Aire limpio: antología poética, de Reynaldo Pérez Só (David Cortés Cabán)
como un pastor de cabras así he ido… Reynaldo Pérez Só
Con motivo de la celebración del 8vo Festival Mundial de Poesía de Venezuela en junio de 2011, dedicado al reconocido poeta Reynaldo Pérez Só, se han publicado dentro del marco de tan importante celebración, varios libros de poetas internacionales y entre ellos, también, de poetas venezolanos que conforman el panorama actual de la nueva poesía latinoamericana. De Pérez Só son los libros titulados Rosae rosarum (Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericanos, C.A., 2011) y Aire Limpio: Antología Poética (Caracas, Colección Voces de la Casa, Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, 2011). Reynaldo Pérez Só (Caracas, 1945) es un poeta de reconocida presencia entre los intelectuales, escritores y lectores de poesía venezolanos y es, además, un médico de profesión. En 1971 fue cofundador y director, con los poetas Alejandro Oliveros, Eugenio Montejo y Teófilo Tortolero, de una de las revistas de creación de más larga vida de Venezuela y de 1
Latinoamérica en general. Me refiero a la revista Poesía, publicada por el Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la Universidad de Carabobo, aún activa y actualmente dirigida por el joven poeta Víctor Manuel Pinto. A través de los años Pérez Só ha ido proyectándose como un poeta de un estilo sobrio y novedoso que ha llamado la atención y el reconocimiento de la crítica literaria dentro y fuera de su país. La calidad y el rigor de su escritura también fijan los rasgos de su personalidad profunda y reservada. Conocerlo personalmente, y compartir con él en Caracas, me dio la impresión de una voz que viniera de muy lejos para obsequiar en el murmullo de sus versos una reflexión sobre la fragilidad de la vida ante el constante acecho de la muerte; la fugacidad del tiempo en las cosas que la mirada recoge al extasiarse en el devenir de la existencia humana. Por eso los temas centrales de su obra poética se afirman más en la interioridad del ser que en la superficie de lo que a primera vista se contempla en sus poemas [1]. De esta forma, en lo que aparenta ser una frágil estructura poética subyace un entramado de relaciones que requieren de una profunda lectura. El ser frente al misterio de la muerte, la sensación que produce una visión temporal de la vida, la carencia, la indiferencia ante el sufrimiento, la memoria, el acto de escribir como proceso de reflexión y autoconocimiento parecen ser las ideas centrales de su poesía. Estamos ante un pensamiento que recurre al entorno y la memoria para elaborar una visión sobre la experiencia de lo vivido. La abstracción del aspecto físico de las cosas o de ese mundo perceptible refleja una experiencia personal que lo separa de la tradición, al menos en lo que respecta al lenguaje y a la confección de los versos, para distinguirlo como una de las voces significativas de su generación. En este sentido su poesía parece sumirnos en la búsqueda de una realidad más profunda de lo que acontece a nuestro alrededor. Una realidad que nos descubre esa ignorada dimensión que intuye las profundidades del ser y su actitud frente a la vida y el universo.
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El primer libro de la antología Aire limpio, “Para morirnos de otro sueño (1971)”, encarna un pensamiento que parte de lo abstracto para formular una imagen reiterativa de la muerte: la muerte como la “caída” de una presencia que discurre alternando con la imagen de la lluvia como amortiguadora del vacío y la soledad:
el hombre no se parece a la lluvia el hombre camina piensa y se multiplica la lluvia vive arriba y baja y se retorna
nosotros hablamos y morimos
la lluvia es otra cosa (p. 29)
Los dos conceptos que se asocian en este poema: la muerte como una realidad fisiológica y la lluvia como un proceso atmosférico recurrente, proyectan un sentido que va más allá del aspecto real de las cosas y de los rasgos distintivos que conforman las características del “hombre” (palabra empleada aquí en sentido genérico) en contraposición a la imagen de la “lluvia”. Recrean dentro del marco de estas experiencias lo pasajero y lo fugaz. Una imagen que nos acerca a los seres amados vistos a la sombra del tiempo y de la muerte. El sentimiento de
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vacío que impregna los objetos cotidianos (poema 27), se proyecta en el vuelo del pájaro y en el leve rumor de la lluvia. Éstos recogen la realidad entrañable de una emoción que va fijando lo que nombran las palabras en la imagen evocadora de esa memoria: el cuarto está vacío de algo que busco abuelo como tú (p. 22) En otro poema la lluvia misma libera la percepción de la mirada separando así el plano real de las percepciones del yo lírico. Y aunque el poeta mismo haya señalado que duda de sus percepciones [2] éstas están ahí y son uno de los rasgos significativos de su obra. Esto lo notamos en la confluencia de imágenes que se superponen en la estructura y ordenación de los versos ya que crean así una especie de sincretismo que cristaliza el asunto del poema: una imagen de la lluvia cae de pronto los pájaros se levantan
de la hierba no hace ningún viento oigo música
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(los pájaros vuelan)
en el campo abierto veo solo y la propia imagen de la lluvia me lleva
(p. 31)
Esta forma de describir las cosas, como sumidas en una visión de aridez, es particular del estilo poético de Pérez Só. Presenta lo que la mirada contempla. El transcurrir del tiempo y la sensación de lo vivido se convierte en un rasgo esencial de esta poesía. La voz del poeta ahonda en las cosas dándole un profundo lirismo. En este poema, por ejemplo, la imagen de la lluvia y el pájaro, su vuelo y su cántico (“oigo música”), recrea una atmósfera de serena contemplación. Pero lo que realmente propone esa visión es el desdoblamiento del yo lírico y la transmutación de las cosas en la mirada. Esta situación ocurre también en “Tamantra (1972)”. La memoria, asociada a la imagen del río, evoca el fluir del tiempo transformando lo que el ojo percibe en una nueva realidad. Esta misma imagen proyecta no el perfil absoluto de las cosas sino su frágil presencia en el ámbito de esa cotidianidad [3]. De este modo la muerte se presenta no como una fuerza aniquiladora sino como una fuerza transformadora del ser, una presencia con la que el
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alma del hablante poético dialoga sobre su condición humana o su estar en el mundo, y asimismo su relación con lo que le rodea como ocurre en el poema 40: te di alma mía llanto y pájaros
esperé de mi muerte otra cosa no este barranco oscuro
alma quizá no comprendí bien llevé una vida alocada y sin sentido tampoco tú me diste reposo
(p. 40)
En otros poemas la mención de la muerte responde a un sentimiento del lo que el poeta sueña como un suceso vedado a nuestra realidad: “muerte / yo te amo” (p. 47), señala en este verso, y más adelante: “muerte has sido / algo de campo / algo porque duermo / nada más” (p. 54). Esta idea de la muerte como sueño y reflexión adquiere también una visión desvinculada del espacio en que se mueve el poeta. Esta forma de asumir la realidad le permite al hablante crear un lenguaje determinado no por el orden de la sintaxis, ni tampoco por la estructura misma de los textos sino por el matiz de las imágenes. Por eso los elementos de esta poesía establecen 6
una red de referencias entre el paisaje y las imágenes que impregnan el sentido de los textos. Este mismo sentido está en lo que percibe la mirada. Pero la mirada no recoge los colores del paisaje ni la luz que traspasa el ámbito de esa naturaleza poética sino la planicie donde parece fundirse en una sola dimensión los diferentes asuntos y situaciones que trata el poema: es verde la yerba de la vaca sombría en la sabana
vaca y vaca
dos pasos tambaleantes desde la hierba
y es verde bajo el sol y también bajo la lluvia la vaca se mueve de adentro
el verde de la vaca sobre la hierba se columpia
la vaca es vaca y no yerba
(p. 51)
En “Nuevos poemas” (1975) reaparecen otra vez los símbolos con los que el poeta ha ido elaborando su visión de mundo: la lluvia, los árboles, la vaca, la muerte, el río, el silencio, los 7
objetos, el pájaro, las piedras. Todos entretejidos en una visión que proyecta una variedad de imágenes que aunque aparentemente contrarias se relacionan e intensifican el asunto del texto: esta fuerza no es viento y ha de irse
se esconde pero si viene hago fuerza y de niño no vendrá
se seca la hierba al verano y todo el fuego quema la raíz
el agua llega en invierno chorrean los árboles y los ríos crecen
este mi ser también sube la montaña también baja
(p. 63)
¿De qué habla el poema? Ciertamente de la visión de un paisaje, pero el paisaje al que se refiere el yo lírico nace de la reflexión y no necesariamente de lo que pudiera sugerir la realidad
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geográfica del contexto, aunque éste sea en cierto modo el punto de apoyo de esa reflexión. Lo que ocurre en el poema está inmerso en una especie de misticismo que se trasluce de una visión de la vida cotidiana. En esa visión notamos una serie de imágenes que describen el sentimiento del hablante poético: “todo el imperio / de un hombre se reduce / en ir hacia él” (p. 73), señala en este verso. Ya en un poema anterior expresaba: “para equivocar la noche / me detengo / me levanto a mitad / del cuerpo / (para qué dar tanta vuelta / tan lejos frente a mí?)” (p. 70). Esta relación entre lo que sugiere el poema y lo que representa el cuerpo del hablante establece una referencia de contextos. Nos ayuda a percibir el vínculo entre el entorno y el yo lírico en el lenguaje connotativo del texto. Vemos en la poesía de Pérez Só las imágenes enlazadas por un sentimiento que también se transfiere a través de los sentidos corporales. Lo que el ojo ve, lo que siente el cuerpo al leve contacto de la lluvia o el viento o la naturaleza crea situaciones abstractas que influyen en la atmósfera del poema. Pero la intención del poeta es sugerir, nombrar una situación para que el lector reaccione ante el texto y complete precisamente lo que su experiencia y su sensibilidad puedan aportar a la interpretación del mismo (4). Así sucede también con otros textos. En “25 poemas” (1982) el lenguaje continúa esta tendencia de utilizar referencias que se hallan en el entorno. En cierto modo, esta visión del entorno refleja un mundo que estará siempre habitado por las cosas que influyen en el estado de ánimo del hablante poético. Un ejemplo lo tenemos en las palabras que expresan una conexión entre la esencia del ser y la naturaleza: árbol, lluvia, tierra, flor, pétalo, planta, ganado, bosque, río, muerte, alma. En estas palabras podemos señalar el paisaje estético y la representación de los temas que esa escritura conforma. Por eso su intuición recrea el paisaje de esa naturaleza: “eres verde / planta / y yo / no soy el color de los pasos del ganado” (p.85), y en otro poema: “tocar / levemente la hoja / la flor no nacida es / el río / la sombra de la abeja / en la pared / que el viento trae / y se lleva en la carga” (p.87). Lo que
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la mirada transfiere al interior de su alma se convierte en una especie de mística de esa realidad. Pienso que nos sitúa en un plano en el que las cosas se representan como si surgieran de un estado de meditación y no simplemente de la pura contemplación. Por ejemplo, los elementos del poema poseen un matiz connotativo que transforma el enfoque de la realidad en la que se apoya el poeta y que le sirve además de referente, como sucede en el poema a continuación: a quien no entra la puerta espera cómo la veo y me asomo a las calles
hasta lo último el sobresalto de una sombra que no asoma
señor si fueran tus labios si fueran tus labios
esa calle y su paso se fue y se repite
una noche pondría en mi almohada no el mar ni los bosques 10
las montañas y la vuelta hacia la misma calle no se entrega a la muerte
oh animal mío señor tus labios
(pp. 88-89)
El poeta Reynaldo Pérez Só no ve el mundo como es o como nosotros lo vemos. Su pensamiento, como en cualquier otro escritor, puede estar influenciado por sus lecturas pero no tanto como su percepción del entorno y su contacto con la gente humilde de las comunidades y hospitales donde ha
laborado como médico. Hay en su poesía un profundo sentido humano hermanado al dolor y la desgracia ajena (pienso particularmente en libros como “Matadero” y “Px”). En esa actitud hacia la vida radica en parte la virtud de su obra. Su visión de mundo no impone ni busca glorificar el dolor ni la soledad. Su visión es profunda y sencilla; un pensamiento que muestra un poeta que ha tornado su mirada hacia el prójimo y hacia sí mismo para oír lo que el espíritu le revela a la carne: “a una orilla / arrimo el cuerpo / pero el alma cruza en abandono” (p. 91) señala, como buscando el sentido de lo que está más allá de toda posible comprensión. En otro poema reitera: “he dejado que la muerte / me socave / no he hecho nada” (p. 92). De ahí que lo que dicen estos versos no sea sólo una realidad física, pues existen otras zonas vedadas al ojo en las 11
profundidades del alma. Esto lo observamos en “Matadero” (1986) donde el hablante parece experimentar una lucha entre la materia y el espíritu (6). “la carne está hueca / y yo me ocupo / adentro” (p. 97), dice en el primer poema de esta sección, para ir intuyendo el inesperado manotazo de la muerte sobre el cuerpo humano. De este modo descubre dentro de sí la extraña confidencia de su voz en la intensidad del dolor y el profundo misterio de la muerte: “mejor no haber conocido mundo”, nos dice (p. 115). Pero hay, además, en “Matadero” instantes en los que el acto de escribir va ligado a la imagen de la muerte. En esta dimensión la carne cobra una mayor trascendencia en el tono referencial de la persona poética: “”estoy en mí / claro y preciso” dice. Para luego señalar en un tono no sin falta de cierta ironía, una especie de propuesta poética (la de los atributos de esta poesía): “yo me limito a proponer / obras de perfección / costuro la hendidura / y no dejo de coser / dueño de la noche solar” (p. 103); y más íntimamente: “toda mi ganancia / consiste / en el tiempo / que estas palabras / tasan” (p. 104). ¿No expresan estos versos cierta realidad poética? Es decir, la conciencia de que el poeta no es dueño de nada, ni siquiera de las palabras por donde asciende su existencia. “Ahora no eres dueño / del aire ido / la espina giró en el viento / y queda sobre tierra / despojada de tiempo y de lugar” (p. 105) subraya; y otra vez: “mi carne / comida manjar es / en su boca hermoseada / donde la belleza forma la arena / a mi arbitrio” (p. 107). La carne, imagen que devela el esplendor y la miseria del mundo encarna también el erotismo, los actos cotidianos, las costumbres y la transitoriedad de su vida: me abrocho el pantalón
y el botón redondo y blanco se apega 12
abrochado al día
la costumbre de respirar no es ni siquiera la costumbre
ahora que el ojal y el botón están precisos
aguantando cuando unos dedos se cruzan en único deseo
(p. 117)
El próximo libro que acompaña esta serie, “Reclamo” (1992), sitúa al lector dentro de la perspectiva que se abre hacia la naturaleza: agua, árboles, ramas, lluvia, piedras; para luego cerrarse sobre la presencia misma del yo lírico; “cae / esta lluvia / cruje el techo / pienso en un cuerpo / que es mío” (p. 126). Pero ¿qué reclama el hablante y a quién? ¿Qué condiciones hay, si hay algunas, para que se cumpla ese reclamo? Evidentemente hay planteamientos en el libro que no siempre sugieren la respuesta inmediata del lector, es decir, pensamientos sobre la existencia y las problemáticas de una realidad cotidiana que queda en un lugar difícil de señalar en el paisaje abstracto del poema. Esta visión la hallamos en “Reclamo”. Por eso volvemos a sentir a 13
la persona poética representada en lo que atañe a la vida y al tiempo que le ha tocado vivir. De este modo los poemas se convierten en piezas referenciales, ya sea en el sentido simbólico o metafísico que permea su obra: “veo / el día cerrarse / desde la puerta / veo / una ventana / abrirse hacia la puerta” (p. 128), dice, enfatizando el cuestionamiento del ser frente a lo que le depara la vida: nadie en absoluto sabe decirme
cómo se hace
aquí está puesto el plan de una vida y voyme de ojos cerrados
en cualquier lugar puedo perderme y todos hacen y todos hablan y los veo 14
(p. 133)
Este modo de estar en el tiempo, de vivir y de sentir el ambiente nos hace pensar, aunque sea pasajeramente, en un hablante que busca definir su realidad (es decir, las cosas que rodean su existencia) dentro de un proceso de reflexión y cuestionamiento del yo: “todos los días un pájaro / canta / y no lo oigo”, dice en este verso (p. 134). Pero el canto del pájaro no exime al hablante de verlo ni de oírlo. En el fondo el “canto” mismo surge de la voz que trasciende la propia realidad del poeta. En ese canto el ambiente configura su mundo y las cosas entran en su poesía como una forma de conocimiento o, por lo menos, contribuyen a trazar las posibilidades interpretativas de ese mundo. De modo que este razonamiento modifica no sólo su entorno sino también el lenguaje y su relación con los demás seres que forman parte de su vida: “(sin parientes / los cuatro muros / las puertas / pero ninguna luz de ventana)” (p. 141), indica en estos versos; y, frente a la monotonía de la cotidianidad: “se rompió la taza / se derramó el café / limpié el piso” (p. 142). De ahí que solamente en la poesía y el silencio pueda el hablante mirarse a sí mismo desde las perspectivas que traza el lenguaje. En otro libro, “Px” (1996), la visión de
la muerte se presenta como una realidad que pone a prueba la sensibilidad humana (7). ¿Hasta qué punto sentimos como nuestro el dolor ajeno? ¿Cómo reaccionar ante la indiferencia o la soledad, el abandono o la muerte? Cuál enfermedad hiere más el cuerpo: la de la carne o la del espíritu? Todos estos interrogantes vienen a la mente cuando nos adentramos en estos poemas. Y es que “Px” es un libro descarnado y profundo. Presenta el sufrimiento humano ante la constante presencia de la muerte, pero no es por cierto la muerte la que configura la imagen central del libro, sino la figura humana traspasada por el dolor y el sufrimiento. La sala de los hospitales se convierte en esta poesía en una gran metáfora del mundo. Es allí donde la vida se aferra a la última esperanza y donde comienza otro viaje, un viaje definido por el sufrimiento. La imagen del hospital proyectada como un “barco” trasciende el sentido directo de la palabra para convertirse en una imagen desgarradora de la condición humana: 15
hay días en que se mata el tiempo mirando por la ventana y se ve el cielo obscuro de la noche contra el poste de luz cruzado por la lluvia de este invierno un poco más allá pasa la calle que va al cementerio y los vendedores de café se recogen en el porche de una panadería porque al lado tengo una cama con un niño todavía despierto a estas horas uno cree que todo el hospital sea un barco por los ruidos o por los cambios de adentro y afuera cuando cada mañana atraca al lado de la calle
(p. 157)
En este poema se representan dos espacios que se superponen caracterizando así los planos del mundo exterior y el interior: el hospital es ese mundo cerrado, nebuloso, desconocido; la ventana es ese otro espacio abierto hacia un paisaje no menos nebuloso que el de los hospitales. La vida bajo la presencia de la muerte va mostrando como en una gran pantalla de cine los seres anónimos y los nombres de aquellos (“José Peña”, “Pedro Sevilla” “Pedro Yépez”) que van proyectando su agonía en las páginas del libro: “anónimo sin historia ni familia / me quedo soportando / adónde llegará la espesa y asfixiante / nave de la sala de partos / de mujeres sin nombre sin cara / llenas de sangre…” (p. 162), dice en estos versos. Y en el poema que lleva el
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nombre del paciente “José Peña”, nos revela la incertidumbre y la conciencia de finitud de la vida, la ruina de la carne anticipando la certera e irreversible llamada de la muerte (8). “Px” es un libro que testimonia la existencia del ser en el universo anónimo y desgarrador de los hospitales. Un imaginario donde la vida se desvanece en un torbellino de soledad y sufrimiento. Sólo un ser solidario y sensible puede acercarse amorosamente al sufrimiento del prójimo y ver reflejada su propia condición. El poeta que escribe este libro parte de una experiencia que es también la de todos los mortales. De ahí que su voz trascienda nuestra realidad para advertirnos del sufrimiento que devora la vida bajo la silenciosa sombra de la muerte. Y sobre el cuerpo adolorido pone su mano como quien avanza entre tinieblas buscando un poco de luz, una esperanza que mitigue el dolor: las casas de la muerte son hospitales donde crecen los médicos que observan signos y síntomas sobre la mesa de la cama unas veces con sorpresa y otras con rabia hasta quien se acuesta en un trozo de bello objeto un cuando sin ser aún naturaleza muerta con desdibujamiento fuera de la idea de perfección cuando la soledad pertenece al silencio de quien no habla
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(p. 170)
Lo que parece explorar este libro no es el sentido de la muerte sino el de la vida, el de la angustia, el de la soledad. Aunque sea la muerte la que entrelaza la temática de estos textos, en el fondo lo que percibimos en este lenguaje es lo que el hablante lírico expone crudamente: la agonía de la vida como un cuestionamiento de nuestra propia presencia en el mundo. Ni colores brillantes, ni el esplendor de la naturaleza, ni el silbido de un pájaro transgrede el mundo rígido y doliente de los hospitales: “el padre se muere / y todavía / se relaciona al agua y los árboles” (p. 177) subraya en estos versos. Y como en secreta intimidad reitera en el mismo poema titulado “Elegía”: “y yo no me puedo morir / con sus dolores de vientre / su tenesmo / su mal olor / y la vejiga vacía”. Es éste el lenguaje de la desolación, el lenguaje que marca el paso hacia la muerte. Un lenguaje que también encarna un modo de acercarnos al cuerpo que se descompone, ¿cómo convivir con la experiencia de la muerte y la soledad? He aquí las otras estrofas del poema: […] y yo le toco la frente o lo sorprende que le acaricio el pecho u observo su palidez en los cabellos
como si el tenesmo de su alma no quisiera sino acompañarnos una hora más
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un día para que la noche no baje por las ventanas levante las cortinas y se acueste infiel en su cuerpo sin vida
y yo voy hacia el baño cierro la puerta y dejo correr el agua del lavamanos (“Elegía” p. 178) A diferencia de los libros anteriores, “Px” vuelve nuestros ojos hacia la última desnudez. La desnudez del cuerpo que agota todas sus fuerzas contra la muerte. El libro también proyecta una imagen trágica y real de los hospitales, no de uno en específico sino de cualquier hospital del mundo. Una imagen terrible y dolorosa pero en el fondo cargada de una ética hacia el dolor y la dignidad humana. Y no completamente pesimista, porque en ese gran barco (“uno cree que el hospital sea un barco” dice el poeta), también se pone a prueba el amor y el optimismo por la vida, nuestra propia humanidad en el dolor que escapa de las miradas de los moribundos bajo el último fulgor de la luz. Los cinco poemas que componen “Solonbra” (1998), reflejan la luz en la presencia del hablante poético y de su entorno. Es decir, la vida que acontece en el ámbito de una cotidianidad que revela el esplendor del mundo. Un esplendor definido por el silencio que subyace en el interior de las cosas y la intuición del hablante. De hecho, el título mismo parece ser un neologismo, pero como me ha indicado el poeta, “solonbra” en lengua ladina significa fantasma 19
y en castellano “sombra”; aunque también la palabra puede prestarse a otras inferencias (9). Por otro lado, el tono de “Solonbra”, por el léxico y los motivos que trata es más trasparente que “Matadero” y “Px”. Quiero decir que resalta en él la luz del paisaje. La luz se contrapone aquí a la carencia y al abandono. Refleja la atmósfera del libro. El mundo exterior parece surgir como una extensión del hablante, como una expresión transformadora del ser: “sacudida / desde adentro hacia afuera / toques sin dolor / al momento en que la luz / más luz se hace / y debo de ver / de sentir / que la vida / se anuda a su sueño” (p. 181), nos revela en estos versos. La intuición de la vida como “sueño”, no como un sueño físico por supuesto, se refleja en el sentido de trascendencia o como sustitución de la realidad. Como ha señalado Guillermo Sucre: “El sueño, por ejemplo, es una de las experiencias centrales de esta poesía: de nuevo en él encontramos no la evasión sino el reconocimiento del mundo. Soñar el mundo es, pues, una forma de poseerlo” (10). En esa percepción vemos la imagen de un universo que se le presenta como un “nudo” que sostiene la vida frente al tiempo: “cuántos nudos tiene la noche / que punza luego / cuando la mañana / lejos rompe / y yo / un hombre / arrecostado / tirado sobre el suelo” (p. 185). Y en el mismo poema: “y ese hombre / extraño a sí mismo / se va regresando hacia algún / lugar / unido en donde por vez primera el / nudo se anuda a su única vida.” El énfasis sobre la palabra “nudo” que abre y cierra el poema proyecta el significado connotativo de la palabra dentro de un contexto asociado a una mayor concepción del paisaje y del tiempo. Y de un sentido espiritual que se corresponde en cierto modo con los temas y motivos que configuran el lenguaje del libro. En los últimos poemas de esta antología, “Inéditos” (pp.189-1960), la tensión se desplaza sobre el sentido de la vida y las cosas que impregnan el aspecto físico de la naturaleza con la realidad del hablante: “la cueva es un misterio del corazón / lava el corazón y lo cubre / con la 20
mano hasta sentirlo / una y otra vez en su pulso / porque su asombro es tocar / paredes por donde de nuevo / su mano quisiera devolverle / algo que no sabe sino tocar” (p. 189), subraya en estos versos. Y es que el misterio de lo que palpita en lo profundo del corazón descubre la esencia más oculta del ser y le revela el enigma interior de la palabra innombrable: nadie le dijo que temblara fuera la carne recién cortada el pálpito nervioso fuera justamente eso
contra lógica y esperanza temblor fue la respuesta para que pasase el tiempo y con sus aguas la vida fuese haciendo un río (p. 191)
La materia en el eco del río se desplaza como una voz subterránea y nos revela una imagen por donde se desliza el sentido de las cosas que van mostrando, en su contacto con la realidad, la complejidad de la existencia. Y el poeta recurre una vez más a la imagen del barco para darnos una idea de movimiento, de soledad, de viaje, de infinita plenitud: “haciendo barcos del tamaño del cuerpo / (qué mar atraviesan / y si hubiese algo que atravesar)” (p. 194). Esta vez
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la presencia de la muerte aparece dejando otro sentido del pasado. Es decir, la transfiguración del cuerpo frente a la muerte, su presencia desvaneciéndose físicamente, borrando su yo, liberando su espíritu. Dejando tras de sí la imagen abstracta de su apariencia y de esa dualidad que se cierra sobre sí misma cuando todo desaparece: “no es lo que se dice / ni se siente / todo será acabado / cuando lo decidamos de entero / ni habrá espera / ni siquiera vida / ni habrá muerte que se vea / y ni se sabrá que fuiste / el mismo ser que devoras” (p.194). Sería imposible comentar en esta reseña muchos de los aspectos que solidifican y distinguen la obra poética de Pérez Só. Su poesía se condensa hacia la interioridad del ser tomando como puto de apoyo las experiencias y la presencia del mundo exterior. Su lenguaje, distinto por la estructura y confección de sus textos, nos motiva a reflexionar sobre la realidad humana y el entorno en un estilo que busca siempre iluminar lo más profundo y esencial de la vida. _____________________________________________________ Notas: 1. Véase la entrevista titulada “Escritura de pájaro” donde el poeta comenta sobre la realidad de la existencia y la escritura señalando sobre este tema los siguiente: “Una existencia, si bien se manifiesta efímera. No pudiera, sin embargo, llamarla realidad, tal como se entiende. Más específicamente un cierto estado de ser, experimentado en un raro aquí y ahora, sentido pero no palpable donde las palabras rozan pero no son”. Esta entrevista fue realizada por Luis Alberto Crespo, Gonzalo Ramírez y Andrés Mejía. Aparece en el periódico del 8vo Festival Mundial de Poesía, cuyo lema “La tierra tiene un nombre común” es un verso del libro Matadero (1986), de Pérez Só. El texto aparece en el periódico Publicación de la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, Venezuela, Mayo 2011, p. 11. 2. “…dudo de mis percepciones, incluso de las sensaciones que están en contacto con todas las impresiones”, en “Escritura de pájaro”, Entrevista, p. 11. 3. “En cada uno de mis poemas se va reflejando mi experiencia, mis contactos con la vida, directa o indirectamente”. Ibid., p. 12.
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4. Sobre este particular señala el poeta: “Luego las cosas cambian y los tiempos, me decía entonces que el poema no estaba en las palabras sino en lo que subyace tras ellas, que el momento poético pertenece al hombre y su entorno, no importa la palabra en sí, sino lo que esta palabra pudiese despertar”. Véase “Reinaldo Pérez Só: Escribir desde adentro hacia afuera. Nunca de afuera hacia adentro”, en Arte de Leer / Año 2 No 4 (2011). [Entrevista de la escritora Ximena Benítez]. 5. Sobre el sentido religioso en su obra, el poeta ha expresado: “La religiosidad siempre ha estado presente desde los primeros libros, tocada de una manera muy sutil, insospechada. Igualmente el amor. Quizás el tema mayor que impregna la totalidad de la escritura sea la soledad”. Véase Ximena Benítez, “Reynaldo Pérez: Escribir desde adentro…”, p. 17. 6. En lo que respecta al libro “Matadero”, la primera impresión que recibí del título fue la del recuerdo del cuento del escritor argentino Esteban Echeverría. Pero el contexto de estos poemas que aquí analizamos parte de una vivencia directa y representan además, como ha dicho el autor en la entrevista, un homenaje a Esteban Echeverría. “Matadero fue escrito, y tiene ese nombre, partiendo de una impresión que tuviera en el matadero municipal de Tocuyito, cuando un toro desollado se levanta choreando sangre hasta que el matarife, entre risas, lo abate. También fue un homenaje a Echeverría, el narrador argentino”. En “Escritura de pájaro”, Entrevista, p. 13. 7. “A Px me lo planteé de otra forma, era la vida y la muerte de mi padre, por el paso de las diferentes salas de hospitales, la niñez, la juventud y sus últimos años. (…) la materia acá, se fragmenta, hacia un portavoz que va que viene, viniendo de cuerpo en cuerpo, enfermedades distintas, vecindades de los males, hasta que la vida triunfa, hasta que la muerte sigue como parte, pago, de una nueva estación, diferente”. En “Escritura de pájaro”, p. 12. 8. Para el crítico Giuseppe Gatti en la poesía de Pérez Só “El hombre se convierte en un ser precario, que puede morirse en cualquier momento, anonadado frente a Dios. Pero sólo esa condición tan pequeña, reducida a lo inhumano, le puede permitir captar lo supremo.” Véase su artículo, La poesía venezolana contemporánea: El ruidoso silencio en la estética de Reynaldo Pérez só, en www.um.es/tonosdigital/.../estudios-14-poesiavenezolana.htm 9. Para una breve información sobre la lengua ladina y la historia de las comunidades sefardíes, véase: “La Cultura Sefardí: los judíos en España antes y después de la expulsión, en www.madregot.com/Sefarad.htm 10. Guillermo Sucre, La máscara, la transparencia: Ensayos sobre Poesía Hispanoamericana, Caracas, Monte Ávila Editores, S. A., 1975. p. 357.
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