DEMASIADAS COINCIDENCIAS: PLAGIO DE “LLUEVE SOBRE LA HABANA” JULIO TRAVIESO SERRANO I
Me parece asombroso, por no decir imposible, que a alguien se le haya ocurrido un título de cuatro palabras, nada convencionales por cierto, que yo he puesto en circulación, apenas dos años atrás en la misma España y antes en Cuba. Título que, como sabe cualquier persona inteligente, no es de los llamados banales. El título, verdad conocida es, constituye parte inalienable del derecho moral y legal de un autor sobre su obra y su apropiación por otra persona es
condenable. Pero no solamente el nombre de mi novela es el mismo en el libro de Muñoz. Lo mismo sucede con el tema. El tema de mi Llueve sobre la Habana, es la vida en la Habana al comienzo de los años 90, durante el llamado Período Especial, la vida marginal de prostitutas (jineteras), chulos, y otros seres degradados socialmente que luchan por sobrevivir en una situación de miseria material, degradación de la ciudad y de la sociedad, provocados, fundamentalmente, por la situación que se creó en Cuba a partir del derrumbamiento del campo socialista europeo. En mi novela se narran las vidas de dos jineteras, y de dos marginales (uno de los cuales tiene un intenso amor con una de las jineteras), con su carga de pobreza y delitos. Ese es también el tema de Muñoz, la Habana en los 90, de jineteras, extranjeros, marginalidad, degradación de la vida urbana, sazonado con unas jineteras asesinadas y un instructor de policía que ama desesperadamente a una mujer. Si en mi novela son personajes principales dos jineteras, en la que ha presentado Muñoz también hay dos jineteras principales. Si en mi novela, la Habana y su entorno en los años 90 es parte intrínseca de la obra, en Muñoz también. Tal coincidencia de un tema y un período tan puntuales es muy sospechosa. Sospechosa porque el señor Muñoz no es cubano. Son varias las obras escritas por cubanos que toman este tema, pero son de escritores que conocen perfectamente,
como yo, la realidad de Cuba. Por supuesto que alguien puede tomar un tema que se desarrolla en un país que no es el suyo, pero para eso se precisa un conocimiento profundo del lugar y del momento que se van a tratar. Ese conocimiento no lo tiene el Sr Muñoz, como se puede demostrar fácilmente. Yo que soy habanero demoré unos cuatro años en recopilar información sobre el tema tratado. ¿En qué tiempo se informó Muñoz de nuestra realidad habanera? Otro elemento de coincidencia entre mi novela y el libro del Sr Muñoz es la portada de ambos. Compárese la portada de su edición en la editorial Páginas, donde aparece una foto tomada por él, con la portada de mi edición en la editorial Renacimiento y se verá lo justo de mi afirmación. Hablo de coincidencias de título y tema, y parecido de portadas, pero no es solo eso. Hay múltiples similitudes en la obra de Muñoz con mi novela, de escenarios, motivos, frases, secuencias. Todo lo anterior lo demuestro en un escrito adjunto, al igual que, en otro escrito señalo los innumerables errores y dislates que hay en este libro al hablar de Cuba, de la Habana, de los cubanos y su historia. Errores y dislates que, con frecuencia, son ofensivos para nosotros los cubanos. I
LLUEVE SOBRE LA HABANA – Fragmentos Julio Travieso Nueve veces cantó el cuclillo y yo salí, como de costumbre, a mi larga caminata nocturna. Antes, cuando tenía una verdadera casa, me agradaba quedarme en ella, leyendo. Dormidas mis hijas, las gemelas, Baby, mi mujer, veía televisión. Nunca me ha gustado la caja de imágenes. A veces, si la corriente eléctrica faltaba o la tele trasmitía algo aburrido, conversábamos. Leía yo mucho en aquella época. Ya cuando conocí a Mónica prefería salir a dar largos paseos nocturnos. "Te pueden asaltar", me decían, pero yo no iba a renunciar al placer, uno de los pocos que aún me quedaban, de caminar en la noche, en la dulce noche habanera. ¿Era dulce?
Para mí, por muy desagradable que fuera el entorno, siempre había un encanto especial en la atmósfera, sobre todo a orillas del mar. Yo caminaba sin pensar en nada en particular y sin ningún plan, dejándome llevar por el inconsciente, a veces tras el rumbo de un perro callejero, incluso de un gato, deteniéndome ante una hermosa casa de principios de siglo, de esas que la burguesía habanera había construido con tanto cuidado y en cuyo jardín, oh, insólito milagro cubano, crecían rosas rojas. Qué maravilloso saber que alguien gustaba de las rosas, alguien que por las mañanas las regaba con amor. ¿Quién? ¿Una anciana señora? ¿Una hermosa mujer? ¿Una niña? Me gustaba imaginar que yo regaba junto a ellas. Con frecuencia, las calles eran oscuras, con baches, y la mansión se hallaba flanqueada por uno de esos edificios de los últimos tiempos, estilo cajón con huecos, supremo exponente del mal gusto y mi admiración se acrecentaba frente a la increíble relación de lo bello y lo grotesco. ¿Cómo era posible que conviviesen? La Bella y la Bestia, el yin y el yan, las dos caras de Janos. Y allí estaba yo, sólo yo, para constatar el hecho, para dar memoria de él, yo, patricio romano del siglo V, contemplando los caballos de los bárbaros ante las fuentes de Roma. Me agradaban tales comparaciones personales, imaginarme en el cuerpo de San Agustín, sentirme bien distante del habanero que en realidad era y soy. Dejaba atrás la casa y continuaba caminando, escrutando las sombras, mirando las ventanas, hablando conmigo mismo, un loco más en una ciudad de locos y neuróticos, preguntándome qué hacían, en ese instante, las gentes en el interior de sus casas, viendo pasar por las avenidas bandadas de jóvenes en bicicletas, semejantes a escandalosas aves, viendo a las parejas de enamora dos amarse en oscuros rincones. Casi siempre mi recorrido concluía en el Malecón, frente al mar, Me gusta el mar, me gusta observar el movimiento de la marea, que va y viene eternamente, sin descanso, indiferente a todo lo que no sea su eterna tarea de lamer la costa, horadar las rocas. Marea
que siempre ha estado y estará ahí, mucho después de todos nosotros. Nuestras vidas son como la marea, con períodos de alta y períodos de baja. Marea alta y marea baja, vida feliz, vida desgraciada. Hace años, al igual que ahora, la marea baja me envuelve. Una noche, después de mi caminata, fumaba frente al mar cerca del hotel Nacional cuando una joven, bella, deslumbrante, se acercó y yo me dije que era la mujer más hermosa y sensual del mundo. Ella se detuvo para encender un cigarrillo, pero no pudo. El viento, travieso, juguetón, apagó cada uno de los fósforos que encendió. Yo me aproximé y con mi encendedor prendí su cigarrillo cuya lumbre parpadeó fugazmente.. - Thanks- dijo. - De nada – contesté y ella se volvió hacia mí. Sus senos parecían dos melocotones y de buena gana los hubiese mordido allí mismo. Sus ojos eran verdes y todo en ella me hizo recordar a mi esposa Baby veinte años atrás. Por su belleza, por su ropa y manera de arreglarse, comprendí que no era mujer para cubanos. Con seguridad salía con extranjeros. - Te confundí con un extranjero.- dijo en voz baja - Sí, generalmente me toman por un judío sefardita nacido en Singapur y criado en Strauhasen. Fue una respuesta burlona y bien tonta de mi parte, la menos apropiada para entablar la conversación que deseaba con aquella hermosa mujer, mucho más joven que yo y que, probablemente, se marcharía enseguida, dejándome con la embriaguez provocada por su cuerpo. - Creí que eras un indú de Bramaputa - dijo muy seria con voz ya más alta. ¿ Me devolvía la broma? Durante unos segundos fumamos en silencio, mirando hacia el mar. Ella parecía tensa y fumaba con rapidez, como si deseara terminar su cigarrillo enseguida. Quizá estuviera pasando por un mal momento.
¿Estás bien?
– pregunté, esperando que me respondiera “ ¿a ti qué
te importa? o “ no me molestes”. Pero no. Me respondió con mucha educación. - Sí. Gracias - ¿Cómo te llamas? - Mónica, Mónica Estrada Palma. Ella sonrió por primera vez mientras del mar llegaba una suave brisa que la despeinó. - ¿ Y tú, cómo te llamas? – me preguntó y cuando le respondí me hizo la inevitable pregunta - ¿A qué te dedicas? - A las viviendas. - ¿ Arquitecto? - Algo por el estilo – Mentí descaradamente -. ¿Y tú qué haces? - Me ocupo de relaciones internacionales. La brisa se hizo más intensa y yo tiré al agua mi cigarrillo apagado. Probablemente haya flotado unos segundos antes de disolverse. No le pregunté qué clase de relaciones En estos tiempos la discreción es oro. Un manisero pasó por nuestro lado, pregonando sus manís y su pregón era como la letanía de una procesión. “ Maní, maní, calentito el maní”, repetía mientras se alejaba. - Alguna vez yo me dediqué a asuntos internacionales. – dije. Ella también fue discreta y no quiso saber qué clase de asuntos. - ¿ Y te va bien? - le volví a mirar los senos. - No me quejo. - ¿Y conmigo no quisieras mantener relaciones nacionales ? – pregunté y mi sonrisa fue cautivante e insinuadora. La experiencia con las mujeres me indica que, a veces, hay que ser osado y arriesgarse a fondo si no se quiere perder el tiempo inútilmente. Por un segundo me miró de arriba abajo. - ¿ Por qué no? Quizá sería bueno conocerte. Aquella muchacha era directa y precisa, como una flecha que da en el
blanco. No abunda la gente así. - Magnífico - exclamé - ¿ Por qué no nos tomamos unos tragos ? – Tal invitación fue muy atrevida de mi parte porque yo no tenía suficientes dólares para llevarla a un bar de calidad, como el que ella se merecía. Donde único hubiésemos podido beber era en mi cuarto o en cualquier lugar de mala muerte.. - ¿Qué hora es? Consulté mi anticuado reloj soviético, regalo de mis hijas. - El reloj se detuvo - respondí - pero deben de ser las diez. - En otra ocasión. Hoy quiero conversar con alguien, sólo conversar y nada más. Podemos caminar un poco.. - Como quieras. Caminemos. Eso es lo que últimamente hago, caminar. Me sentí desilusionado. La visión de sus senos melocotones había provocado mi apetito y me vi con ellos en la boca. Por de pronto, todo iba a reducirse a una conversación, quizás con una jinetera y mi opinión sobre la cultura e inteligencia de ellas no era muy elevada. Sin embargo, esa noche no tenía nada mejor que hacer. Sin prisa, caminamos por el Malecón y luego por la Rampa, conversando animadamente. Al llegar a la calle M ella me tendió la mano. - Aquí me quedó.– con la cabeza señaló el edificio que teníamos a un costado. - ¿Cuándo te volveré a ver? – pregunté inquieto. Era el gran momento de saber si yo le había gustado. - El lunes. ¿ Te parece bien a las diez? - ¿ Dónde? - Por ahí, por la Rampa. Bueno, hasta la próxima – dijo y camino hacia la puerta del edificio. - Sabes –casi grité cuando se alejaba – eres la mujer más linda del mundo.. Ella se volvió, sonrió y me dijo adiós con la mano.
Vivir es difícil, pero vivir en Cuba y ser jinetera lo es más aún. Sin embargo, tiene sus atractivos, como lo son frecuentar hoteles, playas, discotecas y otros lugares lujosos y obtener dólares con los cuales comprar más y mejor comida, vestir bien, adquirir equipos electrodomésticos ( un televisor Sonny de 21 pulgadas, una grabadora, discos compactos). Prostitución y prostituta son vocablos milenarios, aceptados, bien que mal, por todos. Jinetera, en cambio, es de uso limitado a la isla de Cuba. El diccionario de la lengua de la Real Academia española en su vigésima segunda edición del año 20001 lo recoge así “ Jinetera, f. Cuba. Prostituta que busca sus clientes entre extranjeros”. Correcto, pero no exacto porque el vocablo también puede ser masculino, es decir, hay hombres prostitutos, jineteros, tanto con el sexo opuesto, como con el propio. La causa de que la jinetera busque a extranjeros es sencilla y bien conocida, los cubanos no poseen suficientes dólares para comprar los servicios de una pareja. Pero ahora no nos interesan las jineteras en su totalidad. Nos interesa una en particular, Mónica. Luego nos interesará otra, Malú. Somos injustos y poco precisos al calificar a Mónica de jinetera. Para un cubano, jinetera es aquella mujer que sale a la calle y se detiene en un lugar por donde pasan los extranjeros en la espera de que alguno la invite. Mónica, a diferencia de otras, no hace la calle. Ella ha tenido amantes extranjeros que conoció en la discoteca o les fueron presentados por celestinas cubanas, hombres que, por lo general, residían temporalmente en Cuba y a cambio de sus favores le han pagado, la han mantenido. Ellos la visitaban en su apartamento o la llevaban a sus casas o a un hotel. Digamos que es una jinetera de clase, una jineta de exclusividad o, si se quiere, una mujer con amantes extranjeros, que, por ahora, no lleva relaciones con nadie.
¿Por qué? No desea volver a estar sometida a los gustos y caprichos de ningún extranjero que, a veces, pueden ser humillantes y hasta degradantes. Desea tomar unas pequeñas vacaciones, descansar, después ya verá. Por lo demás tiene algún dinero ahorrado y eso le permite vivir con cierta comodidad. Él la acaba de conocer en las cercanías de un famoso hotel habanero que guarda viejas historias de amores y revoluciones. La ayuda a encender un cigarrillo y la mira con mirada lujuriosa pues los senos de Mónica aunque pequeños son duros y muy erectos, como a Él le gustan. Luego han conversado y se han ido a caminar por el Malecón que es hermoso, a pesar de sus faroles apagados, iluminado por una luna redonda y satisfecha parecida a una gran calabaza amarilla, con esa vista del mar y las olas rompiendo contra los arrecifes. Conversan de todo un poco y se despiden como viejos amigos y Él se queda preguntándose quién será. Piensa que es jinetera, pero desea saber mucho más y, por supuesto, acostarse con ella. Finalmente, luego de uno de nuestros paseos, fuimos a mi cuarto donde todo estaba desarreglado, como de costumbre. Al llegar me apresuré a poner un poco de orden, después abrí una botella de ron y llené dos vasos, el mío a en strike, el de ella a la roca. - Hoy no tengo nada de comer - me disculpé. - No importa - dijo y alzó su vaso - por ti. - Por nosotros. Mónica bebió un largo trago y yo la imité. El ron nos gustó porque pronto nos bebimos la botella. Ah, que bien me sentí. Todo mi cuerpo, la piel, los nervios, los huesos, los músculos, estaban alegres y saltaban dentro de mí. Incontenible, mi mano tocó su seno derecho primero y después el izquierdo. Eran pequeños y duros y yo los acaricié. Se estremeció y sus piernas cubiertas por una corta falda se extendieron. Con la mano izquierda comencé a recorrerlas desde las rodillas a los muslos.
Ella cerró los ojos y se dejó acariciar. Después, se puso de pie y fue hasta la ventana abierta por la que llegaba la visión de la oscuridad del mar. Allí se inclinó sobre el poyo de la ventana y sus nalgas se alzaron, dominantes, provocadoras. Instintivamente me fui sobre ella mientras extraía mi garfio ( el garfio de Jacques de Sores, el pérfido pirata, saqueador y violador de la noble Habana, el gran garfio con el que clavó a decenas de víctimas ) y, volviéndola hacia mí, le arranqué el bikini y enseguida la penetré a todo lo largo del garfioso hierro ya al rojo vivo. Ella me aferró por la cintura y comenzó a besarme. Qué hermoso instante. Mónica frente a mí, penetrada, y al fondo el mar en toda su extensión y en su sorprendente negrura. Así estuvimos, formando una sola figura, un único cuerpo unido por el puente de la vida, por mi puente de hierro y cadenas, hasta que la solté y la hice ponerse de espaldas. Largamente la cabalgué y cabalgándola estuve hasta que gritó y me clavó las uñas en los muslos. Entonces algo explotó en mi cuerpo y yo la apreté violentamente y le mordí la nuca con furor. Después me dejé caer en el suelo, y sentí que mi cuerpo levitaba, salía por la ventana y volaba lejos, muy lejos hacia el infinito, limpio de cargas y ataduras. Mónica se acostó a mi lado con su mano sobre mi pecho. Yo la atraje y la besé dulcemente en la boca. - Gracias - musité en su oído - gracias. - Eres muy cariñoso – dijo y me acarició el cabello. Sus grandes ojos verdes refulgían. Así fue aquella primera vez en mi apartamento. Te llamas María Luisa, pero desde niña, tu madre comenzó a darte ese sobrenombre tomado de una telenovela brasileña que en Cuba causó furor: Malú. Mucho hay en ti que recuerda al famoso personaje interpretado por Regina Duarte. Como todos los nacidos bajo el signo de Aries ( Mónica es Leo) eres intransigente con lo mal hecho, luchadora, solidaria, buena amiga y no aceptas que te manipulen o dominen. Hasta ahí las similitudes porque el resto es muy diferente.
La Malú de la tele novela es una socióloga graduada y tú no pudiste terminar una carrera universitaria; ella vive en un confortable apartamento de Río y tú viviste, hasta hace poco, en un cuartucho de La Habana Vieja; ella tiene dos padres serios y trabajadores, tú no sabes quién es tu progenitor ( por algo, luego de tu nombre de pila viene el López materno y enseguida un extraño Soa, es decir, Sin otro apellido) y tu madre, hasta su muerte, no pasó de ser una negra lavandera. Además, está esa hermana tuya, histérica y agresiva, que hubiese enloquecido a la Malú brasileña y a la mismísima Regina Duarte. Y, por último, pero lo más importante, Malú-Regina es una mujer decente, apreciada por la sociedad, y tú una simple jineteraprostituta, mal vista por muchos, de frecuentes reyertas con otras putas que se disputan zonas de influencias, acosada por los chulos y, a veces, por la policía. En fin, ¿por qué eres jinetera? Extraña pregunta de difícil respuesta que no debiera hacerte, conociéndote como te conozco. Sin embargo, los lectores quieren aclaraciones de algunos hechos, por ejemplo el que una joven cubana se prostitulla. "Soy jinetera porque me da mi realísima gana y porque me gustan los hombres", respondiste a tu hermana al enterarse ella de que practicabas el milenario oficio. Llovía y estaban sentadas, frente a un televisor roto, en el cuarto del solar, en una de cuyas esquinas las goteras caían lentamente, como lágrimas, en el interior de un cubo. Desde la pared un Cristo de papel se llevaba la mano al corazón y las miraba con tristeza. En la otra esquina, Santa Bárbara, sobre un pequeño altar, las observaba con atención, quizás sin entender la discusión de las hermanas. “Tú lo que eres tremenda puta y una descarada", grita la hermana. No, las dos están equivocadas. Malú no es una prostituta sinverguenza ni se ha prostituido por el simple placer de conocer a muchos hombres. Si así fuera también se acostaría con los cubanos y sólo lo hace con extranjeros. Extranjeros dueños de dólares. Dólares que le permiten a Malú comprar más comida. “No la que me entregan por una tarjeta, sino la otra, la proteica”, le dices a uno de tus primeros amantes, “nada de arroz y granos”. Carnes sí, de todos los tipos, y quesos, leche, cerveza, pastas italianas y también ropas, perfumes, zapatos. Dólares para botar el viejo televisor roto y comprar otro nuevo, último modelo, dólares para adquirir muebles, para reparar el cuartucho y en los próximos doce meses obtener, a través del mercado negro, un apartamentico, pequeño, pero acogedor en algún barrio bien, no en la derruida Centro Habana. Por todo eso te has hecho jinetera, pero también para disfrutar un poco de esta vida de mierda, piensas, que es una sola y se acaba con las primeras arrugas, y frecuentar discotecas, hoteles, playas exclusivas, gimnasios, inalcanzables para los Juan de Juanes sin dólares.
“Sí, y a cambio darle el culo a cualquier gordo extranjero", grita tu hermana y se te queda mirando con sus ojos miopes que cubren unos espejuelos de cristales rotos al medio. Esta sentada en un pequeño balance y lleva el pelo recogido hacia la nuca en un gran moño. Su piel es mucho más oscura que la tuya y cuando habla mueve las manos sin control. Tú la miras (la miramos) y en tu mirada hay más burla que cólera y rencor aunque de ambos pudiera haber. No recuerdas un solo día, desde la niñez, en que tu hermana, siempre amargada y frustrada, te haya hecho feliz, pero te da risa lo que dice porque ella, bien visible es, no tiene trasero que ofrecer y no hablemos ya de los dientes, manchados e irregulares, ni de los senos prematuramente caídos por los que nadie pagaría ni medio céntimo. Se ve mal tu hermana, cansada, envejecida, enflaquecida. “Chica, tú no tienes nada que dar", vas a responder, pero te contienes. La última vez que discutieron tuvo un ataque de histerismo con gritos, golpes y pataleo que provocó la intervención de los chismosos vecinos. Sin embargo, no puedes dejar de reprocharle: “Si fuera por ti hace rato que nos hubiéramos muerto de hambre porque lo que tú ganas” (siete dólares mensuales) “en la florería no alcanza ni para comer durante una semana”. Ella se pone de pie, camina por el cuarto y se detiene frente a la estatua de Santa Bárbara. No es una estatua lujosa, pero sus ojos de vidrios son hermosos y su sonrisa es agradable. “¿Cómo has permitido esto Santa Bárbara?", exclama y parece que va a llorar. Al decir Santa Bárbara falta algo. La Santa puede ser también Changó, el fabuloso dios de la Santería, que se enmascara bajo el manto de la iglesia católica. Changó que gusta de las hachas de doble filo y los plátanos que están a sus pies. Tú miras a Changó- Santa Bárbara y tratas de desentenderte de tu histérica hermana. Siempre has hecho así en situaciones desagradables, mirar o recordar a Changó, llenarte con su fuerza y energía. Lo que no ha dicho Mónica, en la historia que le contó a Él, es que tú tienes hecho santo en Changó eres su hija, su devota porque apenas cumpliste los ocho años tu madre hizo que pasaras la ceremonia de iniciación durante la cual te uniste al dios africano.. Sin embargo, nada puede la influencia de Changó sobre tu hermana que continua en sus lamentaciones, sobre su triste vida y a lo mal que vive, sin esposo y con una hermana desvergonzada. No soportas más ese cacareo de gallina clueca y, tomando una bolsa, abres la puerta. Al partir oyes el grito de tu hermana "vete, vete, puta descarada". No contestas, cierras y sales. A tu derecha, asomadas a las ventanas de sus cuartos se encuentran las vecinas de siempre que seguramente han escuchado lo gritado por tu hermana. “No me van a saludar", piensas, pero las vecinas te saludan y te ofrecen sus mejores sonrisas. Das unos pasos y oyes sus palabras,
dichas detrás de ti, en voz baja, pero lo suficientemente alta para ser entendibles. “Es una desprestigiaa". “No, lucha la calle y no importa lo que haga". “Sabe como resolver las cosas ”. “Hoy lo importante es resolver dólares, como sea ". “ Y qué bien se ve”. Sales del solar. Ha dejado de llover y tú sientes ese calor bochornoso, luego de la lluvia, del verano cubano que obliga a caminar lentamente como si nadie tuviera prisa. ¿Adónde irás hoy? “Primero a ver a Mónica, más tarde al Malecón a jinetear y luego a la disco para divertirme un poco que la vida es un carnaval y hay que gozarla", te dices.
Editorial
Renacimiento
T:
Llueve sobre la Habana
A:
Julio Travieso
F:
Febrero de
C: Cuatro Vientos, nº P:
págs.
M:
x cm.
C:
Rústica con solapas, plastificado mate
:
----
:
E
la Habana de los años noventa del pasado siglo, el destino entrecruza las vidas de dos personajes que viven al margen de la sociedad, ella una joven jinetera, una prostituta cubana, ex estudiante universitaria, él un hombre maduro, ex brillante periodista, convertido en intermediario en la compra venta de casas, actividad ilegal en la Cuba revolucionaria. A pesar de las duras circunstancias del mundo en que se han movido en los últimos años, aún son capaces de amarse con pasión y locura y tratar de buscar una felicidad que les parece imposible. A través de ellos conoceremos las historias de otros personajes, también golpeados y marginados, en una ciudad sucia, semi destruida, que aún mantiene rasgos de su antigua belleza y en la cual tal parece que siempre llueve. De hecho, la Habana es un personaje más de esta novela, donde, al final, el azar se manifestará de manera inesperada y trágica en la vida de los dos amantes, impidiendo la consumación del amor y la felicidad. J T S es un reconocido escritor cubano, nacido en La Habana. Entre sus últimas obras se encuentran El polvo y el oro, novela, Premio Mazatlán de literatura de México, Premio de la crítica cubana y finalista del concurso Rómulo Gallegos de Venezuela, publicada en España por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, y el libro de relatos A lo lejos volaba una gaviota, editado también por Renacimiento. La presente novela Llueve sobre la Habana fue publicada inicialmente en La Habana y hasta la fecha ha sido traducida al portugués y al ruso.
Polígono Nave Expo, - V C (Sevilla) E
·
Tel.: () Fax: () editorial@editorialrenacimiento.com