La Otra 12

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 Guapi © Abdú Eljaiek | Colección del autor.


director general José Ángel Leyva subdirector Víctor Rodríguez Núñez (Cuba-Estados Unidos) editor Alfredo Fressia (Uruguay-Brasil) consejo editorial Jorge Bustamante | Jorge Boccanera | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Antonio Deltoro | Evodio Escalante | Jorge Esquinca | Juan Gelman | Hugo Gutiérrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Hernán Lavín Cerda | Carlos Maciel | Pablo Molinet | Carlos Montemayor† | José Emilio Pacheco | Begoña Pulido Herráez | Vicente Quirarte | Juan Manuel Roca | Uberto Stabile

Univ ersi dad Autónoma de Si nalo a rector Dr. Victor Anonio Corrales Burgueño secretario general Dr. José Alfredo Leal Orduño año 3 |núm. 12 | julio-septiembre 2011 Foto de portada José Ángel Leyva

consejo nacional aguascalientes Claudia Santa-Ana | chihuahua Jorge Humberto Chávez | distrito federal María Baranda, Víctor Cabrera, Miguel Ángel Flores, Grissel Gómez Estrada, Samuel Gordon, Eduardo Mosches, Lucía Rivadeneyra | jalisco Jorge Souza | michoacán Gaspar Aguilera | morelos Javier Sicilia | nuevo león Armando Alanís Pulido, Margarito Cuéllar | puebla Ludmila Biriukova | sinaloa Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Elizabeth Moreno Rojas | sonora Juan Manz | veracruz Silvia Tomasa Rivera | zacatecas José de Jesús Sampedro consejo internacional argentina Rodolfo Alonso, Cecilia Romana | australia John Kinsella | bélgica Stefaan van den Bremt | bolivia Eduardo Mitre, Mónica Velásquez | brasil Lêdo Ivo, Floriano Martins, Ana Rüsche | chile José María Memet, Jaime Quezada, Manuel Silva | colombia Rafael del Castillo, Pedro Alejo Gómez, Santiago Mutis, Amparo Osorio, Alfonso Peña | cuba Luis Lorente | ecuador Jorge Enrique Adoum†, Edwin Madrid | el salvador André Cruchaga | españa Rodolfo Häsler, Luis García Montero, Jordi Virallonga | estados unidos Margaret Randall, Katherine Marie Hedeen | francia Stéphane Chaumet, Eduardo García Aguilar | grecia Guadalupe Flores | islas canarias Juan Carlos de Sancho | italia Martha Canfield, Emilio Coco | luxemburgo Jean Portante | paraguay Jacobo Rauskin | perú Antonio Cisneros, Hildebrando Pérez Grande, Renato Sandoval | polonia Krystyna Rodowska, Gerardo Beltrán, Martha Eloy | portugal Rosa Alice Branco, Nuno Júdice | quebec Claude Beausoleil, Bernard Pozier | república dominicana Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa | rusia Andrei Kofman | suecia Lasse Söderberg, Ángela García | uruguay Luis Bravo, Gerardo Ciancio | venezuela María Antonieta Flores consejo de arte Octavio Bajonero | Pascual Borzelli Iglesias| Guillermo Ceniceros | Rogelio Cuéllar | Felipe Ehrenberg | Esther González | Graciela Kartofel | Samuel Vázquez La Otra. Revista de poesía, artes visuales y otras letras | Año 3, núm. 12, julio-septiembre 2011, es una publicación trimestral editada por Granises, Servicios Editoriales y de Comunicación, S.A. de C.V. en co edición con la Universidad Autónoma de Sinaloa | Aries No. 73, Casa 2, Col. Prado Churubusco, C.P. 04230, Delegación Coyoacán, Tel. 56978342 | www.indautor.sep.gob.mx, infoinda@sep.gob.mx | Editor responsable: José Ángel Leyva Alvarado | Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2011032210430500-102 | issn (en trámite) | Licitud de Título No. (en trámite) | Licitud de Contenido No. (en trámite), ambos otorgados por la Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación | Permiso SEPOMEX No. 010203 | Impresa por Exima, S.A. de C.V. | Panteón 209 Bodega 3, Los Reyes Coyoacán, C.P. 04330, México, D.F., Delegación Coyoacán. Este número se terminó de imprimir el 30 de agosto de 2011 con un tiraje de 1,000 ejemplares | Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación | Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.

dossier artes plásticas Julio Pomar diseño y formación Javier Curiel Sánchez página web www.laotrarevista.com


ÍNDICE

Poetas en Babel Elżbieta Zechenter-Spławińska | [Trad.] Krystyna Rodowska | 5 Pierre Joris | [Trad.] Joseph Mulligan y Mario Domínguez Parra | 8 Magnus William-Olsson | [Trad.] Ángela García | 13 Yorgos Rouvalis | [Trad.] El autor | 16 Meta Kušar | [Trad.] Pablo Juan Fajdiga | 20 Martin Glaz Serup | [Trad.] Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez | 24 Rita Dahl | [Trad.] Omar García-Obregón | 27 Fotografía Abdú Eljaiek Santiago Mutis Durán | Abdu Eljaiek, la rebelión apacible | 30 Yo poeta Hernán Lavín Cerda José Ángel Leyva | Hernán Lavín Cerda, el lobo sapiens | 43 Eduardo Casar | Sobre La belleza de pensar que la palabra perro no muerde | 55 Rodolfo Mata | Donde no se sabe si las palabras muerden, incluso la palabra perro | 59 Hernán Bravo Varela | Otra Teoría del caos | 65 Las visiones de Hernán Lavín Cerda en versos más o menos libres y en prosas casi profanas | 69

Poetariado Diego José | 74 Javier España | 76 Daniel Samoilovich | 78 Jorge Ariel Madrazo | 81 Cristian Aliaga | 84 Francisco José Cruz | 86 Juan Carlos Abril | 88 Rafael Espejo | 91 Juan Carlos Elijas | 93

Otras letras Jaime Echeverri | No es que me guste el juego (relato) | 97

Lengua de sastre Carmen Ruiz Barrionuevo | De animalarios y otras elecciones en la poesía de José Emilio Pacheco | 102 Marco Antonio Campos | Emilio Coco: entre el dolor y la ironía | 113

Artes plásticas Júlio Pomar Luis María Marina | Cronos en Pomar | 117

La cocina del artista Marta Chapa. Cocinar regio | 132

Eclipses Bernardim Ribeiro | [Trad.] Alfredo Fressia | 138

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© Abdú Eljaiek | Colección del autor.

 Villa de Leiva. procesión de Corpus, 1973

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Poetas en ba b el

Elżbieta Zechenter-Spławińska Polonia Traducciones del polaco | Krystyna Rodowska

Poeta, narradora y autora de libros para niños. Es maestra en Letras Polacas en la Universidad Jagellónica de Cracovia. Ha publicado 14 libros de poesía. Entre los últimos destacan Pod gwiaździstym niebem (Bajo el cielo de estrellas, 2004), y Grudka soli pod powieką (Un grano de sal bajo el párpado, 2008). Sus poemas han sido traducidos al inglés, alemán, ruso, húngaro y checo. Es también autora de una novela psicológica y de un libro conmemorativo dedicado a su padre, Witold Zechenter, un famoso escritor de Cracovia.

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Ratuję mojego mordercę chodzę z nim do lekarzy trzymam pod swoim dachem dzielę z nim stół i łoże jego ból jest mym bólem jego radość – moją radością Śpię z moim mordercą paktuję z moim mordercą z moim ciałem – które ma mnie zabić Pongo a salvo a mi asesino lo llevo a ver los médicos lo protejo bajo mi techo comparto con él la mesa y la cama su dolor es mi dolor su alegría mi alegría Duermo con mi asesino negocio con mi asesino — mi cuerpo— que tiene que matarme

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Nasze psy

Nuestros perros

Psy które wyszły na wieczny spacer cierpliwi towarzysze dziecinnych zabaw dyskretni świadkowie pierwszych | pocałunków piastunki naszych dzieci psy o tyle od nas mniej skomplikowane że rozumiały co to wierność która jest dla nas abstrakcyjnym | rzeczownikiem odmienianym przez losowe przypadki psy zazdrosne ale nie zawistne które umiały patrzeć prosto w oczy naszej samotności urodzeni komicy z pantoflem w pystku psy które nie przyjdą już na zawołanie

Los perros que salieron a pasear eternamente compañeros pacientes de nuestros juegos | infantiles testigos discretos de los primeros besos nodrizas de nuestros hijos perros mucho menos complicados que nosotros que entendían la fidelidad para nosotros no es más que un sustantivo | abstracto declinado por los casos del destino perros celosos pero no envidiosos sabían mirar directo a los ojos de nuestra soledad cómicos de nacimiento con una chancla en el | hocico perros ya no responderán a nuestra orden

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Recuerdo Tropiezo con los pensamientos que no me dejan seguir adelante veo sólo lo que recuerdo: una playa vacía sé que detrás de un árbol abatido yace una gaviota muerta todas las demás ni las recuerdo sólo quedó ésta ya sin fuerzas para tomar vuelo no la mires –dijiste la veo clara como estaba el viento intenta reanimarla gracias a ella oigo tu voz Se puede prescindir Se puede prescindir de todo Los difuntos prescinden incluso de la vida

A mi padre en el día de los Muertos Unos meses más y tu ausencia cumplirá 18 años alcanzará la edad madura podré conversar con ella como si fuese un adulto

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26. Presence (hudur) ‫روخحلا‬ always comes before the mirror reveals it.

Pierre Joris Luxemburgo / eua Traducción del inglés y notas | Joseph Mulligan y Mario Domínguez Parra

Es uno de los poetas mayores de Luxemburgo. A los 19 años se trasladó a los Estados Unidos y escogió el inglés como su lengua de expresión literaria. Vivió luego en Gran Bretaña, el norte de África y Francia. En 1992 regresó a Nueva York, y en la actualidad es profesor de la State University of New York, en Albany. Ha publicado más de cuarenta libros, entre los que se destacan sus poemarios The Fifth Season (1971), Trance/Mutations (1972), The Tassili Connection (1978), The Book of Luap Nalec (1982), Breccia: Selected Poems (1986), Winnetou Old (1996), Poasis: Selected Poems (1986-1999) (2001), The Stations of Mansur Al-Hallaj (2007), Aljibar, Aljibar II (edición bilingüe con traducción al francés de Eric Sarner, 2007 y 2008), y The Tang Extending from the Blade (2010). No menos valiosos son sus ensayos A Nomad Poetics (2003) y Justifying the Margins: Essays 1990-2006 (2009).

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It is the abstraction we live in. “A body is a sea, it is always in movement, always in movement, it precedes us and it follows us” (Adonis). The present is how we think of it afterward. Is the in-between we cannot grasp the barzakh we travel, archipelago of the everyday — except for the last & the one after.

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26. Presencia (hudur) ‫روخحلا‬

en otro lugar el ciclón ensalvaja2

siempre llega antes que el espejo la revele.

la geografía

Es la abstracción en la que vivimos. “Un cuerpo es un mar, está siempre en movimiento, siempre en movimiento, nos precede y nos sigue” (Adonis). El presente es cómo lo consideramos después. Es el inter-sticio que se nos escapa el barzakh que recorremos archipiélago del día a día

finamente circular. El Caribe y el Yucatán Brownsville, Texas el ojo arribará en 4 horas ¿polifemo? un ojo nos lee que no podemos leer fuliginosos los luceros nos escondemos

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—salvo el postrero y el subsiguiente.

en el orgullo fingido de viejos cálculos mas quien manda en el mundo es la meteorología

En El Corán (tr. Juan Vernet, Barcelona, Plaza & Janés Editores, 1993), Azora 23, Ayat 100, se dice: “¡En ti busco refugio, Señor mío, para que no se me presenten!”. En el anterior Ayat, el sujeto de “presenten" es "los demonios”. Irshaad Hussain afirma que “El Corán habla de dos resurrecciones que tienen lugar tras la muerte —la primera ocurre en el barzakh y la segunda en el juicio final […] En el barzakh se dice que el contenido de “lo que eres” se vuelve del revés y experimentas los contenidos de tus nafs (de tu propio ser) como un universo que te rodea. Como ocurre en un sueño, en el que miedos y ansiedades pueden tomar forma y apariencia, en el barzakh experimentas como realidades concretas, manifiestas, los hechos a lo largo de tu vida y la sustancia de tu alma”. Para más información, vid: http://www. islamfrominside.com/Pages/Tafsir/Tafsir(10-30).html. 1

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el mundo como nube no emparedado depresión

El drae actualmente no acepta este verbo. Sin embargo, en la entrada “BOQUIABIERTO-TA” del Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero

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y el anticiclón de Oeste a Este es movimiento un viraje hacia el norte agita nuestra pétrea

melena

presión atmosférica humedad relativa rigidez absoluta el sol solo sale y se pone sale y se pone sale y se pone papá papá ay que sí me casaré con tu hija turbulencia

sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua, dedicado al Rey nuestro señor Phelipe V. (que Dios guarde) a cuyas reales expensas se hace eſta obra. Compuesto por la Real Academia Española (Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1726) se dice lo siguiente (Tomo Primero): “Yo bien dexára a mi ſangrador eſpetado y boquiabierto á que ſe hartára de enſalvajar los ojos”. En el Diccionario nacional o Gran Diccionario de la Lengua Española, de Ramón Joaquín Domínguez (Madrid, Establecimiento Tipográfico de Mellado, 1840), la palabra significa “embrutecer”.

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L’heure bleue (Aljibar) es la hora en que todas las aves nocturnas descienden a la penumbra, y las aves diurnas aun no se mueven un silencio azul, el mayor de la noche una hora azul, la menor del día por venir, el presentimiento del día en advenimiento, 1 un perfume contra el cerebro, el benjamín de las horas, huele a bálsamo de benjuí, a bálsamo de benjoin, bálsamo Benjamín, (no azul de por sí un compuesto de cristal blancuzco o amarillento el nombre a la deriva como nunca, como todos lo están éste del árabe lubān ğāwī (incienso de Java, desde lo profundo de esta noche, en el azul de esta hora, sos el oxígeno de esta hora azul C14H12O2

El neologismo “not-yet-day” está basado en la estructura de “yesterday” (ayer) y/o “today” (hoy). Esta expresión semánticamente equivale a “el día que no ha venido todavía”.

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O dos Oh vos 2 Oxígeno para dos Hora azul para mí y para vos devolvé el himno de Shri Jayadeva a la bacanal de Krishna “Con Benjamín, la resina, traza una señal sobre las cejas perfectas… entre sus dos senos copas del firmamento las perlas de su collar conjuran el zodiaco. Mas la vía láctea es trazada por la savia de Krishna en la hora azul él es la abeja degusta la miel de ella estirado su torso y le dice: “¡Vení a pisotear mi corazón!” (¡que lleven así a cabo los errores de este Kali Yuga!

Aquí preferimos el voseo para replicar el juego fonético en la versión en inglés, juego que empieza con el símbolo químico del oxígeno “O2”, después transcrito en el léxico “O two”, es decir, “O dos”, para luego enfatizar la harmonía feliz entre “two” (dos) y “you” (vos). En conclusión, hemos empleado las formas verbales de “vos” para mantener consistencia. 2

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Magnus William-Olsson Estocolmo, Suecia Traducción del sueco | Ángela García

Magnus William-Olsson es un destacado poeta, ensayista, narrador, editor y traductor. Debutó en 1987 con el poemario O’. Ha escrito otros siete libros de poesía, siendo el más reciente Ingersonetterna (Los sonetos de Inger, 2010). También ha publicado tres libros de ensayos sobre poesía y poética y dos narraciones autobiográficas. Ha sido redactor de varias revistas literarias, y ha traducido tanto poesía clásica como poesía moderna (Safo, Antonio Gamoneda, Alejandra Pizarnik, Gloria Gervitz, entre otros). Es editor de W&W-Internationell Poesi, serie de libros de poetas vivos de todo el mundo. Sus poemas se han traducido a más de quince idiomas.

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Varför skulle jag inte tro på kärleken? Jag tror på den kärlek som går och sparkar i vänskapens aska som ett efterkrigsbarn. På kärleken som flammar upp i begär efter en natt i tårar eller under en natt med en riktigt svår bok på ett främmande språk. Förståelse? Nej, det tror jag inte på. Förening och återförening? Nej. Brinna i samma låga? Nej! Jag tror på kärleken i två sig om varandra slingrande lågor som tär varsin stock från olika träd. Jag tror på det annorlunda. På älskaren tror jag, på älskarinnan. ¿Por qué no creería en el amor? Creo en el amor que anda y patea en la ceniza de la amistad como un niño después de la guerra. En el amor que inflama el deseo después de una noche de lágrimas o durante una noche con un libro verdaderamente difícil en una lengua extraña. ¿Comprensión? No, no lo creo. ¿Unión y reunión? No. ¿Arder en la misma llama? ¡No! Creo en el amor de dos uno para el otro serpenteantes llamas que consumen cada cual leños de diferentes árboles. Creo en lo distinto. En el amante creo, en la amante.

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¿Qué dice Ezequiel?

He nacido He nacido bajo la estrella del cambio El signo de mi origen se cierra

Dice Que sólo lo que reconoces perdido puede ser verdadero. No en tu interior, porque tu interior es sólo tu exterior, sino en la realidad, la que dura más que todas las tablas de piedra en su constante recrearse. Cambian la piedra por el corazón, dice Ezequiel. En tu interior es piedra, en tu exterior piedra. Pero en la realidad es tu corazón y es de todos.

En su centro hay un espejo Yazgo simétrico entre signos Balanceado en el vacío del punto decisivo: blanco e inequívoco como niebla

Creer en el cuerpo. Vivir esta fe cuando todos se aferran al alma, identidad y futuro Ante la muerte poblamos todos una ciudad sin muros, dice Epicuro. No soy maricón, ni hetero, ni bisexual. Creo en un cuerpo más acá del cuerpo, una especie de sueño o un sensualismo violento, una verdad donde la lengua toca el ojo, donde la lengua toca el sexo, la verdad de las mucosas y de la piel. No estamos obligados a vivir con necesidades, dice Epicuro. Creo en el necesitar. La imperfección del cuerpo. ¿Qué es el placer? El placer no es evitar, no es poder, no es entregarse. El placer es soportar placer. Y siempre en una ciudad sin muros.

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Jerónimo y Agustín Pienso como Jerónimo que la mentira es un límite. Y un límite también es un lugar. Mas en tal lugar puede trazarse una línea, que hace que uno esté siempre en uno u otro lado, o en ambos ¡No! ¡Agustín dice que la mentira es esta línea! Creo en los no veraces, en los sin reglas. Sólo creo en el discurso que traza en sí la línea de la mentira, abrirse camino entre sonidos, gestos y asteriscos, “estrellas que alumbran el sendero” Creo en las traducciones, los chalaneos, los comentarios. Las verdades temporales. ¡Apretón de manos, no rúbricas! En la hora de la desolación Confiarás sólo en aquellos a quienes mentiste y en aquellos que te mintieron En la noche de la desolación la lámpara de Agustín se apaga Y cuando levantas tu rostro para dejarte besar de su verdad La máscara está vacía y la lengua actúa en la nada

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ΒΑΛΙΤΣΑ ΕΠΙΣΤΡΟΦΗΣ

Yorgos Rouvalis Atenas, Grecia Traducción del griego | El autor

Estudió Derecho, Sociología, Relaciones Internacionales e Historia Económica en Atenas y París. Es traductor al griego de varios escritores latinoamericanos. Ha publicado tres libros de poesía en griego y uno en español, dos libros de cuentos y una novela y un ensayo. Es autor también de dos libros sobre historia local. Fue profesor asociado en las universidades Nacional Autónoma (unam) y Autónoma Metropolitana de México. Es Secretario general de la Sociedad de Hispanistas Griegos. Profesor de Traducción en el Posgrado de la Universidad de Atenas (español-griego), en el Centro Europeo de Traducción ekemel, y de Historia y Literatura de América Latina en la Universidad Popular de la Etaireia Filon tou Laou.

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Όταν πηγαινε, ηταν γεμάτη, ψίσκα ρουχα, ψάρμακα, καλλυντικά, μπιχλιμπίδια, διάψορα δωρα. Άψου αδειασε, μισογέμισε πάλΙ. στο δρόμο για πίσω. Κουβαλάει, δύο τρία βιβλία, λογοτεχνιϰα περιοδιϰά, μία ταινία ϰαὶ πολλοuϚ δίσϰουϚ άπό την καλύτερη μoυσικη στον κόσμο. Άϰόμα κρατάει μέσα της, στιγμἐϚ εὐτυχἱαϚ, έρωτα, νὑχτες γεμάτες τρομπέτες, τὑμπανα, μια θάλασσα ὅπου λαμπὑριζε το μισὀ ψεγγάρι ϰαί λίγες ήρεμες ἀναμνήσεις.

Maleta del retorno De ida, estaba llena, al tope ropa, medicinas, cosméticos, cachivaches, multitud de regalos. Al vaciarse, quedó medio llena en el camino del retorno. Va cargando dos o tres libros revistas literarias, una película DVD y muchos discos de la mejor música del mundo. Además, lleva adentro en algun secreto rincón momentos de felicidad, de amor noches llenas de trompetas, tambores un mar oscuro en el que brilla una media luna y unos pocos recuerdos de tranquilidad.

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Sobre el valor práctico del Partenón La muchacha que creció dentro de la estrecha jaula de la dictadura anacrónica, en cierta isla no tenía ninguna posibilidad de salir. Su marido la había abandonado después de lograr escapar hacia América. Le quedó el amor a las letras, la cultura clásica, el Partenón. Y se asfixiaba, segura de que nunca podría tenerlo frente a ella siquiera por una única vez. La muchacha culta que creía en la filosofía, la democracia el espíritu antiguo tenía suerte: Nadie se pierde irremediablemente. Contó sus preocupaciones a cierto turista griego que sí tenía el diario privilegio con tan sólo desearlo, al levantar la cabeza de descubrir enfrente el Partenón —que tanto significa para todos nosotros Griegos y extranjeros—.

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¡Y lo logró! El turista era un luchador social, cabeza dura sensible, con sentido de justicia y del honor. Empezó una batalla para sacarla de la jaula y permitirle respirar. Ver al Partenón. Vivir. No era el sexo, ni tampoco el amor, lo que lo | motivaba. Solamente el “ya basta” del que se beneficia de las ventajas de la democracia y las desea para todos en todos los continentes. La muchacha que anhelaba conocer el Partenón y todo lo que simboliza durante seis años ya puede gozarlo o aburrirse de él. No importa. Vive en un país libre, gracias al joven cabeza dura. Y ahí está, entonces, que el Partenón (y todo lo que simboliza) todavía puede cambiar vidas.

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Tres señoras Vestidas de negro —o de gris, a rayas delgadas— se dan cita en la noche en la tienda del hijo de la más elegante para hacer su paseo. Viejas amigas, inseparables, ya viudas. Personajes de peso entre los notables de la ciudad, sus difuntos maridos contaban en nuestro microcosmos. Qué días de campo, carnavales, bailes, excursiones de pesca no habrán hecho ellas juntas. Se trataba de un grupo grande se encontraban siempre en el café de Katsigiannis, en el malecón —el ombligo del mundo, según el poeta local— cada día, para platicar, ellas; los señores, para jugar partidas de cartas —Bridge, con toda la seriedad de un asunto científico—. Cuántas reuniones y bailes... En los cumpleaños de los niños, fiestas locas. Durante el Carnaval, todos disfrazados. Siempre juntos rieron, lloraron, se hicieron viejos. Poco a poco se fueron haciendo menos. Primero se marcharon los caballeros después algunas damas. Hasta quedar sólo ellas tres, las viejas habitantes de Nafplio, perdidas, entre los fuereños, que ya dominan nuestra ciudad. La tercera siempre se tarda en aparecer... La cita era a las nueve, o nueve y cuarto —Ya me cansé de esperarla, ella siempre tan impuntual. ¡Ya vámonos, Katinoula! —Y las dos descienden hacia el malecón mientras, jadeando, pisándoles los talones, medio minuto más tarde aparece la Katy, siempre demorada. Dos cuadras más adelante se encontrarán las tres señoras vestidas de negro, viudas.

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Para su enésimo paseo por el malecón confundiéndose entre el mar de desconocidos que ignoran sus antiguas grandezas. Allá, cuando intercambiaban miles de “Buenas noches” durante el paseo nocturno. Nuestra ciudad cambió. Pero las tres señoras resisten todavía, Teodosía, Katinoula y Katy. Erguidas, bellas, elegantes damas de antaño paseando por el malecón.

Decadencia Las viejas obras maestras del cine antiimperialista sombras en blanco y negro, de la década de los sesentas, en movimiento —a tantos años luz de distancia— se han vuelto el decorado para los cafés postmodernos debajo de vetustos anuncios de Coca Cola y programas de conciertos del 39, o fotografías de grupos, sin leyenda que amenizan la atmósfera en la que putillas jovencísimas entretienen a viejos barrigones. Decadencia, decadencia del arte y La Revolución, y de los sueños que ambos simbolizaban.

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Svila in lan

Meta Kušar Liubliana, Eslovenia

Narejeno je bilo v detajle, do metulja, ki sfrfota v novembrsko sonce. Rekel je mir: Mir! Mir! Pa pride Hudobni in skušnjave postanejo prevelike. Ne samo ene. Vse. Veliko skušnjav. Same skušnjave.

Traducción del esloveno | Pablo J. Fajdiga

Nació en Ljubljana, Eslovenia, en 1952. Poeta y ensayista. Es autora de cuatro poemarios: Madeira (1993), Svila in Lan (1997), Ljubljana (2004), y Jasper (2008). Sus poemas han sido incluidos en numerosas antologías y traducidos al francés, inglés e italiano, entre otras lenguas. Un musical basado en su poesía fue representado en su país, Estados Unidos, Inglaterra e Italia. Desde 1980 ha colaborado regularmente en programas históricos y culturales para la Radio Nacional de Eslovenia y la RAI-Trieste. Ha escrito guiones de cine y dirigido películas como Our Jurij Souček.

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Seda y lino Fue hecho al detalle, hasta la mariposa que aletea al sol de noviembre. Él dijo: ¡Paz! ¡Paz! Pero viene el Maligno y las tentaciones se vuelven demasiado grandes. No sólo algunas. Todas. Muchas tentaciones. Tentaciones por doquier.

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Como frágiles enaguas antiguas susurran las alas. El alma nunca va despertando sola. Los ángeles vienen y le ayudan, como en el sacrificio, donde dispuestos sobre losas blancas y negras trabajan. En mi catedral, los lomos de los libros son claros y oscuros. Hacia allí se abalanzan los rubios y los morenos. Transformar el vino en vida o el pan en cuerpo no es obra de un solo hombre. Colinas antiguas bañadas con vino del Karst y envueltas en Sol. Los dioses locales se han puesto un río, un lago y otro río. ¡Aaah! Viertes honor en copas del mosela. ¿Por qué la tardanza tira las rosas a la basura? ¡Si no mueren en una hora! El ángel novicio estaba de sustituto y buscaba el índice. No se dio cuenta de que conocías los senderos. Como un pastel plegados, espolvoreados y | blancos. La sal del día comienza a la noche, y cuando ya amaneció salta a la boca. Hay demasiada en los ojos para que se abran los párpados. Porque corre agua desde la coronilla,

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dejo caer gotas de nardo sobre la palmas de mis | manos para que crezcan valerianas para mi alma. El volumen grande y ligero de los castaños anuncia el centro. A la mañana el viento crea alamedas, infla hayas y plátanos. Siento con claridad la calor que gotea de las nubes. De nuevo lágrimas. No son patriotas, pero son injustos. ¡Dios mío, cuántas lágrimas! Las gente alegre hace más estupideces que la triste. La gente triste las hace peores. La disertación sobre el ego y la segunda placa del | patriarca pueden clavarse una con otra en un minuto. A través de esta bufanda está calando el | sufrimiento. La que mira impasible es la desgracia. Algo me oprime. ¿Dónde están las minutisas? ¿Dónde están las diminutas cartas? Las cosas simples y caseras arruinan las experiencias al igual que la etiqueta. Cuando me apoyo en tu hombro siento dolor. Y al Creador.

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Dolor en el alma no es un alma enferma. El rey del dolor es intocable e independiente. ¿Dónde estoy cuando los acontecimientos te abruman? Jadeante, suspendida estoy del borde. ¿Inundará en junio la lluvia? Hay días a los que no reconozco. No existen. Mayo se está terminando y las peonías no han florecido. O amor e uma companhia. La lluvia va trasladando el alma. Y en los arbustos, mirlos. Oh, Portugal. Cuando en alguna larga noche de invierno exploro con el telescopio, la guerra se enardece. Una mirada así a la lejanía me estremece, quema el cabrito y el soufflé. El roscón arde. Está explicando cómo todos los cambios físicos tienden al calor. ¿Se descubren las leyes de la naturaleza? ¿Sabe que el amor estropea las estadísticas? ¿Sabe en qué dirección corre el mundo detrás de la casa? Es lo suficientemente pequeñillo para estar girando a su manera. En la memoria, cascadas de flores de saúco sobre richelieu blanco. Cucharilla de plata, oeufs farcis en variétés. Fettine al burro profumato. Scampi all aglio. Ludvik está golpeando el zabaglione.

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¡Oh! ¡Qué recuerdo! ¡Champaña! ¡No, esa no! Este mendigar es una locura.

Miro la fuerza que abre las rosas en el florero azul. Miro a un señor. Miro los kilómetros de senderos que van hacia el parque. Callado. Sin curvas. El palacio, desfalleciente. En cambio, el corazón, ardiendo, embebido de una nueva riqueza. ¿Cómo podría abrazarte en un palacio foráneo esta tarde? Así.

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Martin Glaz Serup Dinamarca Traducción del inglés | Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez

Es uno de los más reconocidos poetas jóvenes de Dinamarca. Ha publicado seis libros para niños, dos cuadernos de ensayos y seis libros de poesía. Entre estos últimos se destacan los poemas extensos El tráfico es irreal (2007) y El campo (2010). Fundó la publicación virtual de crítica literaria nórdica Litlive y editó las revistas literarias Apparatur y Hvedekorn. Enseñó escritura creativa en la Universidad del Sur de Dinamarca y en la Escuela de Escritura para Niños de la Universidad de Aarhus. Recibió el premio de poesía Michael Strung en 2006 y la Medalla de Oro de la Universidad de Copenhague por su tesis doctoral sobre poesía y estética relacional en 2008. Escribe para el blog www. kornkammer.blogspot.com.

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El campo Dette er et naturdigt der også handler om andet end naturen, der findes altså andet tre kolde drivhuse, deres fugtige industri, gule i tågen på marken, kan man have det sådan som marken, hvordan kan man identificere sig med den, med sådan et sted med en pløjet mark, et underligt åbent rum, en krop uden organer. Este es un poema sobre la naturaleza, que también se ocupa de otras cosas, otras cosas que de veras existen como tres invernaderos verdes, su fábrica húmeda, amarilla en la neblina del campo, donde puedes sentirte en el campo, cómo puedes identificarte con eso, con semejante lugar, con un campo arado, un espacio extraño y abierto, un cuerpo sin órganos. La presente traducción de fragmentos de El campo se basa en la realizada por Christopher Sand-Iversen del danés al inglés y que apareció en Estados Unidos en Ubu Editions.

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El campo debe hacer más ejercicio, lo sabe muy bien, no va al gimnasio, toma el coche al trabajo. El campo no sabe cómo haría tiempo para el ejercicio, el campo no entiende cómo los demás hacen tiempo para el ejercicio, lo que dejan a cambio. El campo dejó de fumar hace mucho tiempo, pero no fumar no es suficiente.

El campo pasa demasiado tiempo en Facebook.

El campo pasa demasiado tiempo mirando la tele.

El campo pasa muy poco tiempo haciendo ejercicio.

A veces el campo piensa que es infeliz de una manera benigna y ordinaria que lo hace feliz porque piensa que a lo mejor es perfectamente normal, y eso lo hace feliz porque piensa que las cosas podrían ser peores, lo que le da mucho miedo porque piensa que las cosas podrían ponerse aún peores, así que intenta pensar en otra cosa.

Al campo le encantaba bailar, beber y bailar, pero después de que alguien le tomó algunas fotos con su móvil en una fiesta del trabajo y las circuló, ya

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no es lo mismo. El campo se da cuenta de que está más inhibido.

Es risible, el campo cree, lo cual quiere decir algo medio extraño, que la repetición en sí resulta ser un tipo de placer, que es un placer volver a un lugar en que estuviste antes solo porque estuviste allí antes, que el mismo aroma o sabor, la misma vista, por segunda vez, en vez de ser trivial, es un placer.

El campo encuentra casi blasfemo acostumbrarse a la belleza de la naturaleza, que se la tome por dado, que se pueda dejar de fijar en ella. Que de pronto apenas se camine por la playa como si se tuviera que llegar a alguna parte, que ya no se aprecie la vista, las cimas blancas de las montañas sobre el horizonte, el mar tempestuoso. Que ya no se vea el color rojo intenso de las nubes en el ocaso, que simplemente se piense, bueno ya llegó el atardecer, o, que ya se terminó el día, o lo que sea que se piense a esa hora. El campo estableció una regla; cada día debe pasar al menos dos minutos mirando algo bello de la naturaleza solo por el propio bien de la belleza. El campo mide el tiempo con su móvil. Las hojas, los pájaros, las setas carnosas y llenas de colores sobre el suelo del bosque. Parece un poco tonto pararse a mirar así. Ya no recuerda la razón de todo aquello; una hoja, un pájaro, una seta, y así, y cada uno es, sin duda, bello, pero el campo tiene ganas de gritar, y qué. No será que todo es bello a su manera, si uno lo mira lo suficien-

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te. Tiene miedo de que alguien venga y lo encuentre mirando, que le pregunte qué pasa, que le pregunte si está bien, que le pregunte qué hace. No lo sabe.

El campo quiere cambiar su vida.

Pero el paisaje, con qué tenía que ver el paisaje, el campo tiene la sensación de que tenía una idea importante en relación con el paisaje que le acompaña, la memoria de una idea que tenía, ah sí, el campo se acuerda; el paisaje es una estructura muy democrática, eso es lo que pensaba, porque no hay nada a primera vista en el paisaje que sea objetivamente más importante que alguna otra cosa, todos los elementos son iguales en un paisaje – pero así será, el campo no está seguro, las cosas más grandes, el mar, la colina, el sol, el bosque, por ejemplo, no serán privilegiados en relación con las cosas más pequeñas, los carrizos, los juncos, la arena, las piedras, no, no, en realidad el campo no cree que lo sean, la arena que hace la playa, cada árbol del bosque, los pájaros de una bandada –y solos– son

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tan importantes, tan bellos, el murmullo de las hojas, pero entonces el campo vuelve a dudar, duda de que se le pueda llamar democrático, pues la democracia es una forma de gobierno, una forma en que todo el mundo tiene en teoría el mismo derecho de hablar y aunque la colina y el sol no sean más importantes que la hoja y la piedra no hay nadie que gobierne un paisaje, a lo mejor un paisaje sea precisamente la cosa con menos dirección que se pueda imaginar, piensa el campo, un paisaje no está en camino, un paisaje no experimenta intentos de golpes de estado populistas – y sin embargo: no, el campo no sabe lo suficiente sobre la biología, sobre la flora y la fauna o como quiera que se llame, no sabe lo suficiente sobre el cultivo y la producción para atreverse a seguir ese camino; en cualquier caso, los glaciales y las dunas vagabundas existen y se habla de la migración de los árboles y la corteza terrestre que se mueve tantos centímetros por año – cómo entenderlo a la luz de la democracia– el campo no sabe. Al campo le gustaría hablar con alguien sobre el asunto, pero con quién. Y cómo se iniciaría tal conversación, el campo no lo sabe. El campo quisiera que algo interrumpiera su introspección, que sonara el teléfono, que empezara a chillar la alarma de humo. Nada pasa.

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III. Minä kasvoin kadulle, siitä alkoi täysin uusi maa Minä kasvoin kadulle ja siitä alkoi täysin uusi maa. Jakaannuin loputtomasti kahtia, elinikäisiä ongelmia. Maattomassa maassa kuninkaat hallitsevat luvatta. Olin perehtynyt Raamattuun täysin päin. Minä, maa vailla kuninkaita. Pelkkä narri. Oli löydettävä se jota toiseksi kutsuu. Ruusu kasvoi kaupunkiin. Kaikki muuttui punaiseksi yön viimeisinä tunteina. Kuninkaat kutsuivat uskottujaan nimillä. Lehdet pudottivat lehtensä ilman varoitusta. Ikkunasta syntyy perspektiivejä, jokainen on oikea. On löydettävä hyvä paikka, katu, ja puu yläpuolelle.

Rita Dahl Vantaa, Finlandia

III. Yo crecí en las calles y ahí empezó un país completamente nuevo

Traducción del finés | Roxana Crisólogo

Rita Dahl es escritora y periodista independiente. Ha publicado cuatro colecciones de poemas, una biografía del poeta finlandés Jyrki Pellinen, y una colección de artículos de artistas visuales fallecidos a edad temprana y poetas jóvenes finlandeses. Editó la antología de escritoras de Asia Central, The Insatiable Furnace: Women Writers and Censorship. Se desempeña como vicepresidenta del pen club de Finlandia.

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Yo crecí en la calle y ahí empezó un país completamente nuevo. Me partí indefinidamente en dos, problema de por vida. En un país sin tierra los reyes gobiernan sin permiso. Me familiaricé con la Biblia con todo mi entendimiento. Yo, país sin reyes. Solo un bufón. Tuve que encontrar lo que se llama el otro. La rosa creció para llegar a la ciudad. Todo se enrojeció como a las últimas horas de la noche. Y los reyes llamaron por sus nombres a sus personas de confianza. Las hojas cayeron del árbol sin cuidado. Nacen perspectivas desde la ventana y cada una es correcta. Hay que encontrar un buen lugar una buena calle y un árbol donde guarecerse.

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El Halcón juega con la paloma El halcón juega con la paloma y la paloma se alegra sin saber que juega con la muerte. Cuando el halcón viaja a Ibara, los vientos lo empujan hacia delante y el halcón piensa qué bien, llegaré más rápido. Pero si el halcón no quiere quebrar su bandada, en el cielo hay espacio suficiente para todas las aves que quieran volar sin peleas. El jefe de los halcones alcanza hasta las gallinas más rápidas, ¿pero las salvará de la muerte? “Eso me sucedió antes” dijo la gallina más vieja que tenía las uñas del halcón clavadas en su espalda: animal que mira ahí y allá en el bosque, pronto será capturado por el cazador. No es fácil el rol del depredador porque el gato hace suyos ojos y nariz de la rana que es su presa. Ni los dueños de una jauría de perros podrían capturar al elefante. El perro sabe echarse cuando ve al tigre: solo el depredador tiene el poder de arrancar las hojas del calendario para ser exitoso y no perder la liebre. Las cabras son diferentes. Ella busca su pareja y por eso se deja crecer la barba; el macho cabrío dice que su madre tiene que parirlo y así él se convertirá en el esposo de ella. Y cómo trata la cabra a su dueño: ella se sacrifica cuando él se enferma y se vuelve a sacrificar cuando se cura y así infinitamente sigue su interacción con el amo, porque algunas relaciones ya se han formado en el nacimiento. La cabra sin embargo mira a su carnicero como si nunca hubiera existido. Dios olvidó recordar a la rana que debería tener alas. La rana en vez de endulzar la sopa abre sus brazos y piernas y se lanza: este es su carácter pero a pesar de eso el pez conoce mejor el río. Ni creas que la tortuga no respiraría bajo su caparazón: se escucha un susurro que la sigue cuando está de viaje y la casa va tras ella. Los animales son capaces de aprender:

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cuando la tortuga abre su boca para alimentarse, las bocas de sus crías también se abren y la tortuga pregunta: ¿no habrán escuchado de mi generosidad? Y qué tal las lagartijas: ¿por qué están echadas a lo largo del día, cómo pueden saber a quién le duele el vientre? Y los ratones: sólo cuando el gato está de viaje ocupan la casa por sí mismos. El mono que ha dejado caer nueces pensó dar un regalo a la tierra y a los seres humanos, pero estos solo piensan en quien le disparará al mono para molestarlo. Es difícil reconocer la amistad en la enemistad, y ni los deseos del mono son sinceros. En el momento siguiente hace su ropa pedazos: acordémonos que domesticar al perro tomó décadas.

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Abdu Eljaiek Santiago Mutis Durán

La rebelión apacible “Lo sencillo encierra el enigma de lo que permanece”. Martin Heidegger

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l trabajo de este fotógrafo calamarí tiene más raíz y más inocencia de la que el hombre de ahora quiere o puede soportar. Es noble y directo, con sencillez, como las palabras de esa niña misteriosa que fue Emily Dickinson: “Si consigo evitar que un corazón se rompa, / no he de vivir en vano”. Fácil de decir, incluso de sentir, pero todo se opondrá a que se cumpla una vida de tal “simpleza”. (Por eso su cumplimiento hará de la misteriosa sencillez algo... ¡heroico!). 1 En sus fotografías no se trata de registrar la vacua cotidianidad de la vulgaridad humana, como tal vez temía Jung de la abundante fotografía que comenzaba a cercarnos: “una conciencia pasiva, meramente perceptiva, o más bien un simple ojo... expuesto sin freno ni selección a la catarata turbulenta, caótica, disparada, de los hechos físicos y psicológicos...”. Los contemporáneos de hoy resienten en su obra la ausencia de “crítica”, el que no trabaje con “fragmentos, grietas, residuos, “La vastedad de lo sencillo entra de improviso en el hombre y requiere una larga maduración” (Martin Heidegger).

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harapos, escombros y conjuntos inorgánicos”: con la descomposición, la disolución, con “formas abortadas precozmente”, con la ambigüedad, lo siniestro... en fin, con las nieblas del Hades. Podríamos decir, utilizando una vez más las palabras de Jung –espero que no abusivamente– que Abdu quisiera “restaurar al hombre... despertando el recuerdo de la sangre”. En la moral bestial de hoy, esto es falta de visión, un retroceso... algo totalmente superado. “Tu alma morirá antes que tu cuerpo: ¡no temas ya nada!” Por eso, la más alta poesía es la que nos condena. Ante el brillante nihilismo actual, y la soez realidad en la que florece, muchos aún nos preguntamos: “¿Es posible crecer interiormente?” Todos sabemos que sí, pero la respuesta no forma parte del Gran Negocio2, como sí el dejarse arrastrar por la corriente, por la compulsión del consumo, la deformidad, el lujo, el dinero (a mayor insatisfacción moral, mayor es la “necesidad” de compensación económica), la exuberante corrupción, el embrutecimiento, la inhumanidad... Uno se acostumbra a todo cuando se ha alcanzado el grado exacto de resignación, nos dice Jung. En esta libertad que mutila, en esta atrofia En 1949 un documento de expertos (Naciones Unidas) nos dijo lo que sería el acelerado y doloroso desarrollo económico impuesto a los países subdesarrollados (nosotros): “Las filosofías ancestrales deben ser erradicadas; las viejas instituciones sociales tienen que desintegrarse; los lazos de casta, credo y raza deben romperse... y grandes masas de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso deberán ver frustradas sus expectativas de una vida...” Etc., etc. (Gerardo Ardila, conferencia, Universidad Nacional de Colombia, 2011).

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espiritual, esta malformación de los sentimientos y las emociones, “lo destructivo ha sido convertido en fin en sí mismo”. Es aquí en donde la personalidad y el trabajo de Abdu cobran sentido, capaz de contrariar todo este jolgorio apocalíptico, este bosquiano jardín de delicias. Abdu insiste en mostrarnos lo que ya no vemos, no queremos ver, porque no nos conviene: la firmeza de un ser, un Hombre honrado consigo mismo, maduro, erguido, con personalidad, capaz de expresión, responsable de sus actos, de autonomía, de vida vivida, de belleza interior, de humanidad... El orden, la composición, los valores formales de sus fotografías, son manifestaciones de su temperamento y valores humanos, valores que buscan amorosamente una imagen, y la sostienen; lo que sólo creemos “anquilosamiento en la tradición” (en palabras de cualquier curador de hoy: ¡ya entenderán!), son virtudes, su voz viva y su secreto, su núcleo, abierto al movimiento de ser; Abdu ve correr la savia de la vida y lo celebra; festeja la honda sencillez, que aflora desde la naturalidad y de la experiencia; sonríe ante la sorpresiva aparición del humor y nos deja ver todo el peso de la gravedad, de la trascendencia, y también la garra con que nos cava el tiempo... que misteriosamente circula en el centro de sus imágenes. Es así como Abdu rehusa encandilarnos con la búsqueda de noveda-

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© Abdú Eljaiek | Colección del autor.

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des o rarezas. Él hace síntesis, quiere la nitidez, lo afirmativo, y lo asegura con marcadas verticales y horizontales que fijan un mundo en imagen, pero no como un pobre insecto expuesto a la curiosidad que le ha quitado la vida, sino que sus imágenes respiran, se mueven: “el centro se halla abierto”. Abdu ha hecho que en sus fotografías el tiempo viva, se anime. Como diría un niño de cinco años respondiéndole a su maestro, “es cuando Dios nació”: el alma convertida en viento. La dignidad y nobleza que hay en sus fotografías, responden, pues, a la claridad de alma y de visión que él ha construido, primero que todo en sí mismo; ese es su carácter y su visión del mundo, de Colombia, de sus gentes y los pueblos, de sus paisajes, de los caminos, de sus artistas y, sobre todo, de sus mujeres. La autenticidad, el sello indeleble de la personalidad, la vida hecha a pulso, la belleza y la integridad, la entereza de quienes se han hecho a sí mismos, son las virtudes a las que responde su trabajo de fotógrafo, seguro, diáfano, equilibrado, teñido de honda y límpida admiración, de franca amistad, porque son las cualidades que él reconoce y hoy defiende más que nunca, pues las sabe amenazadas por una vida que ya no las valora, empeñada como está en un relevo de principios que ya no lo son más. No hay para Eljaiek más alto logro ni mayor tesoro que la luz de “un rostro”, una cultu-

ra, un temple capaz de trazar o asumir un destino, decididamente humano. Este asumir éticamente la vida es lo que esconden sus fotografías, el valor que todos vemos en su trabajo, en su gente, a la que nos hace ver con su íntima riqueza, con la franqueza de su ánimo. Repito, la claridad moral que recibimos de las fotografías de Eljaiek se debe a su libre y decidida elección, limpia de prejuicios, la cual lo aguzan ante esos momentos en que “se manifiestan efectos visibles de lo invisible” —como diría nuestro siempre asombroso I Ching—: “donde un acto es clara expresión de la actitud interior”. Aquí es donde nace el fotógrafo, porque él también necesita la vivificante fuerza de lo que encuentra. Por eso Abdu no exalta ni profana, no experimenta, no denuncia ni comercia con la realidad... simplemente encuentra, reconoce en la vida que vive cosas que protege: la alerta seriedad de un niño que en un instante se hace hombre (y ve que el sudor / es una corona grave), una muchacha que se sorprende ante el repentino encuentro de nuestros ojos, toda la edad de una montaña iluminada a cuyo pie hemos levantado nuestra abismada existencia, el alma en vilo de Camilo Torres, el brillante esplendor de un gavilán que desde el vuelo de su sangre acecha toda la sangre, la mirada nada terrenal de Alejandro Obregón, la suave belleza de una joven del campo que siente impudorosa

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la fotografía, un anciano del pueblo que conoce los rigores de su dios, el viento ( que “... relata / lo que es sin tiempo y sin ribera”), un puñado de días lanzados a la luz del azar, un viejo bosque de olivos que han olvidado la mano del hombre... “El camino [de campo] congrega todo lo que existe a su alrededor, y a todo el que por él transita le aporta lo suyo.... Amenaza el peligro de que los hombres de hoy permanezcan sordos a su lenguaje... A [quienes han perdido el camino] lo sencillo se les antoja uniforme, [y lo] uniforme hastía...”. La callada fuerza de lo sencillo, que es un bien adquirido, “se ha agotado”. Pero es allí, en el sencillo camino de campo, dice Heidegger, donde “madura la sabia serenidad”: “Quien no lo tiene no lo obtiene... Lo que es siempre lo mismo extraña y libera... oculta su bendición... Todo habla de una renuncia en lo mismo. La renuncia no quita. La renuncia da. Da la fuerza inagotable de lo sencillo”. Alguien o algo vela por sus criaturas. Tal vez un tiempo más perdurable, más genuino, más lento, como el “olor de la madera de roble”. Pareciera que Abdu no padece la oscura tiranía del tiempo –que nosotros llamamos libre albe-

drío–, ni su opresión ni lo mucho que sus manos deshacen, abandonándonos a un laberinto que sabemos ya sin misterio, y donde hallaremos, apenas, un tardío desconcierto. Para Abdu todo tiene un centro; tal vez por eso uno siente que sonríe. Para él, personalmente, no hay paraíso, probablemente infierno, en los ojos de quienes no quieren ver. Ante la malsana inconsistencia de una realidad que ha sustituido la civilización por la depredación –del hombre y de la naturaleza–, Abdu suprime la ordinariez, la provocación, la debilidad mental, el exhibicionismo, las ventas de cuerpo y alma, la vanidad y todas las rastreras “cualidades” del mercado de la imagen... Por eso fotografía a Eduardo Ramírez Villamizar, Héctor Rojas Herazo, Guillermo Abadía, Olav Rots, Rogelio Salmona, Ansel Adams... en la transparente responsabilidad de una vocación ascendiendo contra la corriente, que cae hacia lo más bajo Para mí está claro: estamos entre el Salvajismo y la Cultura; si hemos de responder con el don de la Imaginación, y con lo que nos resta de humanidad, entenderemos por qué Abdu Eljaiek jamás fotografió la brutalidad.

Santiago Mutis Durán | Bogotá, Colombia, 1951 | Ha publicado los libros: Tú también eres de lluvia; Soñadores de pájaros; El visitante; Afuera pasa el siglo; Relámpagos de la ciudad, Guillermo Wiedemann, Eduardo Ramírez Villamizar y Panorama inédito de la nueva poesía en Colombia. Es editor desde 1975, y dentro de esta labor ha compilado las obras de José Asunción Silva, Aurelio Arturo, José Antonio Osorio Lizarazo y Álvaro Mutis, entre otros. Ha sido subdirector de Procultura, fundador de la Revista Gaceta, director de publicaciones del Instituto Colombiano de Cultura y director del Centro Editorial de la Universidad Nacional de Colombia y la revista literaria Gradiva.

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 Alejandro Obregón, 1975  León de Greiff, 1968

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ď‚ Ansel Adams, 1974

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 Guillermo Abadía  Leonor Reyes, 1969  Edgar Negret, 1975

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ď‚ Rogelio Salmona, 1986 ď‚„ Camilo Torres, 1964

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 Marcel Marceau  Oswaldo Guayasamín, 1976  Héctor Rojas Herazo, 1967

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Hernán Lavín Cerda El lobo sapiens

Foto: jal, Ciudad de México, agosto 2011

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legó en 1973 a México. Cuenta Nora, su mujer y compañera inseparable, que Hernán Lavín Cerda hablaba sin pausas y enhebraba un discurso etéreo sobre las causas de la poesía y de los poetas en los momentos en que un grupo nutrido de intelectuales chilenos aguardaba el salvoconducto para su exilio en ese país hermano que su amigo y maestro, Pablo Neruda, definiera con precisión geográfica: Florido y espinudo. Lavín Cerda evadía así el acoso de una realidad dolorosa y trágica para quienes no podían permanecer más en Chile sin poner su vida en manos de una dictadura militar sangrienta. De un modo semejante lo recuerdo así, allá hacia fines de los años ochenta en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, donde yo estudiaba luego de abandonar la medicina. Hernán llegaba al salón de clases para hablarnos de Neruda y de Huidobro. Tomaba asiento. Cerraba los ojos y hacía una larguísima pausa antes de comenzar a exponernos la vida y la

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obra de esos dos colosos de la poesía universal, y no solo chilena. Así supe que Neruda le había dado la bienvenida al mundo de la poesía al joven versificador. Éste recordaría, según sus palabras, el día, la hora y el lugar del suceso. Años después, Hernán sería para mí una presencia recurrente en la revista Mundo Culturas y Gente donde fui editor y él un colaborador habitual. Luego vendría la revista Alforja y ahora con la misma fidelidad un aliado fiel en La Otra, que como él dice, siempre La Otra, la mejor. Sin duda, el poeta, narrador, ensayista y el alter antiego de Roberto Bolaño, el Mano Peluda, es un autor fundamental de Chile y de México y uno de los pocos que nos quedan con humor. En su casa de Coyoacán brotan estas preguntas y respuestas.

José Ángel Leyva

A estas alturas de la vida has pasado por el anhelo de la utopía, la dictadura en Chile, el exilio en México, tu decisión de quedarte a vivir aquí, el retorno

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de una derecha “light” en tu país de origen, ¿qué significado adquiere la idea de la patria? Para unos es la lengua, para otros la infancia, ¿qué ha sido y es ahora para el poeta Lavín Cerda? Es todo eso y mucho más. Y ese más allá se sumerge en la categoría del misterio. Infancia es decir respiración inaugural: el primer balbuceo, aquel de los orígenes, y acaso el último. De allí parte la travesía del todo y de la nada, como dirían los sabios del origen o más bien de los orígenes. Se oye mejor, ¿verdad que zumba mucho mejor en plural? ¡Orígenes! Nada más y nada menos. Sin duda que toda lengua es infancia, ¿o no?, con ese tono de interrogación que tanto le gustaba inconscientemente a Jorge Luis Borges. Brotaba de lo más profundo de su espíritu como aún brotan los milagros. Pero es mejor volver a la palabra patria: reunión de familias, ni más ni menos. Si las familias no andan bien por dentro y por fuera, es muy difícil que exista la Patria mayor en Chile, en México o donde sea. Creo ser un buen patriota en este aspecto: un poco más, un poco menos, aunque de pronto puedan desmentirme con buenas razones. Cuando algunos amigos médicos me aseguran que ciertos rasgos de violencia intrafamiliar se extienden en Chile como en México, además de un largo etcétera, uno piensa qué hicimos o no hicimos, o me-

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jor dicho qué estamos haciendo mal. Se me dirá no te preocupes. O para decirlo de otro modo: ¿Qué tiene que ver todo esto con la poesía? Entonces digo lo que vengo repitiendo desde el siglo pasado a mis alumnos de la unam: ¡Todo esto es la poesía y mucho más, naturalmente! Si el país no anda bien desde el seno familiar, cuidado, pues el gran riesgo desintegrador es un fenómeno digno de tomarse en cuenta. De cualquier modo, yo sobrevivo con la sospecha de que aún soy un optimista más o menos envidiable o tal vez repugnante, aunque no dejo de pensar que el futuro es nuestro, como les aseguro a mis siete admiradores, ¿setenta veces siete?, a pesar de nosotros… Recuerdo tu relato, en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, sobre aquel momento en que Neruda te reconoció como poeta y te dio la bienvenida al mundo incierto de la palabra. Me parece que el escenario era un cementerio. ¿Qué significó para ti ese momento memorable, y qué la figura de esos monstruos de la poesía como Neruda, Huidobro, Mistral? Bueno, ¿y qué me dices de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas? A partir de 1974 me incorporé como maestro a la Facultad de Filosofía y Letras, como bien recuerdas. Nos reuníamos con los alumnos en el salón 305, si no me falla la memoria, y al-

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guna vez nos fuimos de clase para asistir a una de las sesiones memorables de uno de los grandes maestros y estilistas de nuestra lengua: me refiero, como es obvio, a Juan José Arreola, que también daba su Taller de Creación Literaria en el tercer piso. No cabía un alfiler en su clase. Alguno de sus alumnos, por ejemplo, le dejaba sobre el pupitre un texto de creación poética en verso o en prosa. Arreola lo iba leyendo, paso a paso, sin prisa, y de improviso se habría un paréntesis y teníamos la impresión de que el maestro acababa de perder la brújula una vez más en alguna desviación aparentemente sin sentido. Pero la cosa era más profunda. Alguna vez, durante une mesa redonda in memoriam de Juan José Arreola, el no menos lúcido maestro Antonio Alatorre señaló con lucidez que las desviaciones semánticas eran sumamente importantes e iluminadoras. “Arreola fue una especie de genio cuando daba la impresión de que había perdido la brújula. Pienso que lo mejor de él eran esas alianzas o pulsiones semántico-rítmicas”. Demos un salto en el aire y viajemos al Cementerio General de Santiago de Chile. Transcurre aún, casi inmóvil, el año 1961. Estamos en abril o un poco después. Hoy sepultaremos a la inolvidable periodista y maestra universitaria Lenka Franulic. Los jóvenes de la Universidad de Chile me han encomendado que diga unas palabras de despe-

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dida; lo mismo le ha encomendado a Pablo Neruda la Sociedad de Escritores de Chile. También hicieron algo semejante el Colegio de Periodistas y algunos sindicatos de trabajadores. Cuando llega mi turno, yo leo con voz emocionada y temblorosa mi poema “Estás viva, Lenka”. Y al fin, cuando es el turno de Neruda, el poeta lee con su voz grave y aún más melancólica, aquel texto que se incluye en su obra póstuma Para nacer he nacido. “Hoy me puse corbata negra para despedirte, Lenka…” Fue imposible contener las lágrimas: imposible e inútil. Todos llorando por dentro, como los avestruces, y por fuera como aquellos románticos de Europa y no solamente de Europa. No había transcurrido una semana cuando Maruja, la esposa del pintor impresionista Camilo Mori habla por teléfono a mi casa para comunicarle a mi madre, doña Graciela Cerda D’Amico, que Pablo Neruda tiene interés en conocerme personalmente, y que sería bueno que nos viéramos a las 7 de la tarde de un jueves de mayo en la casa de un arquitecto amigo que vivía junto al Parque Gran Bretaña, y que si es posible lleve yo algunos textos míos para leerlos ahí. Cuando colgó la bocina del teléfono, mi madre estaba muy asombrada y feliz, y yo estaba más tembloroso que algún ángel de la guarda con temperatura altísima. “Está bien, yo voy y llevo algunos poemas, siempre y cuando tú

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me acompañes, ¿de acuerdo?” “Trato hecho, Hernancito”, dijo mi madre con una seguridad igualmente temblorosa. Llegó el día esperado y pudimos ver en cuerpo y alma al gran monstruo de la poesía en nuestra lengua. Llegamos al departamento del arquitecto y allí estaban Camilo Mori y Maruja Vargas; al poco rato aparecieron Neruda y Matilde Urrutia. Ella venía con un traje negro muy ajustado al cuerpo, al modo de María Félix, y con su cabellera rojiza y fulgurante, como alguna vez la pintó Diego Rivera. La Chascona de Fuego. Fue una velada inolvidable. Después de una cena liviana, Neruda imitó satíricamente a algunos sonetistas del Siglo de Oro de no muy altos vuelos. De súbito recordó a Francisco de Quevedo y Villegas, y dijo “éste es grande, acaso el más grande de todos”. Después recordó su estancia en México y habló de los tianguis, los juguetes populares, las frutas, el México luminosamente antiguo, el de los poetas y artistas plásticos, el de los orígenes y la poderosa mitología. Hay que estar allí, dijo, en ese México florido y espinudo. Ahora recuerdo a Pablo Neruda en un paso de baile no muy feliz, aunque gracioso por eso mismo, por la infelicidad corpórea; me refiero, como es obvio, al baile y nada más. No se le dio nunca esa gracia. “Yo me piso los pies sin mucha gracia cuando bailo”, le oí decir alguna vez. Al final de aquella tarde, se dirigió a mí pre-

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guntándome si yo podría leer algún poema mío en esa reunión. “¿Trajiste algo, muchacho?” Y yo, ni corto ni silencioso, aunque casi en sordina, dije sí. Claro que sí, don Pablo. ¿Quiere que lo lea? “Por supuesto, pero con mucho sentimiento y sin apresurarte. Adelante, pues”. Entonces leí un poema y luego otro y luego otro. “Bien, vamos bien, está muy bien, te felicito”. Se los pasé de inmediato y él los puso en las manos del pintor Camilo Mori, diciéndole: “Entrégaselos a Enrique Bello, el director de Ultramar, para que los publique en su revista. Después de eso, ya era de noche y se acabó la reunión en casa del arquitecto amigo. Al poco tiempo, dos o tres meses, aparecieron editados mis poemas en la revista. Fue una emoción indescriptible. Yo tenía poco más de 21 años. Desde ese instante ya no me detuve más dentro del espacio milagroso de la creación artística, y así sucede hasta el día de hoy. Un milagro, indudablemente, ¡un prodigio inexplicable de la voz que habla o tartamudea a solas, de relámpago en relámpago! Y aquel suceso no se interrumpe todavía. ¿Quién o quiénes hablan cuando uno escribe o murmura desde lejos? Pido perdón al respetable público: esos queridos lectores de La Otra, por haberme extendido más de la cuenta. Pero sospecho que soy así, de largo aliento, y acaso sin remedio en cuanto a medirme. Aunque pido perdón y

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más perdón, me sobrepaso a menudo. Pertenezco a esa familia de los grandes locos que tú mencionas: Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Jorge Teillier, entre otros. Todos ellos, y no sólo ellos, nos dieron patria, soplo cordillerano, libertad y soplo marítimo. Acabaron con las ataduras y el miedo al miedo. Siempre he dicho que hay que

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atreverse a atreverse, pero con conocimiento de causa. En lo personal, siento que desde no hace mucho están descubriendo la intensidad y los variadísimos registros de mi escritura o propuesta estética, modestia aparte. Dicen que el dicho popular dice: ¿Más vale tarde que tarde o tal vez nunca? Yo no lo sé de cierto: lo supongo. Me alargo mucho, soy una fiera de salón o mal criada. Al modo de algunos místicos

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tartamudeantes y luminosos de la familia de Eugene Ionesco, yo me alargo peligrosamente mucho. ¿Oh animal repugnante de alumbramientos casi visionarios? ¿Ven ustedes cómo me estoy alargando más que Raimundo Contreras en su partitura rokhiana y delirante? Podría extenderme mucho más alrededor de Nicanor Parra, quien dijo al publicarse mi libro Neuropoemas en 1966, que era una especie de bomba atómica en formato pequeño. (Libro de pocas páginas como Cambiar de religión o Nuestro Mundo). Ah y el querido Gonzalo Rojas, otro maestro deslumbrante. ¿Qué modo de hacer una amalgama entre Charles Baudelaire, William Blake, San Juan de la Cruz, la Mistral, De Rokha, con pulsaciones de Francisco de Quevedo y cortes violentos o desviaciones de cintura, poéticamente hablando, al estilo del inolvidable pugilista Sugar Ray Robinson o del insólito poeta suicida Paul Celan. Qué pulsiones rítmicas y cuánto zumbido temperamental el aquel chorro kármico de su poesía, a riesgo de caerse por aquí o por allá, como todos nos caemos mientras bailamos en la cuerda floja de la siempre enigmática Poesía. A pocos años de tu arribo a México, en 1977, la UNAM publicó tu antología Ciegamente los ojos (1962-1977). Tenías 37 años, según mis cuentas, pero con una obra basta. Abundancia y di-

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versidad de registros son rasgos evidentes en ese libro publicado por Juan García Ponce. ¿Cuáles eran las ausencias de esa muestra poética? No creo que en esa antología aparezcan muchas ausencias, pero quién sabe. Hay una fundamental: está el mundo geográfico en el que me tocó vivir durante mis primeros 37 años, como muy bien lo apuntas. También las huellas sentimentales. Sin embargo, aquella raíz geográfica va quedando en la lejanía. Hay entonces una emoción recogida a la distancia: una emoción que va mestizándose paso a paso con nuestra experiencia desde México, esta nueva patria que nos ha visto renacer. Cuánto dolor y hermosura en el nuevo amanecer auditivo, sensorial, paisajístico y comunitario. Los dioses del México más arcaico no me dejarán mentir. Debo informar que Rubén Bonifaz Nuño y Ernesto Mejía Sánchez (este último escribió el glosario), me ayudaron muchísimo en la edición de Ciegamente los ojos. Maestros muy queridos y generosos. Toda mi gratitud estará siempre con ellos. “Todos los ojos de una mujer” marca el arranque del mencionado libro y quizás de tu obra, es decir, la segunda persona del singular: la otra, la persona amada. Luego amasas el material poético con la primera persona y la tercera.

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¿Qué sentido y peso le das a la alteridad en tu poesía? Lo cierto es que el fenómeno de la alteridad se dio en mí desde siempre. Lo mismo ocurre con los géneros literarios. Yo escribía simultáneamente poesía, narrativa (cuentos, relatos, fragmentos de novela, ensayos, crónicas periodísticas, entrevistas). Y esto cuando aún vivíamos en Santiago de Chile, ese país donde parece que uno nunca termina de llegar, como alguna vez le oí decir con agudeza al poeta y narrador Álvaro Mutis. Con respecto a las voces es la misma historia: de pronto estamos en la primera persona del singular o del plural, así como podemos caer en la segunda o la tercera. Desde algún tiempo, dicha alteridad tiene nombres, género y apellidos distintos. También van apareciendo los alias, que no son pocos. Ciertos títulos de mis libros de poesía son una prueba indesmentible: El pálido pie de Lulú (1977 y 1979), La sonrisa del Lobo Sapiens. Antología Poética (1995), Divagaciones del pequeño filósofo (2005). Lo mismo sucede con mis novelas o libros de relatos (sin duda que todos surgen del vientre materno de la poesía, es decir del Arte de la Palabra). He aquí algunos títulos: Historia de Beppo el Inmóvil (1990), Memorias casi póstumas del Cadáver Valdivia (1996), Historia de aquel verano en Valparaíso (1997), Los sueños de la Ninfálida (2001), La novia

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de Italo Guastavino y otras provocaciones (2001), La muerte del Capitán Carlos García del Postigo y otras ficciones (2005), así como la novela-río La Rinconada de la Luna (en prensa). En todas estas obras aparece la otra voz, es decir la poesía, pero encarnada en una multiplicidad de personajes. Para que se dé aquel correlato objetivo del que hablaba con sabiduría T.S. Eliot, es necesaria la aparición de voces encarnadas a través de personajes de carne, espíritu y hueso. Y todo desde el profundo crisol de la payasada física y metafísica. En los tiempos más recientes, los alias se multiplican sin tregua. He aquí algunos: el Lobo Sapiens, la Mano Peluda, el Señor de los Cielos, Jack Livi, Cayo Valerio Lavín Cerdus, el Socio, el Archimandrita (así me rebautizó Manuel Silva Acevedo, poeta muy destacado en mi generación), el Monje Loco, y un etcétera que podría aumentar al menor descuido… “Metamorfosis de Roberto Bolaño” es un poema donde se aglutinan esos tiempos verbales. Bolaño es el interlocutor, el sujeto de quien se habla, y a veces da la impresión de que eres tú mismo en la región infra de la palabra, en ese México donde el caos adquiere sentido y orden, casi como estar bajo el volcán. Háblame un poco de ese poema y del personaje. Diste una vez más en la región más electrizante y convulsa, mi querido José

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Ángel Leyva. De poeta a poeta, te confieso que Roberto Bolaño fue un artista de la palabra en erupción permanente. En tal sentido, un nieto de Pablo de Rokha, aunque no con la potencia convulsa y torrencial de aquel macho anciano. (Aquí evoco a la distancia la obra inicial de De Rokha Los gemidos (1922), así como El canto del macho anciano y la Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile, esos largos poemas medulares del autor de Satanás (1927), Escritura de Raimundo Contreras (1929), y Jesucristo (1933), entre una larga lista). Así es, la procesión va por dentro, así es. En las páginas de Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego, aquel volumen donde vienen algunos textos de tu seguro e inseguro servidor entre otros, creo que somos 11 latinoamericanos, no recuerdo muy bien, aparece la misma temperatura escritural. Aquel libro de culto que preparó Roberto Bolaño, lleva un prólogo, sí, un poema-prólogo de Efraín Huerta y un epílogo de Miguel Donoso Pareja. Tú hablas de la región infra de la palabra y tienes toda la razón. Había que abrir las compuertas y encontrar otros caminos para una nueva sensibilidad, y así fue ocurriendo en todos nosotros, paso a paso. La nueva convulsión de una especie de barroco, a veces, o de pulsiones rítmicas más o menos breves e igualmente convulsas: De Rokha, Vallejo, el Neruda de las Alturas de Macchu-Picchu, Gonzalo Ro-

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jas y Nicanor Parra. Roberto Bolaño, a su modo, siempre dijo que Parra fue lo máximo para el gran vuelo de la poesía de nuestra lengua durante el siglo XX. Volviendo a mi texto poético sobre Bolaño, te digo que surgió en un arrebato de naturaleza medular: ciertamente, voy transfigurándome en aquel Roberto con su temperamento que también aparece en mis escrituras desde siempre. Nunca olvidaré al escritor argentino Antonio Marimón, que vivió entre nosotros aquí en México: “Vos sos loco, Hernán, no tenés remedio”, y Antonio Skármeta diciéndome casi lo mismo, y Álvaro Mutis en esa misma cuerda: “Lo que pasa es que todos los poetas chilenos están locos, y tú eres uno de esos locos”. ¿La cuerda locura de la poesía chilena con corbata o sin corbata? El amor y el humor son dos fuertes presencias en tu obra poética. Entre esas dos experiencias culturales que son México y Chile, ¿cómo han sucedido tales impulsos o energías en tu poesía? Quizás ayude la cita del poema “La mística del objeto sexual”: “Me gustaría ser el místico concupiscente”. La verdad es que no sabremos nunca qué estuvo antes: “¿Su Majestad el Amor o Su Majestad el Humor?” ¡Vaya uno a saber! A mí se me da en la temperatura del oído más profundo esa fiesta embrujante y muy fértil. Yo escribo

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Además del místico que hay en ti, también está presente el descreído y el sabio, el demótico y el encorbatado, el contemplativo y el denunciante, pero no el iracundo, el envidioso, el codicioso. ¿Cómo convive Hernán con tales potencias o debilidades humanas? Si lo que dices aparece realmente desde el fondo de esta persona mía que aún desconozco, y que, por cierto, no es mía, porque al fin nada es de nadie, me doy por muy bien servido, como decimos en este México tan antiguo, tan doliente y tan festivo. ¡Ay, Chihuahua, parece que en estas últimas

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© Pascual Borzelli

a través de pulsaciones o más bien pulsiones eyaculatorias, como los antiguos vanguardistas del romanticismo, sin olvidarme nunca de cierto equilibrio clásico. Erupciones, pues, del realismo sin fronteras. ¡Cuánta maravilla, ohhh my God, cuánto movimiento sublime de cintura para que aparezca al fin el Arte de la Palabra! ¿Más del semen que del seso? Sepa Dios. Estoy hablando del semen semántico, soberanamente, como es obvio. Así nos vamos entonces, de convulsión en convulsión y a lágrima viva, cantando a media voz, vallejianamente, pero jacarandoso como el jugo de tomate mezclado con jugo de mango y siete gotas de chile, ¿setenta veces siete?, como les hubiera gustado decir a José Alfredo Jiménez y a Lucho Gatica.

líneas me está saliendo el verso sin esfuerzo, ayyy, Chihuahua! Sospecho que otra vez me desnudas en público, hermano, o más bien mano, para decirlo a la mexicana ¿Descreimiento y sabiduría? La verdad es que no lo sé, puede ser, yo no me opongo. Pero recordemos cómo palpita en nosotros la pregunta inevitable: ¿Quién o quiénes piensan o escriben cuando uno escribe? Demótico y encorbatado. Qué júbilo. Me suena a los mejores momentos de aquel gran demiurgo que fue y es todavía Ramón Gómez de la Serna. Y acerca de las corbatas, sólo puedo decirte que desde que se inventó el botón de la camisa, no tie-

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nen mucho sentido, pero la verdad es que sí lo tienen. Alguna vez le oí una disertación espléndida a nuestro querido Fernando del Paso, refiriéndose al arte de las corbatas. Fue durante la Feria del Libro de Bogotá, hace ya varios años. Fernando venía de una visita a Santiago de Chile, si mal no recuerdo, y ofreció una charla memorable acerca del ejercicio literario: la novela, el cuento, el ensayo, la poseía. Del cuello de su camisa colgaba una corbata de amplio espectro: una especie de pintura picassiana donde predominaba el ocre y el azul y algunas gotas rojas sobre una especie de mar tempestuoso en amarillo. “A mí me encantan las corbatas porque no sirven para nada y sirven para todo, como suele ocurrir con las obras de arte, sobre todo las pictóricas. Toda corbata es inútil, por fortuna, y en eso reside su utilidad, es decir la plenitud de sus poderes”. Acerca de la envidia, la iracundia y la codicia, me atrevo a decir lo siguiente: te van matando esas “virtudes”, antes de morirte del todo. Si de cada uno de nosotros no quedarán al fin ni las benditas o malditas cenizas, me parece muy patético y muy estúpido cultivar el “arte” del endiosamiento y de la envidia.

Es un misterio. Todo es y fue un misterio desde los orígenes. Como tú sabes, el Milagro de la Otra Voz apareció en mí durante el mes de septiembre de 1960, allá en Santiago de Chile, y llegó para quedarse. Yo no quería escribir poesía, pero el misterio de aquella voz apareció en toda mi figura con la potencia de un milagro. ¿Genio y figura hasta la sepultura, guardando todas las distancias, como es obvio? Ay, madre mía que vas y vienes volando de cielo en cielo, ¿cómo no voy a creer en los milagros, entonces? Aquel vértigo del que hablas no es más que el arrebato o más bien la temperatura de la creación. Bellísimo lenguaje nuestro de cada día, sometido desde lo más profundo a la potencia cada vez más energética de la bendita y misteriosa creación. Haces la “Alabanza de la respiración” en tu libro Nuevo elogio de la locura. Hay una especie de reconciliación con la naturaleza y quizás con esa parte inevitable, destructora, del hombre: “En el vientre de toda ballena hay un precipicio”, nos dices para ver más allá de la crueldad. No obstante, refieres la sobrevivencia ¿de qué, de quién, para qué?

Entre la aventura y el reposo, tu poesía parece decantarse más en y por lo segundo. Pero hay vértigo, desde luego. ¿En dónde, cómo lo elaboras, con qué material?

Esa obra mía fue escrita desde la convulsión y la gracia más profunda. Aún pienso que es un libro fundamental, sí, una obra de fundamento, modestia aparte. Javier Sicilia lo señala en un

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artículo fraterno, muy lúcido y generoso que publicó en la revista Siempre, a fines del siglo XX. El libro fue editado por el Conaculta en 1998, dentro de la colección Práctica Mortal. ¡Cuánto dolor en el cuerpo y el espíritu de Javier, el poeta y humanista de gran altura! Tuve la fortuna de conocer a su padre, don Óscar, filósofo, cristiano de vuelo y soplo. En este libro se incluye mi texto “La música de Hölderlin”, que tuve la fortuna leer durante un recital en La Sebastiana, aquella casa de Pablo Neruda en uno de los cerros de Valparaíso. Debo decir que don Óscar Sicilia aparece nombrado más de una vez a lo largo del poema. Hay un misterio en todo esto. ¿Por qué razón el espíritu de Óscar Sicilia navegando (Óscar=Javier) en las aguas de “La música de Hölderlin”? Es un poema escrito desde la convulsión del trance ontológico. Me atrevo a pensar que todo ese libro fue compuesto de ese modo. En mi prólogo se dan algunas luces relacionadas con el fenómeno de la escritura en trance. ¿Quién y desde dónde me dictó esos poemas en verso y en prosa, oh Dios mío? ¿Quién o quiénes? Sospecho que al final de la pregunta, tú también estás tocando en carne viva los límites de aquel temperamento interior. Lo digo con tus palabras de poeta en trance de obtener visión perdurable, como tal vez hubiera

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dicho Eliseo Diego: sobrevivencia “¿de qué, de quién, para qué?” Por último, mi querido Hernán: la escritura es en ti un proceso transversal, pues escribes poemas, novelas, ensayos y cuentos. ¿Cómo conviven los géneros en tu disciplina autoral, en tu deseo, en tu vida y en la poesía? Escribo por pulsiones físicas y metafísicas, a lo médium, así es, mediumnicamente. Alguien me va dictando desde los cielos de arriba y los cielos de abajo, a veces de un modo casi infernal. Arthur Rimbaud y no sólo Arthur, han bailado, bailan y seguirán bailando en la pista a menudo mágica e invisible de este mismo baile. Hasta aquí llego. Podríamos perder la razón si continúo deslizándome por este camino. Los fantasmas de los maestros Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva me observan desde el más allá y sonríen al modo de Federico Fellini, aquel gran poeta de la cinematografía mundial, el mago, sí, oh demiurgo nuestro de cada día, el más auténtico payaso en su combustión infinita. Y no olvidemos lo inolvidable: todas las escrituras, más allá de los géneros, esas escrituras más o menos temperamentales y testamentarias, brotan y seguirán brotando del vientre materno de Su Majestad la Poesía.

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Foto: cortesĂ­a del poeta

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Sobre La belleza de pensar que la palabra perro no muerde

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o estoy muy orgulloso de haber conocido a Hernán Lavín Cerda, de ser su contemporáneo, su colega y su amigo. Me da mucho gusto que un escritor de tan altísimos vuelos y antenas y profundidades sea profesor de nuestra Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Eso sí que es agarrar lustre para una institución. Aunque sucede que cuando uno convive con genios les deja de ver lo genial. Decía Goethe que si el arcoiris durara más de 15 minutos todos dejarían de verlo. Recuerdo una vez que José Luis González, tal vez el narrador más importante de Puerto Rico, profesor también de nuestra Facultad, presentó un libro y solamente estábamos unos siete desbalagados. No importa: ya se darán cuenta los otros 993 que no estuvieron. Creo que en todos los países de lengua española hay magníficos poetas. Pero a mí la tradición de la poesía chilena me resulta deslumbrante. Hay grandes locos del lenguaje en la poesía

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chilena, grandes salvajes, francamente. Pablo de Rokha, Neruda, Huidobro, Gonzalo Rojas. Afortunadamente el Fondo de Cultura ha publicado antologías de algunos poetas chilenos menos conocidos pero igualmente buenos. Gonzalo Millán, por ejemplo, autor de un extrañísimo rosario de poemas titulado “La ciudad”, quien logra con los más parcos recursos, algo así como un mínimo común denominador, un efecto extraordinario. Y se encuentran también antologías de autores más jóvenes. Pues en esa estirpe salvaje se inscribe Lavín Cerda. Siempre original. Siempre audaz. Siempre muy él. Recuerdo haber presentado hace algún tiempo su novela El sueño de la Ninfálida y haber asistido la edición de Locura de Dios y otras visiones, donde ya andaba Hernán molestando a Dios, uno de sus personajes favoritos. Debo decir que éste es el libro que más me ha gustado de los que le he leí-

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do. En él se confirma que la escritura es para Lavín Cerda un juguete rabioso. Creo que aquí ya deplanamente se deschavetó Hernán y que arrastró consigo a todo el lenguaje y la imaginación posible. A ver qué nos deja a nosotros, los otros escritores-profesores. Pocas veces he disfrutado tanto un libro. Va uno de sorpresa en sor presa (con perdón de Sor Juana). Es un libro raro, a-genérico… ¿O qué son estos textos? Son lavincerderías. Voy a citar algunas de las que he subrayado para que sirvan de fundamento a mis adjetivos laudatorios. Hay muchos textos que aparecen como conversaciones. Con Jesús Gardea, Borges, Edmundo O'Gorman, Amadeo Morán, el peluquero de la familia, y otros. Ocurren en cualquier lugar: “El antropófago es el consumidor que se come al consumidor, me dice Ramón Gómez de la Serna durante el sueño. D acoord, me parece muy bien, le digo mientras voy despertándome de sueño en sueño. Seré al fin el antropófago que sólo se atreve a devorar el cerebro múltiple, aquel cerebro imprevisible y multíparo de Gómez de la Serna”. Algunas son como anotaciones de un diario imposible: “Se me agotaron las conexiones neuronales y prometo guardar un minuto de silencio infinito. Que los dioses de la Antigüedad nos perdonen, algún día. Ya me voy a dormir sobre la alfombra del color de la primavera, sólo por amor a la columna vertebral”. Pequeñísimas vueltas de tuerca, giros negros, hacen el tono desenfadado de Lavín Cerda: desconstruyen columnas que van solemnizándose, como añadir después de que los Dioses nos perdonen, el tímido “algún día”. Como para darles

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tiempo a los pobres dioses y como para relativizar lo olímpico del reclamo. Como cuando doliéndose de cómo amuela el dolor de muelas dice: “Lo muelen a uno estas muelas donde jamás habitaron el sentido común y la concordia. Sin aviso alguno se pudre el espíritu santo y profano en el laberinto radicular de los dientes y las muelas. De pronto, aguda como el estilete de un escorpión de naturaleza encendida, la pulpitis avanza y nos da en la torre sin misericordia”. Oigan cómo ese “dar en la torre” es el escorpionazo verbal decisivo del texto. Su cauda oral, su rasgo palmer definitorio que trastoca la gráfica y electrocardiograma al texto. Como todos los productos, nuestros productos literarios tienen un peso bruto y un peso neto. Solamente que ese dato no viene en la etiqueta de la fachada del libro sino que es cada uno de los lectores el que debe ir subrayando, subrayándose, para distinguir un peso de otro. Va uno, pues, anotando las netas. Como esta que le dice Gandhi a Hernán: “Soy Mahatma Gandhi, un espíritu muy antiguo, y debo decirte que nada de lo que hay en este Mundo nos pertenece. Nosotros Le pertenecemos. Entonces, ¿para qué preocuparnos por nuestros miedos? Podemos estar preocupados por nuestros bienes, pero no como propietarios sino como administradores”. Ahora bien: tampoco voy a dedicarme a clasificar a estos textos que tan pacientemente desclasificó su autor. Pero sí quiero pedirle que, entre los textos que lea después, lea el del dedo cordial que toca de improviso una tecla gris “y fue polvo la escritura”, que está en la página 40. Lavín Cerda anuncia hasta una nueva teoría cósmica: “Más allá del círculo infinito de los sie-

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te cielos, las pulgas elevándose en sus ratones y los ratones elevándose a partir de la urdimbre de sus pulgas, han instaurado una nueva galaxia donde nada es imposible. Hay dioses que se comunican con los ratones a través de las pulgas, y hay pulgas que se alumbran por dentro y por fuera, luego de comunicarse con los dioses a través de los ratones”. Díganme ustedes si el poeta no está jugando. En muchos de los textos aparece brincando esa frescura de los niños cuando inventan y se mueven y contestan y hacen voces. Eso no excluye al profundo lirismo: “Bastaría con tocar tus párpados, la humedad de tus párpados una vez más, sólo una vez, y se completaría, virtuosamente, el círculo del tiempo”… ¿eh?... como para unas últimas palabras. Lavín Cerda ha crecido en México hasta desbarajustarse; viene desde “el sótano cada vez más

luminoso del exilio” para plantarse en este libro que debe ser regado por la lectura despreocupada y conmovida de sus afortunados lectores. “—Mamá, ¿quién fue Dios? —Ni Dios lo sabe, hijo mío. ¿Por qué no apagas la luz y sueñas con otra cosa más estimulante y menos esquiva? —Mamá, ¿sólo las plantas nucleares dan frutos atómicos? —Deja de atormentarme, hijo mío. ¿Por qué no apagas la luz y sueñas con Maribel, la gordita del 301?” Después de estas pruebas ejemplares podemos concluir que Hernán Lavín Cerda se ha transformado en un ser completamente inverosímil. Cierro con un texto tuyo, Hernán Lavín Cerda: “Digan lo que digan, serás eternamente un objeto volador no identificado”.

Eduardo Casar | Escritor, poeta y guionista. Nació en la Ciudad de México el 6 de marzo de 1952. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Desde 1975 es profesor de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado los libros de poemas: Noción de travesía (1981), Son cerca de cien años (1989), Caserías (1993), Mar privado (1994), Grandes maniobras en miniatura, es su más reciente libro, ganador en el 2009 del Premio Internacional de Literatura Letras del Bicentenario “Sor Juana Inés de la Cruz”. También ha escrito algunos cuentos para niños: Las aventuras de Buscoso Busquiento (1994). También la novela Amaneceres del Húsar (1996).

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Donde no se sabe si las palabras muerden Incluso la palabra perro

Foto: jal, Ciudad de México, agosto 2011

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on Hernán Lavín Cerda: lúcido trovador de pie quebradizo, un poco lento en el aire de sus reflejos múltiples, con esguince de lengua y muy hechicero, qué Drácula el Sabidillo, el muy muy, qué vampiro tan celestial, blasfemo de ficción y santísimamente visionario, qué vicioso y virtuoso el muy mamón, tan clásico y elegante. Vaya falta de respeto, me dirán, presentar así al poeta Cayo Pompilio Lavín Cerdus, mejor conocido por su seudónimo Lobo Sapiens, con el que tantos programas de circo ha firmado, tantos scripts metafísicos, tragicómicos, metatrágicos, en los que hemos actuado, me dirán a coro sus personajes: Pablo Neruda, Ramón Gómez de la Serna, Juan Rulfo, Andrei Tarkovski, Mahatma Gandhi, Jesucristo y la abuela Odilia D’Amico, entre los que gritan más. Y yo trataré de defenderme gritando a mi vez “es él, es él, fue él quien lo dijo, sólo olvidé decir que lo citaba”, pero todo será inútil porque Hernán,

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ese Lobo, ese Sapiens, habrá entonces blandido su barba de ruso, y disfrazado se habrá escabullido entre la multitud de sus otros yos, esos que multiplicándose sin descanso “hablan, tal vez piensan, sienten, suspiran y escriben” (12). “Sobrevivimos en la herejía del Yo” (21) afirma Hernán y nos deja pensando que todos y cada uno de nosotros, no somos uno, sino muchos, como él, y que de vez en cuando es estimulante pensar que la unidad en la que creemos no es más que una herejía, que nos permite sobrevivir. Quizá también por eso recomienda: “Olvídate del agobio, la bruma de tu nombre, para que puedas renacer en espíritu, sí, renacer en vuelo carnal transfigurado en espíritu!” (101). Hernán ­—le corregiré al que así se describió— no es mamón; es irónico, satírico, sarcástico y dentro de todo ello un poco melancólico. Teatral, sí, como debe ser: gusta de verse en el espejo pero no para admirarse narcísicamente, sino para verle la cara a sus otros yos y reír-

Rodolfo Mata

Hernán Lavín Cerda, La belleza de pensar que la palabra perro no muerde (visiones más o menos estimulantes), Facultadde Filosofía y Letras UNAMEdiciones Eón, México, 2009, 209 pp. Leído en la presentación del libro en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el sábado 26 de febrero de 2011.

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que, a la manera de la prosa, cuya extensión individual no pasa de dos páginas. Hay pequeños relatos, notas de un diario personal, homenajes directos y oblicuos a distintos artistas, aforismos y textos de diversa índole en los que se mezcla lo testimonial, verídico y serio, con lo ficticio, delirante, irreverente y jocoso, textos generalmente de “doble fondo”, como el ataúd del vampiro Lavín Cerdus, que está más vivo de lo que él pretende. ¡Cuidado, puede morderlos! Me parece que justamente de aquí proviene el curioso título del libro, uno de los más largos en la extensa obra de Hernán: La belleza de pensar que la palabra perro no muerde. Su explicación aparece en el primer texto, “Historia de la palabra perro”, en el que se narra un episodio aparentemente autobiográfico. En el invierno de 1957, en que Hernán tenía 18 años, su abuela Odilia D’Amico, en su vieja casona de Viña del Mar, le cuenta cómo su pobre amiga Filomena Lombardo debió soportar la mordedura de un perro imaginario que se convirtió en palabra. Hernán advierte contra la apariencia inofensiva de este perro, ya que la mordedura está en el aire y la víctima puede ser cualquiera. Al preguntar por la suerte posterior de la mujer, la abuela pone los ojos en el océano y, mirando a lo lejos, dice que “desapareció del Mundo para siempre, llevándose más allá del vértigo de su piel, aquella mordedura de la palabra perro” (9). Sin embargo, esta explicación es, desde luego, uno de los fondos del doble fondo que tienen los textos de Hernán. Si sustituyéramos la palabra perro por la palabra poesía, mucho se ganaría en el ámbito de la reflexión filosófica en torno a la poesía, pero se perdería mucho también en el campo de la ficción y de la gracia. El otro fondo es que la palabra que muerde no

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© Pascual Borzelli.

se a carcajadas de ellos, porque “cultiva la idolatría de la duda” (21). Hernán no asume una voz profética ni se adjudica el papel de vocero de la humanidad. Es un testigo privilegiado, un “aprendiz de filósofo destetado antes de tiempo y profundamente arrepentido” (70), que piensa que la “cátedra puede ser la muerte de todo pensamiento audazmente vivo” (73). Y cuando digo que es privilegiado es porque Hernán tiene esa facultad poética de ver las cosas de diferente manera, esa facultad de interrogar a la realidad, directo y a la cara, sin rabia, con cierta sorna y perplejidad, como casualmente, por accidente. Nos dice así: “Sin duda los guantes son los zapatos de las manos” (61), o “Sólo en esta vida somos inmortales. En la otra, sin saber cómo ni cuándo, seremos cómicos en la pista principal de algún circo pobre. Los más atrevidos, Cómicos de la Lengua” (81), o “El mayor defecto de muchos locos, desde la época más antigua, es no haber enloquecido como Dios manda: jubilosa y totalmente” (91). Para Hernán la poesía es un espacio en que sobreviven los locos de la otra voz (13). “No es esperar aquello que estamos esperando, como lo soñó Friedrich Hölderlin”, dice Hernán, “la poesía es una muchacha hermosa que va directamente al blanco: una muchacha más ciega que hermosa. Una muchacha más profunda que el espacio por donde avanzan las líneas del firmamento” (19). Y es entonces cuando vemos a la muchacha, le queremos poner nombre y finalmente la dejamos ir, con la esperanza cierta de que aparecerá de nuevo. Sin embargo, el libro que ahora aquí nos reúne no es exactamente un libro de poemas, aunque, como podemos apreciar en las citas que he hecho, la poesía está muy presente en él. Se trata de una colección de textos breves, dispuestos en blo-


es la palabra perro, ni la palabra poesía, es el hecho mismo de la poesía, de la vida de la palabra. Un epígrafe de Antonio Porchia, que Hernán utilizó en su libro Música de fin de siglo, antología que el Fondo de Cultura Económica publicó en 1998, contribuye a explicar por qué las palabras muerden: “Lo que dicen las palabras no dura. Duran las palabras. Porque las palabras son siempre las mismas, y lo que dicen no es nunca lo mismo”. Así, el vampiro Hernán, quiere mordernos para con-

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tagiar ese gusto por la poesía, ese juego constante con las palabras, esa espontánea habilidad para alterar su orden y poder decir con mañosa ingenuidad: “Transfigurarme por dentro y por fuera, con inocencia infantil y mucho entusiasmo, hasta ser finalmente un inteligentonto de verdad” (55). Quizá uno de los relatos más divertidos sea el que comienza con “Jamás podré olvidarme de Pablo Neruda en aquellos versos de ‘Walking around’, uno de los poemas de Residencia en la

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tierra: ‘Sin embargo sería delicioso / asustar a un notario con un lirio cortado / o dar muerte a una monja con un golpe de oreja’” (55-57). Parece que los versos son inolvidables porque el poema es maravilloso, pero resulta que Hernán, en el relato, sale a las calles de Coyoacán, en el otoño de 1975, y va a la carnicería El Último Suspiro. Ahí le venden una oreja de vaca, en medio de una conversación delirante entre la duda de si es izquierda o derecha, de vaca o de buey, y la certeza de que hará un buen caldo. Acto seguido, Hernán se dirije a la iglesia de San Juan Bautista donde acecha a tres monjas, se acerca a una y la golpea en el cráneo con la oreja, en medio de una gritería. Como es de esperar, para darle, claro, realismo al asunto, aparecen tres policías, que lo encierran por tres días, condena de la que ni la Santa Muerte lo librará. En la cárcel le darán caldillo de oreja y ante la pregunta de por qué lo hizo, responde: “es culpa de Neruda”. Esta irrupción de la fantasía en la realidad, la lleva a cabo Hernán de muchas otras maneras. En el relato anterior, Neruda no aparece, pero en otros hará aparecer a una serie de fantasmas: Juan Rulfo lo saluda desde un árbol en las inmediaciones de la librería El Ágora y le dice: “Apenas salgo a la calle y me digo: ¡Qué perfección en la parodia del infierno” (17); Cioran aparece y desaparece bajo la lluvia en el Jardín de Luxemburgo y cuenta una anécdota de una señora odiosa que se hace pasar por descendiente de los muertos en la guillotina (18); O’Gorman lo saluda desde Veracruz y le recuerda que “El escepticismo es la más alta prueba de la confianza en uno mismo” (20); Ramón Gómez de la Serna se le aparece en un sueño y le dice: “El antropófago es el consumidor que se come al consumidor” (26) y Rosamel del Valle desde una

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nube ámbar le recuerda: “No olvidemos que necesitamos acumular muchos relámpagos para morir” (19). Y no sabemos si Hernán está citando escritos de sus fantasmas, si los conoció personalmente, si les rinde homenaje de esa manera, o si se trata de invenciones suyas. En otras ocasiones, sabemos que Hernán cita, porque no hay una escena montada en torno que parezca trasladar lo dicho al terreno de la ficción. Le agradezco, por ejemplo, las siguientes palabras de Julio Ramón Ribeyro: “Conocer el cuerpo de una mujer es una tarea tan lenta y tan encomiable como aprender una lengua muerta” (41). En otros momentos, Hernán nos ofrece retratos ficcionalizados, estampas del carácter, como sucede con los poetas Eliseo Diego, Eugenio Montale y Jorge Teillier (97-99). Algo similar sucede, de una manera muy conmovedora, con el diálogo ficticio que sostiene con Roque Dalton, en Praga. Pero no pensemos que Hernán se limita al universo literario y que pretende literaturizar la existencia. Sus conversaciones imaginarias, sus citas verdaderas o verosímiles, sus alusiones, incluyen el mundo del espectáculo y los medios masivos. Aparecen desde Pedro Vargas, El Samurai de la Canción, José Alfredo Jiménez y Omara Portuondo, hasta el Chapulín Colorado, Harry Potter, Brozo, la Tigresa y Carlos Salinas de Gortari. El cine también está muy presente con sueños en los que aparece Tarkovski diciéndole “Aprende a reír y ríete, con algo de piedad” (15), con momentos en los que Hernán se postula personaje de Almodóvar al borde de un ataque de nervios (12), o escenas de Angelopoulos en que hay un niño y un caballo moribundo en la nieve (59-60). Incluso la noticia tiene su lugar, como sucede en el lamentable caso del asesinato de la doctora Carmen Gutiérrez de Velasco (89).

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Y en esta singular bitácora también hay espacio para los recuerdos y un especial lugar para el tema del exilio, “un fenómeno muy útil”, dice Hernán. Chile aparece en su momento anterior al golpe de 1973, con escenas en Santiago previas a la salida de Hernán y de Nora rumbo a México. Valparaíso y la casa de la abuela Odilia figuran también. El tono de estos textos tiende hacia lo lírico como cuando el poeta nos dice: “Amanecí en mi casa de Bellavista 220, no muy lejos del río Mapocho y del Museo de Bellas Artes. Aún estamos en la primavera de 1957, en aquel Santiago de Chile, con gorriones muy inquietos, palomas azules y zorzales pardos, rojizos y blancos. Amanecí casi invisible: así me amanezco todavía” (129). O cuando le dice a Nora: “Sospecho que aún estoy en mí, en lo que soy, besándote en aquellos labios, en la luz de tu cuello, y en aquellos párpados desde 1957. Todo fue como una epifanía en aquel Parque Forestal de Santiago de Chile. Sospecho que aún estoy en mí, que aún estamos donde

estamos: no sé tú, me haces mucha falta, mucha falta, no sé tú. Aún me haces mucha falta cuando estás conmigo, aunque no, nadie nos vio en la belleza de aquella luz tan húmeda como tu piel, aunque no, tal vez nunca, nadie sabe todavía dónde estamos [...] ¿Te acuerdas del primer beso a los pies del castaño cuya luz tuvo alas y nunca tuvo pies?” (141). Como hemos podido apreciar, Hernán construye sus textos entre el recuerdo, la cita —siempre insertada como vivencia personal— y la divagación, la digresión alucinada y alucinante, a manera de breve narración, en cuyo desarrollo aparecen momentos de singular iluminación, provocaciones, dudas, zancadillas metafísicas que se resuelven en la risa, sombría o solar. Podría continuar paseando por el libro de Hernán, con perros o sin perros, pero mejor dejo que ustedes lo hagan, como se dice en la tele, desde la comodidad de su hogar. Sólo no olviden que la mordedura está en el aire y la víctima puede ser cualquiera.

Rodolfo Mata | Ciudad de México, 1960. Poeta y ensayista. Es autor de los libros de poesía Ventana de vísperas (Universidad Veracruzana, 1989), en colaboración con Gustavo Jiménez y Ricardo Fiallega, Parajes y paralajes (Editorial Aldus, 1998), y Temporal (cnca, 2007). Ha traducido y prologado a autores brasileños como Haroldo de Campos, Paulo Leminski y Rubem Fonseca. Recientemente publicó las recopilaciones Alguna poesía brasileña. Antología (1963-2007) (2009), De Coyoacán a la Quinta Avenida: José Juan Tablada, una antología general (2007) y el prólogo a las memorias de Manuel Maples Arce (UV, 2010). Mantiene el sitio José Juan Tablada: letra e imagen (www.tablada.unam.mx).

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Otra teoría del caos

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punto de cumplir ochenta años, Octavio Paz cumplió el capricho, largamente acariciado en su obra poética, de definir el amor. Según La llama doble, el amor es “la apuesta, insensata, por la libertad. No la mía, la ajena”. Aún y siempre devorado por las últimas llamas del surrealismo, Paz no veía en el amor un ejercicio aparejado de los derechos y responsabilidades íntimas que exige la esquizoide democracia actual, sino una servidumbre voluntaria del yo que garantice plenamente la libertad de segundas y terceras personas. (Una suerte de “feudalismo ilustrado” o, si se quiere, un novísimo amor cortés, a cuya breve consumación carnal le sigue una perdurable inflamación del espíritu.) La poesía hace una apuesta semejante por la libertad bajo palabra, sensatamente insensata, de las personalidades múltiples que nos habitan y del yo ajeno, ávido de especulaciones frente al espejo de cuerpo entero que los otros son para

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él. En forma simultánea y contradictoria, la poesía se vuelve soberana del sentido cuando se somete al mundo y sus lugares comunes; el mundo, al par, se vuelve un digno súbdito del sentido cuando somete a la poesía y conquista sus terrae incognitae. Alabanza del amor (2010) no es sólo una antología poética más de Hernán Lavín Cerda (Santiago de Chile, 1939), sino una historia natural de aquellas mutuas conquistas. Desde 1962, año en que publicó sus primeros poemas (algunos de los cuales integran esta Alabanza…), Lavín Cerda ha investigado a través del verso, la prosa y el versículo, la cultura, los mitos fundacionales y, desde luego, las peripecias de la poesía y el mundo, esos “pueblos en vilo” que una noche se invadieron el uno al otro y ya no hubo forma de distinguirlos entre sí a plena luz del día. Quizá de ahí provenga el singular (o, mejor dicho, plural) apetito de nuestro autor por las biografías poéticas o los retratos literarios.

Hernán Bravo Varela

(Texto leído durante la presentación de Alabanza de amor, el jueves 12 de mayo de 2011.)

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Foto: cortesía del poeta Ernesto Cardenal (a la izquierda), Hernán Lavín (a la derecha), Santiago de Chile, octubre de 1971.

En tal jet set, lo mismo cabe la brasileña Nonata Pedroso, mística voluptuosa (“Algunos dicen que Nonata Pedroso nació en Pernambuco, / y ella jura que tuvo relaciones / con el espíritu de Nuestro Señor Jesucristo / sobre el abismo de luz de una cama ortopédica”); Silvia Peregrino, joven apóloga, entre socrática y tanguera, de los besos brujos (“Me llamo Silvia Peregrino, estudio letras hispánicas, acabo de cumplir 25 años y todavía no sé besar con furia casi mística, como dicen que besaba mi abuela Fabiola Casanova…”); la “profunda y belicosamente orgásmica” Pamela López Powell, de 57 años, radicada en Brooklyn, que un irreflexivo Sócrates, un hedonista Mallarmé, un Saint-John Perse desencantado de la exhuberancia de su obra, un

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Roberto Bolaño que le ladra románticamente a la luna menguante de su vida, o Lavín Cerdus, altermundista ego, bufón de la Corte de los Milagros. Pero no todo aquí es historia, sino idilio. Y, como todo buen idilio, el de Lavín Cerda es salvaje. De ahí que su respiración sea entrecortada: “Cuando hablo de la respiración —escribe el poeta en el prólogo a su propia antología—, me refiero a la que aparece y desaparece, aquella que tiene el poder de alimentar, desde su escondite, a las voces interiores que al fin van configurando las vidas y las muertes, la inquietante y prodigiosa supervivencia de la poesía…” De ahí que sus poemas tengan una extensión tan inesperada e indefinida como contrastante, a la manera de los valles y

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crestas de un electrocardiograma: menos el asma de Gonzalo Rojas o Lezama Lima que el gemido de san Juan de la Cruz o los berrinches de José Alfredo Jiménez. “Escritura coloidal o proteica, politonal —prosigue Lavín Cerda en el prólogo antes citado— que tiende a retroalimentarse a través de la energía generada por sus propias ramificaciones.” Su amor por la poesía, el mundo y Nora, su mujer, es cegador, sanguíneo y, como lo definió Lavín Cerda, proteico. (¿Cómo no serlo si el amor que inventa al otro en libertad debe también, como pedía Rimbaud, reinventarse, engendrarse sin fin?) Un amor parecido al que Pedro Salinas contempla en el laboratorio de física cosmológica de los siguientes versos: Vamos, a fuerza de besar, inventando las ruinas del mundo, de la mano tú y yo

por entre el gran fracaso de la flor y del orden. Y ya siento entre tactos, entre abrazos, tu piel, que me entrega el retorno al palpitar primero, sin luz, antes del mundo, total, sin forma, caos.

Lavín Cerda, paparazzo, cuyo flash verbal ilumina el oscuro espectáculo humano “para que las cosas brillen por primera vez (…) en una atmósfera de esplendor ontológico”, según nos recuerda el propio autor. Lavín Cerda, rockero de última hora que no canta, como reza el título de una antología suya, una “música de fin de siglo”, nostálgica e inocua, sino la música de un nuevo milenio. Yo me uno también a la estruendosa alabanza que la sigue: el Caos, es decir, el Origen.

Hernán Bravo Varela | Ciudad de México, 1979. Poeta, traductor y crítico literario. Obtuvo, en 1999, el Premio de Poesía de la revista Punto de partida y el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino. Ha publicado los títulos Oficios de ciega pertenencia (1999, 2004) y Comunión (2002). Junto con Ernesto Lumbreras realizó la muestra crítica El manantial latente. Poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002 (2002). Coautor del libro de ensayos Xavier Villaurrutia:…y mi voz que madura (2004). Fue becario del programa Jóvenes Creadores del FONCA, en el área de poesía (2004-2005) y también lo ha sido de la Fundación para las Letras Mexicanas, en el área de ensayo (2005-2007). (hbravov@hotmail.com)

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Foto: cortesía del poeta Con Nicolás Guillén. Universidad de Chile, 1963.


Las visiones de Hernán Lavín Cerda en versos más o menos libres y en prosas casi profanas

Desnuda de la cabeza a los pies Desnuda de la cabeza a los pies, menos el audaz y melancólico ombligo, Minerva Coppola baila para mí, más solitaria que nunca, la Danza del Tubo con un virtuosismo insólito y obstinadamente pentecostal. —Eres más enigmática y sensual que la madre del Diablo, a quien tuve la dicha y la desdicha de conocer durante la última primavera —dije con una sonrisa que parecía venir del otro mundo—. Yo nací en uno de los cerros más misteriosos de Valparaíso, pero vivo en California sin saber ni el cómo, ni el qué, ni el cuándo. Sospecho que nunca sabré por qué sobrevivimos en el sur de California. Confieso que tal vez nunca llegaré a saber dónde está el enigma de la Danza del Tubo. Si así ocurre finalmente, no podré decirte a media voz: “Confieso que he vivido”. Sin embargo, no pierdo la esperanza de hacer algún día contigo lo que la primavera hace con los cerezos. ¿Te gusta o no te gusta el perfil de mi discurso? De cualquier modo, tú eres más enigmática y sensual que la madre del Diablo, a quien tuve la dicha y la desdicha de conocer durante la última primavera.

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—Cuánto virtuosismo insólito en tus palabras, válgame Dios, cuánto virtuosismo obstinadamente carnal o espiritual, que al fin es lo mismo de lo mismo —dijo ella con una sonrisa que parecía venir del otro mundo—. Voy desnuda en los pies y en la cabeza, soy como soy, voy desnuda en la cabeza y en los pies. Lo único que no aparece en el aire es “el audaz y melancólico ombligo”, como tú dices con gran sabiduría. Sospecho que los Estados Unidos de Norteamérica no podrán sobrevivir a la Danza del Tubo. Ellos están condenados a la tortura no muy envidiable de Su Majestad el Tubo. Transcurre el tiempo y Minerva Coppola sigue bailando para mí, más solitaria que nunca, la Danza del Tubo con un virtuosismo insólito y obstinadamente pentecostal. Me parece que los Estados Unidos. Aún sospecho que los Estados Unidos de Norteamérica. Me parece al fin que los Estados Unidos de Norteamérica no podrán sobrevivir a la Danza infinita del Tubo.

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Metamorfosis de Roberto Bolaño (1953-2003) Desnacido y casi en los huesos, fuma que fuma, se lo fumaba todo, al Mundo y al Inframundo, incluso a Dios y al Diablo, cuando yo lo conocí sin conocerlo nunca, a los veinte años de su edad, más agudo, socarrón y eléctrico que un colibrí en el aire de su rabiosa y cruel incertidumbre. Le gustaba mucho más el crepúsculo vespertino que la tibieza del esplendor del mediodía: siempre fue más infra que el Inframundo, aunque no supiera muy bien dónde estaba el Inframundo. Contra todo y contra todos, lejos de Dios y de la Academia no sólo de la Lengua: como francotirador, tuvo una puntería inconmovible para disparar contra el ojo único en la frente del pianista, que era él mismo, con la más agria belleza de su leche tan suya. Algún día estuve en Barcelona y no fui a verlo: me gustan, ¿cómo negarlo?, y no me gustan los poetas más “malditos” que noctámbulos: ya no hay malditos de verdad en este Mundo o en aquel Inframundo: se me enrosca y se me sube en su espiral la pituitaria, tiembla en lo más profundo de mí el Gran Simpático y me viene el sueño a lo bestia, un sueño a menudo ingobernable. Recuerdo que se burlaba de casi todo, bendito sea, y de improviso podía enterrarnos, biliosa y fraternalmente, el cuchillo por la espalda: pobre niño tonto, menos lúcido que tonto, por fortuna, ¿en qué piensa uno cuando dice por fortuna?

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¿Cómo, por qué, cuándo? Ni él mismo lo sabía, mientras iba mordiéndose el hígado a flor de piel, no hay hígado que no sea de pronto un cadalso, sí, a flor de bilis y más bilis, con aquella ternura y soberbia insuperables, como desde un precipicio aún más hondo que la hondura de Dios. Lo dijo mejor que nadie en “El burro”, aquel poema que aparece y de súbito desaparece de su libro Los perros románticos: “Me subo a la moto y partimos Por los caminos del norte, la cabeza y yo, Extraños tripulantes embarcados en una ruta Miserable, caminos borrados por el polvo y la lluvia, Tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos Y ventiscas de arena, el único teatro concebible Para nuestra poesía”. Vete al Diablo con tu metamorfosis, Roberto, aunque el Diablo, como aquel Dios, seamos nosotros, los que tal vez nunca te olvidaremos, a pesar de todo. Descansa en paz o, si lo prefieres, no descanses en paz o en guerra, y sigue tu camino de animal romántico, más de romántico que de animal perruno y hasta la próxima, no te olvides, con dinero o sin dinero, para decirlo al modo de José Alfredo Jiménez, quien anda todavía por el Mundo y el Inframundo como tú, detrás de un hígado de repuesto, la víscera casi inmortal, el higadillo del fervor y el entusiasmo. Echaremos los hígados a favor tuyo, en tu nombre, esperando que del manantial aparezca el invisible conejo de luz, aquel milagro de la resurrección, ¿dónde estuvo la herida?, de una vez y para | siempre.

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¿Otra vez el Premio Nobel? Discúlpenme, pero no quisiera recibir el Premio Nobel por segunda vez. Pienso que sería muy peligroso para mi pobre y a veces lúcida inteligencia emocional. Mi estilo perdería su equilibrio tan lógico desde la cuna, sí, desde siempre, y yo acabaría por perder no sólo el estilo que aún me caracteriza, sino además esa tranquilidad privada y pública. Como ustedes saben, yo soy gnóstico de ficción, aunque gnóstico al fin. Medio conceptista y sorpresivamente barroco por si las pulgas o las moscas, esas criaturas celestiales que también obedecen al Destino y son muy trascendentes, aun cuando los miembros de la Academia Sueca no lo vean así, de ese modo, y estimen que ideológica o artísticamente no es posible comparar a las moscas con las pulgas. Sea como fuese, no quisiera irme por las ramas o en puro vicio verbal, como gritaba Enrique Lihn jalándome las orejas. Discúlpenme, señores del jurado, pero no quisiera recibir el Premio Nobel en segundas nupcias. El haberlo recibido una vez, basta y sobra en demasía, para decirlo al estilo de don Miguel de Cervantes Saavedra, el de Alcalá de Henares, abuelo y nieto de Sancho Panza simultáneamente. Se los agradezco en el alma, pero no me hagan sufrir como si yo fuera un católico delirante o un musulmán endemoniado. Si me otorgan el Nobel por segunda vez, sin duda que sería una muestra de crueldad insoportable. Hemos sufrido mucho desde la primera noche del Génesis, con algo de júbilo y entusiasmo. ¿Me creen? ¿Por qué se burlan de mí? ¿Ya no me creen? No me obliguen a felicitarlos públicamente, sacándoles la lengua desde la torre más alta del Castillo de Chapultepec, al mediodía, y con la mejor intención del mundo.

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El arte de amar (La Danza del Péndulo) Celestino amaba a Leticia, la que amaba locamente a Segismundo, el que amaba con entusiasmo y sin entusiasmo a Valeria, la que amaba con furia uterina a Luis Alberto, el que observaba las estrellas, solitario, y sólo amaba a Nora del Carmen, la que no amaba a nadie, casi loca en su amor platónico. Celestino se fue a la Unión Soviética en el otoño de 1960. Leticia tuvo una crisis religiosa y se enamoró de Maimónides, un poco antes de ingresar al convento de las Hijas del Buen Pastor. Segismundo se volvió loco sin saber por qué, luego de amar con entusiasmo y sin entusiasmo. Valeria descubrió el Arte de la Soledad en su casa llena de gatos equívocos, famélicos, esquivos, y junto a la sombra de Pericles, aquel loro inmortal que sólo hablaba en una lengua muerta: una especie de esperanto en resurrección casi permanente, aunque ustedes no lo crean. Luis Alberto se suicidó en una noche de verano, no muy lejos del cerro San Cristóbal, cerca del principio y del fin del mundo, en Santiago de Chile, con un calor insuperable, más bien olímpico, y Nora del Carmen se casó al fin con Hernán Rodrigo Lavín Cerdus, un loco que nada tenía que ver con la historia, pero lo sospechaba todo a través de la sutileza de su espíritu. Psicosomáticamente, Lavín Cerdus lo sospechaba todo.

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p oetariad o

ORACIÓN para recibir a un hijo Para Santiago Un temblor precede a la hora de mayo Un temblor de espiga recién trenzada por el frío Un temblor qué decir de hormigas que cunden el | espinazo Tan sólo un tropel iracundo en la hojarasca y acaso en la frente borrascosa de los ancianos y en el quejido que contrae el vientre preñado de las hembras y en la higuera que de pronto da orquídeas y en la oquedad que inauguran las madrugadas

Diego José

Más bien

México

Reside desde hace varios años en Pachuca, Hidalgo, México. Entre sus méritos más importantes están los premios nacionales de poesía: Carlos Pellicer para Obra Publicada, 2000; XIV Efraín Huerta, 2002, y XIII Enriqueta Ochoa, 2006; así como el Premio Literario Abigael Bohórquez en el género de ensayo, 2004. Las cosas están en su sitio (Fondo Editorial del Cecultah), 2010, reúne sus tres libros más reconocidos: Cantos para esparcir la semilla (2000), Volverás al odio (2003) y los Oficios de la transparencia (2007).

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Un trepidar de vasijas antiguas que anegaron las aguas de los siglos Un trepidar de nervios como espinas que rozan la epidermis Un trepidar quizá de animales desconcertados que huyen o copulan febriles en el centro de uno mismo O bien algo como un trinar sostenido de oropéndolas que arrulla el borde del estanque donde dormitan los lirios Un ondular celeste de nubes en fuga que torna más azul el celofán de su albura L a O tra | julio - se p tie mbre 2011


Más bien Un trueno que perturba con su eco a las quebradas Un trueno que penetra en el útero de las grutas anunciándote Un trueno qué decir forjado en la pezuña del gran Toro Tan sólo un aliento estremecedor que intenta delinear un sueño Semejante a quién si acaso sus párpados envuelvan qué marismas si tanto amor puede afligirnos confrontarnos ser agua perdurable que inaugure una veta dorada en el mineral de mi corazón Un temblor un tropel un trepidar Un quejido leve de pétalos que anuncian tu llegada Mientras la ciudad moja sus dedos en la luz que inunda los altos ventanales mientras la mañana se dispone a recibirte en sus brazos yo desciendo a la raíz de la dicha en el instante preciso en que escucho tu llanto Entonces con razón o sin ella siento un temblor un tropel un trepidar que me crece hasta desbordar mis ojos de golondrinas

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Secreto a voces

Javier España México

Entre sus libros de poesía destacan: Tras el biombo (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1991), Travesía de fuegos perseguidos (unam, 1993), Tributo del viandante (Instituto Mexiquense de Cultura, 1998), Azul deseo de la esfinge (Editorial Mantis, 2000), La suerte cambia la vida (Fondo de Cultura Económica, 2005), Sobre la tierra de los muertos (Coneculta, Chiapas, 2007), entre otros. Ha publicado el libro de ensayos Rumores a deshora, 2011 y participado en el colectivo Los frutos de la voz, 1997. Entre otros, ha obtenido los premios Hispanoamericano de Poesía para Niños, otorgado por la Fundación para las Letras Mexicanas por el libro La suerte cambia la vida en 2004; el Internacional de Poesía “Jaime Sabines”, en el 2007, con el libro Sobre la tierra de los muertos; el Nacional de Cuento “Beatriz Espejo” 2010, Instituto de cultura de Yucatán y Municipio de Mérida, por la obra Prometeo de la calle 51.

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El ojo del hipocampo arranca del horizonte su materia izquierda, la parte zurda del mundo: el siniestro deseo de ser en él mismo. Hay muchos rumores en el agua, demasiada locura de algas maldicientes. El ojo del hipocampo se extiende hacia la vida encinta, en secreto. Pero los peces, amigos de lo volátil, de la frágil verdad de los instantes, siguen murmurando.

Miradas He visto al unicornio sobre el lago, sucumbiendo a la deriva de su sueño. Más cercano a su rostro de promesa. En líquida respuesta se decanta la sed de una mirada que retorna al único resguardo, su pronombre. He visto en soliloquio a la luciérnaga, abriendo la inclemencia con su cuerpo, luna y sol de sí misma, esperma de la noche. Estar, no estar, su parpadeo ignora la sentencia del instante que oculta en nuestra piel su luz sangrante.

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La metáfora

Piel equívoca

He aquí y luego nada o la metáfora. El verbo conoce el callejón oculto en el cristal antiguo.

Hay el trasfondo de la piel equívoca que no renuncia, ufana, a su herejía. Hay el decir de los círculos verbales, vasallaje de los sueños infectados que brega en el espejo yo, diamante sometido, egolatría devastada en siniestra inanidad: paroxismo en el nombre se derrama.

¿Tiene edad el mirar del vidrio? Otro lugar habita en esta orilla, y la tarde resplandece en su retiro. En su tiempo consume su solsticio, murmullo doméstico en el exilio. Pero el ocaso no sabe callar.

Legado

Scherzo de la otredad

El nosotros asume su legado: Alejandría está en las manos hondas para tocar mi nombre y el de todos.

Aquí en mis labios dije desvío, una y otra, otra y una, pendular la insistencia en perfiles, frente a frente, otredad de imagen y semejanza en el tallado de oropel o no.

Desde el faro, plenitud de un ojo | antiguo, arde en el horizonte desde el trazo que rasga y mira al hombre frente a | frente.

De Dios o no, de no en la fuga siempre.

Asir el fuego es su destino frágil, adjetivo del polvo sin memoria que canta en la metáfora perdida: El fuego, el fuego, llamador al miedo, ansia, piedra de toque de sí mismo que predice la vida por su muerte.

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Los cuadernos de Tien Mai Lago Leman, abril de 1935

Daniel Samoilovich Argentina

Daniel Samoilovich nació en Buenos Aires en 1949. Ha publicado diez libros de poemas; los más recientes son El carrito de Eneas (Bajo la luna, Buenos Aires, 2003), Las Encantadas, (Tusquets, Barcelona, 2003), El Despertar de Samoilo (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2005), Driven by the wind and drenched to the bone (edición bilingüe, con traducciones de Andrew Graham-Yoll, Shoestring, Londres, 2007) y Molestando a los demonios (Pre-textos, MadridValencia, 2009). Es también traductor del inglés, italiano y latín. Ha dado conferencias y dirigido seminarios sobre poesía y poética en diversas instituciones y universidades, entre ellas el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, la Residencia de Estudiantes de Madrid y las universidades de Rosario y Comahue (Argentina), São Paulo (Brasil), Valencia y Mérida (Venezuela) y Princeton (Estados Unidos). Desde su fundación, en 1986, dirige el periódico cuatrimestral Diario de Poesía.

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Pintar y no pintar El reflejo de los juncos en el lago es verde claro, alrededor el violeta indica la zona de menor profundidad, el azul es ya la marca del abismo. Me resisto a abrir la caja del papel y los pinceles. Es bonito pintar y es bonito no pintar. Dejar que la vida transcurra, respirar: en el doble movimiento de aspirar y espirar está el juncal, su reflejo y sus flores que nunca florecen. (Ni en el juncal ni en el reflejo florecen, cabecitas que piensan-no piensan.) Es bonito pintar y es bonito no pintar. La vida es verde y es marrón, mi mirada hace las veces del hondo azul, mi tristeza el violeta de las aguas someras que el pescador evita a fin de no enganchar el anzuelo en las algas del fondo.

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Día de sol

Ganso

Día de sol, sacuden las almohadas en el patio interior del hotel:

Andaba en bicicleta y un ganso me hizo frente (¿te conté que aquí

golpes muelles, asordinados, y en el | aire plumas que no tienen apuro por caer.

los gansos te hacen frente?) —Al corral —le dije—, ave de corral: no acostumbro discutir con mi cena.

El bosque fosforece como un mar... El bosque fosforece como un mar, la misma fiebre fría, pero muda, el mismo ir y venir, sólo que inmóvil. Las algas son los malos pensamientos que cuelgan de los árboles, sin dueño. Así es mi sueño, en este bosque duermo y unas polillas que sobraron de la tarde bailan en el rayo de luna.

Lo que no saben Ah, querido amigo, sí me gusta la vida en el Poniente: pero lo que no tienen es idea de qué vendría a ser la seda, el crujido espeso con que se derrumba un vestido de mujer.

—¿Verdad que somos bellas? —Si no lo fueran —dice el rayo—, no me tomaría el trabajo de alumbrarlas.

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No win game

En la penumbra

Sos la reina de picas pero también la escalera real

Ah, la penumbra de un cuarto de hotel en un puerto sobre el Mar Amarillo.

que esa reina completa, y que sin ella no es nada. Sos el alivio, es cierto,

¿Cómo llegamos allí? ¿Qué equipaje llevábamos?

pero también el daño. Así no vale.

Qué importa, allí estábamos, voces apagadas entre cuatro paredes.

Aunque también es cierto que nunca prometiste juego limpio.

Sé que era invierno porque “frío” era un rasgo del ideograma “encierro”: encerrados, y que afuera hiciera todo el frío del mundo.

Zoo Hay en el Zoo de Ginebra una mula rayada a listas negras y amarillas. De seguro te gustaría verla pero no creo que quisieras esa flor, demasiado vistosa, en tu jardín.

Cosas dichas al azar, sonando a música en las sombras de la habitación. También lo sé porque había mucha ropa. Nuestro concierto oscuro, trompa contra trompa, y ropa tirada por todas partes como si la hubiera agarrado un vendaval. Un vendaval privado: afuera, estaría todo calmo, iluminado por la luna, helado.

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(Poemas inéditos 2010) Sucede Cuando alrededor y muy adentro las brujas de las uvas de la profecía comiencen a agrisar nubes en el poniente donde pestañean criaturas de luz.

Jorge Ariel Madrazo Argentina

Nació en Buenos Aires, en 1931. Poeta, narrador, traductor y periodista. Exiliado en Venezuela entre 1976/1983. En poesía: una docena de libros, entre ellos Cuerpo Textual (Premio Municipal C. de Buenos Aires 1987), Para amar a una deidad (Premio Fondo Nac.de las Artes, 1998). De vos (2008). Obtuvo Premios Nacional-Regional y Municipal. En narrativa: Ventana con Ornella (1992), La mujer equivocada (2006). 2009: Quarks, Microficciones. Su obra ha sido traducida al portugués, inglés, italiano y macedonio.

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Cuando, sin embargo, irrumpa otra vez, y otra, el sol cuyo deslumbre, no obstante, jamás será seguro. Cuando todo todo te parezca nada una mujer soñará frente a tu ventana una mujer de estrellas ha de abrir sus párpados al día, una mujer que es todas las mujeres navegará por el arroyo de la vida que en tales ocasiones se empeña en honrar su nombre se empeña —la vida— en vivir.

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Lo que acecha

Aventura

La idea de la catástrofe, una catástrofe silenciosa, advertida apenas, pero inevitable. O bien las microfracturas psíquicas, las microfracturas de un alma… Carlo Bordini, “Microfracturas” Trad. Martha Canfield

Como, por ejemplo, esperar en vano esa llamada −a tu puerta− de un ser que ha de cambiar tu vida, o la campana del final, y dejame hablarte del grito de un ave rojísima volando dentro de tu fiel costillar, o quizás aquel fingido vendedor de claveles que cruza la esquina más negra y sólo atinas a guardar un pálido silencio mientras allá lejos, en el perdido paraíso, grandes hojas de palma ondulan junto al mar y el marino recorre borracho la escollera y la vida, esa noche, clausura su último resquicio y tu silbido (que ni oyes) te impide percibir a un alguien que ruega tu ayuda como un Martín Pescador extraviado que mira sin deseo al pez prendido de su pico

Saliste a la calle a saludar a un sólito desconocido y advertiste, sin excesivo estupor, que has dado la vuelta al mundo o bien: los dorados pedregullos del sol te guiaron hasta la infancia tan al cuenco de tu mano. Pero ¿no comprendes qué inútil es llamar hoy a Madre, implorar cuidos a rodillas con sangritas? ¿Y es de muy noche ya y ni hermano acude a la cita del pan? ¿Y sos un pávido señor que tose y se revuelve en su cama sin luna? ¿Y se marchó el último grillo? ¿Y te has quedado solo en tu hospital en demolición donde el desvelo te desarropa y el tecito mojas, sus hebras deshilando recuerdos?

La idea de la callada catástrofe te acosa sin descanso. Sabes que ha de llegar con pasos de felpa. Quieres recibirla limpio, con mentida valentía. Tu alma, sus fracturas, se ocultan en la sombra.

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El espía

Decías alma, decías corazón

Aquella lumbre por lienzos opacada de un evanescente resplandor rubí —por favor, compréndanlo, les hablo no de alegre ventana, y sí de otra enfrentada a mi espionaje vergonzante, donde acaso ya mismo algún enfermo sin un átomo de fuerzas, ejecute la agonía que ni alcanzó a ensayar—, en esa roja luminaria o dormitorio tan irreal como el apenumbrado declinar de alguna turbia frente

Decías alma, decías corazón y entonces echaría a traquetear aquel carro con tamañas espigas trigales. Y ordenó Cristo

¿no seré yo acaso el desolado huesped que allí muere y la agüita se escapa de | sus ojos en tanto aquí, no lejos, con lógico | estupor desde mi balcón yo lo espío y me espío y me aferro a mi silla con pálidos | nudillos y me siento tan sano en esta blanca | noche?

Poeta ria d o

a la aurora alumbrar, hallándola buena. O sea: la música estaría en su lugar, ese lugar que llamas “ser”, aun cuando tanto da llamarlo “luz”: ninguno conoce el uno ni la otra, sólo son Formas, tibios vocablos palpitantes. O bien son mera Idea congelada si prefieres razonar tus entrañas, tu canto. Tampoco es esto un poema. No creas que yo soy alguien bautizado “yo”: acecha la locura con suavidad de tigre. Y si Amor no te auxilia, tu nombre será roto Y deberás buscarlo en zócalos vacíos. Y aquel que un día fuiste disuelto será en sal.

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La lengua, ésa Dónde queda tu lengua, la impura aquella, nunca críptica ni presuntuosa, la amada en ropas mayores, desvestida, la usada cuando no queda otra. La lengua ésa, nada de espíritu, Spinoza nada, mudas son las de afirmar, la picazón, dónde tu lengua abyecta nunca Pura, la tuya rasposa, sólo pronuncia en caída, hacia arriba, en barrancos de cadáver, de impotencia, ciega.

Cristian Aliaga Argentina

Entre sus libros de poesía destacan: Lejía, No es el aura de Kant, Estancia La Adivinación, Música desconocida para viajes y La sombra de todo. Además, publicó el CD Un ring para dios (Poetics of Resistence, Universidad de Leeds, Gran Bretaña). Entre las varias antologías que ha coordinado, figura una compilación de poesía mapuche y otra de poetas del sur de Argentina. Manchester University Press anuncia su antología El peso de la cabeza, con traducciones de Ben Bollig. Actualmente dirige Espacio Hudson, Editorial & Centro de Artes, y el periódico El Extremo Sur (www.elextremosur.info, www. confinesdigital.com). Sitio web: www.cristianaliaga.com)

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La Puta grande enmudecida de horror vacui. Nunca perentoria, no, Pura nunca, sin pretexto para ser hablada, amada del silencio amado, obtenido tras escupir tanto, lengua mudísima embarazada de un ángel impuro.

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El sueño de la razón Viento bicho, animal cazador oculto en los esfínteres argolla de metal, exageraciones dialécticas pero crímenes, multitud de insectos, incendio de | Santo Tomás.

Job, la soledad radical A María Carreño, Santiago de Compostela.

La desmesura del contrincante está allá arriba. La desmesura de quien resiste está en el fondo, donde no es dios, la nada.

Pasto seco, ratas quemadas cazadores de muertos, visiones, animales, oscuridad íntima,

Hablo, porque si no hablo moriré.

víbora

El sufrir da conocimiento al hombre que mira al cielo con rencor, a través de su carne dolido aprende.

esclavo, atado al curso del río de las graves ausencias, viajes abortados mapas apócrifos, tumbas ah, el manojo que se atrapa con la mano abierta y deja huir a la sustancia. Agujero doble, transparencia casas de abandono, trenes de amor romántico, barcos, esqueletos, viento desnudo bajo un portal, belleza, sobre nuestras camas moja la luz chorrea ilumina la razón

El sufrimiento es conocimiento.

Los otros no pueden entender a Job, no tienen su experiencia del sufrir. En el cuerpo herido está el conocimiento. Job inicia un litigio suicida con Dios. ¿Gana Job? ¿Alguna vez puede ganar? ¿Gana Job porque resiste, porque persiste? Habla, siempre, el solitario, herido, el que resiste.

un líquido tuyo.

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Monólogo de la nieve …en Carmona, 10 de enero de 2010. Aquí todos me reciben jubilosos, sorprendidos. Se ve que no me esperaban a pesar de tanto frío. Como hace ya que no vengo algo más de medio siglo, por primera vez me tocan los jóvenes y los niños.

Francisco José Cruz España

Ha publicado los libros de poemas: Prehistoria de los ángeles (Premio Barro de Poesía, Sevilla, 1984), Bajo el velar del tiempo (Sagunto, 1987), Maneras de vivir (Sevilla, 1998; México, 2004; Bogotá, 2006), A morir no se aprende (Málaga, 2003; Bogotá, 2006), Hasta el último hueso. Poemas reunidos 19982007 (Mérida, Venezuela, 2007), El espanto seguro (Sevilla, 2010) y Vía Crucis (plaquette, con ilustraciones de Manuela Bascón, Carmona, 2011).Fue codirector de la revista de creación Ritmo de viento (19861989) y dirige en Carmona, desde su fundación en 1990, la revista Palimpsesto, especialmente atenta a la poesía hispanoamericana.

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Me tocan y hasta me cogen, sin saber qué hacer conmigo sino muñecos y bolas, que se lanzan entre gritos. Yo me dejo, qué remedio, cambiar de forma a capricho, como si en verdad yo fuera sólo el fantasma del frío. Me iré antes de que descubran el estorbo y el peligro que, a la larga, mi presencia provoca en todos los sitios. Sí, me iré en cuanto la lluvia mude mi cuerpo en un río, y los muñecos y bolas sean, si acaso, un espejismo.

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Esos recuerdos Releo viejas cartas que escribí y me escribieron cuando era una muchacha llena de sueños. Pero no reconozco, después de tanto tiempo, ciertos nombres, lugares, detalles, hechos. Ya no me pertenece parte de lo que leo, como si fueran de otra esos recuerdos. Quién sabe si en verdad, aunque cueste creerlo, gracias a los olvidos vamos viviendo.

Hombre y perro

Qué más quisiera yo ladrar contigo a la rata que cruza o a un ruido raro, ponerme a cuatro patas junto a ti y jugar por el césped recién cortado. Pero tú ni te inmutas si te imito. Sólo buscas en mí que te pase la mano por la cabeza, el lomo… hasta salir corriendo de repente para otro lado. Cómo salvar este indomable abismo que nos separa incluso cada vez que te | abrazo, sin tú dejar de ser un perro al fin ni yo el hombre ilusorio que es también | tu amo.

Tórtolas turcas Tórtolas turcas por todas partes por los tejados y viejos parques

Tórtolas turcas así me traen la insomne ausencia de Miguel Ángel

Tórtolas turcas van por la sangre de sus hermanas y de su madre

Tórtolas turcas mañana y tarde con un zureo inalterable

Tórtolas turcas que nunca oí antes de que él muriera ay qué desastre

Tórtolas turcas infatigables colonizando campos ciudades

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Desaprender Una vez más se equivocó el instinto que estuvo callejeando con el amigo ausente antes de que se nos hiciera tarde. Estuvo allí, como un grito pagano, la estética de la imaginación al lado de la hormiga alada, el intervalo del atardecer secreto, y su complicidad.

Juan Carlos Abril España

Ha publicado los poemarios Un intruso nos somete (Premio Federico García Lorca de la Universidad de Granada, 1997), El laberinto azul (Accésit del Premio Adonáis, 2001), y Crisis (2007). Doctor por la Universidad de Granada, es actualmente profesor de Literatura Española en dicha universidad. Entre sus trabajos académicos se destaca la edición de la principal antología de su generación, Deshabitados (2008). Ha traducido, junto a Stéphanie Ameri, Los Indomables (2007), de Filippo Tommaso Marinetti, y Las cenizas de Gramsci (2009), de Pier Paolo Pasolini, Dirige la revista Paraíso.

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Todo iba unido y separado. Temblor ubicuo, origen de la escritura autobiográfica. Si te enrocas alguien vendrá a salvarte, si replicas, incluso si no sabes quién has sido, por planos inclinados y falsas perspectivas, o incluso si más allá de ti crece el desierto, no te conformes. No, no importa si todo esto ha sucedido. Tienes que recordar quién eres, y en el camino inverso que recorres del nosotros al yo, el gesto que te satisfacía. Nubes hasta el final del cielo, ves vacío el borde del vacío,

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lecciones de rencor en la pizarra, inolvidables. Tu escuela estuvo unida a un sedimento de maldad en la conciencia de los mejores | propósitos, pero también a la prueba arrugada en la ribera del aburrimiento.

la enfermedad de cada uno, antes de que despiertes y vuelvas del pasado y sus merodeadores, recupera tan sólo la abreviatura de los sueños. Antes de esta joven renuncia, y habrás desaprendido.

Parece que fue ayer. Un maestro te inculcó el miedo y te volvió rabioso, adoctrinándote en los recados científicos de la superstición y en los castigos. No tenía problemas, los buscaba en mí, burbujeando, cuando el invierno era invierno. En ti, que no conoces el orgullo. Todo está unido, se separa y entre el fango y los líquenes ya sólo me dedico a lo que importa, juego y revivo con mis manos líquidas aventuras, voy al rescate de la impuntualidad a cualquier hora, aquel lejano asombro frente al río, los árboles que hablaban y todas las pasiones que no fueron leyenda, la lealtad. ¿Es más rápido el ojo? Antes de que se haga más tarde para aprender

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LOS ÚLTIMOS DÍAS (Mount Pleasant Road) Musgo que lames los capítulos interiores, igual que los últimos días de tu melena asiática en el reencuentro con la lluvia de Albión. Musgo o memoria de aquel espejo entre interrogaciones donde vacié mi vida, en su pantalla obscena, ya al final de mi tristeza adolescente.

¡Fuiste un feliz felino! tú, que te alimentabas de algodones, de ideas inocentes y de imágenes libres, tú, frente a mí, en un duelo de signos desnudos, encadenados, como desobedientes nubes verdes y rajas de melancolía. Pero no quiero recordarme en nuestra soledad rodeados,

De sus raíces dionisíacas nacieron los colmillos recortados de la necesidad. Medusa, tú sabes que me abandoné, para alcanzar, con tus palabras bífidas, tu voz, asimilando mis gruñidos al privilegio del futuro.

el rostro vuelto, desconfiando de la primavera: Bajo estratos calizos y columnas de humo, dolor, no quiero pronunciarte, si desde el monte del placer forjé tu nombre en la leyenda. Forjé tu nombre en el paisaje de mi historia.

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Un ramo de raíces Paseábamos en coche dos parejas. La tarde era amarilla, luz terrosa lentificando aquel atardecer. Yo miraba los picos achatados del desierto, recordaba a mi madre masticando turrón. “¿Habéis tenido alguna vez la sensación de nube, de no estar donde estáis, de ser un pensamiento?”

Rafael Espejo España

Se destaca con su preciso, perspicaz y cálido discurso, entre los nuevos poetas españoles. Licenciado en Filología Hispánica, es lector editorial para Pre-textos, crítico literario en revistas especializadas y articulista de opinión en prensa. Ha publicado los poemarios El círculo vicioso (Universidad de Granada, 1996), El vino de los amantes (Hiperión, 2001) y Nos han dejado solos (Pretextos, 2009). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al francés y al portugués, e igualmente recogida en diversas muestras de poesía española reciente.

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No sé quién dijo aquello, ni si lo dijo alguien, porque yo… Yo estaba en el paisaje, calculando tal vez en qué medida la perspectiva junto al movimiento enaltecen lo que los ojos ven: tierra quemante, piedras abruptas para los pies descalzos, vegetación con pinchos que, en conjunto, de lejos, invitan a ensoñar, calman, susurran. Tenía 27. Cuando tocamos costa caminamos en paz por orillas desiertas. De vuelta, en una plaza, me recreé lamiendo helado de turrón.

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Un vídeo inesperado Entonces era instinto de supervivencia, acaso matizado por una voluntad remota, débil de mi ancestro el lagarto: gemir cuando algo duele un poco, aferrarse a un cojín contra la soledad, rechazar unos brazos por velludos, masticar, babear las primeras palabras.

Vino luego, despacio, como la araña teje su moraleja, la conciencia, ese envenenamiento del animal.

La madriguera, la gota en su charquito diluida, los manotazos de la imaginación, incompatibles con el lenguaje. (Los sentidos se bastan para hacerse entender, tienen memoria. Por ejemplo si vuelvo olfateando el vientecillo quieto de las fábulas, el sudor seco en la ropa sucia, el mito familiar donde se bota el yo.)

He de esforzarme ahora en abordar el mundo como creo que lo abordaría yo, el niño: salvando a cada gesto una distancia infinitesimal, como del cero al uno.

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Y sí, sí me di cuenta pero no, no me di.

Y en el vídeo —sin sonido y borroso— que ahora titulo en homenaje mutuo Lata pirata, aunque contaminado de literatura, ahí me entiendo íntimamente, siento que no el otro, yo soy mi padre.

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Mensaje desde una huella 1

Juan Carlos Elijas España

Entre sus poemarios se destacan Vers.o.s. atávicos (Tarragona, 1998), La tribu brama libre (Tarragona, 2003), Versus inclusive (Tarragona, 2004), Camino de Extremadura (Zaragoza, 2005), Talking Heads (Tarragona, 2007), Delfos, me has vencido (Barcelona, 2009) y Cuaderno de Pompeya (Zaragoza, 2009). Los poemas que se publican en La Otra pertenecen a su libro inédito “Lisboa blues”, una obra compleja “en sus claves, pero que en el fondo quiere ser un rendido homenaje a nuestro Dávila Andrade, al actor (quizás uno mismo, quizás Paul Newman, vaya usted a saber) y a Juan de Yepes y su mística erótica”.

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No fueron sino la lluvia y el vendaval, las galernas que ayer temblaron inclementes en las amplias galerías de la memoria. No fueron ni la realidad ni el espejo, quizás una canción: la doncella del alba, en ese lugar aún no identificado. No otra cosa fue que este lento torbellino de emociones, melancólico, a flor de piel, que empuja a los amantes hasta hallar las aguas del deseo, de la urgencia, contra la noche. Tomad los cuerpos bravamente en un océano de exigua luz cuando la sombra es un desnudo y entre los fuegos fatuos de la amanecida implorad las leyes del presente, su altar de eternidades interrumpidas, su ahora. Como una lanza atravesada entre los pechos, rogando al mar derramado sobre arrecifes, sobre corales de quietud iluminada, tiesa permanece la hora y sus minutos, firme como una celda, dura como un tiro en el cráneo, plantando cara al olvido, bebiendo el amor en las bocas del infierno, en fuentes invernales cada madrugada. No otra cosa fue que la doncella del alba y el bucólico pífano de un pastor nudo. 2 Y aquí los claveles frente al fusil vencido, las ánimas del Atlántico ayer mecidas por los vientos del oeste y sus precauciones. Desde ese mirador del Chiado todo el río destila ibérico y lejano, muere desde la abundancia de

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los satisfechos, derrocha la identidad bajo nuestros ojos, mientras acariciáis los labios en silencio y sólo el otro silencio del tajo se oye. Comienza a llover sobre barcas y cipreses, otoño aquí será el beso o la dentellada, el amor que hubo llegado desde el camino, desde los pueblos remotos de la península, sus plazas y teatros de escenario móvil. Ya llueve sobre el corazón de los ahogados, sobre los cuerpos que amaron hasta la muerte, hasta los líquidos ancestrales del beso, hasta el vaivén de las mansas últimas olas, hasta la profunda afirmación de la nada. Y entre las algas el desierto del poema, esa oda amorosa dada al arquitecto, ese canto hacia adentro, hacia donde hiere la voz de la pasión acumulada y fría, la mano que sujeta el río de la carne y mece la gloria de la melancolía. 3 He aquí el recuerdo infantil sin limonero, aquella incauta canción triste a Teresita, los pabellones del llanto bajo las sábanas, ahora os contáis qué luz conserváis del ayer. Aquí el consuelo sobre este muro marino, sobre la negra piedra de un poniente inmenso, el liquen de Angola, el verdín de las Azores, el musgo que habrá de sellar vuestra caricia. Aquí quienes no desearon vivir el juicio de una edad siniestra, los alquimistas ciegos, los que amarraron su propia vida a un bolardo bañado por ese salitre siglo a siglo, convencidos de que aquí existe esta nostalgia que impregna la respiración de una ternura que fue cicatriz y ahora es río, amor de nuevo. Aquí se desintegran la alfombra de olivo, las viñas que al amanecer expresan vida con un rocío quizá perla en el intento, se desintegra la tierra como una fuga, se vuelve el aire saeta desde la almena. Y pasa el día como un carguero que zarpa a mar abierto, como el corazón a todo trapo contra el azar, contra sus golpes bajos, contra la soledad de los inviernos húmeda. Desplegadas las velas la noche nos dicta un verso interminable y la voz de la noche sacude el timón, brilla la imagen y templa el ritmo con gran maestría, a todo trapo.

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4 El farero solitario aún se pasea lánguidamente sobre tumbas tenebrosas, nieva en el poema y empieza la función: muy buenas noches, el barroco amó la muerte. Sobre el mar el corazón busca la otra orilla, un espacio inconquistable donde el actor besa enamorado y dice aquí he de morir como lo dicen las huellas ante la lluvia. Sobre un poema blanco y frío existirá este lugar, esta llamarada en la tarde, estas cenizas que han de ser el testimonio de que un payaso fue vencido por su espectro. El farero solitario roba el instante al viento a las olas a los barcos pesqueros, respira hasta su centro de erosión y sal, la plenitud acomodada en sus pulmones, detrás del dolor y la dicha el arte acecha y sobre la tinta espesa nieva el poema, se apaga la vida, el barroco amó la muerte.

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O t r as l etras

No es que me guste el juego

Jaime Echeverri

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o había mucho por hacer. Todavía quedaba un poco de esa oscuridad de la noche que había pasado sin que el juego me dejara mirarla. Había echado mi última carta y estaba perdido. No era la primera ni la última vez que perdía una partida. Poco me importaba. Después de haber visto apilarse frente a mí una montaña de fichas, en el último juego me dio por apostarlas todas, esperando que al cambiar las tres cartas viniera alguna que pudiera salvarme. No me llegó nada, pero esa es mi forma de jugar. De repente se nublaron mis ojos. Me levanté y me fui a mirar lo que quedaba de la noche tratando de espantar la imagen de Katia que, en algunos momentos y sin avisar, me llena la cabeza como en todos estos años. Afuera el viento castiga las ramas de los árboles y levanta una hoja de periódico. Sólo el frío parece dueño de la calle vacía y sube a las ventanas adhiriendo una película de vapor a los cristales. Para poder ver la calle y, más abajo, el tejido de luces de la ciudad dormida, tuve que restregar el vidrio con la manga del saco. Los compañeros de juego se desanimaron con mi abandono, se levantaron y también vinieron a la ventana. No eran mis amigos. De vez en cuando nos encontrábamos en la sala de juego y por inercia o por una vaga simpatía nos sentábamos a jugar. Hablábamos poco y a veces nos hacíamos alguna broma o contábamos algún chiste. Nada más.

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No es que me guste el juego. Es mi truco para ahuyentar esas nubes negras que me cubren a veces. Esta vez la nube es más espesa, más fuerte e insidiosa. Más oscura y pesada. Se me vino encima cuando vi a Katia por la mañana. Aunque estaba tendida sobre una camilla de hospital, su cuerpo flotaba ante mis ojos. Levitaba, bello y largo. Mis manos lo habían recorrido de la cabeza hasta los pies unos años antes. Exactamente tres meses y once días, y en mis manos aún temblaba su piel blanca, cálida y húmeda. Durante todo ese tiempo Katia estaba completa en mi cabeza, su voz en mis oídos, su nombre en la punta de la lengua. Y esporádicamente la encontraba en mis sueños. Flotaba ahora ante mis ojos cubierta por una sábana verde. No necesité que la enfermera le descubriera la cara, la vi a través de la tela antes de que lo hiciera con un movimiento rápido y seguro. Pálida, cerrados los ojos, los labios morados, la boca rodeada por una línea más blanca que el resto de su piel. La ilusión de verla se desinfló en ese momento. Me temblaron las piernas y sentí por un instante miedo de caer. De un momento a otro vendrán los de la funeraria, me dijo la enfermera. Que esperara. Y se alejó para regresar con un paquete en la mano. Me lo entregó, diciéndome: sus parientes me pidieron que se lo diera a usted. Lo abrí delante de ella. Saqué una radiografía

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del tórax, un atado de papeles y algunas joyas que le había traído de mis viajes. Miré a Katia otra vez, antes de que la volviera a tapar y salí. Me subí al carro, puse con cuidado el paquete en el asiento derecho y antes de arrancar saqué la radiografía para mirarla a contraluz. Aplastados en un plano huesos, tejidos y órganos. Clavícula, esternón, costillas, corazón y pulmones. Entendí su mensaje. Al despedirnos llevábamos la mano derecha al corazón como si quisiéramos sacarlo y dejárselo al otro. Nuestro ingenuo ritual para eludir distancias. Katia no supo lo del juego. Mientras estuvimos juntos no apareció ninguna nube tan oscura como para llevarme hasta el casino. Teníamos problemas, pero las tormentas se diluían con suavidad hasta desaparecer. Discutíamos descarnada y encarnizadamente hasta llegar al núcleo de desacuerdos que nos volvían extraños, distantes. Para resolverlos usábamos una estrategia simple: despejábamos poco a poco las bases de la argumentación separándolas de los sentimientos. Si fallaba, dejábamos que la fuerza del discurso del otro se volviera en su contra. Bastaba con callar. Entonces ella o yo acusaba el golpe y terminábamos riendo de nosotros mismos. Así, riendo, íbamos a la cama para dejar que la risa se adueñara del cuerpo. Manos, labios y piel reiniciaban su siempre inconclusa sinfonía y los sentidos encendidos terminaban borrando el sinsentido.

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Metí la radiografía en el paquete. A tientas mis dedos palparon las joyas y las impresiones en papel de los mensajes que le enviaba por Internet desde la agencia. Muchos de dos o tres palabras solamente. No quise volverlos a leer, no por recordarlos con exactitud sino por tener presente la intención, el deseo simple de que me encontrara en el monitor de su computadora en el momento en que se conectara a la red. Ella me escribía también y así, de palabra en palabra, construimos una sólida plataforma de comunicación. Otra manera de ignorar ausencias y distancias. Las frases extendían nuestro abrazo y estimulaban la imaginación para el reencuentro. Salí del área de estacionamiento casi sin pisar el acelerador dejándome llevar por uno de los tantos automatismos que encadenan los actos, con el deseo oculto de apretar el pedal al pasar la barrera de salida y encontrarme en la calle. Pero estaba atestada como siempre. Pitazos y chirridos de frenos burlaban la demanda de silencio. Me metí a la brava en una fila y fui recibido con una ráfaga de insultos y una sonata de pitazos. La lentitud del tránsito reafirmó mi intención de no volver a la agencia, aunque me estaba esperando un comité creativo para evaluar las piezas de la campaña de un candidato a la alcaldía para quien trabajábamos por primera vez. Mi trabajo encendía muchas de nuestras discusiones. Me metía de lleno en

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mi labor, pero sin convicción. Katia no podía entenderlo. Estudiaba para sacar su posgrado en Ciencias Políticas y al verme planear estrategias publicitarias para algún político como si fueran para un detergente o un jabón, se escandalizaba. Yo no sabía qué decirle. El país se estaba haciendo pedazos. Narcotráfico, guerrillas, bandas de paramilitares que le hacían el trabajo sucio al ejército y a los terratenientes y unos políticos que sólo pensaban en llenar sus bolsillos le daban tonos cada vez más oscuros a un cuadro desolador. Realidad palpable que en la agencia se convertía en datos estadísticos para aprovechar o desechar, según lo demandaran los sondeos de opinión. La agencia se había venido convirtiendo en un escenario por donde yo cruzaba asumiendo un papel, siguiendo un libreto que me exigía abandonar convicciones, ideas y opiniones. Santuario del mundo del consumo donde al ingresar me convertía en uno de sus sacerdotes para oficiar una liturgia que cubría de velos ilusorios la crudeza del mundo real. No ir a la agencia en todo el día y recorrer las calles sin rumbo definido, sin saber dónde ir ni qué hacer me hicieron sentir aún más extraño que al entrar a mi oficina. Después de subir en ascensor los treinta pisos y llegar a mi cubículo, desde donde puedo ver buena parte de la ciudad, el rito me atrapa finalmente haciéndome insensi-

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ble a ese vacío que me llena al traspasar la puerta. Un vacío que llena... alcanzo siempre a decirme antes de sentarme frente al escritorio. Integrado a la cadena me olvido de todo, menos de Katia. Los mensajes que le enviaba cuando vivíamos juntos —y en los tres meses de martirio y espera, después de separarnos sin justificación— servían no sólo para hacerle sentir mi constancia, sino también para mantenerme en contacto con el mundo real. De modo imperceptible ella se convirtió en un polo a tierra, en ancla, en puerto. Después de separarnos, entre ráfagas de nostalgia aparecía su imagen para hacerme sentir vivo. A medias, pues sin su mirada mi propia imagen no se lograba definir. Sin embargo, el recuerdo remitía a esa realidad siempre presente en nuestra conversación y me impulsaba a escribirle un par de frases. La tarde lluviosa se concentraba en el parabrisas. Las calles relucían brillantes y el asfalto tomaba tonos de seda oscura. Las plumillas de caucho repetían su rasante NO sobre el cristal. Apenas empezaba a llover, pero las nubes pesadas y negras anunciaban lluvia gruesa e inquieta para toda la tarde. Eso significaba dificultad de movimiento, tránsito lento y desordenado, semáforos enloquecidos, bocinazos e insultos. Irritada impaciencia colectiva. Y para contribuir a este desorden el gobierno instalaba de tanto en tanto retenes militares

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para detener terroristas. A Katia le daba risa, una risa amarga. No soportaba al presidente, un político a quien la agencia le había diseñado un plan estratégico de comunicacion. Confieso que no tuve nada que ver con su campaña y eso me tranquilizaba ante la mirada crítica de Katia. Para ella era, simplemente, un ser repugnante, educado por Hollywood y la revista Selecciones, un raro fenómeno salido de una familia enriquecida por los narcos y bendecida por el Opus Dei. Así lo tenía escrito en uno de sus últimos artículos. Ella le decía Alí Baba y yo secretamente la aplaudía. Yo mismo y la gente de la agencia no nos explicábamos cómo el gobernante tenía tanta aceptación. Para todos era evidente que estábamos gobernados por una pandilla, por un insaciable grupo de mafiosos, pero nadie se atrevía a decirlo. Nos paralizamos como ratones hipnotizados por una serpiente. La congestión de la séptima crece sin importarme. La lluvia no cede y yo, sin rumbo, sin prisa, la veo hacer sus aguafuertes del lado de allá de los cristales. El paquete que me dio la enfermera se me impone aunque no lo mire. Está ahí, en el asiento derecho y se dilata, es cada vez más grande, llena todo el carro. A eso se redujo esta espera de tres largos meses. Ella decidió cortar sin anticiparme nada y sin admitir apelaciones. Durante extensas noches de insomnio, antes de dejar el apartamento, me preguntaba

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en vano qué había hecho yo para terminar así, buscando de urgencia adonde irme. ¿Hastío? ¿un nuevo amor? El portero del edificio me hizo notar que diferentes carros se estacionaban cerca y nos seguían cuando Katia y yo salíamos. Según los datos del portero, las cosas raras empezaron cinco o seis meses atrás, justo después de la publicación de un artículo suyo donde dejaba al descubierto la conexión narcotráfico y gobierno. Se preguntaba allí por el papel silencioso de los periodistas. El silencio debía romperse, había escrito. No hacerse los ciegos ni los sordos y hablar claro, hacer tomar conciencia a esa masa informe llamada opinión pública. Sus colegas en la universidad le pidieron cautela y ella contestó que ante un gobierno criminal la cautela no era sino una muestra de debilidad o miedo. Katia no fue la misma desde entonces. Ni ante mí ni ante ella misma. Haciendo cálculos, su metamorfosis empezó en esos días. Se tornó distante y silenciosa. Jamás se me ocurrió que fuera el miedo y, menos, que intentara así desvincularme de sus actuaciones. No lo sé con certeza. Una suposición más en la lista.

El cielo negro hizo encender el alumbrado público y nos obligó a prender los faros de los carros. Aunque menos recia, la lluvia seguía lavando los cristales. La lentitud del tránsito se disolvió ante mis pensamientos. En algún momento estuve a punto de chocar, no sé si por el vaho en el panorámico o por un velo húmedo en mis ojos. Al llegar a la 84, sin darme una razón, tomé la salida a La Calera y enfilé por los cerros hasta el mirador. Me bajé del carro, prendí mi último Lucky y dejé ir mis ojos sobre el tendido luminoso de la ciudad, abajo. Volví luego al carro, saqué el sobre de Katia y, después de leer dos o tres mensajes y devolverlos al paquete, le prendí fuego y lo lancé ardiendo hacia el abismo. Las cenizas, oscuras mariposas nocturnas, se elevaron al cielo. Luego bajé despacio a la ciudad. La lluvia había cesado y el tránsito era normal. Sin saber cómo me encontré aquí en el casino pidiéndole nuevas cartas al tallador, antes de que Katia me tapara los ojos y me obligara a levantarme de la mesa de juego y venir a ver la noche vacía desde esta ventana. • Casa de Elsie Celorio, Ahuatepec, Morelos, enero 2011

Jaime Echeverri | Autor de los libros de cuento Historias reales de la vida falsa (1979), Las vueltas del baile (1992), Versiones y perversiones (2000), Versiones, perversiones y otras inversiones (2009), El mar llega a todas las playas (2010) y de las novelas Reina de picas (1992) y Corte final (2002). Ha obtenido varios premios nacionales de cuento y entre ellos el del Concurso Las 500, convocado por la revista El malpensante. Es tutor en la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidada Nacional de Colombia.

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L e n gua de s astre

De animalarios y otras elecciones Carmen Ruiz Barrionuevo

en la poesía de José Emilio Pacheco

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a obra de José Emilio Pacheco intenta instalar contra todo pronóstico a la poesía en el mundo, a pesar de que es consciente de la inutilidad de su tarea: sabe que la poesía no es ni aceptada ni asumida en modo alguno por la mayoría de los mortales. Hace ya años Guillermo Sucre supo ver que para el poeta la poesía es inútil “en una instancia a la vez vital y estética: el precio que se paga ‘por no saber vivir’ [ya que] no cambiará la vida, y todos sus poderes mágicos no equivalen a los de la nueva historia” (331). Sin embargo, Pacheco insiste en su tarea y para ello plantea una estrategia: utilizar los elementos que nos son más próximos, considerar la propia vida y la de los otros en el poema e introducirlas mediante la palabra en un ámbito reconocible, el de todos los días, con los elementos habituales. Porque la poesía no la entiende como la búsqueda de un recinto cerrado de belleza, como la procesaron los poetas del fin de siglo modernista, la suya es poesía que se acerca cálidamente mediante poemas sin aparente pretensión, pero en los que se advierte una intencionada trabazón, un objetivo premeditado y depurado. Por eso se puede observar que es una poesía llena de mundo, de cosas esenciales, de tangibilidad, pero también de temporalidad, y su entramado está construido con un sistema, como sucede en todos los grandes poetas, con un orden que lo articula y

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que constituye su particular visión del entorno que habitamos: El hombre inserto en lo cotidiano con sus aditamentos contradictorios, su prepotencia y su minusvalía, derivados siempre de su frágil condición temporal y perecedera. Como consecuencia, sus versos surgen de la socialización humana, anclados en lo urbano, pero sin olvidar los elementos naturales y la historia de la que el hombre es sujeto, con su propio lugar de origen, México, en lugar central como emblema del mundo. Y cuando hablamos de naturaleza se debe entender en su máximo despliegue de materialidad, nada de sentimentalismos contemplativos, sino una aprehensión de lo vegetal y de lo paisajístico en su radical desnudez: la poesía de Pacheco abunda en motivos al parecer banales que todos encontramos a lo largo del camino, y eso incluye también la inserción de los seres que proceden del ámbito animal que con una constante regularidad toman vida en sus libros. Tal inclusión implica, desde luego, que no es algo accesorio de su mundo poético, sino todo lo contrario, que es algo intensamente necesario, porque a través de esa simbología de lo animal el poeta expresa, nos dice, nos conmueve, y hasta nos argumenta. Randy Malamud (2000; 2003) en sus estudios sobre este tema ha resaltado cómo Pacheco sintoniza con las creencias mesoamericanas dándoles un tratamiento personal, aunque no se pueda negar también que sus motivos se fundamentan tanto en vivencias personales como en tradiciones recibidas. El uso de los animales como emblemas en las obras literarias es de gran antigüedad. Desde hace siglos el hombre ha proyectado su imaginación en esas criaturas que en muchos momentos le han parecido hermosas, admirables, misteriosas, pero

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también objetivos para la caza y para la imposición de su dominio, y hasta ha llegado a la manipulación de sus cualidades para emplearlas a su servicio. La abundancia de los bestiarios lo confirma, a partir de la existencia de textos de tan pretendida y veraz información como la Historia Natural de Plinio, que une la observación y la fantasía, pasando por el bestiario de Philippe de Thaün en el siglo XII hasta llegar a las descripciones fabulosas de los cronistas de Indias, los cuentos populares, la inclusión de los animales por los fabulistas del XVIII, y claro está, la utilización de los animales en el siglo XX, cuyo ejemplo más relevante respecto al poeta mexicano, por su relación especial con el autor, es el Bestiario (1972) de Juan José Arreola. Imaginación pero también temor y deseo de apropiación, han sido, entre otros, los valores que han dominado a la especie humana con respecto al reino animal. No es extraño que se haya pensado que el hombre primitivo reproducía plásticamente a los animales para adueñarse de lo que el hombre deseaba y no podía conseguir, buscando la incorporación física de su carne para el sustento, o bien de las cualidades que los hacían atractivos a sus ojos. Hay, por tanto, según los casos, una relación de superioridad y de inferioridad ante el animal, lo que implica admiración y temor según los momentos o las fases de la vida. Temor ante el animal porque “El animal hormiguea, repta, se mueve, en una palabra, cambia. El animal muerde, pica, araña, engulle. Terror ante el cambio y ante la muerte devorante” (198) nos dice Ignacio Malaxecheverría recordando observaciones de Gilbert Durand, y enfatiza que nuestro desconcierto ante el animal proviene del factor de que es imposible entrar en diálogo con él, por su impenetrabilidad. Sería en-

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tonces el “otro” por antonomasia, el que desconocemos, pero también el ser incógnito en el que nos sentimos reflejados y sobrecogidos. Los animales pueblan la poesía de José Emilio Pacheco, todos sus libros están más o menos salpicados por lo que podemos considerar una obsesión, pero también un instrumento para interpretar y decir poéticamente. Malamud (2000) observa también, citando a Doudoroff, esta progresión: “A keenly-honed consciousness of animals pervades Pacheco’s canon. His first collection, Los elementos de la noche, from 1963, includes animals, later to populate many of Pacheco’s most memorable indictments of man, lurk[ing] in these opening lines”. Luego enfatiza cómo en No me preguntes como pasa el tiempo (1969), incluye la sección “Los animales saben”, trece poemas que anticipan su recopilación Álbum de zoología (1985). Para continuar con la progresión con Desde entonces (1980) e incorporando una mirada acentuadamente ecológica en Miro la tierra, de 1986. En efecto, si atendemos a su volumen Tarde o temprano, publicado en edición revisada en 2000, por cuyas páginas citamos, resulta significativo observar que los primeros motivos del mundo animal que se encuentran en su poesía son elementos de larga tradición y que tienen en la época contemporánea, como cultivador señero, al último Rubén Darío, alejado ya del preciosismo de sus años de Buenos Aires; se trata del cangrejo y del caracol, recuérdense sus poemas “Filosofía” y “Caracol” en Cantos de vida y esperanza (1905), motivos que, como es muy sabido, revierten en conocidos poetas posteriores como Antonio Machado y Pablo Neruda. Ambos elementos se adhieren a un significado de temporalidad tan persistente en Pacheco en un texto como “Canción para escribirse

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en una ola” (16), al marcar con el ámbito marino el principio simbólico de la vida y de la muerte: “En la ola del tiempo el mar se agolpa, / se disuelve en la playa donde forma el cangrejo / húmedas galerías que la marea destruye” y “Un caracol eterno son el mar y su nombre”. Como se puede observar en estas referencias, la enunciación de las dos criaturas marinas está muy lejos de las derivaciones que ambos tendrán en los poemarios posteriores, pues sus ecos se vinculan a homenajes y lecturas recibidas. Ello indica también que el mundo animal asociado a su cosmovisión ha ingresado en su poesía, aunque de forma tímida pero firme en los versos de este su primer libro, Los elementos de la noche de 1963. El mismo efecto de rítmica temporalidad, uno de los rasgos primeros de su poesía, afecta al poema que adopta el mismo título que el libro, “Los elementos de la noche”, en el que muestra su preferencia por otro animal emblemático, el águila, y por una doble razón, ya que, aparte de animal admirable y pavoroso, está relacionado con la mitología mexicana1: “Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente / ni los huesos del águila volverán por las alas”, nos dice en algún momento del poema (19). Resulta bastante claro que, en su poesía, como en la percepción cotidiana, los animales atraen por cualidades que el hombre no posee y que el contemplador añora, ello lo confirma el poema citado y también “Tarde enemiga” al prodigar las imágenes de elevación como “El tiempo abre las alas. / Se aleja en día hacia ninguna parte” (20) o cuando en “Éxodo” anota: “y ahoEvidentemente hace alusión al mito del origen mexicano del águila y el nopal. Estas referencias históricas han sido estudiadas detenidamente por Carmen Alemany Bay, que señala que de los doce libros poéticos del autor, en siete de ellos aparece, con mayor o menor intensidad, el pasado mexicano, aunque en tres, No me preguntes cómo pasa el tiempo, Irás y no volverás e Islas a la deriva, la temática resulta relevante (5-6).

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ra escucha en el alba cantar un gallo y otro, / porque las profecías van a cumplirse” (28). Como se puede observar, ya en ese comienzo, su preferencia es amplia y recorre todos los reinos naturales, algo que resultará más evidente en su Álbum de zoología, pues incluye animales de aire pero también de tierra, como puede advertirse en la introducción del tigre, tan ligado a la lectura de Borges, al proyectar su fuerza y su potencia en el poema titulado “Inscripciones”: Ya devorado por la tarde el tigre se hunde en sus manchas, sus feroces marcas, legión perpetua que lo asedia, hierba, hojarasca, prisión que lo hace tigre (30). Pero también en este libro primero el funcionamiento de los símbolos animales casi roza la admiración por lo teratológico en la prosa poética de “Crecimiento del día”: “He inventado la selva pero me falta un árbol que la pueble. En los abismos de una gota de agua el pez creciente sueña con detenerse encadenado” (31), lo que puede entrañar también una postura de distancia y de cautela en el uso de los emblemas animales. En todo caso todavía en este libro no vemos organizado su bestiario de forma personal pues se advierte que el mundo heredado, ecos y lecturas, pesa todavía demasiado. Un paso más se puede apreciar en El reposo del fuego (1966), donde la realidad se entiende a menudo, y en mayor medida, revestida con cualidades próximas a los animales, por lo que pervive la fascinación ante la cruel realidad devorante, carnívora, con miembros que son zarpas o bien con componentes hediondos, ratas, o gusanos que tejen sudarios:

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Hoy rompo este dolor en que se yergue la realidad carnívora e intacta. Hiendo tu astilla inmóvil, mansedumbre. Cerco lo que me asedia, las viscosas manchas del aire tóxico y la zarpa anudada sin cuerpo como aceite a la noche animal que se desata. Quemo tu lumbre humillación, tu aguja, solidaria del vértigo que iguala vagos trazos de un áspid en el polvo. El tiempo andando se acabó. Y es triste (37-38). Oye a veces correr bajo el palacio las punitivas ratas que se aprestan a desbordar el suelo y fieramente deshacer la soberbia. Y los gusanos, envidiosos del topo, urden la seda, la voraz certidumbre del sudario (39). Resulta importante observar el impulso de un paso más en estos versos, el poeta compone los aspectos negativos de la realidad con elementos animales, y lo vegetal es contemplado con una mayor complacencia y carácter benefactor, por eso “Sólo las flores / con su orgullo de círculo renacen / y pueden esplender, soltar su aroma / y nuevamente en polvo convertirse” (41). Parece claro que el mundo de Pacheco se afianza en este libro en una simbología que opone lo vegetal a lo animal, asumiendo los animales el polo de lo negativo ante el desconcierto que provoca la realidad. Otro ejemplo del mismo libro afianza la idea: “¿Qué ojos verán el mundo si la órbita / donde la luz brilló sólo es la casa / de las hormigas, su castillo impune?” (41) o bien “¿Cuántos buitres carcomen nuestra vida?” (42). Como se ha hecho notar, el sentido del libro está expresado

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en el “Don de Heráclito”: “El reposo del fuego es tomar forma/ con su pleno poder de transformarse”, porque “Fuego es el mundo que se extingue y cambia / para durar (fue siempre) eternamente” (44), o complementado más adelante con otras palabras, Todo lo empaña el tiempo y da al olvido2 (48). Esta percepción movediza del ser y el mundo se establece ya en sus versos para permanecer impregnándola como una visión de “cambiante permanencia”, en la que “Parménides se ve así vencido por Heráclito y su doctrina del ‘panta rei’ o, lo que es lo mismo, ‘todo fluye’. En esta situación, las tensiones entre los opuestos crean la única estabilidad posible” (Noguerol en Pacheco, 24). Ello constituiría la esencia del mundo en la que una parte del reino animal y natural asume el misterio o la parte negativa del cambio: “El mar es agua pura ante los peces/ y nunca ha de saciar la sed humana” (45), pero también se acentúa el extrañamiento ante lo real, una actitud que resulta explícita a través de la simbología de lo natural, “Y este mundo / resulta un pez que el aire ya devora” (47), con lo que la imagen del pez al salir de su entorno se incrusta en lo negativo de la consunción y de la muerte. Un paso de importancia se advierte en este libro en relación con el uso de estas imágenes zoológicas, que se adaptan a percepciones zoomórficas proyectadas en la naturaleza, pues todo un sistema de lo natural se despliega en sus versos con sustantivos y formas verbales que lo evidencian: O es el desnudo pulular del frío o la voz invisible de la hormiga atareada en morir bajo su carga. 2

Repta el viento y horada los caminos subvegetales que horadó la asfixia de algún roedor en su hosca madriguera (49) Porque una idea comienza ya en esta segunda entrega poética, el grito ecológico, pero también la consciente percepción de la precariedad del hombre ligada en este caso a la mitología mexicana y a su presente, para lo que, siguiendo la tendencia contemporánea de la literatura de su país, desvirtúa el elogio de México. Claro que, como ha notado Marco Antonio Campos (2009), “la Ciudad de México representa para Pacheco en una forma emblemática al mundo”, con lo que las imágenes se extrapolan a un entorno más amplio. Con ambos propósitos coincide la imposición de la muerte de lo vegetal representada en versos como “Y los sauces, / y las rosas sedientas y las palmas/ funerarios cipreses ya sin agua” (54) junto a la “furia devorante de la hoguera” que se animaliza en su poder, por lo que la esencia mexicana y también del mundo está expresada por todo lo negativo del animalario: “la ociosidad viscosa de la araña / la mosca y su hociquito devastador (57), y por gusanos que devoran el espíritu: nuestra laguna dulce en la que el mito abre las alas todavía, devora la serpiente metálica, nacida en las ruinas del águila. Su cuerpo vibra en el aire y recomienza siempre (51) O también: El ajolote es nuestro emblema. Encarna el temor de ser nadie y replegarse (52)

En cursiva en el original.

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En su tercera compilación, No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), un libro que ha sido considerado muy pronto por la crítica, como el comienzo de su madurez, es el caso de Luis Antonio de Villena (29)3, vuelve ese imaginario animal que alcanza una estabilización definitiva. Samuel Gordon ha llamado la atención también acerca de este libro en el que se aprecia un giro en la poesía del autor y señala respecto al tema que nos ocupa, la aparición de animales que conforman “breves bestiarios o fábulas enternecedoras y estremecedoras que apuntan siempre hacia el hombre como bestia mayor” (259). Desde luego que, por un lado, se observa una concentración y una preferencia, tal vez más pronunciada de insectos y animales diminutos, y se prodigan verbos que convienen al reino animal con mayor énfasis, como rumiar, devorar, roer (65), pero por otra, ya se dedica una sección entera a desarrollar las imágenes de ciertos animales, como es el caso del apartado IV del libro, titulado “Los animales saben”, lo que resulta un dato enormemente significativo. Además, desperdigadas por el poemario, se perciben obsesiones especiales con algunas criaturas, como las hormigas “(Ya oigo la impugnación de las hormigas)” (86), que evoca en nuevo sesgo la magnífica imagen que Ramón López Velarde desarrolló en su poema “Hormigas” de Zozobra (1919); o los gusanos asociados a la podredumbre, se habla de “la insaciedad de los gusanos” (64); pero además esas imágenes son potenciadas mediante la adheVillena observa que empieza con este libro la poesía social del autor que “se mueve, fundamentalmente, entre la sátira y la ética. Y si no responde a las fórmulas de una ideología determinada (no es poesía marxista ni real socialista), sí está muy claramente contra las estructuras y desafueros de un poder que esclaviza y somete al hombre” (30).

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rencia de notas de temporalidad existencialista y de muerte: “seguir royendo para siempre nuestras migajas” (65). Este factor favorece una poética que se apoya en el sufrimiento, en el estado carencial del hombre y del poeta: “La poesía tiene una sola realidad: el sufrimiento” (77) nos dice, y ello es evidente si la poesía toma como centro el estado menesteroso de los seres humanos, y se contrapone al avasallador mundo de la ciencia, para contrastarlo con la precaria existencia de los poetas, como es el ejemplo de Baudelaire (“Baudelaire lo atestigua, Ovidio aprobaría /afirmaciones semejantes”). Un breve poema posterior, “Contraelegía”, reunirá sus temas sustanciales y apoyará la idea de cambio que también se vincula al imaginario animal: Mi único tema es lo que ya no está. Sólo parezco hablar de lo perdido. Mi punzante estribillo es nunca más. Y sin embargo amo este cambio perpetuo, este variar segundo tras segundo, porque sin él lo que llamamos vida sería de piedra (131). Pero como se indicó, el paso fundamental que se ejerce en este libro respecto a su bestiario particular, es la inclusión de todo un apartado de trece poemas dedicado a los animales: “Los animales saben”. Abre el apartado el “Discurso sobre los cangrejos” que muestra un sujeto poético que desarrolla, primero, su fascinación ante esos animales, hasta el punto de creerlos víctimas de hechizo, misteriosos en sus caparazones armados, y en su caminar oblicuo, “hoscos, pétreos, eternos fugitivos” (93), diestros en el ocultamiento, de carácter avieso pero obstinado, trepadores con armadu-

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ra, aunque de caparazón frágil que “incita al quebrantamiento, / al pisoteo…”: Caminantes oblicuos, en la tenacidad de sus dos pinzas sujetan el vacío que penetran sus ojillos feroces como cuernos (93). El coloquialismo, signo de gran parte de su obra, se reinventa en una asordinada relación con el lector, por eso resulta muy pertinente la observación de Marco Antonio Campos (2009) al plantear que “La obra de Pacheco parece o es una larga y sostenida conversación: primero oye lo que sucede en la vida diaria y luego nos habla para que lo oigamos desde sus páginas”. Así vemos ya en este texto, de manera clara, el procedimiento característico que Pacheco adoptará en adelante en una parte de los poemas que se centran en los motivos del bestiario: el desplazamiento de las imágenes y adherencias de sentido a otro terreno más banal y cotidiano, pues el cangrejo es un signo del zodiaco, pero también está vinculado a uno de los males más temidos de la humanidad: el cáncer. Por eso a partir de la imagen positiva y frágil del elemento natural se produce un estremecimiento final que constituiría una especie de contra-apólogo. Esta línea de interpretación la apoya también la observación de Michael J. Doudoroff4 respecto a los poemas de esta sección, según la cual, Pacheco emprendería una renovación de la fábula clásica al crear sentencias sorpren“These playful meditations on the animal kingdom range from ingenious, miniaturist descriptions (e. g., “Mosquitos”), to what I thing is best described as a renovation of the classical fable in which metaphorical description creates surprising, ironic judgements of human conditions. Anthropocentrism, imperial ambition, mass man, various forms of violence, repression, and horror, ant even the defense of poetry appear in this group” (267).

dentes e irónicas sobre la condición humana. Y ello se observa en mayor o menor medida en otros poemas, como “Álbum de zoología” (100) refiriéndose al tigre, o al escorpión en “Escorpiones” (101) y en varios títulos que tienen como motivo el cerdo, el mono o el halcón. Pero lo decisivo es que ya tenemos articulada la manera, la actuación del poeta frente a un bestiario personal que empieza por el cangrejo y continúa por el murciélago, “Indagación en torno del murciélago” (94-96), poema éste que adopta, como el anterior, un carácter discursivo, expandiendo sus adherencias legendarias, populares y míticas para desmitificarlo en el presente, pues los murciélagos “no saben una palabra de su prestigio literario”, es un “ángel caído” marcado por el martirio que se le inflige en algunas culturas, o es un ratón alado según la creencia popular. La imaginación penetra también para describirlo: “Prefiero imaginarlo como un reptil neolítico hechizado”, y acabará enalteciéndolo: “La melancolía es el rasgo que define su espíritu”, con lo que concitaría en sí el más alto de los dones, el carácter melancólico, pues según la creencia antigua es propio de los seres que poseen facultades especiales y, por tanto, del poeta5. Si en el cangrejo se proyectaba la temible enfermedad del cáncer, aquí el murciélago, distorsionando la tradición que lo relaciona con lo demoníaco, es la cabeza de turco de las maldades que oculta en su interior el ser humano, poeta caído, ángel caído, porque “Lo confinamos en el Mal porque comparte la fealdad viscosa, el egoísmo y vampirismo humanos” (96). Algunos poemas breves como el dedica-

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Según creencias que arrancan desde Aristóteles, la melancolía, que producía la bilis negra, desencadenaba en ciertas circunstancias el genio creador. La asociación con el murciélago se establece ya en el famoso grabado de Albert Durero donde aparece con sus alas desplegadas exhibiendo el título del cuadro: Malenconia 1 (1514).

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do a los monos practican la inversión de las cualidades, ello certifica cómo los animales son seres que encarnan el otro misterioso, o también los peces se conceptualizan (“Tratado de la desesperación: los peces”) al trasponerles las cualidades de otros seres: “Piensa en el pez salobre y en su vuelo / reptante: breves alas de silencio” (96), o “Mosquitos”, que constituye casi un epigrama al manejar su contradictoria forma, al denominarlos vampiros y sublibélulas (97); “Los grillos”, que encarnarían la poesía por su canto inútil y sus señales indescifrables (97); o “Biología del halcón” que marca la especial dedicación de un animal troquelado por el hombre, que vive para la muerte y el envilecimiento y que acaba contaminándose de las maldades humanas: “Los halcones: verdugos, policías. / Con su sadismo y servilismo ganan / una triste bazofia” (98). Así como en el caso de los elefantes, vinculados con la historia de Cartago y Roma, y por tanto con el triunfo de la civilización occidental, también los ratones se imbrican sobre la propia página, en el primer caso propiciándola, en el segundo royéndola: véase el poema titulado “Fragmento de un poema devorado por los ratones” (98). Cierto humor irónico invade estos textos, muy visible en “Preguntas sobre los cerdos e imprecaciones de los mismos” (99) o en “Leones”, poemas que se ejercitan en la sorpresa y que deparan al lector una amarga sonrisa. Ya sentado su procedimiento con respecto al uso de la simbología animal, en Irás y no volverás (1973), libro fundamental en su trayectoria, la concepción poética de Pacheco se imbrica sustancialmente en su ejemplificación para concebir el entorno como un acuario, como “señales de vida”, que encierran y aprisionan todo cuanto el hombre es y significa. Por eso, “Como los peces muertos que

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la marea abandona, / el reflujo de la memoria saca a la podredumbre / lugares, rostros, fechas, voces, aromas. /Su resplandor se vuelve opacidad. El pasado / es un acuario, una prisión de fantasmas” (“Marea baja” 128). No es extraño que la muerte de lo natural se acentúe en este libro de tal manera que, simbólicamente, el águila, ave heráldica mexicana, se evoque primero en su desaparición vinculada a la mitología: “Los aztecas creyeron que el dios sol / noche a noche moría en forma de águila” (119), pero que enseguida sea procesada de otra manera más actual, pues su desaparición es, simbólicamente en este tiempo, consecuencia de la acción humana y del deterioro ambiental: El águila fue hallada en la maleza, no heráldica ni ardiente en el crepúsculo. En descomposición. Se alimentó de peces que envenenaron pesticidas, basura, desechos industriales (119). A esta altura ya no hay duda en que la admiración y el temor hacia el animal han evolucionado en el transcurso de su obra para apropiárselo como un procedimiento en el que se muestran sus marcas personales. No hay sección animal en Irás y no volverás, pero una serie de poemas pueden resultar emblemáticos, y continúan el mismo procedimiento establecido: puede ser el caso de “Un pavo real visto por Montes de Oca” (135), en el que la tradición literaria modernista se erige en ironía6, Humor e ironía son recursos propios de la poesía coloquial. Según Carmen Alemany: “El humor puede surgir de la temática del poema, aunque frecuentemente los poetas coloquiales centran el germen del humor en el juego de palabras o desde la extratextualidad, es decir, haciendo mención a hechos cotidianos, por tanto muy conocidos, y dejándolos en entredicho” (75-76).

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abundando sobre el juego lingüístico: pavo, pavor, “pavoirrealidad”. O el búho, también de tradición modernista, que se deslegitima para convertirse en emblema de la rapiña de Occidente, cosa que tiene especial importancia porque el búho es el símbolo de la diosa Atenea y ha encarnado siempre la inteligencia que rige nuestro mundo (136). El mismo carácter desmitificador tiene el sapo como contrafigura de lo humano: “Trágico impulso humano: destruir / lo mismo al semejante que al distinto” (136). Otros casos se producen al mostrar la venganza de los animales, y la ruptura de la armonía natural que los humanos han propiciado con la basura omnipresente, a ello se refiere el breve poema dedicado al pez (137) o de modo más general a la situación de quien vive enclaustrado, ¿en una celda?, ¿en el mundo? en el poema titulado “Para quien vive entre murallas y guardias”: De noche los ratones poseen tus orgullosas propiedades. Los mosquitos lancean el cuerpo que amas. Las cucarachas burlan tus medidas higiénicas. Malos sueños afrentan tu respetabilidad. Bajan los gatos a orinar tu soberbia. (140) A partir de este momento y en los libros posteriores se comprueba que el manejo del animalario es algo consustancial a su visión del mundo, como puede comprobarse en Islas a la deriva (1976), donde la hermosa creación lingüística acerca del mar animalizado se plantea como un “tigre entre la olarasca” (“El mar sigue adelante” 164) o también la personificación de los ínfimos seres, con lo que se habla de “capitanías de la oruga” (164), ya que perduran matando rosales, en un parangón que devalúa la soberbia de los hombres. Sigue siendo Pacheco

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aquí el poeta de la fluencia, de la percepción dolorosa de la vida que pasa, de la muerte sobrevenida y provocada, y ello vuelve otra vez a plantearse en un apartado especial, “Especies en peligro (y otras víctimas)”. Y así de la supuesta sapiencia de los animales del apartado precedente en No me preguntes cómo pasa el tiempo, hemos pasado a la conciencia menesterosa: Los pájaros, “negras aves que parecían traer la noche en sus alas”, que se asocian a la tragedia; se habla del temor, de “la indisciplina misteriosa con que los pájaros / iban cubriendo —grandes gusanos o langostas— los árboles” (199); se suman peces muertos con órbitas vacías, y cómo “Joyas pulidas por el mar, sarcófagos,/ encerraban su propia muerte” (200); arañas que con paciencia tejen su sudario o redes para atrapar la perfección en vano; tanto las “Ballenas”, que son sobrevivientes frente a la crueldad de los arpones en mares llenos de sangre, como las langostas, que son destinadas a ser saboreadas por gourmets (202), o las reses en el matadero en “Morituri” (203), son especies en peligro de extinción por servir de alimento al hombre o a su codicia. Por eso ahora los zopilotes son reformulados como “brigadas de reciclaje” (204), o el “Caballo muerto” se somete a la cadena alimentaria de la naturaleza (204). No faltan los animales fabulosos, como “La sirena” o el dragón (206), pero sobre todo se evidencia, con cierta mirada apocalíptica, el poderío de los insectos, las hormigas, las moscas, la mantis religiosa y otros similares que ejercen su crueldad en poemas como “Tema y variaciones: los insectos” (205). Los libros posteriores siguen asumiendo con coherencia la poética precedente, así en Desde entonces (1980) dirá: “Cambiamos siempre / de manera de ser y estar/ como mudamos de camisa” (213), porque nada es uno, todo es cambiante a cada momento. Algunos poemas de este libro recogen de

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nuevo motivos animales, en este caso con el nuevo registro del trasfondo de la infancia: “Cocuyos”, “Cerdo ante Dios”, “Monólogo del mono” y “Vida de las hormigas”. “Cocuyos” (223) marca el descubrimiento de lo maravilloso en la infancia unido al deseo de verbalizar y trasfundir la magia de esas “estrellas verdes a ras de tierra, / lámparas que se mueven, faros errantes, / hierba que al encenderse levanta el vuelo”. También “Cerdo ante Dios” (226) proviene de un recuerdo infantil, pero en este caso se proyecta hacia el destino del animal y la existencia y permisividad de Dios, acabando, como en otras ocasiones, por romper el sentimentalismo con una afirmación que implica al sujeto poético como consintiente, en un sesgo irónico, en la misma acción: “Dentro de poco / tragaré como un cerdo”; en cambio el “Monólogo del mono” (228) es una pregunta por la libertad (“Dicen: Hay monos libres. / Yo no he visto / sino infinitos monos prisioneros”), hasta el punto de pensar en una selva erizada de rejas, “Mi libertad es mi jaula. Sólo muerto / me sacarán de estas brutales rejas” proclama. El poema se convierte así en una parábola de la vida humana a la manera del Asterión de Borges. Muchos otros poemas más podemos destacar de los libros posteriores que continúan aportando nuevos matices a esta poética del bestiario, poemas como “Perra en la tierra” (280), espeluznante descripción del apareamiento de los perros sarnosos en México7, “A Circe, de uno de sus cerdos” (281), irónica reescritura de la historia de Circe (“Circe, amor mío, cuánta paz y felicidad sabernos / nada más cerdos”; “Disfruta, Circe, la pasión Luis Antonio de Villena realiza un comentario que puede tenerse en cuenta: “Frente a los poemas en que Pacheco convierte la descripción zoológica en un instrumento ético (frente al hombre salvaje), ahora el trasfondo es metafísico: lo que la lujuria canina nos enseña es un ingrediente de nuestro ser que hemos olvidado o perdido: la sacralidad del sexo como fuerza cósmica (70).

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de tus cerdos” 281), todos ellos en Los trabajos del mar (1983). Pero si debiera destacar dos poemas emblemáticos de su hacer, que resumieran un poco su procedimiento, tendría que citar “Fisiología de la babosa” (126), especie de apólogo puesto al día en el que el animal reúne en sí caracteres humanos, por eso “La babosa, / animal sutil, / se recrea/ en jardines impávidos. / Tiene humedad de musgo, / acuosidad/ de vida a medio hacerse”. Una descripción fisiológica que luego revierte en una etología: “proclama / que andar por este mundo / significa / ir dejando / pedazos de uno mismo”, en una condición inconsciente y megalómana de su actitud en la vida. El final sorpresivo se devuelve a la realidad irónica desde la seriedad de la descripción: “es tan supersticiosa: / teme / (justificadamente)/ que alguien/ venga y le eche la sal”. Creo que este es uno de los procedimientos más personales en la utilización del bestiario en José Emilio Pacheco, modernizar el apólogo, hacerlo hablar como se ha hecho siempre de nosotros mismos, pero despojándolo de su moralina pedagógica para imbuirlo de la mirada irónica que trasluce la opinión pesimista de la actuación del hombre en el mundo. Otro de los procedimientos con respecto al uso del animalario aparece en La arena errante, de 1999, donde el poeta elige el punto de vista del animal. Me refiero al poema “La mosca juzga a miss universo” (572), magnífico poema en el que el insecto enjuicia a los humanos con frases como “Qué repugnantes los humanos”, “lo más repulsivo es su fealdad”, y continúa: Miren a ésta. La consideran hermosísima. Para nosotras es horrible.

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Sus piernas no se curvan ni se erizan de vello. Su vientre no es inmenso ni abombado. […] Asco y dolor nos dan los indefensos. Si hubiera Dios no existirían los humanos […] Pero los compadezco: no tienen alas y por eso se arrastran en el infierno. (572-573) Entendemos por qué Pacheco elige el mundo cotidiano y desdeña toda retórica antisonante. Poeta de la desmitificación, los animales le sirven para transmitir su visión del mundo, por esa razón animales como el pavo real son rebajados de ámbito prefiriendo, cada vez más, animales más próximos y también más desdeñables desde el punto de vista de los humanos. Por eso son muy frecuentes en su poesía los insectos, y también los moluscos, criaturas en las que se concita la sorpresa de su perfección pero también la molestia y el dominio implacable de los autodenominados “reyes de la creación”. No es de extrañar que el caracol y el cangrejo, nacidos como enigmas en la poesía de Darío, adquieran en él un nuevo giro, el de la cotidianidad. Ello se perci-

be mejor en el uso del cangrejo, al aproximarlo a ese arte tan exaltado en nuestros días, el de la gastronomía, cuyo objetivo no consiste en otra cosa, respecto a los animales, que en someterlos a la muerte y a crueles destinos, para cumplir el placer culinario. Si todo en el mundo está encadenado, el hombre también cumple con esa finalidad respecto al reino animal al formar parte de la cadena alimentaria. El poeta contempla a este “rey de la creación”, soberbio y prepotente, con escéptica ironía, véase “En la república de los lobos” (390) donde el aullido acaba descubriéndose como “un monólogo solipsista” o “Las ostras” (435), parábola práctica también de la violencia ejercida sobre los animales, sin pensar, irónicamente, en la propia temporalidad humana. Si todo empezó con la inquietud ante la vida al parecer distinta de los seres que comparten el mundo con los seres humanos, lo que conducía a una perplejidad ante el comportamiento de esos seres otros, la poesía de Pacheco va introduciendo cada vez más la mirada reflexiva e irónica, sin excluir la autoinculpación, pues el propio sujeto poético se sabe solidario e igual de culpable en la corrupción y el desvencijamiento del entorno. •

Nota de la redacción: fue suprimida la bibliografía por razones de espacio.

Carmen Ruiz Barrionuevo | Catedrática de la Universidad de Salamanca. Entre sus publicaciones: El “Paradiso” de Lezama Lima (1980); La mitificación poética de Julio Herrera y Reissig (1991); Rubén Darío (2002). Poesía en Salamanca. Antología en el 250 aniversario de la Plaza Mayor (1755-2005), (2005); Asedios a la escritura de José Lezama Lima, (2008). Actualmente prepara la antología del XX Premio Reina Sofía de Poesía 2011 que se concedió a la poeta cubana Fina García Marruz.

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Emilio Coco: entre el dolor y la ironía

Marco Antonio Campos

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n la última de sus espléndidas máximas (504), que es propiamente más una larga reflexión, La Rochefoucauld exponía que nadie, ni aun entre los más propensos al suicidio, tenía un verdadero desprecio a la muerte. Ante ella, siempre uno mantiene una compleja red de actitudes y reacciones. Uno puede resignarse, estar abrumado o tener razones de disgusto, pero nunca despreciarla. En ningún verso del dilatado poema El don de la noche hay algo que muestre de parte de su hermano Michele —atacado de un cáncer cerebral—, o de parte del propio Emilio Coco, un desprecio a la muerte o el deseo de morir. Aun en los últimos momentos se espera el súbito resplandor del milagro. Como en la dolorosa elegía de Jaime Sabines a la muerte de su padre, el vasto poema de Coco no tiene en su proceso mayores complicaciones: se trata de la descripción de la enfermedad, de la agonía, del deceso y de los días posteriores a la ausencia del hermano, con los dolorosos desgastes, las súbitas esperanzas y las largas fatigas de quienes lo rodean. Entre la llegada al hospital de Michele y su fallecimiento pasa un mes y medio. No, la complejidad del poema no está en el lenguaje ni en el desarrollo del poema, sino en los contenidos. En diversos momentos, con exacta crudeza, Coco detalla los cuidados inútiles al enfermo y con caligrafía de espanto hace un registro de las humillaciones y degradaciones físicas del hermano: pañales orinados, jeringas con sangre pútrida, agujas

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Emilio Coco

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en las venas, supuración de las llagas, toses y escupitajos continuos… Situaciones de un naturalismo feroz donde de pronto hay destellos de relámpagos de un purísimo lirismo. Emilio hace el contraste del hombre arrogante, que fue muy bien parecido y fascinaba a las mujeres en los años de la fuerza corporal de juventud, y el viejo enfermo, minuciosamente menguado, al que se le van cayendo los árboles de la memoria y se vuelve un niño en su propio limbo. Es curioso: el católico Emilio tiene a la vez dos perspectivas —la pagana y la cristiana— de lo que hay más allá de la vida, quizá porque el hermano vivió culturalmente entre ellas: por la primera, Emilio imagina un sitio del otro lado de la Estigia donde se encuentran sólo “horrendas tinieblas”; por la otra, ruega a la Virgen para que acoja al hermano “en su seno doliente como al Cristo”. Por el poema, si nos es permitido decirlo, tenemos la impresión de conocer más en momentos los dédalos del alma de Emilio que la personalidad de su hermano Michele. ¿Pero qué significaba Michele para Emilio? ¿Qué le hace tener a éste tan alta devoción fraternal? Esencialmente, me parece, es la fascinación por el traductor de los líricos arcaicos y de los epigramistas griegos, que hablan de lo precioso del amor y la juventud, y de los poetas latinos, de quien Michele admiraba a Catulo antes que a nadie. Al hermano, lo que es muchísimo, le debe Emilio escribir poesía. Michele le enseñó que la poesía es “cuestión de música y ritmo” y le descubrió la magia maravillada del endecasílabo. Metro natural de la poesía italiana desde los sicilianos y los stilnovistas en el Duecento (en España se adaptó con Boscán y Garcilaso hasta el siglo XVI), es para Emilio Coco su metro favorito, pero en el

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caso de este libro es el endecasílabo blanco, del cual, en Italia, el más ilustre antecedente, como en general de los metros no rimados, es el recanatense Giacomo Leopardi, metro que tuvo alta fortuna en el siglo XX en España y México con poetas como Luis Cernuda, Jorge Guillén y Octavio Paz. Lo insólito es que el endecasílabo blanco en Coco se da de manera natural tanto en italiano como en español; basta cotejar en El don de la noche el texto original y el texto de la traducción hecha por él de sus propios poemas y se notará que respeta al máximo música, melodía, sentidos. Escrito entre la ternura fraternal y la tristeza continua, la admiración íntegra y un cruel resentimiento, El don de la noche es un largo poema de una sinceridad descarnada, cuyos versos, en buen número de momentos, son golpes certeros al rostro, al pecho, al corazón, al alma. El libro se complementa con excelentes poemas sobre el amor en la vejez, que son de una mordacidad sin concesiones, donde ni marido ni esposa sale ninguno bien parado. Agradezcamos que Coco haya tenido el valor de escribir y publicar estas joyas tóxicas, estas espléndidas flores marchitas. Los desvelos eróticos, nos diría Coco, están bien en parejas jóvenes, pero en los sexagenarios tiene algo o mucho de irrisorio y patético: Los poemas eróticos exigen que haya dos cuerpos jóvenes y bellos. No es éste nuestro caso. La piel cede, y existen además otros problemas. ¿Tú que crees? ¿Me aventuro a usar palabras como túrgido, erecto, penetrar? ¿No se van a reír mis enemigos?

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“Ya soy un carcamán. No entiendo nada”, dice Coco cuando quiere protestar inútilmente contra la emancipación de las mujeres. De los hechos más tristes para un viejo es la confirmación de la declinación del cuerpo en los años ajados. ¿No increpaba Mimnermo a “la odiosa vejez que vuelve al hombre malvado y feo”? ¿No abominó de ella Leopardi en sus Cantos y en sus Pensamientos, como cuando dijo en uno de sus Pensieri (IV): “La vejez es el sumo mal, porque priva al hombre de todos los placeres, dejándole los apetitos y trayéndole en sí todos los dolores”? ¿Acaso Rubén Bonifaz Nuño, en libros espléndidamente misóginos –Albur de amor, Del templo de su cuerpo y Calacas— no hace, entre otros temas, una encarnizada burla del amor del viejo?

Entre los últimos poemas del libro hay dos que son una delicia del eros pedagógico en el que el profesor se concentra natural y explicablemente más en el cuerpo de las alumnas que en el curso a impartir. Emilio Coco nació en San Marco in Lamis, Italia, en 1940. Al oficio de poeta ha unido una labor ingente de traducción a su lengua sobre todo de españoles y mexicanos. De los tipos de traducción se ha inclinado por la literal, la cual, si me es permitido decirlo, es la que prefiero. Las traducciones de Coco, que me ha sido dable cotejar, me parecen asombrosas en la recuperación de los ritmos y sentidos originales. No exageraríamos en nada si dijéramos que, sin su tarea de traducción, la poesía hispanoamericana vertida al italiano se vería notoriamente empobrecida.

Marco Antonio Campos | Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005). Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), el Premio Casa de América (2005, España) por Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile.

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Art e s pl ásti cas

Cronos en Pomar

© Carlos Bottelho [Arte digital]

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úlio Pomar, pintor, escultor, ilustrador, poeta, ensayista, es uno de los artistas portugueses más reconocidos. Nació en Lisboa, en 1926. Estudió en la Escuela de Artes Decorativas y la Escuelas de Bellas Artes, en Lisboa, y más tarde en la Escuela de Bellas Artes de Oporto, donde entró en contacto con los círculos de oposición al régimen de Salazar. Participó en la fallida candidatura presidencial antisalazarista del general Norton de Matos. Sus primeros trabajos pictóricos y teóricos animan el movimiento neo-realista, con trascendentales ramificaciones en otras artes (literatura y cine) en los años cincuenta. Desde sus inicios, la creación de Júlio Pomar desborda las fronteras de las disciplinas artísticas y los géneros: colaborador de revistas surgidas en torno al neorrealismo, poeta (con dos poemarios publicados), muralista (su trabajo monumental repartido entre Portugal y Brasil), fundador de la Cooperativa Gravura, donde a imagen y semejanza del Taller de Gráfica Popular mexicano, se formarán generaciones enteras de grabadores portugueses. En 1963, Pomar se instala en París, alejándose de la persecución política (que llevó a la policía política de Salazar a destruir el mural que Po-

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Luis María Marina

mar concibió para el Cine Batalha de Oporto) mientras buscaba nuevas vías de expresión artística. De esta época datan sus series Tauromaquias y Les Courses, en que el artista explora hasta las últimas consecuencias el movimiento, con cuerpos figurados en un continuum imposible. La crítica de sus mayores (Le Bain turc, d’après Ingres) es siempre compatible en Pomar con la búsqueda de un sentido a los acontecimientos de su tiempo (Mai 68). Otra presencia habitual en la obra de Pomar es la literatura. Pomar no es sólo el autor de su generación que más y mejor ha ilustrado libros; la literatura aparece también como tema central o sustento de muchas de sus series: Los Tigres (lúbricos, cuasi rousseaunianos, inspirados en Borges), las múltiples interpretaciones de El Cuervo de Poe o el Mensagem pessoano, el Homero de Trois travaux de Hercules et quelques chansons realistes … Pomar ha formado parte de la representación portuguesa en la Bienal de São Paulo en tres ocasiones (1953, 1975, 1985). En 1978, la Fundación Calouste Gulbenkian organizó la primera retrospectiva del pintor, en el Museo Nacional Soares dos Reis, en Oporto. Asimismo, retrospectivas parciales del autor han sido organizadas en Francia, Bélgica, España, Brasil, China o Turquía.

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2011 en el atélier del pintor, en una empinada calleja en pleno Bairro Alto lisboeta. No se busquen en ellas numerosos entrecomillados. ¿Acaso hay entrecomillados en la vida?)

Paris, 1971

Sobre su obra han escrito, entre otros, Antonio Lobo Antunes, José Cardoso Pires, Nuno Júdice, Eduardo Lourenço, José-Augusto França, Antonio Tabucchi, Roger Munier, Patrick Waldberg, Pierre Cabanne. Actualmente vive a caballo entre Lisboa y París. (Estas notas son el producto de una conversación entre su autor y Júlio Pomar, que tuvo lugar a finales de enero de

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Júlio Pomar habla pausadamente, como si de nada sirviera alzar una voz que lleva décadas hablando enfáticamente en sus telas, murales, azulejos, objetos, poemas, artículos, ensayos… En su sencillez quijotesca, barbada, Pomar no parece consciente de la magnitud de la empresa acometida en seis décadas consagradas generosamente al arte. Hijo de Cronos, aquel dios de los griegos que fue también el primer parricida, el creador de toda hybris (y así santo patrón de los artistas), el señor de las estaciones, el regidor de los trabajos y los días, el único de entre los dioses griegos que no ha desertado, el único al que reconocemos, aún hoy, pleitesía bajo la forma de fetiche con correa que colocamos alrededor de nuestra muñeca, Pomar ha osado poner en tela de juicio el sacrosanto principio con arreglo al cual vivimos desde que los primitivos italianos hicieran su luminosa y duradera interpretación del espacio. La obra de Pomar, pintor-poeta, refuta toda tiranía omnímoda, incluidas la del Espacio sobre la pintura, y la del Tiempo sobre la poesía. Lo suyo, claro está, no es conformista relativismo postmoderno, sino simple deduc-

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ción empírica de la realidad diacrónica de la obra de aquellos a quienes reconoce como sus mayores. Confianza en que el arte, sea pintura o poesía, tiene la capacidad, artificialmente postergada en nuestros tiempos, de interpretar el mundo, cuando no de cambiar(nos)lo. Quien quiera hablar con Pomar deberá sobreponerse a una peculiar ordalía: toda conversación será seguida por la mirada inquisitiva, inquietante, de Rocinante en Guernica, una de las escasas telas de gran formato que el pintor conserva en su atélier. Pomar ve en Rocinante un saco de huesos; pero sus trazos son descarnados y eléctricos, de poderosa vitalidad; tanta, que acabamos por ver a Rocinante convertido en pura idea del movimiento, una de las exploraciones constantes de la obra del pintor. Si Cronos entra en la pintura ha de ser necesariamente bajo la apariencia de una de sus más sugerentes representaciones, Dinamos, el movimiento, baluarte contra el estatismo del arte puro, por la vida: Tempus fugit, ergo sum. Sin Rocinante, Alonso Quijano habría sido un abúlico, un Simeón estilita, pero nunca un Quijote. Curiosa raza la ibérica, moviéndose eternamente entre esos dos extremos, el retiro interior y la huida exterior, la desidia y la hazaña, necesitada siempre de rocinantes para levantarse de sus reales. Pomar habla del quijotismo con propiedad, repasando la larga lista de qui-

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jotes que a lomos de rocinantes han hollado los campos de España y Portugal. Pues aquí, por encima de las diferencias, hallamos una natural inclinación común. Portugal es tan quijotesco como España, si no más. Si el español sobrepasa las dificultades, el portugués las “ultrapasa”. ¿Acaso no es quijotesco ese supremo gesto de “extravasarse”, salir de este rincón de Europa para construir un imperio repartido en tres continentes, vida contenida en el interior que se derrama hacia el exterior? ¿Acaso no inspira a Quijano ese gesto de suprema extemporaneidad de Don Sebastián, encabezando sus huestes al campo enemigo en un tiempo en que los reyes mandaban ya los ejércitos con notas manuscritas al margen de largas requisitorias; acaso no acompañaría Quijano al Pessoa circunstante que Pomar imagina único deudo en el camino de Don Sebastián a la tumba, “sobre un cajón en un burro / ajaezado a la andaluza”? Rocinante, nos sugiere en inteligente lectura la tela de Pomar, es ese jamelgo de lengua hiriente sacrificado en Guernica, nuestra excéntrica interpretación del retorno eterno, nuestro caballuno ave fénix: siempre volviendo para siempre ser sacrificado; muriendo siempre para poder volver. Pero empecemos por el comienzo. Júlio Pomar hojea, con asombro infantil y sensibles dedos de bibliófilo, las ilustraciones de Diego Rivera en la pri-

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mera edición estadounidense (BobbsMerrill, 1937) de El Indio, de Gregorio López y Fuentes (que vertió al inglés la gringa de Aguascalientes, Anita Brenner), y confiesa con esa leve pesadumbre que deja la edad no haber viajado nunca a México, él que grabó en madera obreros portugueses que bien podrían ser obreros mexicanos recién salidos del taller de tranvías de la Doctores. A México lo conoce, casi exclusivamente, por las páginas satinadas de los libros de arte. Vio por vez primera los murales de Orozco, Rivera y Siqueiros en los catálogos y publicaciones del MOMA de Nueva York, que llegaban a las escuelas de bellas artes de la apartada Lisboa de los años cuarenta a través de la sección cultural de la Embajada de los Estados Unidos en la capital portuguesa. El joven aspirante a pintor devoró aquellas poderosas imágenes, henchidas del hálito que Pomar echaba a faltar en el arte portugués (y europeo) de la época; imágenes en las que comulgaban un arte vivo (frente a ese otro arte puro, casi yerto) y una necesidad de explicar por qué las penurias de los obreros mexicanos se parecían tanto a las de los obreros portugueses. La pintura de Pomar es, entonces, arrastrada por una corriente desbordada de vida a cuyo servicio se colocan los volúmenes monumentales de ese segador que empuña la guadaña con vigor animal, los planos geométricos, cuasi cubistas, de la familia proleta-

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ria que contempla el (magro) almuerzo del padre en O Almoço da Trolha. En este temprano cruce de caminos, Pomar ha elegido, y su apuesta, que ya no conoce marcha atrás, es la del tiempo, que vale tanto como decir la de la vida. Tempus fugit, ergo sum. De los maestros mexicanos, la conversación deriva con naturalidad hacia los españoles. No tiene miedo a hablar de influencias quien ha escrito “… nada inventa / o pintor … vivendo só do que escapa” (“nada inventa / el pintor… que vive sólo de lo que escapa”). Así, a la indicación de que se intuyen en obras repartidas por distintos momentos de su producción resabios goyescos (y aún más negros, cercanos a la negritud absoluta de Gutiérrez Solana), responde Pomar moviendo afirmativamente la cabeza barbada, adusta, sólo para precisar seguido que Goya está más en la intención que en la ejecución. Me cuenta entonces de su primer viaje en coche a la España mojigata de comienzos de los cincuenta, con la sola finalidad de encontrarse con los maestros. Buscaba al Bosco, frente a cuyas Tentaciones de San Antonio había pasado tantas horas en el Museu de Arte Antiga de Lisboa, y encontró, sobre todo, a Goya. El pintor queda extasiado ante la luminosa brutalidad del aragonés. Sus ojos ávidos repasan una y otra vez las telas del Prado y se afanan en descubrir los detalles de los frescos de San Antonio de la Flori-

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da, mientras sus oídos escuchan el grito de lucidez descarnada de Goya, que retumba poderoso en el enorme silencio de los dos pueblos ibéricos, ese silencio sepulcral de entonces y de siempre. Goya se convierte para Pomar en una lente que distorsiona la realidad, aclarándola. Pomar abandona el Prado y, al salir a la calle, descubre, a través de ese cristal goyesco genialmente distorsionado, la legión de ciegos que pulula por Madrid, y que antes que a él habían ya impresionado a Alfonso Reyes (“El mendigo y la calle de Madrid son un solo cuerpo arquitectónico: se avienen como dos ideas necesarias”, abrirá el ateniense de América sus Cartones de Madrid). Pinta a esos ciegos con rabia, porque le duelen. Y, cuando vuelve a Portugal, descubre a sus propios ciegos, esos bultos negros, campesinos, feroces, igualmente dolorosos, que nacen en Maria da Fonte y que, con cierta regularidad, renacerán en sus telas. Los rostros descompuestos, desperados en tanto que lúcidos, profundamente humanos, se convertirán en una de las constantes de su obra. Asombrado entonces por la negra luz de Goya, sólo más tarde Pomar será consciente de haber caído bajo el dulce yugo, más sutil y por eso más persistente, de otro genio, el que con el tiempo ha de marcar el verdadero fatum de su evolución artística: Velázquez. Al hablar del sevillano, el verbo contenido de Pomar se ilumina por instantes. Pomar

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se atreve incluso a ensayar una boutade: “Velázquez es el inventor de la pintura abstracta”. Pero Velázquez es, antes que nada, un prestidigitador superlativo, el verdadero señor de la ficción pictórica, el taumaturgo por excelencia, como dirá Ortega y Gasset, “el genio de la displicencia”. Afirma Pomar: “Velázquez nos confunde con las apariencias. La apariencia de las cosas y de los seres que observa”. Pomar apunta al centro de la diana que Ortega construye en sus Notas sobre Velázquez: “su estilo pictórico se resume en pintar las cosas mirándolas desde lejos […] En sus cuadros, la pintura abandona por vez primera y en forma radical los valores táctiles […] Sus figuras serán intangibles, espectros visuales, la realidad como auténtico fantasma”. Coincidiendo también con Ortega, Pomar señala la dificultad de Velázquez para el espectador. No hay concesiones en su pintura, “ha pintado el cuadro y se ha ido de él, dejándonos solos ante su superficie”. Solo, ante la tela, Pomar se reconoce vástago de esta prole de embaucadores que inaugura Velázquez. En la tela no hay espacio, sino tiempo congelado. Tiempo ficticio, pero tiempo al cabo. António Lobo Antunes, uno de los mejores amigos y, al tiempo, de los más lúcidos analistas de la obra de Pomar, ha escrito: “El intríngulis es que el tiempo nada tiene que ver con la vida. Para casi todos el tiempo es un conjunto de días, meses, trimestres, lustros. En lo que res-

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cima de todo, hablar de literatura. Y entonces la conversación desemboca en los libros con esa sensación que nos dejan las tertulias amistosas de habernos desviado, dichosamente, de nuestro propósito inicial y haber dejado muchas preguntas y otras tantas ideas en la recámara. Pomar recuerda la larga lista de autores cuyas obras ha ilustrado (de memoria cita Pantagruel, Guerra y Paz, la poesía de Pessoa y el Oficio dos Touros de António Osorio, el Purgatorio del Dante y Don Quijote), a la que se añade la no menos numerosa de los escritores que ha retratado o le han servido de inspiración mediata (Camões, Poe, Carroll, Almada Negreiros, Cardoso Pires). Paradójicamente, a Pomar, el poeta, las palabras le parecen firmes: “as palabras são das coisas / que menos se gastam, como as chaves / e certas armas ou rudes ferramentas antigas / não assim a carne” (“las palabras son de las cosas / que menos se gastan, como las llaves / y ciertas armas o rudas herramientas antiguas / no así la carne”). De la misma manera que a Pomar, el pintor, las telas le parecen una genial entelequia, pura y gozosa ficción. Cuando la noche va ensayando sus primeras sombras, que se cuelan por las bajas ventanas del atélier, casi a nivel de calle, la conversación languidece y el gesto de Pomar se diría, por primera vez, cansado. Contemplo por última vez a Rocinante, atreviéndome inclu-

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pecta Júlio Pomar se trata sobre todo de una dimensión dramática e irónica que, de camino, va espejeando su condición”. Tempus fugit, ergo sum. Se nota que a Júlio Pomar le produce hartazgo hablar de lo que sigue. Los años de oposición al régimen, la candidatura de Norton de Matos, el mural destruido por la PIDE, la cárcel (compartida, entre otros, con Mário Soares, con el tiempo, Presidente de la República y a quien Pomar dedicará un espléndido retrato psicológico que es el de toda una generación), el destierro en París. Cansado de repetir y cansado quizás de tener que explicar el porqué del compromiso en la defensa de unas convicciones. La generación de Pomar aprendió, sobre todo, a creer y a crear con énfasis. Uno podía entonces ser nihilista y sostener ardorosamente su postura, aunque la propia defensa se desacreditara a sí misma ab initio. Por eso, aquellos discursos vehementes retumban en los oídos relativistas de hoy, acostumbrados, en el mejor de los casos, a una defensa fría, inercial, de los valores del proyecto de la modernidad. No le digo nada de esto a Pomar, aunque sé que él, sumergido en un repentino silencio, comprende. Pomar prefiere hablar de las oportunidades que le dio Paris, del Louvre y el pequeño museo del Jeu de Paume, de Duchamp, de su pasión por el retrato, de sus nuevos caminos en la pintura y prefiere, por en-


 Gadanheiro | 1945 | óleo sobre aglomerado, 122 x 83 cm | colección del Museo de Chiado | Lisboa.  Resistência | 1946 | Óleo sobre aglomerado, 33 x 73 cm | colección del Museo de la Ciudad | Lisboa.

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so a prender por un instante mi mirada en sus cuencas vacías. “Chega a olhar ao cuadro como / o touro entra na praça: estranhando / a súbita passagem da escuridão á luz” (“Llega a mirar el cuadro / como el toro entra en la plaza: extrañando / el súbito paso de la oscuridad a la luz”) ha escrito el poeta Júlio Pomar. Salgo a la calle. La suave noche de Lisboa, afuera, resplandece.

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 Metro | 1964 | óleo sobre tela, 81 x 100 cm | colección particular.


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 Cegos de Madrid | 1957-1959 | óleo sobre tela, 81.5 x 101 cm | colección Centro de Arte Moderno José de Azeredo Perdigão, fcg | Lisboa.


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 La clef | 1999 | Acrílico, carbón y pastel sobre tela, 195 x 390 cm | colección particular.  Kuarup iv | 1989 | Acrílico y carbón sobre tela, 195 x 130 cm | colección Manuel de Brito camb | Algés.  Varina comendo melancia | 1949 | Óleo sobre tela, 100 x 100 cm | colección particular.

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 Martelo e três frutos | 1991 | pintura acrílica sobre tela, 114 x 146 cm | colección Fundación Júlio Pomar | Lisboa.  Le pirate de la mer jaune | 2001 | acrílico, carbón y pastel sobre tela, 81 x 130 cm (díptico) | colección particular.

 Martelo e três frutos | 1968 | pintura acrílica sobre tela, 97 x 146 cm | colección Centro de Arte Moderno José de Azeredo Perdigão, fcg | Lisboa 128

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 Camões | 1989 | acrílico sobre tela, 195 x 130 cm | colección Ministerio de Cultura | Portugal.

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 Le bain turc, d’après ingres | 1968 | acrílico sobre tela, 162 x 130 cm | colección Millenium bcp | Portugal.

Luis María Marina Bravo | Poeta y diplomático. Nació en Cáceres (España), el 15 de julio de 1978. Licenciado en Derecho por la Universidad de Extremadura. Ha estado destinado en México y, actualmente, es Consejero político de la Embajada de España en Lisboa. Ha publicado el poemario Lo que los dioses aman (El Tucán de Virginia, México, 2008). Su segundo poemario, Continuo mudar, será publicado en los próximos meses por la Editora Regional de Extremadura. Sus poemas han aparecido en diversas revistas en México y España. Aparece en la antología hispano-chipriota άύριο/ Mañana/Tomorrow (παράκεντρο, 2010) y Campos magnéticos. Veinte poetas españoles para el siglo XXI (La Otra, México, 2011).

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l a c o c ina de l a rtista

Martha Chapa Pintar regio Entrevista con La Otra

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a artista plástica Martha Chapa, originaria de Monterrey, Nuevo León, es casi un ícono frutal por su pintura concentrada en el tema de la manzana. Una imagen de resonancia bíblicas y científicas, porque es el fruto de la tentación, la trasgresión, el placer y el pecado; un fruto ligado a la ciencia, es decir al accidente y al conocimiento por parte de Isaac Newton, que sentado bajo un manzano, otra vez el árbol, observa la fuerza de atracción de la Tierra sobre los cuerpos, en este caso sobre una manzana que cae por su propio peso: Ley Universal de la Gravedad. Pero Martha, además de pintora es una reconocida gastrónoma, y una mujer de inquietudes diversas en el plano de la cultura y los medios de comunicación. Nos interesa conversar en este espacio con la artista del color y los sentidos que le da vuelta a la manzana.

Martha, todo parece indicar que eres una sensualista no sólo por el tema recurrente de tus pinturas, la manzana, sino por tus aficiones gastronómicas y tu ánimo de socializar tu mundo. ¿Qué significa para ti el gusto? Y ¿qué relación encuentras entre el sabor y el saber? El gusto es ese universo o asignatura obligatoria que nadie debe omitir en su vida, pues hasta alcanza la categoría de arte, así sea efímero. Resulta imprescindible entonces adentrarnos en las esencias de nuestros sentidos que nos humanizan y trasmiten tantas y placenteras sensaciones. Y desde luego, el

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sabor unido al saber, más aún cuando se constituye en el preámbulo de una gran sobremesa, donde fluyan a la vez conocimientos, ideas, conceptos y en todo caso intercambios positivos. ¿Hay algún recuerdo de tu infancia que consideres vigente aún a la hora de definir qué cocinas y qué pintas? Desde niña tuve el privilegio de convivir intensamente con dos hermanas de mi padre, una la mejor cocinera de Monterrey de aquella época, y la otra una ameritada pintora, es decir, mis tías Chanita y Cuquita, respectivamente. Ya desde ahí me adentré en los sabores y los

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colores, que fui enriqueciendo con el paso de los años y que de hecho han sido factores inseparables de mi proceso de creación, tanto ayer como hoy. ¿Cómo son los rituales cuando pintas y cómo cuando cocinas? Bueno, cada disciplina o actividad tiene sus propias técnicas y procedimientos. Así, por ejemplo, la pintura implica una mezcla de colores, en tanto la cocina conlleva la combinación de sabores y los más diversos ingredientes. Pero en mi caso intento creativamente unirlos, infundiéndoles otra dimensión, pues al interrelacionarlos me parece que emerge una fórmula diferente que se traduce en platillos que saben y se ven, o sea, la unión de dos sentidos fundamentales como es el gusto y la vista. Es tan importante el sabor como la presentación visual de todo lo que aparece sobre nuestra mesa. Edmundo Valadés, nuestro amigo y maestro escritor, hablaba alguna vez de la estética de la sensualidad, ¿cómo definirías tú esa estética de los sentidos, del eros, y cómo la que corresponde a tu obra plástica? En lo personal considero que si hablamos de la estética de los sentidos necesariamente deben responder a un carácter integral, pues sí pensamos en la cocina no sólo intervienen el gusto y la vista, sino el tacto, el paladar, los ingredientes y la capacidad para ver si la textura es la adecuada. Qué decir del olfa-

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to, fuente principal del apetito y de la aproximación, así sea a distancia, de los propios aromas. Y por qué no, el oído cuando percibimos el sonido de las cocciones, el tono de lo crujiente o los suaves decibeles cuando freímos. Hay muchas historias en el cine, en la literatura que abordan el tema de la cocina y de la comida ¿hay alguna o algunas con las que te identifiques o te hayan impresionado y por qué? Hay muchos títulos de libros y películas que me han gustado, sobre to-

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do aquellas donde no necesariamente la comida es el centro del argumento sino la relación humana que incorpora la cocina como un ingrediente indispensable de la felicidad o de fuertes sentimientos y pasiones humanas. Por ejemplo la literatura de Lezama lima, Pablo Neruda o Rosario Castellanos, entre mucho otros y otras; en el cine baste mencionar a directores como Bergman y Ang Lee, o películas como “Cocktail” (Roger Donaldson), “El Gran Restaurante” (con Louis de Funes y dirigida por Jacques Besnard), “Deliciosa Martha” (Sandra Nettelbeck), “El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante” (Peter Greenaway), “La gran comilona” (Marco Ferreri), “Un toque de canela”

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(Tassos Boulmetis), “Julie & Julia” (Nora Ephron), “Fried Green Tomatoes” (John Avnet), “Cous cous” (La graine et le mulet, de Abdel Kechiche), El festín de Babette (Gabriel Axel), “Juntos nada más” (Claude Berri), “Chocolate” (Lasse Hallström), “Vatel” (Roland Joffé), Ratatouille (Brad Bird), por mencionar algunas que se me vienen a la mente. El norte de México no se caracteriza por poseer una cocina abundante, refinada, compleja como la del centro y el sur del país. ¿Cómo se dio ese vínculo en tu México austero y el México barroco, gastronómicamente hablando? No estoy de acuerdo con esta aseveración sobre la basta y deliciosa comida norteña; se trata de una falsa pre-

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misa. Por cierto, existe un libro de mi autoría cuyo título es Cocina Regia. Sólo en lo concerniente a la gastronomía de Nuevo León ofrece 101 recetas para mostrar ese horizonte de sabores que desmitifica la frase equivocada de Vasconcelos en el sentido de que “donde termina la cultura empieza la carne asada”. En todo caso haría hincapié, sin importar donde hayas nacido o vivas, que en nuestra patria tiene lugar un mestizaje maravilloso gracias al intercambio de sabores de una región a otra, extendidos a lo largo y ancho de nuestra tierra. ¿Qué opinión tienes de la cocina mexicana en el contexto de otras del mundo sin que te gane el fervor patrio? ¿Qué le cambiarías? Más allá de un nacionalismo exacerbado o peor aún de chauvinismos excluyentes, nuestros sabores, nuestra cocina, o mejor dicho el conjunto de cocinas regionales que conforman la gran cocina mexicana, es sin duda una de las mejores del mundo, y si me apuro la ubico entre las tres primeras cocinas más imaginativas, vastas y grandiosas de la civilización de nuestros días. Desde luego, no le cambiaría nada, por el contrario, le vamos agregando, más y más, en lo individual y colectivo. Por último, si tuvieses que cocinar para los artistas y escritores, para los lectores de La Otra revista, qué cocinarías.

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Va para todas y todos una de mis creaciones favoritas. Sopa de manzana 500 grs. de manzana verde (grammi) 2 cebollas chicas 2 dientes de ajo 1 cucharada de jengibre rallado 2 cdas. de curry 100 grs. de mantequilla 1 lt. de caldo de pollo Crema batida Se fríe la cebolla, enseguida se incorpora el ajo, luego el jengibre, por último la manzana; cuando esta adquiere un color dorado claro se retira del fuego, se deja que se enfríe, se licua, se vacía en la sopera y se sirve con un poco de crema batida, a la cual se le espolvorea un poco de polvo de curry.

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No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mĂ­ y un camino a mis pies. Robert Louis Stevenson

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E c lipse s

Bernardim Ribeiro Cantiga

Cantiga

Entre mim mesmo e mim não sei que se ergueu que tão meu inimigo sou.

Entre mí mismo y mí no sé qué se levantó que tan mi enemigo soy.

Uns tempos com grande engano vivi eu mesmo comigo, agora no maior perigo se me descobre maior dano.

Un tiempo con gran engaño viví yo mismo conmigo, ahora en el mayor peligro se me descubre mayor daño.

Caro custa um desengano, embora este não me tenha matado quão caro que me custou!

Cuesta caro un desengaño Aunque este no me haya matado ¡tan caro que me costó!

De mim me sou feito outro, entre o cuidado e cuidado está um mal derramado, que por mal grande me veio.

De mí estoy hecho otro entre cuidado y cuidado está un mal derramado que por mal grande me vino.

Nova dor, novo receio foi este que me tomou, assim me tem, assim estou.

Nuevo dolor, nuevo recelo fue este que me tomó, así me tiene, así estoy.

Bernardim Ribeiro | Escritor português (s. xv). Se ignoran los datos fundamentales de su biografía, aunque se supone que nació en Alentejo en 1482 y que murió, loco, en 1552. Es autor de la novela pastoril Menina e moça, publicada por primera vez en Ferrara en 1554 y luego, con ampliaciones apócrifas, en Évora en 1557. El autor supera lo que en el género hay de convencional con elementos de su propia experiencia. Escribió también una serie de cantigas y de villancicos, incluidos en el Cancionero general, y cinco Églogas (datos extraídos de internet)

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