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Fanzine EL REVERSO: año 2 / número 9 / Buenos Aires, Argentina 2018 Diseño e ilustraciones: KB ediciones Autor: Miguel Angel Fuchs

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1 Atendí, me preguntaste por la salud de mamá. Contesté mirando el reloj, que todavía dormía. En el mismo movimiento de colgar, escuché que me llamaba a gritos. La vi parada junto a la cama mirándolo. 2 Tocaron el timbre, y no dudé en abrazarlo tan fuerte como pude. Después me enteré que era un compañero del trabajo de papá. Nunca, supe su nombre. 3 ¿Dejaste de tomar las pastillas para comprar las de ella? ¿No soportaste ver su pelo caer?

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Te acomodaste el pelo y me miraste. Titubeando dijiste eso que hay que decir: mí más sentido pésame. Y el beso en la mejilla. Uno tras otro se repite en fila.

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El amanecer llega con la variedad de sus sombras, deformĂĄndome.

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En su camino hacia el suelo mi corazรณn destroza todo.

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Al año de tu muerte hicieron un acto en el colegio dónde habías trabajado los últimos 46 años. En el patio plantaron un árbol con una placa que lleva tu nombre. Los chicos del jardín se tomaron las manos dieron vueltas en círculos y cantaron. Buscaron una forma de que entendieran porque ya no aparecías para limpiar sus aulas.

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Desde mis huesos nacen hojas que en otoĂąo se acumulan en mis pies. Los dĂ­as de lluvia es imposible caminar no por el ruido de lo muerto sino por su peso.

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Le tengo miedo a los relojes con la misma intensidad que a la muerte.

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De mi viejo me quedĂł la costumbre de llevar al supermercado una lista de todo lo que necesito. Mientras camino por los pasillos tacho cada cosa que encuentro. En la caja, vuelvo a repasar cada producto. Una Ăşltima forma de prevenir un error.

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En mi casa se han formado pantanos. Camino a la cocina miro por la ventana y veo que hay tanto barro afuera como adentro.

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Mientras recuerdo el Ăşltimo abrazo, empujo hasta el desagĂźe lo que el agua, no se pudo llevar. Miro la oscuridad en la que caen los restos y para que nada quede esta vez, mejor dejo abierta la canilla.

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El tiempo tiene el tamaĂąo y la distancia que hay entre mis pensamientos

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Un bichito de luz aparece entre los árboles. Recuerdo mi niñez en Entre Ríos atrapándolos, para que brillen entre mis manos.

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Jugar al futbol hasta ya no poder distinguirnos entre nosotros.

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A la birome Bic azul le cruzo la regla de diez centímetros trabándola con la tapita blanca formando una cruz. Así se enciende el motor del avión y salimos de casa para la escuela. Una de mis manos agarra a mi mamá, la otra esquiva rejas y ramas. Las alas firmes soportan el salto de una vereda a la otra. Solo puedo dejarme llevar con la mirada fija en cada movimiento. La puerta de entrada aparece de golpe, un beso y entro corriendo sin mirar atrás.

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La casa que era de mis padres tiene una fisura que pasa de pared a pared. Una lĂ­nea recta que se impone fruto del olvido y de los movimientos. No soporto la incertidumbre de lo deteriorado, preferirĂ­a la niebla que deja la caĂ­da.

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te q te qur ero asi a los tropezones te quiero.

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Tiraste rĂĄpido la yerba dentro del mate, la luz por la ventana cambio la velocidad y no te diste cuenta como se transformĂł el aire en un paisaje de polvo jugando sobre sĂ­ mismo.

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Nunca los besos se dan en la piel

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QuizĂĄs imaginabas lo que podrĂ­a pasar entre nosotros, mientras leĂ­as un cuento te vi llorar por una guerra que ya nadie recuerda. Te escuche intentar decir con exactitud el nombre de una ciudad japonesa.

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Creí que no habías visto los mensajes, por algo sobrenatural que había pasado. Imagine que tomábamos Fernet con pomelo y nos besábamos en la escalera de casa. Tarde en darme cuenta que todo terminó como ese instante en el que sonreíste por algo que alguna vez te causo gracia.

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Querías explicarme cómo fotografiar astros, hablaste de apuntar la cámara en la mayor oscuridad posible. Gritamos, con cada estrella fugaz y en silencio recordé, que la tierra se mueve aunque no lo percibamos.

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El simulacro de una danza se repite en cada parada de colectivo de esta larga avenida. Consiste en bajar a la calle dar unos pasos, estirar el cuello, buscar con la mirada y con resignaciรณn, volver al lugar original. Algunos miran el reloj, insultan por lo bajo, con cara de preocupaciรณn te miran como quien te invita a bailar.

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El colectivo gira formando un ángulo que desconozco debajo de mis pies. Una maquinaria de ejes se mueve y no sé cómo funciona. Miro hacia afuera esperando que todo cambie de dirección.

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Sentarme sin repetir el gesto de sacar el celular o agarrar una revista. Bancarme el silencio en la sala de espera. ¿Puedo reconstruirme en el reflejo del vidrio? ¿Cuál de mis ojos pierde más rápido la visión?

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Si algo se rompe, lo abro, lo desarmo. Trato de descubrir cรณmo son los mecanismos. A veces lo hago cuando las cosas andan bien. Siempre, sobra una parte.

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Desde el colectivo miro los edificios cambiar sus formas. Pero en los balcones algo se repite: una mesa dos sillas. ÂżQuĂŠ muebles se necesitan para ocupar los lugares vacĂ­os?

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Una frenada de neumĂĄticos contra el asfalto. El sonido se extiende hasta que finalmente llega el golpe: lo inevitable ocurre aun cuando no estamos ahĂ­.

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Me pregunta si la entiendo: sobre el miedo a que le roben todo, a quedarse vacĂ­a. De los aĂąos acumulados en la espalda, en cada sacrificio. Insiste en que no va a poder pegar un ojo en toda la noche, por el sistema de alarma que no anda, quisiera decirle que todo va a estar bien y abrazarla, pero solo me queda darle un nĂşmero de reclamo.

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Busco mi Ăşltima pisada. Y no puedo estar seguro si deje una marca.

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En el verano, a los pocos minutos de apoyar los cubiertos sobre el secaplatos, puedo guardarlos en su lugar. Durante el invierno, odio que después de varias horas, todavía estén mojados. Podría secarlos con el repasador, pero necesito, no tener el control sobre algunas cosas.

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Apago las luces y empiezo a girar de un lado a otro, hasta encontrar la posiciĂłn en la que logro cerrar los ojos. A travĂŠs del oĂ­do que se apoya sobre la almohada escucho que me llaman por mi nombre.

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No me miro en los espejos porque no me gusta pensar que no estoy solo.

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En mi cuarto no hay ventanas, al lado de la puerta abierta, se refleja un cuadrado de luz. Su contorno definido reduce la pared a ese tamaĂąo donde reconozco su color, su textura, mi ubicaciĂłn, mi cuerpo.

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El ruido de alguien fregando me despierta, por la ventana entra una luz desde otro departamento. ÂżQuĂŠ estarĂĄ tan impregnado para necesitar lavarlo de madrugada?

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