La voz profética de William Osuna o la poesía como transformación social por David Cortés Cabán
Nosotros los poetas del pueblo cantamos por mil años y más… Víctor Valera Mora
Son varios los registros, temas y matices que confluyen en la poesía de William Osuna (1948); varios los libros de esta antología que lleva por título Miré los muros de la patria mía,1 un verso sugestivo y desgarrador del poeta español Francisco de Quevedo (1580-1645); varios los planos que se superponen descubriéndonos la realidad y la ternura de quien vive una poesía que se ofrece como un horizonte solidario del destino humano. No de quien vive para sí cerrados los ojos a la realidad, sino de quien afirma una voz que reivindica “…la historia minúscula del hombre, aquél que recorre las calles y sobrevive a la enajenación cultural, y espiritual, que lo asedian al punto de la degradación”, como ha señalado el crítico Héctor Seijas. Los textos que sustentan la estructura poética de Miré los muros de la patria mía, destacan sus particularidades temáticas descubriéndonos la fragilidad y la condición marginal del ser y las cosas que trazan la trayectoria del diario vivir. La atracción del yo lírico por ese mundo visible de todos los días pone de manifiesto su convicción de que la poesía es una experiencia compartida. Y, en cierto modo, ésta es la intención radical de esta poesía. Es decir, no encubrir sino descubrir, no callar sino testimoniar, no ser camisa de fuerza o materia de estudio de un grupo de selectos, sino ola luminosa que se levanta contra el poder que envilece, fuego que ilumina la pequeñez y la grandeza humana. Por eso, el trasfondo histórico que domina el ambiente que ha marcado la 1
William Osuna, Miré los muros de la patria mía, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A., 2008.
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cosmovisión poética de estos textos ha sido descrito muy lúcidamente por Héctor Seijas en “No es el infierno, es la calle”; prólogo que, por un lado, traza unos apuntes del panorama sociopolítico de Latinoamérica, especialmente el de las últimas décadas de la Venezuela del siglo XX; y, por otro, la geografía poética donde trascienden las acciones del quehacer diario, el ir y venir de la vida como una aventura en el tiempo. ¿Qué recoge la mirada del poeta de ese mundo en movimiento, qué personajes transitan por estos versos, qué raíz sustenta la soberbia del poder, cuál es el rostro de la indiferencia, cuál el de la injusticia, cuál el valeroso sentido de la ética, cuál el del amor y la comprensión que velan por el bienestar humano? Preguntas cuyas respuestas aparecen tácitamente en el lenguaje que define los planos de esta poesía proyectando una realidad temporal y objetiva que queda plasmada en la memoria del lector como una visión sobrecogedora. En San José Blues 1923 + Epopeya del Guaire y otros poemas (2003), primer libro que compone esta antología, se extrapolan dos conceptos que conforman una suerte de fuerza sobre la que gravitan los poemas: por un lado, la melodía de los “blues” recrea la atmósfera del primer plano poético; por otro, el río Guaire adquiere atributos humanos que lo convierten en uno de los textos centrales del libro destacando su importancia frente a los motivos que lo relacionan al resto de los poemas. Pero los primeros textos arrancan de la sensible y particular memoria de la niñez. Camino recorrido desde la interioridad del hombre adulto que regresa a la hondura íntima de un pasado que preserva la amorosa presencia de la madre. Allí frente a la luz fugitiva del tiempo la mirada del hablante lírico recoge el acontecer de la vida no para refugiarse en los recuerdos, sino para expresar lo que pervive como una presencia iluminadora: Madre cuando tu cuerpo no da razón en estos campos de acero y yo estoy en mi fantasía de empujar una puerta en la multitud entre papeles y hojas que van por el aire y mi noche crece porque voy montado en mi luna oyendo las voces de las grandes ciudades 2
[…]
(p. 3)
Presencia iluminadora que ciertamente no causa extrañeza, pues es de ese sentimiento que deriva la sensibilidad y la comprensión del entorno. Ésta es la fuerza que reconoce en su naturaleza la posible creación de un mundo más humano. Así el hablante lírico se acerca a su pasado no para dolerse de su estar en el tiempo, sino para mostrar la realidad de lo que fue ayer y del presente que se perfila en cada paso de la vida. Y eso no por vanidad, sino por la esencia misma de la poesía que le sostiene: “A modo de payaso sin empleo / fuera de la gran carpa del cielo / me sostengo en el abismo de las palabras / que llevo como romance de patria / bajo mi lengua.” (p. 7). En ese “abismo de las palabras” se perfila la imagen de la ciudad y el ambiente de sus calles, el protagonismo del poder y de los valores sociales. Y de ese mundo en el que intervienen circunstancias dolorosas y tiernas a la vez, se ejerce una visión que abarca todas las situaciones y experiencias comunes al diario vivir. Esto es precisamente lo que manifiestan estas imágenes. El sentimiento particular de una visión sobre la cual actúa el concepto del tiempo y de una época (1930, ’40 y ’50) en la que los avances de la modernidad comenzaban a integrar todos los ámbitos de la vida cotidianidad. De una modernidad que también traía consigo nefastos gobiernos y situaciones escabrosas que aún hoy día transmiten una dolorosa visión del pasado. Por otro lado, el cine y la radio comenzaban a marcar el presente con elementos que perviven en la memoria: la época clásica del cine americano y mexicano, las imágenes del Oeste mitificando las figuras de John Wayne y Roy Rogers; famosos actores de Hollywood: Humphrey Bogart (1899-1957), Clark Gable (1901-1960), Gary Cooper (1901-1960). La TV y la radio difundiendo imágenes y voces de grandes intérpretes y compositores: Agustín Lara, Carlos Gardel, Alfredo Sadel juntamente con el introvertido lirismo de los tangos: La Sonora Matancera o las canciones del Trío Los Panchos; los boleros y el rock y más tarde, las baladas de Los Beatles arrebatando los corazones y en ese mismo ámbito la entrecortada voz de Daniel Santos contagiando a los amorosos por las ciudades del Caribe y Latinoamérica. Toda la realidad de la vida presentada aquí en sus profundas manifestaciones: se habla de la ternura y la soledad (“Mi mamá viene y me toca / Hace de mí un hueco en el aire, me desaparece.”), y se renace en valor y fortaleza: “En estos climas sin nombre: la tribu renuncia a la nostalgia”. Se habla de desfallecer (“No sólo es desafortunado / Este pueblo / Sino sus 3
habitantes dijeron los señores”), pero el amor triunfa sobre la desolación: “DÉCADA del 50 mi papá subía a tus colinas / Engendrando niños”. Se habla de la soberbia (“mundo extraño éste / y es muy poco lo que se dice / en el tintero de las cucarachas”), pero la bondad contagia los actos más humildes de la vida: “y a mi padre grandioso / héroe verdadero de este país despaisado / de sus 57 años / le dio 45 a las oficinas / y no se robó ni un pedazo de cobre / su vida dice / que las monedas ganadas / las repartió / entre sus amigos y nosotros…” Y es que en este imaginario poético convergen simultáneamente todos los planos de la vida sostenidos siempre por la honda intimidad de un lenguaje testimonial, irónico y tierno a la vez. De esa pluralidad de recuerdos se levanta la imagen del río Guaire en su grandeza y en su imperfección. Visto en el reflejo de su propia luz, penetra la mirada del niño que por primera vez contempló en sus aguas aquellas cosas que sólo pueden verse a través del espíritu. Por eso el Guaire se yergue en el prodigio luminoso de esa imagen que perdura en el tiempo: […] El río Guaire es mi amigo. Yo le pido la bendición. Él es como un burrito indómito que atraviesa la ciudad cargado de botellas vacías: ningún río de las Francias y de las Alemanias se le compara. Está enamorado de la quebrada de Catuche. Qué amores Intercambian bacinillas detrás de los estacionamientos, si los vieran. El Dumbo Márquez no lo quiere: su Harley Davison se ahogó en sus aguas. Yo sí lo quiero, no es como el Orinoco que se alimenta de músicos; se tragó toda una orquesta, y las cartas de amor de Argenis Daza Guevara; y si no quería cantar y amar, ¿por qué lo hizo?
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Qué desperdicio. Tan pedante.
(p. 37)
¿Cómo es este río que tiene alma y espíritu? Un río cuya visión parece desprenderse de un horizonte donde el valor connotativo de las palabras dice mucho más de lo que tratamos de comprender. Y si bien es cierto que este poema parte de una realidad concreta (un río que atraviesa la ciudad de Caracas), sabemos que esta misma realidad trasciende hasta convertirse en una metáfora del tiempo y de la vida: “es un río / que contempla, no para que lo contemplen”, dice el hablante. En ese plano de la contemplación es que se traspone la realidad y el río adquiere un carácter simbólico y mítico.2 No se parece, por supuesto, al de Jorge Manrique, metáfora del fluir de la vida, ubi sunt del tiempo que pasa como un rayo terrible; ni al poderoso fluir del Orinoco que se extiende como un arco luminoso hasta el Océano Atlántico; ni semeja ningún río del Oriente y “ningún río de las Francias o de las Alemanias se le compara” porque el río Guaire es revelación que se transforma en la palabra. De ahí que su epopeya no haya que buscarla en los libros de historia, ni en los temas medievales, ni en los antiguos cantares de gesta, pues ese concepto yace aquí desmoronado como arena que lleva el viento. Por eso el tono del poema, desenfadado y alegre, proyecta una imagen del Guaire no menos significativa que la de otros ríos, por ejemplo, el Magdalena o el Orinoco, mencionados en el texto. Y nos transmite un sentimiento libre de prejuicios en la evocadora imagen de esa primera contemplación, allí mismo donde la infancia se funde en la esencia de las cosas elevándose sobre toda indiferencia: “Mi infancia que tenía más colores que los / de un poeta de provincia en su provincia, / no distinguía las aguas, todas eran iguales”. Resulta que hay planos poéticos vedados al lector. Por eso se transponen los ámbitos de la realidad y la fantasía y, entonces, un recuerdo, una palabra o una fecha nos plantean un encuentro con algo que limita toda posible revelación. De ahí que ese algo, conceptos o claves
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En el texto “El río Guaire es una belleza”, el poeta se expresa sobre el río de esta manera: “A mí se me ocurre que este río es mi padre, se me ocurre que este río es mi familia, se me ocurre que este río es la gran anécdota de mis amigos, se me ocurre que este río es la gran deuda que puede tener un poeta que se dice nacido en Caracas, como uno de los sitios que yo considero ícono en este valle inmenso junto con el cerro Ávila. Es una deuda de un caraqueño con sus lugares, y es una deuda de un caraqueño visto también desde su sentido memorístico rural”. Véase la revista, Trapos y helechos, No. 22, Año 2010, pp. 50-52. Contiene además otros trabajos significativos sobre el poeta.
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que el lector busca intuir se conviertan a veces en un código difícil de interpretar. Y éste es el plano en el que nos detenemos buscando una interpretación valedera. Esta condición surge al vincular los textos de San José Blues 1923 + Epopeya del Guaire y otros poemas con el año 1923. Este año evidentemente tiene una relación con el significado contextual del libro. Encierra un sentido cuya tensión condiciona el contenido de estas composiciones ¿pero, por qué este año y no otro? ¿Y por qué San José Blues y no San Luis Blues, por ejemplo? Pero los números algo sugieren, marcan un tiempo y una época. Son también un punto de partida para una prehistoria del libro que queda como un punto luminoso en el inconsciente. Y aunque posiblemente el año 1923 no implique otra pretensión que evocar una época, hay en él un sentido que parece corresponderse con el texto de la página 33. Por tal razón transcribo el poema en su totalidad: MAMÁ pirada conmigo hasta la Patagonia Traje rojo boca roja cuerpo de rumbera De película mexicana canción que espantó La recluta cuando nos requería en sus filas Doncella de los años 30 peineta de Lola Flores Patio de escuela casa blanca calle de San José3 Puerta de Caracas zapato patente ojo del mayor Bello perdido en las montoneras de oriente Taxi nocturno útero de acure plan cósmico Que prometió regresar en uno de sus nietos Moneda de yodo feudal obrera sin sindicato Alfabetizadora en libro de uva y vaca pintona Ley de hormiga amamantando toda la noche Naturaleza muerta.
(p. 33)
Parece entonces que el significado del título San José Blues… vaya unido a esa realidad que se anexa al recuerdo de la infancia: “Patio de escuela casa blanca calle de San José”. Pero no se trata sólo de nombrar esta realidad, sino de proyectarla sobre el tiempo para decir lo que las 3
Utilizo la letra cursiva para establecer una conexión con el título de este libro.
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palabras dicen cuando evocan lo que el tiempo mismo no han podido borrar: recuerdos y experiencias que reflejan la intensidad de la vida. Todo esto en un lenguaje conversacional y también de tono testimonial. Así el hablante reconstruye su mundo con esas experiencias de la infancia: la casa y las calles, el cine, la década del ’50, actores, poetas y cantantes, peloteros e imágenes del béisbol se funden para reflejar un universo que constituye una especie de collage de nombres y recuerdos, de épocas e instantes en los que la pasión de lo vivido y perdido se convierte en materia poética. Como un cronista que refleja la historia, así va el yo lírico seducido por el acontecer de la vida en el tiempo. Guiado por la sabiduría de un lenguaje que lo libera de la vanidad y la soberbia, vuelve para ofrendar lo que “por gracia recibió” (“Homenaje al cine”, “Homenaje a los hermanos Grimm”, “Homenaje a Manuel Bandeira”). Y ¿no es acaso “Epopeya del Guaire” el homenaje a un río poetizado en el tiempo? ¿No es acaso “La desalentada” y “El desalentado” un homenaje a los caprichos y las grandezas del amor? ¿No será el poema “Magallanes” otro gran homenaje a ese equipo de béisbol que pasa por la mirada del poeta como un cometa sobre el luminoso cielo de Caracas?: ¡Ah! Esos muchachos de Catia ¡Ah! Esos panas del Cementerio Santiago Pototo El Chivo Joseíto y el Henry Qué pena Magallanes Nosotros y otros como nosotros llave a llave Doblando por tercera te cantamos safe La imagen del juego sugiere también ese dinamismo que transmite la fuerza y esplendor de una experiencia memorable en el tiempo. En otro poema (“Modas”), se proyecta la imagen de una modernidad volcada sobre una realidad engañosa: “Soy un poeta pasado de moda. / Así me nombra el crítico en su hablar / de costurero.”(p. 66); dice, con humor e ironía, para los que se engañan haciendo de la moda una virtud literaria. Y así también para burlarse de una crítica cuya visión parece cimentada sobre los prejuicios de la época: “En este verano se impondrán los poemas cortos, / seis dedos más arriba de la rodilla con chivita / fu-manchú, hilo chino de la mejor especie y / variaciones de rombo japonés”. Todo en esta poesía tiene un particular matiz que va mostrándose a través de la lectura. De ahí pasamos a otros temas y situaciones que
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expanden y profundizan la dimensión poética de Antología de la mala calle (1990). En este libro el hablante retoma los espacios de la ciudad con un lenguaje más irónico y descarnado. No se ha alejado de la percepción anterior, por el contrario, se ha profundizado esa visión y se ha hecho más abierta y degradada. El título mismo revela el sentido y ubicación de esos contextos: la calle como un escenario donde el ímpetu de la vida, la atmósfera política, los seres y las cosas adquieren esta visión descarnada. Pero hay que advertir que de un modo figurado, “la mala calle” es también una alusión sarcástica y antagónica de lo que podríamos encontrar, por ejemplo, en una “antología de la buena calle”. El adjetivo “mala” no establece aquí una escala de valores, es ─por decirlo de algún modo─ una forma de encarar la opinión del lector y enfrentarlo con un concepto la mayoría de las veces revestido de nuestros propios prejuicios. Pero lo que la palabra o las palabras aquí engendran es una voluntad que se instala en la geografía y los espacios de la ciudad para fundirse con la humanidad y decir lo indecible, lo que a veces sabemos y callamos. Por ello, para desentrañar las historias que configuran ese mundo el yo lírico necesita compartir esa realidad y ser también punto referencial de esa experiencia. Para eso tendrá que ver su yo (como hasta ahora lo ha hecho) a través de la palabra. Esto, por supuesto, en la absoluta libertad de un lenguaje irreverente y desafiante. Un lenguaje impregnado de humor y, la mayoría de las veces, de sarcasmo y de ironía para mostrar que un escritor no puede ser indiferente a la historia y al tiempo que le ha tocado vivir: “Mi enfrentamiento es desigual / Y me burlo de toda acción que tienda a purificarme”, dice en estos versos. De lo que habla es del enfrentamiento con la (su) realidad, con el entorno y con la propia poesía. No para buscar una tabla de salvación, ni para erigirse como un dechado de virtudes, sino para expresar el ambiente y las circunstancias de la vida en su más sórdida realidad. De esas expresiones resalta no sólo la fogosidad con que se dicen las cosas, sino también una actitud que nos recuerda el estilo de los profetas de bíblicos:
Entren los imperios en decadencias Y declinen ciudades. No irán junto a mí (“Salmo”, p. 77)
Los terribles espejos que me contemplaron.
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Aquí alenté la cruz amarga de mi frente De aquí me fui con los clavos en la cabeza
(“Farewell”, p. 78)
Oh tú, casa fugitiva, loba de los suburbios; Antes te haré asomar por mortecinos laberintos, Donde mandan los escudos más distantes
(“Profecías”, p. 79)
Oradores y sabios, tal vez sea el momento para salir a la calle, y darle su golpe de conejo en la oreja del Emperador. Por las calles pasa la Corte como asnos tatuados, (“Piedra vieja I”, p. 100)
cabizbajos en sus automóviles.
A ningún faraón nombraremos con orgullo (“Faraón”, p. 125)
Si éste no ha dicho la verdad. A ninguno.
Fundada está mi casa. Aquí hemos llegado Cogiendo piedras removiendo tazas Buscando deseos en algún verdor extraordinario. 9
(“1900” p. 180)
Ciertamente, cuando hablamos de lenguaje profético no estamos hablando de relaciones contextuales entre épocas y culturas dominadas por realidades diferentes, lo que se quiere señalar es la sensación que produce esta voz poética. Y así mismo unas experiencias que actúan sobre el presente histórico de un hablante que busca un sentido más humano de la vida. Por eso su palabra no encubre, ni pretende dejarse engañar por las apariencias. Dice lo que siente para transmitir la realidad de todos los días, pero una realidad en la que la vida y las pasiones no dejan de ser dolorosas. De ahí que estos planos referenciales proyecten una imagen dramática y desgarradora del entorno: “He aquí la flor / La selva de plástico como falso seno / El río de la convivencia, palabras, / Todo el desgaste de una realidad casi inamovible.” (p. 92); nos dice, como si la imagen de aquel verso de Quevedo (“Miré los muros de la patria mía”) encarnara su propia realidad: […] Sobre el acero de las fábricas Las licenciosas industrias se levantan Arden los hornos en la callada bruma Y el humo se dispersa Por las calles desoladas Oh sombra de los necesitados Oh lucro del jabalí Oh pan sin soga Oh escritorios que dejaron atrás La sangre del cordero Gato muerto de los despedidos Que el último portazo (“Episodios nacionales, pp. 127-130)
Sea contra sus narices.
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Sin embargo, lo que se quiere destacar en este poema es la consecuencia de esa “realidad casi inmovible” producto del materialismo de una burguesía que vive de espaldas al país. Contra esa clase indiferente se manifiesta el hablante. De ahí las imágenes que también se corresponden con el texto “De donde se avisa que las cosas están muy malas”. Los versos a continuación ilustran un cuadro irónico de esa oligarquía sometida a los intereses y manipulaciones de los grandes consorcios multinacionales: “Entré en la tumba de los 32 faraones que gobernaron / A esta Nación. Vi sus nombres grabados en mármol, / Sus máscaras de oro puro y sus cabezas forradas / en hilo / A un extremo de la cámara, dentro de una inmensa campana de cristal / Yacían sus cerebros, arrogando chispas con los / cables pelados” (pp. 121-122). Este poema ridiculiza las estructuras del poder y la complicidad de aquella casta de políticos que en su época dirigieron el destino del país. Nos advierte del sentido inútil de la vida traspasada por el mal: “Desecha las antiguas costumbres / Tanta grandeza no cabe en dos milenios / Adapta tu paso / A las ciudades insurrectas / Cuanto ocurrió fue prosa efímera / Por mí pueden voltear las cartas / Mearse en todas las puertas del mundo / Incendiar a Roma” (p. 95). De hecho, no se refiere aquí a las costumbres aprendidas en el hogar ni a la conducta de un ciudadano responsable, sino a la actitud de una clase letrada. Contra esa clase es que el yo lírico levanta su voz. No reserva la más mínima simpatía con los que evaden el compromiso de la patria. La dignidad del hablante no le permite acercarse a ese mundo sin repudiarlo. Esa misma dignidad lo mueve a decir lo que siente. Pero un sentir que no excluye la soledad y la amargura: “Mi mundo y yo resueltos como botellazos en las barras”, dice en este verso. Y en otros: “Mis poemas fueron inútiles. / Ninguno abrió las puertas del Reino. / Todos han sido quemados por su propia cuenta. / No hay componte, los desesperados, siguen siendo los desesperados / y aquellos a quienes alabé colgaron sus lanzas / en los edificios más altos” (p. 97), advierte en estos versos. Nada escapa a esta mirada que funda la casa de su poesía en el compromiso social: “Fundada está mi casa. / Aquí hemos llegado / Cogiendo piedras removiendo tazas / Buscando deseos en algún verdor extraordinario.” (p. 180). Esto para mirar cara a cara los problemas de la patria con una obra poética que es, como señalara alguna vez el poeta español Jorge Guillén: “Poesía individual y general, himno, elegía y sátira, cántico y clamor, pese a los anatemas de los Pedantes”4. Sin embargo, algo más profundo que el cántico y el clamor es lo que presentan estos versos: la presencia de un ser que asume la
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Jorge Guillén, “Poesía Integral” (En la recepción de un premio), en Revista Hispánica Moderna, Año XXX I, Núm. 1-4 , enero-octubre, 1965, Columbia University, Nueva York.
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escritura como un acto de conciencia para que la poesía nos obligue afrontar el destino de la patria. El tercer libro que compone esta antología, Mas si yo fuese poeta, un buen poeta y Estos 81 (1978), continúa ahondando en esa visión humana y social que no busca evadir la realidad sino fundirla en la palabra. El título mismo contiene el sentido irónico que caracteriza el estilo del poeta. Pasamos de un libro a otro frente a un mundo cuya problemática deja una puerta abierta para que el lenguaje nos hable directamente a la conciencia: No caí preso por subversivo nunca fui presidente del Centro de Estudiantes ni tuve novia que leyese a Marx ni a la Antipoesía de Nicanor Parra yo no delaté a nadie tampoco fui contacto de Douglas en la ciudad.
Protesté por la muerte del estudiante Marvin Marín sin que esto tenga algo de extraordinario. No estuve en el desembarco de Marchurucuto. Y por más que quise siempre fui el mismo sin carnet.
(“Sin carnet”, p. 193)
El asunto del texto consiste en decir lo que se siente enfrentándose a la realidad sin depender de la voluntad ajena. Actuar de acuerdo a lo que dicta la conciencia. Para exponerlo de este modo, la ironía sirve no para justificar la conducta del hablante sino para liberarla, para contrarrestar la injusticia. Esta postura muestra el sentimiento solidario que trasciende cualquier posición ideológica. Pero el hablante ve los seres y las cosas que conforman su entorno consciente de que la vida demanda otros cambios, y su palabra no busca ocultar los problemas, sino de revelarlos: “Apártate de los pesimistas / déjalos del otro lado de la acera / con sus interiores de tragedia / y sus lentes de infortunios…” (p. 194), señala en estos veros. Y para crear conciencia de esa actitud desalentadora, reconoce que la palabra tiene que ser portadora de otra 12
visión de mundo. En este sentido la palabra encarna un compromiso que pone al descubierto cuanto acontece a su alrededor: “Lo siento, me he extraviado / el camino que tomé / no es el mismo / que pensaba seguir, / les pido excusas.” (p. 201). De lo que nos advierte el poema ─y en esto reside el mensaje fundamental del texto─ es del rechazo a ese camino lleno de laureles, por uno en el que todos nos reconozcamos. El camino de la solidaridad y la poesía; ése que trae a la memoria el sentido profundo de aquellos versos del poeta norteamericano Robert Frost (“Two roads diverged in a yellow wood, / And sorry I could not travel both…”), en el poema “The Road Not Taken”. El poeta ha elegido su camino. Un camino que representa una metáfora de la vida. Una metáfora que se transforma continuamente sin contagiarse de la maledicencia ni el engaño. Poesía que dice lo que tiene que decir sin pedir disculpas, sin rendir cuentas, sin doblegarse a la ambición o al poder. Poesía abierta a la inmensa mayoría como quería el poeta Blas de Otero. Poesía que recoge los rigores de la vida y condena las injusticias humanas. En ella se entrecruzan el calor familiar y los recuerdos del barrio, el paisaje de la infancia y la melodía de los tangos, la presencia de Emily Bronte y el terrible crimen de Sharon Tate. Todo en un lenguaje que también nos acerca a experiencias profundas de la vida como ocurre en los poemas “Daniel mi hermano”, “Henry mi hermano”, “Mi hermano el negro” y “Mi abuelo se levanta”, tan llenos de recuerdos y vivencias personales. Reposa en ellos una mirada contemplativa de las cosas y los seres amados con un sentido más tierno y puro: Mi abuelo se abre paso Va por los cuartos Lleva un baúl en sus manos. Por fin se decide y se queda en uno de ellos. La casa está oscura Yo me acerco. Lo veo bailar con mi abuela. Me río pero no me burlo. Soy pequeño Él se disgusta y sale a la calle Mi mamá y yo lo seguimos 13
Para ver hacia dónde va Él se da cuenta, pelea con nosotros. En la noche y en el día ruega por él (“Mi abuelo se levanta”, p. 212)
Lejos de su vida.
Este sentimiento se advierte también en los poemas “Salud”, “Fucho Briceño” y “Siempre la mamá de uno” en los que podemos apreciar, como ocurre en otras composiciones, las experiencias más íntimas de la vida. En ellos se destaca un trasfondo sentimental que contrasta con los que retienen una visión más corrosiva y amarga del ambiente. De ahí los diferentes planos e impresiones cuando pasamos de un poema a otro, pues sabemos que los temas cambian continuamente proponiéndonos distintos modos de acercarnos al texto y al mensaje que éste conlleva. Por ejemplo: Acercarse al mundo, en cierto sentido es desnudarse mutilarse las alas que lo mantienen a uno en franca unión con el paraíso abalanzarse por vacíos insondables descubrir que somos la explosión fugaz heredada en el tiempo. (“Acercarse al mundo”, p. 233) Este poema, como observamos, nos acerca a otro mundo. No al mundo material, por supuesto, sino al que surge de una experiencia del ser frente a la vida. Una conciencia que indaga la interioridad del hablante y las cosas que conforman su cotidianidad. Ese “acercarse al mundo” y ese “desnudarse” conllevan una cierta religiosidad que transforma y profundiza esa relación con el universo. Es decir, una mística de lo que la poesía misma es capaz de revelar si nos dejamos traspasar por ella: “Un poema no sale de esta campana sorda / ni mucho menos / de este bostezo angelical / que teme pudrirse con las palabras (…) /, En el mejor de los casos un poema es cuestión / de principios” (p. 238), nos dice el hablante. En este sentir, y sobre todo, en “esta cuestión de principios” radica el fundamento de toda esta poesía. A la luz de esos principios entran la ironía y el humor como elementos portadores del descontento y la crítica de esa 14
realidad. De este modo parece estructurarse también la visión de mundo que hallamos en el último apartado del libro: Traje de pelea. La imagen de por sí provocadora, enfatiza otra vez la confrontación de esa experiencia abrumadora de la realidad. En este plano hay que señalar además la contraparte de esta poesía: esa otra escritura absorbida por un sentido irreal y sin compromiso social, que es sin duda a la que el hablante se refiere burlonamente en el poema “Poetalandia”: “A los poetas les obsede una dulzura inimaginable. / No se les conoce pares, la mejor especie. / Invocan los caminos de la fama; en esos caminos / trepan alto, andan en zancos por toda la ciudad…”, se mofa el hablante. Y más adelante, en una crítica más punzante y descarnada: “Los poetas viven dentro de los poetas, es decir / que allí no vive nadie, sino su pequeña ambición.” (pp. 245-246). La fantasía chabacana de “Disneylandia es sustituida aquí por la imagen de “Poetalandia” al parodiarse cómicamente la actitud frívola y acomodaticia de algunos escritores. En el poema “Serenata” la crítica se agudiza aún más para revelar una visión entronizada en las más bajas pasiones. Por eso me parece importante transcribir todo el texto para una mejor apreciación: Se fueron al Congreso a pronunciar sus discursos hablando de la democracia mientras escondían la rata en el jardín donde crecen sus rosas y yo te observé Víctor sacándole los clavos a la silla del Faraón más alegre que un vacilón de alcoba bajándole los pantalones a los diputados mientras ellos copulaban de retruque contra un rabo de iguana disecado y no había audiencia sino un júbilo de piedras que caían en las actas donde se dejaba constancia cómo y de qué manera se había emputecido el país y me dijiste “mira por el ojo de esta cerradura” y vi 15
a los senadores en dormilona taconeando encima de los escritorios levantando la mano para pedir la palabra y no eran palabras las que salían de sus bocas sino remolinos de heno que se dispersaban por la sala y el más viejo llamaba al orden sosteniéndose los testículos con tela adhesiva mientras se metían en las uvas podridas de su vino calavera con peluca de anciana en los sótanos de la casa del partido y febrero no es un mes Víctor sino un niño que va montado en tus papeles como si fuera una alfombra mágica paseándose de un barrio a otro sin odiar al viento y a la piedra sobre la colina de tu más alta poesía Masseratti adentro hacia el amor de muchachas furibundas que te esperan y estamos en deuda galán dijo uno que había visto en Japón cómo los terremotos los tiraban detrás de un gimnasio y de allí salían convertidos 16
en gelatina para el cabello de las damas y otro apuntó amarrado a una guayabera de fuerza “me gusta meter a la humanidad en un frasco de formol para que la admiren las hormigas en la punta de un rábano” en el momento que buscaba ganzúa y patecabra en unos arbustos para romper las puertas de las academias y le diste en la torre a las elegías Víctor las liceístas dicen que nos llevas varias serenatas de ventaja é vero chino y venga esas guitarras que suenen las baterías.
(pp. 247-248)
La estructura del poema va proyectando los diferentes niveles en que suceden las acciones. Las acciones a su vez revelan la imagen de una clase social degradada por el poder y la corrupción. El poeta enfrenta al lector directamente con esta imagen, y en la medida que vamos avanzando en la lectura esta imagen se torna más patética. El título “Serenata” también adquiere otro sentido, es decir, se convierte en un concepto irónico de lo que pensábamos debía ser una serenata. De ahí la contradicción del título con lo que acontece en el poema: una reunión de políticos en una orgía desenfrenada. Para darle esa dimensión el hablante cuenta con un poeta rebelde y combativo. Me refiero a Víctor Valera Mora5. En efecto, Valera Mora nos da una óptica de la perversidad de esa clase política. Se ha situado dentro del texto para señalar un mundo degradado y aborrecible. Así desenmascara ese mundo sin posibilidades de expiación: “y
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Véase, Víctor Valera Mora, Nueva antología (Caracas, Biblioteca Básica de Autores Venezolanos, 1ra ed., Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2004). Por otro lado, el excelente ensayo del crítico Héctor Seija sobre William Osuna también puede leerse en la revista Trapos y helechos, Núm. 22 (Año 2010), pp. 62-66; y en Jornal de PoesíaBanda Hispánica, www.jornaldepoesia.jor.br/bh17osuna.htm
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yo te observé Víctor sacándole los clavos / a la silla del Faraón más alegre que un vacilón de / alcoba / bajándole los pantalones a los diputados / mientras ellos copulaban de retruque / contra un rabo de iguana disecado”. El Faraón es otra imagen despectiva y caricaturesca de esa clase política. Por eso llama la atención el modo en que se presentan y se desarrollan las acciones: “y me dijiste ‘mira por el ojo de esta cerradura’ y vi / a los senadores en dormilona / taconeando encima de los escritorios levantando la / mano / para pedir la palabra / y no eran palabras las que salían de sus bocas / sino remolinos de heno”. El “ojo de la cerradura” da acceso a ese mundo descarnado y grotesco; escenario representativo de una clase social sin esperanzas de regenerarse éticamente. En este sentido ese mundo es absorbido por su propia perversidad. Así el ojo de la cerradura marca literalmente una línea divisoria entre el bien y el mal. Es desde ese espacio que el lector puede ubicarse para observar el estado de descomposición moral de ese mundo. Es contra ese mundo que se manifiesta esta conciencia acusadora. Ésta es la postura radical que siempre sostuvo este poeta comprometido con la patria y con una poesía de acento subversivo y rebelde, una poesía que en aquel entonces exigía un nuevo futuro, un nuevo proyecto de país. Por eso luchó contra los centros de poder más reaccionarios y contra el pensamiento excluyente de los academicistas. Así lo afirman los siguientes versos: “…buscaba ganzúa y patecabra / en unos arbustos para romper las puertas de las / academias / y le diste en la torre a las elegías Víctor / las liceístas dicen que nos llevas varias serenatas de / ventajas / é vero chino y venga esas guitarras / que suenen las baterías”. Este tono jocoso cierra magistralmente el poema al presentar a las liceístas como herederas de un sentimentalismo elegiaco ajeno a la realidad del país (“le diste en la torre a las elegías”). Irónicamente en las liceístas también se trasluce el impacto producido por la poesía de tema social. El final del poema: “é vero Chino y vengan esas guitarras / que suenen las baterías”, conlleva la expresión jubilosa de quien ha vencido el mal, de quien ha salido victorioso de un camino de sombras grotescas. En el poema “Años 90” se hace referencia, como ocurre en muchos de estos poemas, a la vida que se vive marginalmente, a sobresalto, asumiendo aquí y allí el sacrificio que exige estar vivo. Luchar a brazo partido contra el poder que legitima la injusticia por un lado y la miseria por otro. Porque de aquellos palacios donde se entronizaba el poder, surgía el peligro de que la patria se desvaneciera: “Se habló de privatizar todo / hasta el aire de los amantes”, dice el hablante poético. No sorprende pues ver al poeta una y otra vez reñido con esa realidad: “Los de abajo se montaban / en la sombra de un barco / y eran bajados en la frontera de no tener nada / 18
con un pan partido en el centro del corazón.” (p. 251). Ciertamente con los de abajo y los marginados va el autor de estos textos. Saca uno y otro verso como “un pan partido del centro del corazón” y busca trazar un camino para los que viven a la luz de estos versos: el desparecido, Arturo o Gabriel, Miguel o Jesús Alberto León, Santos López o Jhonny Beauty, Pierre Monamú y Saúl Bello, todos nombres de amigos reales o imaginarios, aventureros de la vida, locos de remate y aspirantes a poetas. Ilusos todos, iluminados por el resplandor de una poesía que les devuelve su perfil a la luz de estas palabras. Porque al fin de cuentas de eso trata la verdadera poesía. Palabras que evocan la gran realidad de la vida para que la patria y cada ser humano sean una misma cosa. Los títulos de estos poemas manifiestan este sentir en cuanto a esa visión de mundo se refiere. Por eso, muchas de estas composiciones son productos de la crítica recurrente de un mundo demasiado complejo y personal para que exista en el olvido. Ciertamente como mencioné al principio, la pluralidad de temas y contrastes hace que este libro nos permita reflexionar y alzar la voz frenéticamente para que la indiferencia no cubra nuestros rostros. Porque aquí se proclama la solidaridad con los humildes y se ataca a los ruines en cánticos acusatorios, para que la patria se convierta en la casa de todos “…un pedazo de tierra amorosa que gira en la / noche universal”. Pues día a día se afirma la esperanza y “El futuro no es un instante ni un sitio ni la imagen / cinematográfica de carros en el cielo / ordenando un camino”. El futuro “Es ya. Sucede. Va a pie o sobre / celajes que cruzan el espacio”.
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