De camino a Ningún Lugar (muestra) - Avery A. V.

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de camino a NingĂşn Lugar Avery A. V.

Departamento de mostros perdidos 6


De camino a Ningún Lugar Primera edición, 2020 D. R. © Avery A. V. D. R. © Monomitos Press Tijuana, B. C., México http://monomitospress.blogspot.mx Twitter: monomitospress Diseño y edición: Néstor Robles Ilustración de portada: Anny Carime Colección Departamento de Mostros Perdidos

Hecho en Tijuana / Impreso en Mexicali Made in Tijuana / Printed in Mexicali


contenido 1. La fiesta y el Bosque de las Linternas 2. El cuerpo 3. Ningún Lugar 4. La mancha en la pintura y el señor Valdemar 5. El viajero entre dimensiones 6. La habitación de Gerald y el espejo oblongo 7. En el laberinto 8. En la casa del sombrerero loco 9. La esfera de cristal 10. El ave 11. Fuera de Ningún Lugar 12. Palacio Oscuro 13. Ayesha 14. Sala de recreación 15. Gregor Robinson 16. Visita nocturna 17. Samuel 18. Busca y encuentra 19. Llévame al infierno 20. A través de la puerta

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21. La piedra 22. Hasta siempre 23. El fin

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1. La fiesta y el Bosque de las Linternas

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carlett Birdwhistell, sentada frente al espejo, peinaba sus cabellos castaños para pronto bajar al patio y recibir a sus invitados que, con tanto entusiasmo, habían hecho lo posible por asistir aquel primero de enero. La joven, que cumplía entonces diecisiete años, con anterioridad había pedido a sus padres que no se molestaran en hacer una fiesta, que de cualquier manera casi nadie asistiría. Sin embargo, y a pesar de sus esfuerzos y opiniones, allí estaban todos sus familiares y unos cuantos amigos, esperando por ella. Durante mucho tiempo le pareció a Scarlett que era mejor cambiar de día sus fiestas. Sabía que su familia siempre procuraban llegar aun cuando casi se partían en dos para cumplir en otros lugares y en Newborn, donde ella vivía, cambiando de planes de forma drástica. Dejando a un lado sus pensamientos, pues a fin de cuentas las cosas habían sucedido de la mejor manera, se separó 7


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del espejo y salió de su habitación. Descendió por las escaleras dobles hacia el patio, sujeta del barandal de madera. Incluso con las puertas principales cerradas, el barullo era audible. No cabía duda de que en verdad estaban todos los Birdwhistell y los Watson. Pero… —Mi madre… —dijo en voz baja, con la mano puesta en el picaporte. Los recuerdos llegaron a su cabeza, con su madre siempre ausente en los días más importantes para ella, despertando cierto sentimiento de tristeza que la embargaba casi por completo, echando a perder su día. No obstante —de cualquier forma, ya estaba ahí, no había vuelta atrás—, abrió la puerta, dejando detrás todas las veces que su madre le había fallado, y el sol le golpeó directo en la cara. Afuera, el escándalo disminuyó. Entonces Scarlett fue bombardeada por exclamaciones y abrazos; tíos, tías y primos le desearon un muy feliz día y lo mejor que el Señor le pudiera ofrecer, que eran vida y amor. Aunque también fueron varios regalos los que recibió, como era de esperarse, costosos. —¡Mira qué hermosa se ha puesto! —exclamó una de sus tías, apretujando sus mejillas con ambas manos y soltándole el aliento a tabaco en la cara. —¡Y lo idéntica que es a su madre! —comentó otra—. Richard, encanto, ¿por qué nunca me dijiste en una de tus cartas lo hermosa que es? Mira esas curvas. Ya debería ser hora de buscarle un buen partido. Conozco a varios que estarían encantados con tu hija. Scarlett, atónita al escuchar las palabras de la mujer, no pudo más que sonrojarse, pensando a la vez en el único muchacho al que ella quisiera como esposo. Aunque prefirió quedarse callada y sonreír con discreción. 8


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El señor Birdwhistell, evadiendo la petición de su cuñada, la invitó a tomar asiento en su mesa, la más cercana a la puerta, donde le sirvió un poco de vino para ver si de esa manera se dormía pronto. No quería que hiciera un escándalo como otras veces, y esa era la mejor forma de evitarlo. Por otra parte, Scarlett observó el enorme patio y la cantidad de gente que había tanto sentada como de pie. Ahí estaba su tío Daniel con su esposa Angélica. También estaban sus primos menores en brazos de su tía Amanda, dormidos a pesar del escándalo. Mientras buscaba con la mirada a esa persona por la que se había arreglado tanto, apareció su padre de improviso, dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. —Te dije que las cosas irían bien. —Lo sé, padre, y gracias. El señor Birdwhistell le sonrió, dejando a su hija sola para que disfrutara de la fiesta con quien quisiera. Allá a lo lejos, por detrás de un árbol, una sombra apareció, acercándose hacia la multitud. —Gerald… —dijo Scarlett cuando se plantó ante ella, con las manos en la espalda. —Señorita Birdwhistell —dijo el otro—, le deseo el mejor de sus días. —Agradezco de corazón que vinieras. —Lo que sea por la señorita. Oh, casi lo olvidaba; aquí tienes un presente de mi parte —sacó ambas manos de donde las tenía, dejando ver una caja pequeña, rectangular, de color azul, como el vestido de Scarlett. —¿Puedo abrirlo? —preguntó emocionada. —Si así lo deseas… Dentro, aguardaba un hermoso collar de plata con una gema incrustada de color añil, brillante y resplandeciente a la luz del sol. 9


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—Es precioso… —dijo la joven, recibiendo un abrazo de Gerald. —Lo mejor para la festejada. Felicidades. —¿Te gustaría ir al columpio? —preguntó incauta. —¿No tienes que atender a los invitados? —contestó el otro, poniéndole el collar al cuello. —Pueden vivir sin mí durante unos minutos. No tardaremos. Ambos se dirigieron al bosque donde, sólo unos pocos metros hacia adentro, colgaba un columpio de madera de la rama de un enorme árbol. Scarlett se sentó en él y Gerald la ayudó a tomar impulso. El joven siempre teniendo cuidado de no tocar más abajo de su cintura, respetando incluso donde nadie los veía, aunque a Scarlett no le hubiera importado mucho que la mano se le resbalara y fuera a parar a su trasero. Como fuera, nadie estaba ahí para reprenderlos. Minutos más tarde se encontraban de vuelta en la fiesta, donde su padre la esperaba para partir el pastel. Todos cantaron, se divirtieron… Había sido una buena celebración. Aunque, sobre cualquier cosa, a Scarlett le había fascinado el obsequio de Gerald y cómo, estando a punto de salir del bosque, le había dado una nalgada. Su cara se puso tan roja que no supo si alguien más pudo percibirlo, además de Gerald, cuando se acercaron a la casa. Era pasado de medianoche cuando se fueron los últimos invitados, quedando sólo Scarlett, su padre Richard y un par de amigos de él, bebiendo en la sala a la luz del fuego en la chimenea. Mientras se desvestía en su habitación, Scarlett pensaba en lo diferente que pudo haber sido el día si tan sólo su madre se hubiera presentado. Sentía su ausencia, aunque fuera en 10


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esa fecha su única fuga del año. Y a pesar de haber soportado que su madre los abandonara para irse a quién sabía dónde desde que tenía memoria, cada vez que cumplía años, no lograba acostumbrarse del todo a la idea. La seguía necesitando. Sabía que su padre también la necesitaba, aunque fuera sólo mientras ese insignificante día durase. Era el gran efecto que su madre ocasionaba en ellos. Dispuesta a dormir y con la nostalgia a flote, aún de pie, ni siquiera llegó a tocar la cama. Lo último que recordó haber escuchado antes de desvanecerse, fue un golpe sordo y algunas risas en el piso de abajo. Despertó en lo que parecía ser el segundo día del año. El sol salía apenas del oriente, elevándose poco a poco en el cielo, iluminando con pereza los lugares más oscuros. La suciedad comenzaba a causarle molestia en la piel y sentía incómoda la cintura en la superficie plana y rugosa del terreno. En lo alto del árbol a sus espaldas (de tronco grueso con lo que asemejaba ser una cara en el diseño del tallo, alto y con hojas muy verdes), un pájaro cantó en un tono que no era normal, sino todo lo contrario. Había emitido un sonido que se asemejaba al de una cuerda de piano al romperse; al inicio un poco entonado, después, discordante. «¿En dónde estoy?», preguntó medio adormilada, abriendo los ojos. «¿Qué hago aquí?», ahora se levantaba apoyando todo el peso en sus brazos para después usar las rodillas, lastimándose con algunas piedras pequeñas. «¡¿Estoy desnuda?!» De pie y con los ojos más despiertos, observó sus alrededores como quien acaba de despertar de una pesadilla; para 11


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asegurarse de que nadie estuviera observándola en algún lugar. De forma instintiva intentó tapar sus pechos con la mano izquierda, dejando a la vista más de lo que quisiera, y con la otra su vagina. Temblaba de pies a cabeza a pesar de la alta temperatura. Más tranquila, observó de nuevo hacia todas partes, buscando a alguien, a quien fuera. Lo único que había a sus alrededores era el mismo Bosque de las Linternas y el columpio en el que la había paseado Gerald el día anterior, a su izquierda. Varios metros más adelante, pudo distinguir su casa por entre los árboles. «¿Cómo llego sin que nadie me vea?», se preguntó asustada, ignorando la extensa separación entre casas… aunque bien un vecino la podría ver desde alguna de las ventanas mientras corría desnuda. De repente se le ocurrió la razonable idea de taparse con hojas al estilo de Adán y Eva, pero lo desechó al comprobar que era inútil. Las hojas eran muy pequeñas. De alguna forma tenía que llegar, y lo haría a pesar de las consecuencias. Si su padre preguntaba qué estaba ocurriendo, ella le diría… ¿Qué? No tenía ni idea de cómo había llegado a parar al bosque. «Algo me inventaré», se dijo, caminando en dirección hacia su casa. Pero algo la detuvo en seco, como si hubiera chocado con un muro invisible. Comenzó a sangrar por la nariz. Scarlett, en el suelo, vio hacia el frente, buscando el origen del golpe sin obtener resultado alguno. Se levantó con cuidado y caminó de nuevo en la misma dirección a paso lento. Pronto encontró lo que parecía ser un cristal puesto a mitad del camino, cerrándole el paso. Con la mano derecha lo recorrió de lado a lado durante algunos metros hasta entender que era imposible salir del bosque. 12


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«Debe ser un sueño. Debe ser un sueño», se repetía con frenesí. Incluso se dio golpes en la cara, esperando despertar de inmediato, lamentándolo enseguida. Su corazón comenzó a acelerarse. Los ojos se le empañaron. —Oye, niña —escuchó que alguien la llamaba por detrás. Volteó rápidamente para encontrarse con la nada, sólo el bosque al fondo y algunos pájaros volando por encima de los árboles, libres de cualquier pesadilla. De pronto, Scarlett sintió cómo una mano invisible la sujetaba por el brazo izquierdo y la arrastraba lejos de su casa, en dirección a lo profundo del bosque. Sin lograr nada, pateó y lanzó golpes a diestra y siniestra. No había nadie ahí, y sin embargo… Después de batallar sin poder soltarse de aquella fuerza, cayó de bruces contra el suelo, golpeándose los pechos, el estómago y la barbilla.

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2. El cuerpo

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os pasos sonaban secos en el camino. Había llegado a Newborn esa misma mañana del cuatro de enero de 1830, cansado y con la cabeza dándole vueltas. Se disponía a investigar el caso después del mediodía, cuando hubiera dormido lo necesario y tras haber comido un poco, pues en el camino no hubo muchos lugares en los cuales detenerse a ingerir algo sin perder tiempo valioso. Así se lo hizo saber a su cliente mediante un memorándum, del cual no esperó respuesta. La casa en cuestión era la de los Birdwhistell, quienes se habían comunicado con el agente para investigar el espantoso crimen que ahí se había cometido en contra de la única hija del buen hombre: Scarlett. El agente Barnum siguió avanzando entre las casas (tembloroso a pesar de la espesa gabardina que llevaba puesta, la típica que usaban todos en el Departamento de Investigaciones Paranormales), muy grandes y dispersas entre sí, hasta llegar a un camino donde los árboles comenzaban a crecer para, más adelante, darle forma al Bosque de 15


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las Linternas. La casa Birdwhistell se ubicaba al borde de éste, separada por algunos metros. En primera instancia, el agente no vio mucho que le llamara la atención o algo que estuviera fuera de lo común. Llegó a la puerta y tocó tres veces. En menos de cinco segundos, la puerta se abrió y un hombre apuesto, pálido y delgado salió a toda prisa, llevándolo del brazo a orillas del bosque sin mediar palabra. Barnum se sintió extrañado ante la falta de cortesía del hombre, pero lo dejó pasar. Lo más probable es que estuviera desesperado ante tanta espera, y así fue como se lo dijo cuando lo soltó de la manga. —No me lo esperaba, señor Birdwhistell, sin embargo, no lo culpo. Entiendo que haya aguardado más de lo necesario y el apremio le ganara como a cualquier otro. —Oh, agente, lo lamento tanto. Son ciertas sus palabras y mis motivos comprensibles. Y así como se lo hice saber en el comunicado, usted lo puede ver con sus propios ojos. Sólo espero no se asuste como yo y pueda ayudarme a salir de esto. Habiéndose disculpado, el señor Birdwhistell encaminó al agente unos metros dentro del bosque, donde un árbol de tronco grueso crecía a mitad de un pequeño sendero y un columpio viejo colgado con sogas se dejaba entrever unos metros a la derecha. Desde esa distancia, la casa era aún visible. El árbol era de copa frondosa, con hojas de un color muy vivo que pronto se marchitarían por el cambio de clima. Mientras Barnum lo observaba, se dio cuenta del mismísimo diseño en la corteza, que no parecía ser otra cosa que una cara endemoniada con tres ojos y la boca abierta en una temible «O». Pronto sacó su libreta de notas y apuntó algo, dibujando después el tronco. 16


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Del otro lado se encontraba el señor Birdwhistell, llorando y con las manos cubriéndole la cara. Barnum se acercó y comprendió de mejor manera los hechos, llevándose un pequeño sobresalto. El cuerpo de la joven Birdwhistell se encontraba sepultada de cabeza, sobresaliendo desde la cintura hasta los pies, enseñando sus atributos en una posición obscena. La piel se veía entre pálida y ceniza, enferma. —¿Cuándo descubrió el cuerpo, señor? —preguntó el agente. —Hace dos días —contestó entre sollozos—, un día después de su decimoséptimo cumpleaños. No entiendo cómo es que llegó a terminar así. En verdad que no… —¿Le importa si vamos a su casa? Me gustaría hacerle algunas preguntas. —Por supuesto, agente. Lo que sea por hallar al culpable. No soporto más el ver el cuerpo de mi niña aquí enterrado.

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3. Ningún Lugar

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carlett se levantó deprisa, temiendo ser jaloneada de la misma forma en que había sido atraída a lo profundo del bosque. Todo lo que había eran pinos, árboles ocasionales y arbustos rodeándola, siendo ella quien se encontrara en un pequeño campo abierto, donde nada crecía. Asustada, a punto de echarse a llorar, escrutaba cuanto podía con la mirada, deseando no ser sorprendida. De repente y en dirección hacia el interior del bosque, una fila de enormes pinos comenzó a arder en llamas como si les hubieran puesto aceite encima. Había sido tan espontáneo que del miedo casi se orinaba encima. Los pinos crepitaban bajo el fuego sin producir ningún tipo de humo o aroma, evitando quemar más de lo que se proponía. Al poco tiempo, las hojas se secaron y cayeron al suelo, ardientes y marchitas mientras los troncos, negros en su totalidad, comenzaron a tomar formas extrañas como si se estuvieran fundiendo cual piezas de metal. Scarlett no tardó en comprender que se estaban transformando en letras. Primero 19


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pudo ver una «B», después una «o». Casi al mismo tiempo fueron una «N» y una «r». Finalmente, los árboles formaron una sola y sencilla frase: Bienvenidos a Ningún Lugar «Es una pesadilla. Es una horrible pesadilla. Eso debe ser», pensaba Scarlett desesperada mientras trataba de entender lo que sus ojos veían. Pero sus intentos por despertar quedaron interrumpidos al observar que una figura casi humana se recortaba detrás de la cortina de fuego; ésta tenía una pose como la de un lobo cuando se sienta, olfateando el aire y alargando el cuello en todas direcciones. Sin pensarlo dos veces, salió del terreno sin vegetación para irse a esconder detrás de un tronco que tenía detrás. Esperaba que no fuera ella a quien olfateara aquella cosa. Las ganas de orinar eran ahora mayores, pero se obligó a aguantarse, cruzando las piernas. Sostuvo la respiración por un momento, soltándola despacio, intentando tranquilizarse. Fue tanta la desesperación y el tiempo que creyó haber transcurrido que, al final, asomó la cabeza sólo un poco y observó por el rabillo del ojo izquierdo. El mensaje de bienvenida seguía ahí… mas no la figura. Volviendo la cabeza a su sitio, frente a ella y varios metros alejada, vio una sombra muy similar a la que buscaba. Quedó petrificada al no saber si salir corriendo o quedarse en donde estaba, esperando no ser vista… pero sí la vio. La intimidaba desde lejos. En un intento desesperado por hacer algo que no fuera estarse quieta, movió sólo unos centímetros el pie derecho para intentar salir del campo de visión de… 20


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La figura entonces salió a toda prisa en su dirección, corriendo a cuatro patas. Scarlett intentó moverse con todas sus fuerzas, pero una energía mayor se lo impedía. No lograba sentir cómo las raíces del tronco y el mismo tallo la devoraban, reptando por todo su cuerpo. Cuando aquello estuvo muy cerca de Scarlett, el procedimiento se aceleró, llegando tarde la criatura, levantando sus patas delanteras en un absurdo intento de destrozar la cara de la joven, haciendo chocar sus garras contra la superficie plana, creando un eco profundo en las inmensidades del bosque. Lo último que Scarlett pudo ver de la criatura que iba a su encuentro, fue que tenía la piel en su totalidad pálida, sin cabellos; garras negras y enormes que se ensartaban en la tierra para darle mayor impulso en su salto final; una boca terrorífica con infinidad de dientes afilados y una lengua roja partida a la mitad; sin ojos.

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