el reverso 12

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Fanzine EL REVERSO: año 4 / número 12 / Buenos Aires, Argentina 2020 Arte, diseño e ilustraciones: KB ediciones Autor: Miguel Angel Fuchs

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La palabra vacĂ­a

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En la vereda una hormiga camina sobre las sombras que se superponen: hojas que el viento mueve, nubes de paso lento. Todo mezclado en la proyecciรณn alargada de las personas que me atraviesan y me tapan el sol. Por un segundo la fragilidad de la luz teje el piso con diferentes grises que no dejan de cambiar mi (in)quietud.

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Nada nos obliga solo el sufrimiento del otro, dice una pared mientras busco identificar el nombre y la altura de la calle en donde me encuentro.

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Un gato negro cruza sobre las líneas de la peatonal aparece, desaparece, aparece de nuevo. Sobre el tejado de una casa una pelota de fútbol rebota y cae, pero no veo quién juega. Pasé por la misma esquina a la semana y la pelota esta trabada entre una teja y la chimenea. Las cosas siempre se repiten con alguna variación.

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Camino por la avenida repleta de locales a la hora en la que bajan sus cortinas, ruido metálico tras ruido mecánico, escucho palabras de alegría por comenzar el regreso a casa donde podrán descansar de esos ciclos que se repiten.

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Vi, desde el colectivo en la puerta de entrada de una casa, debajo del farol sobre el primer escalón del umbral, vi un abrazo bien dado. Como unidos en una sola figura se expandían, con solo dos manos y dos brazos El semáforo cambió y esto pudo haber sido una despedida, un reencuentro o una mala noticia.

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En la terraza de enfrente hay una puerta blanca sobre una estructura triangular con ladrillos a la vista. Tiene una ventana, no distingo si tiene vidrios negros. La lluvia golpea, los colores son como una foto monocromática desteñida por el tiempo. ¿Será el agua que desacelera mis pensamientos y puedo ver por primera vez la salida que siempre estuvo ahí? ¿Dónde estará la llave? En días así permanece cerrada. El árbol de enfrente se mueve con violencia, me distraigo, pienso que se parece a la típica imagen de un pogo visto desde arriba. Me pregunto si las nubes están boca abajo, si sienten el alivio de observarlo todo desde la misma perspectiva. Paró la tormenta y debajo de algunas superficies las gotas quedan suspendidas, aferradas resisten congelando el movimiento ¿Se ocultan de la gravedad? ¿Es la hoja de la planta quien la refugia o sin permiso se agarran desesperadamente? En la baranda de mi balcón parecen formar una guirnalda de lucecitas blancas como marcando un camino.

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Para dejar que me atraviese el momento de felicidad subo las manos hacia arriba como queriendo que me envuelva, siento a mi cuerpo que se expande al unirme a lo otro, mirando diferente. Veo a mi hijo sonreĂ­r mientras en su gesto me pide que lo levante en brazos.

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Todo lo que me mantiene vivo parece estar muerto: la comida, el aire, las palabras.

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PreferĂ­a leer diarios viejos, porque de esa manera no se amarga la vida.

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Tu mirada es como una pregunta que jamรกs se me ocurriรณ.

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Mis pensamientos se expanden como el humo despuĂŠs de quemar romero sobre un carbĂłn encendido, dentro de un cuenco que resiste el peso de las palabras y las cenizas.

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Como una piedra que cede a lo que la rodea, me quiebro. Desde mi garganta comienza el viento y el agua a cambiar mi voz, con el tiempo algo nuevo se vuelve a partir.

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El sol ha llegado a la mitad de su vida. Nadie festeja.

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Miro la neblina caer desde el cielo como si fuera vapor me pregunto si la noche puso a hervir las estrellas.

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Como si fueran moretones miro las nubes inmรณviles envueltas en colores violetas y con la claridad de los atardeceres que no se repiten, recuerdo una manera de sanar.

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Años luz Si un agujero que no se ve hace que todo gire a su alrededor ¿con qué sentido seguimos sufriendo?

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Le cuesta mucho al dolor ponerme palabras.

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Mientras me duermo la tarde deja caer sobre mi ventana bordes naranjas del sol que se va; como un cuerpo que se arroja a mi lado, el canto de un pรกjaro sobresale del aire acondicionado, el sorbo de un mate donde no hay nadie a quien mirar.

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Como si la noche pudiera habitarla por completo agiganta mi cama. Me acuesto de un solo lado le reservo el lugar al cuerpo ausente

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La fuerza del trueno me despertó: una tapa de plástico se cae los vidrios soportan la vibración, a la vez, el celular tu mensaje, la advertencia sobre un apagón eléctrico que nadie sabe cuánto durará. Cuando apenas quede un poco de energía ¿a quién escribirle un último mensaje?

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Hoy encontré una astilla de la botella que se rompió hace un año, la levante sin miedo como si el tiempo volviera menos filosas las partes, pero la sangre brotó y manchó los rincones señalando que todavía existe lo que no quise ver.

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Me susurrás todas las estructuras que la luz de la calle me permite ver en invierno. Con el movimiento de tus ramas te metés por la ventana y distingo el color de los nuevos brotes. En los días de verano encandilás todo mi cuarto resucitando sobre las hojas todo lo que sigue su ciclo.

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Sobre la rama del árbol hay una paloma quieta y mojada, desde la ventana de mi cuarto quiero saber si tiene frío, si podrá volar en unas horas si entenderá que me hace sentir menos solo.

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La tormenta se insinúa y con el viento advierte lo que debería venir. Te veo dormir inmóvil como si supieras que el cielo empezó a caer. En el balcón del edificio de enfrente un hombre barre hacia afuera toda el agua que podría dañar su piso de madera. Por suerte la cerámica no se pudre y buscando algo que cuidar solo corrí tu skate. Miro para abajo y las luces de la cuidad sobre el pavimento forman figuras que tiemblan.

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Pienso en comprarme una bicicleta pero ya tengo tres. La puerta de la heladera no cierra y sostengo seis bandejas de carne en mi mano. El trámite de la jubilación se aprobó el mismo miércoles que estábamos en el velorio. Hablo con mamá, algo está mal en su cuerpo me despierto gritando su nombre cuatro veces.

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Desde la cuidad no se percibe el eclipse de sol que está sucediendo, las estructuras tapan el horizonte. En mi box intento trabajar, pero mis ojos están puestos en la franja de luz que entra desde la ventana y dibuja sobre la alfombra rectángulos. En la intensidad del color, busco cambios, deseando que se apaguen. De repente una partícula gira a mi alrededor, flota y cae lentamente en el escritorio, volteo hacia las luces del techo y aparece un paisaje como si comenzara a nevar sobre mi cabeza las soplo, se desordenan, hacen remolinos y como un niño, juego, no necesito la explicación para disfrutar de lo inesperado. Regreso la mirada, el cielo está completamente oscuro.

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Una tormenta ataca mi pecho como si fuera una bolsa de boxeo, que se hunde y vuelve a su lugar para recibir otro golpe, como llorar entre las góndolas del supermercado, quedarme quieto a pesar de las ganas de salir corriendo, pagar, caminar hasta mi casa pensando en la muerte, ordenar todo diferenciando lo que necesita frío, abrir la heladera mientras las lágrimas caen sobre un código de barras que determina el precio según su peso y procedencia.

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Para protegerse del sol una planta saca espinas cuando todo se vuelve frío y seco. A kilómetros de distancia, otra, desde el suelo ensancha sus hojas para tener más chances de captar la luz en una selva de techo cerrado. En mi balcón tengo las macetas rotas y la tierra vuela empujada por el viento a ocupar otros lugares mientras veo las raíces sujetándose para sobrevivir.

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El tender en el baño la ropa en la cama el respaldo que se cae y toca el piso lleno de pelusas de gato. Querés preguntarme y no entiendo el lenguaje encerrado dentro de un cuerpo sin ventanas, el miedo es el aire pero no puedo mover los extremos ¿con quién hablás? no intentes llenar lo que se fue, un hueco no es algo que te falta es el límite que te da nombre.

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