Albert Fish, el pederasta caníbal: “La asfixié hasta matarla”

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Albert Fish, el pederasta caníbal: “La asfixié hasta matarla” Este abuelo y asesino en serie estaba obsesionado con el pecado Apodado el ‘Vampiro de Brooklyn’, secuestraba, abusaba, mutilaba y asesinaba a niños Mónica G. Álvarez 08/06/2018 06:30 | Actualizado a 08/06/2018 09:24

Albert Fish, el pederasta caníbal: “La asfixié hasta matarla” (AP)


Quién podía imaginarse que tras el rostro de un anciano de sesenta y cinco años se escondía uno de los asesinos en serie caníbales más despiadados de principios del siglo XX en Estados Unidos. En su haber cuenta con el abuso sexual de al menos cien niños -él mismo lo reconoció una vez detenido-, el homicidio de tres de ellos y el intento de asesinato de dos personas más. Según su informe psiquiátrico, Albert Fish tenía una personalidad sádica y masoquista, caracterizada por una tendencia a la castración y la autocastración, a la homosexualidad, el exhibicionismo y el voyeurismo, a la pedofilia, el fetichismo y el hiperhedonismo. Sentía placer practicando la coprofagia (ingesta de heces) y el canibalismo. Este pederasta y ‘abuelo asesino’ fue apodado por la opinión pública “el Hombre lobo de Wysteria”, “el Vampiro de Brooklyn” y “el Hombre de gris” por el color de sus trajes. Una doble vida: sadismo, masoquismo y prostitución Hamilton Howard Fish nació el 19 de mayo de 1870 en Washington. Tras la muerte de uno de sus hermanos decidió cambiarse el nombre por el de Albert, posiblemente para olvidarse de uno de sus apodos, Ham and Eggs (huevos con jamón), que tantos problemas le habían causado en uno de los orfanatos donde pasó gran parte de su infancia. Como su madre no podía mantener a la familia -su progenitor (cuarenta años mayor que su esposa) había fallecido-, ingresó a la criatura en un centro donde sufría constantes maltratos y abusos. Tan sólo contaba con cinco años. Sin embargo, Albert no intentaba escapar de dichos castigos. Todo lo contrario. El pequeño anhelaba que llegase ese momento. Sentía placer con cada paliza, incluso lograba alcanzar el orgasmo. Ahí empezaron sus tendencias masoquistas.


Albert Fish en 1903 (Archivo)

Los informes de aquella época describían a Fish como problemático y con una tendencia imperiosa a padecer dolor. Se infligía cortes y golpes en el cuerpo, y también los propinaba a otros compañeros, coleccionaba recortes de prensa donde se hablaba de crímenes y admiraba a los que se tildaban de caníbales. Podemos decir que se sentía identificado con el hecho de comer carne humana. Algunos expertos apuntan que este carácter se fraguó debido a la infancia que vivió y sobre todo a las dos generaciones de enfermedades psiquiátricas que habían padecido varios miembros de su familia: hasta un total de siete personas de su parentesco más directo, entre ellas su madre, que escuchaban voces y tenían fuertes alucinaciones. “Ninguno de nosotros somos santos” Una vez que se gradúa en la escuela con quince años empieza a frecuentar


baños públicos para ver a jóvenes desnudos y practicar sexo con ellos. Acaba ejerciendo la prostitución con hombres y violando a algunos de ellos durante gran parte del día. El resto del tiempo actúa como esposo y padre perfecto. Esa doble vida comienza en 1898, cuando se casa con una mujer nueve años menor que él con la que tiene seis hijos. Aparentemente, Fish se dedicaba a pintar casas y a la decoración de interiores, pero eso sólo era una estratagema que le servía para establecer contacto con jovencitos. Nunca repetía en el mismo lugar. Viajaba constantemente por todo el país. Estuvo hasta en veintidós estados, donde cometió multitud de perversiones con menores. Cuando empezaban los problemas se marchaba. Y así durante años. Su obsesión por el pecado Esa obsesión por el dolor le llevó a autoinfligirse castigos y mutilaciones. Se clavaba alfileres en la pelvis y en los genitales -en una radiografía hallaron casi una docena-, rebozaba su cuerpo desnudo sobre rosales repletos de espinas y hasta le pillaron masturbándose en su habitación mientras se golpeaba la espalda con un palo con clavos. La sugestión que le provocaban aquellos actos le hacía obnubilarse con la idea del pecado. Sufría todo tipo de alucinaciones religiosas y sólo expiaba sus culpas mediante el castigo físico. Aquel dogma lo llevó al extremo afirmando en múltiples ocasiones ser Jesucristo o san Juan, y que el Todopoderoso era quien le ordenaba cometer dichos sacrificios humanos. Era lógico que las autoridades decidieran ingresarle en un centro psiquiátrico. Sin embargo, y aunque fue internado tres veces, le dejaban salir al no demostrarse que estuviese “loco”. Parece ser que la personalidad psicopática de carácter sexual que sufría Fish no era suficiente para mantenerlo en un centro. Además, le arrestaron en ocho ocasiones por cometer varias estafas, robos y enviar cartas obscenas a las mujeres que se anunciaban en los periódicos para buscar pareja.


Los rayos X muestran alfileres y agujas en el cuerpo de Albert Fish. (AP)

La pequeña Grace Una de sus predilecciones era buscar niños negros con los que practicar sus terribles fantasías sexuales. Sin embargo, la primera víctima que desapareció fue de raza blanca. Se trataba de un niño llamado Billy Gaffney que, el 11 de febrero de 1927, fue raptado por Fish mientras jugaba con otros dos amigos en la puerta de su casa. Cuando el más mayor se percató de que el pequeño no estaba, otro de los niños le contó que se lo había llevado el “coco”, un anciano de complexión delgada, con cabello y bigote gris. Ésa fue la descripción que dieron por primera vez


del “abuelo asesino”. Jamás se encontró el cuerpo de Billy. Sin embargo, el único asesinato por el que se pudo juzgar a Fish fue el de Grace Budd, una niña de tan sólo diez años. Este crimen lo cometió gracias a su rostro aparentemente amable y pacífico, y, por supuesto, a su poder de convicción.


Grace Budd, vĂ­ctima de Albert Fish (Daily News)


Tedd, el hermano mayor de la chiquilla, publicó un anuncio en el periódico en el que pedía una oportunidad laboral. El criminal lo leyó y acudió a la dirección familiar con la excusa de ofrecerle un puesto de trabajo. Fue allí donde conoció a Grace. Acabó obsesionándose con ella, así que urdió un plan para que sus padres accediesen a que lo acompañase a la fiesta de cumpleaños de su sobrina. Previamente, Fish había logrado establecer una buena relación con la familia Budd, con quienes compartió una mañana de charla y desayuno. Los padres de Grace dieron el visto bueno y el abuelo les prometió que la tendrían de vuelta antes de las nueve de la noche. Jamás regresaron. A partir de ahí se inició una búsqueda desesperada por toda la región, pero no lograron dar ni con el paradero de la niña ni con el de su secuestrador. La carta narrando el crimen Seis años después de la desaparición de Grace y con las esperanzas ya rotas, la familia recibió una misiva de Albert Fish en la que les contaba qué ocurrió aquella tarde y qué hizo con su hija. Sus palabras dejaron en estado de shock a la madre y fue su hijo Tedd quien tuvo que terminar de leerla. Sin poder dar crédito a lo que habían leído, entregaron la carta a la policía. El contenido era aterrador: “El domingo 3 de junio de 1928 llamé a su puerta en la calle 15, 406 oeste. Llevaba queso y fresas, y almorzamos. Grace se sentó en mi regazo y me besó. Me propuse comérmela. Con el pretexto de llevarla a una fiesta, le pedí que le diera permiso, a lo que usted accedió. La llevé a una casa vacía que había elegido con anterioridad en Westchester”.


La casa donde Albert Fish mató a Grace Budd (Getty)

“Cuando llegamos, le dije que se quedara afuera. Mientras ella recogía flores, subí y me desnudé”, continúa la carta. “Sabía que si no lo hacía podría mancharme la ropa con su sangre. Cuando todo estuvo listo, me asomé a la ventana y la llamé. Entonces me escondí en el armario hasta que ella estuvo en la habitación. Al verme desnudo, comenzó a llorar y trató escapar por las escaleras. La atrapé y me dijo que se lo diría a su mamá”. “Primero la desnudé. ¡Cómo pataleó, arañó y me mordió! Pero la asfixié hasta matarla. Luego la corté en pequeños pedazos para poder llevar la carne a mi habitación. Guisé su rico y tierno trasero. Me llevé nueve días comerme su cuerpo entero. No la violé, aunque podría haberlo hecho si lo hubiera deseado. Murió virgen”.


Grace Budd (a la derecha) con sus hermanos (Getty)

En un principio se pensó que lo que contaba la carta no era real y que ésta era obra de un sádico, pero el detective William F. King se percató de que había detalles que sólo el secuestrador de Grace podía conocer. Una pista clave les llegó en forma de símbolo. El sobre de la carta tenía impresa una insignia hexagonal junto a las siglas de una asociación benéfica. Una vez hallado el lugar y al criminal, la policía acudió al domicilio de Albert Fish. Le arrestaron el 13 de diciembre de 1934. Durante el interrogatorio, el Vampiro de Brooklyn explicó con todo lujo de detalles qué había hecho con la niña. Afirmó que, tras matarla, le cortó la cabeza con un cuchillo y el resto del cuerpo con una sierra. “No soy un demente, sólo un excéntrico. A veces ni yo mismo me comprendo”, dijo. Se confesó autor de varios crímenes más. Por ejemplo,


el de un niño de cuatro años al que flageló hasta la muerte cortándole las orejas, la nariz y los ojos, del que bebió su sangre y al que desmembró para después prepararse un estofado. También contó lo ocurrido con un vagabundo al que obligó a realizar actos sádicos, masoquistas y coprófagos durante varias semanas. Le acuchilló las nalgas para beber su sangre e intentó cortarle el pene, pero desistió ante los gritos del joven.

El forense examina los huesos de Grace Budd tras ser asesinada por Albert Fish (14 marzo 1935) (Getty)

Durante el juicio, que se celebró el 11 de marzo de 1935, Albert Fish narró con una sonrisa en los labios todas las depravaciones que había realizado con unos cien niños. Y aunque aseguró haber matado al menos a quince, el único asesinato que la policía logró demostrar fue el de Grace Budd. Diez días después de que diese comienzo la vista y que subieran al estrado


diversos psiquiatras para explicar la despiadada personalidad de Fish, el jurado lo encontró culpable y el juez lo sentenció a morir en la silla eléctrica. La ejecución se produjo el 16 de enero de 1936.

Albert Fish (A) ante el magistrado Stern (B) en 1934 (Daily News)

Entre los periodistas allí congregados se encontraba el reportero del Daily News que escribió: “Sus ojos llorosos destellaron de alegría ante la idea de ser sometido a un calor mucho más intenso, comparado con el que usualmente se quemaba para satisfacer su lujuria. Preguntó si estaría consciente en el momento de su muerte. Dijo que era el único placer que le faltaba probar: su propia muerte, el delicioso dolor de morir”. Tres minutos después de la descarga eléctrica, se certificó su muerte. Aquél fue su último escalofrío.


Albert Fish en la silla elĂŠctrica (1936) (YouTube)


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