cinco minificciones...

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cinco minificciones (que se publicaron en antologías de Nortestación y una más que apareció en otra pero quiso compartir estas páginas que celebran el aniversario número 13 del proyecto editorial independiente Nortestación)

escritas y editadas por néstor robles (durante una madrugada del confinamiento de mayo de 2020 en Tijuana, bajo una licencia de Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada).


Get back Lo único de lo que Alberto solía presumir era que su tatarabuelo había sido uno de los oficiales aguafiestas que trataron de detener la última vez que tocaron los cuatro Beatles juntos, aquel famoso concierto en el techo de las oficinas de la disquera Apple, allá en Londres. Siempre lo contaba muy orgulloso como si hubiera sido la acción más chingona del momento. También decía que por eso dominaba el inglés: porque su tatarabuelo era de Inglaterra. Esa tarde cuando salimos de la escuela nos invitó a su casa a ver el Let it be en su nuevo teatro casero. Toda la hora y diez que duró el documental no paró de hablar, faroleando su conocimiento por el rock and roll. Es ese de los guantes en la mano, fíjate cómo está enojado, nos presumía. Idiota. Yo, que con trabajos sabía hablar español, le dije que su tatarabuelo y él tenían chapetes como los mariquitas que eran, que fue un pendejo burgués como todos los que se quejaron del concierto por haber interrumpido los pinches negocios y no haberle hecho como el señor de sombrero y pipa, que se subió hasta el techo para ver mejor, o como la ruquita que se preocupó por ver quién estaba cantando. Se lo dije nomás para molestar al cabrón, porque a mí ni me gustaba el rock ni los jotos greñudos de los Beatles. Nomás había ido para ver qué me apañaba. Lo hice llorar y su mamá me corrió de la casa. Desde entonces, Alberto no me dirigió la palabra y me sacaba la vuelta, el miedoso. Terminando la secundaria, se fue del país a seguirle con los estudios. Yo, el Parra, me convertí en asesino a sueldo. Jamás imaginé que él iba a seguir los pasos de su tatarabuelo y que sería el mismo Alberto quien me detendría por el asesinato del último Beatle. Nunca supe cómo dieron conmigo. La última noche que respiré, subí al techo para ocultarme. No hubo escapatoria. Ríndete, dijo, o te disparo. Qué pasó, mi mariquita chapeteada, le contesté, ¿otra vez de aguafiestas? Pinche Parra,


tenías que ser tú. En ese momento subieron tres empistolados más. Get back, les canté, get back the way you once belong y empecé a carcajearme como loco. Antes de saltar les dije en un perfecto inglés: Me gustaría dar gracias en nombre del grupo y espero haber pasado la audición. Sonreí al ver la cara de Alberto, bajó la pistola como si recordara aquella tarde en su casa. En el aire, me complació imaginarlo derramar una lágrima.

Aparece en la colección Página por Día (Nortestación, 2009).


Nostalgia de la guayina: Espíritu de la carretera Mientras equilibro mi ermitaño paso con un bastón de rama seca un nudo en la garganta me agobia: veo pasar una vieja guayina roja. Me dan ganas de hacerle la parada aunque diga “Fuera de Serbicio” pintado con shine blanco en las ventanas laterales: correr detrás de ella, esperar un alto y abrir la puerta trasera. Ignóreme, chofer, diría, métale gas. Imagino que me compadece y sigue adelante. Yo, gozoso, me recostaría recordando ese sentimiento alrevesado: los mareos constantes por leer durante el camino, esas faldas, besos y agasajos de secundaria. Lo abordaría en el Centro y me bajaría hasta la Presa: entre el polvo de huesos de potrillos y aves, mutaría mi bastón en caña para pescar espectros acuáticos.

Crónica florida: Boleto a la luna Jorge y Esteban viven en la misma privada de un suburbio del Florido. Todos los días se van juntos a la secundaria en bicicleta para cuidarse las espaldas: los malandros acechan. Jorge carga un palo de escoba azul. Esteban, una cadena. Nunca han tenido que usar sus poderosas armas. En una junta de vecinos se autonombran Vigilantes. Bien equipados se suben a la terraza por las noches. Previenen tres robos automovilísticos y una intrusión casera. A veces espían a los vecinos en sus sesiones amorosas pero prefieren observar el cielo estrellado: cuando sean grandes quieren ir a la luna. Un disparo, seguido de gritos y sirenas, evita que Jorge y Esteban alcancen a ver una nave espacial volando sobre ellos. Ambas aparecen en Tijuana en 120 palabras (Nortestación, 2010).


Pinche chino ¡Ay, pinche chino! Si vieras qué feliz estoy de verte, cabrón. ¿Crees en las coincidencias? ¿No? Pues yo sí, ¿cómo la ves, mi chinito? No, no, no te bajes, vámonos. ¿Para dónde vas? ¿Qué? No te entiendo, cabrón, habla bien. ¿Centlo? Mira, yo no conozco ningún lugar llamado centlo. ¡Ah, no! Eso sí no te lo voy a permitir. Deja de reírte, pinche chino, no te estoy diciendo un chiste, cabrón. Ahora sí nos callamos, ¿verdad? ¡Ah, ah! ¡Pum, pum! ¡Jajajaja! No se asuste, mi chino pendejo, trae seguro. ¿Te gusta? Esta es una nueve milímetros que compré cuando sucedió lo de mi padre. Sí, fue en este mismo pinche Taxi Libre: trabajaba todas las noches, hasta de muy madrugada. Esa vez no regresó. Después supe que estaba muriéndose en la Cruz Roja. ¿Sabes qué fue lo último que me dijo?: “Fue un pinche chino, mátalo…”. Así, fue lo único, no me dio señas ni nada en particular. Por eso me compré está preciosura por la que tiemblas. Y, pues ni modo, mi pinche chino, quién sabe si fue usted o no el que apuñaló a mi padre, en paz descanse, para quitarle su dinerito que ganaba con el sudor de sus manos, quién sabe. A lo mejor este es tu destino y por alguna razón se te chingó tu carrito o simplemente no tienes. Quién sabe. Lo importante es que aquí estás, pinche chino. Mira, perdóname, la neta, si tú no fuiste. No, cabrón, te digo que no chilles, mucho menos intentes bajarte, tiene seguro contra niños, jejeje. ¿Dónde quieres que te la meta? Jajaja, no, no, sin albur, compa. Ni siquiera sabes qué es eso, ¿verdad?, pendejo. ¡¿Verdad?! Tranquilízate: cierra los ojos: respira por última vez. A las tres disparo. 1... 2... ¡PUM! Ay, perdón, dije tres, ¿verdad? Pinche chino, ya me embarraste todo el asiento. Ya te puedes bajar. Originalmente apareció en la revista Magín (2006), de donde se tomó para publicarse en la antología Cruzando al otro lado (del milenio): Cuento bajacalifornianao de entresiglos (Nortestación, 2014).


Rendirse y permanecer en Santa Fe Una década después de sobrevivir El Florido, me mudé con la musa. Pros y contras del nuevo suburbio: vista al mar… sin carretera directa; buenos tacos de birria… sin un Oxxo accesible a pie; hay tranquilidad, pero el tráfico matutino es una odisea. Surrender and remain: el mantra (Pete Holmes dixit). Vivimos en una privada de seis casas. Hay un grupo inactivo de WhatsApp, igual que los vecinos. Todos tienen hijos y perros. Nosotros tenemos un pug que ronca. Un gato merodea las noches buscando almas en pena. Una madrugada escuchamos relinchos: cuatro caballos famélicos cruzaron las calles del circuito. Había neblina. Nos gusta pensar que habitamos un purgatorio vigilado por las sirenas de un pickup chocolate. La vida es buena cuando hay wifi mientras esperamos el despertar del primigenio. Aparece en Tijuana: 130 palabras (Nortestación, 2019).


Consejos de un poeta, profeta, fugitivo, farsante, estrella de la electricidad

when told t’ look at yourself... never look. when asked t’ give your real name... never give it. Bob Dylan

Luz roja, cables, soplete y rock and roll. Comienza a gritar. Empieza llamándome Jules, Mayito o Charlie, por ejemplo: como quieras. Llámame Fede, Emme o Germán: el que sea es bueno. Llámame Pepe, Par o Tavo: estos tres en particular me encantan, pero no son los de verdad. Si gustas puedes llamarme Pancho, Jorge o Esteban. Incluso intentar con Ricardo, Pablo o Juan. Sólo espero que nunca me llames por mi verdadero nombre. Lo aprendí de un grande: poeta, como yo, profeta, como yo, fugitivo, como yo, farsante, como yo, estrella de la electricidad, como yo. Si por alguna razón caes en mis manos considérate un zombi iluminado. Sí, también puedes llamarme Muerte, Asesinato, Violencia: me da igual. En realidad, mi nombre no es de este país ni de este planeta: simplemente no es. Lo importante aquí es escucharte sufrir, rogar mientras me conoces y tratas de adivinar mi nombre. Si llegas a gritarlo, mi nombre, mi verdadero nombre, eres libre, te puedes ir, ahí está la puerta. Pero mientras me sigas llamando Jules, Mayito, Charlie, Fede, Emme, Germán, Pepe, Par, Tavo, Pancho, Jorge, Esteban, Ricardo, Pablo o Juan sigues siendo mío, de mi soplete y de mis cables.

Aparece en Alebrije de palabras: Escritores mexicanos en breve (BUAP, 2013).



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