Sergéi Esenin

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“HOMBRE NEGRO”: SERGÉI ESENIN

Robinson Quintero Ossa Jorge Bustamante García

Estas páginas contienen los mensajes electrónicos que intercambié, durante los primeros meses de 2007, con el escritor y traductor colombiano Jorge Bustamante García, sobre el caso Sergéi Esenin. Por aquellos días, leía el número 33 de la revista Alforja y noté que un poema del poeta ruso, “Hombre negro”, traducido por Carlos Maciel, se atribuía —erróneamente y tal vez a causa de una involuntaria imprecisión, me dije— al también escritor ruso, Anri Volojonsky. Mi desconcierto me animó a contactar a Bustamante García, gran lector y admirador de la poesía rusa, traductor de Poemas de Anna Ajmátova, Cinco poetas rusos y El instante maravilloso: poesía rusa del siglo XX, quien, además, residió durante ocho años en Rusia, país al que regresa con frecuencia desde México, donde reside. Nadie mejor que Bustamante García podía dar peritaje sobre la autoría del poema, bello y trágico, uno de los más perturbadores de la obra de Esenin, que demuestra las consecuencias del difícil conflicto espiritual y moral que castigó al poeta en los últimos años de su breve vida. Felizmente, ese contacto dio asiento para dialogar con más detenimiento sobre la vida y obra del pelirrubio poeta campesino —hooligan de la poesía—, sobre los traductores de sus versos y el urgente momento histórico que lo rodeó, sobre los entusiastas y detractores de su poesía y, por último, sobre su “Hasta luego querida, hasta luego”, texto que, según una leyenda, escribió Esenin —el amante de la bailarina Isadora Duncán, el esposo de una de las


nietas de Tolstoi, el último poeta del campo, el golfo terrible de la lírica rusa— con su propia sangre, antes de suicidarse el 28 de diciembre de 1925, a la edad de treinta años, en una habitación del Hotel Angleterre de Leningrado, hoy San Petersburgo.

Robinson Quintero Ossa

HOMBRE NEGRO

Amigo, amigo mío, estoy muy enfermo. No sé de dónde me viene el dolor. O es el viento que silba sobre el campo desierto y sin nadie o como al bosque en septiembre inunda los sesos el alcohol.

Mi cabeza agita las orejas, como el pájaro sus alas. La cabeza ya no puede cimbrearse en el cuello del pie. Un hombre negro, negro, negro, un hombre negro se sienta en mi cama; un hombre negro no me deja dormir.

El hombre negro pasa el dedo por un libro horrible,


ganguea sobre mí como sobre el muerto un monje: me lee la vida de un bribón y un perdido y me llena el alma de angustia y pavor. El hombre negro, negro, negro.

«Escucha, escucha —me susurra—, el libro trata de asombrosas ideas y planes. Ese hombre vivía en el país de los más asquerosos matones y charlatanes.

En diciembre allí la nieve es blanca a más no poder y las ventiscas mueven alegres ruecas. Aquel hombre era un aventurero, pero, eso sí, de la mejor marca.

Era elegante, poeta además, con poquitas fuerzas, pero tesonero, y a una mujer de cuarenta y pico la llamaba canalla


y niña querida».

«La dicha —decía— es juego de ingenio y de manos. Los espíritus lerdos siempre son infelices. ¡Qué más da que tantos dolores nos causen los gestos quebrados y falsos!

En épocas de tormenta y en el frío de la vida, cuando pierdes a alguien y cuando sientes pena, aparentar alegría y calma es la mayor de las artes».

«Hombre negro: ¡No tienes derecho! No es tu quehacer el bucear. ¡Qué me importa la vida de un poeta camorrista! Anda, vete a otros a leerlo y contarlo».

El hombre negro me mira muy fijo y sus ojos se empañan de una vomitona azul. Parece decirme


que soy un bandido y un ladrón que descaradamente despojé a no sé quién.

…………………………………………

Amigo mío, amigo mío, estoy muy enfermo. No sé de dónde me viene el dolor. O es el viento que silba sobre el campo desierto y sin nadie o como el bosque en septiembre inunda los sesos el alcohol.

Noche helada. Hay silencio en la calle. Solo a la ventana, no espero a invitados ni amigos. La llanura está cubierta de cal movediza y blanda, y los árboles, como jinetes, se han citado en nuestro jardín.

Llora lejos un siniestro pajarraco nocturno. Los jinetes de madera siembran un repique de cascos. Otra vez ese negro Se sienta en mi silla, levanta el cilindro y recoge con desenfado el faldón.


«Escucha, escucha —me chilla a la cara, y se inclina más y más sobre mí—: nunca he visto a un canalla que de forma tan tonta padeciera insomnio.

Acaso me equivoque: hoy es noche de luna. ¿Qué más puede desear este mundo cargado de sueño? Si se presenta “ella” con sus muslos gordos eres capaz de recitarle tu lírica canija y cursi.

Me encantan los poetas: es gente entretenida. Siempre se les ocurre una historia de sobra sabida: igual que un espantajo melenudo, a una escolar granujienta, hablan del universo rebosando gana carnal.

No sé, no recuerdo, en un pueblo, tal vez de Kaluga o tal vez de Riazán, en una familia campesina


vivía un niño de pelo rubio y ojos azules…

Y se hizo mayor, y, además, poeta, con poquitas fuerzas, pero tesonero, y a una mujer de cuarenta y pico la llamaba canalla y niña querida».

«Hombre negro: eres un mal huésped. Hace tiempo que vas Arrastrando esa fama».

Airado, furioso le tiro el bastón a la jeta, apuntando a la sien…

……………………………………

… La luna murió, en la ventana azulea el alba. ¡Ay, qué noche! ¿Qué has hecho, noche? Llevo puesto el cilindro. Conmigo no hay nadie. Estoy solo… Y el espejo roto…


(Traducción de José Fernández Sánchez)

Febrero 7 de 2007

Jorge, leyendo la revista Alforja, No. 33, encontré un poema titulado "Hombre negro", traducido por Carlos Maciel y atribuido al poeta Anri Volojonsky. Me sorprendí mucho cuando leí esto porque entendía que su autor era Sergéi Esenin, o al menos así aparece en El último poeta del campo, publicado en 1974 por Visor, con traducción directa del ruso de José Fernández Sánchez. Usted, sé, conoce bastante de poesía rusa y ha traducido a Esenin, poeta por cuya vida y obra siento apasionada admiración desde muchacho. Le ruego, por favor, me de una pista para aclarar este caso de autor en entredicho, la cual agradecería sumamente. ¿Dónde está la explicación al asunto? Le envío, mientras tanto, desde Medellín, un saludo cordial.

Robinson

Febrero 8 de 2007

Hola, Robinson: en el número 30 de la revista Alforja, dedicado a la literatura rusa, aparecen efectivamente dos poemas de Anri Volojonsky en las páginas 68 y 69, traducidos por Carlos Maciel, pero en ningún momento se trata de "Hombre negro", el poema que como bien dices es de Sergéi Esenin. Sin embargo, mencionas que viste ese poema en Alforja 33. Desafortunadamente no tengo ese número y no pude verificarlo. Esenin fue un poeta fascinante, en sus cortos treinta años vivió muchas vidas y dejó una obra perdurable. En Rusia es uno de los poetas más queridos, la gente común y corriente realmente lo conoce y en las calles se puede escuchar a los borrachos cantar romances con sus versos. Los poetas intelectuales no lo valoraron mucho, ni Osip Mandelstam ni Joseph Brodski, y Vladimir Maiakovski siempre se peleaba con él; pero todos lo admiraron y quisieron en secreto: fue un poeta que ardió a la intemperie y dejó la vida en ello. Esenin fue un entusiasta natural de la palabra que, cuando le pidieron una biografía, sólo atinó a escribir tres o cuatro líneas y en la última expresó sin tapujos "Eso es todo, lo demás está en mis versos". Bueno, Robinson, me alegra que haya


escrito, y qué mejor motivo que un poema de Esenin. Para mí la poesía rusa siempre es una fiesta, un territorio donde he podido depositar mis sueños para que no se mueran de frío. Un abrazo desde estas tierras mexicanas.

Jorge

Febrero 8 de 2007

Jorge, como lo sospechaba, hubo un involuntario descuido que adjudicó el poema “Hombre negro”, de Esenin, a Anry Volojonsky. El amor, hondo, que siento por la poesía del alborotado pelirrubio ruso, me hizo temer, en un momento dado, que le dedicara más afecto del que merecía. Pero no; era imposible. No pude haber dudado de Esenin. “Hombre negro”, y varios de sus poemas, me los repito de memoria en voz baja, de pronto, sin que me lo proponga, en cualquier lugar, haciendo cualquier cosa:

No todos saben cantar, no todos logran ser manzano que cae a los pies ajenos. He aquí la más sublime confesión con que se confiesa un golfo. Ando despeinado adrede, la cabeza como un candil de petróleo. Me gusta alumbrar en las tinieblas el otoño desnudo de vuestras almas (...) Me gusta mucho recordar el estanque cegado y el chirriar ronco del aliso y que en algún sitio viven mis padres, a quienes tienen sin cuidado mis versos, me quieren como al campo y a la carne, como a la lluvia que esponja los sembrados. Por cada grito que me arrojáis


serían capaces de clavaros un rastrillo.

¿No es maravilloso? Hay poetas que se leen, pero pocos se hacen prójimos cercanos. Con Esenin me pasa esto, siempre. "Hombre negro" es de sus poemas más oscuros y delirantes. Me encantó desde la primera lectura por el desenvolvimiento de su trama y, claro está, me conmovió también por su dolorosa confesión. Va, Jorge, un abrazo grande.

Robinson

Febrero 10 de 2007

Robinson: no sabe cuánto me alegra que le guste tanto la poesía de Esenin. Me sorprende gratamente que el último poeta del campo, el amante de Isadora Duncan, el divino granuja que cautivaba (cautivó a Gorki, a Ivan Bunin, a Maiakovski, a Anatoly Lunacharsky, al mismo León Trotski) cuando decía sus poemas en público, esté de pronto con algunos de sus versos haciendo combustión en el imaginario de un poeta en Colombia. En realidad, lo sabemos, los caminos de la poesía son misteriosos. A mi me pasa lo mismo que a usted: desde muy joven, desde que viví en Moscú, los versos de Esenin me rondan y algunos los sé de memoria desde entonces en su propia lengua, tal vez por que me suenan mejor, como una especie de música exacta y transparente. En Moscú tenía un amigo caleño que siempre que sufría una desilusión o un engaño por parte de alguna muchacha rusa (asunto que le sucedía con frecuencia), siempre me buscaba para que leyéramos juntos los poemas de Esenin. Creo que eso le ayudaba, se tranquilizaba, como que creía entender que el poeta no se hacía ilusiones en las cuestiones del amor, y su palabra siempre era certera y descarnada. Como que le despabilaba el pensamiento, lo liberaba de las ambigüedades de la relación amorosa. Y tenía otro amigo ruso, rubio como el mismo Esenin, y golfo como él, que después de liarse a puños con alguien, tomaba la guitarra y se ponía a cantar romances con letras de Esenin. Esas imágenes de mis amigos han quedado nítidas para siempre en mi memoria. Sabe, Robinson, siempre me pareció que la poesía de Esenin es como una llama que arde solitaria en plena estepa, a la intemperie. Su oficio es arder. Por eso murió joven.


Recuerdo muchísimas historias relacionadas de alguna forma con la figura de Esenin y su poesía, pero no quiero abusar de su generosidad al escucharme. Espero que todo esté bien por Colombia. Van mis mejores deseos, y un abrazo.

Jorge

Febrero 20 de 2007

Jorge, me gustaría que me precisara historias que se narran sobre la vida de Esenin. Tengo inquietudes sobre el poeta desde que conocí su poesía y leí sobre varios escandalosos episodios de su travesía. No he tenido la oportunidad de viajar a Rusia, de contemplar sus estepas, sus lagos y abedules, de meditar su luz y tiniebla, de conocer su gente. El rubio color del cabello de sus mujeres, y sus ojos casi siempre verdes, me atraen mucho, por ejemplo. Quiero la poesía de Pushkin, de Blok, de Pasternak, de Maiakovski, de Anna Ajmátova, la del “Réquiem” inmortal; de Brodsky, en fin, tanto como me cautivaron y conmovieron, de muchacho, las lecturas de Dostoievsky, Tolstoi y Chejov. Me hubiera gustado mucho ver con mis propios ojos el paisaje que cantó Esenin, las estampas de las mujeres que lo apasionaron, las tabernas de Moscú, la nieve en el encendimiento del vodka, los animales que tanto recordó en sus versos: “¿Y tú, querido,/ fiel perro pinto?/ De viejo te has vuelto chillón y cegato./ Deambulas por el patio arrastrando el rabo caído,/ y tu olfato no distingue la calle de la cuadra./ ¡Cómo añoro nuestras barrabasadas,/ cuando robábamos a mi madre un mendrugo/ y lo comíamos turnando los bocados/ sin sentir asco el uno del otro./ Yo soy el mismo/ mi corazón es el mismo./ Como acianos en el centeno, florecen los ojos en la cara./ Tendiendo las esteras doradas de mis versos/ me dan ganas de deciros frases tiernas”. Pocas veces, lo que uno lee en los libros, se relee en la realidad. En el caso de la obra de Esenin, usted ha tenido esa fortuna. Le pregunto: ¿qué sabe, por ejemplo, de "La canción de la perra"? Conocí que, en la Segunda Guerra Mundial, los soldados rusos recitaban el poema mientras bebían alrededor de una fogata, en una pausa de la batalla. De "Carta a mi madre", ese poema estremecedor que queda en la entraña del lector desde su primera lectura, ¿qué conoce? Los poetas objetivistas de la actualidad lo desdeñarían por su tono confesional, desgarrador. Jorge, ¿qué sabe de "Al perro de


Kashalov"? Es tierna y dolorosa la conversación que establecen, en el poema, el poeta y el perro, en las afueras de esa fiesta donde, se supone, está la amada del poeta:

Dame tu pata, Jim, tráeme buena suerte, no vi una pata así en toda mi vida. Ladremos juntos bajo la luna en este día tranquilo y silencioso. Dame tu pata, Jim, tráeme suerte.

Por favor, querido, no te lamas. Entendamos juntos una cosa. Tú no sabes lo que es la vida, y que vivirla vale la pena.

Tu dueño es célebre y amable, muchas personas en su casa lo visitan, y todos, sonriendo, intentan manosear tu piel de terciopelo.

Eres de una belleza perruna: confiable, amable y amistoso. Y sin hacer preguntas a nadie besas como un borracho amigo a todos.

Querido Jim, entre esas visitas hubo muchos así, y de otras maneras. ¿Pero aquélla, la más triste y callada, acaso no ha venido a visitarte?

Ella vendrá, te prometo que vendrá. Si no estuviese yo cuando la veas, lámele por mí su mano tierna


por todo lo que fui y no culpable.

(Traducción de Jorge Bustamante García)

¿Y qué sabe de:

Shagané, dulce Shagané: quizá por que soy del norte quiero hablarte del campo, del centeno ondulado a la luna. Shagané, dulce Shagané.

Quizá porque soy del norte, donde la luna es cien veces más grande, aunque bello es el Shiraz, es mejor la campiña de Riazán. Quizá porque soy del norte.

Quiero hablarte del campo, estos cabellos los tomé del centeno, si quieres enrédalos al dedo, no siento dolor ninguno. Quiero hablarte del campo.

El centeno ondulado a la luna imagínatelo por mis rizos. Bromea, querida, sonríe, pero no despiertes el recuerdo del centeno ondulado a la luna.

Shagané, dulce Shagané:


en el norte una muchacha se parece muchísimo a ti, tal vez me esté recordando… Shagané, dulce Shagané.

(Traducción de José Fernández Sánchez)

Quedo a la espera de sus señales sobre estos poemas, querido Jorge. Mientras tanto, va un estrecho abrazo.

Robinson

Marzo 1 de 2007

Hola, Robin, su mensaje tan lleno de pasión y expectativa por Rusia, por sus paisajes, sus mujeres, su "luz y tiniebla", me conmueve y me emociona. Yo viví allí 8 largos años y luego he regresado numerosas veces, y ahora estoy seguro, a estas alturas del partido para mí, que allí dejé parte de mi alma, o más bien que el alma de Rusia y de sus gentes, me ha acompañado por el resto de mi vida. No es un fenómeno que me pase sólo a mí: conozco a muchas personas latinas que estudiaron allá y que, de alguna manera, les pasa lo mismo. Todo lo de Rusia está presente en mí, como todo lo que viví en Colombia en mis primeros 20 años viaja conmigo a todas partes.... Pero hablemos otra vez de Esenin, amigo Robin. De los poemas que menciona, me gustan sobre todo "Carta a mi madre" (recuerdo todavía la ocasión en que visité la tumba del poeta en el cementerio de Vagankovski de Moscú en octubre de 1975, con motivo de los 80 años de su nacimiento. Mucha gente llegaba al lugar con flores y muchos decían los poemas de Esenin frente a su tumba. De pronto una mujer se acercó a la lápida y recitó “Carta a mi madre”, que es de 1924, y todo quedó en silencio, sólo su voz se escuchaba entre las ramas y las hojas de los abedules:


¿Vives aún, viejecita mía? Yo también. Salud tengas, salud. Derrámese sobre tu casucha esa luz indecible crepuscular.

Me escriben que tú, alarmada, pasas mucha pena por mí, que sales tantas veces al camino con tu viejo y desusado chaquetón.

En la oscuridad azul crepuscular se te antoja la misma visión: que en una gresca tabernaria me clavaron una navaja en el corazón.

No te preocupes, querida. Es sólo una penosa pesadilla. No soy un borracho tan perdido que vaya a morir sin verte.

Soy tan cariñoso como siempre y sólo sueño en el día que, curado de las angustia rebelde, regrese a nuestra casa bajita.

Volveré cuando en la primavera esparza las ramas nuestro jardín blanco. Pero entonces en la madrugada no me despiertes como hace ocho años.

No despiertes las ilusiones perdidas, no remuevas lo que no se cumplió.


En la vida conocí demasiado temprano las pérdidas y la fatiga.

Y no me enseñes a rezar, ¿para qué? Lo viejo no volverá más. Mi única ayuda y consuelo, mi única luz indecible.

Olvida, pues, tu zozobra, no pases pena por mí. Y no salgas tanto al camino con tu viejo y desusado chaquetón

(Traducción de José Fernández Sánchez)

Pero hay otro poema, también a la madre, de 1925, que trae versos como estos: "No

dejes

nunca

a

tus

ojos/

mirar

con

tristes

miradas";

¿lo

conoce?

“El perro de Kashalov” también me gusta y comparto su opinión de que se trata de algo a la vez tierno y doloroso y los versos que cita de “Shagané” son muy musicales en ruso, los escuché muchas veces en distintas circunstancias

y

siempre

me

parecieron

encantadores

por

su

sonido.

Cuántas cosas se pueden decir de Esenin, cuántos de sus poemas se pueden traer a cuento, sus difíciles y ambivalentes relaciones con otros poetas como Maiakovski, las opiniones poco complacientes de grandes poetas como Mandelstam y Brodski sobre su poesía, en fin, una multitud de aristas que podremos ir desentrañando si usted quiere en próximas comunicaciones. Un abrazo y mis mejores saludos.

Jorge

Marzo 1 de 2007


Jorge, siempre pienso en Rusia, por su inconmensurable territorio de estepas, como un país sin fronteras, como un reino cuyos lindes nunca se divisan, "una comarca del Asia", como la sentía Esenin, en la que sus litorales son la lejanía. Lo que cuenta en su correo sobre la mujer rusa que, apenas recitó "Carta a mi madre", hizo el silencio, es conmovedor. "Carta a mi madre" lo leo en las sesiones de mis talleres literarios; el poema toca de una vez. Es asombrosa la solidaridad que se despierta por el poeta, no tanto por la madre, en el lector. Lo que conmueve es la historia del hijo que no fue pródigo, del hijo mal alado y sin consuelo. Y "Shagané, dulce Shagané", como dice usted, es arrebatador por su música. Esenin era un músico del lenguaje, preferido de Orfeo, hermano melódico de Aurelio Arturo y José Asunción Silva; la mayoría de sus poemas los escucho como canciones, hermosas canciones que canta un muchacho errante, jovial y triste a la vez, un Rimbaud fugado de casa que necesita memorar el paraíso de su niñez para no derruirse en el camino. Pero me intriga, Jorge, lo que me comenta sobre los contradictores de la poesía de Esenin: Mandelstam, Brodsky, Maiakovski… ¿Cuál es el argumento que presenta cada uno para desdecir de sus poemas? Conozco la semblanza que de Esenin dejó escrita Máximo Gorki, retratándolo como un borracho patético, enajenado, y un amante baboso de la Duncan. ¿Qué me puede comentar sobre esas cosas? Le deseo lo mejor.

Robinson

Marzo 18 de 2007

Querido amigo Robin: además del texto de Gorki sobre Esenin, existen también las aproximaciones afortunadas que realizaron Trotski y Anatoli Lunacharski (no se si las habrá leído, pues existen en castellano). Pero además hay un mar de recuerdos escritos sobre el poeta, por parte de muchos de sus contemporáneos (poetas y no), entre ellos Maiakovski, quien tras la muerte de Esenin le escribió un poema carta en la que reprochaba su suicidio y, sobre todo, el sentido de los dos últimos versos de su poema de despedida: "En esta vida morir no es nuevo/ y vivir tampoco nuevo es" ("V étoi zhísni umirát ni nóva/ a i zhit konéshno ni noviéi"). Maikovoski, con chispa genial, termina su poema-carta con dos versos igual de fuertes, pero que se contraponen en


sentido a los de Esenin: “En esta vida, morir es cosa fácil./ Hacer vida,/ es mucho más difícil”. Puedes comparar la gran musicalidad y rima y la gran calidad de factura de los dos versos de los dos poetas. Maiakovski con motivo de su poema-carta escribió después un texto con ambiciones didácticas y explicativas de cómo y por qué lo había escrito y lo tituló "¿Cómo se hacen los versos?, sobre Sergéi Esenin", en donde rememora el día que se conocieron y, después, sus múltiples encuentros. La relación entre estos dos poetas siempre fue ambivalente y difícil, fluctuando siempre entre la admiración mutua y un cierto desdén. En realidad siento que eran muy diferentes en todo: en carácter, en personalidad, en sensibilidad, en lecturas, en la visión del mundo y en su personalísima percepción de la poesía. Y los dos lograron a través de su obra y su poética ensanchar el mundo. Ambos son estimados y queridos por sus numerosos lectores, que en ocasiones son los mismos. Muchas veces hasta se injuriaban: "Aprendiz juerguista y sonoro" dijo de Esenin una vez Maiakovski. En otra ocasión, Esenin citando los versos de propaganda de Maiakovski en los que figuran los campesinos Tit y Vlas, le comentó al escritor Ilia Ehrenburg: "Tit y Vlas... ¿Qué entiende él de esto? Y aunque comprendiera ¿hay poesía en ello?... Maiakovski es poeta para algo, mientras yo soy poeta por algo". A esas mutuas apreciaciones llegaban sus escaramuzas. Pero, en general, la crónica de los poetas rusos de las tres primeras décadas del siglo pasado está llena de historias parecidas. Le transcribo unos apartes del texto de Maiakovski sobre Esenin:

A Esenin lo conocía hacía mucho, tal vez diez, doce años. La primera vez que lo vi vestía alpargatas y una camisa con ciertos bordados de cruces. Esto ocurrió en uno de los nuevos apartamentos de Leningrado. Al saber con qué gusto el mújik verdadero, y no el decorativo, cambiaba su vestimenta por botas y chamarra, yo a Esenin no le creí. Me pareció postizo, de opereta. Tanto más porque ya por entonces escribía versos que gustaban y, evidentemente, le alcanzaba el dinero para las botas...

Después Esenin se fue a América y a algún otro lugar y regresó con una pasión clara hacia lo nuevo. Por desgracia, en ese periodo uno solía encontrarlo más en las crónicas policíacas, que en la poesía…


Nuestro último encuentro me produjo una difícil y gran impresión. Me encontré en la caja del Gosizdat a una persona que se arrojó sobre mí con su cara hinchada, la corbata deshecha, un gorro que apenas se sostenía, asido a un mechón castaño claro. De él y de sus dos oscuros (al menos para mí) acompañantes se desprendía un aliento alcohólico. Con trabajo, literalmente, reconocí a Esenin…

Jorge

Marzo 16 de 2007

Querido Jorge, quiero, para dar término a este inesperado y propicio diálogo en torno a Esenin, que me de claridades sobre su último poema:

Hasta luego querida, hasta luego. Dulce mía, te llevo en el pecho. Esta despedida inaplazable nos promete un encuentro en el futuro.

Hasta luego, querida, sin manos, sin palabras, no te aflijas, no entristezcas las cejas. En esta vida no es nuevo morir pero vivir tampoco es más nuevo.

(Traducción de José Fernández Sánchez)

Dos cosas me inquietan. Le comento la primera: los primeros versos de la traducción de José Fernández Sánchez rezan: "hasta luego querida, hasta luego...". Su traducción, en cambio, dice así:

Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto.


Querido, te llevo en mi pecho. Este predestinado abandono promete después un nuevo encuentro.

Hasta pronto, amigo mío, sin gestos ni palabras; valiente, no entristezcas. En esta vida morir no es nuevo y vivir tampoco nuevo es. (Traducción de Jorge Bustamante García)

¿Qué me puede aclarar al respecto? ¿Qué debe entender un lector que por primera vez se asoma a ambas versiones?

Robin

Mayo 2 de 2007

Caro amigo Robin: voy ahora a sus preguntas sobre el último poema de Esenin. Creo que fue el primer poema que traduje de él al inicio de los ochenta. Era un texto que me seducía desde mis años de estudiante en Moscú y que leíamos en tertulias con amigos: nos inquietaba e impactaba la leyenda de su escritura momentos antes de que el poeta se colgara en el sótano de un hotelito de Leningrado y de tanto repetirlo nos lo aprendimos de memoria. Esa despedida, aunque triste, suena en ruso magistralmente musical. Cuando traduje el poema, en alguna noche extraviada de San José de Costa Rica, no conocía la traducción que menciona de José Fernández Sánchez y debo confesarle, sin asomo de pedantería, que apenas la conozco. No dudo que sea de gran calidad, pues ha logrado captar su emoción y su atención de poeta y eso es más que una garantía para que una traducción funcione. Sin embargo, el primer verso del poema se refiere literalmente a un amigo: "Dosvidania, drug mói, dosvidania..." "Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto". En ruso la palabra "drug" significa literalmente "amigo". El femenino "amiga" es "padrúga". Aunque podría caber cierta ambigüedad en la palabra aquí utilizada por el poeta, que


significa en realidad amigo y amiga; él se despedía del ser humano en general, no de alguien en particular, de todos aquellos (mujeres y hombres) que habían sido sus compañeros en el viaje de la vida, que habían padecido y gozado como él, con los ojos abiertos. Los dos versos finales, creo que se acercan mucho en las dos traducciones. No puedo afirmar que mi versión revele mayor fidelidad a lo que el poeta quiso expresar. Sólo puedo decir que ese poema rondó en mi cabeza durante años antes de que me decidiera aproximarlo al español. Un abrazo fuerte desde Morelia.

Jorge

Mayo 10 de 2007

Querido Jorge, tal vez todo poema que se escribe es un signo de adiós. Quien lo compone se despide siempre de algo; del asunto que lo tramó, por ejemplo, y del poema mismo. Pero tal vez sea verdad también que todo poema que se escribe es un signo de reencuentro; con el poema que lo forjó y, de hecho, con el propio texto. El poema es el lugar del adiós, pero asimismo el del reencuentro. Lo mismo vale para el lector. Falta que, después de este cruce de correos, nos veamos personalmente, alrededor de un vodka y los versos de Esenin. Gracias por la conversación. Y no olvide que cuando se desean “gracias”, se desean dones divinos, festividades. Robin Para Rubén Darío Flórez y Fernando Herrera


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