilecta de Baudelaire-, después de la creación muy particular del pintor, le concederá en acomodo preferencial en su mirada, primero, y en su razonamiento, después, posibilidades abiertas a la imaginación y al goce de una obra madura y hermosa. Cierto es que en esta pintura de Ricardo Fernández Ortega se nota, porque no quiere hacerla invisible, las intertextualidades de las que ahora se
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habla cuando de influencias se trata. Pero ello no borra ni distorsiona su trabajo pictórico de primer orden, cuando el duranguense va dejando atrás su primera juventud y nos muestra estas obras realizadas con un gran acabado formal. Y también con situaciones poéticas -además de fantásticas, imaginativas o surrealistas, por nombrar algunos adjetivos que pueden parecer perniciosos- que instalan a estas mujeres dentro de su vida, o de la nuestra. Sin caer en la provocación del old fashion, en boga en la pintura moderna para una mayor aceptación comercial de los cuadros en los que las féminas son el personaje, Ricardo Fernández Ortega presenta a sus mujeres muy engalanadas. Sin embargo los rostros, los gestos, las miradas, las posiciones, albergan un más allá de los variados aspectos de la vida, de deseos, de promesas o de esperanzas. Imposible permanecer impávidos ante obras como “Agua”, en una ensoñada composición que anuncia una partida en la barca quizá hacia siempre, o quizá hacia nunca; “Montaña de plata”, en donde la silenciosa sugerencia erótica contrapone su liviandad, de alguna manera pura, para alcanzar el cielo, en el lecho terrestre de un sembradío; “El nido”, un llamado al cumplimiento de la carne con un trasfondo extraordinario de planteamientos abstractos rotos, como un contrapeso al lecho circular cuya impaciencia se anuncia, aquí sí, a gritos, entre otras obras, que mucho tienen que ver con la buena pintura y la poesía.
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Adolescente Durangueña | Óleo sobre tela
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©Ricardo Fernández
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©Ricardo Fernández
Agua | Óleo sobre tela
©Ricardo Fernández
Instructivo para la crianza | Óleo sobre tela
Condottiero | Óleo sobre tela
©Ricardo Fernández
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El Hábito | Óleo sobre tela
©Ricardo Fernández
Casi el paraíso | Óleo sobre tela
©Ricardo Fernández
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Correr | Óleo sobre tela
Delirium | Óleo sobre tela
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El traje nuevo del curador | Óleo sobre tela
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Montaña de plata | Óleo sobre tela
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©Ricardo Fernández
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Itinerario | Óleo sobre tela Entrega | Óleo sobre tela
©Ricardo Fernández
Entropía | Óleo sobre tela
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©Ricardo Fernández
La última lluvia en tlalocan | Óleo sobre tela ©Ricardo Fernández
Manifiesto | Óleo sobre tela
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©Ricardo Fernández
Alucinación | Óleo sobre tela
Ricardo Fernández | Nació en la ciudad de Durango. Estudió parcialmente la carrera de pintor, escultor y grabador en la Escuela de Pintura, Escultura y Artesanías de la UJED. Ha realizado 14 exposiciones individuales en diversos espacios de México y EEUU. Recibió en tres ocasiones el apoyo económico del PECDA Durango; dos menciones Honoríficas en las Bienales de Pintura Ángel Zárraga y de Dibujo Sylvia Pawa. Su obra se encuentra en las colecciones del Museo de Arte de Tlaxcala, La Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Museo de los Pintores Oaxaqueños, entre otras importantes instituciones públicas y privadas.
Dionicio Morales | Nació en Cunduacán, Tabasco. Es poeta, crítico y ensayista de literatura y artes plásticas, periodista cultural. Realizó estudios de Letras Hispánicas en la UNAM. Poemas y artículos suyos han sido traducidos al inglés, francés, portugués y coreano. Ha prologado libros de Pablo Neruda, Carlos Pellicer, Alí Chumacero, Diego Rivera, Héctor García, entre otros. Ha sido merecedor del "Premio de Poesía Carlos Pellicer" por la mejor obra publicada en 2003, otorgado por Conaculta y Secured; "Premio Malinalli", por su aportación en Artes y Letras, por la UJAT, 2012.
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Omar Castillo
Lo subversivo en la valija de fuego de Aldo Pellegrini
I. Mínimo contexto literario En la literatura escrita en Occidente en las primeras décadas del siglo xx, los poetas y novelistas, aprovechando las experiencias desarrolladas por distintos autores en el siglo xix, buscaron penetrar el tejido del lenguaje hacia otras manifestaciones de aprehender la realidad. En sus búsquedas las palabras fueron sopesadas hasta la exasperación, al punto de llevarlas a relaciones y analogías al límite de lo arbitrario, consiguiendo con ellas rasguñar el ideario por donde el ser humano era, y es, conducto a la domesticidad de sus instintos y percepciones. En ese momento era necesario para los creadores descubrir las tramas que arman las nociones que sobre el mundo quieren prevalecer y lo hacen aberrante en sus principios e imaginarios, mundo signado en estímulos surtidos por el lastre del “pecado original” que terminó por imponer lo laboral como dogma de vida y, desde ese dogma, una ética y una estética.
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Entonces, escarbando en los abismos de la realidad, los poetas y los novelistas se dan a una escritura próxima al vértigo del abismo mismo, se dan a la tarea de encontrar imágenes y percepciones antes no concebidas para la literatura y para el ejercicio de la existencia humana. Tales experiencias entran a la literatura y hacen la expresión de un mundo casi inédito, un mundo no compacto en sus principios y en el cual no es posible determinar el destino de la condición humana, ni el de la naturaleza en cualquiera de sus manifestaciones. Es así como estos autores producen una escritura comportándose como el caos del universo que no se detiene en su constante creación. Experiencias que hoy resultan fundamentales para entender la realidad y sus contextos históricos e imaginarios. En Hispanoamérica, en las primeras décadas del siglo xx, estas experiencias fueron practicadas por los poetas y novelistas que fundaron sus escrituras en los logros conseguidos por los escritores que los anteceden y se agruparon bajo el signo del Modernismo. Las posturas vanguardistas que los caracterizarán, y desde las cuales buscaron perfilar sus obras, evidencian los contrastes, diálogos y rupturas que establecen con el movimiento Modernista y con el acontecer literario y cultural de Occidente y el mundo.
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II. Inicios de Aldo Pellegrini En Buenos Aires, en noviembre de 1928 se edita el número 1 de la revista literaria Que, y en diciembre de 1930 se edita el número 2 y en ellos, como constancia de los inicios de una obra, quedan impresos los primeros textos y poemas de Aldo Pellegrini (Rosario 1903, Buenos Aires 1973), firmados bajo los seudónimos de Adolfo Este y Filidor Lagos. Esos únicos números de la revista Que fueron la expresión de las experiencias compartidas por un grupo de amigos reunidos alrededor de sus búsquedas vanguardistas, en particular la que los aproximó al grupo surrealista encabezado por André Breton. En el “Pequeño esfuerzo de justificación colectiva”, texto que abre el número 1, se lee: “justificación de esta revista: Buscar en la expresión la evidencia de nuestra propia y oculta estructura (palabra, espejo del hombre) y quizás también algo como una necesidad irresistible de pensar en voz alta”. Los otros integrantes de la revista fueron Marino Cassano, Elías Piterbarg, David J. Sussman e Ismael Piterbarg. Todos acudieron al uso de seudónimos para firmar sus textos y poemas. Así daba inicio Aldo Pellegrini a su amplia e íntima labor poética en la Argentina y en Hispanoamérica. En esta labor es apreciable su capacidad de difusor de la obra de poetas y artis-
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tas que con sus creaciones oxigenaron los ámbitos culturales de su momento. Además de su activa participación en la fundación y en la edición de varias publicaciones y revistas literarias, dirigió la colección Los Poetas, publicada por Fabril Editora y lanzada en 1961, colección con la que contribuyó al conocimiento de un amplio espectro de la moderna poesía escrita en Occidente, en ésta publicó su selección y traducción de la Antología de la poesía surrealista de lengua francesa, libro que permitió a más lectores entrar en contacto con la escritura de los iniciadores del movimiento surrealista y de algunos de sus asociados. Otro de los característicos aportes de Aldo Pellegrini es la edición que hace, en 1963, de su traducción de las Obras completas del Conde de Lautréamont: los Cantos de Maldoror, Poesías y Cartas, con un estudio detallado sobre la existencia y la obra de Lautréamont, sus orígenes literarios y su contexto creador. También edita en 1971 su traducción del texto de Antonin Artaud: Van Gogh, el suicidado por la sociedad, con un prólogo: “Artaud el enemigo de la sociedad”, donde hace claridad sobre la condición del poeta en estos tiempos de intemperie y oscurantismo. En la escritura de sus estudios y ensayos Aldo Pellegrini es punzante, pues en ellos se da a desenmascarar las artimañas de quienes ofertan la poesía
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como un espectáculo huero. Al descubierto quedan los intereses de aquellos que pretenden empotrar la poesía como un producto más de la sociedad de consumo, buscando desactivar su impacto revelador y, también, deslegitimar los sentidos del acto poético cuando no se somete al servicio de las cuadrículas donde ellos imponen las condiciones y los impuestos para la existencia. III. Primera edición de la poesía completa de Aldo Pellegrini En octubre de 2001 la Editorial Argonauta publica la primera edición de La valija de fuego (Poesía Completa) de Aldo Pellegrini. El libro se abre con una “Nota del editor” y precede la compilación un ensayo de Pellegrini: “La acción subversiva de la poesía” tomado de su libro Para contribuir a la confusión general, 1965. La compilación y notas son hechas por Mario Pellegrini. En el apéndice se reproducen textos de Rodolfo Alonso, Edgar Bayley, Enrique Molina y Francisco Madariaga. La reunión de la obra del poeta se abre con Que (1928-1930), donde el compilador agrupa los poemas y textos que Pellegrini publicara en la revista arriba mencionada. En los poemas reunidos en Que es evidente el automatismo como fuerza que permite a las palabras alcanzar una noción de la realidad a través de imágenes que se
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exploran en el acto de la construcción y deconstrucción de sus significados y, por ende, de sus contenidos. Palabras en imágenes igual a un “Remolino inacabable de frases apasionadas”, tal como se puede leer en uno de los textos, el titulado “Preferencia por los signos de olvido”. Estos poemas son el resultado de una experiencia no sujeta a la lógica del discurso poético impuesto por las preceptivas del oficialismo literario de entonces, son ruptura e inicio, provocación y malestar, son los inicios y constantes en expansión que se podrán apreciar en la obra toda del poeta Aldo Pellegrini. Después de Que, el lector se encuentra con El muro secreto, 1949; primer libro de poemas de Aldo Pellegrini, publicado inicialmente en edición de 250 ejemplares numerados. Son más de 19 años entre la publicación de los textos y poemas que el compilador reúne en Que y los que componen El muro secreto. Completan la edición: La valija de fuego, 1952; que se abre con un epígrafe de Gracián: “Todo este universo se compone de contrarios / y se concierta de desconciertos”, versos que bien podrían abarcar la obsesión poética donde se funda la escritura de Pellegrini. Construcción de la destrucción, 1957; Distribución del silencio, 1966 y Otros poemas (1952-1972), donde se reúnen los poemas publicados por el poeta en distintas revistas a lo largo de esos años.
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El libro se cierra con: Escrito para nadie (1972-1973), del que se dice en nota del compilador: “Este libro no llegó a ser terminado. Se encontraba en proceso de elaboración al fallecer su autor, en 1973. Varios poemas esperaban la corrección definitiva; es probable -dada la extrema exigencia que se imponía en su trabajo- que muchos textos hubieran sido excluidos…”. La primera edición de Escrito para nadie fue hecha por Editorial Argonauta en 1989 en Buenos Aires, ciudad donde fueron publicados todos los títulos aquí nombrados. El texto impreso como prólogo en Escrito para nadie revela la elíptica donde fue haciéndose la obra poética de Aldo Pellegrini. Allí el poeta nos dice: “La poesía es una gran aventura. // Cada poema es una nueva aventura y una exploración. Aventura en los continentes desconocidos del lenguaje, exploración en la selva virgen de los significados. La poesía quiere expresar con palabras lo que no pueden decir las palabras. Cada palabra tiene un secreto mágico que es necesario extraer. Pero en definitiva, admiro sólo a los aventureros de la vida. En cuanto a mí, me resigno a ser un aventurero del espíritu.” ¿Qué sucede cuando se lee la escritura de una obra poética fundada en la aventura por habitar los contrarios que surten y hacen posible la realidad, la otredad de la conciencia humana?
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¿Una obra en poemas cuya escritura persigue asumir las estructuras y ritmos constantes en los que se suceden y modifican las percepciones de tal realidad u otredad? ¿En una escritura así, cuál es su posible trama o cómo se establece su contenido? En los poemas de Aldo Pellegrini se asiste y participa de la aventura vuelta escritura explorando, ya lo prohibido, ya lo inconcebible en un mundo enrarecido por las doctrinas del lugar común. Sus poemas acechan detrás de los anuncios convencionales de lo nombrado sueño y vigilia. En ellos los versos deambulan por un dibujo en constante elaboración, generando imágenes que pueden ser vistas como desde la lente de un caleidoscopio, es decir, pueden ser leídos desde cualquier orden o disposición. Son poemas que crecen como un caudal de palabras explorando y abismándose en la formulación de sus interrogantes ante la existencia exuberante, al tiempo que atroz, donde cunde lo humano. Los extensos versos de los poemas de Pellegrini, o su establecimiento rayano con la prosa, inundan la página buscando imantar la atención del lector hacia una lectura de vértigo, asombro y malestar. Un malestar producido por el sacudimiento que las imágenes de tales versos consiguen causar en las realidades condicionadas del lector. Cabe anotar que en la escritura de sus
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poemas el poeta emplea la puntuación como si de pronto se acordara que esta existe, casi de manera caprichosa. Lo cual en ninguno de los casos amplifica o entorpece su ritmo. Tal puntuación queda gravitando en el total de su obra poética como los fragmentos de un silencio que se resisten al olvido. Para Aldo Pellegrini la poesía es subversiva. En la escritura de sus ensayos y ante todo en la de sus poemas, acude a esta significación arrancándola de las dotes que le han impuesto quienes pretenden ajustar las realidades subversivas a actos de violencia y terror. En su escritura ser subversivo es desobedecer cuanto somete y reprime la existencia humana hasta convertirla en una entidad mutilada, en un montón de retórica útil para la usura y la pornografía social. Su postura advierte sobre como es degradada la lucidez poética cuando lo subversivo es condicionado por ideologías redentoras cuyos eslóganes amparan formas de reprimir en nombre de la inclusión y bajo una ensoñación tramada como “libertad”. Para Pellegrini la poesía es “vivir hacia lo ilimitado”. Lo ilimitado como el vacío donde se fundamenta el acto creador. Acto absolutamente imposible para quienes existen sin ver las maniobras que encubren la realidad y perforan la libido de la vida. Pensar y comportarse así no produce simpatías, hace parecer que se está
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fuera de lugar y contexto, que no se es poético. Empero es un reto necesario, hoy, cuando a la poesía se la quiere disfrazar de muñeca lúdica para espectáculos donde es desactivada de su poder subversivo, es decir de su capacidad de producir pensamientos y comportamientos que confronten los estigmas catárticos de la obediencia. Ante un mundo pronosticado para la usura y el oscurantismo ilustrado, y
unificado al amparo de tales pronósticos, la experiencia asumida por Aldo Pellegrini en su aventura poética, le permite a un lector próximo a la poesía reflexionar sobre las realidades expuestas desde la acción poética, es decir, reflexionar sobre la realidad de la existencia misma.
Omar Castillo | Medellín, Colombia 1958. Poeta, ensayista y narrador. En 2012 publica Huella estampida, obra poética 2012-1980, donde reúne sus libros de poesía publicados entre esos años. Además ha publicado el cuaderno de ensayos La cultura y el laberinto del poder, 2012; el libro de narraciones cortas Relatos instantáneos, 2010 y el libro de ensayos Asedios, nueve poetas colombianos & Crónicas, 2005. Poemas suyos han sido incluidos en antologías de poesía colombiana e hispanoamericana. De 1984 a 1988 dirigió la revista de poesía, cuento y ensayo Otras palabras, de la que se publicaron 12 números. También dirigió, de 1991 a 2010, la revista de poesía Interregno, de la que se publicaron 20 números. Desde 1985 dirige Ediciones Otras Palabras.
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Poesía católica La casa maldita José María Espinasa
Alfredo R. Placencia
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eer la poesía del padre Placencia es, para los buenos lectores de poesía, un enorme placer, pues esos lectores saben que la presencia de las grandes cumbres de la literatura se disfrutan mucho más con todas sus resonancias, con sus cordilleras y sus valles, sus llanos y sus grietas. Y si la grandeza de un escritor como Ramón López Velarde nos da la impresión de ser un milagro, saber que ese milagro tiene raíces y ecos en obras a veces olvidadas como la del autor de El libro de Dios enriquece su valor. Una de las cosas que tenemos que insistir los críticos de poesía es en volver a nuestro pasado con los ojos limpios: releer la poesía religiosa mexicana es una tarea imperiosa. La connotación católica, preponderante, es muchas veces una losa difícil de levantar y nos priva del placer de muchas lecturas. Frente a eso hay que repetir que gran parte de nuestra poesía se escribe e inscribe en ese viaje religioso, con diferencias tan fuertes como las que hay entre Nervo y Othón. El trazo que va de ellos al día de hoy, pasando primero por López Velarde, Placencia y González León, después por Carlos Pellicer, Concha Urquiza, Manuel Ponce, Alí Chumacero, Enriqueta Ochoa, Guadalupe Villaseñor y Gabriel Zaid hasta llegar a José Ramón Enríquez, Javier Sicilia y Francisco Magaña, es verdaderamente sorprendente. No son los únicos, desde luego. Ha habido intentos de acercamiento crítico, como los de Elsa Cross y José Vicente Anaya (a Concha Urquiza) pero no se ha conseguido despertar de nuevo el interés del lector.
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Esos poetas semiolvidados por la desmemoria suelen ser pasto de estudios académicos que no los regresan a la actualidad, pues aceptan como adecuado ese olvido y no promueven su lectura. La antología que aquí comentamos -La casa maldita- se integra en un proyecto muy distinto, y me interesa ocuparme un poco de ello. La Revolución Mexicana y sobre todo, esa especie de posdata que fue la guerra cristera, marcaron una tendencia política que acabó siendo literaria: la secularización de nuestras letras. Si bien una obra literaria no adquiere valor por ser religiosa tampoco lo pierde, y esta última parte del enunciado no fue bien comprendida, y es evidente que más allá de que todavía en autores como Rulfo, Alatorre y Leñero, la presencia de lo religioso es un hecho fáctico, incluso por su formación en los seminarios (en esa época de las mejores escuelas del país), la poesía mexicana se profanizó, y la presencia religiosa se volvió o ausente o indirecta. En esa perspectiva religiosa es natural que la poesía, al contrario de la narrativa, se situara durante la Revolución del lado de esa íntima tristeza reaccionaria, que el poeta jerezano describió perfectamente. Pero sí la evidente raíz vanguardista que había en él, con su radical transformación del modernismo, hizo que López Velarde quedara, oh paradoja, como nuestro poeta nacional, otros cercanos a él en su temperamento o en su léxico, en sus inquietudes y en su búsqueda formal, que serían relegados al desván de lo beato. Nada más equivocado. Sin embargo, los ejercicios críticos hechos para remendar ese error no han conseguido revertir o nivelar el sentido político de esa tendencia, apo-
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yada en un nacionalismo comecuras. También es cierto que la Iglesia como institución ha abandonado en parte ese papel cultural a cambio de conservar el poder político que tiene de facto. Hace unos días, pensaba, leyendo una biografía de Gallegos Rocafull recientemente publicada en España, lo mal que habla del poder religioso el que no exista, cuando las ediciones originales tienen decenios de estar agotadas, una edición de las obras reunidas del sacerdote español llegado con el exilio republicano y que hizo su obra filosófica más importante en México y con temática mexicana. Habría además que decir que, en general y sobre todo en español, la poesía de impronta religiosa tiene un carácter profundamente renovador precisamente porque se tiene que liberar de las limitaciones que el conservadurismo de la Iglesia le impone. Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila tuvieron y a veces todavía tienen, un cierto aliento herético. Y es desde allí que hay que leer a Placencia: esa lucha por decir lo indecible. Es evidente, no sé si alguien lo haya hecho ya, que un poema como “Ciego Dios”, con su genial íncipit, “Así te ves mejor, crucificado”, haría las delicias de un análisis freudiano, pero a nosotros nos interesa más otros asuntos de su poesía que el sadomasoquismo que aflora en ocasiones, por ejemplo el uso métrico, las rimas y el léxico. De esto último pongo un ejemplo claro: el primer poema incluido en La casa maldita es “El libro de Dios” y se usa dos veces el verbo desmorecer. Extraño verbo que sin embargo comprendemos de inmediato, su fuerza es enorme. La definición del diccionario de la RAE dice “1. Perecerse (padecer con violencia una pasión o afecto). 2. Dicho de la respiración: Perturbarse por el llanto o la ri-
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sa excesivos”. Exacto, aunque como en todo buen poema, la palabra excede a su significado en el diccionario. Pero lo verdaderamente interesante es lo siguiente: fue recogido por vez primera en ese diccionario en 1925, al año siguiente de la publicación del libro en que se incluye ese poema y del cual toma el título, y además, de los otros dos que publicó en vida: poeta de una sola fecha. Y puedo imaginar sin ganas de comprobarlo, que la fuente es Placencia. Podría también, en la vía paródica, señalar que construye la primera estrofa de dicho poema con una rima que ningún profesor de versificación recomendaría y que sin embargo funciona extraordinariamente bien. Si me he detenido en el poema es también por su último verso, un verdadero programa vital y estético: “Tan sólo aguardo que tu amor me enferme.” Placencia, al revés de López Velarde, no tenía el genio de la rima y muchas de ellas son ripiosas y facilonas, lo sorprendente es que el poema se sostiene en ellas a pesar de ellas. Trato de explicarlo: en el principio de “Pasionaria” rima frío, río y rocío, en la estrofa final del mismo poema, frío, río y mío. Se trata sin duda de un oído torpe si no lo leemos con cuidado y si, como hago yo, lo saco del contexto de la estrofa. Pero sí atendemos a otra facultad de su poesía, mucho menos común en la época, la de la rima interna, la cosa cambia. El lector puede sentir, si lee el texto en voz alta, la diferencia entre el monocorde final de los versos y las rimas internas (entre entume y duerme y entre cielo y eterno), o incluso las rimas “climáticas” (entre nevar eterno e invierno), mucho más sofisticadas que las otras. Placencia, por un oído formado en la tradición religiosa, pero deseoso
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de nombrar sensaciones y sentimientos que nacen de la contradicción de un sentir planificado, excede el uso y apunta a otros registros, y así nos revela el sentido en que la imposible manifestación vanguardista de la época en México se manifiesta en una poesía religiosa muy extraña. Todo lo dicho anteriormente tiene que ver con la riqueza de registros que la lírica mexicana tiene en las primeras décadas del siglo xx -les recomiendo la antología El ocaso del porfiriato- y que debe ser recuperada, en una época en que las maneras de hacer poesía parecen limitarse a una idea un tanto caduca de lo moderno. La conmoción social afectó profundamente a una literatura que apenas empezaba a alcanzar una cierta estabilidad burguesa con el Modernismo, y en especial a la poesía la puso ante un dilema falso: tradición o vanguardia. Ese dilema, sin embargo, no se resolvió en aquellos años, no lo fue para Tablada, ni para López Velarde ni para Efrén Rebolledo, lo fue un poco más para Placencia, como lo fue su vida, trágica en lo familiar -temprana muerte de padres y hermanos, paternidad en el sacerdocio-. Y su poesía fue no tanto olvidada -al final de su vida algunos escritores importantes lo visitaban, entre ellos el joven Agustín Yáñez- sino algo peor: una pieza de museo. Así diversas antologías publican y siguen publicando algunos de sus poemas pero hasta hace un par de años, cuando el FCE publica su poesía reunida al cuidado de Ernesto Flores, no estaban sus textos como conjunto a disponibilidad de los lectores. Al publicar La casa maldita, El Tucán de Virginia, una de las más importantes editoriales independientes de México en las últimas tres
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décadas, el gesto editorial es diferente al del FCE. Por un lado la elogiable edición del FCE es una obligación de esa editorial, la más importante de México, por otro lado tal vez hubiera que reprocharle lo tardanza: más de ochenta años después de muerto su autor. Cuando El Tucán la publica lo hace en el marco de su colección Vita nuova, es decir que lo propone como un poeta joven, una lectura contemporánea, no un clásico o un fósil, y además publica la antología en el marco de otros dos libros -La suave patria de López Velarde y, sobre todo, La luna de regreso de Leopoldo Lugones- del mismo sello, lo que le da al hecho un sentido crítico de conjunto. Hay épocas en que la crítica literaria la hacen los académicos, otras en que la hacen los periodistas en revistas y suplementos, otras más (las mejores) en que la hacen los lectores, otras (las peores) en que la hace la voluntad de fasto y legitimación del Estado. Y otras más, probablemente la nuestra, en que por el abandono de todos los sustratos anteriores, la hacen los editores. No es que la dejen de hacer los otros permanentemente y siempre,
pero publicar es ejercer una elección, sobre todo cuando no está condicionada por el mercado. El Tucán depende de sus lectores más que de sus ventas, y para que estas coincidan con aquellos hay que reformar el gusto, algo mucho más difícil que reformar la Constitución. Es como si el crítico Víctor Manuel Mendiola, a través de la editorial El Tucán de Virginia, nos dijera: vuelvan a leer a los modernistas heterodoxos, vuelvan a Lugones, a González León, incluso a González Martínez. A la lucha por dejar atrás el provincianismo de nuestra poesía en ciertas épocas hay que sumar ahora -propone- la recuperación de la polifonía de nuestra tradición, que incluye de manera relevante la lírica de vena católica. Ya sabemos, y lo podemos comprobar desde Fray Luis, o desde el Arcipreste, que la relación entre el lenguaje a lo divino y el lenguaje amatorio es muy estrecha. Y lo moderno hoy es antiguo mañana. Y La casa maldita es muchas veces la casa bendita. Febrero de 2014
José María Espinasa Yllades | Ciudad de México, 1957. Poeta, ensayista y editor. Estudió la Licenciatura en Comunicación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (cuec). Ha dirigido importantes publicaciones y suplementos culturales de México y es fundador de Ediciones Sin Nombre. Entre sus libros publicados, se cuenta, en ensayo: Invitación a Lezama Lima, 1981; Cartografías, 1989; Hacia el otro, 1990. En poesía: Son de cartón, 1979; Cronologías, 1980; Aprendizaje, 1981; Cuerpos, 1988; Piélago, 1990.
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Ana Franco Entrevista con La Otra
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urante varios años hemos visto a Ana Franco desempeñarse como editora del Periódico de Poesía de la unam, haciendo entrevistas, concitando intereses mutuos de los poetas, leyendo sus poemas o conduciendo algún programa de radio, pero no la imaginamos dedicada a los placeres de la mesa. Originaria de la Ciudad de México, hizo la licenciatura y la maestría en Literaturas Hispánicas en la unam. Entre sus libros publicados se cuentan Peligro de extinción (con traducción al mixteco, Carmina in minima re, Barcelona, 2012) y El libro de las Ideas (Ediciones Sin Nombre, 2012). Fue Coordinadora Editorial del Periódico de Poesía UNAM, de 2007 a 2012, y del Festival Poesía en Voz Alta.13 en La Casa del Lago Juan José Arreola. Participa en la programación y coordinación de enclave 2014 (Festival de Poesía Sonora en la Feria Internacional de Libro de Minería), es profesora de español y cocinera.
Entre el gusto de comer y el descubrimiento de los sabores para degustar y preparar con imaginación, ¿qué pasó, cómo, en dónde? Son varias historias pero se reúnen en mi abuela, que cocinaba. Yo solo la acompañaba porque no me dejaba ayudarla. Viví con ella, mi madre y mi hermana. Cuando ella no estaba (a veces visitaba a la familia), mi madre me dejaba cocinar. Hacía desastres, por supuesto. Conforme lo pienso veo que mi abuela disfrutaba más comer que cocinar, y creo que me pasa lo mismo, aunque lo descubrí más tarde; inicialmente y como parte de mi mundo infantil, quería cocinar. Me gustaba también ensuciarme. Cuando cocinas “metes mano” en todo, es territorio libre. Luego
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te vuelves anfitriona y es aquí donde coincide con la poesía, como un pretexto para conversar. Los sentidos, la sensualidad están despiertos en la literatura, pero ¿cómo despertaron y despiertan en la cocina, en tu cocina? La cocina es probablemente uno de los espacios que mayor participación de sentidos tiene, se cocina con el cuerpo: huelga decir que con el gusto y el olfato pero está el tacto, como decía antes, está mezclar y conocer el grueso de una masa con el roce de la palma, está entrenar las manos con el fuego, está detener los recipientes con la rodilla; está tomar un vino mientras haces la sopa, está el color intenso de la fruta cuando hierve la mermelada. Es otra forma de la danza y todo pasa al mismo tiempo. Requiere memoria y atención por lo fascinante.
frutas de temporada (uvas, zapotes), vino verde, cerveza; y la lista de compras para el primer día. El segundo, la compra y algunas bases: limpiar la plata, por ejemplo. El tercero, la cocina, muchas horas: las temperaturas, los utensilios. También la música y el lugar: la mesa, los manteles. Supongo que como afecta a la cocina tendrás en mente cuentos, novelas, poemas que hablen de esa afición de los sentidos, ¿cuáles serían esas obras que te resultan memorables? Los clásicos y sus recetarios: El Quijote o Sor Juana; Paradiso, Gargantúa y Pantagruel. Hay un
¿De dónde y de quién te viene el gusto por la gastronomía? De mi casa de infancia, de mi abuela que mientras cocinaba me contaba historias de la Revolución, y era entonces la mezcla de los espacios: la narrativa y el olor, la historia de la familia y lo cotidiano. No hacía grandes platillos, hacía unas estupendas albóndigas, por ejemplo. Le gustaba mucho comer y hablar, y se notaba. Y a mí me gustaba escucharla. ¿Cómo preparas o prepararías una mesa que se aparte de lo ordinario, digamos que tenga algo de ritual lezamiano, epicúreo, literario? Se necesitan al menos tres días para un buen banquete lezamiano: la lista de invitados; el menú: Quimbombó, Pintada a la romana, Natilla con
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librito que me gusta: Notas de cocina de Leonardo Da Vinci. Algunos poemas también: Comer sirena, de Eduardo Vázquez. ¿Recuerdas el Banquete, de Platón? ¿Cómo figuran para ti el placer de la mesa y el de la conversación? La mesa es un pretexto para la conversación, la poesía otro, la crítica (en su mejor estado) también. Cada uno implica placeres distintos que se tejen con la gente adecuada. El tiempo cede, desaparece. El cuerpo cede con el vino y el postre. Seguimos hablando y hablando y desaparecen también el clima y el día; de pronto se hace de noche y de madrugada. En la mesa se sostiene la mirada, se conoce al otro. También está el exceso en el placer, del que cada vez nos alejamos más (por salud y su etcétera), están la voracidad y el pecado. La metáfora de la carne en la carne. Todo eso me parece fascinante y humano y animal. Ahora ya tienes tu café, tu espacio, que no será el restaurante que muestra Greenaway en El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante, pero es quizás la invitación al sueño, ¿cómo es el restaurante de tus sueños y cómo este cafecito de tu realidad? El restaurante de mis sueños compartiría algunas cosas con Greenaway: la cocina, por ejemplo, esa cocina loca organizada en estaciones que recorren la historia, como si cada una caracterizara un estadio humano. El baño, desde luego, móvil, espacioso, iluminado, lleno de secretos (como todo baño que se precie). Sería un restaurante de cocinas exóticas. Sería más bien un hotel, medio bestial también (risas). Mi café en cambio es familiar (mi socia es mi madre y estamos disfrutándolo). Tiene la in-
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tención de ser reconfortante (como debiera serlo: restaurador). Como el presupuesto no da para lo bestial queremos tener un buen café (estamos aprendiendo), y cocinar con buenos ingredientes: una sopa que te arregle el día. Algo para un caminante o para alguien que está harto de la oficina y se escapa un rato. Quiero que sea una tienda de mermeladas o de buenos pastelitos. Me gusta también lo pequeño, lo dulce. Si tienes una receta personal o la que más te guste y pienses que es tu obra maestra, compártela con los lectores de manera breve y explícita. Merengues sin lluvias. Una de las primeras cosas que traté de hacer cuando niña y me tardé muchos años en perfeccionar, fueron los merengues, son hermosos y tienen algo de magia; son mañosos, no les gusta el clima húmedo, solo salen bien si estás de buenas.
L a O tra | o ctubre - dicie mbre 2013
Merengues sin lluvias Claras de huevo Azúcar refinada Chocolate Crema batida Frutos rojos
Necesitas un tanto de claras por dos tantos de azúcar refinada. Bates las claras un minuto a velocidad baja y, conforme esponjen, añades el azúcar, lentamente, a que se disuelva (unos cuatro minutos más a velocidad alta). El horno debe estar precalentado a 160° C. Luego los formas en charolas que cubriste con papel aluminio. A mí me gusta hacerlos con grandes cucharadas y picos pero también puedes formarlos con una duya. Los horneas a que sequen, no deben dorarse pero sí estar firmes. Luego puedes rayarlos con ganache de chocolate (chocolate derretido en baño María al que le agregas crema entera), o puedes rellenarlos con crema batida y frutas rojas. ¡Son buenísimos! No los hagan en lluvias.
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E c lipse s
El síndrome de Rimbaud Mariano Flores Castro México, D.F., 1948-2014 Nunca fue bueno en ciencias. Lo echaron de la escuela por travieso y por auscultar a sus compañeras de banca. Los castigos en casa menudeaban y a los quince años tuvo que mudarse a vivir entre lobos y chacales. “Serás un abogado, no un poeta” -le ordenaba su madre. “¿Escritor tú? ¡Sobre mi cadáver! -sentenciaba su padre-, prefiero verte muerto”. Pero él sabía de cierto que lo suyo era volar detrás de las palabras, esas alas huidizas que nos llevan, a enseñarlas a hablar en más sentidos,
iniciarlas en vicios teologales, jalarlas de las mechas, desnudarlas y enterrarles los dientes hasta el tuétano. Igual que el joven tenaz de nuestra historia todos hemos creído alguna vez en el perfecto ardid del desapego: “no me hacen falta el mundo ni las dudas, los poetas no establecen compromisos”. Pero el arte se paga con vida y el síndrome de Rimbaud tiene su precio.
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