Marco Antonio Campos. De lo poco vivido

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De su más reciente libro de poesía, De lo poco vivido, en la colección Palabra de honor, Visor, España, Marco Antonio Campos comparte una muestra de esa antología que abarca su producción de 2010 a 2015

POEMAS DE MARCO ANTONIO CAMPOS


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PÁJAROS a Emilio Coco

“¿Por qué en tus versos a menudo hallo golondrinas y palomas?”, me dice Paulina esta mañana de noviembre gris en la Alameda céntrica y de súbito vuela una bandada de palomas. “No sé, repongo, porque quizá el aire de la bandada me deja algo, algo que también se va o se fuga, y hace caer luego, caer en el alma como gota oscura un sentimiento de carencia o pérdida”

Y Paulina mira en mi mirada la bandada de palomas que se va o se fuga sobre los álamos


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LIMA Y EL MAR a Antonio Cisneros

¿Qué sería Lima sin el mar? Sin pelícanos ni gaviotas, sin horizonte ni acantilados ¿no sería un yermo al lado de la cordillera? Sin la plaza de Armas, sin el cuadrángulo exacto de plaza San Martín, Lima existiría en el menos, pero aún nos quedarían el mar y el horizonte gris. Sin la precipitación del Rímac, la ciudad no tendría su río, existiría menos en el mucho menos, pero partida en dos desmoriría la historia. Sin la poesía de Cisneros, Lima existiría con mil caminos, pero no tendría a su Poeta. Aquí, en el barrio de Barranco, bajo el cielo gris, llamándome diciembre por el 12, oigo el mar, el golpe, el golpeteo de las olas, el aire ríspido del pelícano, la discrepancia de la gaviota, las faldas de mujeres que oigo en un solo rasguido. No sería desventurado a los años de uno, con la carga de uno, premorirse en la angosta bajada o en el muelle de Barranco, allá, allá por esa curva…


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EN UNA PLAZA DE TÁNGER

Pero si no hubiera sido, si el mar no hubiera sido azul el día de hoy, si la línea de la costa española no la cubrieran las nubes, si hubiese habido en ti el toque de locura (diría la Yourcenar) para hacer la Gran Obra, si la palabra Destino no hubiera sido como lazo al cuello, si los viajes no parecieran un sueño que ignoras si viviste como esa gaviota que ves y desaparece, aun así, aun así te dirías que la vida fue buena pese a todo, y pese a todo habrías de escribir que la vasija de arcilla, doble asa y pico, se hizo añicos casi toda, pero que aún desde la ventana de la mañana azul observas en los naranjales de ayer exiguos pero intensos resplandores, y que en fin hoy, en esta plaza breve de Tánger, tienes enfrente el mar Mediterráneo y la línea oscura de la costa española, y por eso, sólo por eso, por el momento, te das por creer que la vida se hizo para ti. Por el momento.


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DOMINGO EN BOGOTÁ a José María Espinasa y Ana María Jaramillo

Un domingo frío y de lluvia, suele ser triste en el mundo, pero en Bogotá es más triste pues no lo esperas ni quieres.

Un domingo gris y frío las montañas se ensombrecen, la niebla desvae las calles, no se encuentra a los amigos

y el entoldado de nubes sombrea los residencias, los restoranes más viejos y la cara del desnacido

que no sabe hacia dónde ir. Un domingo frío y de lluvia hace pensar en fracasos, en derrotas que no cejan

y en la soledad que orilla a sentirse un perro solo. Un domingo frío y de lluvia no lo pases en Bogotá.


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CAMINO A OTAVALO A Xavier Oquendo y Gabriel Chávez Casazola

Casas en quebradas, casas mordidas por la roña, casas de tejas sin color

¿Por qué en América Latina los árboles parecen cuellos cortados en el piso? ¿Pero acaso seremos siempre un país sin país? Dios migró de aquí hace mucho y se fue por el camino de la niebla donde nadie vuelve ¿Para qué esperar al que estuvo lejos y no quería volver a contemplar lo que hizo?

De Carapungo a Calderón se alza una parroquia para que el nómada y el solitario recojan la hierba seca

Un momento, les digo: la caída azul de una golondrina pequeñísima es una herida en el paralelo cero

Tremolan y espejean las hojas de los árboles con el aire y sol de junio

Cactus elevados, manchas de hierba,


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piedra calcárea en las montañas, arbustos ásperos que espinan Se huele la quemadura del rastrojo

A veces la vida es tranquila como un punto y aparte No sigas a Ibarra. ¿Para qué? Desde lo alto Otavalo te parece un cuadro en miniatura

Es tal la claridad del lago que se reflejan intactas las casas en las aguas La niebla, de pies pálidos, sube despacio al cráter del volcán

Uno ignora, o apenas si percibe, que la mayor parte de la vía la anduvo a ciegas

¿Pero cómo vine aquí?


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DE LO POCO DE VIDA De lo poco de vida que me resta daría con gusto los mejores años, por saber lo que a solas de mí has pensado. Y esta vida mortal y de la eterna lo que me toque, si me toca algo, por saber lo que a otros de mí has hablado. Bécquer, Rimas

. Ah días del ’82, dibujados en el cuaderno que caligrafío frente al parque. Ahora bien, te lo digo de nuevo: ¿dónde poner las palabras que eran tuyas y decían al repetírtelas lo bello y lo bueno que me eras? Yo sabía que llegabas porque miles de abejas punteaban en oro la tarde hacia el ocaso.

El café del hotel donde tomé a sorbos lo amargo del penúltimo café sigue existiendo, pero desde entonces no volví ni a deshora a tristear lo mucho que te quise, ni volví a contraluz a los parques de Polanco, ni a andar entre árboles de aquel bosque que retroceden al año del verde y al impulso de la raíz

En el Mirador de Segovia y en calles umbrías de la umbría Ávila, en el diciembre que negó la luz, compartíamos cada paso, estrella y nube, martes de la fuente en que bebí, palomas como epístolas en vuelo


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Fuiste para mí lo que nunca dejarás de ser: el cabello ensortijado, la mirada moruna, ah, las piernas delgadas que no adelgazó el recuerdo, tu cuerpo tan bello que mi boca no sabría decirte cómo. “El después no existe”, escriben en anverso y reverso los que saben, pero no entroncan en el bosque la doledumbre que corta como hacha el árbol

No descubro el amarillo ni el azul: se empieza a amar, se ama, se ama hasta desangrarse, lo vuelven descorazonadamente imbécil, lo hieren una y otra vez, y un día se amanece como piedra en el lago o en hierba pisoteada Más tarde, por décadas, los dos moran la misma ciudad y no se encuentran o pasan de largo y no se reconocen

No sé por qué escribo esto, frente al parque, en un café de Miraflores, mientras cierran la puerta de la iglesia, y veintidós, veintitrés-mente me llamas, y el que cortó la vía a media vía se vuelve música de árboles, y canta a dúo, solidario, el canto quebrado del gorrión

Lima, 2012


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TRATADO DE LA VANIDAD

Ínclito romano que la gloria anhela le dio por esculpir su propia estatua. Todo lo estudió, lo aprendió todo. ¡Qué torneado perfecto del conjunto! ¡Qué melodiosa luz en mármol vivo! ¡Qué levedad intensa en cada rasgo! Pero algo olvidó el artista en su cuidado, algo que azar o dioses no perdonan: que al correr de los siglos, hundidas en el lodo o bajo el templo, de súbito aparecen estatuas sin cabeza.

Roma, 2013


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FRENTE A LA TUMBA DE P. B. SHELLEY

Llorad por él, el que lloró al amigo. Llorad por él, que en el velero roto de repente encontró la muerte joven. ¿Por dónde el viento en su ira -animal ciegotrajo aquí, hasta Roma, las cenizas? ¿Dónde quedó la alondra jubilosa? ¿Dónde quedaron las páginas de Mary, las canciones de árboles de Jane, la boca ansiosa, abierta de la virgen? Dónde hallar sus palabras que hizo nuestras: libertad y poesía, rebeldía y sueño. Al lado de su tumba crece altísimo el ciprés, con su ramaje austero, donde a diario los pájaros le hablan del sol de Italia y de Inglaterra triste.

Roma, 2013


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EN LA CIMA DEL MÖNSCHBERG

Tristes los mirlos no dejan de cantar Hojarasca húmeda, rocas enlamadas, murallas rotas. Silba el aire. Sííílba. Veinticinco años es un grito que horada las murallas. .

Amigos dejaron la ciudad y

alumnas del ’89 no volvieron con los ojos azules. Ah, si lo muy bello que perdí durara aún. Cuatro o cinco hechos te quiebran en la vida y cada cosa te despide una penúltima vez, una última vez que creías paloma en alto, rosa pálida, guitarra fugitiva.

A distancia se mira árida la cima del Untersberg. Por allí viví. En el sur. En Birkensiedlung. A un paso del bosque, bajo la lluvia.

Pero oigan lo que el mirlo no oye. Luché contra todo, contra el Mal y el Bien, contra el cretino y el sabio, contra mí mismo. Los demonios furiosos me rompieron las cervicales, pero oh Dios, seguí. En poemas, con vidrios pulverizados, hice labor de cristalería, y sí, al menos una vez, en aquella vez al menos, ah qué lejana la adolescencia, qué dura la juventud algunos años.


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Es semana de martes con los meses que allego. Siempre viajé a una parte que hacía mía, que era mía, pero al huir de ella sabía que no lo fue. No han dejado de crecer los abedules, pero aquellos que veía a menudo, de aquellos que veía a menudo, sólo oigo la canción del mirlo y el tajo de la raíz.

Salzburgo, 2014


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HUYEN, LOS OJOS Fogem agora, os olhos; fogem da luz latindo. Estao doentes, ou vehlos, coitados, defendem-se do que mais aman. Tenho tanto que lhes agradecer. Eugenio de Andrade a Juan Manuel Roca

Huyen, los ojos, ojos envejecidos que vieron demasiado, y no olvidarán nunca en el adiós que despiden, las calles de la infancia en horas de la tarde, la lectura iluminada de Borges y Camus, la escalada azul del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, la revuelta estudiantil en Ciudad de México en aquel verano de fuego de 1968, ojos míos de aquel entonces, que bajarán al Arno desde Ponte Vecchio en los crepúsculos de ayer, que verán un mediodía el mar azul en la pequeña Kókkari, el repentino fulgor en la celda de Santa Teresa en Ávila, los versos de Trakl en callejuelas, jardines y puentes y en la subida lenta del Kapuzinesberg, la cripta familiar donde yace y yacerá Rimbaud, los girasoles y los círculos furiosos vangoghianos, el océano en Isla Negra que traía con las mareas los versos de Neruda, el vuelo de millones de vencejos precipitándose al abismo o disparándose al cielo entre las aguas y el aire en las cataratas de Iguazú, las ruinas de Cafaurnaúm -y al este, el mar de Galilea con la altura nerviosa del Golán-, el ascenso, estación por estación,


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con Ester Seligson por la Vía Dolorosa de la Ciudad Vieja, la agonía de mi madre, la mano fraterna de Juan Gelman en su despedida, pero ante todo y después, gorrión abajo, rostros y cuerpos de mujeres que amé, rostros y cuerpos que mis ojos seguirán viéndolos cuando navegue, en solitario adiós y solitario siempre, de la costa mexicana a los mares del sur.

Lisboa, 2014


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