(2017) Moi Non Plus - La máquina hetero-patriarcal ta[n]bién funciona chirriando

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La máquina hetero-patriarcal tA(n)bién funciona chirriando

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la mĂĄquina hetero-

patriarcal ta[n]biĂŠn funciona

chirriando


la mĂĄquina hetero-patriarcal ta[n]biĂŠn funciona chirriando


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¿Cuál es el problema? ¡Las relaciones sociales!

[1] Queremos preguntarnos si no será que hay una «FORMA» de organización social y productiva, cuya naturaleza es hetero-patriarcal y sexista y machista y racista, y... etc.

[2] O lo que es lo mismo, queremos preguntarnos si no será que estas RELACIONES SOCIALES de mierda que tenemos y en las que se nos entrampa —violentas, abusivas, represivas, de explotación y opresión, de encarcelamientos por defendernos, de abusos, discriminación, violación, femicidios, travesticidios, genocidios, etnocidios, ecocidios, clasismo y exclusión (de un sexo hacia todos los demás, de un género hacia todos los demás, de una raza, una etnia y una religión y una clase hacia todas las demás)— son INMANENTES (y no un mero ‘accidente’) a una determinada «forma» (histórica) de organización social y productiva, que llamamos ‘Estado-nación’, y a su «modo de producción», que llamamos Capitalismo (su ‘hermano siamés’).

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[3] O lo que es lo mismo, queremos preguntarnos si no será que, en su raíz misma, el hetero-patriarcado (y el sexismo y el machismo y el racismo, y...), lejos de ser solamente un simple problema de «CONTENIDO» —solamente un asunto de leyes, valores y costumbres “retrógradas”, de educación “atrasada”, de “falta” de educación, de “falsa conciencia” heredada por la “ideología” clasista dominante—, es más bien y ANTES que nada un problema inherente a la «FORMA» misma de organizar las relaciones sociales productivas y reproductivas (así como la producción y reproducción social de dichas relaciones): «forma» que es invisible e inaudible pero que no cae del cielo, sino que es a la vez constituida y constituyente, producida y productora de realidad; «forma» sostenida y perpetuada sobre la base de una disimétrica, violenta, alienante y opresiva división sexual, de género, racial, étnica, clasista, etaria, estética de las fuerzas productivas de los cuerpos, es decir, del trabajo (productivo y reproductivo, asalariado y no-asalariado, privado y estatal, social y libidinal, y en términos de subordinación, de mando y obediencia). —Un problema inherente a la manera o el modo como una sociedad [re] produce (organiza) todas las relaciones sociales productivas y re-productivas (prácticas) cotidianas: en la cama, en la casa, en la familia, en la pareja, en la conyugalidad, en la amistad, en el trabajo, en el grupo, en la orga, en el Partido, en las «instituciones» estatales y privadas (en el sistema educativo,

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desde el jardín hasta la universidad y más, en el sistema de Salud, deporte, ayuda social, etc.); en todos lados y a todos los niveles.

[4] Semejante «forma-organización» (semejante «diagrama» histórico y concreto de relaciones sociales de poder) ha sido capaz de actualizarse, de materializarse, de reproducirse (hacer[se] Real), y de sobrevivir en y por los Estado-nación actualmente existentes en todo el globo terráqueo (incluidos los “socialismos reales” y los intitulados “populismos de izquierda latinoamericanos”), en y por el Capitalismo Mundial Integrado (del cual los diversos Estados-nación, grandes o pequeños, no son sino su «modelo de realización»). Porque, ¿qué son el ‘Estado-nación’ y el ‘Capitalismo’ sino precisamente relaciones sociales?

[5] Si algo de esto es cierto…, entonces ‘patriarcal’, ‘hetero-patriarcal’, ‘machista’, ‘sexista’, ‘homofóbicx’, ‘transfóbicx’, ‘lesbofóbicx’, ‘racista’, ‘colonial’ (&etcs.) no son, únicamente, adjetivos calificativos con los que señalar y acusar (calificar, encuadrar, encasillar) a individuos y personas singulares —¡aún cuando en situaciones concretas ello pueda y deba hacerse!. Antes que nada, y por encima de todo, son palabras y conceptos que expresan relaciones y modos de relacionarnos (que expresan los modos como dichos individuos y personas se conectan unxs con otrxs). Por lo tanto, ‘patriarcal’, ‘hetero-patriarcal’, ‘machista’, ‘sexista’, ‘homofóbicx’, ‘transfóbicx’, ‘lesbofóbicx’, ‘racista’, ‘colonial’ (&etcs.) nos remiten directamente al modo como hemos organizado y seguimos organizando toda nuestra vida social, pública, familiar, conyugal, sexual, libidinal, pedagógica, laboral, asalariada, “domestica”, productiva, reproductiva. ¡Nos remiten y nos hablan de nuestra «forma-organización»!. Son conceptos funcionales, operativos, prácticos: nos hablan de nuestro hacer y vivir cotidianos, de nuestras propias prácticas teóricas, afectivas, políticas, organizativas, que nos atraviesan y que reproducimos día a día, más o menos inadvertidamente, más o menos gozosamente. El primer sentido o uso (como adjetivos calificativos) remite a individuos concretos que cometen actos concretos, que repudiamos y queremos denunciar, combatir, abolir; pero no nos permite avanzar más. El segundo sentido…, nos remite precisamente a estas relaciones sociales que son el Estado-nación y el Capitalismo y la familia nuclear y privatizada (como célula de [re]producción económica social y libidinal, en la que ambos se apoyan) como modos de vida, de existencia, de producción de nuestra

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No es un problema de ‘buena onda’ o buena voluntad (I)


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subjetivación, de nuestra individuación, de nuestros sexos, nuestros géneros, nuestros deseo/inconsciente, etc. ¿Vamos a desconectar un uso del otro (cayendo en una operación de mistificación); o más bien vamos a «combatir la estupidez», a problematizar las continuidades del uno al otro, las mutuas dependencias, los compromisos y las complicidades?

Y si verdaderamente queremos problematizar esas continuidades, ¿no nos obligaría ello a entablar(nos) un doble combate radical, contra todos los poderes? Contra los poderes de “afuera”: los del mercado, los del Estado y sus «instituciones» (y sus gobiernos), los del partido y la clase dominantes, los del sexo, el género, la raza y la etnia dominantes; pero también los de “adentro”, que todxs nosotrxs reproducimos y arrastramos: nuestros microfascismos, micro-machismos, micro-falocratismos, etc. ¡La buena onda nos importa tan poco como el amor romántico!; —y sin embargo, no hay otro camino que activarnos y afectarnos mutuamente de alegría (sororidad): pero la alegría nadie la «tiene» de antemano (es una potencia y una fuerza, un devenir, no una ‘propiedad’), sino que por el contrario hay que hacerla devenir colectivamente. Pero este devenir-colectivamente depende del modo («forma») de organización. No nos importa otra cosa que el modo de organización: lo que hacemos, cómo lo hacemos, y para qué lo hacemos.

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Porque, ¿cuántos militantes que se adjetivan como ‘progresistas’, revolucionarios, marxistas, libertarios, autonomistas, socialistas, anarquistas, anarco-socialistas, cuántos varones que se dicen “anti-patriarcales” (al nivel del discurso y del interés consciente, en sus “consignas”) no re-producen, en sus prácticas más cotidianas (políticas, organizativas, sexuales, conyugales, afectivas, libidinales) la «forma» que dicen aborrecer y combatir? Pregunta que también las compañeras debemos hacernos. Si lo que se dice no se condice con lo que se hace, no basta solo con acusar a los individuos (sermonear, pontificar, moralizar), ¡hay que analizar(nos) colectivamente qué estamos haciendo, cómo lo estamos haciendo (¿qué diagrama organizativo, qué prácticas, qué relaciones de poder estamos poniendo en práctica aún en las cosas más pequeñas?), y para qué! Porque las ‘personas’ somos una derivada de las relaciones sociales. Pero, ¿en cuántas orgas existen estos dispositivos que habiliten un análisis colectivo y horizontal, y en serio? Y si no existen… ¿no será, precisamente, que la forma-organización que rige en ellas NO los habilita, los obtura? O dicho a la inversa, ¿no será que la forma-organización que rige no habilita más que verticalidades, jetoneos, jefecillos, burocracias afectivas, paranoias, chusmeríos, psicopateos, micro-explotaciones y micro-opresiones…?

Y si alguien osa plantear estos problemas (“compañerxs, revisemos qué estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo, qué estamos pensando y cómo lo estamos pensando”), ¿no es esperable que sea tildadx de traidor/a, burgués, gorila, subjetivista, individualista, que mete palos en la rueda, que “le hace el juego a…”? Las feministas más radicales vienen denunciando

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miserias de este tipo (en sus palabras: «el componente patriarcal del marxismo») desde los años 60’s y 70’s: las agrupaciones y partidos marxistas tradicionales tildaban a sus críticas a la economía-política y sus análisis sobre cómo el trabajo reproductivo y doméstico es productor de «valor», de reaccionarias, burguesas, individualistas; por no remontarnos en el tiempo, por ejemplo, al ninguneo del macho-Lenin cuando se enteró (en su entrevista de 1920 con Clara Zetkin) cuáles eran los temas y problemas que se discutían en los grupos feministas (sexualidad, matrimonio, prostitución). ¡Escándalo! —y ni qué hablar del progresismo bienpensante, “popular”, y el keynesianismo reformista…

La forma-organización (y las condiciones materiales inmanentes) escupe sus propias “conductas” y “voluntades”, sus propias “subjetividades” militantes; es producida-por y a la vez productora de realidad económica (al nivel social y libidinal, deseante). Y no podremos deshacernos ni abolir las conductas y las ideas machistas, racistas, hetero-patriarcales dominantes que nos entrampan…, sin poner(nos) en cuestión toda nuestra «forma-organización» y todo nuestro sistema y «modo de producción», en el exterior y en nosotros mismos; y sin poner(nos) en cuestión, por lo tanto, todas nuestras relaciones sociales que (re)producen y viralizan esta «forma-organización» que se basa en una disimétrica, violenta, alienante y opresiva división sexual, de género, racial, étnica, clasista, etaria, estética de las fuerzas productivas de los cuerpos, es decir, del trabajo (productivo y reproductivo, asalariado y no-asalariado, privado y estatal, social y libidinal, y en términos de subordinación, de mando y obediencia); y que se manifiesta en verticalidades y burocracias institucionales y afectivas de todo tipo.

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La táctica de pedagogismo militante bien intencionado que solo pasa por una lucha ideológica entendida como un mero “hacernos mejores”, “ser más tolerantes”, “apoyar a las compañeras”, desarrollar un mayor “nivel de conciencia proletaria” (ahora aggiornado mecánicamente con el agregado: “…y de conciencia anti-patriarcal”), debe ser fuertemente puesta en cuestión, porque dejan intactos (en las prácticas reales, es decir, en las relaciones sociales tal y como funcionan y conectan a los cuerpos y los deseos) a todos los poderes machistas, sexistas, patriarcales dominantes (incluidos los que operan al interior de las orgas mismas).


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Contra-atacando desde la cocina… del Cine [6] Nosotrxs no queremos contentarnos con el camino fácil y cómodo de agitar giros, palabras, consignas, símbolos, signos, imágenes, colores, estéticas, tramas (de guión) que se imponen en la jerga social, sino que queremos avanzar hacia la esfera de una crítica que haga visibles y audibles las relaciones sociales de producción (las formas sociales) y a los modos de producción; —y dicho sea de paso, un «Cine» que sólo agite por la pantalla “consignas” y “contenidos” ideológicos, pero nunca se detenga a problematizar las propias prácticas (y las relaciones) productivas —profundamente machistas, sexistas, racistas, etarias, clasistas, esteticistas, etc.— que funcionan y con las que se rige toda la entera ‘Industria Audiovisual’ (Institutos de Cine incluidos), nos parece un Cine reactivo e impotente, fetichista, que sólo interpreta pero no transforma la realidad. Es necesario hacer también una crítica a la producción de valor y plus-valor en el terreno de la economía-política de las imágenes, los sonidos, los signos…

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[6.a] No sólo criticamos el patético mercantilismo en el que se nos obliga a jugar, la miserable competencia en la que se nos entrampa y la verticalidad nefasta que se nos obliga a respetar sin chistar: la cadena esclavista de mando que va desde las actividades técnicas más anónimas, pasando por vestuarista, iluminador, sonidista, guionista, escaletista, productor, director de fotografía, hasta llegar al sublime Director del film…; es decir, no sólo criticamos toda la «forma-organización» del trabajo en el Cine, machista y sexista y racista por naturaleza (¡que en las universidades estatales y privadas, y todas las escuelas de cine se nos enseñan a alabar, a respetar, a aspirar y desear como destino profesional!), sino que criticamos las funciones, roles, y demás papeles alienantes a los que se nos reduce, una vez que las cosas han sido así organizadas. ¿O en qué funciones somos encajonadas, a qué roles y papeles somos empujadas las mujeres, trans, travestis, lesbianas, villeras, indígenas, minorías de todo tipo, en esta vil división sexual y sexista y racista y etaria y esteticista del trabajo audio-visual?, —horriblemente verticalista, dirigista, exclusivista, segregativa, y plagada de mixtificaciones como las del ‘don’ natural y el ‘genio’ artístico, de ‘especialistas-en’, ganadores de premios, etc., que hacen a la vida cotidiana de este reluciente y dorado mundo que llamamos “el cine argentino”, “el nuevo-nuevo cine argentino” (under o mainstream). Nuestro destino: peinadoras, vestuaristas, maquilladoras, secretarias o productoras sexys, actrices para ser dirigidas (y abusadas)… ¿Ser nosotras las realizadoras? Sólo si jugamos el juego de los machos, calcando el machismo dominante: sólo si retratamos a las mujeres, trans, travestis, lesbianas, villeras, indígenas, etc. (y a los hombres) tal y como los hombres nos quieren ver: como objetos sexuales, víctimas hermosas, mujeres sexys que luchan (sublimando fantasías masculinas), y un largo

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[6.b] Pero digamos, además, que todas estas prácticas las podemos encontrar también en ciertos modos y formas de intervenir (algunos dicen “retratar”), vía registros fotográficos o audiovisuales, tanto el pasado Paro Internacional de Mujeres, como las marchas y movilizaciones del ‘Ni Una Menos’ (por ejemplo, la del pasado 3 de junio), y todas las movilizaciones y las performances artísticas (las músicas, las danzas, los cantos, los rostros y cuerpos pintados, los gritos, las furias, las rabias, las alegrías) que en medio de ellas acontecen. Aunque se presenten y hagan circular su material en las redes sociales bajo el nombre de ‘colectivos’ de fotografía y demás, pensamos que más allá del nombre o rótulo que se (o nos) demos, lo fundamental es advertir cuáles son las relaciones que se emplazan a la hora de intervenir: y esas relaciones acontecen en niveles heterogéneos pero complementarios; —por ejemplo, suponen no sólo las relaciones productivas que se trazan entre los integrantes del colectivo o grupo, sino también la relación entre éstos y los elementos técnicos que utilizan (cámara fotográfica, cámara de video, drone, celular, micrófono, etc.), como así también la relación que ambos (sujetos + elementos técnicos) trazan con el acontecimiento que quieren “retratar” (donde “retratar” indica ya una manera muy particular de engancharse a la situación concreta). Todas estas variables relacionales, y muchas otras más, son para nosotrxs ya un índice de todo un régimen económico de [re]producción de imágenes y sonidos (y de deseo), y por lo tanto, implican ya toda una manera de valorar, de extraerles un «sentido» y un «valor» a las imágenes y sonidos (a los acontecimientos sociales), y al mismo tiempo, toda una manera de capturar y entrampar a dichos acontecimientos, reduciéndolos a la lógica dominante (machista, sexista, racial, estetizante, normalizante, etc.). ¡Cuántos registros de las marchas no acaban pareciéndose inadvertidamente, a causa de los modos mismos de expresión y semiotización, a las más comunes publicidades, reproduciendo la forma-massmediática! Sin duda…, todo esto nos muestra cómo las instituciones sociales, incluidas las escuelas y universidades de Cine, verdaderamente funcionan como un poder de normalización tremendamente efectivo. Nosotrxs como colectivo audiovisual hemos intervenido y también nos hemos enganchado a esos acontecimientos; y lo hemos hecho no registrando al azar o espontáneamente: buscábamos algo, cuyo carácter es profundamente político. Buscábamos engancharnos y sumergirnos en una corriente eléctrica insumisa, rebelde, llena de gritos de rabia (“¡Basta de matarnos, juzgarnos, enjuiciarnos, encarcelarnos, violarnos, abusarnos,

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etcétera. ¿Escribir, guionar, narrar? Sólo si obedecemos (está claro que no hace falta que un individuo concreto nos baje la orden, desde el momento en que el diagrama de relaciones y funciones ya está organizado por ellos) las directrices que definen cómo deben ser las tramas, las estructuras de guión, las historias, los personajes y la psicología de los mismos, y demás variables (que capturan nuestras potencias creativas) ya pensadas por los geniales varones, poniéndonos a calcar…; y así.


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suicidarnos, enloquecernos, discriminarnos!”), y también de alegría, de lucha, reivindicaciones y exigencias. Nuestra cámara no es trascendente al acontecimiento porque no lo registramos desde afuera: cámara fija y elevada en el techo de un móvil de TV; drone volador para dar cuenta de lo cuantitativo del movimiento; equipo de filmación que llega y se va sin haber entrado ni respirado nunca en su atmosfera vital; tomas y secuencias cortas y efímeras para mejor alimentar el minuto-a-minuto televisivo, o de video de Facebook o Instagram; etc. Todo lo contrario: una cámara no es exterior al acontecimiento (ojo y oído trascendente, Juicio de Dios) cuando no le impone ni un registro, ni un guión/programa exterior, ni una temporalidad mercantil/burocrática, —sino que camina-entre, y al ras, atravesando, rozando y dejándose rozar, tocar y afectar; no “acompaña” a las mujeres, lesbianas, trans, travestis, movimientos indígenas, etc., sino que busca estar-en el movimiento, devenir en y con él: caminando-registrando experimentaciones, cantos y músicas, broncas, luchas, alegrías, organizaciones, activaciones, performances, y exigencias (nunca súplicas)1.

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A partir de aquí, podemos hacernos estas preguntas con el fin de abrir(nos) problemas; una vez más, no de cara a los individuos sino de cara al régimen de relaciones sociales [re]productivas que se emplazan entre ellos, y que como vimos arriba, supone muchos niveles: desde las relaciones de jerarquía y división sexual del trabajo entre lxs integrantes, hasta la manera como dicha división les impone diferentes relaciones con los elementos técnicos; y por lo tanto, las diferentes relaciones de lxs integrantes (que se encuentran en una misma locación) con el acontecimiento mismo. Pero además, también de cara a problematizar(nos) cómo y hasta qué punto dichas relaciones sociales productivas nos alejan (o no) del diagrama de poder machista, sexista, racista, patriarcal… que el propio acontecimiento buscaba abolir. Preguntas: ¿Bajo qué condiciones, entonces, los registros audiovisuales pueden ir a contrapelo respecto de la radicalidad de un movimiento y acontecimiento social? ¿Por qué en las marchas y movilizaciones de mujeres, lesbianas, trans, travestis nos hemos topado con grupos de filmación o fotografía (militantes) dirigidos por varones que daban órdenes de acá para allá? ¿Y quiénes harían luego el trabajo de edición y montaje? ¿Qué relación se traza con el acontecimiento cuando eso sucede? ¿Y qué espectador se construye? (pues la manera de hacer predetermina la manera de consumir). ¿Qué relación de poder (mediatizada por imágenes que presuntamente sólo “retratan” la realidad, sin agregarle nada) puede estar ocultándose cuando detrás de la cámara hay un ojode-varón, que mira con un deseo-de-varón? ¿Cómo obturar las capturas audiovisuales emplazadas desde una libido masculina machista, etc.? ¿Y a la vez, cómo deconstruir y darnos nuevas relaciones (entre nosotrxs y entre nosotrxs y los dispositivos técnicos y entre todo esto y los acontecimientos) 1 Remitimos a los tres registros documentales audio-visuales realizados por Carla Fleur: Paro Nacional de Mujeres (12:29 mins.), Paro Internacional de Mujeres (8M) (27:31 mins.), 3J Marcha: Ni Una Menos (20:51 mins.). Click para acceder.

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aún cuando se trate de un equipo de mujeres? ¿Cómo abolir una formaorganización, de expresividad y semiotización que no nos pertenece?

Y otra cosa más: rechazamos de plano toda forma de expresión que reduzca a las mujeres a un puro objeto estético “bello” que marcha por la calle como si fuera una vidriera, reproduciendo el canon machista y sexista de belleza (también existe ese machismo y sexismo de la imagen de la “mujer revolucionaria”); esto sucede cuando se filma o fotografía a mujeres separándolas y abstrayéndolas del acontecimiento mismo (la marcha en todo su movimiento), de la potencia colectiva que se ha emplazado, del agenciamiento colectivo que se ha organizado.

[7] Si algo de todo esto es cierto…, entonces quizá avancemos un paso en la comprensión de por qué no sólo el amplio espectro de los amantes y adoradores de la «forma-Estado» de organización de las relaciones sociales de producción (y de la producción social de relaciones), sino también muchos de sus detractores (anarquistas, autonomistas, libertarios, etc.), jamás avanzan hacia una crítica radical e inmanente (al nivel social y libidinal) de la «forma-organización» que subyace tanto al Estado-nación como a sus organizaciones o grupos; quedándose sólo con la cómoda moralina sacerdotal, mistificante y periodística de criticar los «contenidos», las “ideologías”, las (malas) actitudes, las (malas) costumbres, las (malas) palabras, los gestos, los “vicios”, es decir, las acciones y dicciones de los individuos singulares, las personas con nombre y apellido, —pero nunca las relaciones sociales (de las cuales los individuos somos simples ‘personificaciones’) en las que ellos mismos están inmersos, ora como “ciudadanos” del Estado, ora como “militantes” de sus orgas.

Y eso que ni entramos en las cuestiones de dinero…; por qué, de dónde, y cómo ingresa, por cuáles mecanismos; cómo se registran y controlan las entradas y salidas (¿se registran todas?), y quién tiene acceso a los registros; cómo y en qué se lo gasta, quién/es lo decide/n y cómo lo decide/n; cuáles son las “prioridades” en los gastos e inversiones, y quiénes establecen esas prioridades; y demás problemas casi siempre oscuros para la mayoría de los miembros. La opresión económica (en condiciones capitalistas de producción y propiedad), al doble nivel social y libidinal, es modulada y distribuida de múltiples maneras y sistemáticamente por el Estado, sí; —y además, es necesario seguir estudiando los desarrollos de la forma-dinero y su complejo funcionamiento en el capitalismo actual. Pero, ¿qué pasa con la opresión económica al interior de los grupos, las organizaciones, partidos,

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No es un problema de ‘buena onda’ o buena voluntad (II)


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colectivos, militancias, las parejas, las familias? ¿Y quiénes la ejercen sobre y contra quiénes? ¿Y qué relaciones sociales y organizativas actúan como condición de posibilidad de dicha opresión?

Un esfuerzo más, y avanzaríamos un paso en la comprensión de por qué más o menos inadvertidamente todas sus prácticas cotidianas (y de militancia incluida) se reducen y conducen básicamente al moralismo, al amiguismo, a la burocracia afectiva, al vanguardismo, al pedagogismo, a la bajada de línea, a la mesa chica. O sea, a prácticas dirigistas, jerarquistas y verticalistas, de división (afectiva, sexual, racial, étnica, etaria, de género) de roles, de acaparamiento (sexual, racial, étnica, etaria, de género) de funciones; a prácticas de competencia y de ganar (y ascender de) status vía jetoneo y pavoneo (de intelectual y académicx, de militante “cuadro probado”, de “especialista-en” cuestiones revolucionarias, etc.); es decir, a PRÁCTICAS cotidianas que en su origen y raíz son esencialmente de naturaleza machistas y sexistas, patriarcales y paternales, que muy a los tropezones logran encubrir y barnizar con discursos horizontalistas, rebeldes, libertarios, anti-macho (para el caso de los varones “con conciencia”), anti-partido, anti-Estado, etc. Decimos que una ‘posición consciente’ de interés revolucionaria puede coexistir con una ‘posición de deseo’ fascista, reaccionaria, machista, sexista, heteropatriarcal...

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[8] Burocracia afectiva (o el afecto pequeñx-jefx): es una relación social que acontece entre quienes se juntan y organizan reproduciendo en las prácticas (digan lo que digan con la boca o escriban con la mano o retraten con la cámara) la «forma-organización», el modo de relacionarse común todos los jefes, amos, patrones, jetones, o autoridad diversa. Y que se materializa y concretiza en acciones del tipo: arreglar primero entre “amigxs”, entre quienes “nos conocemos de antes”, o “nos caemos bien” o “pensamos parecido” o “leemos lo mismo”. Procedimiento que suele efectivizarse emplazando canales y vías de comunicación paralelos que sólo manejan y conocen unxs pocxs (a espaldas del resto), para recién bajar a lxs demás (aún cuando “bajar” se cubra de eufemismos como “abrir la discusión” o “socializar” u “horizontalizar” o “democratizar” o “asambleizar”), y en una segunda instancia, la decisión ya tomada. Conocemos bien esa farsa teatral de jugarla de demócrata y asamblearix por una vía donde participan todxs, y simultáneamente maquinar y palanquear por otra vía en la que participa la mesa chica del afecto y del interés. Pero “quienes nos caemos bien” es YA la confirmación (en el plano de la economía de los afectos) de que la atención y el deseo están puestos de antemano y por encima de todo en los ‘individuos’ y en las ‘personas singulares’ con nombre y apellido, filiación, etc., en lugar de estarlo en «lo que» se quiere hacer, en «cómo» se lo quiere hacer, y el «para qué» se lo quiere. Por eso la forma-Estado (que partidos, orgas y “colectivos” copian) es el modelo de la puesta en práctica de la burocracia afectiva, además de

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la evidente burocracia institucional (sindical, etc.); ambas se complementan para mejor atenazamiento de los deseos y los devenires-revolucionarios de las personas.

Por eso el amiguismo y el familiarismo (que suponen el individualismo y toda forma de personología individualizante) son la Moral de la «formaEstado» (que los partidos, los grupúsculos y las orgas jamás problematizan, reproduciéndola). Así como el vanguardismo de la mesa-chica y el dirigismo (el culto y el deseo de un líder, el amor y la admiración por los “especialistaen”) son la Religión mística que religa y cohesiona (conjuga) la maraña heterogénea y jerarquizada de individuos y personas (egos), de sexos, géneros, razas, etnias, edades, clases, y flujos de todo tipo. Y la servidumbre voluntaria (a los poderes establecidos) es la Economía (social y libidinal) que nos atraviesa a todxs. El capitalismo y la economía de mercado y para el mercado se encuentra a sus anchas ante estas relaciones, por naturaleza patriarcales, y encuentra en ellas un modelo de realización (se hace Real).

Entonces…,

Si la máquina hetero-patriarcal también funciona chirriando, no queda más que hacernos colectivamente nuevas prácticas organizativas, darnos nuevas relaciones sociales cuyo horizonte mediato e inmediato tienda a destruir y a hacer saltar por los aires la actual «forma-organización» existente de la economía social y libidinal (al nivel estatal y al nivel cotidiano, en nuestra inmediatez más cercana), al mismo tiempo que emplacen y construyan otras nuevas.

La emancipación de lxs productorxs sociales será obra de lxs poductorxs sociales mismxs. Sí. Pero la radicalidad sólo puede venir de las minorías de todo tipo (sexuales, raciales, de género, étnicas, de clase, de edad) y de los devenires-minoritarios de todxs nosotrxs, activando[nos] contra la «formaorganización» del Estado y del Capitalismo, es decir, de los diagramadores y reproductores de relaciones hetero-patriarcales, sexistas, machistas, racistas… Tales relaciones sociales opresivas y de explotación son anteriores y preceden al Estado-nación y al Capitalismo, —pero estos ‘hermanos siameses’ se sirven de ellas: pilotan, administran y modulan estas relaciones hetero-patriarcales, sexistas, machistas, racistas.

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…si queremos combatir al hetero-patriarcado (y el sexismo y el machismo y el racismo, y...), ¿vamos a seguir (en nuestras prácticas teóricas y políticas y organizativas y afectivas) RE-PRODUCIENDO la misma «forma» allí donde nos relacionamos y nos conectamos?


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De allí, el genocidio sistemático y cotidiano contra las mujeres, trans, travestis, homosexuales, lesbianas, indígenas, jóvenxs, y minorías (sexuales, raciales, étnicas, lingüísticas, etarias) de todo tipo; y también el ecocidio.

Si los medios de producción no nos pertenecen, es porque tampoco nuestros cuerpos, nuestros órganos, nuestros sexos, nuestras sexualidades, nuestros úteros, nuestros óvulos, nuestras afectividades, nuestro deseo (libido) nos pertenecen. Todo esto se ha convertido y se reconvierte cotidianamente en medio de producción, mercancía (portadora de «valor»), fetiche, dinero, cosa. La auto-emancipación debe ser radical, porque radical, violenta y sangrienta es nuestra alienación, opresión y explotación.

La revolución radical (auto-emancipación) será feminista, des-colonialista, minoritaria, ecológica, o no será nada. ¡Hagamos concha el patriarcado y los poderes estatales y capitalistas!

Moi Non Plus • Colectivo audiovisual

3 de junio de 2017

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