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Mary Rogers

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Marcela Cortés

Marcela Cortés

Rogers

Escritora, periodista y compositora. Desde la segunda mitad de los años 80 desarrolló su carrera en prensa, radio y televisión. Rostro de programas de conversación (UCV TV), espacios de música (TVN) y shows infantiles (La Red), obtuvo varios reconocimientos por su labor incluido el Premio APES, otorgado por la Asociación de Periodistas de Espectáculos.

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Durante más de diez años, Mary Rogers, fue jurado pre-seleccionador del Festival Internacional de Viña del Mar. Tiempo antes había comenzado a escribir canciones.

Gran lectora, siempre supo que su fortaleza estaba en la comunicación y las letras. En la década del 2000, vieron la luz sus libros “Fango azul”, “Partes del juego (cuentos cortos para noches largas” y la crónica de los años ‘80 “Entre radios y medianoche”, además de “Yo soy community manager”, texto que reúne columnas escritas para el sitio Merca20.com.

El año 2017 obtuvo el Fondo del Libro, el Ministerio de las Artes y las Culturas, en categoría “creatividad” con la novela juvenil “La cofradía de la forma parte de una saga de tres libros.

Mary Rogers da talleres literarios de cuento y novela.

MAÑANA Por Mary Rogers G

Nací en una pequeña cabaña en el límite entre San Diego y Tijuana, justo el día en que terminó la pandemia que, por años, había azotado al planeta. Una matrona ayudó a dar a luz a mi madre quien, pese a todos los presagios de las brujas, no tuvo problemas para cumplir con la misión. Su enfermedad crónica se había mantenido a raya con el embarazo, según supimos después.

dedicó a mi cuidado y educación emocional, a la vez que buscaba la medicina para el futuro. A través de cuentos y conversaciones pude imaginar los medios de transporte y comunicación, las formas de vida de las personas y los errores de antaño. Mi padre siguió trabajando desde casa, como lo había hecho al inicio de la catástrofe, pero su labor se orientó al bien colectivo, más que a la ganancia de una empresa en particular. Conectaba personas que requerían servicios en trueque o donaciones de artículos básicos, generando las únicas cadenas efectivas con la tecnología disponible. Sin pretenderlo siquiera, consiguió que esa misma red se encargara de abastecer a nuestra familia. Así, cada mañana encontrábamos en la puerta de entrada una botella de leche, harina, frutas y verduras, mantequilla, queso o algún huevo para el día. Nunca nos faltó nada; no necesitábamos más.

Salas Vargas Cuando las medicinas que tomaba mamá se acabaron, hubo un tiempo de pánico en casa pero pronto recuperamos la razón y, de un día para otro, ella mejoró.

A los 6 años, pude salir y aventurarme en el bosque aledaño a nuestra casa. Desde entonces, nunca más dejé de hacerlo. Cada día, después del desayuno, me calzaba las botas de goma que papá me había fabricado con las llantas de un camión abandonado años atrás y salía a conversar con aves y animales que vivían en los alrededores de la cabaña. Amaba el verdor de plantas, arbustos y árboles; el sonido de todo tipo de criaturas que solían vivir en el área. Pasaba horas disfrutando y luego volvía a casa a leer, escribir o dibujar lo que había visto.

El tiempo avanzó, terminé la escuela digital y mi entrada a la universidad me contactó con estudiantes de todo el mundo que percibían la importancia de salir nuevamente a las calles. Participé de los grupos que exigían la libertad. La población había disminuido a menos de la mitad y los riesgos quedaban en el pasado. Después de un tiempo nos impusimos y la población mundial retomó su derecho a circular. Todo mutó otra vez.

Los antiguos canales de televisión se llenaron de historias primero, con el material que había quedado en espera durante años y luego surgieron nuevos programas en vivo. Se inició la reconstrucción de espacios públicos y los gobernantes de antaño comenzaron a hablar de la normalización económica, su importancia y del futuro.

Hubo un nuevo boom de nacimientos y el planeta se pobló casi en su totalidad. Fue una buena época y, por un tiempo, no me arrepentí de haber participado en su recuperación. Más tarde, cuando comprendí que la amenaza éramos nosotros, ya era tarde para promover la vuelta atrás.

No sé cuántos más hay afuera, pero aquí sólo quedo yo.

LOOP

Acababa de cerrar la puerta cuando, al mirarse las manos, recordó que no llevaba guantes. ¡Mierda! ¡Otra vez no!, se dijo y descolgándose la mochila del hombro izquierdo, la dejó en los escalones de la entrada, abrió cierres y comenzó a buscar las llaves. No estaban en el bolsillo habitual, tampoco en el de las monedas, menos en el pequeño compartimento externo. Revolvió los libros, tanteó el estuche con maquillaje, la bolsa de toallas higiénicas. Nada. Decidió sacar todo el contenido. Estaba segura de haberlas puesto dentro. Comenzaba a llover.

Después de revisar las divisiones de la mochila y asegurarse de que no quedaba nada dentro, optó por devolver todo al interior. Era una estupidez, pero no podía salir sin guantes. Llamaría a su novia para que le llevara la copia de llaves que tenía en su poder. Buscó el celular y no lo encontró. Repitió la operación anterior. No obtuvo llaves, ni teléfono.

Empapada, a punto de echarse a llorar, recordó que se había equivocado de mochila. Suspiró aliviada y metió la cabeza dentro, ingresando al portal para volver a casa media hora antes de salir. Acababa de cerrar la puerta cuando, al mirarse las manos, recordó los guantes.

ASCENSOR Y PLUMAS

No he podido escribir. Desperté de madrugada a raíz de un fuerte aroma do, pero la curiosidad era fuerte. Necesitaba saber de dónde provenía. o regalos inesperados. Al comprobar que ninguna de mis sospechas era ascensor. Cuando la tentación por mirar dentro se hizo irresistible, apreté el botón de subida. La puerta se abrió y no tuve dudas, el perfume salía de ahí. Toda mi infancia se presentó en ese momento. Vi la enredadera que había estado describiendo el día anterior en mi novela, acaricié los pétalos violetas y olí su esencia. Subí al columpio de plástico verde, tomé la bicicleta y di siete vueltas a la manzana. Al regreso busqué un libro de Enid Blyton y leí de bruces en el césped. A media mañana recordé que del ascensor hasta la noche. Ahora no sé si somos nosotros los que atrapamos los recuerdos o viceversa.

ALERTA

El mundo entero había recibido la información. Fuimos los últimos en to era ciega y otro sordo. Hoy quedamos dos personas. Yo escribo.

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