Poetas Venezolanos II

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POETAS VENEZOLANOS II

María Antonieta Flores (1960), Santos López (1955) y Luis García Morales (1929)


Selección de poemas de María Antonieta Flores (Caracas, 1960)

dust el caliente sabor de la ternura Thiago de Mello

hoy me duele demasiado el amor su ausencia su certeza de instante su mentira el bagazo de unos días la intensidad que me colgó en este dolor largo inexplicable con hambre de muerte bebo el vino blanco y pienso en la exactitud de las palabras en lo simple de una metáfora obscena y me digo sólo un polvo


* este canto es el sonido de los campos que se quiebran tras la persecución, que se abren y protegen con advertencias repentinas este canto es el grito de la bestia en su terror, invadida, destrozada, pronta, seductora este canto es de quien esgrime su arma, la alza, ofrece la sangre. pronto a penetrar bosque y bestia, pronto a violentar con pasión feroz y frenesida y todos son vencidos y todos son caídas

* y de vez en cuando me detengo y en un punto oscuro del cielo te pienso y doy cuenta y fe del dolor que no atraviesa sino que lacera los huesos y despoja. entoces, vuelvo a escribir y ya no soy la misma que te recordó

* y todo ha llegado a lo mismo inmóvil de nuevo el tiempo quién dijo que hay proximidad o lejanía Sólo seres que se piensan

* me pegaba a sus recuerdos. rayaduras de la memoria como la piel del limón y su cerco. mañana de los días de marzo. en cercenada que se apacigua con el silencio de tu hombro. libro que amarillea en las palabras. segundo apenas para regresar jadeos. volverse agua.

* camellado. en cada dureza que la madera otorga a mis dedos, en los tendones que se duelen, reconozco la labor con el solo esfuerzo de juntar. afanada en darte techo más allá de entrada penetrada, rasgón que no cuenta el impulso de la sangre, sacudidas, mientras en tu boca todavía. mi pezón se estremece. largos los trabajos. soy triunfo mientras aún abrazos en el después.


1 si yo pudiese ser si sólo pudiese ser si apenas ser no se oirían estos gritos y esta cuerda que arrebata el último sonido si apenas ser y abrir entonces apenas el sonido ronco del esternón la pesada piedra si apenas esa flor que de lejos se divisa desde un lugar imposible si apenas en el tejido de los cabellos y la serena virtud del misterio en las llaves que se caen de la mano y suenan la profunda hoguera de apenas si así en el turno de la pérdida bajo la triste inclinación si pudiera si sólo si ser en las telas lejanas de un cuadro de Memling si sólo apenas ser llave de rozado bronce de puerta atribulada cerrado cerrado mundo con los vórtices de la tierra suspendida en un límite trabajoso instante si pudiese y si hiciera la hoja abriéndose y se seca más al rumbo de la muerte


más añico y así astilla pudiendo ser la temblorosa luz que te devora pudiendo ser la ofrenda de la obscuridad y el silencio un brazo, otro un ojo, otro un pie, otro y la muerte si apenas ser pudiera si una quietud y la brea esta sal que me recubre si pudiera si pudiera en letanía ser si yo pudiera si apenas ser es arena con tierra y raíces cae y cubre


blue devil

en el atlántico entreabiertos los labios el cuerpo sonoro como bronce te tiene apartada densa y obscura un rayo ilumina tu heartache índigo azul muy azul tu sonrisa es una mueca

* vas hacia abajo con la firmeza del cuerpo que te sostiene gemidos aguas gemidas los huesos no pueden más azulillos índigos gotas tu estertor se detiene en el silencio gemidas las aguas van


y llegan los deudos tanto silencio en la calle te llena de sospechas has dejado en prenda tus deseos, los de tu carne, la impaciencia de tu corazón. llevas al lado derecho un escapulario. vendrán luego las oraciones. un olor de hombre lento te acompaña, el aroma del duende, la intensa fragancia del mago. enciendes varas de incienso. te prometes la suerte de los peregrinos. te arrodillas muy atrás en la memoria. una guirnalda de pinos, una corona de eucaliptos. tu desnudo cuerpo en el amor. solo. un relámpago rompe el cielo y nombras cada uno de los que así te someten, con amor te doblegan, con pasión te hacen. desconocida un talismán puede ser este saquito con el ombligo y sólo saben los labios del fuego tus manos ansiosas de ausencia duelen quieres su piel y su alma él escapará y no lo detendrás, te dices su piel de bronce llena de frío y silencio siempre demasiado llena de luz


ogun las artes de los metales lo sólido se vuelve líquido las altas temperaturas y las armas para la guerra los utensilios domésticos los aretes y las sortijas para el amor cuidas de ti mismo pero mis ojos siguen tus movimientos queriendo alcanzarte me he hilado una túnica para hacerme opaca sigo tus pasos como un espectro la lejana rodilla que se hinca implorando clemencia para los suyos el tejido que se desgarra con la espera para que sus hilos sean del viento un rostro que se recoge tras el abanico y deposita el amor en celdillas de cera una mujer que ha perdido cinco horas de tu vigilia escribe siempre debe lavar los metales el cuchillo en el piso señala un rumbo

en la frontera demórate aquí que sean lentas las manos y la boca en mi piel enrojecida por la luz de la noche demóreme mientras usted regresa a su cuerpo y me mira el tiempo agradezca y me lleve cada gemido entre mis carnes


pitesti tilos que todo lo perfuman aromas de miel amparan esta ciudad la esquirla de una palabra irá separando el corazón los venerables dibujan un círculo con la arcilla blanca del río madre sus dedos trituraron hierbas negras y amargas ahora arrancan sus dientes para darle forma a un vaso sagrado no sabe encontrar la semilla sin fuerzas para retener la luz va dejando un hilo aúreo bajo el menguante corta sus cabellos poda sus plantas


morada santa hebrada en el escondrijo del silencio aquí llegaste perdida y partirás tendrás apenas el sosiego de unos días que no rompieron tus cadenas ni llegarán respuestas a tus angustias sólo habrá llegado a tus portales la quietud de la luz el viejo fragor que incendió tu infancia y sobre cuyas cenizas yaces la imagen del hombre que amas leyendo con la luz de una vela su precario mundo tu deseo que cruza la santa morada de sus brazos la morada santa de este templo orantes que cruzan tu camino aquí has llegado lejos de toda esperanza y redención invocando tu vieja creencia reconociendo la luz antigua la cruz de ceniza el signo de los perdidos ladran los perros a lo lejos cruzarás los corredores entrarás al templo para escuchar sin ser pronunciada


María Antonieta Flores. Caracas, 1960. Poeta, ensayista, crítico literaria, editora, profesora universitaria. Magister en Literatura Latinoamericana. Ha publicado los poemarios: El señor de la muralla (1991), Canto de Cacería (1995). Presente que no en ausencias (1995), Agar (1996), Criba de abril (1998), Los trabajos interminables (1998), La desalojada luz de la tarde (poema largo en plaquette, 1999), índigo (2001), limaduras (2005), la voz de mis hermanas (2005), regresaba a las injurias (2009). En ensayo, Sophia y Mythos de la pasión amorosa (1997). Con premios regionales y nacionales, ha participado como poeta invitada en Festivales y encuentros internacionales en Colombia, Brasil, Nicaragua, Costa Rica, Austria, Romania, Argentina, México. Su poesía ha sido, parcialmente, traducida al brasilero, alemán, inglés, rumano. Incluida en antologías nacionales e internacionales. Su obra ha sido objeto de estudios panorámicos de la poesía venezolana y de artículos especializados. Editora de la revista digital el cautivo (www.elcautivo.org)


Selección de poemas de Santos López (Mesa de Guanipa, Anzoátegui, Venezuela, 1955)

Oficio de sueño Es oficio de sueño avivar nuestra visión de la sangre Ante la puerta de piedra y la fuente. Nadie entra en la noche con olores, luces y huesos O con vestidos blancos como la luna. Si la realidad ofrece sus comidas viejas y recientes, Y somos tan lentos en el dormir, Pasaremos la vida en un bosque ensalmado de aves, Peces que saltan y animales de agua. Es oficio de sueño soltar nuestra urna en alta mar Para encallar de nuevo en otra orilla.

Cayenas moradas Amor, todo aquello que está dentro de ti me llama: Tu lisura de domingo entre cayenas moradas Donde vuelas y revuelas sin aliento; Tus piernas que se juntan en el agua, se mojan Y custodian un breve espacio de orillas; El sudario de tu corazón sube y baja en la tierra, Come fuego, lame sal. Y tus muertos, que casi me lloran Con voces apilonadas en la ceniza del cielo. Amo en ti ese fondo de tinieblas nutrido de aves en la medianoche. Amor, cuantas veces eres, cuantas veces te amo. Ahora, ven y abre tu pecho de pelusa negra, Enséñame el temblor.


Biografía de un joven Esta es una tortuga que camina orgullosamente en el campo. Esta es una vieja serpiente que se arrastra. Este es un valiente enano que corta una ceiba con un hacha. Este es un colibrí invisible acostumbrado a una cayena. Y este soy yo: un perseguido que huye con imprudencia y desvaríos. Ellos dijeron: A él sólo le queda la muerte con joven hermosura.

Tiempo Como una radiación del instante seguimos, buscamos una gota, tal vez el brillo del metal al romperse. Es un polvo transparente la sucesión del tiempo, lejanía de serpiente embrionaria. El pasado se recupera, se guarda y pertenece a la muerte: vaivén de un nido en un árbol seco. —Frente a él uno debe recordar cuándo fue su plenitud de follajes y frutos. El instante es un engendro con dos cabezas, como el alma: húmedo y sin morada. Y la eternidad nos lanza deformes, sin sal ni agua.


Homenaje a Lezama Lima —¿Qué reino en la penetración nos regala su luz, Ele Ele? —Como un tiro de ballesta llegaremos al sol. Pero primero tenemos que sufrir como Ícaro. —Usted habla de dolor, habla de hermandad, la tierra roja del sufrido. —Un círculo con ruido de solsticio es la vida a ciegas. Los pájaros se aproximan en la noche, impregnados y puros, baten y se agitan ascensionales hacia su blanco, donde los hombres son rayos cabales y sombras. La rosa de sarón parece un hervor de sangre muerta en medio, y como un tiro de ballesta llegaremos al sol. —Ven, tocaremos la fuente como si estuviésemos ocultos en el fuego.


Reescritura del bosque profundo

E (Siempre he visto un bosque bajo las aguas. Ese bosque respira al fondo del patio de mi casa. Yo entraba al río subiéndome a los árboles.) Montado en una mata estoy recordándome la vida. Allí soy uno con mi persona, Y el que habla y el que escucha soy yo mismo. Mi árbol está fijo en el cielo Sus raíces profundas no tienen sombra. Desde la primera rama uno contempla, se contempla, Las piedras que han muerto y las que no. Y es grande este sendero, delgado como un filo. Me detengo a la entrada y veo a mis padres, Me reencuentro con ellos en la noche, Yacen horizontales en una misma cama. En nuestra primera casa inmutable y verdadera, Con un patio blanco lleno de recuerdos y sentidos, Pasa un río que siempre me arrastra.


O El bosque es nuestro lecho De tantos árboles Y tantas hojas. Un enorme alfabeto Comprensible al corazón Me habla Entre la brisa coloreada de tu pelo. Trato de oír el filo Preciso Que lo mueve, Si la luz Negra del sueño O si la verdad Potable del umbral; El amor en filamentos O el amor fulminante. Y si la lluvia lo nutre, las palabras se aflojan, Y resbalan con la saliva cansada en tu vientre. Y todo el bosque del verbo es nuestro lecho, Blanco, húmedo, venenoso, tatuado por el sol.

U Me he puesto a juntar hojas secas en verano, Trato en vano de avivar un fuego. Amontono palabras y palabras que han caído Y que recojo de árboles ya viejos. La realidad quema, dijiste, Y nadie quiere ver Que eso está pasando. Es el bosque de fuego. El incendio comenzó. Sólo tú y yo nos salvamos. Ahora que todo es cenizas, Tú y yo intentamos recordar, Amarnos en otra quemadura.


M Si la lluvia se retira siempre hacia el bosque; hace de mujer. Si el rocío imperceptible cae en la cesta de la tierra; hace de hombre. Cuando el cielo viene en fragmentos, los muertos cargan a los muertos. Y si nuestra madre muere, vendrán muchas deudas. Y no importa el padre Porque está en las raíces contando los latidos. Cada árbol fue creado solo; Pero ninguno continúa su existencia aislado; se reúne como bosque. Así cada uno de nosotros es lavado por la lluvia y alimentado con rocío.

S Recojo hierba fresca para curarme; En boca de las pequeñas flores continúa el sereno. Porque todo lo que heredamos en la tierra Pertenece como destino a los muertos. A menudo así suelo bañarme y vestir como amante. Recojo una hierba rara; por donde paso Crece inmensa, embriagante y verde; El paraje se encuentra limpio y puro. A menudo tú y yo nos vemos en este jardín viviendo al desmayo Como dos cuerdas anudadas que atraviesan el umbral Y fijan en la aurora su expansión. Recojo hierba fresca para curarme; corro En círculos y bebo el zumo como si estuviese loco. He dejado de huir, de dolerme. Me apresuro a tragar un poco más de veneno, Y salgo al campo a besar tu desnudez de brisa que vuela.


Contemplación del relámpago Si oyes el relámpago y apenas lo ves, No digas que la tierra no está poblada de jaguares, Que las palmeras no disfrazan el fuego en su realeza Y el bosque no recita su palabra de oro a los moradores del cielo. Pero si apenas oyes el relámpago y nunca lo llegas a ver Es porque no supiste que los dioses esperan tu última bocanada, Que los ríos te bautizaron mucho antes cuando el Nilo era Nilo, Y que el hombre está de duelo y en exilio, Aunque sea por un instante.


Santos López. (Mesa de Guanipa, Anzoátegui, Venezuela,1955). Poeta, periodista, babalawo de la religión yoruba. Ha publicado: Otras costumbres (1980), Alguna luz, alguna ausencia (1981), Más doliendo ya (1984), Entre regiones (1984), Soy el animal que creo (1987), El libro de la tribu (1992), Los buscadores de agua (1999), El cielo entre cenizas (2004), Soy el animal que creo. Antología (2004). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, alemán, francés, chino e italiano. Premio Municipal de Poesía en 1987 y en 2001.


EL RÍO SIEMPRE

IV El agua se vuelve sobre sí misma Y me ofrece la identidad De tu transparencia El tiempo se vuelve sobre sí mismo Y me entrega el desorden De tu agonía Una mujer se vuelve sobre sí misma Nadando en un río sin luz Y yo entro de repente En una mancha De sangre

VI La lucha del sonido por dejar el silencio La lucha del granito por parecerse al agua El agua es el tigre que se deshace en el cielo cantando En el cielo de la palabra hay un ángel En todo ángel un animal palpita El celaje del pez despierta en la memoria del pájaro ¿Soy acaso este cuerpo de ahora O ese río de ayer que me habita El río, el río siempre?

XIV ¿Dónde estaba antes de llegar? ¿Cuál es la materia de este eclipse De los meses y los años La naturaleza de esta congoja Donde me baño cien veces Sin verme a mí mismo? ¿Dónde estaba el relámpago? Y esa página del tiempo Que pasa de un extremo a otro De árbol en árbol ¿Dónde estaba?


El mismo dios y el mismo río La misma ausencia Y la misma presencia Y la ceniza del agua y de la piedra Tatuando la misma sangre del día

XXIX A María Teresa Casalta Todos los ciclos nacen allí Allí toda distancia ha sido abolida Un ave canta Y el tiempo de nuevo recomienza Y de nuevo el espacio Donde nos pasamos de labio a labio El candil Y de boca a boca El incesto de la palabra y la realidad Nuestra primera y última mitología Hasta que el río sea otro

DE UN SOL A OTRO III Los caminos regresan por senderos opuestos Abierta en cuatro estrellas distintas La primavera inicia el proceso Instalando pájaros alucinados En el follaje Vuelvo a la piedra original Lavada por el tiempo Veinte mil días han pasado En una noche devuelta al sol Me reduzco al celaje del pez Visto a los cinco años Me limito a la transparencia De la madera en la llama Del granito en la lámpara Del diamante en una mirada De mujer


X Voces más viejas hablan De la vanidad y los espejos De novedades Y envejecimientos bajo el sol Los espejos del agua conversan De repetición y resurrección Sólo el árbol Viajero inmóvil a la orilla del río Transfigura su follaje su esqueleto sus flores En agua que pasa y vuelve En sombra que llega y huye En reflejo que nos mira

18 Debajo de la yerba Se oyen los rumores de la tierra Vivos y muertos los insectos crepitan Susurran conversan Con sus antiguos dioses monocordes Que balbucean un idioma oculto Ángeles voraces mastican la noche Debajo de los árboles Y caen flores y hojas amarillas Sobre el manantial que las arrastra Más abajo crece la hormiga roja Preparando su silenciosa iluminación Más abajo de los huesos antepasados Está el cráneo que preside Los movimientos de la luna Y de la garza blanca Y del pico insomne que captura al pez Muy abajo de esos rumores Estamos nosotros oyendo y oyendo Sin saber qué nos dicen Los más pequeños seres de la tierra


Me trasiegan La luna descose el valle sonoro de mi cuerpo Me trasiegan en pedazos iluminados A copas de menta o anís Retazos de antiguo esplendor Arden en las calles oscuras Casi gimiendo casa por casa Bajo luciérnagas cola de ajo Y el rocío llorando por nosotros Hasta el amanecer Cada sombra tiene su sombra desde la infancia Y cambia sus espejos a la caída del sol Cada espejo ata mis pies a senderos invisibles El estiércol resucita en mis manos Mi valle descosido gime entonces bajo la lluvia Pero mi cuerpo es la evidencia de una isla Despedazada Con memoria

Recojo mi cuerpo Recojo mi cuerpo cubierto de orégano y maíz Y lo entrego a la sal dorada de la ciudad Me rescatan con una escritura viva Aprisionada en los labios de una mujer Allí estoy en el vino de mí mismo Buscando sol Buscando la libertad de los pájaros En la madera de mi cuerpo Donde yace el acontecer de los días Y se fija la noche en una sola estrella Escribo entonces figuras vivientes Escribo padeceres Sucesos llenos de la palabra constelada Moviéndose hacia la página Donde mi rostro quiere nacer Pero cada animal tiene su propia música Cada música es otro espacio Cada poema es un ángel distinto El enigma de siempre: Somos la respiración De misteriosos tótems vigilantes en las venas


Vigilia Amago un gesto fortuito Ante la escritura Que nace o termina Nada Es la palabra que corona Estos dĂ­as tan frĂĄgiles Esta inminencia sucesiva Que nos acosa Lo escrito ya no es futuro Sino centella Lo inminente Ahora es un tenue recuerdo De acciones olvidadas ContinĂşo sin embargo Mi vigilia: Escribo en otra margen Distintos azares Paso de un resplandor a otro: De paisajes vislumbrados A pasajes imprevistos


Luis García Morales (Ciudad Bolívar, Venezuela, 1929). Poeta. Ha publicado los poemarios: Lo real y la memoria (1962), El río siempre (1983) – Galardonado con el Premio de Poesía del CONAC, en 1984-, De un sol a otro (1997) – Galardonado con el Premio Municipal de Caracas, mención Poesía (1998)-. Miembro fundador del grupo Sardio junto con Elisa Lerner, Rodolfo Izaguirre y Adriano González León, Guillermo Sucre, Salvador Garmendia y otros poetas, narradores y pintores. A fines de los años 50, viaja a París donde permanece durante tres años. y viaja por parte de Europa y Medio Oriente. A su regreso a Venezuela, fue nombrado Jefe de Redacción de la “Revista Nacional de Cultura”. Luego ocupó los siguientes cargos: Director artístico de la Radio Nacional de Venezuela, Director de la División de Cultura y Bellas Artes del INCIBA, Director de la Editorial Monte Ávila, Primer Presidente del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). Representó a Venezuela en varias asambleas internacionales de la UNESCO, en París, Kenia, Bogotá. A fines de los 80, comenzó a transmitir el programa radial “El Cantar de los Cantares”, con frecuencia semanal por la Emisora Cultural de Caracas, durante trece años. Este programa era un homenaje a la poesía y a los poetas de todos los tiempos y casi todos los países, desde la antigüedad china hasta nuestros días.


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