Labial para una niña triste

Page 1

POESĂ?A Labial para una niĂąa triste

Autor: Alfonso Orejel

1


Índice Casa a la orilla de la infancia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 Paisaje envejecido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5 Parvada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .7 Brisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 Tortillas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 A medianoche. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Astilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13 Lápiz labial para una niña. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .15 Una cabeza sonriente de muñeca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .17 Árbol de perros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

2


Casa a la orilla de la infancia

En este día perdido entre los días, donde aburrido y lento el sol se hunde en el ocaso, caminas temerosa sobre el polvo del camino que desemboca en tu niñez. Hay plumas de ángeles o pájaros, el esqueleto roto del ciruelo, flores decapitadas por placer, nubes cubiertas de polvo, fragmentos de miradas de niña regadas en el camino a casa. Las sucias hojas de los pinos se mueven con el viento. Los perros mueven la cola y luego dan vueltas para echarse. Piensas que tu padre te mira a través de esos ojos

3


cada vez más ciegos. El atardecer posa, indolente, para ti de nuevo como aquellos días que amabas sin saberlo, que odiabas sabiéndolo. Treinta años después, caminas hacia aquella casa envejecida y muda que fue hogar, mecedora de tu sueño quebradizo - como los huesos de la abuela -, presidio de tu madre. Tus pasos tiemblan cuando te acercas. Respiras hondo. Los párpados cerrados no son más tu refugio. Miras hacia atrás. En el suelo hay huellas de tus pies de niña que huyen.

4


Paisaje envejecido

Regresas a tu casa habitada por la ausencia. El viento anciano que reposa entre los pinos te reconoce al palpar tu cara. Los pollos hambrientos picotean sus sombras. Se alzan las flores para mirarte. Con la cola los perros te sonrĂ­en. El paisaje ha envejecido. El cielo es un lienzo mal pintado. La puerta estĂĄ a punto de caerse como la pared que habla silenciosa en cada grieta. Caminas sigilosa por las habitaciones y abres las cortinas

5


temiendo encontrarte con la niña que fuiste. En el fondo de la noria hay un espejo que alberga tus lágrimas. Tocas la taza de barro que envidiaste porque sólo en ella ponía sus labios tu mamá. Y otra taza de café endulzada hace años te espera sobre la mesa coja. Sales al patio. Miras la ropa en el tendedero queriendo huir. Como tú lo hiciste un día.

6


Parvada

Desde la cocina mira las campanadas, palomas, que vuelan de la iglesia devoradas por el cielo azul. El almanaque, dócil, da los días a la mano de tu madre que los deshoja. Estas ollas de peltre, despostilladas, el juego intacto de cubiertos y ese mantel bordado a mano, son su único tesoro. Con orgullo ve ocuparse las paredes con las bodas de sus hijas a las que suplicó en silencio fueran felices. No hay más música para oír mirando la ventana, sólo éste ruido de trastes, éstas gallinas siempre hambrientas, esa cafetera que silba adolorida. Una veladora moribunda esculpe sombras temblorosas en la pared decrépita.

7


Los frijoles que hierven en la estufa, la ropa sucia que lenta se amontona y los hijos que ignoran lo que esconden debajo de su piel, los dĂ­as. la condenan. Suenan de nuevo las campanas. Pasan aves sobre el cielo de su casa y la mirada de tu madre se incorpora a la parvada.

Brisa

Tu niĂąez, diente de leĂłn, que sopla, cruel, el Tiempo.

8


Tortillas

Tu madre, amasa con sus manos el rayo de luz en agonía que el sol deja por la ventana, la harina en polvo, la manteca, su mirada tan remota, tan lejana. Sus dedos salpican gotas sobre las débiles colinas blancas. Del patio llega el bullicio de pájaros e hijos que no desea escuchar. El sol apaga su última brasa en la pileta de agua. Ha encallado la noche en la ventana. La luna cuelga, solitaria, de las ramas. Entre el follaje una tímida tristeza

9


grazna. La buganvilia en vano se afana en iluminar el muro con su rosado incendio. Te acercas. Ella te mira con culpa y toca tu cabeza. ¿Cómo pueden albergar sus pequeños ojos tanta tristeza? te preguntas, asustada. El negro comal esculpe las tortillas que empiezan a hacinarse sobre la servilleta a cuadros. Ambas tristezas se miran a los ojos. Llamas a tus hermanos. El humo de la hornilla tal vez explica tantas lágrimas.

10


A media noche

Este insecto repugnante que sube por tu pierna. Esta ola que se desplaza por debajo de tu piel. Este estremecimiento que aquieta tu sangre. Esta sombra que respira en tu oído, aprisa, te tienen asustada. De tu garganta jamás brotará un grito, solamente unas palabras que resbalan temerosas por la comisura de tus labios. Cierras los ojos para alejarte de la escena. Eres una brizna de hierba remolcada por el río. La sombra, por desgracia no es un fantasma. Sonríe con una cínica

11


inocencia. La has visto contemplando los párpados ingenuos de tu hermana mayor. No quieres entrar de nuevo en la noche. Hay un río dentro de ti que fluye tempestuoso. Ya no podrás quedarte a solas con tus sueños. Te aguarda el exilio de tu infancia. Sólo podrás dormir apretando una piedra entre tu puño.

12


Astilla

Aquel día escuchaste el sollozo de la ceiba, un grito desgarradamente silencioso. Las ardillas no salieron a robar huevos. Al frío le temblaban los huesos. El silencio en casa se hizo denso y pegajoso cual arena movediza. La sombra se alargaba contra la luz lánguida de los quinqués. Todos callaron la presencia del extraño. La niña que vivía en ti no pudo soñar más con los ojos cerrados. Y tocaste una oquedad en el antiguo sitio donde echaba su raíz

13


el corazón. Aquél día un cuervo le arrancaba los ojos a una liebre. Una niña lo miró todo desde tus ojos.

14


Lápiz labial para una niña

A escondidas entras a la habitación materna aún olorosa a piel y silencio, hay hojarasca de miradas dispersas sobre la cama. Miras el tocador de madera, los pocos utensilios en los que cifra su belleza triste, tu mamá. El lápiz labial de cera rosada para esa boca que ya no besa, la pomada Nívea que desliza como una lenta caricia sobre sus hombros, el delineador que subraya esa sonrisa hasta que caiga la noche y nadie mire su cara. Un ruido desde la cocina te paraliza. Maúlla la sombra atigrada.

15


Suena una taza vacía. Tomas el lápiz labial entre tus dedos pequeños y apurada lo deslizas sobre tu falsa sonrisa de mujer, el rubor acentuará tus mejillas de manzana, las sombras te darán un aire de mujer fatal. Y temerosa te asomas al espejo que tu madre abandonó hace un año. Observas una niña ávida tras esa máscara que oculta tus trece años. A través de la ventana todos se marchan: las nubes, las aves, el otoño, las miradas que deshojas de tus ojos tristes. Aprietas con vehemencia aquellos cosméticos que al fin pueden apresurar la huida

16


de tu infancia.

Una cabeza sonriente de muñeca

El sol tenía la soga alrededor del cuello. La luz de la tarde languidecía en las ramas de los pinos y sólo el viento se mecía en el columpio. La voz de tu madre te buscaba a ciegas. Sólo supieron de tu ausencia al ver tirado sobre el suelo un collar de lágrimas, girasoles degollados y a tu muñeca fingiendo una sonrisa. El escalofrío le dio a tus hermanos su verdadero apellido. En el camino había huellas de tus pies descalzos, un rastro de plumas deshojadas de canario y huesos roídos por el sol. Sobre el agua del canal

17


flotaba tu sonrisa. Tu madre vio la luna desangrarse aquella noche. Los álamos inútilmente alargaban los brazos hacia ti. El miedo se comía las uñas de tu hermano Juan. Los santos de la cabecera prefirieron cerrar los ojos. Ladraban los perros a la oscuridad. Los ojos cíclopes de las cachimbas salieron a buscarte. Tu padre miró el reloj que medía su desesperación. Temblando se asomó al fondo de la noria donde flotaba el cadáver de la luna, te buscó llorando en la geometría de los maizales y vio alejarse en la corriente

18


tu sombra de niña para siempre. Solamente encontró los quejidos colgados de tu hermana mayor de un alambre de púas, un relámpago negro de cuervos asustados, una cabeza sonriente de muñeca entre las piedras. Estabas sola, a salvo, en aquel establo habitado por tanto silencio que escuchabas el galope del miedo en tus arterias. Una tarántula venenosa y el espantapájaros escuálido que yacía recargado en la pared te acompañaban. Te quisiste esconder debajo del párpado lunar, cerrar los ojos para morir un poco, no ser más una niña:

19


odiabas ser un pájaro sin plumas. No querías que mañana el sol lamiera tus huesos y un buitre arrancara a tu alma las entrañas. Crujió la puerta de madera. La sombra de tu padre abrió sus brazos estrechándote como si volvieras de la muerte. Tus hermanos te nombraron con ternura inexplicable. Vertió lágrimas la materia dura de la piedra. Pequeña princesa chamagosa, regresarías a casa donde estaba a la espera la bestia agazapada detrás de una sonrisa. Y quedó una herida en tu mirada que el tiempo no pudo cicatrizar.

20


Árbol de los perros

Duró tu infancia un parpadeo como una piedra desplomada en el lecho del estanque. Niña varada en tus trece años, tu niñez es un columpio inmóvil, la sonrisa de polietileno de una muñeca que oculta su tristeza. Aquél día el sol bebió café con tu padre antes del alba, el frío mordía elotes tiernos y conmovía a las hojas el rocío. Los perros saludaban entusiastas y lo seguían en un cortejo. Tu madre detestaba tanto alarde, a los intrusos que invadían su cocina, la sala donde prohibido estaba sentarse en los muebles de madera comprados en abonos quincenales. Doce hijos le dieron su fecunda y perpetua condena maternal. Una vida que jamás soñó hojeando el cancionero Picot.

21


En el macapule había un columpio de llanta que rabiosamente se disputaban tus hermanos. Su dueño no tenía raíces en la dura tierra ni envidiaba el despliegue de las aves. Era un templo del placer, un santuario de trinos, un alarde de libertad ficticia. Todos amaban aquel árbol con los brazos siempre abiertos como un padre silencioso. Tu madre ponía sobre los platos la justa ración de su pobreza y les exigía a las niñas no caminar descalzas como un mínimo gesto de belleza. Soñaba un hombre para ustedes como el que ella no alcanzó, un vals bajo las estrellas, un camisón de seda, una sirvienta cuyas manos sangraran lavando tanta ropa, un instante a solas consigo misma. Odiaba el terco cochambre que se pegaba a las cazuelas,

22


las negras nubes de moscas, sus calzones de señora pendidos del tendedero. En su mirada se fermentó un rencor hacia tu padre, hacia el mismo sol que se colgaba del poniente. Esas palabras que callaba se hicieron un denso veneno que llenó de corrosión el río lento de sus venas. La miraste más tarde hablando con su peor enemiga en el espejo. Una máscara de bondad yacía sobre la mesa y su sonrisa cayó como una piedra en el fondo de la taza de café. Esa noche una daga desgarró tu último sueño. El alba aún dormía cuando despertaste. Con sigilo fuiste al baño y tus ojos aterrados descubrieron en el macapule el futuro desollado:

23


de sus ramas colgaban los cuerpos de los perros como frutos fúnebres. El árbol era el patíbulo de los condenados a la horca. Tu madre, lavó un poco la culpa, asistiendo el domingo a misa y tú, hincada, juraste huir pronto de casa y no volver a ser niña jamás.

Alfonso Orejel: Nació en febrero de 1961, en Los Mochis, Sinaloa. Editor de la revista Manchas de tinta en 1984. Promotor cultural desde entonces. Miembro fundador de la Feria del Libro Los Mochis, que inició en 2002 y en 2015 va por su décima cuarta edición. Distinciones: • Premio Nacional de Cuento Inés Arredondo en 2006 con el libro La balada del hombre muerto. • Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen 2008 con el libro Palabras en sepia. • La venganza de la mano amarilla quedó finalista en el certamen nacional de narrativa El Barco de vapor que convoca Ediciones SM, en 2009. • El cucaracho (Consejo Ciudadano Ahome/Difocur/ Conaculta, 2005) y • El sendero de los gatos apachurrados (CIDCLI, 2008) fueron seleccionados por el Plan Nacional de Lectura para el Programa Bibliotecas de Aula y Escolares en 2008. • La sombra (Andraval Ediciones 2009) fue seleccionado para el mismo programa en 2010. • Beca Jóvenes creadores en 1993. Poesía. FOECA. • Creadores con trayectoria en 2006. Cuento para niños. Cuantos cuentos cuentas. FOECA. • Creadores con trayectoria en 2008. Cuento para niños. Cuentos de terror. Ha aparecido en varias antologías: • Poetas de Tierra Adentro. (Volumen III). • Antología de Poesía Sinaloense. (Universidad Autónoma de Sinaloa). • La permanencia del relámpago. Editorial Praxis. • Si ya está muerto, sonría. Relatos de crueldad y humor negro. Ediciones SM. 24


• Antología General de la Poesía Mexicana. Océano.

25


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.