La letra y la sangre

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LA LETRA Y LA SANGRE Alfredo R. Placencia

PARA LEER JUNTOS

Colección Las letras del sapo

Serie Poesía N° 1 Publicación trimestral


La letra y la sangre: Alfredo R. Placencia


Directorio BENEMÉRITA UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA Mtro. Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla Rector General Dr. Miguel Angel Navarro Navarro Vicerrector Ejecutivo Lic. Alfredo Peña Ramos Secretario COORDINACIÓN DE VINCULACIÓN Dr. Mario Alberto Orozco Abundis Coordinador Lic. Ludvig Rosas Chávez Secretario SISTEMA DE EDUCACIÓN MEDIA SUPERIOR Mtro. Javier Espinoza de los Monteros Cárdenas Director ESCUELA PREPARATORIA 8 / MÓDULO DE CUQUÍO Mtro. Enrique Aceves Parra Director de la Preparatoria Lic. Héctor Guillermo Pelayo García Secretario Mtro. René Gerardo Michel Padilla Coordinador del Módulo H AYUNTAMIENTO DE CUQUÍO Dra. Ma Victoria Mercado Sánchez Presidenta C. Clemente Rivera Sánchez Síndico y Secretario General C. Octavio Martínez Ramírez Coordinador de Educación, Cultura y Turismo SEMINARIO DE GUADALAJARA Pbro. Lic. José Guadalupe Miranda Martínez Vicerrector


La letra y la sangre: Alfredo R. Placencia

Selección y notas: Tomás de Híjar Ornelas Corrección y cuidado de la edición: Miguel Ángel Avilés Mendoza y René Michel Padilla


La presentación y disposición en conjunto de

La letra y la sangre: Alfredo R. Placencia Es propiedad de los autores. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida, mediante ningún sistema o método, electrónico o mecánico (INCLUYENDO EL FOTOCOPIADO, la grabación o cualquier sistema de recuperación y almacenamiento de información) sin consentimiento por escrito del autor. Derechos reservados conforme a la ley.

PARA LEER JUNTOS Colección Las letras del sapo Serie Poesía N° 1 Publicación trimestral Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico


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PRESENTACIÓN La Colección Las letras del sapo es una publicación dirigida a los jóvenes adolescentes, sin dejar de ser una invitación abierta al lector de cualquier edad. Esta iniciativa nace del interés que tanto la Benemérita Universidad de Guadalajara —a través del Módulo de Cuquío de la Escuela Preparatoria 8 y de la Coordinación de Vinculación y Servicio Social de la propia Universidad— así como del H. Ayuntamiento Municipal de Cuquío tienen hacia la promoción de la lectura. Es también gratificante que el Seminario de Guadalajara se haya sumado con entusiasmo a este proyecto editorial. Con la disposición de las instituciones mencionadas se da paso a una coedición que se propone hacer adeptos a la literatura. Esta colección literaria, alimentada de tres series: poesía, cuento y prosa poética, publicará una muestra representativa cada tres meses, de los escritores —poetas y narradores— en lengua española que han obtenido el reconocimiento de cientos de lectores a través de las varias ediciones y reimpresiones que su obra ha ameritado. Es el mundo de las letras, —con su magia íntima, con su involuntario poder transformador—, el que queremos compartir, en formato clásico —de papel y tinta—, sin competir con la autopista de la información, sino más bien apostando porque la manera tradicional de disfrutar de los artificios de la palabra siga seduciendo a las nuevas generaciones. René Michel



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PRELIMINAR Cuando un alcalde asume las tareas propias de su gobierno surgen muchas preguntas. De todas las interrogantes posibles, sólo quiero compartir una que hace referencia al campo de la equidad social: ¿cómo garantizar, desde la toma de decisiones, la igualdad de oportunidades? Y sin temor a equivocarme respondo: a partir del apoyo incondicional tanto a la cultura como a la educación, y, por lo tanto, a la lectura. Estoy convencida de que leer hace la diferencia: las personas se convierten en ciudadanos más autónomos, más abiertos, más propositivos, menos frívolos y más reflexivos, menos oscos y más alegres, cuando cultivan el hábito de leer, porque además de desarrollar las cualidades anteriores, comparten el entusiasmo de vivir, de imaginar, de viajar sin moverse de sitio, y todo eso, gracias también, al empleo de uno de los instrumentos más valiosos con que cuenta el ser humano: la palabra… Quien se da la oportunidad de asomarse a un cuento o deleitarse con la lectura de un poema, da un paso hacia el mundo de la igualdad, de la ficción que transforma positivamente a las mujeres y a los hombres, a los adolescentes y a los niños, incluso, a nuestros adultos mayores… La lectura es, por lo tanto, un derecho de los habitantes de un pueblo, razón suficiente para que esta actividad cuente con todo el apoyo durante mi administración. La colección literaria Las letras del sapo, que el H. Ayuntamiento de Cuquío coedita junto con la Universidad de Guadalajara y el Seminario Dioscesano, constituye un granito de arena al mundo libre y democrático que todos anhelamos… Dra. Ma. Victoria Mercado Sánchez Presidenta del H. Ayuntamiento de Cuquío



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PROEMIO Lector amable, llega a tus manos como un ramo de flores silvestres recién cortadas, una selección de poemas que compuso un sacerdote jalisciense quien vivió los últimos 25 años del siglo XIX y los primeros 30 del XX. Una época —la del poeta— de cambios drásticos para los mexicanos: entre un estilo de vida donde la paz se impuso luego de muchos años de no tenerla, pero sin la justicia, o lo que es lo mismo, sin el reconocimiento de los derechos fundamentales del pueblo. Tal circunstancia provocó una reacción tardía y tremenda de la que nuestro poeta fue testigo y víctima, pues en ella murió su único hermano varón: a partir de 1914 –hace exactamente cien años-, el suelo de México se manchó con la sangre de los antes hermanos que terminaron siendo rivales. Su condición de clérigo –se ordenó presbítero para el servicio de la Arquidiócesis de Guadalajara en 1899- no fue obstáculo para su vocación de poeta pero sí para el desarrollo de su ministerio, pues siendo más sensible que práctico, tuvo muchos destinos y ninguno definitivo. Cuando comenzó la guerra, el bando avasallador –el carrancismo y los caudillos derivados de esta facción- se indispuso en contra de las instituciones eclesiásticas, lo cual agravó la situación de nuestro literato, al tiempo que—esta circunstancia— le sirvió de cantera a sus más entrañables composiciones. ¿Por qué será el dolor la fuente de inspiración más recurrente? Porque estando tristes buscamos el sentido de lo que parece no tenerlo, y nuestro poeta lo encuentra en tres fuentes: Dios, el tiempo y la vida. Lo primero parece propio de alguien que se dedicó a cosas de la religión, sólo que el Padre Placencia no alaba a Dios, al menos no de forma convencional: lo interroga, lo cuestiona y en ocasiones hasta le hace reproches, aunque en todos los casos termina por declararse vencido por su Amor que se manifiesta con él las más de las veces implacable. El tiempo en Placencia es apenas un paso obligado y


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fatigoso hacia la eternidad. Hay sufrimiento en sus palabras, pero no amargura, antes bien, un deseo ardoroso de infinito: si el presente es feo, el futuro puede no serlo; si hay un mañana, es posible un día mejor. Y a eso le apuesta; donde otros sólo encuentran vacío y desesperanza, él ve en el horizonte una existencia donde la aflicción será sólo un recuerdo. ¿Qué es la vida para nuestro poeta? Una sucesión de cuadros, episodios, actos, escenas, en la que se intercalan la risa y el llanto, la pena y el gozo, la amargura y el éxtasis. Es un drama donde todos desempeñamos un oficio, hasta los desertores, pero él no quiso serlo: afrontó las contradicciones de su tiempo, las de su vida personal, las de las circunstancias que atropellaron sus ímpetus y lo indispusieron, ora con la superioridad eclesiástica, ora con la comunidad a su cargo… Y todo eso nos lo cuenta recurriendo a un lirismo tan sentido como limpio, pues sus composiciones evitan algo muy querido para los poetas pero también su piedra de tropiezo: los artificios literarios. La palabra en Placencia puede ser como el chasquido del látigo en el lomo de la bestia de carga o como el roce de la tela y el cuerpo en movimiento; es la llama crepitante de un cirio o es la naturaleza en su desoladora inmensidad; es la cuita del pobre, el llanto del que sufre, las noches de insomnio del enfermo… Tienes ante ti, lector, una veintena de poemas para que veas en ellas el propio drama de tu vida y la forma como vas respondiendo, o no, a tus necesidades más hondas: ¿Quién eres? ¿De dónde vienes y a dónde vas? ¿Qué quieres de la vida y cómo lo vas a conseguir? Alfredo R. Placencia, que murió en la capital de Jalisco el 20 de mayo de 1930, ya lo sabe. Lo intuyó y ahora lo tiene ¿Y tú? Guadalajara, Jalisco; 20 de abril del 2014, Domingo de Resurrección Tomás de Híjar Ornelas


ANTOLOGÍA



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EL LIBRO DE DIOS Aquí sí que no puedo nada, si no es temblándome la mano. Tu nombre es inefable y soberano; tu nombre causa devoción y miedo, y, no puedo, no puedo. ¿Cómo voy a poder...? Soy un gusano. Déjame antes llorar, eso es muy mío. Deja que piense en Ti y en Ti me abrase. Aguarda a que me pase esta ola de frío y luego escribiré, si es que ya puedo, tu libro este, que me causa miedo. Mientras anda la noche y todo duerme, me sentaré a raíz, sobre la tierra, dando tiempo a tu amor de que me enferme. Así voy a ponerme, y el dique romperé, que el llanto encierra, y, en seguida vendré a desmorecerme. Los misterios del llanto son los mismos que los solemnes del Amor. El llanto sabe salvar o ciega los abismos, tal como aquél, y sana y melifica. El Amor puede tanto, que a un tiempo lava y cura y deifica.


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Así lo voy a hacer, por ver si puedo con este Libro que me causa miedo. Me sentaré a raíz, sobre la tierra, mientras la vida calla y la luz duerme, y el dique romperé, que el llanto encierra. Voy a desmorecerme y a sentarme en la tierra. Tan sólo aguardo que tu amor me enferme.


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LUCHA DIVINA ¿Tú sostienes el orbe con un dedo…? Eso, a decir verdad, no es maravilla. Puedo yo más que Tú. Yo soy de arcilla y, ya lo has visto en el altar: ¡Te puedo! ¿Piensas poder más Tú…? Te desafío; y si es así que tu potencia es mucha, lucha conmigo, vénceme en la lucha y a Ti no más te ame, Jesús mío.


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CIEGO DIOS Así te ves mejor, crucificado. Bien quisieras herir, pero no puedes. Quien acertó a ponerte en ese estado no hizo cosa mejor. Que así te quedes. Dices que quien tal hizo estaba ciego. No lo digas; eso es un desatino. ¿Cómo es que dio con el camino luego, si los ciegos no dan con el camino…? Convén mejor en que ni ciego era, ni fue la causa de tu afrenta suya. ¡Qué maldad, ni qué error, ni qué ceguera…! Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya. ¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado, que me llamas, y corro y nunca llego…! Si es tan sólo el amor quien te ha cegado, ciégueme a mí también, quiero estar ciego.


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EL CRISTO DE TEMACA I Hay en la peña de Temaca un Cristo. Yo, que su rara perfección he visto, jurar puedo que lo pintó Dios mismo con su dedo. En vano corre la impiedad maldita y ante el portento la contienda entabla. El Cristo aquel parece que medita y parece que habla. ¡Oh…! ¡qué Cristo éste que amándome en la peña he visto...! Cuando se ve, sin ser un visionario, ¿por qué luego se piensa en el Calvario...? Se le advierte la sangre que destila, se le pueden contar todas las venas y en la apagada luz de su pupila se traduce lo enorme de sus penas. En la espinada frente, en el costado abierto y en sus heridas todas, ¿quién no siente que allí está un Dios agonizante o muerto ¡Oh, qué Cristo, Dios santo! Sus pupilas miran con tal piedad y de tal modo, que las horas más negras son tranquilas y es mentira el dolor. Se puede todo.


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II Mira al norte la peña en que hemos visto que la bendita imagen se destaca. Si al norte de la peña está Temaca, ¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo? Sus ojos tienen la expresión sublime de esa piedad tan dulce como inmensa con que a los muertos bulle y los redime. ¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa? Cuando el último rayo del crepúsculo la roca apenas acaricia y dora, retuerce el Cristo músculo por músculo y parece que llora. Para que así se turbe o se conmueva, ¿verá, acaso, algún crimen no llorado con que Temaca lleva tibia la fe y el corazón cansado? ¿O será el poco pan de sus cabañas o el llanto y el dolor con que lo moja lo que así le conturba las entrañas y le sacude el alma de congoja…? Quien sabe, yo no sé. Lo que sí he visto, y hasta jurarle con mi sangre puedo, es que Dios mismo, con su propio dedo, pintó su amor por dibujar su Cristo.

III ¡Oh mi roca…! la que me pone con la mente inquieta, la que alumbró mis sueños de poeta, la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca!


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Si tantas veces te cantĂŠ de bruces, premia mi fe de soĂąador, que has visto, alumbrĂĄndome el alma con las luces que salen de las llagas de tu Cristo. Oh dulces ojos, ojos celestiales que amor provocan y piedad respiran; ojos que, muertos y sin luz, son tales que hacen beber el cielo cuando miran. Como desde la roca en que os he visto, de esa suerte, en la suprema angustia de la muerte sobre el bardo alumbrad, Ojos de Cristo.


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MI CRISTO DE COBRE Quiero un lecho raído, burdo, austero del hospital más pobre; quiero una alondra que me cante en el alero; y si es tal mi fortuna que sea noche lunar en la que me muero, entonces, oíd bien qué es lo que quiero: quiero un rayo de luna pálido, sutilísimo, ligero… De esa luz quiero yo; de otra, ninguna. Como el último pobre vergonzante, quiero un lecho raído en algún hospital desconocido y algún Cristo de cobre agonizante y una tremenda inmensidad de olvido que, al tiempo de sentir que me he partido, cojan la luz y vayan por delante. Con eso soy feliz, nada más pido. ¿Para qué más fortuna que mi lecho de pobre, y mi rayo de luna, y mi alondra y mi alero, y mi Cristo de cobre, que ha de ser lo primero…? Con toda esa fortuna y con mi atroz inmensidad de olvido, contento moriré; nada más pido.


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PASIONARIA I Ábreme, tengo frío. Toda la santa noche llovió el cielo, convertido en escarcha, su rocío y hay, como puedes ver, cintas de hielo sobre las tibias márgenes del río. Ábreme. ¿Ves mi pelo...? Toda la santa noche llovió el cielo. Tienen los altos montes coronada la frente excelsa de lucientes ampos. La espiga está cuajada, y es de graciosa nieve ensangrentada la roja flor que amaneció en los campos. Ábreme, tengo frío. Hay escarcha en mi pelo y hay rocío.

II No, yo no sé soñar; eso es mentira. Canto, a veces, mis trovas; mas confieso que, a no ser su bealdad la que me inspira, no cantara jamás. Canto por eso. Ella sí que me vuelve el alma loca. Mirra vierten sus labios, y adivino que el dulcísimo beso de su boca se adelanta en dulzura al mejor vino. ¡Vedla, por Dios...! Flotando en su cintura, como púrpura real, baja su pelo. Es gentil y es gallarda su estatura y su cabeza “así”, como el Carmelo. Lleva al cuello mi Amor sus gargantillas, y a la roja granada, en lo encendido,


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vencen y se adelantan sus mejillas, sin lo que dentro llevan escondido. Sostenedme con flores, ya que es cosa no enfermarse sus prendas imposible. Ni está en Ella dejar de ser hermosa, ni yo puedo arrancarme lo sensible.

III Ábreme y cantaremos, celebrando nuestras “Bodas de Plata”. Ya el alma que te di se va inflamando; ya la estrofa en la lira está temblando y en cascada de arrullos se desata. Ábreme... ¿Ves mi pelo...? Como nunca esta noche llovió el cielo. Ven con luz de tus ojos las palomas, son tus pechos graciosos cervatillos; tus mejillas, mi Amor, y tus dientes, lavados corderillos que de tarde apacientan por las lomas. Ábreme, Prenda mía... Yo tengo amor, yo tengo nostalgia.

IV ¡Oh... qué mal tan profundo y tan extraño éste que así consume, poco a poco...! Me rompe el alma sin seguirme daño, me turba el juicio, sin volverme loco. Siempre en el corazón, siempre conmigo, veinticinco años ha me tiene enfermo. Y es inútil huir, nada consigo. Nunca me deja en paz, ni cuando duermo.


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Mas no quiero curarme, aunque me muera, si es que alcanza este mal hasta matarme. Dar de mano a este amor lo mismo fuera que acudir a un puñal para no curarme. Así vivo feliz, con mi tormento; quiero tener el alma apasionada, y pensar con el mismo pensamiento, y ver con la luz misma que mi Amada. Id, amigos. Registrad la viña y mirad si andan las raposas. Si, al volver, me encontrareis con la Niña, dadme nardos a oler y dadme rosas.

V Aquí sigo, Señora, a tus umbrales. Necesito vivir de tus amores, y aspirar del perfume de tus flores, y asomarme a tus ojos celestiales. Habla, tu voz es grata. ¿Qué mal pueden hacerte mis rivales porque alivies la angustia que me mata...? Ábreme, tengo frío. Si entume y duerme su canción el río; si el cielo insiste en su nevar eterno, no es eso mucho junto a mí, Bien mío, que acá, en el corazón, traigo otro invierno. ¿Ves la noche cuán fría...? Mucho más tengo el alma, Prenda mía.


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EL PASO DEL DOLOR I La noche del dolor es grave y densa. En dos filas formaos, poetas, hijos de la noche inmensa, y dejad de pensar. ¿En qué se piensa cuando en el alma se desploma el caos? Una noche infinita, con su mortal gravitación de roca, sobre la soledad se precipita. En ella entremos. A nosotros toca saber lo que esa noche entraña y grita. Por aquí va la entrada de esa noche sin límites ni nada a que os convido yo. Venid conmigo. Vuestra pisada huelle la pisada que hollando va la del dolor que sigo. Nadie penetrará más que nosotros en esa noche imperturbable y quieta. Tan difícil la entrada y tan secreta puso a Dios a los otros, como a la mano y fácil al poeta. Ninguna flor de luz abre su broche. Mas no habrá que temblar ante el derroche de tanta sombra que dormita en calma. Vosotros, como yo, tenéis el alma grande, y triste también, como la noche.


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En dos filas formaos, poetas, seres que acaricia el caos, y entremos ya. Cuando el dolor sintiereis, si teneros en pie no consiguiereis, de rodillas estad. ¥Arrodillaos‌!


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LLAMADA A LOS POETAS Dad la mano a este pobre que se pierde sin un rayo de sol. Dadle a beber dolor los que aprendisteis donde vive el dolor. Para escribir la estrofa, necesita sangre del corazón. Decid, los que nacisteis soñadores, ¿dónde hay tinta mejor…? Guiadlo, por piedad. Es de la casta de que vosotros sois. Su nombre, como el vuestro, va en la lista que ha empezado por Job. Yo descendí hasta el alma de la noche y en sus abismos me senté; aquí estoy. Subid a ver si hay algo en la montaña de la lumbre del sol. Algo debió quedar allí perdido. Pienso que algo quedó. Registrad las espigas y las hojas, hijos mansos de Job. Dad la mano a este pobre que se pierde sin un rayo de sol. Dadle a beber dolor los que aprendisteis donde vive el dolor.


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EL CLAVO Es el mismo, el mismo muro donde estuvo el viejo cuadro que encerraba aquella estampa de la Virgen del Rosario. Esta Virgen es la Virgen de quien nunca me he olvidado por lo que amparó mi casa, por su mundo de milagros. Y me place verla siempre con sus ojos inclinados, con sus manos pequeñitas con su Niño y su rosario. A mi padre, en cierta vez, siendo yo de pocos años, escapó de un mal muy triste, del gran mal de haber cegado. Y como esta maravilla, sé de muchos otros casos sucedidos en mi tierra y en los pueblos comarcanos, que señalan las piedades de la Virgen del Rosario. Este mismo, éste es el muro y también es éste el clavo; mas ¿dónde quedó la estampa de la Virgen del Rosario...?


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LA CUESTA DE TEMACA Sólo Dios sabe cómo voy subiendo esta cuesta de Temaca. Decirlo no he saberlo yo. Cargo sobre mis hombros el ardor de la siesta y en el alma lo acre y álgido del dolor. Suponiendo que logre poner término a esta pedregosa ascensión, ¿qué aventajo? Mi madre sé que ya ni contesta, ni se mueve a los ruegos, ni ha de sentir mi voz. Sabe Dios cuándo acabe de subir esta cuesta pedregosa y difícil, cargando, como voy, sobre mis hombros todo el ardor de la siesta y en mi alma el dolor.


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LAS COSAS DE LOS SOLDADOS ¿Por qué tendré los cuarteles abominados, lo mismo que los conventos de religiosas, cuando amo a estas gentes buenas y a los soldados? Yo sé por qué. Si lo ignoráis vosotros, yo os lo diré. Las cosas de los soldados y las piadosas que escogen para su asilo las religiosas háblanme siempre de seres idos muy lejos... Así es como, con el tiempo, todas las cosas se vienen volviendo amargas para los viejos.


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LAS PALAS Supieron las palas cuánta cosa dije cuando se pusieron a enterrar a otros. Túvelas por malas, y es cosa indudable que se resintieron. Tendidas las alas, que la enorme anchura del campo cubrieron, fue el campo la guerra. Los bravos cayeron, y entonces las palas se hicieron como unas benditas que nada supieron. Lo que dije un día: “Quemen esas palas, rompan esos picos. Mi dolor no puede ver que ni una sola de esas cosas quede. Son cosas tan malas...”


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CON UN POCO DE OLVIDO Aquí tienes mis muertos, Señor Yo no te pido muchas ni grandes cosas; nada más que el olvido de las simas oscuras en que hubieren caído. En tu amor solamente y en tu piedad confiaron, y de tu mano sólo todo bien esperaron. Oye lo que te pido. ¡Oh Señor!: por lo mucho que mis muertos te amaron, tu piedad me los premie con un poco de olvido.


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IV. Bordón del ciego ¿Eres gran perro tú! Tienes tu historia. La madre de mi amor te crió mimado y pensó que vivieras, a su lado, horas de mucha paz, casi de gloria. Vivo conservo aún la memoria de la muerta señora aquel cuidado porque nunca te diera ningún criado la desazón más leve y transitoria. Si al volver mis ojos la ceguera, a donde, como voy, en breve llego, tornara a hablar y junto a mí te viera la difunta señora, desde luego: “Buen Menelik -llorando te dijera-, ¿cómo viniste a ser bordón de un ciego...?


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LA GENTE INJUSTA En la casa de enfrente hay un muerto tendido. La gente que a verlo ha ocurrido, compungida estudia la actitud doliente y la mueca amarga del que se ha partido. En todas las caras se pinta la pena: pero es una pena sin razón de ser. Yo me digo: “La muerte no es buena...? ¿Morir no es nacer?” ¡Que la vida! A la puerta siguiente un infante nuevo cuentan que ha nacido. La gente, que supo el suceso ocurrido, ya por ser amiga, ya por ser pariente, anca como loca y en la masa ha ocurrido a estudiar los ojos, la frente, la barba, la boca, y la risa nueva del recién nacido. En todas las caras el placer se pinta; mas, por qué se pinta, no acierto a decir. ¿Es acaso, la muerte distinta de la vida? ¿Nacer, no es morir?... Yo dejo esa gente, repruebo sus usos, condeno su modo. Bienaventurado el indiferente a vivir y a todo.


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DESDE LA CÁRCEL Para José R. Padilla, gran hermano Es verdad, estoy preso; mas, no imagines grandes mis dolores ni siquiera que sufro. Te confieso que sin aire, sin luz, sin nada de eso, es de sueños mi cárcel y de flores. Dios es bueno conmigo ¿por qué, si no, cuando me azota airado, déjame adivinar en su castigo que si pudo pensar en el culpado, no consiguió olvidarse del amigo...? Porque es así como el Señor me hiere, con tan benigno amor, que bien querría si a su adorable voluntad pluguiere, que se volviera eterna mi agonía: ya que muriendo así, nunca se muere. Mi cárcel es de sueños y flores... y fácil de llevar... ¡Te lo confieso! Sin luz, sin libertad, sin nada de eso ni tienen que angustiarse mis dolores, ni tienes que pensar que estoy preso.


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VIERNES SANTO I Es Viernes Santo Enfermo está en Amatitán, bien que no de cuidado, el padre Capellán. El pobre no ha podido, aunque bien lo quisiera, -porque le pide a gritos el pueblo sanguinario, que, como en todas partes, el Nazareno muera-, ni con cajones viejos simular un calvario, ni fingir la agonía de un Cristo de madera. Y hay su alarma en el pueblo. La puerta del zaguán del que llaman “curato” está toda invadida. Andan todos los indios que vienen y van. Temen que el Nazareno vaya a salir con vida por las delicadezas del padre Capellán. Y este pobre, ni modo de apaciguar la gente que con ruegos injustos lo azozobra y lo abruma. Por única respuesta, a cada impertinente vuélvele las espaldas, déjalo en el batiente y fuma, fuma, fuma... Vé y habla por teléfono, hermano sacristán. Avisa al señor cura de lo que el pueblo quiere. Díle que estoy enfermo y que si no se muere hoy mismo Jesucristo aquí, en Amatitán, me linchan, que no hay duda; y que me considere.


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BOLAÑOS Llegué a pensar que en tu horizonte brillan menos estrellas que en el cielo mío... ¡Insensato de mí...! pensé tal cosa sin asomarme al fondo de tu río. Si Dios quiso, al pensar en tu existencia, estrechar tu horizonte con montañas, puso, en cambio, luceros en el fondo del pedazo de mar en que te bañas. De seguro el espíritu cansado, en tus noches magníficas y bellas más en el cielo pensará: ¿no dicen que son islas celestes las estrellas...?


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LOS MISERABLES Cuando llegue a tus puertas un mendigo míralo con amor; si no ledas un mendrugo de pan. Llora siquiera, que las lágrimas valen mucho más. No lo insultes: advierte que es la imagen del Dios transfigurado en el Tabor; no lo desprecies, mira que al pedirte se le cubre la cara de rubor. ¡Pobrecillo...! ¡Se viste con harapos y se avergüenza tanto si lo ves...! Lleva en sus ojos lágrimas y lleva manchas de sangre en sus desnudos pies. ¿Ves a ese anciano de cabeza blanca que tiembla y que se apoya en su bastón, y que llora en silencio y muere de hambre...? Dale tu pan y tenle compasión. Ya lo conocerás. Cuando te acerques a las puertas del cielo, con placer oirás a Dios decirte: “entra en mi gozo, hambre tuve y me diste de comer”... Ancianos que imploráis de puerta en puerta el pan de la bendita caridad; mártires condenados a las lágrimas porque os dijo el Señor “¡Sufrid! ¡Llorad!”... Doncellas desvalidas que nacisteis sin amparo, ni luz ni porvenir; vírgenes blancas que vivís llorando, sin un trozo de pan para vivir.


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Niños desnudos, ángeles mendigos, sonrisas moribundas de dolor... huérfanos que acaricia la desgracia, con besos que jamás tienen calor... Pasad todos llorando ante mis vista, que yo os daré una lágrima al pasar: quiero ver mas de cerca al desgraciado, para abrirle mis brazos y llorar... ¿Os sonrojáis...? También yo soy mendigo; pasad ante mi vista y lloraré; quiero que Dios me diga: “Soy tu premio, porque te vi llorar cuando lloré”.



La letra y la sangre: Alfredo R. Placencia Tiraje: 1000 se terminó de imprimir en mayo de 2014 en los talleres gråficos de Amateditorial, S.A. de C. V. Madero 616, Centro Guadalajara, Jalisco Tel–fax: 36120751 36120068 amateditorial@gmail.com www.amateeditorial.com.mx


Módulo de Cuquío Coordinación de Vinculación y Servicio Social Seminario de Guadalajara


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