Las insistencias del espejo. Lars Gustaf Andersson
Entre los primerísimos poemas que ensayé en mi adolescencia había uno que invocaba al espejo como un oráculo. Mencionaba las propiedades físicas de los tipos de espejos: las aberraciones de concavidad o convexidad o las aberraciones de color eran metáforas de la falsedad. ¿A través de qué transparencia, objeto o más bien persona, podría dejarse ver lo que yo era? Sólo un espejo perfecto me mostraría mi verdadero rostro. Lo que era una invocación del amor era a la vez un anhelo de desenmascaramiento. Al encontrar el uso múltiple que hace Borges del espejo experimenté una especie de propulsión hacia una simbología vasta de ese recurso que desbordó lo personal. Los espejos borgianos son llaves a otra realidad. Recuerdo esto mientras leo Dagarnas rad (La hilera de los días) de Lars Gustaf Andersson, nacido en Lund, 1960. Poeta y especialista en cine, quien además de profesor en la Universidad de Lund ha escrito numerosos ensayos sobre literatura y cinematografía. En las páginas de Dagarnas rad un ojo mira al autor testimoniando su otra identidad. Ahí una labor insiste en la dualidad, esa antigua obsesión universal; no el principio binario de los mitos de creación, sino la alteridad que nos espía y contradice. No la polaridad elemental de uno y su sombra o el anverso, sino la alternancia del otro en el que somos, la realidad del que es en nosotros y El otro, que adquirió su más moderno sentido en la sentencia de Rimbaud. En este manojo de poemas, Lars Gustaf es el que acecha en el lenguaje, a veces el que espera y otras el que reta; aunque el otro esté constantemente en su foco se sorprende de verlo, por momentos es simultáneo, desaparece en la fusión, pero siempre está del otro lado.
La ventana de Borges tiene goznes aceitados por el humor. “¿Quién le dirá (a Beppo, el gato) que el otro que lo observa es apenas un sueño del espejo?” También entraña una cierta humildad: el reconocimiento del otro es ápice del enigma
de todas las cosas, El Aleph. Para Rimbaud en cambio no hay espejo, el otro es espeso, no tiene el tiempo que tiene el espejo, el breve tiempo de la contemplación: es primera y tercera persona en una simultaneidad implacable y delirante. Un saber furibundo de quien denuncia la fantasmagoría y la somete al fuego, ardiendo él mismo en la operación. Lars Gustaf Andersson se vale de una operación de distanciamiento sostenida por lo general en imágenes de lentitud o inmovilidad como la nevada, las piedras, el frío. Entonces lleva al lector a respirar el empeño mudo del esqueleto de los árboles, sus ramas desnudas moviéndose en el viento helado y un tipo de orden contrapuesto al de un país sumergido. La temperatura externa y las estaciones tiñen con sus colores los actos humanos. Y en la forma como Lars Gustaf se vale del espejo, tanto el que muestra la figura detrás de la superficie pulida, como el de la escritura, el mundo paralelo es una prueba de lo que se quiso ser o se quiere ser, incluso de lo que se es secretamente. Por momentos su voz delata un tono agridulce más o menos pronunciado. El otro, el deseado, pareciera cumplirse pero está en vilo o aplazado en el que vive de este lado, el personaje fáctico, el que tiene las llaves de la casa y la misión en un organigrama, escribe una carta en vez de otra, cumple su tiempo, envejece y finalmente no sabe qué es lo justo o verdadero/ más que cada hora es una piedra que se pone/ junto a otra, y entre ellas luego nada que las una.
En los espejos hay ese imperceptible modo de la conciliación que creeríamos complicidad si no fuera por su congelamiento. Ahí está el que nos mira cuando lo miramos, pero ¿cómo nos mira? Machado dice que sus ojos en el espejo son ojos ciegos que miran los ojos con los que ve. Quiere decir que estamos ciegos cuando nos vemos? Es por eso Borges relata lo que ve desde aquí y desde allá, pendulando hasta llegar al sueño donde “los soñados nos ven y no nos ven”? Como quiera que sea ese reflejo nos mira expectante y desconcertado, Ese rostro que mira y es mirado* esconde un fino sarcasmo. El narcicismo se legitima atenuado en la curiosidad; la curiosidad se intensifica en la incredulidad ante la reflexión donde aquel merodea. El que se ve ahí, cercano y al tiempo inaccesible es el que mueve la mano de Lars Gustaf, el que le abre las puertas a los mundos que necesita, donde he guardado mis memorias /ahí //vivo y al final/ me encuentro, un viejo tambaleante/ y un niño, una pregunta sin respuesta. El lector-ra puede quedarse detenido ahí ¿Será la libertad buscada esa ausencia de respuesta? “Al final de este día queda lo que quedó de ayer y quedará de mañana: el ansia insaciable e innúmera de ser siempre el mismo y otro” que fue la insinuación de Pessoa.
La ventana de Lars Gustaf es conciencia de estar aquí a medias y a medias en el mundo reflejado, donde él es él y sin embargo otro: Hay un regusto semejante al sabor pesaroso de una fruta casi malograda por demasiado tiempo de madurez, como una promesa a cuyo cumplimiento le negamos asistencia. Nos recuerda que poblamos las coordenadas reales, vivimos en lo ancho, lo largo y lo alto, pero en el reflejo se ve nuestro mundo sumergido que no encaja en la arquitectura de este lado de la lámina, vislumbrado sin embargo como “algo que siempre estuvo desde el principio”. Él mismo lo admite en una de sus auto-presentaciones: “Cuando miro lo que he escrito hasta ahora, descubro que mis poemas casi siempre describen a alguien junto a una ventana mirando al exterior, espera. Estar separado del mundo pero al mismo tiempo ser parte de él, esperar que algo ocurra al tiempo que el instante ya ha pasado – ahí está él, la figura a la vez extraña y conocida (familiar), respira junto al cristal y dibuja con las yemas de los dedos en el vaho, escribe algo que pronto desaparece. Así cae la primera nevada. Primero vacilante y luego como si nunca hubiera sido de otro modo. Esta solo y no está solo, es visible y no. Será que somos libres de todos modos?”
La persuasión de lo representativo suele ser un criterio peligroso en el momento de abordar una traducción. Creer que el índice de lectores o recensiones dará objetividad, credibilidad e importancia es quitarle peso a las interlocuciones que ahondan en un entendimiento con autores cuya obra tiene un rostro claro y una presencia innegable, dueños de una identidad cultural por fuera de lo folclórico, que han estudiado las fuentes literarias y se han fecundado de ese aliento que viene de los tiempos para lograr un lenguaje propio. Autores que poseen el fervor, la insistencia en la escritura aunque no estén remolcados por los lamparones de la crítica o la atención masiva. A éstos pertenece Lars Gustaf Andersson quien en relación con sus coetáneos suecos, destaca por una poética que realiza pesquisas sobre la libertad sin provocaciones en lo social, afirmada en la cualidad sosegada del monólogo interior. Al empezar esta introducción quería dar noticia sólo de La hilera de los días el más reciente de sus poemarios, pero al encararme con los anteriores Den första snön (La primera nieve), 21 dikter (21 poemas), övningsbok (Cuadernos de ejercicios), Sken (El brillo), Bebodda världar (Mundos habitados), resultó inevitable incluir otros textos
que considero necesarios para dar una idea más completa de la escritura de Lars Gustaf Andersson.
Ángela García, Septiembre, 2016
Artículos consultados:
http://www.iesleonardoalacant.es/revista/Articulos-2/Espejos/Espejos.pdf http://www.revistaelhumo.com/2012/01/ensayo.html
Poemas de Lars Gustaf Andersson
Beppo El gato blanco y célibe se mira en la lúcida luna del espejo y no puede saber que esa blancura y esos ojos de oro que no ha visto nunca en la casa son su propia imagen. ¿Quién le dirá que el otro que lo observa es apenas un sueño del espejo? Me digo que esos gatos armoniosos, el de cristal y el de caliente sangre, son simulacros que concede al tiempo un arquetipo eterno. Así lo afirma, sombra también, Plotino en las Ennéadas. ¿De qué Adán anterior al paraíso, de qué divinidad indescifrable somos los hombres un espejo roto?
Poemas de Lars Gustaf Andersson
El año nuevo
Te sacudes la nieve, entras en la casa. Sobre la mesa del pasillo hay una carta sin abrir.
Miras hacia el espejo de encima y evitas tu propia mirada.
aparece vaho en el cristal. Tic-tac del reloj. Escribes un nombre en el aire, el tuyo,
Nadie podría ver que lo escribiste mal. El año es nuevo, pero el día ya es viejo.
Las ciudades del otro lado
Las ciudades del otro lado se ven como aquí, pero el sonido es otro; allá no se oye ningún ruido, sólo un vago susurro.
Estoy aquí a medias, a medias está en mi mundo reflejado, allá soy el mismo pero sin embargo otro.
Mis libros están en filas en el otro lado del espejo, ahí en el mundo anverso he guardado mis memorias, ahí
vivo y al final me encuentro, un viejo tambaleante y un niño, una pregunta sin respuesta.
Cuerno y marfil
Un día, de repente, ha pasado media vida desde la última vez que uno se vio a si mismo. La iglesia se derrumba, piedra a piedra, pero quedan las entrañas, barco transparente. Marfil y cuerno. Dos puertas. El enigma es su propia respuesta.
Se dice a veces que hay alguien a tu lado. En realidad quizás son dos los que están ahí el uno junto al otro, y ninguno de ellos fue primero. El mundo está deshabitado en su mayor parte.
Las horas, las piedras
Uno contó cómo domesticó la rabia dejando que lo llenara por completo algún otro cómo se volvió uno con su miedo.
Como si fueran frascos de barro, urnas metidas en la arena del desierto, llenas hasta los bordes con todo lo que debería estar fuera de ellas.
No sé qué es lo justo o verdadero más que cada hora es una piedra que se pone junto a otra, y entre ellas luego nada que los una.
Las horas, las piedras
Uno contó cómo domesticó la rabia dejando que lo llenara por completo algún otro cómo se volvió uno con su miedo.
Como si fueran frascos de barro, urnas metidas en la arena del desierto, llenas hasta los bordes con todo lo que debería estar fuera de ellas.
No sé qué es lo justo o verdadero más que cada hora es una piedra que se pone junto a otra, y entre ellas luego nada que los una.
La creación
El día se acurruca sobre campos labrados. Hay una iglesia escondida entre los árboles. Empieza un tiempo más frío.
Ahí iba uno que vivía junto a otro que estaba muerto. La claridad lunar todavía en manchas sobre la nieve varios días después.
Las campanas se oyen a través de la nevada y yo cuento los tañidos. Falta el último. Me espera cuando parta.
Lo que persiste
Pongo mis manos en copa sobre una luz extinguida.
Escribo esta carta en vez de otra. Las palabras son
sombras de un lengua que nadie puede oír. De la pared
a mi lado cuelga una llave oxidada que no sirvió
en ninguna cerradura, una voz en la radio habló de una guerra que nunca
terminó. La casa estaba vacía. Escribo esta carta debajo de los
árboles inmensos, atormentados por el viento, más allá veo el cielo,
azul oscuro como plomo martillado. Veo este cielo en vez de otro.
Las leyes
Veo un muro de ladrillo, salpicado de luz matinal, pulido por el viento primaveral. Al otro lado hay una plaza donde siempre sobra algo. Veo ciudades abiertas, viento solar pese a todo, se oye la nieve que revolotea en los sueños y el verano que sopla por los tubos de los libros. ¿Qué es lo que la vida debe contener? pregunto. ¿Qué nos separará de los muros y el viento a nuestro alrededor? Veo tus senos por la hendidura, como cálidos odres de sol antes de que te des vuelta de repente. En primer lugar la vida sólo será aquí, dices, y en segundo lugar, deberá continuar. Eso nos hace más grandes que el viento.
La academia del instante
Abre el libro, sacude el brillo solar de las páginas.
De súbito más allá de Pildammsparken se hace visible el Mediterráneo.
Se quita los lentes, y dibuja con el dedo una figura en el aire –un ángel, que nos acompaña de regreso a casa. Para Lasse Söderberg, sept. 4, 2011
16
En el otro mundo cada día soy un ejercicio ante la noche que se avecina.
Donde hay que defender el amor de no volverse una desgracia, un pueblo fantasma
en el agua. No ocurre ningún otro milagro donde sólo una persona encuentra
a otra en el goce terrenal, pero es suficiente para hacer de cada noche
un ejercicio delante del día que se avecina. Así se convierte
la noche en una capa hacia la luz. Agua de cántaro estremecida. El fondo es negro y de repente
inalcanzable. La roja arcilla y el viento que surca el ramaje, un mundo,
otro mundo, y el amor que busca otra cosa distinta a su final y nos libera
de la voluntad de tener. Flotar así, acercarse y alejarse de nuevo y
pendular entre el dolor y el hierro. Tu cielo o tu infierno se ven
como de tu propia índole y tu propia índole como el contenido de tu amor.
Así puede la arcilla envolver al agua, hacerse copa como las manos.
Soñé allí, en el otro mundo, no sobre un ángel aterrador
que me mostró la Estocolmo muerta, sino sobre un niño y sobre el lodo
lavado y barrido. Y que el hogar está donde el otro está. La
tierra no está cansada, se puede cultivar. Soñé que pude apartar
lo que hiere y que no puedo estar sin ti, no ser: la herida es el veredicto que sana.
Ángela García, Colombia, 1957. Poeta y traductora, periodista cultural. Co-fundadora del Festival Internacional de Poesía de Medellín y co-directora del mismo hasta 1999. Miembro de la Asociación de escritores del Sur, con sede en Malmö, Suecia, donde trabaja promoviendo actividades poéticas. Ha publicado: Entre leño y llama, serie Hipnos, 1993; Rostro de agua, serie Hipnos, 1997; Farallón constelado/Sternige Klippe, Ed. Delta, Stuttgart, 2003; De la fugacidad/Om flyktigheten, bilingüe, Ed. Aura Latina, 2005; Veinte grados de latitud en tres horas, bilingüe, Smederevo, 2006; Doce poemas sobre el silencio, Ed. Poesía con C, Malmö, 2009; Todo lo que amo nace continuamente, serie Acanto, Ed. Universidad EAFIT, Medellín, 2010; Retablos del movimiento, Colección Daena, Ed. Aura Latina, 2013; Apuntes para el ejecutante, Colección Temblor de cielo, La Otra, México, 2014.