Los criterios para el exterminio : Antología del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana, año 2020-1

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Los criterios para el exterminio

AntologĂ­a de historias del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana, aĂąo 2020-1


El Taller de Narrativa del Centro Estatal de las Artes de Tijuana agradece tu lectura. Si te interesa saber más sobre la antología y sus autores, o quieres ser uno de nosotros, recibimos tus comentarios en eltallerdehistorias@gmail.com

Los criterios para el exterminio Antología de historias del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana, año 2020-1 Primera edición digital, junio de 2020 Diseño editorial: Néstor Robles (Monomitos Press) Foto de portada: Aimee Melo Photography

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

hecho en tijuana

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Contenido La voluntad del aislamiento............................................... 5 Prólogo de Néstor Robles Aimee Melo Flores frescas..................................................................... 9 Arte.................................................................................. 10 Cifras................................................................................ 11 Clarisa.............................................................................. 16 Karla S. Mora Evidencia......................................................................... 25 Conjunto......................................................................... 26 Dodecaedro..................................................................... 27 Cauich.............................................................................. 29 Mario Hernández Manos.............................................................................. 43 Saber es morir................................................................. 44 La novedad de la abundancia....................................... 45 El verdadero nombre..................................................... 46



La voluntad del aislamiento Como si alguien estuviera jugando con una máquina del tiempo, sin duda, el año 2020 ha estado lleno de extraños sucesos. Sobre todo la estela de consecuencias que ha dejado la pandemia del covid-19, que ha superado por mucho a la ficción. En esta situación, es importante revisitar el arte, sobre todo el cine y la literatura, en donde se nos ha querido advertir sobre lo inevitable: el exterminio de la humanidad. De alguna manera los gobiernos del mundo detuvieron actividades no esenciales y fuimos forzados a mantener distancia, en un aislamiento voluntario, para evitar la esparsión del virus. Bajo este confinamiento, los talleres del Centro Estatal de las Artes de Tijuana no frenaron. El Taller de Narrativa no fue la excepción. En el interés de mantener el espíritu de contar historias con el que arrancamos el semestre en febrero, a finales de marzo migramos a Google Classroom, y mantuvimos sesiones semanales asíncronas. Del total del grupo, fueron tres elementos los que fueron constantes: Aimee Melo, Karla S. Mora y Mario Hernández, coautores de esta antología. Esta selección de minificciones y cuentos la trabajamos en conjunto, a partir de textos elaborados durante el taller. Aimee, narradora y fotoperiodista que busca

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más allá de lo que el arte representa a primera vista, y preocupada por nuestro entorno social, le da voz a personajes en situaciones difíciles, tratando de sobrevivir las consecuencias de la violencia citadina y la pandemia; Karla, de espíritu travieso y cósmico, escribe historias en donde sus personajes desaparecen de este plano o buscan la redención, retomando elementos del folclore maya. Por su parte, Mario acapara la voz de de los profetas y escribe perspectivas únicas sobre la alienación y la mortalidad. De éste último tomamos el título de esta antología. Cuando Ocho, uno de sus personajes extremistas, responde a la pregunta “¿Cuáles son los criterios para el exterminio”, simplemente responde: “Se trata de algo tan aleatorio como una lotería, pero con probabilidades menos remotas”. Es ese el nexo de estas historias —jugar y asumir las consecuencias de esa lotería— y de alguna manera de nuestra realidad cercana, que discutimos muchas veces, cada uno en su espacio, a través de la pantalla, cuando nos preguntabamos cómo estabamos. En el momento en que publicamos esta antología, continuamos en semáforo rojo. La recta final del confinamiento parece acercarse. Es mi deseo que estos textos te encuentren en tu espacio a salvo, en casa, y que te despierten la imaginación, el impulso de releer, abrir otro libro y, sobre todo, escribir tu propia historia. Manténganse a salvo. Néstor Robles Tijuana, junio de 2020


Aimee Melo


Aimee Melo es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la uabc. Ha trabajado como fotógrafa en temas políticos y periodísticos, culturales, artísticos. Actualmente es fotógrafa documental independiente de temas sociales y relacionados con el covid-19. Conoce su trabajo en https://aimeemelorosales.wixsite.com/portafoliofoto.


Flores frescas Las flores son un deleite para la mirada. Entre colores, formas, texturas, tamaños, resulta complicado saber cuáles son las más bellas. Es por esto que son parte de los momentos más felices de nuestros días, en cada celebración, cumpleaños, un día de madres ni se diga. Qué ironía que son ellas mismas, entre lágrimas y dolor, quienes nos despiden de esta vida.

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Arte Del ser humano, de los animales, del hambre, de la caza, de las caminatas, de los dioses, de los líderes, de las clases, de perfil, con color, con contorno, con textura, de la belleza, de un atleta, de la victoria, con expresión, con forma, con movimiento, con líneas, con curvas, de la observación en el día, de la ilegalidad de la noche, del estudio de los cuerpos, de los interiores, del misterio, de un dios, con profundidad, con composición, de lo cotidiano, de las casas, del paisaje, de las flores, de los frutos, de la gente, de los juegos, de las risas, de los puntos, de la geometría, de lo surreal, del futuro, con letras, con discursos, con una caja, con una silla, con fama, con museos, con dinero que compra más de lo nuevo.

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Cifras I Me despierto a las 7:20 a.m. Me levanto de la cama, agradezco la oportunidad de tener un día más de vida; volteo a su almohada, no le faltan sus buenos días a mi preciosa Bety. Sé que ella sonríe. El ejercicio es primordial para comenzar el día: estimula el nacimiento de nuevas neuronas y fortalece sus conexiones en el cerebro, ayuda con la memoria y el aprendizaje. Las frutas son una excelente fuente de recuperación para los músculos después de un buen entrenamiento, lo sé, pero no son comunes. Conseguir alimento fresco resulta cada vez más difícil, a lo que espero en algún momento comer las fresas que he plantado. Después de la ardua tarea que resulta desayunar algo que se le denomine pobremente saludable, descanso un poco mientras escucho y busco las noticias en internet. Pocos me creen, pero soy tan consciente del día como de mis sesenta años. Soy una especie de récord Guinness, uno de los hombres más viejos de esta ciudad. El viajar resulta peligroso. El discurso diario es mantenerse en su lugar de origen, no se sabe qué tan contagioso resulten otros espacios. Las cifras suben, las cifras bajan. Mis hijos que tanto adoro se han ido de casa. Pau Los criterios para el exterminio • 11


y Xavi, mis cuatitos, son muy listos, yo les he enseñado desde pequeños, pero en esta ciudad, como en la mayoría de este país, los espacios para estudiar una carrera están limitados a quienes pueden pagarla. Hay muy pocas escuelas públicas, la mayor parte del presupuesto nacional se invierte en salud e industria. No hay dinero para la educación, es mi crítica diaria. Pero me siento orgulloso, mis cuatitos se han ido a estudiar a otro lado. Se comunican para que su viejecito sepa que están bien. Yo les he enseñado a cuidarse, son valientes. Suficiente tendría al igual que los demás el dejarme morir ante tanta angustia. Sin embargo, de medio día en adelante, después de escuchar las noticias y terminar las labores en casa, dedico hasta casi terminar la tarde al estudio. ¿De qué? De muchas cosas. ¿Y por qué? ¿Por qué dedico gran parte de mi día al estudio? Porque el conocimiento me ha mantenido vivo. La valentía de mis hijos, los libros, la búsqueda de información verídica, precisa, el ejercicio, mi intento de alimentación saludable, ser como un récord Guinness, son las bases que me mantienen en la línea de fuego, al igual que mis niños, yo sigo luchando. II Salir de casa resulta todo un ritual. Pero te acostumbras. Quién se hubiera imaginado que seguiríamos con esto, a mis 10 años todo me parecía chistoso. Recuerdo que mi mamá me hizo un cubrebocas de carritos, me parecía un poco vergonzoso, pero igual lo demás me daba risa. Me parecía triste no poder ir a clases. Mi mamá, al igual que yo lo haría con mis hijos, se ponía a estudiar conmigo. Tenía más hermanos y nos resultaba complicado compartir una sola computadora para las clases. 12 • Aimee Melo


De camino a hacer las compras, me permito seguir en mi experimento social. No hay nada nuevo. Entiendo por qué la gente trata de esquivarse, el miedo permanece. A veces las cifras suben, a veces bajan. Yo trato de mantenerme relajado, sé que el miedo causa estrés y eso afectaría mis defensas. Me es curioso, he venido a hacer las compras en el mercado Sol casi toda mi vida, tengo muchos conocidos y amigos. Recuerdo que de niño podía reconocer un poco más a la gente, les conocía el rostro, sólo en pocas ocasiones he visto el de la señora Gina, es una mujer muy simpática, siempre platicamos. La señora Gina cultiva café, es de las pocas personas que tienen permiso para hacerlo. Cuando la veo me alegra el día, su presencia asegura unas cuatro tazas de café en mi semana, además, siempre tiene un buen cumplido para Bety. —¿Cómo estás, Gina? —Carlitos adorado, ¿cómo estás?, yo excelente, me da gusto verte, aquí te aparté un poco de café, pero te tengo una sorpresita. —¡Vaya!, ¿qué me trae? Si no cumplo años, enséñeme. —¡Ay, tu cumpleaños!, recuerdo que Bety adorada, tan linda, hizo en una de las pocas reuniones, ¡híjole!, la tarta tan exquisita de fresas, años sin comer algo así, tan buena repostera, Bety. Pero volviendo a la sorpresita ¡Mira te tengo estas lechuguitas! Don Luis logró cosechar algunas verduras. Hicimos truque y te aparté, no es mucho, pero tómalas, ¡anda!, ¡rapidito!, ¡que no se vean, guárdalas!, que ya no tengo más y luego ya sabes que vienen y me pregunta aquí la gente. —Se lo agradezco mucho, usted siempre tan amable y considerada. —No es nada, tú sabes que les tengo mucho aprecio. Por cierto, ¿cómo están Pau y Xavi? ¿Ya se comunicaron?

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—Aún no, no tardan, ya sabe, seguramente están muy ocupados con la escuela, ya me llamarán. —Que Dios los proteja, tan valientes estos niños, qué angustia, de verás. De verdad que este es un castigo divino, hemos sido tan malos que seguramente venimos arrastrando las consecuencias de todos nuestros antepasados. —¿Usted de verdad lo cree? —Claro que sí, no sólo yo, aquí en el mercado estamos convencidos que esto ha sido un castigo caído del cielo, ¿no conoces la historia de como se destruyó Sodoma y Gomorra? —Sí, la conozco. Pero esta obra se la atribuyo al hombre aquí en la tierra. Las enfermedades no han sido más que una creación. El poder y la ciencia van de la mano para quienes controlan este mundo. —¿Está diciendo que el virus fue planeado? —El virus con el que hoy lidiamos se creó hace 50 años con el objetivo de arrasar principalmente con los países más sobrepoblados. Y también para seguir controlando la industria farmacéutica. Dígame, ¿con qué nos endeudamos si enfermamos? Por una vacuna, por una desgraciada vacuna damos la vida, claro está. ¿Y por qué cree que nos tienen restringidos los alimentos frescos, las frutas y verduras? Porque esto nos mantiene sanos. Y para quienes controlan los gobiernos y la industria farmacéutica les es conveniente mantenernos enfermos. —¡Válgame, Dios! ¿Y toda esa información de donde la ha sacado? —Buscando, Gina, leyendo, revisando… Entienda que lo que pasa aquí no es un castigo del cielo, es el resultado de los que estamos aquí en esta mismísima tierra. —Ya no sé ni qué decirle con tanta cosa. Sí, bueno, le diré, aquí entre nos, que también he pensado que puede 14 • Aimee Melo


ser algo de los extraterrestres, ya ve que se dice mucho de eso en todos lados. —Gina, escúcheme. No vea arriba. El problema es aquí y siempre lo ha sido. Nos manejan a su antojo, mire, ¡cómo nos tienen! Se escucha acercarse entre el ruido del mercado un joven que viene apresurado. —Señora Gina, señora Gina… —Al llegar apenas toma un poco de aire, difícil tarea con el cubrebocas puesto—. Jaime se puso muy mal. —¡Válgame! Ayúdame a recoger esto, si ya se había recuperado, ¡cómo es que volvió a recaer! Entre la angustia del momento ya no se dijo nada. Efectivamente habría sido una batalla injusta para un cuerpo de 40 años mal alimentado que tenía encima una jornada laboral de más de 10 horas diarias que no iban a alcanzar a pagar la deuda que él mismo, sin imaginárselo, ya había dejado a la familia con el gobierno en el hospital. III No pude terminar mi conversación con la señora Gina. Semanas después regresé y había enfermado. Mi pensamiento es que vamos de mal en peor, y que realmente nadie ve el verdadero problema. Recuerdo la tarta de fresas. Ojalá Bety pudiera prepararme una. Pau y Xavi no han llamado esta semana. No pensaré en el peligro en el que mis hijos pudiesen estar. Las cifras suben, pero también bajan.

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Clarisa La señora Clarisa vive en lo que denomina como su cabañita, a las afueras de Tijuana, ciudad en constante crecimiento pero que aún conserva algunas hectáreas solitarias. Clarisa había trabajado casi toda su vida en un banco. Desde joven ambicionaba con una vejez tranquila pero cómoda. Sus más de casi treinta años trabajados le permitieron ahorrar para comprar un terreno e irse a la ahora edad de sesenta. Le parecía que su felicidad ya se la habían arrebatado hace algunos años. Pero su tiempo invertido en el centro financiero de la ciudad lo creía recompensado en una nueva etapa para tratar de disfrutar con el sueño de su vejez. Sus días correspondían a un horario bien establecido como la disciplina aprendida. Pero con el twist del disfrute a plenitud de las tareas asignadas. La meditación por las mañanas, la preparación de los alimentos por las tardes, lectura y un intento diario de dibujo parecen llenar a tope las horas de sus días. A las cinco de la tarde Clarisa toma su segunda taza de café. Sentada en su sillón contempla la vista que tiene hacia afuera. Ve un inmenso color verde que rodea su propiedad, diversos cultivos, en los que resaltan árboles de limones, plantas, flores... su vista también alcanza la carretera que está a unos 300 metros de su casa. Pasados 16 • Aimee Melo


unos 30 minutos escucha a lo lejos el ruido de la aceleración de dos carros. Se levanta hacia la ventana para lograr tener una mejor visión de los automóviles que avanzan a una velocidad aparente de más de cien kilómetros por hora. “¡Pero qué barbaridad!, ¿creen que porque aquí está sólo pueden manejar a sus anchas?”, se dice en voz alta, mientras mantiene la vista a la ventana. Después ve el reloj. “¡Pero nada se puede hacer con esta gente!”, exclama un poco molesta. Camina hacia un escritorio de madera en donde reposan un bote lleno de lápices de carboncillo, una lámpara y un cuaderno abierto en blanco. Las visitas de su hija Sofía algunas veces se dividían en viernes, sábados o domingos por la tarde. Clarisa había tenido dos hijos, Sofía la mayor y Ernesto, quien a sus 23 años había sido asesinado en una balacera, víctima de estar en el lugar, tiempo y momento inadecuado en uno de los años registrados de la ciudad como el más violento, debido al crimen organizado. Ambas se encuentran en la sala, contemplando la vista al exterior, sintiendo el provecho de la luz dorada al atardecer, Clarisa en su sillón y Sofía frente a ella tomando a pequeños sorbos una taza de té. —Oye, mami, he estado pensando mucho en que estás aquí solita, me preocupa que pase algo y uno no sepa. —Pero, ¿por qué?, si ya casi cumplo un año aquí hija. Está muy tranquilo. —He estado viendo las noticias y últimamente salen muchas cosas de robos, secuestros, desapariciones, ya sabes, mami, está muy inseguro. ¿No crees que sería mejor te vengas con nosotros? Te vas a sentir cómoda, tendrás tu espacio, no te vamos a molestar. Los criterios para el exterminio • 17


—Mira, Sofía, esta ciudad ha sido muy insegura y violenta desde hace mucho tiempo y nos consta. Pero ésta es mi casa, yo me siento a gusto y aquí me quedo. Te agradezco estés pendiente, pero no tienes de que preocuparte, mejor ya no veas eso. —No es por molestar con el tema, pero en una de las notas que vi, hay sospechas de una red muy peligrosa que trata con mujeres, droga, armas, todo tipo de cosas. —Está bien, no dudo de las circunstancias y que sea peligroso, pero ¿por qué te preocupas por mí? No van a venir por una señora mayor como yo. —No puedes asegurar eso, además aquí está retirado del centro, del movimiento, está muy solo, si pasa algo nadie se va a enterar ni puede hacer nada. —Sofía, en el centro, en el movimiento, en la zona con más personas, la gente hace como no se entera y nadie hace nada. Son las 11 de la noche y Clarisa no puede conciliar el sueño. Se reconforta en su sofá, lugar de pláticas, café, reflexiones y lectura. Ya transcurrida una hora, escucha a lo lejos el sonido de una sirena de patrulla. Se levanta rápidamente para asomarse a la ventana. “Uno, dos, tres…”, cuenta conforme pasan los automóviles, “una patrulla pick up y dos carros atrás”. Tratando de convencerse entre palabras que todo está bien, va a la puerta principal para asegurar la cerradura, cierra la cortina de la ventana y se va a su habitación. Mientras recolecta algunos limones en su jardín, ya pasando el medio día, ve entre la tierra un pedazo de tela verde. Lo toma y mientras lo va alzando, trata de tomar18 • Aimee Melo


lo de varios lados para encontrarle forma, a lo que termina por indentificar como una camisetita rota y sucia. Se queda ahí. ¿Un niño, una niña, o una mujercita? La sacude y la dobla rápidamente para meterla en la bolsa junto con los limones. Ya en casa la vuelve a sacar, la pone en su escritorio y va a su habitación a buscar entre los cajones, saca un celular y se regresa para ver la camisa. Se sienta, toma el aparato, lo prende y busca en internet las noticias, recordando lo que en días pasados hablaba con Sofía. El bullicio se hace presente esa misma madrugada. Uno, dos tres, una patrulla pick up y dos carros otra vez. La ventana parece ser cómplice de Clarisa, quien decide quedarse en el sillón velando lo que resta de la noche. Despierta y ve las 7:11 en su reloj. Va a su habitación y toma del armario una chamarra, una gorra y su bolso para recolectar sus cosechas. Al salir se asegura más de una vez de haber cerrado correctamente la puerta, se da la vuelta y ya frente al paisaje verde decide caminar por los alrededores de la propiedad. Pasado un buen rato, Clarisa se da la vuelta y ya no ve su ranchito. Avanzó bastante, pero decide continuar. Las manos le sudan un poco, la bolsa no es pesada, sólo carga algunos limones. Sigue avanzando, y ve a unos cuantos metros más una pequeña construcción de bloques. Sigue el paso, avanza más rápido. Mientras siente que la distancia se va acortando, sale de repente un hombre con un arma larga entre los brazos. Clarisa se agacha y trata de hacerse invisible entre las plantas altas que rodean el lugar. Su cuerpo se tensa aún más, y el corazón se le acelera cuando sale otro hombre detrás pero vistiendo uniforme de policía. Clarisa se queda Los criterios para el exterminio • 19


ahí, decide mantener la atención firme para cualquier detalle. El miedo está presente, pero más la curiosidad por saber qué tienen estos individuos en común. Aquellos hombres parecen conocerse. Las risas se escuchan aunque la conversación se limita a la distancia y el ruido que se genera en el ambiente a pesar de sentirse solitario. Pasados algunos minutos, el oficial se despide con tal saludo que hiciera pensar a cualquiera que se trata de camadería. Atenta a los dos hombres, Clarisa mantiene la vista en el presunto policía que se da la media vuelta para alejarse de la construcción. El otro hombre entra a la misma. Duda entre seguirle los pasos al oficial o intentar asomarse en lo que parece un cuarto abandonado. Mientras reflexiona el siguiente movimiento, se escucha a lo lejos una sirena de patrulla; al mismo tiempo sale otro hombre de la casa cargando un arma del mismo largo y tamaño. La decisión es definitiva, ocultarse hasta que nadie pueda verla y regresar a casa. —Mami, ¿pero qué tienes?, has estado muy callada desde que llegué, ¿te pasa algo?, ¿te sientes bien? Clarisa sentada en su sillón, ve a Sofía, levanta la mirada y le sonríe. —Todo bien, me he levantado muy temprano estas semanas para ocuparme de algunas cosas y me siento un poco cansada. —Si quieres me puedo ir para que descanses —dice Sofía mientras toma su bolso. —No, hija, no te preocupes. De todos modos no duermo temprano, sígueme contando, ¿cómo le ha estado yendo a Enrique en el trabajo? Clarisa toma la taza frente a ella y bebe un poco de café. Sofía deja su bolso y se deja caer en el otro mueble. 20 • Aimee Melo


—Híjole, mami, pues muchas cosas lamentables, a veces no quiero que Enrique me platique de eso… pues resulta que a una conocida de una compañera de la oficina le secuestraron a su niña. No encuentran a la pobre criaturita desde hace unas semanas. Clarisa deja la taza haciendo un fuerte ruido en la mesa. —¿Cómo?, ¿pero cómo sucedió?, ¿dónde fue la última vez que la vieron? Qué barbaridad, Sofía ¿qué pasó? —La mamá había dejado a la niña en la guardería y resulta que se la llevaron. Presuntamente alguien llamó que tenía la autorización para pasar por la pequeñita fingiendo ser el padre… Ay no, qué tristeza, cuando me contaron no lo podía creer. Sofía suspira y se rasca la frente de forma nerviosa. —¿Y qué ha pasado?, ¿ha llamado a la policía? ¿Levantó el acta? No he visto esa noticia en los medios, ¿por qué no me habías dicho esto? —Tranquila, mami, no te lo había comentado porque no quería perturbarte con este tipo de cosas, la otra vez me mencionaste que no tenía caso indagar en estos temas, pero ya ves, es imposible no toparse con estas desgracias. —Creo que debemos estar atentos a estas situaciones, si tal vez supiéramos más personas sobre esto, podríamos hacer algo, estaríamos alerta y podríamos buscar a esa niña. Clarisa pone la mano entre la boca y su barbilla. —Hay tantos casos, no se resuelve uno y ya pasa otro. He decidido que es mejor ya no saber nada, sólo me desgasta. Sofía toma su taza de la mesa y bebe un poco. Clarisa se levanta y mira fijamente a Sofía. —No, Sofía, no, no, no... No puedes decir eso. Tienes que estar atenta, no podemos hacer como que no Los criterios para el exterminio • 21


pasa nada. —Clarisa abre sus brazos como si invocara a alguna deidad—. Si ya hemos estado en esa situación, nadie nos ha dado la cara, ni se ha hecho justicia por Ernesto, tu padre y yo quisimos dejarlo ir, pero… —baja los brazos, se voltea, se queda unos segundos, regresa la mirada con su hija—… Pero ¿sabes qué?, es peor, es peor, porque pretendíamos que no había pasado y eso te hace sufrir más, porque sabes que hay gente culpable que sigue viviendo como si nada, ¿y las víctimas? ¿Y uno? que se pudra en su dolor, que se muera en vida, ¿verdad? No, no, no. No estoy dispuesta, prefiero ahora yo joderles la vida, porque ellos ya lo hicieron. —Mamá, ¿pero qué te pasa? Tranquilízate. Sofía ve a su madre como si no le conociese, sorprendida, no comprende sus palabras. —Perdóname —le dice. —Pero, ¿por qué? —Por enseñarte a olvidar y callar, pero no más, no lo hagas, ya no, ahora te prometo que seré un verdadero ejemplo para ti, ya lo verás. —¿Pero qué dices?, ¿qué vas a hacer? Sofía se levanta y abraza a su madre, suelta en llanto como si fuera una niña recién castigada. Clarisa le levanta el rostro. —Lo que debí hacer hace tiempo. En ese momento se escucha el convoy de patrullas y camionetas. —¿Qué suena? ¿La policía? ¿Qué habrá pasado? —se alarma Sofía. —No digas nada, tú sígueme la corriente, después entenderás.

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Karla S. Mora


Karla Selene Mora Tinoco es bajacaliforniana de nacimiento con cinco aĂąos radicando en Tijuana.


Evidencia Me ubiqué en mi centro, en mi esperanza gravitada. Era cuestión de ordenar los números, pero no pude, me ganaron las letras. Se escribieron en mis uñas, se impregnaron en mis cabellos, se galoparon en mi boca, me tragaron. Y me conocen tan bien, que no tuve la cobardía de mentirles, no tuve la fuerza suficiente, para sostener lo insostenible, tu presencia ausente, tu fantasía caduca, tu código cifrado.

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Conjunto La vida estĂĄ en todas partes, en el aire volando, en el suelo creciendo, en la tierra latiendo, lo embebe todo, la podemos ver, palpar, sentir. La muerte estĂĄ en todas partes, liberada, impregnando los espacios que no llena la vida, rozando a lo vivo.

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Dodecaedro Cuando el Dodecaedro llegó a casa supe que era el final. No venía con instrucciones de uso, pero sí la directriz en su página electrónica que indicaba que previamente se necesitaría la orientación de un radiestesista, porque se precisaba localizar el punto cardinal optimo y alinearlo o desalinearlo con las líneas curry o hartmann, verificar no estar sobre una vena de agua, de acuerdo con lo que el cliente buscara. Pero a ella qué le importaban las nimiedades de la lógica. Pronta, desenvolvió y quedó al descubierto una figura geométrica de 1.4 metros de largo y 890 milímetros diagonal entre aristas. No se deberían de vender productos así como así. En su web aducían que esta figura geométrica sagrada tenía el poder de equilibrar y potenciar las fuerzas sutiles de los seres vivos, desde el reino mineral, pasando por el vegetal y terminando en nosotros. Sólo bastaba con acomodarse dentro de ella. Rápidamente las prácticas de mi esposa empezaron por colocar flores y embellecían; semillas y germinaban. Hasta que en un ocasión olvidó la fruta y ésta se deshidrato. Y un día, sin más reparos, la sorprendí sentada dentro del Dodecaedro. —¡¿Qué haces?! Los criterios para el exterminio • 27


—A-s-c-e-n-d-i-e-n-d-o —respondió. Tres días y no salía del dodecaedro-quita-convivencia-familiar. Al iniciar el cuarto día, en punto de las 4:30 de la mañana, el pijama de mi esposa yacía dentro del Dodecaedro, pero ¿y ella? La puerta tenía puestos los seguros, siendo imposible de cerrarse por fuera. La busqué, la grité, la llamé, la lloré, la maldije, la odié, la perdoné. Ahora siento que la miro en el terrario florecido que nunca se seca y que adorna nuestro balcón en la sala de estar, en sueños se me presenta, invitándome a la ascensión y cuando despierto me parece ver el perfil de su rostro en el techo de yeso de nuestra recámara.

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Cauich* I La familia se uniformó de lentes oscuros, siendo el mejor pretexto para no encararme y darme cuenta de lo que construí. Se eligió el ataúd más caro, al gusto de Telma. La caja, su caja, se va al suelo, por un mecanismo poleíco y calculado, rechinando aquellos años en los que no volví a pisar mi tierra. Ahora lo sé, era mi tierra, no ésta. Esta no es mi historia, los hombres no somos más que la elaboración de historias entretejidas que nos van creando para converger en un final enterrado. El sepulturero cubre mi tumba con tierra seca y sin olor; los zapatos limpios, brillantes, negros, de Sebastián contrastan con el pasto casi sintético que pisa. Pero, hijo, de qué sirven unos zapatos pulidos sobre las memorias de los muertos. En la hacienda se decía que la tierra debía ser pisada honrando a los que nos sostenían, dándonos alimento en los árboles, ríos, animales e ideas grandes que nos poblaban la cabeza cuando dormíamos, que porque eran los sueños y buenos deseos que tenían los difuntos desde donde ahora vivían. Las personas buenas que conocí y me conocieron, murieron hace mucho tiempo. Yacen en tumbas de tierras *Este cuento retoma leyendas mayas. Los criterios para el exterminio • 29


mojadas dentro de los terrenos de sus casas y cruces de palo pintadas con cal, para despistar a los padrecitos. Sebastián pide a los sepultureros que se marchen. Yo permanezco a la expectativa de si me dirán algo, pero Telma interrumpe el principio de un silencio, quitándose las gafas, para decirles que tienen reservación en El Jardín para comer y que mañana tendrán reunión con el notario, que se comunicó a medio día al despacho jurídico para informar de mi deceso. Mi hija espeta un ¡Ay, mamá! Ahora se alejan por el camino empedrado del que tanto se quejaba Telma cuando fuimos a elegir los lotes para cuando muriéramos. Éste hubiera sido un buen día para traer a un Maestro Cantor, para decir rezos, pero aquí ni sacerdote, ni rabino, chaman o secretario de gobernación que dé legalidad de mi muerte, ni mucho menos mi madre. Sin darme cuenta, mi madre me mostraba el camino por el cual ayudar a los muertos desde los vivos, sin embargo, no me guió por la senda que el muerto debe seguir. II La primera historia de mi vida que recuerdo, está protagonizada por mi madre. Tal vez como la de todos, pero la mía transcurrió en un sepelio. Me habló al oído susurrándome: “No llores, porque vas a mojar el camino del muertito y no podrá llegar el paraíso, hazle caso al Maestro Cantor”. A partir de esa memoria, a cada evento funerario que fuimos estaba el mismo Maestro Cantor. Siempre lo vi con recelo. A mi padre no le gustaba que mi madre me llevara a los entierros del pueblo, decía que todo lo que ocurría ahí eran supercherías. Sin embargo, a escondidas, yo le tomé respeto al Maestro, porque mi madre me había explicado con su 30 • Karla S. Mora


voz suave y profunda, aunque ahora no sé si sería espanto lo que sentía, que se necesitaba llevar a un Maestro Cantor para decir rezos que porque de esta forma se mantenían alejados a los demonios Ocol-pixan, quienes robaban las almas de las personas cuando morían y no las usarían para algo bueno, dijo que eran invisibles y que por eso yo no los podía ver. III El segundo recuerdo de mi niñez, fue en una choza muy adentro de la selva de Campeche, casi en las fronteras con Yucatán y Quintana Roo. En su casa no había piso, el suelo era de tierra y la cocina estaba afuera. Mi padre esperó en el automóvil, mi madre se bajó y me llevó de la mano a la puerta que no era puerta, sino un telar deshilachado. Mi abuelo no lo supo, pero cuando lo vi, me asusté; él estaba tendido en una hamaca, dándose aire con un abanico formado de plumas. De mi padre yo aprendí a ver a las personas de los pies a la cabeza, pero mi abuelo no tenía ni pies, ni rodillas, ni piernas. Cuando por fin llegué a su rostro, se echó a reír, mirándome directo a los ojos. “¡No hay empiezo ni acabado, ojos de cielo, nariz catrina!” Hice un esfuerzo por no abrir de más mis ojos, que de por sí ya eran grandes. “Resguárdate de los aluxes, duermen con los ojos abiertos, los muy condenados se te apersonan perversos, traviesos o buenitos, como lo son ahora conmigo”. No pasé del umbral de la puerta. Mi madre le dio un beso en la mano y nos fuimos. No volvería a saber de mi abuelo hasta el día de su muerte, ocho años después. Me enteraría con una semana de retraso, por mi padre que se comunicó vía telefónica para contármelo y decirme que mi madre se había vuelto loca, que el día que velaron a Los criterios para el exterminio • 31


mi abuelo, un poco antes de que falleciera, ella había llevado a un hombre maltrecho, como un hechicero, pero yo sabía que no era un hombre cualquiera sino que era el Maestro Cantor. Continuó diciéndome que éste había dicho no se qué tantas cosas en maya, que a todos les habían prohibido llorar, que mi madre se había quitado su chal y había golpeado a mi abuelo moribundo que porque según era la única manera de aligerar la carga de sus pecados, que con el cuento de que su agonía se estaba haciendo muy larga y que no sólo había sucedido eso. Me pidió que no se me ocurriera mencionárselo a nadie más y que le prometiera no volver, que terminara mis estudios y luego una carrera, que me enviaría dinero cada mes, que cada semana hablara con mi madre por teléfono y le diera largas de cuándo volvería. No entendía todo aquello, yo apenas era un adolescente, sin embargo, él no sabía que yo ya tenía una razón para no volver. “Estamos malditos”, dijo mi padre, “tu madre y la poca familia que tiene, lavaron el cuerpo de tu abuelo, lo tenían desnudo, después hicieron un caldo con esa agua y se lo bebieron”. No le dije a mi padre que, antes de irme, mamá hizo que le prometiera que cuando ella muriera, llevaría al Maestro Cantor y pediría un poc-keban, un lavado de los pecados. Pobre mamá, era devota a sus tradiciones, pero en la hacienda le tenían miedo y no le dirigían la palabra. Fui educado por señoritas rubias que mi padre llevó de la ciudad y que si eran extranjeras mejor. Yo sólo escuchaba a mamá cuando quería hablarme y cuando lo hacía, me contaba historias al oído. IV Ni búhos, ni aluxes, ni ladrones de almas. ¿Dónde está esa luz de la que todos hablan? Si mi madre estuviera 32 • Karla S. Mora


aquí ya me hubiera susurrado al oído qué seguiría después de mi propia muerte. Tal vez sea mi merecido por ser ateo. Entonces me imagino a mi madre sentada sobre mi lápida de mármol, con su vestido largo de manta cruda y blanca. Mi bella madre. Decían que era tan joven que pudo haber sido mi hermana, pero sólo por edad, porque en piel fuimos de colores distintos. Mi madre era Tux Ek Cauich Balam, nativa del centro selvático de Campeche, dueña y señora de grandes terrenos; mi padre, hijo de españoles, pálido, de ojos azules, conquistador y gestor de minas en Campeche. Tal vez mi vereda en la muerte es por el lado paterno, por tanto, debería de declarar mis pecados por esa vía, porque por el lado materno no podré, pues no conozco las oraciones del Cantor. Mi padre no permitió que mi madre o su familia me enseñaran maya. Además, ¿quién me va a bañar con mi cuerpo refundido en una caja tres metros bajo tierra y encarpetado para que no se me ocurra salir ni a tomar el sol? Entonces procederá aquí lo que me enseñaron los jesuitas en el internado: la confesión. V Esa noche fue cuando nació mi cicatriz en el tobillo derecho. Huía. Era una noche húmeda y calurosa, no llevaba mi camisa porque, por las prisas, la dejé… estaba tan oscuro, salí velozmente, que ni siquiera tuve tiempo de ponerme las sandalias. La tierra estaba fría y mojada, se hundían mis dedos, mis talones. Tropecé con algo. Cuando menos me di cuenta, mi pie se había metido en una jaula malhecha de madera. Adentro había una lechuza que me clavó su mirada. No fue compasión, fue una orden y yo la obedecí. Abrí la jaula, el ave salió volando. Saqué mi pie, empecé a cojear, cuando de golpe Los criterios para el exterminio • 33


me llegó una bocanada de maleza quemada, de esa que hacían en la hacienda. Supe que ya estaba en casa. Se me olvidó el dolor del tobillo y corrí. Me colé por el portón del atrio, luego fui a mi habitación y me metí debajo del mosquitero. Al día siguiente, cuando desperté, mi madre estaba parada al frente de mi cama, observándome. Señaló mi tobillo, la sábana aún estaba teñida de sangre, yo, seguro y confiado dije que había sido el Uay-cen. Ella ignoró mi comentario, susurrándome: “La lechuza ha cantado hoy a media noche, fue su tercer y último canto. Habrá un muerto”. Salió de mi cuarto, dejando la puerta abierta tras de sí. Esa mañana, en el comedor, mi padre me recordó que por la tarde vendría un coche para llevarme a Campeche y de ahí a la Ciudad de México, que preparara mis maletas. Mi madre se levantó de la mesa y se fue a la fuente del atrio. Llegó Och para decirle a mi padre que la trampa que había puesto la señora para lechuzas había sido rota. Mi padre le contestó que no le hiciera caso a mi madre. No puedo llorar, porque no tengo ojos para hacerlo, pero ahora en este momento, me duele mi madre. No soy padre, ni esposo, soy el hijo de mi madre. VI Mi madre no estaba loca. Una semana después de que había sido exiliado por mi padre y que por mi propia conveniencia tomé ese pasaje de ida sin retorno, llamé a mi madre por la tarde para cumplir la promesa que le había hecho a mi padre durante la mañana. Contestó Tina, la criada, y me dijo que mi padre había salido a la ciudad. Le dije que a quien buscaba era a mi madre y me la comunicó. “Tu Tata murió la semana pasada, el día 34 • Karla S. Mora


que te fuiste, al atardecer, las lechuzas son aves de malagüero y desde donde vuelan agarran el alma del hombre que las ve y se la llevan con ella por los aires, clavándoles sus garras”, me dijo y me colgó. VII Mis sandalias y mi camisa se quedaron en la cama de Xaman. He de confesar cómo es que llegué ahí. Tendré que empezar por su mirada, su boca, pensé que era amor, tal vez sólo era deseo y aún después de vivo sigo pensando que fue amor o deseo tal vez. Un día en la pileta, Xaman se acercó para decirme al oído: “Mi nombre significa estrella y viento del Norte”. Sentí escalofríos en todo mi cuerpo, le regresé una respuesta a su oído también: “El mío significa lo mismo que el de mi padre” y se echó a reír, para después lanzarse en un clavado, salpicándonos a todos. Yo tenía quince años. Todo el verano nos visitábamos. Una tarde me dijo que me esperaría antes de la media noche en su habitación. Ese mismo día, por la noche, no podía conciliar el sueño. Mi madre entró a mi habitación y colocó una semilla en la cerradura de mi puerta. Se sentó a mi lado y me contó la historia del Uay-cen, un vampiro que era capaz de transformarse en gato y meterse por las cerraduras de las puertas. Una vez que lograba entrar, chupaba la sangre a las personas mientras dormían. Me dio un beso en la frente, acomodó el mosquitero sobre mí, y se marchó cerrando la puerta tras de ella. No podía dormir. Estaba muy inquieto y sólo pensaba en la invitación de Xaman. Retiré el mosquitero y salí sigilosamente por la ventana de mi cuarto. Los viejos decían que ese verano era el más húmedo de los últimos diez años. Si era cierto, no lo sé, pero Los criterios para el exterminio • 35


sí que estaba cálido. Era un sofoco eterno. Sólo la noche era el respiro que se nos permitía. Estaba oscuro, no había luna llena, ni media, ni vacía. Esa noche tropecé con un montículo de maleza que quemaban en las noches cuando desmontaban los suelos, pero aún no la prendían. Escuché un arroyo y supe que ya estaba cerca de la casa de Xaman. En la rivera del arroyo vi lucecillas que flotaban, eran como velas encendidas pero sin la cera y además alguien o algo las hacia bailar lentamente. Nunca había visto algo así, algunas se acercaban entre ellas y permanecían juntas, haciéndose una sola luz, pero más grande. Iluminaban el agua, eran reflejos de estrellas. Se escuchaban cigarras. Las luces también se posaban sobre las hojas de los árboles. Pensé por un momento en acercarme a ellas y tocarlas, pero recordé que Xaman me esperaba. Mi inquietud había mermado, ya no iba a paso veloz, iba a paso seguro. De vez en cuando volteaba para ver a las lucecillas entre los árboles, sobre el arroyo. Cuando llegué, aventé unas piedras a la ventana de Xaman. Ella abrió, me sonrió, colocando sus dedos en mis labios para que no hablara. Xaman estaba desnuda. Nunca había visto su cuerpo sin ropa, ni siquiera el de otra mujer. Una emoción se apoderó de mí y le dije al oído: ·”En el arroyo hay lucecillas como velas, en el aire y sobre las ramas de los árboles”. “Son luciérnagas”, me contestó, “es temporal de apareamiento”. La besé, nos besamos. Me despojé de la ropa, me compartió el mosquitero de su cama, me enseñó, quedé en paz de mi inquietud. No sé cuánto tiempo pasó, que me despertó apresuradamente, diciéndome que tenía que irme, que su nana venía a media noche porque le decía que las señoritas debían ser cuidadas del Uay-chup y que ya casi sería la hora. Se escucharon ruidos, salté por la ventana y no me dio tiempo de calzarme las sandalias ni vestirme la camisa. 36 • Karla S. Mora


Xaman, era mi prima. Ella era una Balam, como mi madre. VIII Aún no teniendo ojos, puedo presenciar la oscuridad si así lo deseo. Si este es el sueño eterno de los muertos, empezaré por una siesta. Sin lengua y con sed, con pena y sin corazón, con tiempo y sin cuerpo. Son los gusanos que inician la cena o mis entrañas que me abandonan y el tormento que estalla contra mi caja. Es mi madre quien golpea mi morada inútil. Llegó, lo cumplió, está temblando. Debo salir de esta pesadez, debo abrir los ojos no ojos una vez más, una vez más. Con mis orejas que no oyen, oigo, desde dentro, donde me encarcele, escucho... Queda tan sólo un pretexto para volver y no llorarte a escondidas bajo el sol de esta tierra forastera, estarás con tus ojos de cenote a cielo abierto, encuevado en un inframundo de mentira. Cauich, he venido a expiar nuestro pecado. Cuando saliste por la ventana, la cerré, me puse tu camisa y corrí a meterme dentro de la cama, olvidando colocar el mosquitero, Na entro, me hice la dormida, me despertó y me dijo: —Mira, el Uay-chup ha entrado a tu pieza, olvidaste ponerte tu camisa al revés, aunque si pusiste tus chanclas al pie de la cabecera, estás pálida, se te ha ido el color en tu cara y además el Uay-chup ha dejado sus jugos en tu cama, mira. —¿Eso qué quiere decir, Na? —Que el Uay-chup tuvo relaciones sexuales contigo mientras dormías, si mañana al amanecer, o durante esta semana enfermas, tu padre, en compañía de otros hombres de la casa, tendrán que ir al monte a buscar su cueva. Los criterios para el exterminio • 37


No enfermé, pero al año siguiente sufrí episodios de alta fiebre y me indicaron que saliera a media noche a tomar baños de luna al arroyo. Mentí diciendo que iba, pero una noche no pude dormir, y como tenía permiso, fui al arroyo. Cuando llegué vi lo que me habías contado aquella noche, vi las luciérnagas, y te sentí. Sentí tu alma, estabas en el aire, entre las luciérnagas, entre los árboles, entre la tierra, dentro del arroyo, en los sonidos de las ranas, de los grillos, de las cigarras, de una lechuza, en todo. Te hable y prendí el copal que tenía que encender cuando iba a esos baños, y le pedí a tu alma que se uniera a mi sombra para que no estuviera vagando sola por la selva sin ti. Todo este tiempo, Cauich, la he tenido conmigo, ahora te la he traído. Huelo, puedo oler, “Ku sisíjil tu ka’atéen”, una voz en maya. Es Xaman. El ataúd va a explotar. Mi alma terminará por estallar también. Estoy vibrando, a pedazos se caen los velos de lo vivido. Mis recuerdos se sacuden, necesito abrir los ojos. Es mi madre, es mi madre destrozando el cemento aún fresco sobre su hijo. No puedo llorar ahora, no puedo llorar porque mi madre así me lo enseñó. En este hoyo contengo mis lágrimas y mi sentir que ahora se derrama a caudales. Mi madre reza, reza en maya para mí, aunque no lo comprendo, y cuando estoy a punto de llorar se ha desatado una tormenta, la puedo escuchar, la escucho, escucho sus susurro en mí: —No llores, Chaac, lo hace por nosotros. El agua se llevará tus pecados, la bebemos por ti, te ayudamos en tu camino. Cuando te vistas de rojo y el agua haya cesado, saldrás por el respiradero para que los Ocol-pixan no puedan verte mientras partes a Xibalbá.

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IX He de confesar, de lo que mi madre yo oí, que liberaron mi cuerpo de la caja. Mi madre me desnudó con ayuda de Xaman, mientras me lavaban con el agua de la lluvia que caía. Mi madre me susurró al oído que venía a ayudarme a expiar pecados, que el día que la lechuza cantó por tercera y última vez, temió mi muerte, porque ya había sido tocado por el Uay-cen. Entonces decidió sacrificar su amor y renunció a tenerme con ella en la hacienda, a cambio de que yo no muriera, enviándome lejos de los antepasados para que no me alcanzaran. Cuando terminaron de limpiar mi cuerpo, mi madre derramó polvos de cinabrio. Mi ataúd se tornó en una bañera rojiza. X Yo, Cauich, hijo de Tux Ek Cauich Balam y de todos, escucho la guía en su aliento, diviso la travesía y persisto en la ruta sagrada de mí…

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Mario Hernรกndez


Mario Hernández (Mexicali, 1988). Egresado de bachillerato en Arizona. Entusiasta del género del horror en general, y cualquier tema relacionado con la religión y la mitología.


Manos Las manos son la fuente de la impureza; el error que hizo del Hombre una bestia y un dios. ¿La rareza es medida del valor, simplemente por virtud de ser rareza? Es verdad que el rey de reyes vale más que cualquier súbdito, pero sólo porque el súbdito lo cree así. La balanza no miente. Mil pordioseros hambrientos pesan más que diez monarcas, adornados con sus joyas y coronas, y la muerte prefiere llenar su estómago a probar el más exótico manjar. Que toda lengua que sepa discriminar declare, que yo soy más que cualquier rey en mi rareza, y menos que cualquier súbdito en mi valor. Sólo yo porto con orgullo una corona de sangre y excremento. ¿Quien entonces se atreverá a tocarme, aún para ofrecerme a la lengua equitativa de la muerte? Mucho menos permitirán un roce de mis manos, pues ellos esconden con su mofo y su desdén el mas profundo de sus miedos. Las manos del Hombre lo hicieron amo de la Naturaleza. Las mías me harán amo del Hombre. No habrá más ilusiones del gozo de servir. Toda vida tiraniza y es tiranizada, pero todo rostro sentirá el peso de mi talón, y se verá a sí mismo deformado en las aguas de Narciso. Fui nombrado Caos. Mi nombre secreto es Orden. Aquel que fue nombrado Muerte, pronto será llamado Dios. 43


Saber es morir La culpa es un pozo sin final, cuyo ancho es también Inconcebible. Las masas sedientas que acomoda fácilmente, se ahogarán al llegar a las aguas prometidas. Sólo así callará el llanto del anciano que No duerme. Al despertar por la mañana, cubrirá el pozo de la manera más casual. Los niños jugarán a la violencia y al amor, pues ellos son sus hijos, y Nadie se los va a arrebatar. Los hijos de la Palabra han hecho su confesión.

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La novedad de la abundancia La hija desea al intruso. El hijo y el padre lo sacan a golpes de la casa. La madre ríe locamente donde nadie la puede ver. —¿Cuál es el chiste? —le pregunta el perro. Ella le responde. Ella dice: —La hija No desea al intruso. El padre Sí y el hijo También lo sacan a golpes de la casa; mientras Tanto, la madre ríe donde Nadie la puede ver, sabiendo que Por Poco ya es abuela.

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El verdadero nombre —¿Cuáles son sus criterios para el exterminio? —No tenemos criterios en el sentido convencional. Se trata de algo tan aleatorio como una lotería, pero con probabilidades menos remotas. Bastante menos. Esta persona, conocida simplemente como Ocho, enfatiza esta última frase, sugiriendo que hay en ésta más de un nivel de significado. Tanto el periodista como su camarógrafo fueron conducidos a esta localidad con ojos vendados. Dos horas después, todo a su alrededor permanece en tinieblas, salvo la cabeza de la entrevistada. Su calvicie y palidez, iluminadas por alguna fuente de luz oculta, crean la impactante ilusión de que su cabeza brilla por su propia cuenta. —¿Entonces no creen, por ejemplo, en el Darwinismo Social? —Esa es una fantasía obsoleta, basada en una comprensión errónea de la llamada ciencia moderna. Lo que haremos es inevitable, y por lo tanto correcto. Verá, somos naturalistas y también deterministas. Sabemos que, en última instancia, no existen los errores. —Pero si usted acababa de decir que el Darwinismo Social es un error. Además, las personas que desean exterminar, según ustedes son errores también. Son obsoletos. 46 • Mario Hernández


—Usted confunde su ignorancia con virtud. Es verdad que la ignorancia es la más antigua de las plagas, pero yo he visto al dragón de mil cabezas. Su sabiduría es la única inmortalidad. Máteme aquí y ahora, si eso quiere. Seré reemplazada impecablemente. Trate de hacerme dudar, y verá que he encontrado la fe que no es fe. —Yo he estudiado el extremismo político y religioso toda mi vida. Sé que la gente como usted adora la idea de morir por su causa, pues eso los convierte en mártires. También sé que es inútil debatir con un verdadero creyente, pues uno termina fortaleciendo sus convicciones. —¿Cuál era su intención con esta entrevista, entonces? —Hacerla quedar en ridículo. Me sorprende que no la haya detectado. —Jamás he dicho que lo sé todo. Sé lo que más importa pero que muy pocos han descubierto. —No dudo que su organización presenta algo de peligro para la sociedad. Sin embargo, sus ambiciones e ideas son algo tan fuera de serie, que me sorprende que siquiera… —Se que ha escuchado la frase que dice: “los humanos le temen a lo que no conocen”. Más reveladora y acertada, pero menos repetida, es la frase: “los humanos se burlan de lo desconocido; rencoroso, éste luego les enseña que le deben su temor”. ¿Por cierto, en verdad no me reconoce? —¿Como resumiría el dogma de su religión? —Pudiera tratar de explicarle que esos términos no aplican, pero veo que su valentía ya se agota, al igual que el tiempo que le concedí. Le compartiré los tres mandamientos que superan las revelaciones de Moisés y el Nazareo: »No cuestionarás tu santidad ni la del prójimo. La palabra será domada. »No obrarás ni pagarás para engrandecer tu carga ni la del prójimo. La obra será domada. Los criterios para el exterminio • 47


»No mutilarás ni envenenarás tu carne ni la del prójimo, salvo que así demuestres su santidad. La carnalidad será domada. »Que la palabra, la obra, y la carnalidad sean domadas, pues su abundancia sólo lleva a la escasez. Escucha el latido en el corazón del occidente. Sé puro, sé valiente, y despreciado. Plaga que purifica, verdad que esclaviza sin necesidad de un amo. —Bueno, aquí termina la entrevista. —Esta es la sagrada voluntad del dragón con mil cabezas. —Espero que la próxima vez que la veamos, se encuentre bajo arresto. *** Antes del desvanecer, yo fui belleza. Azul, rojo y amarillo, mis colores. Violeta fue mi nombre. En el ocaso de mi yo, la serpiente reveló que la belleza es error. El odio que trasciende toda falsedad lleva a la sabiduría oculta del dragón. Nacida del vacío negro, ahora soy la blanca plenitud. Ocho es mi nombre, pues soy la octava luz que no es la unión, sino el Espíritu que negará y destruirá hasta que Uno equivalga a Cero. Le pregunté al periodista si podía reconocerme. Se sabe que Violeta desapareció hace años. Se rumora que fue asesinada. Violeta sigue viva, por supuesto, muy dentro de mí, cautiva hasta el día en que el cuerpo que robé se vuelva inerte. Ese hombre pudo ver el triángulo negro, tatuado donde hubo cabello distinguido. Vio el plomo que equivale al oro reemplazado. También vio ojos grises y la blancura de mis cejas, donde hubo cielo y sol. Si hubiera revelado más ante las cámaras, se hubiera visto el tatuaje en mi tronco, el cual sugiere una autopsia, pero es imagen de dos serpientes 48 • Mario Hernández


que se juntan en mi ombligo, cuyas cabezas apuntan a derecha e izquierda sobre mi pecho. También la cruz solar, símbolo de la Tierra para el astrólogo y el astrónomo, tatuada en cada uno de mis hombros. Pero estas no son verdaderas pruebas de mi fe. Mis senos y genitales fueron removidos. ¡Qué horror hubiera causado este cuerpo, en su nueva totalidad! Si yo tuviera vanidad, como Violeta, hubiera presumido todo esto al periodista y a su público. Hubiera mostrado este diseño para imponer el nuevo crucifijo. Antes que se marchara, le dije, de parte de Violeta, sin mencionar su nombre: —De la Palabra son tejidas vestimentas, para adornar a la Pasión que no envejece. Ella cambia su disfraz, cada que este pierde su vigencia. ¡No vaya a caducar el tejedor, pues la Pasión desnuda repugna, por ser perfecta! *** Violeta fue todo lo que todos querían, según los pocos que conocen a los muchos, más de lo que ellos se conocen a sí mismos. La polémica burguesa con la cual inició su fama, vino de una sola imagen: Violeta, rubia de ojos azules, con piel vampiresca y una estructura ósea que fue apodada “hiperclásica”, sentada sobre un Bugatti Divo. Sus piernas, improbablemente largas, expuestas, entaconadas, la izquierda cruzada sobre la derecha. El resto de su figura, apretada por un vestido rojo de mangas largas, se ve pequeña a comparación, pero igualmente exquisita. Su mano derecha descansa sobre su rostro, en aquel gesto que pide se guarde silencio. Sus labios completan el gesto, obedeciendo a su dedo índice. Son sus ojos los que le sonríen al espectador; a uno y a todos. En ese Los criterios para el exterminio • 49


azul profundo hay tentación, complicidad, pero también hay perdón. La mano izquierda sostiene una charola de plata, donde se observa un puñado de polvo blanco. Este obviamente es una representación de la cocaína. La leyenda: “You’re dead if you don’t love candy” (“Estás muerto si no te gustan los dulces”). Una imagen tan grotesca por su efectividad como por su falta de imaginación. Poca gente creyó en el rumor, diseminado de inmediato, el cual aseguraba que el polvo en la fotografía verdaderamente era cocaína. Bastó su mera representación, junto a otros clichés de la opulencia y del ego (presuntamente masculino) descarrilado, para desatar una controversia tanto frívola como intencional. Ese fue el ascenso. El descenso fue grave y accidental. Pero el Caos, al hacerse instrumento del Orden, es un Caos deformado, reducido. Por lo tanto, es predecible en su bajeza, como el perro que fue lobo. Violeta probó una mezcla intravenosa de heroína y metanfetamina, cuando la mezcla de alcohol, cocaína, sexo y fama súbita de las semanas previas perdió su encanto. No es de sorprenderse que hiciera tal cosa, pues toda su identidad se basaba no en ser original, sino en llevar lo genérico al grado más extremo posible. Tampoco es de sorprenderse que haya quedado clínicamente muerta hasta que los paramédicos pudieron resucitarla. De los secretos que le fueron revelados por el dragón, la Bestia que es Dios en Todos y Dios en Nadie, lo que sigue es sólo un fragmento: Hay Placer y Dolor en el Orden. También los hay en el Caos. Por eso, Seis es el número de las Tierras gemelas. Cuando Samael, Ángel de la Muerte, Veneno de Dios, renunció a sus títulos, persuadido por Lilith a vivir en paz y plenitud, la serpiente que es la Muerte como Pasión, falleció de hambre. Un cuervo astuto se alimentó 50 • Mario Hernández


de ese cadáver, pues un curioso pensamiento le vino a la mente: “Sabe más el diablo por carroñero que por depredador”. Ese cuervo fue apodado el Ángel de la Muerte, mas no fue Samael, sino la Muerte como Razón. Unió a los amantes con hilo y aguja, prometiendo separarlos si concebían una hija: la Cristesa. Pues el cuervo, que era la Muerte como Razón, estaba incurablemente enfermo, pero la Cristesa podía sanarlo con su obra, palabra, y carnalidad, e incluso revivir a la serpiente, que fue Muerte como Razón. Ella sería la Muerte como Espíritu, y el cuervo y la serpiente, sus mascotas y guardianes. Así, Orden y Caos compartieron placer y dolor. Ocho fue el numero de la serpiente hecha cuervo, y Cuatro el de la Tierras en copulación forzada. Pero Lilith jamás quedó encinta, y el cuervo, resignado a su enfermedad, la separó de Samael, no como un acto de piedad, sino creyendo que uno o ambos morirían por la herida. Samael fue Cinco, y Lilith fue Seis, cuando el occidente arrepentido, reclamó carnalidad, palabra y obra que fueron entregadas al Nazareo, ofreciéndolas ahora a Lilith y Samael: Madre de los Demonios, Veneno de Dios. La Comunión fue entonces el cuerpo y sangre de Lilith, belleza que no concibe pues tampoco muere, y el corazón del occidente fue partido en trozos incontables, habiendo en cada pieza división también. El cuervo, sobrevolando el mundo nuevo, su furia se hizo fuego en sus entrañas, convirtiéndolo en dragón: Muerte más allá de la Pasión, la Razón y el Espíritu; Muerte que hace eterno el presente. “Yo soy Uno, somos Muchos, somos Nadie. Ahora Todos han dejado de existir”, dijo el gusano que perdió el miedo a la luz, pues el pan y vino de la Nueva comunión lo hicieron olvidar, luego enloquecer, y eventualmente lo cegaron. Pero el dragón tiene ojos que ven, y fuego que Los criterios para el exterminio • 51


no miente. Él sabe lo que es, y por tanto reconoce a quien lo imita, pero bajamente, careciendo de su gracia. “A ver, Gusanito, dime Gracias, pues yo no te las daré, ya que no te las debo. Mas bien tú me deberás lo que vale más que oro, por su ausencia de valor: la montaña de cenizas que será mi cama y trono, para siempre”. Así dice el dragón. Ve a nadie en el agua, y nada. Luego suelta una carcajada, sabiendo que la hora se aproxima. Antes que Lilith y Samael hagan de cada corazón su hogar, el dragón los unirá de nuevo, con hilo y aguja que jamás olvidarán. Nacerá la Cristesa del sagrado hermafrodita, y el Nazareo dejará de ser guardián de corazones incontables. Que el antecesor de la Cristesa pueda descansar en paz, cuando el ladrón que viene en la noche este encadenado. Que Samael recuerde que el veneno mata, aunque se esconda en sal o azúcar, y Lilith sea testamento de que una casa no perdura, dividida contra sí misma. El presagio: 2 + 9 = 11. 1 + 1 = 2. El acontecer: 22 + 4 = 26. 2 + 6 = 8. *** Violeta fue dada de alta, poco después de aquel encuentro surreal. Todos sugirieron, más bien le ordenaron, que se tomara un descanso. Era probable que perdiera sus contratos sin una estancia en rehabilitación. Algo no muy breve, ni muy extenso, ya que ambos extremos afectarían su credibilidad. Decidió (o fue decidido por ella) que cuatro meses serían lo ideal, y encontró un programa de diecisiete semanas, que son aproximadamente cuatro meses. Algo sobre esos números le pareció correcto: 7 x 17 = 119. 7 + 1 + 7 + 1 + 1 + 9 = 26. 2 + 6 = 8. El internamiento comenzaría el día después de su cumpleaños. El acontecer: 22 + 4 = 26. 52 • Mario Hernández


Trató de recordar a detalle la noche de la sobredosis. Un conjunto de números que harían de esa noche el presagio, tras algunos malabarismos. Frustrada, multiplicó 17 x 7 x 4. El resultado fue 476. Cuatro más siete más seis, suma diecisiete. Uno más siete... ocho de nuevo, pero once se mantuvo elusivo. Quizá la abstinencia y el trauma le habían provocado una psicosis. Ella no acostumbraba a buscar algo oculto en lo trivial. En la mañana en que cumplió sus veintidós años, Violeta desapareció, para el asombro no sólo del público, sino de todos quienes se creían cercanos a ella. Su cuerpo, o lo que quedo de él, resurgió por primera vez en aquella entrevista. Quien fuera Violeta, ahora era Ocho, tras haberse adentrado en subculturas de sadomasoquismo, modificación corporal, y religiones alternativas. Tras haber seleccionado candidatos para el Culto del Dragón. Tras haber oído al llanto y la risa perder su identidad, y todo patrón que podía predecirlos. Tras haber llevado el umbral del dolor más allá de todo instinto, muriendo en vida para vivir eternamente. Quien odia incondicionalmente, está a un paso de lo divino. Quien pierde todo sentir, adquiere la naturaleza del Creador, pues el Dios verdadero vive, pero no siente. Es, solamente. En aquel gulag olvidado en Siberia, el culto del dragón puso en práctica la fe que no es fe. Tras un año de privaciones y torturas autoimpuestas, mezclaron oro y sangre en una copa. Colocaron un racimo de moras azules en otra. Cubrieron la primera con una toalla negra, la segunda con una toalla blanca. Comieron cuervos y serpientes, y destaparon las copas. El oro y sangre se habían hecho agua, el racimo una pasiflora. Fue entonces cuando el dragón se hizo presente. Los criterios para el exterminio • 53


Le ordenó a Ocho ofrecerle la mitad del culto, sin criterio de selección, y con máxima brutalidad. Lo que prosiguió le fue tan indiferente a Ocho como a aquellos quienes mutiló, desmembró e incineró aquel día. Nada cambió, salvo que dejaron de existir. Quienes permanecen son Uno, igual a Cero, igual a Dios. Las multitudes son Dios anestesiado, soñando Placer y Dolor, Orden y Caos. Consciente es la mano que toma el bisturí. El paciente es cirujano. Su tercera mano lo hace despertar.

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Gazapos Antología de historias del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana, año 2016

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Esta primera edición digital de Los criterios para el exterminio : Antología de historias del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana, año 2020-1, se editó y se compartió en junio de 2020 por Monomitos Press.

Si deseas obtener un ejemplar impreso, escríbenos a monomitospress@gmail.com


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