Galería de pinturas – Avery A. V.

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galerĂ­a de pinturas Avery A. V.

Departamento de mostros perdidos 5


Galería de pinturas Edición digital, 2018 D. R. © Avery A. V. D. R. © Monomitos Press Tijuana, B. C., México http://monomitospress.blogspot.mx Twitter: monomitospress Diseño y edición: Néstor Robles Ilustración de portada e interiores: Anny Carime Colección Departamento de Mostros Perdidos

Hecho en Tijuana / Impreso en Mexicali Made in Tijuana / Printed in Mexicali


contenido Delilah’s Gallery

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A las dos de la mañana

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Casa de muñecas

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Fred

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Las brujas de Roanoke

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Ser un artista

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Wheelan

77

Criaturas de la carretera

87

Monstruo. Monster. Monstrum. Mostro.

95

Ojos

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Perspectiva

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Delilah’s Gallery



E

l baño había sido su primera opción. Las voces que anunciaban el cierre de la galería se escuchaban ahora lejanas, casi inexistentes, perdidas en el espacio. Ecos retumbantes que anunciaban la soledad. La pérdida. El terror. Delilah respiraba lo mejor que podía, latiéndole el corazón desbocado y las manos apoyadas en sus piernas desnudas. La cabeza pegada a la puerta del cubículo. Sus extremidades temblando. El conjunto que llevaba puesto ese día lo había escogido al azar, sin saber que, gracias a ello, estaba terminando con su propia vida. Era un vestido escarlata, corto hasta por encima del muslo, con mangas casi hasta el codo. La faldita con pliegues que se movían coquetamente al caminar. Y un par de zapatos negros con tacón, relucientes a la luz de la luna que se colaba por las ventanas y llegaba a parar al cubículo en que estaba escondida. Respiraba. Sus piernas dejaron de temblar. Sentía un poco de calma al saber que estaba lejos de… Toc, toc, toc. 9


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¿De dónde venía aquel sonido? Seguro de una puerta pero, ¿de cuál de todas? Había diez y Delilah se encontraba en la séptima. Toc, toc, toc. Una pezuña rasgando la madera, intimidante. Gotas de sudor resbalaban por la cara de la mujer, frías y llenas de expectación. Había sido encontrada. Aquello sabía que se escondía en los baños. Toc, toc, toc, sonaba la tercera puerta. Cualquier intento por razonar sus posibilidades de escape eran nulas. El raciocinio así se lo decía. Cuarta puerta. Un bufido extraño. Estaba cerca. El corazón desbocado llamaba a la bestia, impaciente por salir del pecho y entrar a las fauces del demonio, donde dejaría de sentir, de vivir. Quinta puerta. Sexta. Toc, toc, toc. Delilah abrió con toda la fuerza que pudo y golpeó algo que creyó era una cabra humanoide, negra y con ojos infernales. Salió corriendo. El llanto impregnaba sus ojos. Los pasos se escuchaban rápidos sobre las baldosas. Los tacones aullaban por ganar la carrera hacia la libertad. Pero primero… Dio vuelta hacia la derecha, directo a la exposición por la que se había presentado esa misma tarde. Once pinturas hechas por Anny Carime, artista prometedora de la galería. Once pinturas que presagiaban el pasado, presente y futuro de una manera aterradora. Incapaz de equivocarse. La pared era blanca, y las obras de arte colgaban de ella, presumidas y extravagantes. Delilah se detuvo a observar la primera, siendo hasta ese momento comprensiva para sí, habiéndola dejado de lado su primera vez presente. Ahí estaba 10


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ella, la de la pintura, acostada en ese mismo suelo. La segunda Delilah veía a su vez la pared donde, de nuevo, otro cuadro igual colgaba del muro. Era como un espejo donde todo se iba haciendo más y más pequeño hasta perderse en lo infinito. Y detrás de ella, el espectro, observando, esperando el momento oportuno para devorar, destruir. Delilah no lo supo entonces ni nunca, pero las pinturas tenían ojos, dos por cada cuadro. Escudriñaron momento a momento su muerte. Cómo era desgarrada y sus órganos iban a parar a la pared, manchando la superficie de rojo. También escucharon los gritos. Y Delilah lo hizo de la misma forma incluso segundos después de haber sido desmembrada. Entonces la galería abrió sus puertas. El sol entró por las ventanas y la multitud se hizo presente. Las pinturas hechas por la inusual Anny fueron planeadas para contar historias. Historias oscuras sobre cosas inexplicables y con sentido a la vez. Historias que, al igual que sucedió con Delilah, podrían sucederle a cualquiera. Incluso a usted.

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A las dos de la maĂąana



Ay, qué bonito es volar A las dos de la mañana A las dos de la mañana Ay, qué bonito es volar Son Jarocho titulado "La bruja", versión de Tlen Huicani.

L

os cerros de aquí son famosos por sus viejas historias de brujas y demonios escondidos en cuevas. No cabe duda de que algunas de esas historias son ciertas. ¿Qué? ¿No lo crees? ¿Dices que soy un mentiroso? ¡Pues más te vale que lo creas, porque no miento! ¡Te lo digo yo! ¡Te lo digo yo! Ay, la vida te pone a pensar. En verdad lo hace. Mi amigo, al que le pasó esta trágica historia, quedó loco. Loco de los malos. Si tú crees que estoy loco es porque no lo conoces. En verdad que no lo conoces. ¡Oh, pobre hombre! Nunca volví a saber de él después de lo que sucedió. Aun a esta edad me acuerdo de su nombre… ¿En verdad lo hago? ¿Es posible? No lo sé. ¡Mierda, cómo pasa el tiempo! 15


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¿Sabes lo que dicen las malas lenguas? Dicen que se lo llevaron los ovnis. Yo opino que es una mierda, una gran mierda. ¿Un ovni? ¿Aquí? ¿En Blindspot? No lo creo. Puedo creer que en estos cerros se encuentren brujas y demonios pero nunca te creeré que por aquí viajen esos estúpidos platillos voladores. No, señor. No estoy así de chiflado como para creerlo. Y más te vale que lo creas. ¡Maldito sea Hole y todos sus habitantes! ¡Ja, ja, ja! Ay, malditos sean estos collados que ante mí se alzan. Maldito sea el camino que se extiende más allá de donde mi puta vista alcanza. Pero en fin, basta de estupideces. Es mejor que comience a contar lo que ese bastardo me contó a mí hace tantos años. No pretendo aburrirte. La noche era joven. Apenas comenzaba a oscurecer y el clima era de lo más agradable. Creo que nunca se había sentido un clima como el de ese día. El cielo tenía un tono azul entre claro y oscuro. Las nubes, escasas pero presentes, se movían lentamente por el cielo y algunas se escondían por detrás del cerro. Se perdían para nunca volver a salir. La bruja se las había llevado. Estoy seguro de eso. Claro que al inicio pensé: ¿Qué estúpida historia me está contando este loco? ¿Acaso quiere asustarme? Pero entonces seguí escuchando, y eso te recomiendo que hagas. Pero si crees que es una mentira, ya te puedes ir yendo a otro lugar. Caminaba por el pueblo como usualmente me gusta hacerlo. Llegué a los árboles y me senté debajo de uno, justo en las faldas del cerro. 16


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Y me dormí, amigo. Me dormí y así me quedé por unas cuantas horas. Cuando desperté ya estaba muy oscuro. No había ningún alma en el pueblo. Todo estaba callado, excepto por el murmullo del viento y el crujir de las hojas. De la nada, el clima se comenzó a poner helado y lo sentí por todas partes. Tú sabes, amigo, cómo se me pone la piel de gallina con el frío. Esta vez fue peor. Fue mucho peor. Sentí un flujo eléctrico en todo el cuerpo… ¿Estás escuchando bien, amigo? ¿Estás escuchando bien? Eso espero. Porque lo que te cuento ahora es tan cierto como que te llamas Wallace: la bruja… la bruja descendió desde alguna parte del cerro y comenzó a volar por encima de mí. Parecía una lechuza en busca de su presa. Me sentía como un maldito animal. Y te lo juro, fue espantoso. ¡Espantoso! Esa noche no la miré, pero la sentí. La sentí muy cerca. Y con eso se fue. No me dijo nada más. Esa misma noche fui a aquel árbol al que mi amigo había ido y me entregué a la espera. Eran alrededor de las doce de la madrugada. A ver qué pasa, me dije. Avanzó una hora y media y nada había sucedido. Maldito seas, Mauro. Maldito seas. Me levanté y me fui a mi casa. A la noche del día siguiente me topé con Mauro y le conté lo que había hecho. —¿A qué hora fuiste? —me preguntó con los ojos de plato. —A las doce. Volví a eso de la una con treinta al ver que no pasaba nada. —Eres idiota, amigo. La bruja sale a las dos de la mañana. —¿Cómo lo sabes? —Porque a esa hora la sentí. Y siguió contándome su anécdota.

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Pasaron dos noches y yo sin poder dormir bien. La cama se me hacía muy chica y dura. Incluso algunas veces la sentía de cemento. Mi almohada perdió su comodidad y las cobijas me asfixiaban con tan sólo tocarme. Fueron dos noches odiosas, amigo. Odiosas. La primera noche sentí eso mismo que te dije y lo dejé pasar. Lo dejé que se escurriera como el agua. La segunda noche fue la peor. ¡La peor! Eran las dos de la mañana y una voz me cantaba desde lo lejos. Era una voz masculina. Esa voz decía: “Escóndete, Chepa Escóndete, Juana Que ahí anda la bruja debajo de la cama Escóndete, Chepa Escóndete, Joba Que ahí anda la bruja volando en su escoba”. Me llegó como un murmullo. Un murmullo asfixiante y aplastante. Un murmullo fantasmal. De repente sentí que algo se movía debajo de mi cama. Sentí cómo tocaba mi espalda y mis piernas. Quedé paralizado, amigo. Paralizado completamente. Cuando por fin me liberé de esa presión, sentí el deseo de mirar debajo de la cama, cerciorarme que todo era mentira. Primero miré el reloj que tenía al lado de mi cama con la ayuda de la luz de la luna que se colaba por la ventana, y las manecillas daban las dos en punto. Entonces, como llevado por el impulso, me asomé. Sentía que la cabeza me iba a explotar. Estaba sudando. Pero no ese sudor normal, sino que era un sudor congelante, aplastante. Al descenso cerré los ojos y, cuando no aguanté más, los abrí de par en par. Gracias a Dios no había nada debajo de la cama, pensé. Me sentí en la gloria por un momento, pero había algo que no había cambiado. El sudor seguía presente y mi dolor de cabeza, después 18


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de desaparecer, subió de golpe. Podía sentir que mi mente me engañaba y, debajo, dos manos salían en mi búsqueda. Y me desmayé. Cuando abrí los ojos, no podía creer en dónde me encontraba… Se interrumpió de golpe y comenzó a gritar: —¡La bruja! ¡La bruja viene por mí! Nunca en la vida había visto algo tan espantoso como eso. A las pocas horas llegaron los loqueros y se lo llevaron con una camisa de fuerza puesta para evitar que se siguiera golpeando contra el suelo. Mientras llegaban, Mauro se había abierto la cabeza con una piedra y había estado a punto de estrellarse con las faldas de las colinas, justo donde se encontraban las biznagas. Fue suerte que pude llegar a tiempo para echármele encima. Pobre Mauro. Se nos había ido para siempre. Esa misma noche, sus amigos recibimos la noticia de que el camión en el que se lo habían llevado había sufrido un accidente. Cuando pregunté la hora del suceso, el conductor dijo que había sido exactamente a las dos de la mañana, agregando que el cuerpo de Mauro había desaparecido de forma inexplicable. Eso me puso a pensar y algo se activó en mi cabeza esa misma noche. Desde entonces, las personas comenzaron a decir que yo estaba loco. ¿Te lo imaginas? ¿Loco, yo? ¿En verdad? ¡Pura mierda hablaban esas personas! ¡¿Quién más que yo sabría si me estaba volviendo loco?! ¡¿Eh?! ¡Nadie! Pasaron dos días y no descansé. Sentí los mismos síntomas que me había contado mi amigo. Las cobijas me asfixiaban y mi cama me estorbaba. La primera noche estuve atento a cualquier detalle, preparándome para lo que se avecinaría a la siguiente noche. Y entonces llegó. Traté de dormir un poco 19


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para calmar los nervios pero de nada me funcionó. Tampoco me ayudó el café que me había tomado unos minutos antes. Entonces esperé y esperé… y dieron las dos de la mañana. Un sudor atroz bajó por mi espalda y con ella mi cuerpo completo. La piel se me puso de gallina. A los segundos, sentí que algo se movía debajo de mi cama, como si un animal se estuviera muriendo. Todo era igual a como me lo había contado Mauro. Todo. Mi corazón latía fuertemente. Casi creí que me daría un infarto. Olvidando un poco eso, hice lo mismo que mi amigo había hecho: me asomé debajo de la cama… y no encontré nada. Y la cabeza me comenzó a doler. Y sentí una presencia inimaginable… detrás de mí. Nunca olvidaré esa figura. Nunca. “Me agarra la bruja Me lleva al cerrito Me vuelve maceta Y un calabacito”. Abrí los ojos y me encontré en una cueva. Lo supe por el olor. Olía a humedad, a sangre y a podredumbre. No me gustaba para nada. Todo estaba oscuro, sólo unas cuantas velas iluminaban la enorme cueva. Estaba temblando de pies a cabeza. Estaba bañado en sudor. Por un oscuro pasillo escuché pasos que se aproximaban. Y pude verla con mis propios ojos. Tenía una cara deformada y espantosa. Su vestimenta era negra y harapienta, y tenía una postura encorvada. Ahora que te lo cuento, mis palabras no hacen justicia con lo que miré esa oscura noche. Enseguida aparté la mirada. Por enfrente de mí se encontraba la salida. Lo supe al ver la luz de la luna suspendida en el cielo interminable. 20


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—No trates de escapar —dijo con voz vieja y áspera la bruja. Y se fue por el pasillo por el que había llegado. Sin perder el tiempo, me levanté y salí corriendo por el pasillo hacia mi libertad. Cada vez me faltaba menos para salir. Quince pasos... ocho pasos… tres pasos… y salí volando por los aires. Caí de golpe y comencé a dar vueltas cuesta abajo. Mientras caía, escuchaba el tronar de mis huesos y de las ramas que se quebraban con el impacto. Sentí que pasaba una eternidad mientras daba vueltas y vueltas. Pero por fin el descenso cesó. Caí encima de algo podrido. Me quise levantar pero no me podía mover. No podía hacer nada. Mi cuerpo aullaba del dolor. Al despertar en el hospital, un amigo me contó que me había encontrado en una cueva no muy lejos de las faldas de la colina. Dijo que una serpiente había estado a punto de morderme, pero él le había disparado. Y también me dijo que lo que olía a podrido eran personas muertas, de las cuales, una de ellas era Mauro. Cuando por fin salí del hospital, quise ir a ver a mi difunto amigo, pero no fue posible. Su cuerpo había desaparecido de la morgue. Después de lo que me había pasado, no quise investigar más y me quedé en donde estaba. Hasta ahora, esa bruja sólo me persigue en sueños, y me levanto con el corazón desbocado, bañado en sudor, cuando dan las dos de la mañana. Hasta ahora, no me había puesto a pensar en lo que nos pasó a mí y a mi amigo hace tantos años. Es curioso cómo funciona la mente. Crees haber olvidado muchas cosas, pero no. Todos tus recuerdos están ahí en algún lugar de tu memoria, ocultos, esperando a ser sacados de su caja llena de polvo… pero en fin. Ya no estoy seguro de nada. 21


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Los años pasan, y los extraños sucesos también. Allá, en el pequeño pueblo de Nowhere, un sombrero negro ha estado apareciendo por el camino principal, y no me gusta lo que ese sombrero me hace sentir. Las personas hacen comentarios sobre el lugar, sobre lo que sucederá si no se andan con cuidado. Y te puedo asegurar que no son agradables. 1920

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Casa de muĂąecas



¡Mira con qué llegó mamá! Alice se levantó apresuradamente del sillón y salió disparada a abrazar a su madre. Habían sido dos semanas espantosas en casa de su tía Amanda que apenas y pudo aguantar las lágrimas de felicidad que amenazaban con caer por sus mejillas al verla de nuevo y sentir su cuerpo entre sus pequeños brazos. No imaginaba más días solitarios como aquellos ahora que había vuelto. —Vaya, creo que me iré más seguido de vacaciones para que me abraces así todos los días —dijo la señora Warburton a su hija mientras le devolvía el abrazo—. ¿Cómo te portaste, cariño? —Bastante bien, a decir verdad —contestó Amanda, su hermana, desde la cocina—. Ni siquiera me acordaba de que estaba aquí. “Sí, debió ser porque me olvidaste todo el fin de semana que te fuiste con tu novio a la maldita playa”, pensó Alice para sus adentros. “Muy bien la debiste haber pasado, querida tía”. —¿Todo bien por Cloudsville? —preguntó Amanda a Wendy mientras la encaminaba al sillón y hacía toda clase de preguntas. 25


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Alice se quedó plantada en la puerta abierta, viendo cómo su tía sacaba una botella de vino tinto y lo servía en dos enormes copas. Cuando volteó hacia el patio, observó el objeto con el que había llegado su madre y que había olvidado por completo al llegar: una casa de muñecas. Salió con paso lento y, después del enorme patio, en la acera, el auto de su padre estaba estacionado de muy mala manera; tenía la mitad trasera de la camioneta obstruyendo el pase a las personas. Wallace Warburton dormía plácidamente en el interior. Después de observar a su padre por lo que le pareció no más de tres minutos, centró su atención en la casa de muñecas, que era casi de su tamaño y bastante ancha. Se sentó en el suelo y la examinó de manera detenida. No había mucho qué decir sobre el artefacto. Era tan simple como aquella edificación a la que llamaban Palacio Oscuro, en Tinseltown… Aunque, a decir verdad, era bastante parecida. Tenía la misma fachada gótica que había visto en el periódico una vez con su padre mientras le explicaba el gran cambio que habían hecho en esos departamentos hacía diez años, en 1955, cuando se convirtieron en cuartos para las personas locas. La idea original del señor Whirly, el dueño del Palacio Oscuro, se perdió en la lejanía. Al terminar de ver todos los detalles por fuera, Alice decidió ver el interior. Buscó por todas partes el gancho con el que soltaba la pared de enfrente y lo encontró justo debajo, casi escondido. Tiró de él y la pared se partió en dos, dejando ver varios cuartos bien ordenados y limpios esparcidos en cinco pisos, sin ningún asomo de polvo. Luego descubrió que el techo también se podía desprender y lo hizo a un lado. Alice no podía creer lo que estaba viendo. Dentro del 26


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enorme juguete, varias muñecas y muñecos estaban dispersos por todas partes y, al igual que la casa, estaban en sus mejores condiciones. “Qué maravilla de casa me ha traído mi mamá”. Y era cierto. Nunca antes, o al menos que Alice supiera, algún familiar le había obsequiado algo como eso, mucho menos tan grande. Después de haber ensamblado la pared principal y tras haber puesto el techo en su lugar, la pequeña intentó meter el enorme juguete a casa de su tía, pero no le funcionó. Pesaba más de lo que podía cargar, sobre todo teniendo nueve años apenas. Así que, haciendo a un lado su nuevo juguete, entró directo por la puerta. A pesar de ser una pieza grande y vistosa, no le cruzó por la cabeza que alguien más se la pudiera llevar. Cuando ya se dirigía al segundo piso para buscar su mochila, escuchó a su madre y su tía hablando sobre algo extraño que había sucedido en Cloudsville. Algo que tenía que ver con una máscara y unas huellas digitales. Pero no le dio importancia y siguió su camino hasta la que había sido su habitación. Levantó sus cosas del suelo con lentitud y las dobló con cuidado, metiéndolas apretujadas a como diera lugar. De todos modos serían lavadas y guardadas cuando llegaran a su querido hogar. Al momento de salir del cuarto, a la izquierda, donde se encontraba la habitación de su tía Amanda, una sombra la observaba quietamente. Alice se quedó paralizada. “No… te la… lle… eves”, dijo aquella sombra con sombrero en un tono de voz espectral y apenas comprensible, como si le fallaran las palabras. Alice no dijo nada, pero tampoco se movió. Sólo atinó a mover un poco los labios y a emitir un balbuceo inteligible. 27


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Después de unos segundos que le parecieron horas, la sombra desapareció detrás de la puerta. —¿Por qué tardaste tanto? —preguntó el señor Warburton a su esposa mientras prendía la camioneta. Había despertado de pésimo humor. —Bueno, pues me quedé platicando con mi hermana… —trató de decir despreocupadamente. —No me importa —le cortó el otro—. Ya estoy harto de tus tonterías. No intentes ocultar tu alcoholismo frente a mí. Durante el trayecto de camino a casa, Alice fue sobre las piernas de su madre. Ni siquiera le importó el mal carácter de su progenitor. Habían sido dos espantosas semanas que esa situación le pareció incluso agradable, aún si no tenía nada de familiar ni cariñosa. Hicieron doce minutos de una casa a la otra y, en ese tiempo, el señor Warburton nunca saludó a su hija ni tampoco le preguntó si la había pasado bien. De lo único que habló fue de sentarse en el sillón mientras veía una buena película western. Era lo que más parecía importarle. La casa de muñecas estaba frente a su cama, antes del pequeño closet, donde comenzaba a guardar sus pertenencias limpias. Su madre pasaba ese momento lavando lo que hacía falta y su padre… No le importaba. Abrió las cortinas de par en par y después la ventana, que daba a la parte trasera, donde vivían los Patterson, y se sentó en el suelo afelpado, lista para descubrir los secretos que guardaba el juguete. Buscó a tientas el gancho y lo desprendió, quitó el techo e hizo a un lado los siete muñecos de 28


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trapo que iban dentro. Apenas pudo contener un gritito de felicidad. Lo que tenía ante sus ojos era espléndido y mágico y… ¿Y los muñecos? Alice los buscaba por todas partes, pero no estaban. Justo después de abrir la casa, recordaba haberlos puesto sobre la cama, a su derecha. Y nadie había entrado. La puerta incluso tenía el seguro puesto. —¿Cómo? No pasaron ni cinco minutos —dijo Alice en voz alta y con cierta molestia. Se levantó deprisa y giró la cabeza en todas direcciones. Los divisó sentados en el alféizar interior de la ventana. Los siete estaban con la frente pegada al vidrio y sus piernas de tela se contorsionaban hacia atrás de la manera en que unas piernas humanas no podrían. Alice se acercó con paso lento y el corazón latiéndole un poco deprisa. No le parecía lógico lo que veían sus ojos. Era algo simplemente imposible. Uno de los muñecos, al parecer hombre —o al menos así le pareció, pues no poseían cara alguna—, tenía la mano derecha puesta al lado de la cabeza, como si señalara con un muñón hacia afuera, instando a su nueva dueña a que se acercara y viera algo. Algo importante que necesitaba presenciar. Por un momento no supo si salir gritando de su habitación y contárselo a su madre o si era mejor quedarse y hacer lo que los juguetes le pedían. Al final se decidió por lo segundo. Se acercó a la ventana haciendo sus temores a un lado y dirigió su atención a la casa de los Patterson. Sólo una de las ventanas tenía las cortinas abiertas, y era la de la habitación. En ella se veía cómo la señora Patterson hacía algo con la cabeza puesta en la entrepierna del señor Patterson mientras el mismo hacía muecas y la jalaba de los cabellos para después besarla. Alice no lo comprendió, pero le parecía que era 29


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algo que no tenía por qué ver. Se alejó de la ventana con paso tembloroso y observó a los muñecos, que cayeron de espaldas con un golpe suave en la alfombra. Entonces sí salió gritando a contárselo a su madre, omitiendo lo sucedido con los Patterson, quien no le creyó ni una sola palabra. El enorme juguete quedó a los pies de la cama de Alice, inmóvil, naturalmente. Pero la niña, cada vez que se disponía a dormir, creía escuchar que la casa se abría y los muñecos caminaban por el suelo afelpado, directo hacia ella para… “No”, gimió en su cabeza. “Para matarme, no”. La noche seguía avanzando mientras evocaba la sombra del sombrero en casa de su tía, preguntándose si no estaría ahí en su habitación también, esperando el momento indicado para hablarle y decirle… ¿Qué? La cobija era gruesa y el calor era fuerte. Sin embargo, Alice no quería destaparse. Se sentía atemorizada por todo lo que imaginaba que sucedería si se asomaba hacia donde se encontraban sus pies, donde la figura de negro la estaría vigilando hasta que el sol se asomara por entre las cortinas. No podía dejar que pasara. Su cobertor era un escudo inigualable contra los malos espíritus y las cosas que no tenían sentido. Muy pronto el sueño la vencería y, al despertar, la situación estaría mejor, o eso quiso creer ella. Al abrir los ojos, la casa de muñecas seguía intacta y los muñecos no se veían por ningún lado. Quizás todo lo sucedido el día anterior lo había imaginado. Quizás. Pero algo, una punzada en el pecho, le indicaba lo contrario. 30


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Era verano, así que no volvería a la escuela hasta dentro de un mes. En Eldertown las clases comenzaban el primer día de septiembre, cosa que le parecía extraña, comparado con el inicio de clases en otros lugares. Pero en fin, era principios de agosto y el tiempo solía ir muy lento a veces. Mientras se daba un baño, las memorias de lo sucedido con los muñecos apenas eran visibles, pasando a ser algo inconcreto y sin sentido. A la hora del desayuno, ya ni siquiera se acordaba incluso de la casa de muñecas. Las cosas parecían ir bien. Lo más extraño comenzó a suceder a mediados de agosto. Alice había llegado a convencerse de que aquella acción por parte de los muñecos había sido obra de su cansada imaginación, intentando hacer que algo se moviera dentro de su cabeza y se diera cuenta de ciertas cosas. Aunque no sabía de qué “ciertas cosas” se trataba. Llegó el día catorce y con él, las nubes acompañadas de agua. El clima amenazaba con ponerse feo, pero no sucedió hasta después de mediodía que las primeras gotas comenzaron a caer sobre el asfalto, tornando frío incluso el interior de las casas. Dentro de la vivienda 221 de Medium Street, una niña subía a su habitación con la esperanza de ver la lluvia descender desde la perspectiva que le ofrecía su ventana. No esperaba encontrarse con siete muñecos de tela subidos en el alfeizar, observando de la misma manera que en aquel viejo sueño… O quizás, después de todo, no había sido un sueño. Alice aseguró la puerta detrás de sí sin quitar los ojos del suceso, extrañada, mas no asustada, como uno se imaginaría. 31


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Se acercó a ellos y observó como lo había hecho la vez anterior y pudo divisar, a pesar de las gotas de agua que caían por la ventana de esa y de la otra casa, que alguien ajeno se encontraba haciéndole cosas indebidas a la señora Patterson justo debajo de la cintura. No tardó en darse cuenta que se trataba de su padre. Entonces el corazón le dio un vuelco y comenzó a llenarla una sensación de tristeza. ¿Qué pasaría si su madre se enterase? ¿Lo dejaría? En ese caso, ¿a dónde irían ellas? Sólo esperaba que no fuera con su tía Amanda. Apartó la vista y, al mismo tiempo, los muñecos cayeron. De nuevo, Alice no sintió miedo alguno y se sentó frente a ellos. Levantó el más cercano, quien por su aspecto, se parecía mucho a su padre a pesar de que era prácticamente imposible. Pero, poco a poco, se dio cuenta que cinco de los siete muñecos tenían pintadas las caras de sus padres, de los señores Patterson y de su tía. Y el de su padre llevaba pintados unos besos en el cuello, ocultos apenas por una camisa blanca. Dejándolo a un lado, Alice se aproximó de nuevo a ver qué más sucedía. La imagen del señor Warburton encima de la señora Patterson, ambos desnudos en su totalidad, nunca se alejaría de su memoria. —Buenos días, cariño. ¿Qué hay para desayunar? —preguntó el señor Warburton a su esposa de una manera extrañamente alegre mientras se sentaba a la mesa. —Sólo huevos —contestó la otra con voz apagada. —¿Te sientes bien? —Sí, es que… No dormí bien anoche. —No me digas que esperaste a que llegara de la junta. 32


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—Bueno, sí, pero… —No importa, cariño. En ese momento, Alice descendía las escaleras y se aproximaba a la cocina, cortando de inmediato lo que fuera que su madre estaba a punto de decir. Se sentó a la mesa y esperó a que le sirvieran el desayuno, pensando, por la cara que llevaba, que quizás se había enterado de la infidelidad de su padre. —¿Te encuentras bien, mamá? —Sí, cariño. —Te ves muy cansada. —No importa, Alice —dijo su padre con la comida en la boca—. Ya déjala en paz. El desayuno continuó en completo silencio. Wendy apenas pudo probar bocado mientras que Wallace devoró todo y pidió segundo plato. Era obvio que la señora Warburton tenía algo que la molestaba. Pero a sabiendas de los problemas que podría ocasionar la simple mención de ello, se lo tragó junto con una botella de wiski en la tarde, mientras su marido trabajaba y su hija hacía lo que tuviera que hacer en su cuarto. Las lágrimas no tardaron en hacerse presentes. Alice observaba la casa de muñecas mientras la lluvia seguía cayendo, golpeando la ventana. Los muñecos estaban frente a ella, hombro con hombro, en el suelo. Los cinco de la izquierda eran los que tenían cara y los otros dos de la derecha estaban en blanco, sin facciones y con una indumentaria del siglo pasado. La niña se preguntaba en ese momento cuál sería el motivo de las caras y qué querían anunciarle. Estaba casi segura que pronto, si no esa misma noche, lo sabría. Pero 33


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estaba asustada. Con nueve años, una no podía asegurarse de muchas cosas, ni siquiera podía protegerse por su cuenta. Al caer la tarde, y con las nubes grises dispuestas a soltar toda su furia sobre Eldertown, Alice se determinó a tomar acciones con la casa de muñecas. Primero verificó que su madre no estuviera en el segundo piso, la encontró dormida en la sala con una botella transparente en la mano, y después puso llave a la puerta para no ser molestada. Casi de inmediato se fue la luz, y dio gracias de haber dejado las cortinas abiertas. Incluso con el cielo oscuro, aun entraba un poco de claridad por la ventana. Entonces, sin preverlo, sucedió. Los muñecos ya no estaban donde los había dejado y la casita estaba abierta, dejando ver los cuartos y a sus ocupantes, puestos en diferentes posiciones, exceptuando dos. El juguete que llevaba la cara y la vestimenta del señor Warburton se encontraba en el primer piso, viendo por la ventana hacia algún lugar imaginario mientras la mano derecha se detenía en la entrepierna, moviéndose de vez en cuando. La que era la señora Warburton, se hallaba en el baño del primer piso, sentada en el retrete con una botella transparente en la mano derecha y la muñeca de la izquierda bañada en sangre, creando un charco en la baldosa blanca. Los señores Patterson estaban ubicados en el segundo piso, dentro de una habitación. El hombre ahorcaba a su mujer con ambas manos al tiempo que la otra buscaba un objeto con qué golpearlo. Y lo encontró a un segundo de perder la vida, lanzándolo a la cabeza del atacante y haciendo llover gotas de sangre en la cama y el empapelado. Después, le tocó a ella utilizar las manos para darle fin. Alice contemplaba las tétricas escenas con los ojos muy abiertos, indispuesta a creer lo que veía. Si bien los muñecos 34


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no emitían sonido alguno, la niña se imaginaba de manera inconsciente el ruido de los golpes y una canción oscura mientras los actos se sucedían uno tras otro. Hey, girl, open the walls, play with your dolls We’ll be a perfect family When you walk away it’s when we really play… El corazón se le aceleró. El cuerpo tembloroso no le permitía moverse, escapar. Por otro lado de la casita, en el quinto y último piso, encontró uno de los dos muñecos que faltaban; era en su totalidad de color negro, sin asomo de brazos ni piernas, y llevaba puesto un sombrero característico. La sombra la observaba, quieta, en un silencio diferente del de los otros. Alice también la observó, un poco más tranquila. Después, las palabras. “De… Desas… ste… de la… ca… sa”. Los sonidos salían de aquella masa oscura como si le doliera pronunciarlas. La voz era igual de profunda que la noche y caliente como el infierno. Fría incluso cuando era necesario. —¿Quién eres? —preguntó Alice. “No… o ten… go… nom… bre… e”. —¿Por qué estás aquí? “Pa… ara… adv… dver… tir”. —¿Mis papás…? “Qu… uéma… la”. Y de la misma manera en que se había dejado ver, la figura desapareció.

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Alice bajó las escaleras cautelosamente. Los truenos se escuchaban fuerte y la lluvia amenazadora. No sabía cuánto tiempo había sucedido desde lo de los muñecos y la sombra, pero casi seguro que bastante. Afuera, la oscuridad devoraba todo a su paso. Al llegar al primer piso, se encontró a su padre en el ventanal de la sala, el que daba a la casa de los Patterson, con las cortinas abiertas. La escena era la misma de su habitación, sólo que ahora la señora Patterson no estaba en la misma casa, sino en la suya, acostada en un sillón largo, desnuda y con las piernas abiertas en dirección al señor Warburton. No tardó en comprender lo que sucedía. Y siendo que ya estaba preparada para encontrarse con algo parecido, se sorprendió al sentir un malestar en el pecho. Un malestar que se asemejaba a la desilusión y al dolor. En igual silencio, se asomó al baño que, por fortuna, no tenía puesto el seguro. Pero Alice se petrificó al momento de sujetar el picaporte, teniendo en mente lo de los muñecos. ¿Y si en verdad estaba muerta? ¿Qué haría? ¿Gritar? Los truenos sonaban y sonaban, relámpagos iluminando la estancia de vez en cuando, esperando que la niña abriera la puerta para presenciar lo inevitable. Al final, lo hizo. Y vaya susto que se llevó. La escena era muy parecida, sólo que, en ésta, la señora Warburton tenía en la cara una mueca desagradable y el cuerpo desnudo cortado por todas partes. Estaba cubierta por la sangre como si fuera un abrigo navideño, sin muñecos de nieve ni pino alguno. Alice salió despedida a toda velocidad hacia su habitación sin detenerse a ver lo que sucedería con sus vecinos. Tenía una idea muy clara de los acontecimientos, aunque esos podrían ser más crudos y viscerales. 36


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Llegó al cuarto y azotó la puerta sin importarle ser escuchada. Y entre un mar de lágrimas que surcaban por sus mejillas, deseó poder haber hecho caso a la sombra. Deseó haber quemado la casa en el momento oportuno. Y también deseó con todas sus ganas que su madre no la hubiera comprado nunca. Se acercó al enorme juguete decidida a lanzarlo por la ventana. No le importaba el peso ni lo que le costaría llevar a cabo la acción. Abrió la ventana. Detrás de ella, seis figuras se alzaban frente a la puerta. Enormes, casi hasta tocar el techo. Sin facciones ni vestimentas. Ni siquiera manos o pelo. Lisos como cualquier otra cosa, pero inquietantes como el mismísimo diablo. La única marca que llevaban era en la piel, donde se veían las costuras efectuadas durante su creación. Cuando la niña sintió la abominable presencia en su espalda, se dio la vuelta, dejando caer la casita los pocos centímetros que había logrado levantarla. Su cara palideció y sus labios se secaron cual desiertos. Trató de hablar, pero sólo murmullos incomprensibles salieron del par de arenales. “Tu tía también está muerta, Alice. Justo como lo querías”, dijo una de las figuras en un extraño tono, asemejado al de la estática, casi inentendible. “Es tiempo de jugar”, dijo otra de las figuras con la misma voz. —No… no… Alice intentó moverse, pero fue en vano. Una fuerza sobrenatural la mantenía pegada al suelo e inmóvil. Justo detrás de los siniestros personajes, otro se dejó ver, un séptimo. Y se acercó a la niña con aguja e hilo en lo que pretendían ser manos deformes. 37


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La niña quería llorar, gritar. Incluso quiso morir de inmediato. Sentía el sudor caer por todo su cuerpo y el corazón desbocado pidiendo a gritos que se detuvieran. Para su desgracia, fue lo contrario. La aguja traspasó diez veces los labios de Alice, haciendo brotar sangre y lágrimas en conjunto, manchando el suelo y parte de ella. Se sintió desmayar. Pero no se iría tan fácilmente. Al terminar la tarea, seis figuras salieron de la habitación y se encaminaron escaleras abajo. La séptima se plantó ante Alice y dijo: “Es hora de jugar”. Como si tal, la casa prendió en llamas feroces. Sólo cuando sucedió, fue que Alice pudo por fin moverse. Pero ya era demasiado tarde. Ardió junto con su padre, ambos gritando desenfrenados y llorando a más no poder. El fuego serpenteó por la piel pálida de la niña y ahí se quedó, fundiendo todo lo que tocaba, como lo hizo con cierto pueblo en 1929, creando un dolor desesperante y abrazador hasta que el último grito fue escuchado. Cuando los bomberos lograron apagar el fuego, encontraron entre las cenizas una casita con una muñeca dentro, intacta. Les pareció extraño, pero no indagaron mucho. Y, si lo hubieran hecho, no se habrían dado cuenta que la muñeca se parecía bastante a Alice Warburton, ni que su alma se encontraba dentro del juguete, soportando el ardor de las llamas que no se apagarían ni en el fin de los tiempos.

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Fred



H

oy me presento ante ti como un amigo, y uno de los buenos. No me apetecería ser llamado por uno de los loqueros. Ya he tenido suficiente con eso y es algo difícil de olvidar. Aunque creo que a los guardias el golpe que les di en la cabeza, por siempre lo llevarán. No me juzgues por como hablo, si yo a ti no te digo nada por no ser anormal. Tampoco digo que yo lo sea, pero negarlo nunca está de más. Mi nombre es Fred. Las palabras que escuchas están en mi cabeza. Digo… Dije que mi nombre es Fred, y he sido muy… travieso. El visitante llegó en un autobús enorme poco ortodoxo, de color gris y con los vidrios tintados, el cual desfiló por las calles del pueblo de Keeper, en Otham. El vehículo transitaba a paso lento mientras el día se escapaba por entre los dedos de los habitantes, siendo ese un día… especial, digamos. Nadie sabía de dónde provenía el enorme autobús ni a quién o quiénes transportaba, pero se sentían inseguros, como si su presencia no augurase nada bueno. Sin embargo, sólo lo vieron y diva41


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garon durante unos segundos antes de perderse en sus idas y venidas, dejando el paso a quienquiera que fuese el nuevo, o la nueva, visitante. —¿Estará por llegar? —preguntó Devendra Walter a su esposo, Jasper Whipper. —No lo sé y no me importa —contestó éste, oculto detrás de su periódico—. No te ofendas, cariño. “Como si fuera posible”, pensó ella amargamente para sí, volteando de nuevo hacia la ventana. Se habían mudado a la parte sur de Keeper hacía ya siete años y las promesas de urbanización en el área nunca se cumplieron. En consecuencia, y por ser el señor Whipper un hombre gruñón y no muy de fiar, y tras haber comprado la casa por un precio absurdo sin haberlo pensado antes, eran las únicas personas que vivían en esa parte del pueblo. Todo debido a la mala fama que circulaba entre los pueblerinos, quienes decían que en aquella extensión de suelo sin pavimentar se encontraba un enorme imán de cosas que poco o nada tenían que ver con una vida o circunstancias comunes. Así lo llamaban, “circunstancias no comunes”, cuando en verdad querían decir “sucesos paranormales”. Claro que el señor Whipper no creía en nada de aquellas habladurías estúpidas que se inventaban y contaban los unos a los otros. Por otra parte, Devendra solía escuchar los mitos y leyendas que circulaban en el mercado cada vez que la veían pasar. No le molestaba en lo absoluto e incluso a veces le parecía gracioso. Todo mundo tenía derecho a decir lo que opinaba y ella no era nadie para decirles qué estaba bien y qué estaba mal. 42


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El mediodía avanzó y dejó paso a la tarde, ocultándose el sol por allá a lo lejos. Jasper seguía tras el periódico matutino, leyendo por centésima vez la noticia en la que hablaban sobre un asesino en serie ubicado en los bosques de Roanoke, y Devendra, naturalmente, seguía puesta frente a la ventana con la vista fija en el camino, esperando la llegada de su otrora hermano Fred. Estoy a punto de arribar y me encuentro un poco nervioso. No sé si mi hermana crea que estoy loco. Aunque a veces no me importa porque sus ojos no son tan exquisitos como los de mi antigua amada. Si ese no fuera el caso, con una cuchara se los extirpaba para mi puro deleite. Pero su esposo, ese tal Jasper, tiene los ojos azules más hermosos que me pueda imaginar. Sólo una vez los vi y en ellos encontré la felicidad. Oh, querida hermana que siempre he amado y apreciado. No malgastes tu tiempo salvando a tu esposo, pues será en vano. Lo sé, lo sé. Pensarás que estoy enfermo, pero está bien. A veces no lo creo pero me falta ser un poco… travieso. El autobús llegó el 24 de agosto de 1982 a la calle Pumpking, deteniéndose con un estruendo por parte de una de las llantas. Las puertas se abrieron de par en par mientras Devendra esperaba en el marco de la puerta con los brazos cruzados y los ojos brillosos. Extrañaba tanto a su no-hermano que apenas se acordaba de cómo era. Y cuando lo vio, supo que no era exactamente así la última vez.

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Jasper Whipper dejó el periódico en la mesa de la cocina al tiempo que se aproximaba a su esposa y le daba una nalgada pícara, sobresaltándola, pero moviendo algo dentro de ella que se asemejaba mucho a la excitación. —Parece que el travieso ha llegado —comentó Jasper, viendo cómo Fred descendía de una manera lenta los cinco escalones del autobús. Pero qué agradable sorpresa encontrar a mi hermana aún con su esposo. Aunque esperaba que con su actitud, ella fuera más inteligente que ese hombre apestoso y por tal, lo dejara. Sin embargo, es formidable. Lo veo directo a la cara y siento algo en el estómago. Sólo espero no vomitar el ácido que circula dentro de mí. Eso sería malo y a la vez un poco… travieso. Fred, quien descendía de forma peculiar los escalones, demostraba un aspecto escalofriante. Su cara pálida no parecía tener ni una sola marca hecha por la edad, sólo dos bolsas muy marcadas debajo de sus hermosos ojos esmeralda. Y si bien a Devendra no le ocasionó ningún inconveniente, a Jasper le pareció algo desagradable ver cómo la cara de Fred se descomponía en una enorme mueca que bien podría significar la inminente locura en la que estaba inmerso o la misma felicidad, dejando ver muy a la perfección unos dientes amarillos y disparejos, sin tener en cuenta sus cabellos plateados que ya poco brillo emanaban y que estaban dispersos de un lugar para el otro en un cráneo poco convencional. Y esos ojos… esos ojos que tenían el aspecto de ver las cosas más allá de lo simple y nada a la vez, le provocaron una sensación indescrip44


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tible, sobre todo cuando pudo sentir el peso de esos globos oculares posándose en los de él, haciendo una estridencia al moverse que evocaba el crujido de los ladrillos al frotarse. Fue un desplazamiento metódico. El sonido fue auténtico y a la vez descabellado. Pero, por más improbable que pareciera, había sucedido. Después de haber abrazado a su no-hermano, el extraño camión se marchó, perdiéndose de vista al inicio de Chaple Street. Devendra ni siquiera había visto al conductor, y llegó a preguntarse, de una manera que no era la suya (la de ver las cosas de forma antinatural), si en verdad se encontraba alguien al volante. Pero pronto se dio cuenta de lo que en verdad importaba. Ahí estaba su no-hermano, Fred, en carne y hueso… o más hueso que carne, quizás. Aquellos duros años en el Palacio Oscuro debieron haber sido difíciles para él. Oh, pero qué hermosa casa tienes, hermana. Y, ¿sabes? Se nota quién es la que manda aquí. No me juzgues, por favor, sólo digo la verdad. A menos que quieras que me ponga a patalear. Aunque claro, eso no sería prudente. No mientras estén ustedes aquí presentes. Sólo espero que no me espíen a la hora de dormir. Porque, entonces, y quizás suene un poco maleducado, suelo ser un poco muy… travieso. —Me tengo que ir —dijo el señor Whipper mientras el freak (como lo llamaba incluso estando frente a él) y su esposa se 45


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sentaban en la sala, uno al frente del otro—. Olvidé comprar unos tubos para el baño del segundo piso. —¿Seguro que no puedes esperar? Digo, mi no… mi hermano está de visita. —Muy seguro, cariño —y se fue, no sin antes darle un buen beso en el cuello a Devendra, quien apretó las piernas en un desesperado intento por ocultar el modo en que hacía gestos… traviesos con la cara. Estando solos, la atmósfera se convirtió en algo peculiar, como si el viento se hubiera evaporado y fueran los únicos vivientes en un pueblo fantasma, como el de Newborn. Sólo que un poco más maligno. A Devendra nunca le había parecido que su no-hermano fuera diferente. Habían crecido juntos en una granja y estudiaron en la misma escuela, por no decir que en el mismo salón. Se conocieron de pies a cabeza, comprendiendo los gustos y disgustos del otro. Y a Fred no le gustaba la expresión “nohermano”, pues lo hacía sentirse desgraciado y un poco malvado, o como le gustaba decir a él, “travieso”. Devendra siempre supo que su no-hermano había llegado de un lugar distinto al de ella. Lo que no sabía era exactamente de dónde, pero no tenían la misma sangre. Eso era algo que Fred o bien ignoraba o no le importaba en lo absoluto. Él había aprendido a amar a Devendra desde muy pequeño, y eso significaba mucho en su mente tan complicada. El señor Whipper subió a su vieja camioneta con la idea de volver hasta medianoche, cuando el freak estuviera dormido y pudiera hacer cosas con su esposa. La buena sorpresa que le esperaba. 46


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—¿Cómo has estado, querida hermana? —preguntó Fred con vos áspera. Se sujetaba ambos brazos con fuerza. Devendra no lo había notado hasta ese momento, pero no llevaba ni siquiera una maleta o una bolsa en la cual guardar sus pertenencias—. Por el tamaño de tu casa, veo que nada mal. —Oh, Fred, mi casa no es otra cosa que el fruto que hemos cosechado Jasper y yo a lo largo de los años. —¿En verdad? —miraba a Devendra con unos ojos misteriosos y a la vez calculadores, como si intentara hacerla caer en algo de lo que luego no pudiera salir—. A mí me parece un poco más que eso. —No te sigo. —Verás, he observado a Jasper y te desea más que nunca. Me parece que algo está cambiando en él que los beneficia a ambos. Y estoy muy feliz por ustedes. —Oh, Fred, qué hermosas palabras. —Por ello, hermana querida, te pido que lo cuides mucho. Personas como él están contadas. Claro que en ese momento, Fred hablaba de aquella manera debido a la evocación de los hermosos ojos azules de Jasper. Le producían en el cuerpo algo parecido a lo que sentía Devendra cuando era besada en el cuello, sólo que mucho mejor. Jasper llegó tarde, a media noche, para ser exactos. Estaba listo para llevar a cabo su plan. Ni siquiera tenía una gota de alcohol encima (como era normal en él) y ya se sentía en las nubes de tan sólo imaginar las cosas que haría con su esposa esa misma noche. Apagó la camioneta frente a la casa y se dispuso a abrir la puerta con sigilo, por si estaba dormida. No 47


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le pareció extraño que las luces de adentro estuvieran apagadas y simplemente las prendió para no chocar con algún mueble. Y lo que vio al momento de hacerse la luz, le heló la sangre. Ahí estaba Fred, sentado sin dar señas de vida a pesar de tener los ojos más que abiertos. Su postura era la misma que cuando Jasper se había marchado. Y lo observaba. —Jasper… —dijo Fred en su característica forma de hablar. El hombre no pudo pronunciar palabra. —… tus ojos. En ese momento, la cara de Fred se ladeó un poco hacia la derecha, dejando ver una marca en el delgado cuello. Parecía ser un corte profundo efectuado mucho tiempo atrás. Todo su apetito sexual había disminuido tan pronto y el pánico fue lo primero que llegó a parar a su cabeza. No sabía si decir algo o quedarse callado. Pero no cabía duda del temor que sentía en todo el cuerpo y el sudor que comenzaba a caer desde su espalda. —¿Jasper? —se escuchó que preguntaba una voz proveniente del segundo piso—. ¿Eres tú? Devendra bajó con un pijama puesto y los cabellos enmarañados. Su aspecto daba a entender que dormía desde temprano. —Oh, aquí están los dos. Anda, vamos a dormir, Jasper. El hombre, por primera vez desde que llegó, apartó la vista de la de Fred y observó a su esposa, quien no parecía dispuesta para una travesura a mitad de la noche, sino todo lo contrario. De momento estaba bien. Él tampoco estaba de humor para tales cosas. La pareja subió las escaleras y perdieron de vista al freak, dispuestos a dormir lo más pronto posible. 48


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Por otra parte, Fred permaneció en la misma posición durante la noche entera. Sólo cuando su hermana bajaba hacia la cocina, pretendió que llevaba al menos cinco minutos despierto. La mañana avanzó y dejó paso a la tarde. El día se comenzaba a tornar oscuro por las nubes y el viento aumentaba a cada segundo. Jasper, mientras tanto, leía el periódico, cubriéndose la cara por completo. No apetecía ver a Fred, quien se encontraba justo al frente, observándolo con aquella expresión enferma y desagradable. —Me voy al mercado —anunció Devendra desde la puerta—. Vuelvo en hora y media. Antes de que Jasper pudiera decir algo, Fred cortó su intento de contestar. —Aquí estaremos, querida. Devendra se había marchado. —Jasper… —¿Qué? —preguntó el otro sin bajar el periódico. —… tus ojos. Esa frase… Cuando la escuchaba no podía evitar sentir algo extraño caminándole por la espalda. Era grotesco y perturbador, incluyendo también el sonido que hacían esos ojos dementes al moverse dentro de las cuencas. Por fin, y en un intento por no temblar, se descubrió la cara. —¿Se te apetece algo, Fred? —inquirió con un hilillo de voz. —Tus ojos… 49


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—¿Qué… qué tienen mis ojos? —Deberían ser míos… Mira hacia la ventana, Jasper. Míralo antes de que desaparezca. Sin saber por qué, confiando simplemente en su instinto, giró la cabeza. Había algo en la voz de Fred que lo instó por completo a obedecer sin siquiera intentar contenerse. Antes de poder entender que en la ventana no había nada, ya estaba acostado en el suelo, inconsciente. Cuando Jasper despertó, estaba sujeto a una de las sillas de la mesa. Le dolía la cabeza, pero hizo el sentimiento a un lado para poder pensar mejor. Necesitaba salir de ahí sin que Fred se diera cuenta. —Jasper… La voz proveniente de su espalda lo sobresaltó, profiriendo un grito ahogado. —¡Déjame ir, maldito freak! Sabía que no era buena idea dejarte… —Jasper… —¡¿Qué, maldita sea?! —… tus ojos. Fue entonces que dejó ver ante él una cuchara honda, una de las que tantas veces había usado a la hora de la comida. Por un momento creyó saber de qué se trataba todo eso, y su cabeza dio vueltas, tratando de asimilar la situación. No pudo hacerlo. Era demasiado qué procesar. Fred entró en el campo de visión de Jasper y se sentó en la silla que tenía frente a su víctima. De nuevo esas facciones le causaron asco, pero no podía apartar la mirada. 50


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—Ella se llamaba Margerine —comenzó a decir Fred—. Era una hermosa mujer y prima mía de la cual estaba totalmente enamorado. Pero la sangre me dictaba que debía ser lo contrario. Así pasaron los días, Jasper, sin tener otro sentimiento que el mero amor por esos enormes ojos verdes. Y yo muy bien sabía que presagiaban la muerte. No obstante, me contuve. E ideé un plan, como de costumbre. En mi lista figuraban puras mujeres hasta el día en que te conocí. Sólo ellas me causaban esa sensación tan apetecedora. Pero entonces vi tus ojos y, bueno, creo que los engranajes se movieron dentro de mi cabeza para dejarle el paso a un nuevo espécimen dentro de mi colección. Sí, Jasper, todos esos ojos están en frascos de cristal y pronto los tuyos serán los que le quitarán el lugar a los de mi preciosa Margerine… A menos que no sean lo que aparentan. Oh, mi hermosa Margerine que con tanta desconfianza cuidé de otros. Era sólo para mí, de ningún hombre apestoso. Mi plan siguió en pie durante varios días. Lo pensé tantas veces que hasta la cabeza me dolía. Entonces el día llegó. Nos quedamos solos en casa y procedí a buscar una cuchara, la más profunda que encontré. Y entré en su cuarto mientras dormía. No sabes qué hermosa se veía desnuda, pero sus ojos valían más que esa fortuna mundana. Lo tenía todo planeado, incluso si las cosas salían mal. Y lo hicieron cuando despertó y un grito de susto profirió. Le tapé la boca con brusquedad y la sujeté justo como a ti. Lamentablemente sus nudos tuvieron que ser fuertes pues se movía más que tú, mi querido Jasper. Entonces procedí a meter la cuchara dentro de sus cuencas a pesar de los escandalosos gritos. Debo confesar que mi entrepierna se puso tan feliz que casi hasta vomité. Hundí la cuchara hasta donde pude con mi débil mano izquierda. Con la otra sujetaba su hermosa cabeza. La sangre 51


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comenzó a fluir de una manera mágica y la cuchara estaba en su punto perfecto. Sólo hice presión y su ojo salió casi ileso. Trajo consigo lo que parecían ser tallos llenos de sangre. No me importó pues más tarde los lavé hasta cansarme. Para el pesar de mi amada Margerine, no murió sino hasta después de extirpar el segundo ojo. Y fue por un golpe mío, de lo contrario, por más tiempo hubiera vivido. Esos ojos los tengo en un lugar secreto. Los logré esconder antes de llevarme preso. Todos creen que he cumplido mi condena y estoy curado. Pero puedes darte cuenta de que los he engañado. Y así, mi buen amigo Jasper, es tiempo de que me obsequies con lo que por derecho me pertenece. Nadie los merece más que yo. Nadie escapa de mí pues soy tan… travieso. Dicho el monólogo, se dedicó durante media hora a sacar los ojos de las cuencas del mismo modo en que lo había hecho con otras mujeres. Más tarde, sobre la mesa dejó una carta escrita con la sangre del querido Jasper. El mensaje decía: Sé que nunca me consideraste un hermano, y lo comprendo a la perfección. No puedo obligarte a sentir sincero amor. Sé que por eso piensas en mí como tu “no-hermano”. Así pues, me marcho lejos de aquí. Disculpa la sangre, pero era inevitable. Y a ti, entrometido que lees esta carta, te digo con sinceridad: Cuida esos bellos ojos. Pues en la calle los puedo encontrar. Si algún día me ves, no dudes en huir. Sin embargo, no te podrás esconder de mí. 52


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Sé en dónde encontrarte, y ten por seguro que a veces suelo ser muy… travieso con personas especiales. Con amor, Fred.

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Las brujas de Roanoke



John muere

O

scuridad. Pies en movimiento. Hilaridades. Un sillón se mueve. Murmullos. Hilaridades. De pronto, una luz. Un hombre sentado en el sillón carmesí, el único en el sótano, amordazado y sudando a la luminosidad de la lámpara, esperando con ojos ajenos y delirantes. Siete hermosas mujeres frente a él, vestidas con iguales vestidos escarlata, lo observan. —¿Quién debería comenzar? —pregunta una de ellas, la de cabello negro. —¿Y si lo hacemos esperar? Sería divertido —comenta la del molote café. El hombre intenta decir algo. Desiste. —¿Sí, hermoso? —inquiere la de en medio, la de cabello suelto y color castaño oscuro. Palabras ahogadas, incomprensibles. La de en medio le quita el paño de la boca y se peina con él, dejando ver un poco más su bella cara. —¿Cómo llegué aquí? —pregunta el hombre, confundido, pero a la vez expectante. Piensa en una posibilidad estúpida, sexual. 57


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Nadie contesta. Lo observan con la misma cara que al inicio. Esperan. —Te llamas John, ¿cierto? —pregunta la que le quitó el trapo de la boca. —¿Cómo lo saben? —La pregunta te la hice yo. Contesta primero, ¿sí? —Sí, soy John, pero… —Con eso nos es suficiente. De pronto, las imágenes vuelven a John. Se ve sentado en un bar, tomando copa tras copa de un líquido amargo y abrazador. Las personas bailan. Él sólo está ahí por la bebida, o eso es lo que cree. Se levanta al baño y entra a una caseta, donde hay una hermosa mujer orinando. El vestido… —Escarlata —dice la fémina, sin pena aparente de que la vean semidesnuda, como si le leyera el pensamiento—. Ese es el color. El vestido escarlata le llega por encima del ombligo, dejando ver sus virtudes en una escena no muy limpia. —Creo que me equivoqué de baño… —No, no lo hiciste —dice mientras se limpia y suelta el vestido, que le llega a medio muslo, al tiempo que se pone de pie. Sus labios están pintados del mismo color, combinando al igual con los zapatos. El color no es ese que todos conocen, el r… —Es escarlata —insiste una vez más la mujer. Sale del cubículo y se acerca al espejo a peinarse con las manos. John la mira con ojos de deseo. —Quieres tocarme, ¿no es así? —pregunta con voz sensual. —Señorita… —Yo sé que lo quieres. Después, negrura. Más tarde, las siete mujeres. Todas se desnudan al mismo tiempo, bajándose el zipper 58


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mutuamente. El miembro viril de John se erecta, caliente, dispuesto. Los cuerpos son hermosos, al igual que ellas. Tienen algo característico que deslumbra y aprisiona en un lugar del que no se quiere salir nunca. —Soy Mara —se presenta la del pañuelo en la cabeza, bajando lo mejor que puede el pantalón del John y sacando su miembro con cuidado. John siente que se desmaya, pero no se deja ir tan pronto. Tiene que gozar. Debe gozarlo. Mara sube sobre él. Las demás observan. Cada quien tendrá su turno. Cinco minutos. Termina. Sigue Nollette, la del molote. Después Aline, Marian, Noelle, Winter y Audrey. —¿Satisfecho? —pregunta Mara, de pie frente al hombre. —Satisfecho sería… Para. Grita. Implora. Llora y maldice en voz alta. La sangre ha comenzado a caer por en medio de su pecho como una cascada débil. El cuchillo baja hasta el ombligo. Sangra. No se detiene. Las mujeres lo observan, extasiadas, felices. Noelle, la más joven de todas, y Marian, se acercan a John con un cuchillo en cada mano. Aline lo amordaza. Las otras lo detienen. Noelle y Marian, con sus propias manos, meten los dedos por entre el corte. Estiran la piel mientras la despegan con sus instrumentos filosos. Huele a vísceras. La sangre fluye. Los huesos se ven. Todo cae. John muere. Miércoles Roanoke, a la séptima semana de 1985. Las siete caminan por entre el bosque, vestidas con zapatos y sendos vestidos escarlata, implacables. Su andar es 59


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delicado, sin complicaciones a pesar del camino lleno de incongruencias. Se pasean por entre los pinos y arbustos, directo a su escondite, justo en lo más oscuro y profundo como cierto pasaje en los bosques de Bridgetown, donde bestias nunca antes vistas salen a pasear a horas impetuosas, al igual que las bellas mujeres y uno que otro turista. —Me gusta cuando ellos no vienen aquí —comenta Aline, viendo hacia abajo. —Sí —afirma Marian—, ellos suelen ser un estorbo, sobre todo en septiembre. —¿Qué los atraerá a cometer sus fechorías en nuestros bosques? —pregunta Winter—. ¿Qué acaso no saben de nosotras? —De ser así, mejor para nuestra suerte —dice Mara—. Según escuché, son la familia McMorton. La chiquilla es Nara, y el padre, Iván. —Qué hermoso nombre el de la niña —alaga Nollette—. Si la secuestráramos, bien podría ser una de nosotras. La he visto, y no le falta belleza. A sus veinte sería un gran ejemplar en nuestro círculo, ¿no les parece? —He visto su futuro. No le espera nada bueno —dice Mara. —¿Cuál es ese futuro del que hablas? —pregunta Audrey. —La he visto asesinar hasta 1995. Después, la capturan. —¿Quiénes la capturan? —pregunta Marian. —Nosotras. Nos encuentra aquí y nos quiere matar. No tenemos de otra que defendernos. —¿Podemos cambiar el futuro? —pregunta Noelle, pensativa. —No. Las cosas deben seguir su curso natural. Ya he hablado lo suficiente. Es momento de seguir nuestro camino y olvidar mis palabras. Nuestra Witknës tiene tiempo esperando. 60


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El camino sigue serpenteante hasta que los enormes pinos crecen tan juntos que es casi imposible avanzar entre ellos. Ni siquiera la persona más delgada del mundo podría entrometerse sin sufrir daños. Aunque para ellas no es difícil. Sus cuerpos se contorsionan de maneras sobrenaturales y pasan por entre los troncos como el agua y el fuego hasta llegar a su destino; un tronco lo bastante grueso como para entrar cuatro personas a la vez, plantado desde los inicios de las primeras brujas, desprendiendo un aroma a sangre y azufre. Las siete se internan una detrás de la otra por entre la solidez de la corteza, dejando tras de sí, en el mismo tronco, una inscripción en latín que se traduciría como: Y por los eones, la vida permanecerá sepultada bajo la jurisdicción de Lucifer En el lugar donde la muerte dura para siempre Y la esperanza se evapora con el presagio del infierno Al principio, todo es oscuridad. Suenan los truenos y las maldiciones estridentes de aquellos que han sido usados por las brujas para sus fines macabros. Entre ellos, un tal John. Siguen su curso a través de las tinieblas. Frente a ellas, un fulgor caliente y una voz femenina que exclama: —… y para los maldecidos que fuimos nosotros en un pueblito lejano de aquí, la muerte nos encontrará como a cada familia desde la llegada de Azdempt’ y nos introducirá a la casa de los condenados donde las llamas arderán y sólo una persona vivirá para deleite del Amo, deslizándose cual serpiente por el suelo de lo que alguna vez fue Nusquam y donde… 61


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Las palabras se pierden en murmullos incomprensibles. Se detiene. Levanta la cabeza del caldero, donde con la luz del fuego se denotan sus extrañas facciones y la locura en sus ojos grises. —Veo que hicieron lo que les pedí —dice la bruja anciana, indicándoles que se acerquen. —Para el placer de nuestra Witknës —dicen las siete al unísono, desvistiéndose. —Belleza eterna y juventud… —… para los que claman al amo de las tinieblas. —Y que en sus fauces la luz nunca entre… —… o arderemos en llamas y nuestros actos quedarán en el olvido. —Siendo así, su transición está completa. Levanten la cara y beban de la sangre de cientos de niños muertos a merced del Amo, y encárguense de los que faltan. Que las profecías vuelvan a nosotras en esta noche de luna llena y que la desgracia prevalezca hasta el fin de la vida misma. Tres víctimas de noche y otras tantas después Las brujas salen con andar presuroso. Es de noche y hace frío. Siguen igual de desnudas. Sus pies descalzos pisan cuanto hay en el sendero, pero el dolor es insignificante. A lo lejos, fuego, personas, licor y comida. Se acercan. Escuchan. —… por eso insisto en que nos vayamos —dice uno de los tres hombres frente a la fogata—. Nos pueden matar en cualquier momento. —¿Qué no lo sabes? Matan de día. Además, febrero no es el mes preciso en que lo hacen. —Es cierto —interviene el otro—. Ya deja de llorar y… 62


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—No. No me importa lo que crean ustedes pero yo me voy de aquí. Y por si no lo sabían, también hay historias sobre brujas caminando por el bosque. —Sólo no te orines al decirlo, que te tiemblan las piernas, Michael. Anda, vete. No nos importa. Así tenemos más para nosotros si… ¿Escucharon eso? Silencio. Otro sonido. Pisadas. Las brujas salen. El fuego las ilumina. Michael intenta escapar, entiende de inmediato. Nollette lo atrapa, lo besa y lo manosea. A los segundos, la sangre fluye por su cuello. Los otros gritan y maldicen. Huyen en vano. Mueren. —Sacrificios de sangre… —comienza a decir Mara. —… para saciar a los demonios —terminan las otras seis al unísono. —Que nuestros planes sean venideros y triunfales… —… para que el Amo nos acepte como iguales. —Si alguna de nosotras muere… —… que nuestro cuerpo sirva de placer al Amo, para llegar al infierno a gobernar. Alzan sus brazos hacia el cielo mientras hacen bailes a la luz de la luna y de las llamas. Cantan notas de los tiempos babilónicos en lenguas olvidadas como el käsqa, y se alejan en mitad de la noche a ponerse sus vestimentas estorbosas. Llegan a casa, en Mile Street, y se preparan para el día siguiente, esperando que sea igual de satisfactorio. Luz de día. Lleva tiempo que amaneció y las féminas salen a la calle. Sus piernas se mueven en sincronía con esos zapatos de tacón que harían palidecer a la crítica de la moda al ser tan perfectos e inusuales. Las faldas se los vestidos se mueven 63


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coquetas, instando a los hombres a ver debajo, donde el triunfo los espera. Llegan al callejón de Mauror Street y entran seis. La otra, Aline, se queda en la luminosidad de la mañana y se pega contra la pared, provocadora. Por esa misma calle, en dirección hacia ella, un hombre con la cabeza gacha, camina a su encuentro sin saberlo aún. —Hola, guapo —saluda Aline, más frívola que nunca. El hombre en verdad tiene lo suyo. —Buenos días, señorita —y pasa de largo sin hacerle caso. —¿No te interesa un poco de diversión? —Si perder mis billetes sin obtener nada a cambio, cuenta, entonces no, gracias. Aline se acerca con paso coqueto. El hombre se detiene y la observa. No le impresionan su aspecto ni su figura. —No te pido nada a cambio, cariño —le pone la mano en la cara—. Sólo un poco de diversión. —Como he dicho… —“No, gracias”. Pero no lo dices muy convencido, ¿o sí? —Tengo que irme. Con su permiso… —Tenías que irte… Aline lo alcanza, le da la vuelta y lo besa. El hombre cae en sus pecados más profundos. Duerme. Despierta en la oscuridad. Pies en movimiento. Hilaridades. Un sillón se mueve. Murmullos. Hilaridades. De pronto, una luz. —¿Qué hago aquí? —pregunta el hombre, asustado. —Tu nombre es Martin, ¿cierto? —pregunta Mara, desnuda frente a él—. Eres más fuerte de lo que creía. No siempre tenemos a un hombre que se oponga a nuestros encantos —mueve ligeramente los hombros de lado a lado, presumiendo sus atributos. 64


Galería de pinturas

—¿Quiénes son ustedes? —Somos una sociedad, querido Martin. Una sociedad del infierno que se encarga de llevarse a los hombres inútiles como tú a lo más profundo del averno. Las demás salen de las penumbras. Observan a Martin de la misma forma en que hicieron con John: con deseo y malevolencia. —Lucifer nos ha encargado hacer algunos trabajos sucios en su nombre para llevar a cabo una enorme tarea. —¿Qué clase de tarea? —Sacar la lujuria dentro de los hombres y entregársela al Amo. —¿Quién es su amo? —Azdempt’. —Qué idioteces. Entonces supongo que ustedes son brujas o… —En el infierno seremos brujas, pero aquí somos una sociedad. —Vaya sociedad… Si me dicen la verdad y me van a hacer lo que creo, han de tener miles de enfermedades ahí dentro. —Tú no te preocupes. Disfruta. Nosotras nos encargamos de lo que haga falta. Menos de veinte minutos después, Martin yace muerto en el sillón escarlata. Todas se acuclillan en el suelo, listas para venerar. Mara abre las piernas y dice: —Señor de las tinieblas y de todo lo malo en el mundo, acepta nuestro obsequio a tu nombre y danos el poder de seguir con nuestra tarea y salvar la deuda que nos consume. Porque antes de ti vivimos en la miseria y la prostitución, y ahora es nuestra vida. Porque tú nos diste una mejor oportunidad de hacer las cosas bien. Por eso te ofrecemos este 65


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sacrificio de sangre y lujuria, para limpiar nuestro pasado y serte fiel. Acéptanos en el infierno y obedeceremos cada uno de tus mandatos. Acéptanos como tus damas cortesanas y obséquianos a cambio un lugar a tu derecha del trono, donde las brujas, nuestra sociedad, podamos servirte de cualquier forma. Siendo así, nos despedimos, deseando que su nombre viva por siempre en el abismo. Las brujas se levantan. Sujetan el cuerpo inerte de Martin, y comienzan a devorarlo con sus propios dientes. Charcos de sangre. Las tinieblas se alzan. El fuego lo consume todo.

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Ser un artista



S

iempre había pensado que yo hacía las cosas mejor que cualquier persona en cualquier parte, sin importar qué. Claro que eso era sólo en las Artes. Pero más temprano que tarde llegó el momento donde me dieron una bofetada en la cara y simplemente ya no fui el mismo. Y dejé de pensar de la misma manera estúpida y mimada en que estaba acostumbrado a hacerlo. Todo por el simple y sencillo hecho de que las cosas más inesperadas le pueden ocurrir a la persona menos inesperada. En este caso, esa persona fui yo. Y me arrepiento tanto de haberlo hecho. Mis días en la Universidad de Eldertown fueron los mejores que he tenido, sin tomar en cuenta los sucesos horrendos por los que pasé más adelante. En mis clases de arte siempre fui el mejor de todos, y nunca me cansaba de recalcárselos en la cara a mis compañeros. Mucho tiempo después me di cuenta del mal que había ocasionado a mi alrededor por esas estúpidas palabras de alago hacia mí mismo. Pero no cabe duda que siempre hay alguien ahí para recordarte el camino por el que debes ir sin importar qué. Ese alguien fue uno de mis profesores, de quien, por desgracia, no recuerdo 69


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exactamente el nombre. Sólo recuerdo sus duras palabras explicándome que, si no cambiaba mi manera de hacer las cosas (de referirme al trabajo de mis compañeros como basura), no saldría bien parado, ni siquiera en el mundo exterior, donde todo valía mil veces más de lo que valdría en el salón de clases. Claro que sentí el peso de sus palabras, pero con el tiempo las quemé en el olvido (bastaba con dos días para volver a pensar del mismo modo) y hasta varios años después las recordé, cuando ya era demasiado tarde. Tal vez piensen que alardeaba de mis trabajos por el simple hecho de que yo me creía lo mejor de lo mejor sin compararme con alguien más. Pero están equivocados. Siempre encontraba con quién compararme. No podía pasar ni siquiera un día en que no redujera a un pedazo de mierda lo que hacían mis compañeros tomando en cuenta los trabajos que yo presentaba. No me cansaba de decirles que nunca en sus vidas llegarían lejos con ese tipo de dibujos y esculturas por los que tanto se mataban haciendo en el taller. Pero la vida es dura. La vida tiene forma y presencia, y estuvo ahí para darle un giro total a mi vida incluso cuando yo menos quería que lo hiciera. A comparación de mis compañeros de clase, mis pinturas, dibujos y esculturas, nunca llegaron lejos. Pero sólo basta con buscar en alguna revista los nombres de todos aquellos a los que alguna vez desanimé con mis duras palabras, para saber que sus vidas son lo que yo siempre quise para mí y que nunca pude obtener. Lo que les contaré ahora fue el verdadero infierno en el que viví, saliendo ileso sólo para encontrarme en otro tipo de infierno con menos fuego.

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Como he dicho, estudié en la Universidad de Eldertown, la única en el pueblo. Entré de la manera más fácil gracias a mis dotes del arte. Me gané a los profesores por mis técnicas e ideas, y los perdí por mi mente vacía y carente de moral. Los primeros cuatro semestres se me pasaron volando, casi como en un sueño. Y durante ese tiempo me di cuenta que no sabía todo acerca del arte, pero sí sabía una parte importante sobre lo que significaba ser un artista. En ese entonces, yo me describía como alguien que tiene visión e ideas innovadoras. Alguien que puede ver cosas que las personas comunes nunca mirarían. Por ejemplo, yo podía observar un árbol y distinguir en él infinidad de colores y texturas exquisitas cuando una persona no artista veía un simple árbol a mitad del camino. Un árbol que no significaba nada y que bien lo podría tirar para construir algo en ese lugar. Y ese era yo, el estudiante de artes que era mejor que los demás por mi agudo sentido de la observación. Otro ejemplo, y creo que es el más importante, es que cuando veía a las personas en las calles, los veía directo a sus caras y, dependiendo de cómo fueran sus facciones, yo me inventaba escenarios para describir el porqué de esas caras, aunque todo fuera mentira y existiera sólo en mi imaginación. Pero eso mismo es lo que me hizo cambiar de manera drástica, el modo de ver a las personas e inventarme historias. Nunca creí que ese tipo de experiencias fueran reales, sobre todo porque no creía en divinidades (sólo en un Dios) ni demonios corregidores de caminos. Así que, ausente de esas creencias, me parecía imposible creer en algo tan absurdo como lo que me sucedió. Como cualquier otro día de madrugada, iba de camino a la universidad, observando las caras de las personas y me iba inventando pequeñas historias que cruzaban por mi cabeza 71


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en una fracción de segundo. Pero entonces vi una cara llena de terror que me llamó mucho la atención. Ahora, varios años después de haber visto ese rostro, me resulta imposible recordarlo del todo. Lo único que se quedó grabado en mi memoria fue el horror que transmitían sus rasgos faciales. Fue así que, fascinado por esa persona, me comencé a inventar una historia totalmente diferente a las demás que había creado en días pasados. Esta vez, esa persona no gozaba de nada en particular. En cambio, la desgracia lo perseguía a todas partes a donde fuera. A este personaje lo nombré Jake, un hombre joven (que realmente ya era todo un adulto) con una hermosa novia a la que amaba más que nada en su vida, pero entonces llegó el momento que ya varios de sus amigos esperaban. Pero, ¿por qué lo esperaban? Bueno, Jake tenía un temperamento pesado y sabían que, a cualquier falta que cometiera su nueva novia, él era capaz de ponerla en su lugar a cualquier costo. Grábalo en tu cabeza. a cualquier costo. ¿Y qué creen? El momento llegó antes de lo que esperaban los amigos de Jake. La nueva novia había desaparecido inexplicablemente y nadie sabía en dónde se encontraba. Y cuando las autoridades aparecieron en la casa del sospechoso número uno, éste dijo que hacía más de una semana que no sabía nada de ella. Esto dio a los oficiales en qué pensar. Pero pronto lo olvidaron y comenzaron a hacer más investigaciones. Jake estaba a salvo, pero no tardó en sentirse como un demonio. Y así terminó la historia, o al menos eso creí. Días más tarde, mientras me encontraba tomando una taza de café y leyendo el periódico matutino, un encabezado 72


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me llamó la atención de una manera ensordecedora. Era el siguiente: Joven acusado de matar a su novia. Las autoridades aún no saben si es culpable o inocente a falta de pruebas. De momento creía que era sólo una coincidencia y no le quise prestar atención, pero mis testarudos ojos buscaron instintivamente el cuerpo de la noticia. Fue entonces que vi escrito el nombre de Jake en el papel. Pasaron los días y mi cabeza le seguía dando vueltas al encabezado que había leído hacía ya un tiempo. El nombre de Jake no dejaba de dar vueltas en mis pensamientos. Ni siquiera podía conciliar el sueño gracias a eso. Sentía que me estaba volviendo loco. Pero lo peor sucedió cuando la continuación de la historia llegó a mí sin haberla pedido. Como si hubiera sido un reflejo, el relato continuó en mi cabeza al igual que lo hacían de vez en cuando aquellas tantas películas que me sabía de memoria. Aunque la sentí más como una pesadilla de la que no tenía salida por más caminos que buscara. En ese nuevo capítulo, Jake se había conseguido otra novia. Nunca supe el porqué, pero ahí estaba. Y esta vez, el personaje no se limitó en hacerla desaparecer como lo había hecho con su anterior víctima, sino que la quemó junto con toda su familia y su casa entera. Ahora, con testigos oculares del hecho, la policía no tardó en ir por él y confinarlo a prisión. Todo había terminado para Jake, pero no necesariamente para mí. Días después encontré otra columna en el periódico que hablaba sobre lo 73


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que había construido en mi cabeza. Mi historia se había convertido en algo real de nuevo. Gente real había muerto por mi culpa. Estaba destrozado. Tiempo después, en algo parecido a un sueño, me llegaron visiones donde veía a Jake, quien en verdad se llamaba George Thompson, sufriendo por la enfermedad que consumía lentamente a su novia. Entonces recordé el día en que lo vi por primera vez con su expresión de terror… no. Tenía cara de sufrimiento por lo que le ocurría a su pareja en esos momentos. Me había equivocado. Más imágenes fueron llegando a mí y, mientras más veía, más me daba cuenta del daño que había ocasionado con mis estúpidas historias. George, desolado y sin muchas esperanzas, decidió cambiarse el nombre por razones que ni él conocía y buscó consuelo en otra mujer, a la cual mató y enterró a las afueras de Eldertown. Más adelante se consiguió a alguien más y también la mató pero junto con toda su familia. Y ahora en prisión le había llegado la noticia de que su antigua pareja se encontraba bien y había regresado a casa, donde lo esperaba con ansias. Pero su idea cambió cuando supo que George había cometido aquellos crímenes y que ahora estaba en la cárcel. Entonces decidió suicidarse. Pasaron varios días para que me diera cuenta de lo que eso significaba en mi vida. Muy tarde comprendí que ese daño que le había ocasionado a George imaginándome la suya, se lo había hecho a mis compañeros de clase durante mucho tiempo. Ese daño que tanto les había perjudicado mientras yo salía ileso y continuaba felizmente mientras ellos se pudrían detrás de mí. Pero no tardé en ponerme a su altura mientras ellos eran los que me dejaban atrás y yo me pudría lentamente. Ahí fue 74


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cuando aprendí la lección que tantas veces me quisieron dar mis maestros de la universidad. Todo el daño que yo ocasioné se revirtió de la manera en que menos lo imaginé. Podía seguir pintando y haciendo esculturas, sí. Pero ya no eran tan buenas como lo fueron en mis tiempos de estudio. A mis compañeros los metían a toda clase de exhibiciones mientras yo me quedaba encerrado en casa, buscando inspiración para sacar adelante mi próximo proyecto. Siempre lo había comenzado, entusiasmado. Pronto entendí que nunca lo lograría y me resigné a vivir en la miseria de dar clases en una preparatoria barata donde el sueldo de un mes se me terminaba en dos semanas. Desde entonces he aprendido a llevar el peso de la vida de George conmigo y a convivir con ella en paz, aunque no siempre del modo en que quisiera.

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Wheelan



Un poco de historia

E

s sabido por los lectores curiosos que Otham fue casi fundada por Barnabas Slora, un temible pirata que llegó a la par con el leñador canadiense Sallow Berrycloth a lo que se denominaría como “estados por separado”. Debido a la gran disputa entre las grandes figuras, Barnabas no tuvo opción que quedarse sólo con la mitad del estado de Chottu y crear una pequeña frontera (que se eliminó con el pasar de los años gracias a que los pobladores lo creían innecesario e inútil), donde su enorme parte del dominio adoptó el nombre de Hole. Por otra parte, Sallow llamó Otham a su pertenencia. Otham se fundó en 1589, dos años después de la disputa. El leñador Berrycloth, durante ese tiempo, delimitó el espacio en conjunto con otros hombres para marcar una división. Mientras tanto, el nombre que llevaría su estado tenía que ser algo grande. Y según los archivos, valió totalmente el esfuerzo. 79


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Other, del inglés que significa “Otro” en español. Ð`pham, del käsqa (idioma madre de Berrycloth) que significa “Tipo de Infierno”. En el transcurso, también se idearon planos por mayoreo. A pesar de haber perdido gran parte de lo que por derecho le pertenecía, aún le quedaba un largo trecho por marcar. A Sallow Berrycloth no le gustaban las ciudades ni mucho menos. Le parecían un gran estorbo y una inutilidad. Por lo tanto, se dedicó a separar en diez partes todo el estado para construir pueblos, los cuales comenzaban al terminar el estado de ***** y al comenzar Otham. Desde ahí hasta la frontera con Hole. Monroeville Thull Lacabana Nothing Hill Broomsville Hammon´s Hill Keeper Cloudsville Roanoke Saragoza Esos fueron los nombres oficiales. Muy queridos y aclamados por los pueblerinos, a pesar de no ser todos muy característicos. Pero fue justo en Thull que decidió implementar una estatua con sus mismas particularidades. Una estatua de quince metros que denotara su atuendo favorito y sus severas 80


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facciones de líder: botas enormes y oscuras; barba espesa cubriéndole la mayor parte de la cara; camisa a cuadros color negro; pantalón azul, y un hacha afilada al hombro. Nadie supo por qué en ese lugar, sólo el mismo Berrycloth, quien nunca lo dijo. Después de tantos años, la estatua sigue ahí, aunque, con el paso del tiempo, las singularidades y habladurías desde la muerte del mismo, se hicieron cada vez más constantes. Bryan y la estatua (de día), 1992 La estatua sigue ahí, igual de implacable que siempre. Y el hacha, por supuesto, sigue afilada. Es viernes, mes de mayo. Los niños salen de la escuela y se van a cualquier parte, mientras no sean sus casas. Algunos van al cine, otros a pasear en bicicleta o a la tienda de video. Pero no el niño Turner. No. Él se dirige, como cada último día de escuela antes del fin de semana, al centro del pueblo, donde el gran Sallow Berrycloth lo espera. —Buenas tardes, señor —saluda Bryan Turner mientras se sienta en la banca que hay del lado derecho de la estatua, donde lleva el hacha al hombro. Nadie contesta. Las personas van y vienen como todos los días, perdidos en la cotidianidad de mantener a una familia que, en algunos casos, no vale la pena o bien, no es lo mismo que antes. Al igual, los niños andan de aquí para allá, distraídos en algo que no sea la tarea que deben entregar el lunes a primera hora. —¿Qué tal le ha ido esta semana? —pregunta a la estatua. Bryan tiene catorce años y un ligero problema en la cabeza, también. Ve cosas donde no las hay, como fantasmas, 81


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duendes y espectros. Todos los demás niños se burlan de él. Y los profesores de la escuela no son la excepción, aunque estos últimos lo hacen a escondidas, en la sala de maestros o en la comodidad de sus casas, donde no hay supervisor al cual impresionar. Desde 1988, Bryan se presenta sin falta a hablar con Sallow. Le cuenta de todo; la escuela, sus tareas, los chicos que lo molestan, los problemas en casa… En fin, la estatua sabe casi incluso más que él mismo, sin contar los años en que ha aprendido muchas cosas de los humanos mientras pasan por Thull. —A mí, un poco mejor que la anterior, pero ya ves cómo son las cosas, ¿no? Bueno, es hora de irme. Nos vemos la siguiente semana. Cuídate, y no dejes que las aves te sigan ensuciando. De nuevo, nadie contesta, pero Bryan escucha perfectamente en su cabeza que la estatua se despide. La siguiente semana vuelve. El enorme Berrycloth está de pie. Brilla ante la luz del sol y esa vez, en comparación de la anterior, los desperdicios de ave han disminuido bastante. Bryan sabe muy bien por qué. Se enteró de los cuerpos de paloma mutilados. —Hoy no quiero hablar, ¿está bien? —dice el niño, sentándose—. Ha sido la peor semana de mi vida. No espero que lo entiendas, amigo. Tú te limitas a tener pose de matón todos los días. A ti nadie te molesta. Sallow Berrycloth parecer perder la vista a lo lejos, pensando. —¿Sabes qué? Mejor me voy. Veo que no tienes ganas de platicar conmigo. Deberías cambiar tu actitud un poco y 82


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comprenderme. Vaya, que ser una estatua gigante sería mejor que vivir mi vida. Y habiendo dicho tales palabras, Bryan se fue, no sin antes haber dejado cierta chispa de sus pensamientos en la banca, donde tomaron camino y llegaron hasta la cabeza de metal, donde se insertaron y surtieron efecto más pronto de lo deseado. Bryan y la estatua (de noche) La semana después de haberse enojado con Sallow, Bryan no volvió. Estaba asustado. Habían sucedido cosas de las que no estaba seguro o no comprendía. Todo por su culpa. Durante esos días se la pasó yendo de la escuela a su casa y viceversa, cuidando sus pasos y con quién hablaba. Todos eran sospechosos. La muerte de los matones de su escuela bien podría ser de gratitud para algunos, pero Bryan tenía otra opinión sobre ello. Los cuerpos de los abusivos fueron encontradas cerca de la estatua, muertos, con la cara igual a la de Chucky en Child’s Play 3, en una de las escenas finales donde le cortan la cara, dejando ver más de lo que le hubiera gustado. Todo un acontecimiento espeluznante. Los policías ni siquiera se preguntaron si el corte había sido hecho con el hacha de la estatua. Era impensable. Bryan llegó a visitar a Sallow cuando el susto se le pasó, pero a comparación de las otras veces, fue de noche. Su madre le había dicho cientos de veces que no saliera de casa a horas impetuosas, que era peligroso. El niño lo sabía, pero debía hacer algo pronto. Quizás si hablaba con su amigo Berrycloth, podría hacerlo cambiar de opinión. 83


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Cuando llegó, no había nadie en las calles. Ni siquiera algún oficial. Las luces de las tiendas y de las casas estaban apagadas, excepto unas cuantas de afuera. Bryan se acercó a la estatua, plantándose frente a ella. El viento era frío y fuerte. Los árboles se movían de un lado para otro, como si estuvieran a punto de caer. —¿Tú lo hiciste? —preguntó el niño, alzando la cabeza y gritando a través del viento—. Puedes confiar en mí. Sólo dímelo. No se lo diré a nadie. A lo lejos, los truenos se dejaron escuchar. Se avecinaba una tormenta. —Sallow Berrycloth, te estoy hablando. Contesta, por favor. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Hubo un cambio en algún lugar. Algo había sucedido. En lo alto, los globos oculares de metal se movieron en sus cuencas, dirigiéndose hacia el suelo, con Bryan. Después, el brazo derecho descendió, apoyando el hacha en el suelo. —No tengo nada que decirte, niño —habló la estatua con voz demoniaca. Los ojos, antes azules, se habían convertido del color del infierno—. Tú querías que eso sucediera, ¿no? Ahora que ya está hecho, no vengas a decirme que quieres… —No vengo a pedirte nada. Sé que no lo harías. —Entonces no tenemos nada de qué hablar. Vete de aquí. —Sólo no mates, por favor. —Eso es pedir algo, Bryan, y no estoy dispuesto a aceptarlo. —¿Por qué lo hiciste? —Tú bien lo sabes, niño estúpido. Los maté porque tú así lo querías. —Pero nunca te lo dije. 84


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—Pero lo pensaste. Te cumplí el sueño de cualquier niño en problemas. Los demonios hacemos eso… Y ahora que estamos en el tema… Tú me debes algo ahora. —Yo no te pedí… —Los demonios solemos hacer un pacto… —No hice ningún pacto. —… en el que los humanos, a cambio de darles la felicidad, nos venden su alma. Tú, pequeño Turner, no lo sabías, y eso es mejor así. No sabes cuántas ganas había tenido de usar mi hacha de nuevo. No sabes el placer que se siente el cortar objetos que no sean madera. La carne humana es algo especial. —Tú no eres Sallow Berrycloth, el mejor hombre de todos. Eres un asesino. —Sí, es cierto. Mi nombre era Sallow Wheelan Berrycloth. ¿Sabes de dónde viene mi segundo nombre? Justo del käsqa, que quiere decir “masacre”. Yo soy Wheelan, el más grande masacrador de la historia y nadie me va a detener. —Llamaré a la policía. —Hazlo. Hazlo y los mataré, pero primero… Wheelan alzó ambas manos por encima de su cabeza, sosteniendo el hacha en lo alto. Incluso estando lejos de él, Bryan pudo ver cuán filosa era, y se preguntó si dolería. —… tenemos una deuda que saldar. El hacha descendió de forma curva, llevándose consigo el hombro izquierdo de Bryan, atravesándolo hasta debajo de la costilla derecha. La sangre brotó en una sola dirección, manchando el suelo a la distancia y uno de los locales cercanos. A la mañana siguiente, las autoridades encontrarían el cuerpo de Bryan Turner en las peores condiciones, cumpliéndose así la leyenda de los treinta años. La leyenda que habla sobre un demonio poseedor de cuerpos apoderándose de la 85


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estatua, despertando asĂ­ el instinto asesino de Berrycloth. Pero lo que no sabĂ­an, era que el mismo demonio estaba dentro de Sallow incluso en vida. Y volviendo a la noche anterior, Bryan, para su mala suerte, supo de propia cuenta el dolor que causaba el hacha, viviendo incluso dos minutos despuĂŠs del corte, esperando con todas sus ansias que la vida se le fuera pronto.

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Criaturas de la carretera



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l auto iba a 130 kilómetros por hora, el viento frío entrando por las rendijas del aire y las llantas emitiendo ese sonido característico de la carretera. Eran las 6:19 de la tarde y afuera la noche se estaba haciendo presente muy rápido, devorando el camino y a sus ocupantes. Largos trechos en reparación que alentaban el tráfico. Dolores de trasero sin poder controlarlo, a menos que encontrara una mejor posición para estar, quedando en un ángulo extraño pero reconfortante, aunque el dolor siempre volvía. El trayecto se hacía cada vez más pesado y difícil de manejar. Kendra iba al volante, haciendo lo posible por que los faros de los otros vehículos no le dificultaran el manejo. Había olvidado sus lentes justo en la mesa de su casa, donde los puso con la finalidad de no olvidarlos. Cosas de la vida, supuso. —Oríllate donde puedas y déjamelo a mí —dijo su esposo, Michael, intranquilo ante la lentitud de su esposa a pesar de que sabía lo que lo ocasionaba. Ansiaba llegar ese mismo día, aunque fuera a medianoche. Su madre los esperaba con los brazos abiertos aun después de tantos años. 89


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La carretera se extendía interminable, curva tras curva y desviación tras desviación. El cielo cada vez más oscuro y los cerros apenas recortados entre la espesa negrura. La maleza crecía por todas partes y algunas casas olvidadas —o quizás eran pequeños locales— adornaban el camino, como indicios de desolación, espectros que observaban a los visitantes con ojos acusadores, ojos amarillos dispuestos a… —¿Qué fue eso? —preguntó Kendra. —¿Qué fue qué? —inquirió su esposo enseguida, un tanto alarmado—. No escuché nada. —Como un choque. Un ¡bum! —De seguro no fue nada —dijo Michael, volviendo la cabeza hacia atrás para confirmar el tráfico a la distancia—. Todos vienen bien. —Te juro que escuché algo… —Estás cansada… ¡Ahí! Detente. Kendra se detuvo casi de golpe al costado de una desviación. Tres hombres al frente —trabajadores, pues usaban ese chaleco naranja distintivo de los que se dedican a las obras públicas— dejaron su plática a un lado para voltear a ver el origen del chirrido de las llantas. En seguida volvieron a lo suyo, negando con la cabeza. —No había necesidad de asustarme —se quejó Kendra mientras cambiaba de lugar con Michael, quien dejó escapar un bufido—. ¿Será buena idea detenernos a descansar? La noche se está cerrando y pronto estaremos muy cansados como para seguir manejando. —No sería mala idea —dijo el otro mientras se introducía de nuevo a la carretera—. De cualquier forma llegaremos tarde. Avisaré a mi madre que nos tardaremos otro día. 90


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Ninguno lo dijo entonces, pero sí recordaron el accidente de hacía unas cuantas horas, donde toda una familia había muerto gracias a un descuido en el volante. La escena había sido grotesca y depresiva al mismo tiempo. Pensar que la vida se les podía ir por un detalle tan pequeño como aquel. Tanta sangre… Siguieron su camino durante otras dos horas, casi para llegar a Lacabana, donde se detuvieron en un hotel, faltando alrededor de 14 kilómetros para entrar al pueblo. En los alrededores no había otra cosa que la misma carretera y los vehículos escasos que la transitaban. Al momento de registrarse no les importó mucho la ausencia de otras personas en el lugar, pero más tarde lo lamentarían. El hotel era pequeño, lo suficiente para haberles tocado una habitación cercana a la recepción. No obstante, les asignaron la 202, la del fondo de la izquierda, pegada a la pared de ladrillos resquebrajados por el tiempo, en el primer piso. La luna brillaba en lo alto, cuarto creciente. El manto semi estrellado resultaba abrumador, como si escondiera algo en la superficie. Un poco de niebla se dejaba ver por el camino y cubría la maleza. Muy pronto quedarían a ciegas si el viento y la temperatura no mejoraban durante las horas siguientes al amanecer. A pesar de no haber nubes, ese algo rondaba por el lugar. Ambos entraron en le habitación, olvidando el cansancio para darle la bienvenida a la lujuria del momento. Sabían lo que el otro quería. No había hecho falta más que una mirada cómplice y una nalgada para dar a entender el sentimiento. Así funcionaban las cosas ahora. Se desnudaron mutuamente, dirigiéndose a la regadera entre risitas y tropiezos, murmullos de amantes. El agua les resultó agradable al tacto. Después de día y medio sin darse un baño, era lo que esperaban… y un poco más. 91


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Al terminar en la regadera, se secaron lo mejor que el deseo se los permitió. Entraron a la cama, dura y porosa. Continuaron el acto durante otra media hora. Luego, tres toques a la puerta. La pareja interrumpió los besos alegres que se daban alrededor del cuerpo para escuchar si alguien hablaba. Si no, podía irse a molestar a otra parte. Había cosas más importantes que hacer en ese momento que atender una encuesta o cualquier cosa por la que hubieran ido a molestarlos. Otros tres toques, urgentes. Michael se vistió a medias y abrió, no sin sentir una opresión en el pecho. Algo le indicaba que estaba haciendo lo incorrecto al dirigirse a la puerta. Una punzada que quería decir… —¿Quién es? —preguntó Kendra, cubriendo sus pechos con la cobija. —No es nadie —cerró la puerta y se dirigió a la cama. Le besó el cuello, descendió a los pechos, el estómago, la cadera, la… ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! —¿Quién es, maldita sea? —se levantó de golpe y abrió la puerta con golpe enérgico. La oscuridad lo saludó. La oscuridad le obsequió con una sonrisa demoniaca. Al final, no era sólo oscuridad. —¿Michael? El hombre permaneció de pie, con la mano en el picaporte y observando algo que Kendra no alcanzaba a distinguir desde su posición en la cama. Decidió moverse un poco hacia el frente. Nada. Un poco más. Otro poco. Entonces lo vio. Michael cerró la puerta de la misma forma en que la había abierto. Sobresaltó a su esposa, quien emitió un gritito ahogado. 92


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—Michael… —Vístete. —¿Qué era esa cosa? Michael no supo contestar. Tenía la imagen grabada en su cabeza pero no atinaba a describirlo con palabras. Sabía que no eran suficientes para dar a entender el horror de la imagen. Esos ojos amarillos rodeados de una total oscuridad… una oscuridad diferente a la de la noche o a cualquier otra. Había sido amenazador… no. Muy suave. Había sido… Ojos de muerte. Oscuridad interminable y absoluta. —Parecía humano —atinó a decir sin poder separarse de la puerta, con miedo de que algo pudiera suceder si dejaba de apretar el picaporte. Mientras se debatía en lo que haría a continuación, aparte de mandar a Kendra a vestirse, por la mirilla de la puerta comenzó a descender una sustancia negra, líquida, espesa, hasta tocar el suelo, donde pronto se hizo un charco enorme de lo mismo. Kendra ya se estaba poniendo los pantalones cuando una imagen cruzó la cabeza de Michael. Veía a su esposa con el calzón de encaje, rojo, bajando por sus hermosas piernas hasta tocar el suelo, al igual que la sustancia que se asemejaba al alquitrán, la que comenzaba a soltar un aroma putrefacto en la habitación. —¿Qué era eso, Michael? Dímelo —ahora estaba vestida en su totalidad, frente a su esposo. Ambos se tapaban la nariz con las manos, pero era inútil eliminar el olor. Entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Soltó el picaporte y se alejó unos metros en dirección a la cama. El charco comenzó a hervir, desprendiendo mariposas —parecían mariposas, pero de cerca no se asemejaban en lo absoluto. Más bien lucían como 93


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pequeños demonios volátiles— al reventarse las burbujas. Iban de un lugar para otro en la alcoba, derrumbando las pertenencias de la pareja y rompiendo los focos, dejando la estancia a oscuras. El silencio reinó. Los demonios volátiles se perdieron en algún lugar inexplorado y la puerta se abrió despacio, chirriante, amenazadora. Los cuerpos de la pareja temblaban, fundidos en un abrazo protector. De nuevo, la sonrisa de la noche y los ojos espectrales. Kendra gritó. Michael soltó un gemido sordo. Así pasaron lo que restó de la noche, observando y siendo observados por aquel ente, hasta que amaneció y la figura se perdió entre la maleza de la carretera. Ellos perdidos en la descomposición, cayéndoseles la piel como si fueran hojas secas. La pareja fue encontrada por el gerente, quien había ido a la habitación al vislumbrar la puerta abierta desde lejos, sin señal de sus ocupantes. Ambos tenían la piel pálida, ceniza. Los ojos rojos de quien no ha descansado o está más que aterrorizado. Las facciones congeladas en la eternidad y una frase proveniente de Michael, antes de fundirse en la podredumbre de los efectos que aquellos malignos ojos habían lanzado sobre ellos. La voz ronca, perdida y enferma. —No se acerquen a la carretera donde las criaturas del demonio esperan donde las criaturas de la carretera esperan por ustedes y por los que vendrán no se detengan nunca sigan avanzando o el demonio los alcanzará y vivirán con él en las tinieblas y nunca morirán pero eso sería lo peor porque no tienen alma no sienten no viven nos espían entre la maleza la maleza de muerte la hierba del diablo corre huye.

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Monstruo. Monster. Monstrum. Mostro.



1 que eso que soñaste se puede salir de tu cabeza? ¿YNosimete dijera creerías.

¿Y si te dijera que esa cosa espantosa que soñaste puede seguirte después de que te despiertes? No te gustaría escucharlo, ¿verdad? Bueno, ¿a qué persona cuerda sí? Por supuesto, a mí no me importaría. En el mundo hay muchos tipos de personas locas. La mayoría de nosotros no reconocemos que estamos locos, pero hay otros tantos que no lo pueden ocultar. Un claro ejemplo es el señor Wallace, de Blindspot. Y otro claro ejemplo es el señor Edgar Allan Poe quien, en su cuento El corazón delator, nos da una clara explicación de que él no está loco pues, ¿a qué loco se le ocurriría proceder con tanta cordura y explicarnos su plan con tanta tranquilidad? Claramente, el final nos dice otra cosa. Pero esa ya es otra historia que pueden investigar por su cuenta. No pienses mal de mí, en serio. Que mis pensamientos no te confundan y te hagan pensar que estoy loco o que soy un 97


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grosero. Porque no lo estoy, ¿verdad? No, por supuesto que no. Eso sería decir demasiado. Y cuando alguien dice demasiado, no le conviene que lo escuche yo. Disculpa que divague un poco. Ya hasta casi me parezco a ese viejo de Wallace, que en paz descan... ¿Ya murió? Como sea, no espero que te importe. Monstruos. Qué forma tan más maravillosa de llamarlos. Pero, ¿por qué no simplemente podemos verlos y llamarlos Eso? ¿No sería más fácil? Puede que sí. Monstruo. Monster. Monstrum. Mostro. Lo he dicho antes y lo seguiré diciendo: los sueños son el motor de la imaginación. Pero en este caso son el hacha que corta tu cordura. ¿Por qué? Porque vienen a cazarte. Las cosas pasan por una razón, ¿no lo crees? Porque yo, en verdad, sí lo creo. De otro modo, ¿por qué las cosas son como son? ¿Por qué no simplemente son de otra manera y ya? Exacto, son preguntas que no se pueden contestar así de fácil. Está la relación de causa y efecto. La causa es lo que pasó hace varios años; el efecto, lo que ha seguido pasando y pasará después, incluso cuando ni tú ni yo sigamos vivos. Las cosas de este tipo seguirán sucediendo. Te lo puedo asegurar, pequeño. Una vez fui a un lugar llamado La Bufadora. Es un bonito lugar para ir de turista y comprar suvenires. Ahí hay, o había, un puesto donde venden cosas marinas, como caballitos de mar, peces diablo, conchas... Uno pensaría que es un puesto normal 98


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como los otros… pero yo no lo creo. Al fondo a la derecha, un monstruo vive. La primera vez que lo miré me pareció un traje de buzo ordinario. Vestía con un traje completo (de buzo, claro) de lo que parecía ser plástico, con dos guantes y un par de enormes botas, contando por supuesto el casco… De tan sólo mencionarlo se me pone fría la espalda. Esa primera vez que lo miré, lo hice por un largo tiempo. Tanto, que la señora que atendía ese puesto me preguntó si me encontraba bien. Tranquilamente le dije que el traje me había cautivado. Ella me confesó que eso no la hacía sentir muy cómoda. Me dijo que a veces sentía que se movía, que la observaba. No lo dudé ni por un segundo. A veces sigo teniendo pesadillas en las que el buzo me persigue… Los monstruos viven en las paredes, ¿sabías…? No, tal vez no. ¿Has escuchado el crujir de una casa en la noche? Son ellos. Son los monstruos, aunque muchas veces lo atribuimos a que es normal y que en todas partes sucede. Viven de la oscuridad. Viven del miedo. Viven justo sobre tu cabeza e incluso al lado tuyo. Y, muchas veces, debajo de tu cama o dentro del armario. Se alimentan de tus peores miedos y toman forma de ellos, aunque algunos otros prefieren salir en su forma original, lo cual es mucho peor. Algunos monstruos suelen ser completamente blancos, con dedos enormes, sin ojos y con una extraña lengua partida a la mitad… Otros pueden tener largos cuernos en forma de espiral y estar llenos de pelo café oscuro, con unos ojos tan negros como la más profunda noche… Y también están las criaturas de la oscuridad: criaturas pequeñas y grises con ojos 99


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y dientes negros que salen a pasear en tu casa a altas horas de la noche, brincando de un lado para otro como si bailaran, pero por supuesto que no bailan. No, claro que no. Son muchas las especies de criaturas que hay. Todas ocultas en diferentes agujeros. No sé si te has dado cuenta en las noticias… No, no creo que lo hayan pasado en las noticias. Como sea, en Laketown se está abriendo el suelo. De las profundidades saldrá un túnel que conecta éste mundo con el mundo de los oscuros, esos que habitan en los agujeros de Jinette y muchos otros que están por ahí, ocultos entre las tinieblas. Estoy casi completamente seguro de que el señor Lancaster se encargará del caso, si no, lo hará uno de sus investigadores. El punto es que nadie saldrá vivo de eso. Los espíritus siempre ganarán en este mundo, como bien lo demostró el padre Strauss en 1954, en Rivertown. El pueblo quedó completamente destruido. Inexplicablemente, así han sido las cosas desde aquel incidente con la familia Birdwhistell en 1830. Algo parece haber pasado el primero de enero de ese año que ha hecho que todas estas cosas pasen. Pero muy probablemente esté equivocado. Nunca se puede estar seguro con respecto a los demonios... o de los pensamientos de uno. Cuídate de esos extraños sonidos en tu habitación. Cuídate de las sombras y de los crujidos que se escuchan detrás de la puerta. Porque una vez que las escuchas, no te dejarán en paz. Incluso pueden llegar a comunicarse contigo. No te conviene contestarles. Lo mejor que puedes hacer cuando escuches el crujir de una puerta o el sonido de las paredes al moverse, es salir huyendo y gritar por ayuda. De lo contrario, no saldrás de esa. 100


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Hace frío. Adivina en dónde estoy. Te aseguro que te puedes dar una idea. ¿No? Bien. Estoy en La Bufadora, de nuevo. Me encuentro justo en la entrada y te puedo decir que es espeluznante mirar la calle vacía perderse hacia la izquierda. El clima está un poco frío y el cielo está gris. Las nubes amenazan con empezar a llover. Camino con paso calmado mirando a todas partes, atento a cualquier movimiento. Nada. El único ruido es el que emiten mis zapatos al caminar. Por todo lo demás, parece tranquilo. Pero hay algo que me inquieta mucho. No es normal que un lugar te haga sentir oprimido, pesado, asustado, sin tener motivo. Bueno, creo que yo lo tengo (el motivo, quiero decir). Por fin puedo ver una cortina abierta, y ahí me dirijo. Y supongo que sabes qué es lo que estoy buscando. Subo el escalón y entro. A ambos lados se supone que debe haber caballitos de mar, conchas y otras cosas marinas más a la venta, pero no hay nada, excepto en el techo. Me dirijo al fondo y, por encima de mí, acechándome, veo a las mantarrayas y las cabezas de tiburones observándome cuidadosamente… y el buzo… no está. ¡Crash! Escucho que algo se rompe a mi izquierda y el corazón me empieza a latir desbocado. Me entra el pánico. Pum, pum, pum… Escucho el sonido de las botas de hule al chocar con el suelo. Todo el local comienza a temblar. Pum, pum, pum… Más cerca… pum, pum, pum… 101


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¡Más cerca! No lo soporto más y salgo del lugar, no sin antes alcanzar a ver al buzo, asomándose por una puerta, observándome con sus ojos brillantes desde dentro del casco. Al salir me encuentro con una persona en la calle y desesperadamente trato de decirle que huya, que escape, que la cosa… que Eso vive. Sigo mi camino. De repente, siento que estoy en el suelo (he caído sin darme cuenta) y una llanta me pasa por encima de la pierna derecha y avanza lentamente hasta mi estómago, hasta mi pecho, hasta mi cabeza. Al cabo de unos segundos, ya estoy muerto. Carta a los monstruos, 28/10/94 Esta carta no es más que tinta esparcida en un trozo de papel. No tiene un motivo explícito. Sólo que no dejo de pensar en esos sonidos que escucho por las noches. Estoy muerto de miedo. Admiración es lo que siento por este señor llamado Lovecraft. Sus monstruos me han mantenido atemorizado por más de dos décadas. Por las noches no puedo dormir por estar pensando en ellos. Muchas personas más han contribuido mucho en mi cordura. Por algo las personas comienzan a creer que me estoy volviendo loco. Y muy probablemente estén en lo cierto. “Ellos” me buscan en las noches. Me llaman por mi nombre y me murmullan al oído. Dicen cosas que me hacen temblar. 102


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Cosas que me hacen estremecer del miedo. Me asusta estar volviéndome loco de verdad. Yo creo q Dejaré de escribir por ahora. En mi sótano he estado escuchando sonidos extraños. Me iré de aquí. 2 La mañana del 28 de octubre de 2003, un auto gris con matrículas de Laketown se detuvo en el número 56 de Silver Street. Las personas sabían que la señora Davis había efectuado la llamada desde el primer día en que se escucharon los golpes en la casa del señor Woodman, y no les impresionó que fueran los del Departamento de Investigaciones Paranormales los que llegaran. Andy, un niño de la casa de enfrente, entre murmullos a uno de sus hermanos, comentó que quizás fuera mejor llamar a Los cazafantasmas, alegando haber visto un demonio la noche anterior. En el número 58, el señor Thomas Quebert observaba a los hombres desde la ventana de la cocina. Iban vestidos de traje, ocultos bajo sendas gabardinas oscuras. Se dirigieron sin pensarlo, primero a casa de la señora Davis y luego a la casa contigua, donde los sucesos tomaron forma. Más tarde, Thomas vio cómo el auto de su vecino, el señor Zusak, salía del porche para perderse allá a lo lejos y nunca volver. Si bien los agentes no habían llegado en mejor momento, Thomas hubiera preferido ser el primer encuestado. Tenía una anécdota qué contar. Y una buena, según su opinión, aunque pensar así de algo propio no era muy digno. Claro que seguía 103


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teniendo miedo y no le hubiera gustado nada más que salir de esa espantosa casa en la que vivía. “Tal vez, Zusak se fue porque también percibió algo”, pensó, intentando atreverse a salir por la puerta y sentir el frío viento de aquella mañana tan intensa. Pero un sentimiento se lo negaba. ¿Y si detrás de la puerta se hallaba el monstruo que lo había acechado la noche anterior? No había motivo, entonces, de salir. O al menos no de momento. Primero tenían que llegar los agentes y hacer sus preguntas, luego los acompañaría hacia afuera, donde el peligro se fundiría con las nubes y el cielo cada vez más gris. Mientras tanto… Las paredes parecían achicarse por instantes, creando una sensación de asfixia y desconcierto, haciéndole doler la cabeza de manera atroz. A pesar de tener todas las cortinas abiertas, seguía sintiéndose inseguro, como si la visión del espectro se le pudiera presentar en cualquier momento. Incluso voltear la cabeza para ver alguna esquina de la sala le parecía una acción mortal. Era como ver una película desde el ángulo de la cámara en primera persona, girando de izquierda a derecha en diferentes cuartos, buscando el causante de esos sonidos extraños que no te dejan dormir, sintiendo que, en cuanto la perspectiva te entrometa de lleno en el lugar preciso, ¡bum! Un demonio se te aparece, dándote un mini infarto que te hará querer apagar la televisión o abandonar la sala de cine cuanto antes. De esa manera se sentía Thomas Quebert, muy a su pesar y desdicha, esperando el momento oportuno para hablar y no sentir el pecho tan oprimido, pensando que así, habiendo soltado todo el miedo, la cosa de la noche anterior dejaría de acecharlo para siempre. Mas no se olvide que eso mismo creyó el señor Woodman y las cosas salieron peor que mal. 104


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A las 10:55 de la mañana, tocaron a la puerta del señor Quebert. El hombre, entre tumbos y con el corazón acelerado, se dirigió al origen de los golpes y abrió con mano temblorosa, asustado de lo que pudiera haber ahí afuera. —Buenos días, señor Quebert —saludó el de la derecha, de aspecto un poco militar, por el corte de cabello—. Soy el agente Lancaster y este es mi compañero, el agente Barker. Venimos, si no le molesta, a hacerle algunas preguntas sobre lo que sucedió aquí la noche anterior. —Claro, claro. Adelante —dijo Thomas mientras los conducía hacia la pequeña sala, donde les ofreció una taza de café. —Me temo que no nos vemos en condiciones de detenernos mucho, señor Quebert —negó el agente Lancaster—, pero agradecemos su hospitalidad. Yendo al grano, nos gustaría saber si usted vio o presenció algo extraño durante los últimos días, ya sea hablando del señor Woodman o de usted mismo. —Sí, hay algo que me gustaría decir —contestó Thomas, feliz de que hicieran la pregunta—. Pero primero, si me disculpan, a mí sí me apetece una taza de café. —Entonces que sean tres —terció el agente Barker—. Siento que nos llevará más tiempo del necesario. Habiendo tenidos las tazas de café sobre la mesa entre los sillones, Thomas supuso que era el momento oportuno. —Espero que no me tomen por loco —comentó Quebert. —Mientras al final no sea usted el causante de todo esto y nos quiera como carnada para un espectro en el sótano, creo que no habrá problema —se burló el agente Barker, acordándose de cierto incidente en los bosques de Bridgetown, en el 99. 105


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—Me gustaría decir que no hay ningún espectro en mi casa, pero no estoy tan seguro de ello. —Entonces cuéntenos qué ha percibido últimamente — dijo el agente Lancaster mientras ponía una pequeña grabadora de voz en la mesa—. Si es posible, no omita nada —luego presionó un botón y la cinta comenzó a dar vuelta. Lo que quedó impreso en el casete no fue de gran impacto para los agentes, pero más tarde comprendieron la angustia del señor Quebert, la segunda vez que fueron a ver la casa del señor Woodman a comprobar que todo estuviera en orden. Pero no lo estaba. El sonido de la grabadora se hace presente. Hay un poco de estática. Después, una voz. La voz de Lancaster que anuncia: “Caso Woodman, al 28 de octubre del 2003”. Se detiene. Sonido de tazas chocando con la mesa. Otra voz. “Fue hace tres días que los vecinos comenzamos a darnos cuenta que algo sucedía en casa de Woodman. No estoy seguro si alguien los llamó esa primera vez, pero de seguro no tardó más del segundo día. Verán, varios de nosotros logramos escuchar cosas cayendo o golpes fuertes. Y si se escucharon tan lejos, debió ser algo o muy pesado o muy extraño. De hecho me llegué a imaginar que no era otra cosa que un experimento con bocinas a todo volumen, pero los golpes no sonaban como tal”. “¿Cómo lo describiría?”, interviene la voz de Barker. “Como si estuviera pasando justo aquí en mi casa. Estaba seguro que no podía ser, pues ninguno de mis muebles se había caído. Todo estaba en orden. Mas sin embargo… Pudiera ser que… (sonidos inteligibles). De cualquier forma, los vecinos seguimos interesándonos por Woodman. No sé si alguno fue a echar un vistazo 106


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a la casa, pero no los culparía de lo contrario. Admito que yo mismo sentí bastante miedo y no pude dormir muy bien los días siguientes, sobre todo ayer mismo. Como ven, mi cara se ve como la mierda. Me siento cansado a morir y todo por culpa del espectro”. “¿Fue visitado por algún espectro?”, pregunta Lancaster. Parece interesado. “Sí. Justo ayer. Yo intentaba dormir, con el mismo miedo que les digo, pero algo me apartaba del sueño. Sentía que algo me lo impedía a conciencia. Después de unos minutos no pude más que bajar y servirme un vaso de agua. Aun así, las cosas no mejoraron. Me detuve un momento a observar esta sala en la que nos encontramos, pensando en los golpes de la tarde, cuando sentí una presencia a mis espaldas, justo al tope de las escaleras en el segundo piso. Un sentimiento me cruzó el pecho. El pánico me invadió al no saber lo que era. No me atrevía a mirar. Sin darme cuenta, mi cabeza se movía de izquierda a derecha, negando mi situación, cuando de pronto, escuché crujir los escalones. En ese momento pude tomar control de mis extremidades y atiné a esconderme detrás del sillón en el que se encuentran ustedes sentados, deseando estúpidamente que no me hubiera visto, ja. En fin, descendió hasta el primer piso y, armándome de todo el valor que pude, saqué la cabeza sólo lo esencial para ver sin ser visto. Vaya sorpresa que me llevé al ver aquella abominable silueta”. Se detiene por unos segundos. Golpes de tazas contra la mesa. Un sollozo. “Disculpen. Aún no lo supero”. “¿Nos puede describir qué fue lo que vio?”, pregunta Lancaster. “Era un hombre de nueve caras, dispersas todas de una manera sobrenatural. Había unas encima de otras, marcando facciones de desprecio y maldad en todos los sentidos. Los dieciocho ojos me buscaban de un lado para otro. Sabía que no podría 107


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salir vivo de esa situación y pensé: espero que no duela, que acabe conmigo pronto. Pero la situación se extendió a tal grado que fácil me hubiera suicidado sin más. El demonio iba y venía por toda la casa, menos a donde estaba yo. Hubo un momento en el que quedó de espaldas a mí, y parecía no moverse, como si algo le hubiera cautivado, aunque no sé qué era. Sin pensarlo mucho y con todo el miedo del mundo, me encaminé hacia las escaleras, cuidando mis pasos como nunca antes. Estaba a punto de llegar al segundo piso cuando el penúltimo escalón crujió bajo mi peso. Allá en la esquina, escuché movimiento y supe que iba tras de mí. Me abalancé por el pasillo hasta mi cuarto y puse llave, esperando que eso lo detuviera. Y ahí me quedé, escuchando cómo caminaba frente a mi puerta, como si esperase el momento oportuno para llevarme a donde fuese que quisiera hacerlo. Incluso, por un momento llegué a creer que me hablaba, que quería comunicarse conmigo”. “¿Qué le dijo exactamente?”, pregunta Barker. “Jinette. Eso fue todo. No supe entonces ni ahora lo que significa, y me gustaría que ustedes sí, pero no me lo digan. Creo que, mientras menos sepa lo que sucedió anoche, mejor para mí. Hay cosas que son mejor no saberlas, dejándolas en nuestras memorias hasta el momento de morir, cuando ya nada importan. Ahora, lo único que quiero es irme como lo hizo mi vecino. Irme lejos de aquí y nunca volver. No estoy seguro si pueda soportar seguir viviendo en esta casa con memorias tan funestas”. “Creo que eso nos será suf iciente para continuar”, dice Lancaster. Después, los sonidos desaparecen, pero no sin antes quedar grabada una última palabra, proveniente de alguna voz espectral, deforme, en esa misma casa. “… salí…”. 108


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3 Desde aquella noche, mi vida no volvió a ser la misma. Me acuerdo muy bien de la fecha y los sucesos se quedaron tan grabados en mi memoria que te los podré contar a la perfección, sin omitir detalle alguno… y si lo hago, espero que no sean muy importantes. 109


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Fue un 28 de octubre, martes frío. El otoño había llegado a Laketown de una manera inigualable, siendo ese mi favorito, sobre todo por las hojas naranjas y amarillas y las calabazas esculpidas puestas en los cobertizos de las casas, iluminadas por una vela cada noche. Halloween se acercaba a paso veloz. La mejor atmósfera del año. En primera instancia, yo vivía normal, sin molestar a nadie ni siendo molestado. No tenía esposa y sigo sin tenerla, pues no me hace falta una mujer para atemorizarme (sí, tengo la enorme idea de que algunas mujeres vienen del mismo infierno), siendo esta anécdota más que suficiente para lograr el cometido. Iba de compras al mercado Hill’s como cualquier otra persona y surtía mi despensa para una semana y media. Eso a inicios de octubre, cuando todavía lo escabroso no se asomaba a mi puerta. Ya para mediados de mes, el día 15, para ser exactos, los sonidos de la casa de al lado fueron los que divorciaron al sueño de mí. Solía vivir en Silver Street, un lugar apacible, en el número 57. Mi casa no era la más hermosa de todas, pero me era más que suficiente. Ahora me he mudado a Nothing Hill, en Otham (así es, muy lejos de Laketown, pero era justo y necesario), por fin lejos de aquella pesadilla. Como he dicho, sucedió el día 15. Yo me encontraba en casa, tomando una taza de café debido al clima que hacía afuera. El viento se colaba por las paredes de alguna manera que no entendía, pero ya estaba acostumbrado. Mientras tanto, también leía un libro de Edgar Allan Poe, el cual me había cautivado con el poema de “El cuervo” que contenía dentro. La forma de expresar la llegada de tal visitante fue mayor a lo que me esperaba. Me hizo sentir como que ya no estaba solo en casa, sino que un forastero se había instalado en mis 110


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aposentos a darme un indicio del que yo nada conocía. Pero me dije: Es sólo un poema… y nada más. Cosa que me causó un poco de gracia, hasta que escuché un golpe fuerte, sordo, en la casa de al lado (se encontraba a la izquierda si me ponía frente a mi puerta, pero si me ponía volteando en dirección a la calle, la tenía a la derecha). Entonces dejé el libro en la mesa de enfrente, junto a la taza de café a medio consumir, y me asomé por la ventana de la cocina a ver si podía observar un poco al vecino. Quizás había sido un choque de autos, pensé. Pero más tarde cambié de idea. Afuera no se veía nada y yo parecía ser el único que había escuchado el golpe, si es que lo había sido. Sin otra cosa que hacer, salí de casa y el frío viento me golpeó la cara. Nada que ver. Entré y me encaminé de nuevo hacia la sala. Por cierto, entre cada vivienda hay una barda y un espacio de dos metros a partir de ahí, dejando un pasillo para llegar al patio trasero. Por ende, no había ventanas a los laterales, cosa que habría sido de gran ayuda para saber un poco más sobre el estruendo que había llegado, al parecer, sólo a mis oídos. Al día siguiente, las cosas se sucedieron de la misma manera a la misma hora: 5:19. Ni un segundo más, ni un segundo menos, según comprobé con el pasar de las veces en que escuchaba el golpe. Pero no fue sino hasta el día 25 en que todos los vecinos nos asomamos en conjunto por las ventanas a ver de qué se trataba esa vez, pues había sonado más fuerte y violento. No se veía nada. El señor Woodman (el vecino, por supuesto) no daba indicios de vida. Su casa estaba a oscuras por la noche y desde inicios del mes no se le veía salir a la calle. Al igual que yo, gozaba de la soledad, aunque no creo que fuera 111


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de la misma forma. De alguna manera podía sentir que algo extraño sucedía, pero me lo callé. Para el día 27, los vecinos y yo nos asomábamos desde la banqueta a ver si de casualidad lo observábamos por entre las cortinas. En ese momento me di cuenta que los números 56 y 57 de Silver Street eran los únicos sin adornos para Halloween, cosa que nada tiene que ver con lo que te cuento… o no al menos que yo supiera entonces. Y como tal, todos volvimos al interior de nuestras casas, preguntándonos qué habría sido aquello que tanto nos llamaba la atención. Pero aquella noche… Los sucesos siguientes fueron los que me indujeron a mudarme a Nothing Hill. Y te lo digo ahora, compañero, si no quieres enterarte, te puedes ir. No estás obligado a saber de esto, porque sé que como a mí, a ti también te puede dar la iniciativa de irte cuando escuches los sonidos que yo escuché… y lo que después vi. Era el mismo día, de noche. Ya estaba dispuesto a acostarme. Incluso tenía mi pijama puesto y el calentón en marcha. Las luces apagadas y todo en armonía. Por cierto, mi casa era de dos pisos y mi habitación se encontraba al fondo a la derecha. Al salir, te encontrabas con un pasillo y una puerta a la derecha para después toparte con las escaleras en forma de caracol, que giraban hacia la izquierda y conducía a la sala. A las diez de la noche escuché como si alguien hubiera abierto una ventana (la de la cocina, para ser exactos). Por supuesto, me asusté ante la idea de un ladrón, como normalmente lo hubieras hecho tú. Me quedé en la cama, tapado hasta el cuello con la cobija y temblando de pies a cabeza. El sudor impregnó tanto mi frente como mi espalda. Al no 112


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escuchar nada más, decidí ir en busca de la fuente de aquello que tanto temor me había causado. Entonces me metí en las pantuflas y con mucho cuidado abrí la puerta, sin prender la luz del pasillo. Me encaminé a paso lento y, cuando llegué a la puerta antes de las escaleras, escuché cómo alguien subía escalón por escalón. Lento. Pausado. Casi en armonía con la noche y las estrellas. Sentía que las piernas me temblaban y por poco caigo. Y así, estando en tan mala situación, me planté frente a las escaleras… y lo miré. Quedé atónito. Quedé pasmado. Te puedo jurar que hasta casi me orino encima. No le podía dar crédito a mis ojos. Era como estar en el mero auge de una de mis peores pesadillas. Desee con todas mis fuerzas que así fuera, y poder despertar de inmediato. Pero la buena suerte me había dado la espalda. Incluso ahora, a casi dos años del suceso, me da bastante miedo acordarme de su aspecto en tan curiosa noche. Sólo imagínate en mi posición; plantado al borde de las escaleras, todo oscuro y silencioso a excepción del crujir de las tablas, y un hombre frente a ti, un poco más abajo, viéndote con ojos perdidos y negros cual gato endemoniado. Le apodé Hombre de Trapo, así con mayúsculas, pero ahora me gustaría simplemente hacerlo con minúsculas, porque siento que le da menos importancia y queda más lejos de mí. Elegí ese nombre de inmediato porque llevaba puesto lo que parecía ser un camisón gris, largo, con un pantalón de las mismas características. La piel tenía un tono como de cartón mojado, y sus cabellos, igual de grises, le caían por una cara que me causaría pesadillas más adelante, cuando me atreviera a dormir o cuando el sueño me ganara. Justo por el modo en que parecía flotar, sin consistencia al parecer, y a su apariencia de muñeco de trapo… bueno, ahí está la cosa. 113


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Como decía, lo miré, y mi corazón pareció detenerse por un instante. La sangre me subió a la cabeza y de pronto el frío se volvió más intenso. Era toda una escena de la peor película de fantasmas que te puedas imaginar. Y por peor, hablo de que era muy, muy escalofriante. Ahí me quedé por lo que me parecieron unos cinco minutos, ahora que puedo ser consciente de ello, porque en ese momento se me figuraron horas eternas en el infierno. En el momento en que creí que las cosas no se podían poner peor, ¿qué crees? Su cuerpo comenzó a dar media vuelta. Entonces entendí que lo veía de espaldas, a excepción de su cabeza. Y cuando estuvo completamente de frente, sus piernas y brazos crujieron de una manera sobrecogedora a la vez que tomaba la posición de una enorme araña, y su cabeza dio vueltas mientras sus cabellos flotaban y sus ojos parecían verme en todo momento… y comenzó a subir las escaleras. Me alejé deprisa, pero mis piernas parecieron convertirse en plomo y por poco no llego a la habitación, donde azoté la puerta detrás de mí y me escondí debajo de la cama como un niño estúpido. Ya no escuchaba los pasos, pero eso hizo peor la espera. No sé cuánto tiempo estuve ahí debajo. Sentía que el hombre de trapo me observaba con esos ojos de muerte a través de la puerta, esperando el momento oportuno. Ese momento llegó deprisa. El picaporte se convulsionaba de manera violenta y la puerta temblaba. Duró segundos, eso lo sé, y después, quietud. Luego, el pomo giró. Mis esperanzas disminuyeron incluso más de lo que creí posible. El hombre de trapo entró en esa posición extraña y amenazadora, buscándome. Sabía que estaba ahí dentro. Nunca supe cómo fue que no me encontró, pero agradezco de corazón que no lo hubiera hecho, si no, quién sabe 114


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qué hubiera sido de mí. Pasados unos segundos salió por la puerta y nunca más lo volví a ver, excepto por los sueños en que se me aparecía, dispuesto a buscarme.

Cuando me di cuenta, eran ya las cuatro de la mañana, día 28. Significaba que se me había aparecido casi después de medianoche. Moría de sueño, pero no me permití acostarme, no en ese momento, ni en los días siguientes. 115


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Más tarde, cuando terminó de amanecer, salí de casa con cierto miedo al caminar por el pasillo y bajar por las escaleras. Al final, cuando la poca luz que se asomaba por entre las nubes me iluminó, las cosas me parecieron diferentes. Casi podía estar en calma. Pero mi casa no sería la misma desde aquella visita. No volví a subir más que el día en que hice las maletas. Las noches anteriores dejé prendidas todas las luces, y no dormí ni por asomo. La misma mañana del 28, un auto llegó a la casa del vecino. Venían del Departamento de Investigaciones Paranormales. Significaba que algo grave había sucedido ahí. Y me puse a pensar si mi situación de la noche pasada no tenía que ver directamente con eso. Como fuera, si los agentes hicieron preguntas a los vecinos, fue después de irme. Y hasta la fecha, no me han encontrado. Aunque no me molestaría si vienen a investigarme. Con gusto les contaría lo que sucedió y también les preguntaría qué pasó con el señor Woodman, pues, a pesar del miedo que me da saberlo, la duda prevalece. Han pasado dos días desde que te conté la historia, y quiero decirte que me sentí un poco libre al soltarlo todo por primera vez. Pero he cambiado de opinión… y ahora quiero decirte que lo odio. Nunca debí haberlo hecho. He estado escuchando pisadas en el ático. Pisadas muy parecidas a las que hacía el hombre de trapo mientras subía por las escaleras aquella madrugada del 28. Me pregunto si éste será mi fin y qué será lo que me espera si me atrapa. Pero si no, buscaré el lugar más lejano en el cual vivir. Sólo quiero escapar de esa cosa que me atormenta incluso donde no debería. Estoy muy apartado de Laketown, 116


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lo sé y lo creo. Y así debería ser con… con… con ese… maldito espectro. Aunque creo también que, al igual que los malos sueños y algunas cosas que nos hacen daño, ese ente y algunos otros, sin tomar en cuenta su forma o volumen, no importa a dónde vayamos, a veces vuelven.

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Ojos



M

e parece bastante curioso cómo es que las personas piensan: “Oh, vamos, eso no puede sucederme a mí”. Pues aquí te digo que es mentira. Una vil mentira. La muerte nos acecha a cada paso que damos, a cada trago de agua y cada que nos metemos algo a la boca. En cualquier momento podemos morir. Si no lo crees, busca en los periódicos. Las páginas principales sólo hablan sobre eso. Sobre cómo nos vamos sin siquiera poder hacer algo al respecto. Le sucede a cualquiera. A ti, a tu familia, a tus amigos… inclusive a mí. No sabría decir si fue suerte, casualidad o destino lo que me llevó a este día, pero sí que en parte estoy agradecido. Mi otra parte lo odia, porque estoy predispuesto a que suceda de nuevo. No me gustaría tener otro episodio como aquel. Creo que a nadie le gustaría. Comenzó hace dos semanas, mientras me disponía a dormir. Eran alrededor de las diez de la noche cuando me metí a la cama. La habitación estaba fría y afuera llovía a cántaros. Las calles estaban casi inundadas. Podía ver el vaho desprenderse de mi boca. Los vellos de mis brazos se mantuvieron erizados toda la noche. 121


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Una vez con la cobija puesta hasta el cuello, cerré los ojos y me puse a pensar en lo que había hecho en el día, las cosas que hice mal y las que hice bien. Recordaba cosas importantes, algunas otras sin sentido. No supe entonces qué hora marcaba el reloj cuando escuché sonidos fuera de la ventana. Me paralicé, pues dormía en el segundo piso. Era imposible llegar a mi habitación por fuera sin utilizar una escalera. No tenía idea de lo que causaba aquel ruido. Era como si me estuvieran llamando. Como si alguien quisiera que me asomara por la ventana. A pesar del miedo que sentía, me levanté y abrí la cortina. Lo único que encontré fue la lluvia y las casas mojadas junto con los autos, banquetas, faros, árboles… Me fui de nuevo a la cama, no sin antes dejar la cortina un poco abierta, de forma que me diera un poco de luz en la cara. Como fuera, dejé que el cansancio hiciera de las suyas. A punto estuve de caer rendido. A punto estuve de entrar por la puerta de los sueños, cuando decidí abrir los ojos. Pésima equivocación. Frente a mí, detrás de la ventana, dos globos oculares me veían. Así pasé el resto de la noche, observando y siendo observado. Era una sensación extraña e indescriptible. Como si de pronto todo mi cuerpo quisiera moverse, hacer algo en contra del intruso, pero decidiera mejor quedarse donde estaba, esperar a que hiciera otra cosa aparte de espiar. Hasta el día de hoy no recuerdo en qué momento desapareció, o si lo imaginé o lo soñé. Pero no cabe duda que sus siguientes dos apariciones fueron más allá de mi comprensión. La segunda noche no sentí ganas de dormir, ni mucho menos de acostarme. La cortina seguía entreabierta, por si las dudas. También tenía a la mano el teléfono para llamar a las autoridades en caso de ser un demente el que me estuviera visitando. De cualquier forma me recosté, aun con la 122


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ropa de día puesta. Apagué las luces y centré mi vista en la ventana durante un buen rato. Más tarde me encontré tapado por completo sin siquiera recordar en qué momento lo había hecho. Seguía haciendo frio y la lluvia torrencial parecía no querer disminuir. Giré mis ojos hacia la ventana en un acto reflejo, recordando lo de la noche anterior. El corazón me dio un vuelco al ver que no había nadie ahí. Comencé a sentirme relajado, en paz. Pero el sentimiento no me duró lo suficiente, ya que, sobresaliendo a los pies de la cama, esos mismos ojos me observaban, incautos. Recuerdo que sudé a chorros. El terror de no saber cómo alguien se había colado a mi casa sin que yo me diera cuenta era algo… La siguiente noche fue igual. Había comprendido entonces que el tener el teléfono a la mano no ayudaba de nada. El miedo no me dejaba reaccionar. No podía hacer otra cosa que no fuera ver esos profundos ojos que parecían flotar en la espesa oscuridad. Ojos brillantes, pero humanos. La esperanza de que algo malo no sucediera en la madrugada había desaparecido. Durante el día había estado pensando que quizás todo estaba en mi cabeza, en mi imaginación. Probablemente eran sueños. Pero lo que sucedió la tercera vez me hizo darme cuenta de lo equivocado que estaba. Me puse el pijama y me acosté. Tardé algunos minutos en dormirme, pero al final lo hice. Eso esperaba, al igual que esperé ser observado más tarde, mientras no había luz que alejara los malos espíritus. Desperté deprisa, sudando de nuevo y con el corazón latiéndome fuerte dentro del pecho. La primera vez se había aparecido detrás de la ventana, la segunda a mis pies y la tercera… yo sólo esperaba que no fuera junto a mí, aunque fue incluso peor. Lo encontré en el techo, pero esa vez sí alcancé a distinguir un cuerpo. Pude ver su contorno, mas 123


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no los detalles. Todo estaba sumido en la oscuridad, excepto los malditos ojos, que se clavaban en mí como fieros clavos calientes. No sé por qué no morí esa noche, pero a punto estuvo de suceder. Me mudé al siguiente día, esperando que de esa manera no pudiera seguir acechándome. A veces creo verlo al prender el foco del baño, o el de la habitación. Algunas otras al entrar en mi nueva casa. Pero nunca, te digo, nunca había sentido esa pesadez al estar escribiendo estas palabras. Tú lo estás leyendo. Tienes la cabeza gacha. Al igual que yo, si tienes el escrito en tus manos y es de noche, y sientes esa presencia, te recomiendo no subir la mirada. Te recomiendo que esperes a que amanezca. Y hagas lo que hagas, no grites. No lo veas. No platiques con eso. No subas la mirada.

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Perspectiva



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as últimas dos semanas habían sido las peores. Siempre ignorada y pasada de largo, como si no existiera. La señora Audra Winston, que por entonces tenía los 82 años cumplidos, se había ido a vivir con su hija Moira a petición suya, con el pretexto de pasar el tiempo que le quedaba de vida con ella y su familia. No obstante, las cosas no salieron ni cerca de como se lo esperaba. Al tercer día sintió el cambio. Cómo nadie le prestaba atención. Había sido en el desayuno, cuando todos estaban a la mesa con sus platos de comida caliente, excepto el de ella. La familia llevaba una plática distante, triste. El padre se hallaba con la cara escondida detrás del periódico y los niños comían sin entrometerse entre lo que decían sus padres. Audra entró al comedor con su típico andar, lento y apenas levantando los pies del suelo. El único en darse cuenta de su presencia fue el menor, Marcos, quien la vio a los ojos como se le ve a alguien a quien se quiere todavía. Viendo la mesa y no encontrando su plato de comida, tomó el que se hallaba al lado de su hija y se lo llevó a la sala, donde le gustaba comer. 127


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—¿Quién se llevó mi plato? —preguntó Moira, buscando en todas direcciones. —¿Segura que no te lo comiste ya? —preguntó el hijo mayor. —Segura. Estaba aquí hace un momento. —Acá lo tengo —gritó Audra desde el sillón—. Creí que no te importaría… —¿Ninguno de ustedes se lo llevó? —inquirió de nuevo a los de la mesa. Todos negaron. Los días se sucedieron casi de la misma manera. Si la abuela decía algo, no la escuchaban. Si tenían alguna duda sobre cualquier cosa y la abuela estaba disponible, ni siquiera se dirigían a ella. Pronto comenzó a sentirse como un estorbo más que como a alguien a quien se va a cuidar. Llegó el fin de semana e hicieron planes para salir a la plaza por una nieve y quizás a ver una película. Audra lo supo porque escuchó a su hija planearlo con su esposo, de lo contrario… Cuando ya bajaba por las escaleras, dispuesta no a ver la película sino sólo a salir a caminar, escuchó cómo ponían llave a la puerta, dejándola sin poder salir. No entendía cómo podían estarle haciendo eso. Sólo era una anciana que quería salir a estirarse… y se lo impedían. Al siguiente martes, Audra se estaba preparando un café cuando vio llegar a su yerno, cansado después de un día de trabajo. Entonces se acordó de cuánto le gustaba a él tomar café en esos días y le preparó una taza. Cuando estuvo lista, fue y se 128


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la dejó en la mesa del frente. El hombre, perdido tras el periódico, no se dio cuenta hasta unos minutos después, cuando escuchó descender a su esposa del segundo piso. —¿Tú me hiciste el café? —preguntó al verla. —Ni siquiera escuché cuando llegaste. —De seguro fue uno de los niños. —No saben usar la estufa. —De seguro ya la saben usar. No son tan pequeños como antes. Audra se sintió más que dolida. Al siguiente fin de semana se enteró que, de nuevo, tenían planes para salir. No se lo iba a perder por nada del mundo. Les iba a demostrar que existía entre ellos. Y siendo así, se alistó con un buen abrigo negro, salió diez minutos antes de casa y subió al auto. No había manera de que la olvidaran. Estando los cinco en el auto, Marcos fue el único en mostrarle a la abuela que sabía que se encontraba con ellos. Le dio la mano. El auto se detuvo en el estacionamiento y bajaron sin prisa, como no queriendo la cosa. La abuela no sabía en dónde se encontraban, pero tampoco hizo mucho por preguntar. Lo que ocupaba su pensamiento era cómo su nieto le daba la mano y parecía no querer soltarla nunca más. —Hemos llegado —dijo Moira, hincándose en el suelo. Hasta ese momento, Audra no había notado que su hija llevaba las flores que tanto le gustaban. —Te extrañamos, abuela —dijo el hermano mayor, dirigiéndose a la placa donde podía leerse en grandes letras grises: 129


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en memoria de audra winston querida esposa, madre y abuela 1890-1972 Fue entonces que Audra dejó de sentir la mano de su nieto entre la suya, a pesar de que el niño tenía el brazo extendido hacia ella, como si la siguiera presenciando. Marcos fue el único en ver cómo la abuela, la querida abuela, se desvanecía junto con el viento, yéndose al lugar al que debió haberse ido desde hacía tres semanas, cuando murió de noche sin siquiera sentirlo. Ahí comprendió muchas cosas, y los perdonó. Se marchó en paz, sabiendo que, incluso después de fallecida, la seguirían llevando en el corazón sin importar lo que sucediera.

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Sobre el autor Avery A. V. nació en Guasave, Sinaloa, en 1999, pero se crió la mayor parte de su vida en Tijuana. En sus ratos libres le gusta tocar el piano y la batería, siendo su favorito el segundo. La lectura también es uno de sus pasatiempos, tomando el tema de lo sobrenatural y el suspenso en primera instancia. Su afición a la lectura y a la creación de historias comenzó en segundo grado de secundaria, después de escribir un relato de terror para una antología de la escuela. Desde entonces ha escrito varios cuentos, tanto largos como cortos, y uno que otro inicio de novela. Sus primeras historias aparecen en la Galería nocturna, antología del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana (Monomitos, 2017). Galería de pinturas es su primer libro de cuentos.

Sobre MonomitoS Monomitos es una editorial independiente de ediciones digitales e impresión bajo demanda especializada en la narrativa gráfica, de horror y ciencia ficción. La colección Departamento de Mostros Perdidos reúnes historias de autores que exploran la literatura de la imaginación. Busca otros engendros de la colección: Réquiem por Tijuana de Néstor Robles El misterio del tarahaumara de Christian Durazo D. El blues de San Vicente de Jesús Montalvo La mano izquierda del tiempo de Christian Durazo D. Visita: http://monomitospress.blogspot.mx


Galería de pinturas de Avery A. V. se imprimió en mayo de 2018. Esta edición digital se publicó el 14 de agosto de 2018, el mismo que día en que se estrenó, en 1975, la película que hasta ahora ha tenido el mayor tiempo de exhibición en la historia del cine, The Rocky Horror Picture Show, de Jim Sharman.



En uno de los inviernos más crudos de los que se tiene memoria, la sierra tarahumara es asolada por una serie de fenómenos sobrenaturales investigados por un grupo de científicos empeñados en descifrar el enigma que los envuelve. Del otro lado del mundo, a miles de kilómetros de distancia, un experimento fallido en un acelerador de partículas subatómicas, cuyo objetivo es determinar las causas de un repentino e inusitado enfriamiento del núcleo terrestre, desencadena una retahíla de consecuencias insospechadas sobre la totalidad de la vida y las leyes inerciales de Cuando apagues luz esta noche, antes de ir a dormir, procura prestar la física a nivellaplanetario. atención a Tanto las paredes, a los que ruidos extraños a lasmexicano palabrascomo del viento. las anomalías tienen lugar en ely norte los con milesatención de extraños fenómenos comienzan a producirse Escucha el crujir de tu que casa, la historia que quieredecontar. súbito a lode largo ancho del orbe se hallan relacionaNo te fíes losyfamiliares lejanos queintrínsecamente pretenden parecer normales, dos con el malogrado experimento, pero ninguno de los científicos que de las desiciones que tomas y de los cerros a tu alrededor. reparan en sus repercusiones por primera vez son capaces de estableLos bosques tampoco buenaindividuales idea... nidesiquiera la estatua al cer una conexión pese a susson esfuerzos investigación. centro del pueblo o la casa de muñecas que te regalaron hace Sólo al final comprenden que, tanto en la ciencia como entiempo. la vida,sobre los acontecimientos másmantener ínfimos desencadenan efectos Pero todo, procura a raya esoslosojos quemás observan e impredecibles. desde grandes tu ventana. No parecen muy amigables.

Departamento de Mostros Perdidos


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