MUJERES ASESINAS DEL TERCER REICH
Los arcángeles
del terror
Un papel estelar, casi brillante y maquiavélico –a la par que importante dentro del Holocausto– lo jugó la guardiana nazi María Mandel, que supo ganarse el respeto de sus camaradas y el miedo de sus víctimas. A estas últimas, los reclusos, les puso el nombre de “mascotas judías”, porque hacían todo lo posible por alegrar sus aburridas tardes en Auschwitz. Su naturaleza atormentada y confusa hizo que María Mandel se comportase como dos personas diferentes. Tan pronto podía sumergirse en la música clásica interpretada por la banda del barracón como golpear hasta la saciedad a un prisionero que se atrevía a importunarla con su mirada. Atroz, repugnante
y depravada fueron algunos de los calificativos que se escucharon durante su juicio, en el que el tribunal la condenó a muerte.
LA BESTIA DE AUSCHWITZ. María Mandel nació el 10 de enero de 1912 en la localidad austríaca de Münzkirchen, al norte del país, un municipio idílico rodeado de montañas y parajes verdosos. Allí creció la futura asesina rodeada de calzado y zapateros remendones, consentida por sus progenitores y mimada por sus tres hermanos mayores, y profesando la religión católica. En la escuela fue una chica muy popular tanto por su atractivo físico y zalamería como por su educación siempre
exquisita, aunque la mala relación maternofilial provocó que María pusiese tierra de por medio en varias ocasiones. Su periplo laboral fue de lo más variopinto: cocinera, criada y funcionaria administrativa en un oficina de correos. Eso hasta que, el 15 de octubre de 1938, logró entrar como Aufseherin (guardiana) en el centro de internamiento de Lichtenburg. Su motivación principal fue el dinero: estaba bien remunerado. Al año fue trasladada al principal campo femenino, Ravensbrück, también denominado el Puente de los Cuervos. Rápidamente, la joven impresionó a sus superiores. Primero por su físico: tenía el
SI LOS HOMBRES NAZIS FUERON BRUTALES, ELLAS, LAS GUARDIANAS DE LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN, NO SE QUEDARON ATRÁS EN EL USO DE LA VIOLENCIA. Por Mónica G. Álvarez, periodista y escritora
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MÚSICA PARA LAS FIERAS. En Auschwitz, medio millón de personas, entre ellas mujeres y niños, perdieron la vida a causa de la voluntad asesina de una sola mujer: María Mandel. La misma persona que se deleitaba oyendo tocar a la banda de música del campo (en la foto) era capaz de la violencia más bestial contra los prisioneros. GETTY
a idea de aceptar un trabajo en Auschwitz era particularmente seductora, puesto que el trabajo respondía a la necesidad que tenía de experimentar día tras día la propia superioridad y la propia fuerza, el derecho a decidir sobre la vida y sobre la muerte, el derecho a infligir la muerte, personalmente o al azar, y el derecho a abusar del poder sobre las otras detenidas”. Así formuló Anna Pawelczynska, prisionera polaca convertida en guardiana del campo de Auschwitz y actual socióloga, su paso por este centro de internamiento durante la Segunda Guerra Mundial. No fue la única. A partir de 1939, cientos de mujeres alemanas se alistaron en la Bund Deutscher Mädel (Liga de Muchachas Alemanas) y en el Partido Nazi (NSDAP) para acatar los nuevos preceptos de Adolf Hitler y su Tercer Reich. No echaban de menos un hogar íntimo, a un marido cariñoso o a un montón de niños felices, como manifestó el Führer en más de una ocasión. Estas féminas –pese a lo que declararon ante los tribunales que las juzgaron– fueron conscientes de la barbarie y la consternación que causaron. Decidieron voluntariamente formar parte de un sistema de tortura, sadismo y muerte que contravenía las leyes internacionales en tiempos de conflicto.