Valencia Misionera Abril - Junio

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FUNDACIÓN AD GENTES

¡Bienaventurados! Cuando nos dijeron que esta Valencia Misionera cumplía 150 números, pensamos: ¿dónde estaba la Fundación Ad Gentes hace 150 números? Normalmente aprovechamos estas páginas para presentaros alguno de nuestros proyectos: ¿qué proyectos teníamos en marcha hace 150 números? Habida cuenta de que la revista nació en 1984 y de que D. Agustín García-Gasco, el Arzobispo que erigió la Fundación Ad Gentes llegó a nuestra diócesis en 1992 y nuestra Fundación no nació hasta 1998, pues… Nosotros llevamos compartiendo los últimos veintitrés, que tampoco está tan mal. Durante estos años compartidos, hemos podido experimentar la vida que late en la obra misionera de nuestra iglesia local, la misma que se expresa en estas páginas y que se extiende a lo largo y ancho de nuestro planeta gracias a que hoy, como hace dos mil años, muchos han escuchado la Palabra del Señor cuando dijo: “id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15).

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Esa vida misionera se traduce en que cada vez más personas conocen la voluntad de Dios de llevar a los hombres a la felicidad. Justamente esa promesa de la felicidad, expresada en las Bienaventuranzas, es el centro de la predicación de Jesús, recogiendo las promesas hechas al pueblo elegido y perfeccionándolas en orden a la posesión del Renio de los cielos. Las encontramos en el comienzo del Sermón de la Montaña (Mt 5,1-12a), donde se nos dice que seremos felices, indicándonos la condición para ello y, finalmente, dándonos una promesa. El motivo de la felicidad no está en la condición (“pobres de espíritu”, “afligidos”, “hambre y sed de justicia”), sino en la sucesiva promesa, siempre que la condición se reciba, desde la fe, como don de Dios. La realidad de dificultad y aflicción es vista en una perspectiva nueva y experimentada según la conversión: no es bienaventurado si no se ha convertido, porque no podrá apreciar y vivir los dones de Dios (Francisco, Ángelus del 29 de enero de 2017). ¿Hemos visto nosotros a esos pobres de espíritu, a esos mansos, afligidos, hambrientos y sedientos de justicia, misericordiosos, limpios de corazón, buscadores de paz, perseguidos, injuriados…? Pues, ¿cómo no habíamos de verlos, mirando treinta y siete años de vida misionera desde las páginas de esta revista?


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