Libro del errante (antología)

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Jorge Boccanera Prólogo de Carlos María Domínguez

UANL

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN Secretaría de Extensión y Cultura


jorge boccanera nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1952. Vivió en diversos países latinoamericanos, entre ellos México (1976-1984), donde llegó exiliado de la dictadura argentina. Publicó, entre otros libros de poesía, Contraseña, Música de fagot y piernas de Victoria, Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder y Bestias en un hotel de paso, reunidos a su vez en varias antologías: Marimba, Zona de tolerancia, Antología per­sonal y Servicio de insomnio. Obtuvo, entre otros premios, el Casa de las Américas de Cuba (1976) y el Nacional de Poesía Joven de México (1977), el Premio Internacional “Camaiore” de Italia (2008) y el Premio de Poesía Casa de América de España (2008). Es autor de los ensayos Confiar en el misterio (1994) y Sólo venimos a soñar (1999), sobre las poéticas de Juan Gelman y Luis Cardoza y Aragón, respectivamente; así como de Voces tatuadas. Crónica de la poesía costarricense 1970-2004 (2004). Prologó y escribió estudios críticos para compilaciones de autores varios como Raúl González Tuñón, Federico García Lorca, Augusto Roa Bastos, Ernesto Cardenal y Pablo Neruda. Entre sus libros de crónicas, relatos, historias de vida y testimonios, figuran La pasión de los poetas, Ángeles trotamundos, Tierra que anda (Los escritores y el exilio), Entrelíneas y Redes de la memoria (Escritoras ex detenidas). Fue secretario de redacción de las revistas Plural (México), Crisis (Argentina), Aportes (Costa Rica). Actualmente dirige en su país Nómada, publicación de la Universidad Nacional de San Martín, donde también coordina la Cátedra de Poesía Latinoamericana.



Libro del errante [antología] La Cabra Ediciones Colección Azor

© 2009, Jorge Boccanera © 2009, del prólogo, Carlos María Domínguez © 2009, La Cabra Ediciones, S. A. (editor) Copilco 300, edif. 7, depto. 503 Copilco Universidad, Coyoacán 04360, México, D.F. © 2009, Universidad Autónoma de Nuevo León Avenida Alfonso Reyes 4000, 64440, Monterrey, Nuevo León José Antonio González Treviño Rector Jesús Áncer Rodríguez Secretario General Rogelio Villarreal Elizondo Secretario de Extensión y Cultura Celso José Garza Acuña Director de Publicaciones

1ª edición, 2009 Fotografía de portada © José Ángel Leyva Diseño y formación María Luisa Martínez Passarge

isbn 978-607-7735-00-7 Hecho en México


Jorge Boccanera

Libro del errante [antología] Prólogo de Carlos María Domínguez



prólogo

Poeta en la intemperie Carlos María Domínguez

A

caso porque nació en un puerto mereció los viajes, se co­no­ ­ció ex­tranjero antes y después de su exilio, la poesía de Jor­ ge Boccanera es un desplazamiento perpetuo que nunca detiene el lugar de la palabra. Los barcos fondeados en Ingeniero White, los cristales que rom­pían los marineros en los bares del pueblo —a veces los due­ ños para cobrar los gastos—, dieron a su niñez una fiesta y un estalli­do. También un pasa­porte entre la vigilia y el sueño. Habría que agregar el enjambre de idio­mas en la peluquería de su abuelo y el tormento de las ratas debajo de los pisos de madera para hallar las impresiones que pudieron conducirlo a la poesía. Con diez años llegó a Buenos Aires y con veinticuatro a Méxi­ co, lue­go del golpe militar de 1976. Por entonces había publicado en Buenos Ai­res Los espantapájaros suicidas, decidido un cami­no en la literatura y entre los hombres que querían una revolución. Pero llegó a la política en la ho­ra ar­gentina más amarga. El asom­ bro y el horror se dieron juntos, la juventud y la amenaza, la erótica y los páramos de la derrota. De la utopía sustraída Jorge Bocca­ ne­ra fundó una fraternidad con otras voces y otros exi­lios. Su


poesía dialoga con ellos. Con Whitman, con Neruda y con Valle­ jo, con Tuñón y con Juan Gelman, y con Olga Orozco y Enrique Molina, cada poeta fue la estación de una palabra multiplicada en el viaje. Así, el gua­temalteco Luis Cardoza y Aragón o el español Pedro Garfias, entre mu­chos. Es un poeta hecho en las distan­cias, involucrado en las diferencias, alerta a las señas de su in­timidad en el destino de los otros. Sus primeros libros se dieron a conocer en el camino de su exi­ lio. Con­traseña obtuvo en Cuba el Premio Casa de las Américas 1976, publicó en Perú Noticias de una mujer cualquiera y Poemas del tamaño de una na­ranja. En México recibió el Premio Nacio­nal de Poesía Joven por Música de fagot y piernas de Victoria, y pu­blicó Los ojos del pájaro quemado. Lue­go vendrían Polvo para morder, Marimba, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso, Servi­cios de in­ somnio, editados y reeditados en varios países del continente y el último en España. La curiosidad lo llevó a ejercer los géneros del periodismo. Fue jefe de redacción de la revista Plural, en México; secretario de re­dac­ ción de la re­vista Crisis, en Buenos Aires, donde actualmente di­ rige la revista Nó­ma­da; trabajó en agencias de noticias, en dia­rios, en radio. Escribió las obras de teatro Perro sobre perro, Arrabal amar­ go, Polski; libros de ensayos co­mo Confiar en el misterio. Via­je por la poesía de Juan Gelman y Sólo veni­mos a soñar. La poesía de Luis Cardoza y Aragón, y los relatos de La pasión de los poetas. Preparó y difundió antologías de poesía hispanoamericana y ar­gentina; publicó crónicas e historias de vida, libros de reportajes; mú­sicos e intérpretes convirtieron sus poemas en canciones. De su exilio en México regresó a Argentina en 1983, se radicó en San José de Costa Rica en 1989, volvió a Argentina en 1997. Los viajes han si­do para Jorge Boccanera un modo oblicuo de cru­zar el continente, los géneros y los mapas interiores. Hizo de la ex­ tranjería una pertenencia.


“Como un aullido el corazón / Como un grito que piensa y que se aturde de su / propia ignorancia. / Todas las palabras caben en ese gesto. / [El aullido de un mono, por ejemplo].” Boccanera traza en estos versos el arco de una voz que reconoce en la pro­xi­mi­ dad y la lejanía un solo grito. Pero es necesario que el pensa­ miento también grite para que el mono y el poeta compartan el gesto aturdido de su ignorancia. Una jerarquía se ha derrumbado en este canto, su pretensión más inequívoca; el poe­ta nos dice que la palabra es un aullido. La idea busca al hombre en la indefensión de otras criaturas, en el llano de su especie. Pero no es un movimiento de ida, sino de re­ greso del orgullo y la certeza que colapsaron con los límites del racionalismo y volvieron a perderse en las crisis políticas de Amé­ rica. Va la conciencia expulsada de sí misma detrás de un ser que se desplaza. El lugar de origen —como la memoria y el olvido— son, para Bocca­ne­ra, animales que viajan en la poesía. “Los gallos ciegos del olvido in­va­den como ratas”, “Lugar / es el nombre del animal más grande de la tierra”, “jamás encontrarías a este corazón de di­ nosaurio / porque has sido edu­cada para el corazón de otras es­ pe­cies”, “El miedo de un venado no cabe en este horno”, “No hay sitio para los elefantes / ayer los ex­pulsaron de Sumatra”. El bes­ tiario en la poesía de Jorge Boccanera en­carna una distancia que se enuncia y no se salva. Está habitada por testigos, los testigos ha­blan por ella, le recuerdan al poeta que es una bestia conde­na­ da a buscarse donde no se encuentra. Debajo de la pa­labra, arri­ ba, Boccanera intenta la línea del agua, mitad pez, mitad hom­­bre, en­tre dos ahogos. Este hombre extraviado, peregrino en el poema, no des­cono­ce el mundo ni tiene delante un vacío. Es la voz de una circuns­tan­ cia hundida en la historia, a veces la muerte, la lejana mitad de una manzana, una pregunta por el sur o los desaparecidos. Como el


cuerpo robado, su palabra no regresa, vuelve a ninguna parte, sue­ ña si la sueñan. El ex­tran­jero, el exiliado, el desaparecido, compar­ ten la intemperie de una ex­periencia irresuelta. Dan, ajenos de sí mismos, un arquetipo hu­ma­no. Para Boccanera el tiempo es caída, un espejo que compra mue­ ­bles usados, declinación donde destellan paradojas, impie­da­des, estacio­nes del humor, juegos —nunca de palabras—, ternuras. Ruedan en los poemas. En ocasiones se detiene en un veredicto, alza la vigilia desmentida y deshace su verdad en un sueño. Su pa­ labra no tiene redención, está condenada a cavar, a raspar, a rom­ perse la lengua detrás de una musa sordomuda. “Lo que no se puede decir, no se puede decir”, concluyó Ludwig Wittgenstein, pero como el filósofo de la lógica y la ma­temática, el poeta se rompe con­ tra esa piedra. “Entonces ese hombre es polvo de su voz”; “Nadie puede dormir, la vigilia es de piedra”; “Piedra arro­pada en su mu­ dez. Imposible saber quién es quién entre una opa­cidad que gana en espesor y un cuerpo que se esfuma.” La vigilia y el sueño son texturas que se cruzan con martirio, in­quie­tud, en un tejido insomne. “En la arena del sueño cruza un tren. / La silueta de un viejo va borrando las huellas / con un plu­ mero negro.” A veces se alternan: “En el sueño soy otro que se pa­ rece a mí. / Este que ves ahora, no se parece a nadie.” A veces se prolongan: “La gente entra en mi sueño como por otra casa.” Po­ dría creerse que la excitación desvelada es res­pon­sable del trán­ sito de imágenes que cruzan los puentes de los versos, a un lado y otro de la conciencia. Es un flujo y reflujo de fronteras abiertas, una poesía que toma las cosas por su movimiento y su desco­lo­ca­ ción, por su poder de desplazar la palabra y usurpar su nombre. En los poemas de Palma Real, Boccanera alcanza su más alto panteís­mo. Se anunció en las ciudades, se corona en la selva ca­ri­ beña, en sus lluvias, en la abigarrada proliferación y descompo­ sición de sus formas. “Es un dios que no es nadie. Y es un dios.”

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Los asuntos de su poesía encuentran en los elementos una ima­ gen que es metáfora y a la vez alegoría de su poder. La lluvia, el viento, el rayo, el agua, un desierto, ocurren en los cuerpos, les arrancan preguntas, memorias, los condenan, atraviesan sus hue­ sos. La naturaleza se ha vuelto sujeto y el hombre acontece so­ metido a la fatalidad del verbo. Hay una erótica en esta reciprocidad de asombros; incluso cuando nom­bra el desgarro, la pena, una crispada agonía, no es difícil percibir un deseo de posesión de los cuerpos, las superfi­ cies, los tejidos, los olo­res. El espíritu se da en la materia del mun­ do por la sangre o la ceniza, por el amor y el dolor físicos, pero antes que en el verso, se manifiesta en el silencio de donde el ver­ so parte, elocuente del cambio súbito, la agita­ción, una desespe­ ra­ción o un deceso que, en contrapunto con la voz, desplaza el poe­ma más lejos. Cuadernos, cartas, notas y recados, dan en este libro un modo de cru­zar el tiempo desde la aventura de la belleza y el lenguaje. El lector atento descubrirá que cada remitente es la huella peren­ toria en un hotel de paso. Debió aprenderlo Boccanera en el le­ jano puerto o se hizo poeta para recordarlo. Montevideo, 29 de junio de 2007

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breve nota aclaratoria

E

n un puerto de casas bajas, los verdaderos edificios son los grandes barcos. Mi infancia transcurrió en el puerto de In­ge­ niero White, entre marineros y pescadores inmigrantes. Ese lu­gar del sur, que antes se llamó Puerto de la Esperanza, estaba sem­ brado de barcos. Tenían la sombra de los gigantes. Solía visi­tar ese puerto con mi abuelo Santiago, como quien entra a un zoo de animales de hierro. Yo veía los buques como aquellas planchas negras, a carbón, que humeaban dentro de las casas de zinc para disimular una pobreza digna: imaginaba esas planchuelas ali­ san­do también el Atlántico encrespado por las turbulencias, y dis­ fru­taba cuando se agitaba el collar de colores de las banderas y los banderines colgados cerca de las grandes chimeneas. Por eso, el Libro del errante quiero dedicarlo a los inmigrantes que ha­bi­ta­ ron ese puerto. Quizá ese puerto, signado por la vida errante y un viento de ade­manes bruscos, me llevó un día a los viajes, aún más allá del em­pu­jón de 1976 cuando los militares tomaron el poder en mi país. La marca de ese nomadismo sigue allí. El viaje me sacó del “con­ finamiento domiciliario” y me instaló en lo transitorio, en la ten­ sión de los opuestos, en el vagabundeo concurrente; me fu­sio­­nó

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con los entornos de otra manera al conectarme por fue­ra de las cos­ tumbres. Entonces me hizo otro: andante, móvil. Ése que circu­la por las páginas de esta antología armada con textos de li­bros va­rios y que aquí toman un orden nuevo —antojadi­zo, si se quie­re— se­ gún los rumbos de quien habita un espacio que es siempre rever­so. Convergen en el Libro del errante: el foraste­ro, el margi­na­do, el des­ terrado político que vive su identidad exas­pe­ra­da, el in­som­ne, el extranjero que escribe su desacomodo en cartas que no envía, el que come de su vacío, de su extravío; en fin, el poe­ta anhe­lan­ te, que cree escuchar pasos en la lengua vacía de una sordomuda. j. b. julio de 2008

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cartas del intruso



El extranjero i Como un aullido el corazón. Como un grito que piensa y que se aturde de su propia ignorancia. Todas las palabras caben en ese gesto. (El aullido de un mono, por ejemplo.) Cada día, cada hora, se descuelga del sueño y se arroja al vacío, se muere y resucita en un juego que nunca me tocó decidir. Condenado a ser apenas una sombra en medio de su afán, escucho su respiración bajo mi ropa. Ronca como la selva a medianoche. Un extraño, un aullido enterrado en mi cuerpo. Lo he visto dibujado en las hojas de un libro. Se llama corazón. Nos vamos pareciendo, poco a poco. Yo no tengo diez dedos en las manos. Él a veces camina como yo.

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El extranjero (dos) Ojos de aullar, mirada de mugido, y lengua errante en boca del ahogado. ¿A eso vine? Puedo ver animales partidos a cuchillo que duplican la selva. Vuelan alrededor cartas de nadie a nunca que te rompen a boca. Mi reclamo es humilde: encontrar sed de tigre en boca de la niña y hambre de halcón en esa sed. Pero calzo estos días que nunca dejan huella. Y me visto de oscuros animales que se muerden la cola. Y hablo con las preguntas que hacen nido en la asfixia. Me acercó este deseo: que ella me regalara jardines para el dónde, me entregara paciencia para el cuándo. Pero su simple cifra no se puede decir, apenas el atisbo de nombrarla me deja entre las manos sombra de dos lugares. Los espejos vomitan siempre un bocado más de lo que fui. Regresé del exilio, volví a ninguna parte.

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Hablan los ojos de Nazim Hikmet Sobre mi mano, la mitad de una manzana brilla. La otra mitad está sobre una mesa a miles de kilómetros de aquí. Es imposible morder esta mitad sin que duela el vacío.

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Silvia Plath lava una taza, seca una taza, rompe una taza Qué cabeza la mía, dejé una frase suelta y una rosa en el horno. Cotidianos trajines, calores, taquicardia, y un almohadón de plumas con un lápiz labial justo en el centro. Qué cabeza la mía. Yo buscaba algún parque y encontré en un mal sueño una torta partida por un rayo. La sala está revuelta. El miedo de un venado no cabe en este horno, por eso huele así toda la casa. Pero a quién se le ocurre dibujar una piedra y tropezar dos veces, llenar un cenicero con los puntos y comas de alguna carta antigua. ¿Hubo un Adán violento? ¿Hubo un amor-halcón “de una vez para siempre”? Qué cabeza la mía, guardar los zapatones en un charco y aceptar ese baile sabiendo que me espera una puerta cerrada tras la puerta.

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Alejandra Pizarnik abre su cuaderno de apuntes a Jorge Arturo

El hombre que saca la cabeza del agua, es un pez que se asfixia. El pez que mete la cabeza en el agua, es un hombre y se ahoga. El poeta escribe en la línea del agua, y se asfixia, y se ahoga.

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Cuaderno de Ana Frank v Mucho más que estar sola, alejada de los demás, es estar sola así, sin los demás. Por eso yo voy siendo los otros, y decir estoy sola es nombrar mucha gente. vi Hoy nos toca paseo y vamos a subir por la escalera. Tomados de la mano, en un peldaño y otro, vamos a regresar por la escalera. La escalera es redonda como el mundo antes de ser redondo. Tal vez la vida sea un sueño repetido: el acero del hacha contra un árbol de arena. La escalera me lleva, me trae, de ningún lado. Yo sé cuántos peldaños tiene, es un número inútil. Cuando puedo elegir escojo la baranda. Es suave y es muy firme. Todo se ve distinto desde arriba. Abajo cruje un mar inmenso. Entre una tabla y otra, brillan las estrellas hundidas.




Hoy nos toca paseo, por eso estoy al pie de la escalera. Y vamos y venimos agarrados del brazo. Cuando subo saludo a los que bajan, cuando bajo saludo a los que suben.

ďœ˛ďœł


Tango de la contorsionista Vivo agarrado de tu trenza larga, guindando, dando tumbos, aferrado a ese hilo con voz de polizón y un abismo en las suelas. Y ella no come de mi mano. ¿Podré asomarme al filo de su rostro? ¿Alguien trató? ¿Dijo, me juego la cabeza? Vivo trepando por su trenza larga. Ella se bambolea, se retuerce, se comba, hace oscilar las piernas, sabe quebrar los brazos. En el hombro un tobillo y una mano en los ojos. Ondulante cintura de la contorsionista donde instalé mis sueños. ¡Santo Dios! Da cornadas de ciego su mejilla en el barro, pero no come de esta mano. Yo tengo manos que no duermen. Vivo agarrado de su trenza larga como de una cornisa. Si algún día tratase de frenarla despertaría su furia: de serpentear es ella, de culebrear su trenza “sabor de mate amargo”.

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Cuando ovillada en sus talones se duerme sobre la cabeza de un alfiler. Anoche soñé que un enjambre de brazos me levantaba en vilo para arrojarme lejos de su carpa. ¿La extrañaba después? ¿Hubo remordimiento? Que siempre voy colgado de su trenza “nudo atroz de cuero crudo” y ella no baila de este pie. Yo tengo manos que no duermen. Ella levanta polvaredas cuando trepa en el cable hacia el trapecio. Y yo agarrado de esa trenza larga, con los dedos en sangre, pujando, zigzagueando, rezando por lo bajo: paladar del otoño necesito un respiro, una lima filosa adentro de un pastel, un pasaporte falso. Dale una herida fresca a este cuerpo marchito, que ella no come de mi mano. Múdame de esta sorda, que ella no baila nunca de mi pie.

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Índice

prólogo Poeta en la intemperie Carlos María Domínguez

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breve nota aclaratoria

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Cartas del intruso El extranjero i El extranjero (dos) Hablan los ojos de Nazim Hikmet Silvia Plath lava una taza, seca una taza, rompe una taza Alejandra Pizarnik abre su cuaderno de apuntes Cuaderno de Ana Frank El niño de la fotografía Carta del suicida Monólogo del necio Los papeles del nadador Un hombre El forastero

17 18 19 20 21 22 24 25 26 27 28 30


Cuaderno del suicida de Palma Real El callado

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Notas del desterrado Exilio Desaparecido i Desaparecido ii Cantata breve Lugar Comentarios x de Oración para un extranjero

41 43 44 45 47 49 50

Recados del insomne Servicios del insomnio Galería de cosas inútiles Espejito de mano Huellas Exilio de Oración para un extranjero Polvo para morder Corría el año 1917 Lumbre Tareas Soledad Yo digo adentro mío Reverso Pordiosera Paciencia Historieta

53 54 55 56 57 58 63 64 65 67 68 69 70 71 72 73


Aventuras Ilusión óptica Universo de Palma Real Cuaderno del espejo

74 75 76 77 81

Cuaderno de ausencias “Esta noche, amiga mía…” Autoplagio Oración para un extranjero De reptil magazine Umbrío Rutinas France-Presse Tango de la contorsionista

85 86 87 93 95 96 97 98


Libro del errante de Jorge Boccanera Marzo de 2009 Serna Impresos, S.A. de C.V. Vallarta núm. 345, Centro, Monterrey, Nuevo León (01-81) 8343 8444 y 8343 8468 Cuidado de la edición | Jorge Boccanera y María Luisa Martínez Passarge 1 000 ejemplares


otros títulos en la serie azor Jorge Enrique Adoum | Claudicación intermitente [antología] Rodolfo Alonso | Poesía junta [1952-2005] Jotamario Arbeláez | Paños menores Jorge Boccanera | Libro del errante Régis Bonvicino | Poemas [1990-2004] Rafael del Castillo | Aires viciados. Antología personal, 1981-2006 André Doms | Piedra de agua Antonio Cisneros | A cada quien su animal Alfredo Fressia | Eclipse. Cierta poesía, 1973-2003 Juan Gelman | Los otros Ferreira Gullar | Animal transparente Lêdo Ivo | Poesía en general [antología 1940-2004] Jaime Jaramillo Escobar | Tres libros Niki Ladaki-Filippou | Hacia Kerini y otros poemas Omar Lara | Argumentos del día [antología personal, 1973-2005] Eduardo Langagne | Lo que pasó esto fue José Ángel Leyva | Duranguraños Eduardo Lizalde | Todo poema está empezando [antología, 1966-2007] Floriano Martins | Tres estudios para un amor loco Carlos Montemayor | Los poemas de Tsin Pau Margaret Randall | Dentro de otro tiempo: reflejos del Gran Cañón Juan Manuel Roca | Las hipótesis de Nadie Víctor Rodríguez Núñez | Todo buen corazón es un prismático Máximo Simpson | A fin de cuentas Jordi Virallonga | Por si no puedes

bilingües Stéphane Chaumet | La travesía de la errancia | La traversée de l’errance Luuk Gruwez | Cosas perdidas | Verloren dingen Lêdo Ivo | Réquiem Roland Jooris | Inerme | Weerloos Eduardo Lizalde | Baja traición. Crestomatía de poemas traducidos Stefaan van den Bremt | Matando al héroe | Helden doden


Boccanera es un poeta hecho en las distancias, involucrado en las diferencias, alerta a las señas de su intimidad en el des­ tino de los otros. Podría decirse que hizo de la extranjería una pertenencia. Su poesía es un desplazamiento perpetuo que nunca detiene el lugar de la palabra. Acaso porque na­ció en un puerto mereció los viajes, se conoció extranjero an­tes y después de su exilio. Y esos viajes han sido para Boccanera un modo oblicuo de cruzar el continente, los géneros y los mapas interiores. De la utopía sustraída fundó una fraterni­ dad con otras voces y otros exilios con los que continuamen­te dialoga. El extranjero, el exiliado, el desaparecido, compar­ ten la intemperie de una experiencia irresuelta. El bestiario en la poesía de Boccanera encarna una distan­ cia que se enuncia y no se salva. Está habitada por testigos; los testigos hablan por ella, le recuerdan al poeta que es una bestia condenada a buscarse donde no se encuentra. Flujo y reflujo de fronteras abiertas, esta poesía toma las cosas por su movimiento y su descolocación, por su poder de despla­ zar la palabra y usurpar su nombre. Cuadernos, cartas, notas y recados dan en esta antología un modo de cruzar el tiem­ po desde la aventura de la belleza y el lenguaje.

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN Secretaría de Extensión y Cultura


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