Gazapos. Antología de historias del Taller de Narrativa del Ceart Tijuana, año 2016

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AntologĂ­a de historias del Taller de Narrativa del Ceart, aĂąo 2016


Los miembros del Taller de Narrativa del Centro Estatal de las Artes Tijuana agradecemos tu lectura. Si te interesa saber más sobre la antología y sus autores, o quieres ser uno de nosotros, recibimos tus comentarios en eltallerdehistorias@gmail.com

Gazapos. Antología de historias del Taller de Narrativa del Ceart, año 2016 Primera edición digital, diciembre de 2016 Diseño editorial: Néstor Robles (Monomitos Press) Ilustración de portada: Montserrat Rodríguez Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

hecho en tijuana


Gazapos alrededor de la fogata Conejos nuevos.................................................................... 5 Néstor Robles Abril Arzave La caída del rey................................................................... 11 El sol azul (fragmento)...................................................... 15 Michele Buitrón El Apocalipsis llegó en noviembre................................... 37 Transformación.................................................................. 41 La niña y Mayi.................................................................... 43 Aldo Curiel El planeta verde (novela en construcción) Prólogo................................................................................. 47 Capítulo 1. La misión inicial............................................. 49 Capítulo 2. La extraña extraterrestre............................... 59 Jovita Espinoza La Gran Ciudad.................................................................. 77 El durazno y la parra.......................................................... 87


Samuel Abraham Machuca Destruyendo al enemigo.................................................... 93 El increíble viaje de Benji................................................103 Monserrat Rodríguez Las ciudades......................................................................121 Jueves por $50 hasta las cinco de la mañana.................125


Conejos nuevos A mediados de septiembre de 2015, recibí la invitación del Centro Estatal de las Artes de Tijuana para continuar un taller de narrativa inconcluso: el maestro anterior los había dejado poco satisfechos con sus métodos de enseñanza. Así, con el gusto de cualquier lector y contador de historias, y cargando en la mochila talleres previos, acepté instruir a tres alumnas que se habían sentido decepcionadas. Sólo una sobrevivió hasta el final, una mujer fuerte, independiente y con muchas historias que contar: Jovita Espinoza, quien emocionada presumía su primera novela. Aquí leerán dos muestras de su trabajo, ambos de ácida crítica social. En el primer semestre de 2016, Hilario Peña me llamó para solicitarme información de algún taller porque recién había tenido en su taller de teleseries a un joven talento que escribía ciencia ficción. Recomiéndale el mío, le dije, apenas comenzaremos. Así llegó Aldo Curiel, el memorioso, con unas ganas enemormes de contar las historias de sus héroes, tan bondadosos, inocentes y atrevidos como 5


él. Aquí presenta dos capítulos de Planeta verde, una novela en construcción, que rescata la novela de aventura y ciencia ficción clásica juvenil. El semestre anterior también se asomó y aceptó el reto de contar historias, Samuel Abraham Machuca, que con su afinación a la poesía y la filosofía, nos presenta dos cuentos de viajes de iniciación de jóvenes que aprenden las duras lecciones de la vida. A la mitad del semestre llegó Salvador, el tallerista más joven, perdido, confundido porque no sabía que el taller había comenzado, con historias crudas bajo el brazo. Aunque sus textos no aparezcan aquí por el momento, lo menciono para recordarle que el espacio sigue abierto. Abril Arzave, Michele Buitrón, Isla Cortés (quien se encuentra en el mismo caso que Salvador, sigue teniendo las puertas abiertas) y Montserrat Rodríguez se incorporaron durante el segundo semestre de 2016. Alegres, animosas y con muchas ganas de compartir sus experiencias de vida, completaron el toque femenino que Jovita había iniciado. Abril, fanática de Martin, Rowling y Lucas, también ha decidido caminar el sendero de la aventura épica y la ciencia ficción; Michele, también afin a la poesía, prefiere perderse en momentos surrealistas, de ensueño; Montserrat apuesta por experimentar con sus voces narrativas para criticar las relaciones de la sociedad moderna, aunque en algún momento confesó que se sentía vacía y sin nada qué contar, sus textos demuestran que no es así. 6 • Néstor Robles


Estas y estos jóvenes llegaron con un fin en común: contar historias. Cruzaron el primer umbral. En el camino conocieron aliados y enemigos, tuvieron que pasar varias pruebas para practicar y descubrir su estilo literario. Después de la mitad del camino, reconocieron que la sombra que los perseguía no era una persona física, sino algo emocional. Fueron tragados por la ballena, y dentro de su vientre descubrieron que el miedo, la pena y la indecisión eran los verdaderos villanos de la historia: el miedo a la página en blanco, la pena de compartir lo escrito, la indecisión de dar punto final. Además de ser el título de la genial novela de Gustavo Sáinz, a quien le rendimos tributo, un gazapo es un “conejo nuevo”, una persona “disimulado y astuto”, una “mentira” o “embuste”, un “yerro”. ¿Acaso la suma de estas palabras no forman una poderosa definición de la narrativa? Bienvenidos a esta reunión alrededor de la fogata. Disfruten estas historias que representan el regreso al mundo ordinario de sus autores, quienes se adentraron a la cueva que más temían, se descubrieron a sí mismos y se preparan para comenzar el ciclo de la escritura otra vez. Néstor Robles Diciembre de 2016

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Abril Arzave


Abril Arzave Ochoa (Tijuana, 26 de febrero de 1998). Estudié la preparatoria en el Colegio de Bachilleres del Estado de Baja California donde tuve la oportunidad de participar en los concursos de cuento de la escuela. A los 12 años descubrí mi gusto por la escritura, cuando de tarea me dejaron escribir un cuento me di cuenta de que era algo que siempre quería hacer, pues la idea de crear personajes darles historia o crear todo un mundo con criaturas, naciones, religiones, etcétera. Lo encuentro algo fascinante. Soy fan de las historias de fantasía (tales como El señor de los anillos) y ciencia ficción (Star Wars).


La caída del rey ¿Te das cuenta que estás acabado? ¿Has notado que los tuyos se están levantando contra ti? ¿Que ahora le son fieles a tus enemigos? ¿Ya te asomaste a mirar hacia el horizonte? Tenías un territorio de lo más diverso, de lo más rico, terrenos repletos de arena, playas tan blancas como la nieve, montañas tan grandes y poderosas que en la cima se podía ver cada parte del mundo. Todo eso te pertenecía y lo echaste a perder por confiar en quien no debías, por tu ambición y tu locura. Llegaste a mí jurando que haríamos historia. Que sería el mejor reino de todos los tiempos, que prosperaría la paz, la justicia, que no habría corrupción y la palabra guerra se borraría del vocabulario de todos tus seguidores. Pero me mentiste, no querías que hiciéramos historia, tú querías hacer historia. Hiciste guerras, borraste religiones, exterminaste culturas y al final de cuentas, cuando miraste por la ventana y supiste que tu reino era demasiado grande, tan difícil de mantener, te volviste loco. En vez de ceder los territorios a sus nativos, decidiste matarlos, borrarlos del mapa y fingir que nunca ha11


bían existido. Ahora estas aquí: borracho, sudoroso, apestoso, con la capa roja rasgada, con las manos ensangrentadas y la fea corona todavía bien puesta sobre el cabello piojoso. ¿Por qué no confiaste en mí? ¿Por qué querías gobernarlo todo tu solo? ¿Por qué confiaste en aquellos que lo único que querían era que te vieras derrotado? Me da asco decir que lo consiguieron. ¿Escuchas el borlote allá afuera? ¿Sientes el calor del fuego? Déjame decirte que ya eché un vistazo, todos tus enemigos están ahí, pisando nuestro jardín con sus tropas, incluso los que son enemigos entre sí, dejaron a un lado sus diferencias para acabar contigo. Mira. Levántate. ¿Ya los ves? Tus pupilas se han expandido, tus manos tiemblan, que bueno que tiemblan, eso significa que tienes miedo, en otras palabras sabes que vas a perder. Te pido que pongas la armadura, que levantes la espada, que le hables a tus hombres con valentía y que montes por última vez ese caballo que ha soportado cada una de tus batallas. Pelea como nunca antes lo has hecho y cuando estés ahí mirando a todos tus enemigos piensa en mí. En que jamás te dejé. Que fuiste el único al que me entregué. Que te amé incluso cuando sabía que me engañabas. Cuando noté que me habías mentido. Cuando supe que nuestro reino no era nuestro, era sólo tuyo. Fingiste no tener miedo cuando le hablabas a tus hombres de una posible victoria. Fingiste ser valiente cuando miraste al mar de enemigos formados a tus pies. Y fingiste ser sordo cuando te gritaban 12 • Abril Arzave


pestes y anunciaban el ritual que realizarían para quitarte la vida. Apretaste los dientes y frunciste el ceño, estudiaste el campo: el suelo era verde, uniforme, ningún bosque por donde esconderse, sería el día más bello de lo que va del año, soleado, despejado y cálido. Se dio la orden. La adrenalina corrió por tus venas. El aire te hizo perder la corona. Pero no te importó, blandiste la espada y mataste a diestra y siniestra a todo aquel que se metía en tu camino. Por unos momentos creíste que ganarías, pues en lo más profundo de tu memoria recordaste que eres el rey de reyes, que nadie en este mundo te podía vencer. Pero cuando gozabas de ese pensamiento, ni siquiera notaste cuando le quebraron las patas a tu caballo, haciéndote aterrizar en la inmundicia de la pelea, tu rostro se hundió saboreando la tierra, la sangre y quien sabe que otras cosas más. No podías ver, pero fueron tus oídos los que te permitieron oír más allá. Escuchaste el combate de metal contra metal, el grito que anunciaba el fin de una vida, las flechas rompiendo la delicadeza del aire y aterrizando con violencia en su objetivo. Ahora que te levantas y miras la masacre a tu alrededor, piensas en toda la trayectoria que te llevó hasta ese momento: recuerdas cuando tenías nueve años, te vistieron con esas ropas pesadas, enjoyadas y demasiado calientes para un día de verano, la corona ostentosa que te pusieron en la cabeza; ves un caballo con su jinete pasar frente a ti, te imaginas ahora de diez y ocho, cuando ibas hacia tu primera Gazapos • 13


conquista. Sientes otra vez la felicidad de haber ganado. Luego te giras hacia el horizonte, tienes veintitrés, con un vasto territorio sobre tus manos, pero el más grande de todos se ha rendido, toda una nación se inclina al mismo tiempo. En ese momento te vuelves el hombre más grande del mundo. Por último miras el suelo, tu cuerpo sin vida, entonces comprendes que el fin de tu tiempo ha llegado. Pero en vez de llorar por haber perdido, ríes a carcajadas, porque al recordar tu pasado sabes que viviste para ser grande y como uno de los grandes la historia te recordará. Sin embargo, te amarga el saber que cometiste muchos pecados, pides piedad, que no se te mande al infierno, miras el manto azulado, al sol deslumbrante que te ciega y cuando crees que no habrá respuesta. Todo se nubla y el cielo relampaguea.

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El sol azul

(fragmento de una novela en construcción)

Dean Hace once años el planeta Xenu enfrentaba una de sus peores batallas contra los rebeldes. Su líder, el capitán Algora, se escondía con los suyos en lo más profundo de la selva. El emperador Espax, con su ejército de bastardos, había pasado los últimos largos meses en su búsqueda. Siguiendo los lineamientos de infiltración, envió a sus mejores hombres a los barrios bajos de la Capital con la esperanza de encontrar en las calles, esos simpatizantes de los que ante los ojos del autócrata, no eran más que traidores. Dean Espax, junto con sus cuatro hermanos (Declan, Drew, Derian y Deian) se infiltraron en una de las asambleas, que al parecer tenían lugar cada jueves en un almacén abandonado a las afueras de la Capital, ahí miraron en vivo y en directo como Algora alentaba a la población a levantarse contra la autocracia e incitaba con aniquilar sin piedad a cada soldado del ejército bastardo. Aparentemente, sin saber que cinco de los hijos más 15


queridos del emperador lo estaban escuchando y grabando con sus comunicadores cada palabra que se decía en aquella audiencia. Una vez obtenida la información y ubicación de los rebeldes dentro de la Capital, el equipo de elite debía marcharse. Todos partieron menos Dean. Siguió a los asistentes hasta un bar donde entre copa y copa se comenzaba a hablar en voz muy alta y con total libertad de los futuros planes rebeldes. —No falta poco para el final —decía un hombre al cantinero— el siguiente ataque es en la selva, donde está el campamento central. El quince, ya sabes, de la otra semana. —¡Sssht! —cayó el cantinero colocando su índice sobre sus labios—. Nos pueden escuchar, idiota —miró hacia ambos lados, no había nadie prestando atención, luego se acercó a su cliente y hablo en voz baja—. Dicen por ahí que está equipado con todo lo necesario para sobrevivir: armas, municiones, tanques más grandes que esas naves del emperador y su ejército. —Es verdad, los soldados serán impresionados. —¿Dónde está exactamente ubicado? Digo, la selva es enorme. —En el mero centro, ya sabes, donde está ese árbol grande imposible no reconocer. Dean recorrió su silla haciendo un notable ruido, dejó el pago de sus bebidas antes de partir. Cuando los hombres le perdieron de vista, se miraron sonriendo, como si hubieran logrado su cometido. 16 • Abril Arzave


El cielo negro, los truenos, la lluvia y el aire enfurecido, eran el escenario perfecto para la batalla. La selva espesa y húmeda. Los batallones en fila moviéndose con decisión hacia el centro. Cuando el emperador se enteró de la información que había recabado su hijo bastardo Dean, no pudo estar más orgulloso, así que aquella era su batalla, era el líder de su propio batallón y sentía cómo el ego se le subía cuando sus soldados le preguntaban qué era lo que ahora se debía hacer. Lo mejor era que estaban preparados. Tenían un alto equipo de ataque, lo mejor en armamento con la carga suficiente, para llevar a cabo una larga guerra que al final, Dean aseguraba, terminarían ganando. Sin embargo, cuando todo comenzó, las armas de los rebeldes dejaron impactado al ejército bastardo, no por ser armas sumamente tecnológicas, sino porque éstas eran demasiado antiguas: ballestas de madera, espadas de acero, catapultas que lanzaban piedras. ¿Acaso el hombre no había evolucionado tanto como para dejar de lado las espadas y pelear con pistolas láser? Todo el ejército quería echarse a llorar de la risa, pero había que contener esas ganas de carcajearse, no podían subestimar al enemigo. Iban ganando. El armamento rebelde se encendía con facilidad. Las espadas se volvían inútiles ante el láser y el fuego se apagaba con la torrente lluvia, sin embargo, los rebeldes nunca ordenaron la retirada, algunos peleaban con las manos y se reusaban a utilizar las Gazapos • 17


armas del enemigo para avanzar. Sabían algo que el ejército bastardo no. En ese momento, cuando todo parecía estar perdido, el cielo se iluminó. Era un amarillo que dejaba ciego al que mirara directamente. Hubo alto al fuego. Por unos momentos todos hicieron lo mismo. Observar. Parecía que allá arriba había un estallido de miles de fuegos artificiales y así como de repentino había sido aquel espectáculo, de igual manera todo se apagó, tanto en la batalla, como en la Capital misma y todo el sistema de setenta y seis planetas, se quedaron sumidos en la oscuridad. El caos reinó en todas partes, sobre todo en la selva. El alto armamento tecnológico dejó de funcionar. La batería que daba vida a los tanques y a las pistolas láser se dieron por muertas. La electricidad parecía haberse extinguido. Los rebeldes estaban preparados para aquello. Sus equipos eran perfectos para la situación, acabaron con el ejército en un dos por tres. Dean Espax no podía creer que su momento de gloria se había ido a la mierda, todos los planes que tenía y el arduo trabajo de infiltrado para que una especie de magia acabara con la electricidad. Era imposible de creer. Tuvo que aceptar que eso no lo veía venir. Sus hermanos murieron en aquella batalla, unos aplastados por las piedras enormes, otros gracias al filo de las espadas o atravesados por las flechas. Con pena ordenó la retirada. Sin embargo, irse no era lo más horrible del asunto, lo peor era enfrentarse a su padre y decirle 18 • Abril Arzave


como era que habían perdido. Con una rodilla sobre la alfombra de terciopelo y la cabeza baja, pues no tenía el valor de levantarla, ahí en el magno salón del trono, con el emperador mirándole como si fuera el peor de todos los bastardos que había tenido y la reina viéndole con su típico desprecio, ese odio que de su parte ya tenía contemplado y no era nada ni importante ni nuevo. —Dean —dijo el emperador con una voz tierna e inocente, cambiando por completo la expresión hostil que había puesto al principio y plantó en su cara arrugada una flácida sonrisa, pero ninguna buena intención se escondía detrás de ella—, ¿cuáles eran las indicaciones, aquella vez que se infiltraron en la ciudad? El joven pensó en esas palabras: ¿cuáles eran las indicaciones? —Regresar al cuartel una vez terminada la asamblea —dijo sin titubear. —¿Y qué fue lo que hiciste tú? —su padre aún le hablaba como si fuese un pequeño de cinco años. —Fui a un bar. El emperador caminó de un lado al otro. Lo que le parecieron horas eternas de silencio, realmente sólo fueron escasos segundos, suficientes para que el soldado se preparara para su sentencia. —¡¿Y bajo qué permiso fuiste?! —gritó tan fuerte que los guardias que custodiaban la puerta se sobresaltaron. —El-el de nadie, señor. —¿Qué? Disculpa, no te escuché… Gazapos • 19


—Nadie, nadie me dio permiso… —¿Quieres decir que no se te ocurrió preguntarme a mí, tu padre, tu emperador, si se te concedía el permiso de vagar por la ciudad? —¡No había tiempo para pedir permiso! ¡Tenía que averiguar más, en la asamblea no se dijo nada relevante! —¡No se dijo nada relevante porque ya sabían que estábamos ahí! Los rebeldes no son tan idiotas, ¡el único idiota aquí eres tú que no pudiste notar en ningún jodido momento que te estaban tendiendo una trampa! Tu perdón jamás nos devolverá a todo un batallón, ni a tus hermanos. —No voy a pedir perdón —Dean se levantó y miro decisión al hombre de corona y capa que yacía en el frente. —Lárgate. Hacía diez años que Dean se refugiaba en las playas del sur, ahí donde no llegaba la guerra y los recuerdos de su vida pasada, había dejado de dormir en el palacio imperial, de estar comprometido con princesas, de ser un hombre de nombre y apellido respetable a ser sólo Dean, un sujeto que se daba a identificar como “exsoldado herido en batalla” sin definir bando, que vivía en una nave frente a la costa, donde levantaba sospechas de ser un desertor y que por ello no era bienvenido en la aldea a unos kilómetros de donde se encontraba. Así que una madrugada decidió partir. Primero se detuvo a mirar el cielo: cómo los colores oscuros se tornaban más claros antes de 20 • Abril Arzave


que amaneciera, había pocas estrellas, hacía calor, el mar se movía con lentitud y la arena bajo sus pies estaba caliente. Se comió con la mirada su entorno, porque era una despedida silenciosa. No volvería porque en ninguna parte de su planeta era recibido. Dicen que cuando te repites una mentira diez veces terminas creyéndola. Dean se repitió a sí mismo que no necesitaba el perdón de nadie, que era inocente en la Batalla Primitiva, que le habían engañado, que eran los demás los que debían pedirle perdón y así, convencido, encendió los motores de su nave, preparó los propulsores y despegó. En medio de la oscuridad del espacio, mientras pensaba qué rayos haría ahora que era un hombre libre, escuchó una explosión. Era como la detonación de miles de bombas y tan luminoso como cientos de fuegos artificiales, los mismos que hacía diez años había presenciado en la guerra. La nave perdió estabilidad, los controles, motores y propulsores se dieron por muertos, comenzó un violento descenso dando vueltas y vacilando hacia la nada. Dean pensó que iba a morir, pero se prometió que saldría de aquello, aunque realmente no sabía cómo combatir contra algo tan intenso como eso. Intentó mantenerse sobre el asiento, pero poco a poco sentía cómo su cuerpo se iba elevando, tomó con fuerza el volante pero algo mayor le iba halando hacia el final de la cabina, hasta que no pudo resistir más se soltó quedando pegado en la puerta de entrada. Gazapos • 21


Enfrente, una espesa nebulosa le esperaba. Los colores oscuros y morados radiaban una luz que precia absorberle cada parte del cuerpo y alma, como si le pusieran una aspiradora cerca del rostro y esta chupaba su piel, sentía cómo se estiraba al punto que el dolor era insoportable. Creía ver su sangre también ser halada por esta fuerza y sus ojos casi salirse de sus respectivos agujeros. Dentro de esa nube cósmica, el juego de colores con sus respectivas fusiones dejó a Dean mareado, ese era su fin. Y sus promesas de seguir viviendo habían sido en vano. En ese momento en el que moría toda esperanza, donde cada parte de su cuerpo parecía flotar enfrente suyo, todo de golpe se detuvo y cada partícula halada volvió a su lugar. Dean se estampó de golpe contra la ventanilla, un golpe tan fuerte que dejó una asquerosa marca de sangre en él. Pero no importaba, porque después de sobarse la mejilla y asegurarse de que no había ningún hueso roto o alguna parte de sí mismo fuera de su lugar, lo que tenía enfrente le dejó asombrado. Siempre se había preguntado: ¿Por qué en un sistema rodeado de cientos de estrellas que emitían sus respectivas luces, la oscuridad seguía ganando? La idea de la existencia de más sistemas, aparte del que ya conocía, le parecía imposible hasta ese momento, cuando miró que el espacio ya no era solo negro, era azul, morado, verde, rosa y las estrellas no se veían opacadas por el cielo multicolor, brillaban y se hacían notar con todo su es22 • Abril Arzave


plendor. Se quedó cómodamente sentado sobre su control de mando, sin siquiera importarle si ya podía estabilizar la nave o saber si los propulsores servían, él estaba ahí, mirando dentro de esa nave en perfecta posición vertical, hasta que sus ojos se toparon con el sol más grande que había visto en su vida. Muy por encima de él, un gigantesco, brillante y sol azul, protegido por cientos de meteoros del mismo color, se conectaban proyectando líneas delgadas creando la red más grande jamás antes vista. Y arriba, yacía la nebulosa que casi le arrancaba la vida, oscura pero a la vez luminosa, dejó pasar a través de sí un río de fuego que con violencia se estrellaría contra el gran astro azul. Dean esperaba ansioso que el choque produjera una gran explosión, que el sol azul se partiera en mil pedazos y que ambas materias se fusionaran creando algo nuevo. Esperaba todo aquello e imaginaba cómo sería sin pensar en que, de llevarse a cabo, su vida terminaría por completo. Quizás porque después se sobrevivir a una magna explosión y atravesar una nebulosa, ya se créia invencible. El efecto del choque fue el mismo que cuando las olas se topan con los riscos de la costa. Poco a poco el gran riachuelo se dividía en cientos de partículas pequeñas que caían ahora como una lluvia roja. Tenía ganas de revivir esos días de lluvia en el cuartel, salir al patio y dejarse mojar y a nada estuvo de hacerlo, cuando se vio aprisionado por una gran burbuja grisácea que le condujo a toda Gazapos • 23


velocidad por ese espacio multicolor, llevándole lejos y más lejos del sol azul. Desesperado buscó respuestas, alguna máquina o poder responsable de aquella esférica prisión. Acercó su rostro más de lo normal al frío de la ventana que casi crujía por la fuerza aplicada, pero al final, después de plantearse cientos de preguntas dentro de su mente, miró hacia abajo: una enorme ciudad flotante conectando lugares entre sí con túneles de cristal, personas sin ningún tipo de protección vagaban de un lado al otro. La esfera cristalina se adentró en un enorme hangar, repleto de naves de diversos tamaños, majestuosas y poderosas. Pero lo más impresionante eran sus pilotos. Personas altas y delgadas, de piel grisácea, casi pálida, el cabello encrespado color azul, así como los dedos, párpados y las orejas. Vestían trajes completos de color verde militar con guantes y botas negras. Tocaron dos veces a la puerta. —¿Hola? —preguntó una mujer al otro lado—. Soy la comandante Sade, usted se encuentra en la base 5-237 —después de presentarse, hubo unos momentos de silencio—. Creo que no hay nadie. Que comience el proceso de destrucción. —¡No! —gritó abriendo la puerta y llamando la atención de los presentes—. No destruyan mi nave —pidió mirando a la población que le veía como si fuese un animal exótico. La gente susurraba, le señalaban sin ningún disimulo, los niños asomaban sus miradas detrás de las faldas de sus madres y los más valientes se acerca24 • Abril Arzave


ban a la nave, la veía de cerca, la tocaban e incluso se acercaban a Dean sin ningún rastro de miedo. Los demás mantenían su distancia. Por unos momentos pensaba que tal horror se debía a su aspecto: tenía el cabello entre una mezcla de rubio y castaño, era largo, sucio y en la barba que le cubría totalmente el cuello, podían encontrarse desde pedazos de comida hasta toda una población de hormigas, aparte de que no se había bañado con jabón desde hacía buen tiempo, el agua de mar no el eliminaba todo su mal olor. Pero la verdad es que jamás habían visto a un extranjero. —Bienvenido a la base 5-237 —repitió la comandante—, queda usted, señor, bajo custodia de la alianza rebelde, por lo tanto su nave será destruida una vez que baje de ella y procederemos con la lectura cerebral y el proceso de transformación. —¿Eh? Disculpa me perdí, ¿me puedes repetir desde “bienvenido”? Dean estalló en risas pero a nadie en ese hangar le precio gracioso. —Por favor, baje de la nave. —Ah no, no dejaré mi embarcación, ni dejaré que lean mis pensamientos, tampoco accederé a que me transformen en unos de ustedes, lo que haré es que cerraré la puerta y conduciré hasta estar muy lejos de este sistema. —Usted no podrá jamás volver a su lugar de origen, si el Supremo le atrapa y hace que revele nuestra ubicación o la existencia del sol azul, sería la perdición para nosotros. Gazapos • 25


—No entiendo. —Hace diez años un extraño fenómeno solar tocó nuestra atmosfera, dejándonos sin electricidad por meses, el tiempo suficiente para que en medio del caos, surgiera en nuestro planeta un gobierno totalitario liderados por un sujeto que se llama así mismo “el Supremo”. Nuestras vidas se vieron moldeadas gracias su estricto reglamento, nos dividieron por clases y sectores. Algunos de la alianza pudimos salir de planeta y vagamos por los bordes exteriores en busca de un lugar en el cual pudiéramos construir nuestra base. En nuestra búsqueda, nos topamos con el Cian, un astro tan poderoso que no solo puede repeler los fenómenos ocurridos por el sol, si no que también toda amenaza que provenga de los sistemas vecinos. Ahora bien, una vez en esta base, te quedas en ella, no podemos arriesgarnos a que nuestra posición sea revelada ni ante el Supremo ni ante nadie, ¿entiendes? Dean tardó en procesar la información. —Increíble —respondió al fin—, de todas maneras no me quedaré —dio media vuelta y cuando estuvo a punto de entrar, Sade se aproximó a él con violencia. —Dígame señor, que no se irá volando hasta su sistema para confesarle a algún superior sobre nuestra ubicación, ni sobre el sol azul, convénceme de que no tiene ninguna intención de hacerlo. El joven pensó su respuesta. —Se queda —sentenció. 26 • Abril Arzave


Lo último que miró fue al mismo grupo de personas que le veían como a un completo extraño, después todo se volvió negro. —Paciente número 42604, alias extranjero, está listo para comenzar el proceso —anunciaba una voz que parecía venir del techo. Cuando Dean abrió los ojos estaba atado a una camilla y siendo llevado a una sala de experimentación, la luz blanca le hacía entre cerrar los ojos pero aunque de manera borrosa, podía ver los rostros de hombres y mujeres de pieles grises y azules que le observaban a medida que avanzaba por el pasillo. Después llegó a una enorme habitación llena de aparatos de lo más extraños con tubos y luces de colores, sin embargo, era la única camilla en el lugar. El colchón comenzó a moverse hasta quedar en forma horizontal, ahí ahora de pie Dean tenía un perfecto panorama de donde se encontraba y pudo notar también, que no estaba solo. Enfrente suyo, aglutinados delante de una mesa llena de aparatos (aparentemente) médicos, se encontraba un grupo de ocho personas, una mujer, con el cabello perfectamente peinado hacia atrás se le acercó. —Estamos listos para el corte de cabello —le dijo a los de atrás, estos levantaron los pulgares en forma de aprobación, alguien pronunció “iniciando grabación”, luego, un holograma proyectó en la pared un conteo que iba en cuenta regresiva desde el cinco. La mujer levantó una especie de tapa redonda, demasiado delgada que colocó sobre la palma Gazapos • 27


de su mano, entonces con suavidad comenzó a pasear su mano sobre el cabello. Dean río para sus adentros pensando que la joven era demasiado estúpida por quererle cortar el cabello con un portavasos, sin embargo, mudo se quedó cuando esta insignificante tapa delgada le dejo completamente calvo. Para cuando prosiguió con la barba, Dean se sentía completamente desnudo. Por último, le colocaron una máscara que a su vez tenía veinte cables conectados al techo. —Listos para comenzar la lectura cerebral —dijo un sujeto. La máscara le impedía ver con claridad, pero pudo notar cómo el suelo iba descendiendo y las paredes quedando muy a lo lejos. Lo más asombroso era que delante suyo, estaba una multitud que le seguía mirando como animal raro y en las paredes se proyectaba su imagen. Tuvo la sospecha de que sus pensamientos serían transmitidos en vivo, aunque le precio imposible. Tenía toda la razón. Los tubos sobre su cabeza se encajaron en su cráneo. Dean comenzó a gritar y a moverse frenéticamente. Sentía cómo la sangre le escurría por el rostro hasta el punto de nublarle la vista. Cuando cerró los ojos, se miró así mismo en una habitación oscura. Buscó respuestas en esa oscuridad. Buscaba al gentío, la camilla donde estaba postrado, a la mujer que le había rapado el cabello, pero no había nadie, sólo él, o al menos eso pensó hasta que en el fondo miró una cama con una mujer y el llanto de un niño 28 • Abril Arzave


retumbó en la magna desolación. Dean caminó inseguro hasta estar demasiado cerca de ella, olía a enfermedad, estaba sudada, con el cabello desarreglado, ojeras, una bata de hospital que se le ceñía al cuerpo por la humedad y la peste a sangre le hizo cubrir su nariz con su mano, entonces la mujer le miró y supo quien era: su madre. —Dígale que he cumplido lo que me pidió, no le puse su nombre, pero hice un juego de palabras, le quite el “ri” ¿entiende? Derian sin el “ri” queda Dean —le explicó—. No le cambien el nombre, por favor. —No lo haremos, señora —la voz grave y severa sonó detrás suyo. Dean dio un respingo girándose a mirar de quien se trataba, era un sujeto alto, canoso, con el rostro amargado, vestido de ropas militares y veía sin ninguna compasión, ni un ápice de ternura, al niño que yacía en sus brazos. Dio media vuelta y comenzó a caminar en la oscuridad. Dean le siguió. —¡Hey! ¿A dónde me llevas? —sonaba raro decir esas palabras en voz alta. El hombre no parecía escucharlo. La oscuridad comenzó a tener color. Ahora Dean sentía el calor del sol, el aire, y ese ambiente que ya le parecía familiar. La escuela militar, los cadetes marchando, todos con su uniforme implacable, de la misma estatura, con sus rostros inocentes y esa emoción de salir al campo de batalla, sin tener en cuenta de que aún faltaban muchos años para ello. Entre todos, estaba él, en la última fila, en el último lugar, el Gazapos • 29


cabello bien cortado, la mirada seria, siempre en silencio. —El niño tiene buen rendimiento —decían los oficiales a sus espaldas, Dean se giró a verlos, ahí estaban el almirante Hugo y el suboficial Agustín. —Pero es demasiado independiente, en la clase de robótica no trabajó en equipo como estaba indicado, los niños le echaron por ser demasiado arrogante y mandón. —Fue el único que pasó las pruebas de aislamiento. Nueve días encerrado sin agua, comida ni baño, en completo silencio, sólo él salió aparentemente “sano”. Los demás a la media hora se pusieron a llorar, así que es normal que actué de esa manera. —Nunca sigue las reglas. Otros niños se habrían quedado sin hacer nada por no tener equipo, él hizo su propio robot que daba toques eléctricos a sus compañeros. —Brillante, como sus hermanos. —Pero la elite nunca duda, cuando le pedimos dispararle a un conejo dudó y no dio en el blanco. —Fue porque sólo le pedimos que lo hiciera, si le hubiéramos dicho “ese conejo no es un conejo, es una cámara rebelde que está transmitiendo nuestra ubicación”, entonces habría disparado. Hará todo lo que le pidamos porque eso significa sobrevivir en el cuartel. Todo su entorno comenzó a volverse borroso al punto de que no quedó nada. Nuevamente estaba solo y sin entender que estaba pasando. Su res30 • Abril Arzave


piración era agitada y el corazón le latía demasiado fuerte. Sólo sabía una cosa: tenía que salir de ahí. Entonces corrió sin rumbo hasta que se topó con una puerta. Sin miedo y creyendo que ese era el pase hacia su libertad, la abrió. Era una pequeña habitación, las paredes de tapiz verde con líneas en un tono más bajo, el suelo de madera, los muebles viejos y sucios, la peste a comida rancia y una mujer que yacía en el suelo, asustada, en pijamas, algo le decía que sabía de quien se trataba, camino hasta estar delante suyo, se puso en cuclillas intentando calmarla. —No te voy a hacer nada —dijo con la voz más tranquila que pudo emitir. —No quieres hacer esto. —Oye, no estoy armado. —Dean, baja eso, no soy ninguna rebelde, soy fiel al emperador… Dean… Entonces captó que no le veía a él, sino al Dean de doce años que estaba detrás, en la puerta. Se levantó y camino con lentitud hacia el chico. —Dean —se llamó— no hagas nada estúpido… —pero el niño no le veía ni siquiera cuando estaba justo enfrente de él—. Hey… niño —pasó su mano delante de sus ojos. Entonces disparó. El láser le a travesó la pierna izquierda, pero no sangró, ni sintió dolor, había pasado como si éste fuera una nube de humo, pero la mujer a sus espaldas no fue digna de tal suerte. —Bien hecho —felicitó el almirante Hugo—. Ahora eres parte de la elite. Gazapos • 31


Después todo se volvió borroso. —La familia de Algora se esconde en esos barrios de mala muerte, ese rebelde me quita el sueño y quiero darle algo que se lo quite a él. —¿Enviamos a la elite, señor? —No, sólo a uno de ellos. Si va a odiar a alguien quiero que sea personal. —Podemos enviar al nuevo, Dean. Si está en esos barrios bajos le recordará la muerte de su madre, será una especie de prueba. —La muerte que él mismo ejecutó. —Exactamente, quiero ver si muestra alguna señal de bondad o tan siquiera la culpa de sus acciones. —Si cumple le daré mi apellido. Es la tradición, si falla... bueno… mátenlo y enviamos a otro. Dean abordó la nave, era de madrugada y hacia demasiado calor, sentía que se asfixiaba con ese uniforme, los guantes negros estaban empapados y el arma se le resbalaba de las manos. En esa embarcación abundaba el silencio. Los pilotos no contestaban a no ser que sus superiores les dieran alguna coordenada o indicación, pero él se mantenía en silencio, incluso cuando aterrizaron y él fue el único que tocó tierra. No se dio la vuelta para agradecer el aventón. Tenía indicaciones muy específicas: edificio cuatro, segundo piso, habitación seis. Ya conocía el lugar, había estado antes ahí, la única diferencia era que esta vez el cuarto no apestaba a comida podrida, el tapiz era blanco y el cuarto estaba más 32 • Abril Arzave


limpio. Dean miró a su yo de dieciocho años entrar a la misma habitación en la que estaba hacia seis años antes, pero esta vez no le detendría, era inútil y también sabía que era lo qué se avecinaba, la misma acción que hizo en tiempo atrás. Seis disparos en total. Se miró a sí mismo y corrió para alcanzarle, pero éste se desvaneció. Quedó otra vez a oscuras y gritó, pidió que le sacaran de aquel infierno y que no quería ver nada más. Entonces todo se volvió blanco, cegador, Dean cayó de espaldas. No pensó en nada, estaba completamente perdido. Afuera la gente le veía en esas pantallas esperando que sucediera algo, pero no, la acción comenzó a suscitarse en el frente. —Lo perdemos. —Quítenle la máscara, ¡ahora! Cuando lo desconectaron, sus ojos estaban cerrados, los labios secos, la cabeza tenía pequeñas perforaciones que fueron cubiertas por un gel blanco que rápidamente se endureció. Le desamarraron las manos y los pies. Dean cayó de bruces y toda la sala se levantó al mismo tiempo. Algunas mujeres gritaron, otras se taparon los ojos, otros se aglutinaron para no mirar la escena y sólo uno se atrevió a preguntar si estaba muerto.

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Michele Buitrรณn


Michele Buitrón (Ventura, California, 18 marzo 1988). Tengo estudios en literatura en la Universidad de California San Diego (ucsd) y maestría en Lenguas Modernas por parte de uabc. Llegué a participar en un concurso de literatura infantil cuando tenía 11años en el Cecut. Me gusta lo místico, lo mágico y la poesía: viajar, cantar y el tai-chi.


El Apocalipsis llegó en noviembre El apocalipsis llegó en noviembre. Nadie entendía qué pasaba. Yo me encontraba dentro de un vehículo tan grande como una casa mientras la luna entraba y salía de entre las nubes oscuras. Nos seguía vigilante. Al final del camino de nuevo estaba la luna, enorme y amarilla que cubría todo el paisaje. ¡Esta luna nos va atrapar!, pensaba. De pronto todo desapareció y ahora me encontraba caminando sola. La calle estaba oscura, sólo estaba un pequeño farol alumbrando a lo que parecía ser un hombre fumando. No se podía ver su rostro, parecía un duende alto. Yo estaba del otro lado de la calle tratando de ver de quién se trataba pero la sombra humanoide sólo asomaba unos relucientes dientes blancos, una mueca, una sonrisa. Por un momento creí que era el diablo o alguno de sus ayudantes porque tenía una especie de cola larga y puntiaguda que se asomaba detrás. Traté de no hacerle caso a los nervios que me hacían querer acercarme a ese ser para despejar mi duda, mi miedo, mi angustia e intentar sentir un alivio. Pensé que estaba tan tranquilo fumando ahí al lado del farol que decidí no molestarlo. 37


En ese momento reconocí la calle, estaba muy cerca de mi departamento. Al llegar noté que la luz de la sala estaba prendida. ¿Quién podría estar dentro?, me pregunté. Una anciana de tez blanca y ojos azules abrió la puerta y me saludó de manera amable, me invitó a pasar y me preguntó si quería algo de tomar. Mis nervios y mi insensatez empezaron a surtir efecto; así que comencé a reirme de la situación. Tal vez estaba en un muy mal sueño, así que pasé a sentarme en el sillón de la sala. Frente a mi estaba un periódico que me disponía a leer. No entendía nada. Las letras eran garabatos y las imágenes eran sólo cuadros negros y grises. Al bajar el periódico me percaté que la anciana estaba sentada delante de mí en silencio. Sus ojos azules se tornaron en huecos negros que me miraban fijamente. —¡Es una bruja! —grité mientras mi corazón se aceleraba y sudaba frío. Mi garganta se cerraba y la boca se secaba, me faltaba el aire. Creí que me iba a desmayar. —Sabía que vendrías, ya te estaba esperando —decía burlonamente la anciana. Yo estaba paralizada. En un instante el té caliente que yacía sobre la mesa se congeló y las luces se apagaron. La habitación estaba tan oscura como el gato negro que empezó a maullar a mis espaldas. Al mismo tiempo un olor a cigarro penetraba cada centímetro de aire. Afuera se escucharon unos pasos que iban lentamente acercándose a la puerta. 38 • Michele Buitrón


—Aquí la tiene —escuché a la bruja hablarle a ese ser que se acercaba en completo silencio hacía mí. Desesperada trataba de moverme pero mi cuerpo se sentía tan pesado. —Este es el fin —me dije—. Creo que mi alma agotó su camino, tal vez es hora de rendir cuentas por un acto que nunca hice, que quizá nunca sucedió. Tal vez mi único delito fue acusar a la luna de seguirnos ese mes de noviembre. Aquella noche en que nos atrapó el sueño o la pesadilla, una que estaba viviendo. Me rendí y cedí mi libertad, me dejé atrapar por aquellos seres oscuros y le recé a la luna para que me devolviera un trozo de humildad. De ahora en adelante le pediría que me siguiera a donde fuera, le pedí una oportunidad para volver a nacer.

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Transformación El conejo blanco deja de lado la jaula para acercarse a un libro muy pequeño que comienza en la página ocho. En la habitación todo está oscuro. Mariana entra por la ventana y busca con desesperación al conejo que lleva un buen rato leyendo. Los ojos del conejo se vuelven cada vez más grandes hasta ocupar gran parte de su cara y voltean a ver a Mariana, quien tiene una cara pálida y una expresión de asombro. El libro cada vez se hace más pequeño al ritmo de su lector, el conejo, que al absorber la información infinita del libro comienza a desarrollar una lengua de color púrpura bajo los ojos. Dos minutos después se dirige hacia Mariana. La huele, la observa y le habla del contenido de la página ocho. —Antes no sabía que yo era un conejo, ahora sé que tampoco tú puedes saberlo porque todo cambia constantemente, es una alquimia fantástica lo que sucede —explicaba. Mariana sabía que ya era demasiado tarde, el conejo llevaba buen rato consumiendo cánticos redactados en aquel pequeño libro que comenzaba a desaparecer. Ya no había remedio, seguro el conejo no 41


tardaba en continuar su evolución infinita dispuesto a convertirse en un dios inmortal. —Está bien —replicó Mariana—. Esta vez usted gana. La transformación ha surtido efecto a pesar de los años impidiendo que el conejo se acercara a la lectura de esa página. Se escucha la lluvia y Mariana sale por la ventana. A lo lejos se logran ver unos dientes grandes, el conejo sonríe y un trueno se escucha a lo lejos.

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La niña y Mayi El monstruo de las mil cabezas comienza a maullar en la plaza principal. Está atorado, lleno de almas bastardas que ha devorado desde la mañana. Sólo se pueden observar puntos rojos en la penumbra. Desde que llegó la ciudad se encuentra en desosiego, temerosa, asustada. Los locales han comenzado a cerrar. Todos se marchan. Una niña pequeña murmura despacio una canción. Camina sola. Se dirige hacia el maullido. A lo lejos puede ver a la bestia, sus ojos y una lengua larga. Lo observa fijamente sin temor. Muchas cabezas y puntos rojos la miran. Ahí están frente a frente. —¿Qué haces aquí? —pregunta la niña mientras el monstruo maúlla de nuevo—. No deberías estar aquí, vete a tu casa Mayi. Dos hombres muertos de miedo observan la escena sin poder precisar qué estaba pensando y cómo es que la niña parecía tranquila frente al ser oscuro. El monstruo se marcha y desaparece al doblar la esquina de la catedral. Asombrados voltean a ver a la niña que se dirige hacia ellos muy sonriente y murmurando una melodía. —¿Qué hiciste? —le preguntaron. 43


—Nada —contesto ella—, sólo la mandé a dormir. No lo podían creer. Por qué dice eso, quién es, cómo es que ella habla con tanta naturalidad de lo que consideran un demonio. —¿Conoces al monstruo ese? —A Mayi, sí —dice algo enfadada la niña—, está algo perdida, no le digan a nadie porque me pueden regañar. Buenas noches. Confundidos dejan que se marche. A la mañana siguiente la ciudad se encuentra más bella y renovada que nunca. Los árboles y flores están llenos de color. Ya no hay rastro del monstruo ni de la niña.

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Aldo Curiel


Aldo Curiel Rivera (Tijuana 15 de octubre de 1992). Me gusta mucho ir al cine y de conocer sobre películas y de la gente que trabaja en ellas. Mis pasatiempos son escribir, leer a veces, ver televisión, jugar videojuegos y navegar por internet donde hago mis investigaciones sobre cualquier cosa que me gusta. En 2015 tomé el taller “Cómo escribir una teleserie”, con Hilario Peña, en el Cecut. Ahí me enseñaron los elementos fundamentales para darle vida a mi historia y a los personajes.


Planeta Verde

(Fragmentos de una novela en construcción) Prólogo La Tierra es el tercer planeta a partir del Sol y el único del que se sabe que está habitado por seres vivos. El interior de roca y metal de la Tierra es típico de un planeta rocoso, pero su corteza es poco común ya que está constituida por placas separadas que se mueven. En las zonas en que chocan las placas tienen lugar terremotos y actividad volcánica. La atmósfera de la Tierra actúa como un escudo protector: bloquea la radiación peligrosa del Sol, evita que los meteoritos lleguen a la superficie del planeta y conserva el calor lo suficiente como para que no produzca extremos térmicos. Alrededor de setenta por ciento de la superficie de la Tierra está cubierto de agua, que no se encuentra de forma líquida en la superficie de ningún otro planeta. A lo largo de la historia, el ser humano ha creado inventos desde la creación del fuego hasta la electricidad, desde medios de transporte, edificios, fuentes de energía alternativas, entre otros tantos. Pero todo tuvo un precio: los recursos naturales. 47


Consciente o inconsciente, el ser humano estuvo destruyendo su planeta. Al avanzar la tecnología, la Tierra pierde vegetación, animales, la atmósfera se debilita y otros remedios naturales que son indispensables para la condición humana se vuelven escasos. Esto causó infinitos debates políticos, manifestaciones y guerras. El mundo perdió más de 70 por ciento de su población, muchos países se extinguieron y las superpotencias quedaron casi en bancarrota. A pesar de que sobrevivieron gracias a los medios tecnológicos, el planeta se volvió hostil por la atmósfera radioactiva. Todos los seres humanos sobrevivientes y sus líderes tuvieron que hacer la paz y crear un sólo gran continente llamado Nova-Pangea (anteriormente el continente Americano) y su capital: Neo World City (anteriormente Estados Unidos). Los líderes se concentraron en un sólo propósito: la condición de la vida humana. Por suerte, ya se empleó una solución, el satélite natural de la Tierra: la Luna, que es lo bastante grande como para que el conjunto se considere como un sistema planetario doble. Se enviaron astronautas para fertilizar la Luna, creando un pequeño planeta lleno de vegetación y poblarla solamente con animales convirtiéndolo en el Planeta Verde. Se fundó la Vida Verde Corporation (o vvc), donde cada año envía se exploradores llamados “recolectores” al Planeta Verde para recolectar plantas, animales y otros recursos naturales para los seres humanos. Ésta es la historia de una tripulación de recolectores y de su misión para salvar al planeta Tierra. 48 • Aldo Curiel


Capítulo 1. La misión inicial Año 2490. Dos niños (hembra y varón, ambos hermanos) de 8 años juegan en un campo de flores. Se llaman Alberto y Anna. Él estaba leyendo un libro de física hasta que ella aparece. —¡Vamos, hermano! —Anna lo llama—. ¡Ven a jugar! —Gracias, pero prefiero leer —dijo Alberto, reanudando su lectura. —Pero si el pasto está suave y hasta da cosquillas en la espalda si te acuestas —explicó Anna, rodando en el suelo. —No es real, es sólo… Se escuchó un timbre y de pronto, todo el campo de flores desapareció, revelando una habitación tecnológica con utilería capaz de crear la ilusión de un campo de flores. —Receso terminado, favor de regresar a sus salones —pidió la voz robótica. Todos los niños de mala gana fueron de regreso a clases. —Argh, no entiendo por qué no podemos tener plantas reales en el recreo —se quejó Anna. —Aha... —acertó Alberto, mientras estudiaba en su libro electrónico. 49


—Digo, cada año ponen plantas en los zoológicos, ¿por qué no en las escuelas? —añadió Anna. —Sí... — acertó Alberto, de nuevo. —Oye, ¿me estás escuchando al menos? —preguntó Anna. —Oh, lo siento, estoy estudiando para mi exposición sobre nuestra atmósfera —respondió Alberto. —Vaya, que meganerd eres — opinó Anna. Los niños se encontraban en el salón de clases donde Alberto expuso su trabajo. —Cada año la radiación aumenta en la atmósfera —explicó Alberto—. Debido a la falta de vegetación en nuestro planeta, el oxígeno es escaso y en consecuencia... La exposición de Alberto es interrumpida por una alarma. —Peligro: fuga de radiación —dice la voz robótica. —Muy bien, alumnos, todos pónganse sus trajes de oxígeno y hagan una fila ordenada —pidió el maestro. Todos se alistaron para salir. Anna accidentalmente desconectó el tubo del tanque de oxígeno que conecta a su casco al ponerse el traje con tanta prisa. Cuando todos los alumnos salieron de la escuela, entraron al autobús flotante. Alberto y Anna se sentaron juntos, pero vio que Anna tenía problemas para respirar. Alberto notó que su tubo de oxígeno estaba desconectado. Lo conectó, pero Anna ya se había desmayado. —¡Anna! —Alberto gritó, mientras los demás trataron de ayudarlo. Trató de hacerla respirar, pero ya era demasiado tarde, Anna había muerto. 50 • Aldo Curiel


Veinticinco años después Alberto despierta violentamente de su cama, haciendo que su esposa despertara del susto. Su nombre era Susana, tenía unos 30 años y su cabello era largo y negro. —Cariño, ¿qué sucede? —preguntó Susana. —Tuve un mal sueño, amor. —¿El mismo de nuevo? —preguntó Susana. —Necesito ver a Andrea —dijo Alberto, levantándose de la cama. Alberto fue a la habitación de Andrea. La típica habitación de una niña: juguetes, muñecas, dibujos de plantas, un póster de la película Forest: Una Aventura Forestal. Al sentir una luz, Andrea (quien tenía 7 años) despertó. —¿Papi? —preguntó Andrea—. ¿Qué pasa? —Sólo quería ver a mi princesa —respondió Alberto, abrazándola—. No quisiera irme mañana para la misión y estar 10 meses lejos de ustedes: las mujeres de mi vida. —Pero tienes que hacerlo, cariño —insistió Susana—. Te eligieron como el mejor biólogo del mundo. —Pero, cielo…—dijo Alberto, hasta que Susana le dio un beso. —Nosotras estaremos bien —aseguró Susana. —Papi, cuando vuelvas, ¿podemos plantar un árbol? —preguntó Andrea con ojos lindos. —Sí, princesa —prometió Alberto—. Te quiero mucho. —También yo, papi— replicó Andrea. Gazapos • 51


Al día siguiente, en las montañas ubicadas en las afueras de Neo World City, había a un grupo de deportistas extremos, usando sus trajes de oxígeno. Uno de ellos era una mujer rubia de ojos azules llamada Ashley Taylor-Johnston, quien estaba acompañada por su amiga Frida Ralesh, de herencia India. Ella desafió a un hombre con un mowhawk a una carrera de airboarding, la cual era como el snowboarding, pero se usan patinetas antigravedad. —Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —preguntó el hombre con mowhawk—. Unas jóvenes universitarias. ¿No están muy jóvenes para estas peligrosas carreras? —¿Y tú no estás muy viejo para usar ese corte anticuado de hace cinco siglos? —se burló Ashley. —Se llama “retro”, jovencita —corrigió el punk. —¿Retro? —estalló en carcajadas la joven. —Ashley, mejor no lo provoques —advirtió Frida. —Hasta mi abuelo diría que es anticuado —remató Ashley. —¡Se acabó! ¡Esto es reto! —exclamó el punk, encendiendo su airboard. —¿Hiciste las modificaciones de “Storm Rider” que te pedí?— preguntó Ashley. —Sí, pero no han sido probadas— respondió Ashley. —No pude elegir mejor día —sonrió Ashley y encendió su airboard. Ambos competidores se pusieron en el precipicio, y una punk femenina sacó su pañuelo para usarla como bandera. 52 • Aldo Curiel


—En sus marcas, listos, ¡fuera! —exclamó el punk. Ambos airboarders se lanzaron del precipicio con una increíble velocidad. Allá abajo había grandes peñascos puntiagudos, pero Ashley las evadió, gracias a sus impresionantes habilidades. El punk sacó una cadena de su pantalón e intentó derribarla. —¡Oye! —reclamó Ashley. —¡Prueba el hierro, es saludable! —se burló el punk, pero luego se estrelló contra un peñasco, se separó de su air board e iba a caer hacia el suelo. Ashley, no queriendo dejarlo morir, lo cachó y aterrizaron sanos y salvos en el suelo. —Me salvaste... —dijo el punk, muy impresionado. —Pero no vuelvas a hacer una tontería como esa —aconsejó Ashley—. Créeme, soy una experta en tonterías. Luego la tabla del punk cayó, se estrelló contra suelo y explotó en pedazos. Ashley y el punk saltaron para evitarlo. Frida llegó en su motocicleta flotante para ver si Ashley estaba bien. —¡Ashley! —exclamó Frida—. ¿No te lastimaste? —Perfectamen-auh-auh-auh —se quejó Ashley, del dolor de su pierna. —Tengo que llevarte con el Dr. Gutenberg —dijo Frida, cargándola. Más tarde en la vvc, cuya sede es un gran edificio blanco con una hoja verde como logotipo, Alberto empacó sus cosas de biólogo para estar listo para la Gazapos • 53


misión: manuales de especies y plantas, microscopios, tabletas, termómetros, brújula electrónica, entre otras cosas. Encontró un álbum de fotos donde vemos el progreso de su vida: él graduándose de la Universidad de Biología Universal, conociendo a Susana, él y ella en su boda y el nacimiento de Andrea. Alberto sonrió hasta que se le cayó una foto que estaba por mucho tiempo atascado en la contraportada. Alberto agarró la foto y resultó ser la foto de él y Anna cuando eran niños. Alberto se entristeció, todavía sintiéndo culpa. —Atención, favor de presentarse al simposio. Gracias —pidió una voz robótica. En el consultorio médico de la vvc, Frida y Ashley fueron con el Dr. Gutenberg para que atendiera la pierna de Ashley. —Veo que te gusta visitar mi consultorio muy a menudo —opinó el Dr. Gutenberg. —Siempre le digo que tenga cuidado, pero es demasiado necia —dijo Frida. —En mi defensa, no destruí mi airboard, soy lo suficientemente responsable para manejar una nave —dijo Ashley—. El punk era un hijo de... —¡Ashley! —regañó Frida. —...un sujeto nada agradable —terminó Ashley. —Así está mejor —elogió Frida. —Ateción, favor de presentarse al simposio. Gracias —pidió una voz robótica. —Vámonos, Ash— ordenó Frida. —Nos vemos luego, doc —se despidió Ashley. 54 • Aldo Curiel


En el simposio, el supremo comandante Samuel “Sam” Morris, líder de la vvc se preparaba para dar la bienvenida. Musculoso, cabello militar blanco, Sam vestía un traje negro con botones verdes y otros detalles de color verde. —Damas y caballeros, protectores del planeta Tierra, llegó la hora de presentar a la nueva tripulación para esta misión —explicó Morris—. La capitana Jackson, Amanda, con un puntaje de 990/1000 puntos. Amanda era una mujer afroamericana y con una cara seria y determinada. —Su primer official: Hikari, Sato, con un puntaje perfecto de 1000/1000 —presentó Morris. Sato era asiático y al igual que Jackson, también era serio. —La navegante Taylor-Johnston, Ashley, con un puntaje de 950/1000 —presentó Morris. Ashley apareció muy sonriente y posando cool. Logrando que Amanda pusiera una cara de fastidio. —El médico oficial Dr. Hans Gutenberg, con un puntaje perfecto de 1000/1000 —presentó Morris. Entró el Dr. Gutenberg, haciendo que Ashley se sorprendiera. —P-pero… —dijo Ashley sin palabras. —El biólogo oficial Domínguez, Alberto, con un puntaje perfecto de 1000/1000 —presentó Morris. Alberto entró y se ajustó los lentes. —Y la ingeniera Ralesh, Frida, con un puntaje de 969/1000 puntos —presentó Morris. —¡¿Qué?! —preguntó Ashley con mucha indignación. Gazapos • 55


Cuando entró Frida, Ashley no tardó en interrogarla. —¿Cuándo me lo ibas a decir? —preguntó Ashley. —No esperaba ser elegida —respondió Frida—. ¿No te alegra verme? —Bueno yo… —Ashley no sabía que responder. —Todos abordaran a la nave M-1217, buena suerte —dijo Morris, haciendo el saludo de la vvc, que son dos golpes en el pecho y levantando el puño en el aire—. Por la vida humana. —¡Por la vida humanA! —Gritaron todos al unísono. Todos abordaron a la nave M-1217 y su viaje empezó. Ahí dentro, Amanda les explicó sobre el Planeta Verde. —Muy bien, novatos, esto es lo que deben de saber de la misión —dijo Amanda, empezando la explicación con un diagrama holográfico—: El Planeta Verde está dividida en diferentes áreas: selvática, desértica, forestal, marítima, montañosa y congelada. Debido a que son áreas vecinas, las especies de animales son una combinación de dos o más especies. —¿O sea que puede haber un unicornio con cola de león? —preguntó Ashley con tono de burla. —Mejor preste atención, señorita Taylor-Johnston —advirtió Sato—. Usted apenas pasó el examen. Ashley se sintió molesta, pero sólo se limitó a cruzar los brazos. 56 • Aldo Curiel


En la hora del almuerzo, todos platicaron y convivieron, mientras que Al prefirió comer por separado. No queriendo verlo sólo, Frida se sentó con Al. Ashley la acompañó. —Oye, Domínguez, ¿te molesta si comemos contigo? —preguntó Ashley. —¿Uh? No, para nada —respondió Alberto y ellas se sentaron. —Debes tener suerte en estar con dos mujeres muy sexis —opinó Ashley. —Ashley, él está casado —dijo Frida, apuntando el anillo de compromiso de Alberto. —Oh… Lo siento —dijo Ashley. —Descuida, ustedes deben ser geniales, pero las mujeres de mi vida son mi esposa Susana y mi pequeña hija Andrea —dijo Alberto, mostrándoles una foto de las dos. —Son tan hermosas —opinó Frida. —Gracias, hasta le prometí a mi princesa que le traería un árbol del Planeta Verde —dijo Alberto. —Pues parece que el mundo no será la única cosa que salvarás —dijo Ashley. Pero luego Alberto recordó la muerte de Anna y se puso triste. —Lo siento, chicas, tengo que irme a descansar —dijo Alberto, levantándose de la mesa. —Me pregunto qué lo deprimió —dijo Frida. —Tengo una idea: cuando esté dormido, hay que ponerle nuestras pantis en la cabeza —dijo Ashley. —¡Ashley! —regañó Frida. —¡Bromeaba! ¿Okay? Gazapos • 57


Al día siguiente, todos llegaron al Planeta Verde. Alberto quiso verificar la atmósfera del planeta y se subió a su mini nave para estudiarla. —¿Estás seguro de esto? —preguntó la capitana a través del comunicador. —Debo verificar el nivel de oxígeno del planeta —explicó Alberto—. Niveles de PH y… ¡Meteoritos! —¿Meteoritos? —preguntó Amanda. —¡No! ¡Una lluvia de meteoritos se acerca! —gritó Alberto. —¡Activen los escudos de protección! —ordenó la capitana. Ellos lso activaron a tiempo, pero Alberto no alcanzó activar los de su nave y uno de los meteoritos lo golpeó y se hundió hacia el Planeta Verde. —¡Me dieron! ¡Me dirijo al objetivo! —gritó Alberto. —¡Resiste! ¡Ya vamos por ti! —dijo la capitana.

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Capítulo 2. La extraña alienígena En un flashback, Alberto recibió una paliza de parte de su padre. Su madre, quien tenía un ojo morado, estaba débil y en el suelo. —¡¿Cómo pudiste causar la muerte de tu hermana?! —preguntó furioso su padre. —¡No era mi intención! —respondió Alberto, recibiendo una patada fuerte. —¡Ya basta! —suplicó la madre—. ¡Lo vas a matar! —¡Tu deber era protegerla y ahora está muerta! —continuó gritando el hombre—. ¡Eres una desgracia para nuestra familia! Entonces su puerta principal fue abierta y entraron dos robots policías. —General Rodríguez, queda arrestado por violencia doméstica —dijo uno de los robots. El otro robot lo detuvo con unas esposas láser. —¡Suéltame, chatarra insolente! —gritó el General Rodríguez. Después hubo un juicio en contra del General Rodríguez. Ahí mostraron unas grabaciones holográficas de él golpeando a su esposa e hijo. 59


—General Rodríguez, nuestras cámaras de seguridad domésticas grabaron una severa violación a las leyes de relaciones matrimoniales y familiares: violencia física y emocional —explicó el juez—. ¿Tiene algo que decir en su defensa? —¡Fue culpa del bastardo de mi hijo! —se defendió el General Rodríguez—. ¡Él mató a su propia hermana! —Según nuestros testigos, su hija menor, Anna Rodríguez sufrió de envenenamiento por aire tóxico —explicó el juez— Su hijo no tuvo nada que ver con su muerte. —¡Es mentira! —gritó el General Rodríguez mientras trataba de quitarse las esposas—. ¡Esto es una conspiración contra mí! —¡Silencio! —ordenó el juez mientras activó su enorme martillo para silenciar—. ¿El jurado ha llegado a un veredicto? —Su señoría, hemos encontrado al General Alejandro Rodríguez culpable de todos los cargos —respondió un miembro del jurado. —Alejandro Rodríguez, no sólo será despojado de su título permanentemente, sino que lo sentencio a 50 años en la prisión ártica sin posibilidad de libertad condicional —sentenció el juez y activó el enorme martillo para oficializar la sentencia—. Se levanta la sesión. —¡¿A la prisión ártica?! —preguntó Alejandro indignado mientras los robots policías se lo llevaron lejos de la corte—. ¡No pueden llevarme ahí! Mientras se lo llevaban miró a su hijo. 60 • Aldo Curiel


—¡No olvides este día, bastardo! —advirtió Alejandro—. ¡Nunca! Alberto despierta de su recuerdo y regresa al presente. Su mininave se estrelló en la zona selvática del Planeta Verde. Alberto sacó su tableta que proyectó un holograma que mostró el mapa del lugar. —Le enviaré un mensaje a mi tripulación —dijo Alberto, mientras activó su señal de ubicación. De vuelta en la nave, la tripulación recibió la señal para ubicar a Alberto. —Alberto está en la zona selvática —señaló Amanda. —Va en contra del itinerario de nuestra misión, capitana —comentó Sato. —Pero la seguridad de uno de nosotros es muy importante —agregó Amanda, mientras puso una cara triste. —Oye, ¿por qué la líder de repente se puso así? —preguntó Ashley en susurros a Frida. —¿No conoces su historia? —preguntó Frida con el mismo tono—. Ella… —Señoritas, ¿tengo su atención? —preguntó Amanda con tono estricto. —Lo siento, capitana —se disculpó Frida. —Una pregunta, ¿qué tan peligrosa es la zona selvática? —preguntó Ashley. —¿No prestaste atención en la clase de criaturas? —preguntó Sato en tono de reprocho. Gazapos • 61


—En la zona selvática se encuentran bestias sumamente feroces —explicó Hans—. Alberto debe de ser rápido e instintivo. —Se lo advierto, capitana —advirtió Sato—, si uno de nosotros muere, la misión falla y nuestro planeta perecerá. El comentario de Sato le dio un gesto preocupante a Amanda. Alberto recorrió la hermosa y verde tierra, experimentándola por primera vez. Respiró el aire puro y limpio que era mil veces diferente que el aire artificial de su planeta. Sediento, Alberto buscó un lugar donde había agua. Finalmente lo encontró: un lago con una cascada. Alberto se inclinó a la orilla y bebió el agua del lago. Mientras bebía, el lago empezó a moverse y surgió algo. Surgió una feroz y gigante serpiente azul de agua con dos pequeñas cabezas. —Santo Dios —dijo Alberto al presenciar esta bestia. La bestia lanzó una especie de líquido verde amarillo de su boca hacia Alberto. Alberto esquivó el líquido, pero se embarró un poco en su chaqueta. La chaqueta empezó derretirse, resultando ser ácido corrosivo. Alberto se la quitó y corrió lo más rápido posible para huir de la bestia. Corrió hacia la selva y se sintió a salvo lejos de la serpiente. Pero su seguridad duró segundos cuando apareció otra bestia. Esta vez era un gorila rojo con manchas moradas, colmillos de morsa y cola de león. —¡Por favor! —se quejó Alberto. 62 • Aldo Curiel


El gorila rugió muy fuerte y agarró una roca para lanzárselo. Alberto otra vez corrió rápido para evitar ser aplastado. Desafortunadamente, la roca dañó su pie izquierdo y tropezó. El gorila se acercó y estaba a punto de asesinarlo. Pero de la nada, apareció una mujer joven de piel verde. Tenía el cabello negro con manchas azules, tres perlas rosadas en su frente y un vestido hecho de hojas que le llegaban del pecho hasta las rodillas. La mujer hizo una extraña danza que parecía una mezcla de capoeira y danza geisha. El gorila se tranquilizó y huyó de aquí. La alienígena se acercó a Alberto. Él no podría creer que haya sido salvado por una mujer extraña que nunca había visto antes. —Oye, gracias por salvarme —agradeció Alberto, creyendo que era humana, pero la alienígena no dijo nada—. ¿Cómo terminaste en este planeta? ¿Seguro que no eres de una las expediciones anteriores? Bueno, lo digo porque pareces humana... casi, rayos, pero seguro es porque estuviste mucho tiempo en este lugar. Doble rayos. Mira, lo siento, no quise ofenderte. La alienígena sólo se limitó a reírse y de repente estornudó un polen verde. Pero el polen verde se dirigió hacia el pie izquierdo de Alberto. —Espera... Ya no me duele —dijo Alberto con los ojos muy abiertos—. ¿Quién eres tú? Pero la alienígena siguió sin decir nada. —Oye, es grosero no dirigir la palabra en un conversa… Pero ella tocó su frente y de repente Alberto tuvo una visión: se mostraron los recuerdos de AlGazapos • 63


berto como si estuvieras adelantando una película. Se detuvo en la parte donde Alberto le hizo la promesa a Andrea. —Papi, cuando vuelvas, ¿podemos plantar un árbol? —preguntó Andrea con ojos lindos. Terminó la visión cuando la alien despegó sus dedos de la frente de Alberto, le agarró el brazo y caminó hacia el Este. —Oye, ¿a dónde me llevas? —preguntó Alberto confundido. Del otro lado de la selva, la nave M-1217 aterrizó y salieron todos los miembros de la tripulación. Amanda activó el modo de invisibilidad para que ningún animal lo encuentre. —Nos dividiremos en dos grupos: A y B —propuso Amanda—. El comandante Hikari y yo seremos el grupo A y los demás serán el grupo B. —Entonces necesitarán esto —sugirió Hans, dándole un spray curativo. —Gracias, doctor —agradeció Amanda—. El grupo A irá al Norte, mientras que el grupo B irá al Sur. Estas son las advertencias: si se separan, morirán. Si van por mal camino, morirán. Si cometen un error… —Para que conste: soy muy propensa a cometer errores —comentó Ashley, levantando la mano—. Una vez casi destruyo el simulador de vuelo. —Morirán —terminó Amanda lo que estaba diciendo mientras trazó una cruz con un láser. —Oye, no tienes que cavar nuestras tumbas —comentó Ashley con tono de ofendida. 64 • Aldo Curiel


—Es el punto de reunión, niña tonta —insultó Sato. —¡¿Qué dijiste?! —preguntó Ashley, ahora enojada. —¡Basta! —ordenó Amanda—. Sincronicen sus alarmas para que suenen en seis horas. En seis horas va a obscurecer y despertarán las criaturas más hostiles. Así que tenemos que encontrar al biólogo Rodríguez lo antes posible. ¿De acuerdo? —¡De acuerdo —exclamaron los demás. Los dos grupos se separaron para buscar a Alberto. Amanda y Sato caminaron hacia el Norte donde habitaban más que nada insectos, reptiles y algunos anfibios, todos de diferentes colores y tamaños. Caminaron en silencio por varios minutos hasta que Sato rompió el silencio. —Sus métodos de liderazgo son demasiado riesgosos —comentó Sato—. Apostando la seguridad de los demás para encontrar a uno. —Estoy consciente de que es la primera vez que todos nosotros hemos estado en este Planeta —explicó Amanda—. Pero hemos sido elegidos por una razón: todos tenemos una gran fuerza de voluntad. —Recapitulamos: el biólogo prefiere aislarse de los demás, el médico oficial no es fuerte físicamente, la ingeniera tampoco y la piloto tiene la actitud de una adolescente malcriada y rebelde. Sólo tú y yo somos los más competentes para esta misión. —Esto es lo que nos hace fuertes —Amanda dijo—. El hecho de que tengamos defectos nos obligan a trabajar con los demás. ¿Por qué otra razón la ingeniera Ralesh no se despega de la piloto Taylor-Johnston? Gazapos • 65


—¿Así es su forma de pensar? —preguntó Sato. —Así pensaba mi padre —respondió Amanda—. Él fue capitán de los Recolectores por 10 años seguidos gracias a su ideología. Él creía que mientras más diferentes seamos con notables defectos, más fuerte somos como equipo. Se escuchó algo moviéndose en los arbustos. Amanda fue a ver qué era y se manifestó la criatura: una mantis gigante de color púrpura, patas de araña y alas de mosca. Amanda reaccionó y sacó su pistola láser, pero la mantis le rasgó la mano, haciendo que soltara el arma. Sato sacó su arma para pelear contra la mantis. La matis atacó a Sato, pero el dio un salto alto para aterrizar en el brazo izquierdo y le disparó en el ojo derecho. Cuando la mantis movió el brazo izquierdo, Sato aprovechó para dar otro salto alto y dio varios disparos en el aire hacia las articulaciones de los brazos de la mantis para inutilizarlos. Sato aterrizó en el suelo y dio muchos más disparos a las patas para derribarlo. Sato sopló el humo que salía de la pistola como vaquero y dejó a Amanda impresionada. —Increíble, ahora sé por qué te eligieron como mi primer oficial —comentó Amanda. —Tal vez yo debí ser elegido como capitán —replicó Sato. Pero mientras estos dos hablaban, la mantis todavía estaba viva e intentó arrastrarse hacia ellos. —Tal vez, pero... —dijo Amanda, mientras sacó su pistola y le disparó a la mantis para matarla finalmente—, si tú te hundes, te hundirás conmigo. 66 • Aldo Curiel


¿Continuamos? Amanda siguió con la búsqueda, mientras que Sato se quedó con la boca abierta. Mientras tanto, Al continuó siendo jalado del brazo por la extraterrestre. —Oye, oye, oye, no me has dicho todavía hacia dónde vamos —dijo Alberto, mientras vio que la extraterrestre lo estaba llevando hacia una cueva detrás de la cascada del lago—. Espero no encontrarme con la serpiente de del lago. Al entrar a la cueva, Alberto descubrió que ésta estaba llena de flores hermosas. También notó que el techo de la cueva tenía agujeros donde pasaban los rayos del Sol. Cada uno tenía un rayo de sol para cada flor. —Increíble, las proteges de los depredadores, eres una buena botánica —elogió Alberto. La extraterrestre le regala a Alberto un montículo de tierra con una planta. Alberto sacó su escáner de plantas y escaneo la planta para descubrir que es de una planta de roble. —¿Un roble? —preguntó Alberto—. Es uno de los árboles más raros del Planeta Verde. Sólo se encuentran en el área forestal. ¿Acaso me la estás regalando? La extraterrestre sólo sonrió. —Tomaré tu sonrisa como un sí y esta planta como el regalo perfecto para mi princesa —dijo Alberto—. Oye, me has ayudado mucho. Debía llevarte a conocer mi tripula... Gazapos • 67


Pero entonces la extraterrestre se quedó dormida en su cama de hojas con su propio rayo del sol. —Oh, creo que estás cansada —dijo Alberto, mientras se acostó en una cama de hojas—. Creo que yo también tomaré una siesta. Alberto también se quedó dormido. Mientras tanto, el grupo B seguían buscando a Al. —Esto es aburrido —se quejó Ashley—. Hemos caminado por horas. —En realidad sólo cuarenta y siete minutos —corrigió Hans, revisando su reloj. —Ten paciencia, Ash... —dijo Frida. —¡Al diablo! —interrumpió Ashley, sacando su airboard Storm Eagle—. ¡Es la hora de la acción! —Ashley, debemos estar... —dijo Hans, pero Ashley arrancó y voló con intensa velocidad—… juntos. —Odio que ella haga esto —se quejó Frida, sacando un rastreador—. Lo bueno es que puedo rastrear su tabla. —Eres toda una amiga responsable —elogió Hans. —La verdad, en situaciones como ésta, me siento más su niñera que su amiga —opinó Frida, empezando a correr. Ashley cruzó por toda la selva, haciendo acrobacias extremas. —¡Woo-hoo! ¡Esto es increíble! —gritó Ashley. Evadió árboles y rocas. No le temía a los animales que trataban de atraparla. Pero apareció una roca 68 • Aldo Curiel


demasiado grande para evadirla, así que se dirigió a otra dirección donde halló el lago con la cascada donde Alberto se encontró con la serpiente de mar. Cuando salió la serpiente del lago, intentó devorar a Ashley. Ella saltó de su airboard y aterrizó en la tierra. Pero su tabla voladora se dirigió a la cueva donde vivía la extraterrestre y se estrelló, causando una explosión. Dentro de la cueva, Alberto y la extraterrestre despertaron y vieron que la cueva se estaba derrumbando. —¡La cueva! —exclamó Alberto—. ¡Tenemos que salir! Alberto se levantó, pero la extraterrestre primero agarró todas las plantas que cuidaba. Lo más extraño es que absorbió las plantas a su cuerpo. —¡Oye! ¡Vámonos! —llamó Alberto. La extraterrestre obedeció y ambos salieron de la cueva. La cueva se hizo pedazos, pero ellos estaban sanos y salvados. —¡Oye! ¡Al! —llamó Ashley, acercándose. —¡Ashley! —exclamó Alberto—. ¿Te enviaron a buscarme? —Todos nosotros —respondió Ashley—. No podríamos perder a un miembro valioso del equipo —entonces nota a la extraterrestre—. ¿Qué es este animal? —No es un qué, es un quién —corrigió Alberto—. No sé quién es, ni de dónde venga, pero me salvó la vida. —Increíble, voy a agradecerle —dijo Ashley—. Oye, gracias por cuidar a mi compañero. Gazapos • 69


Pero la alienígena la vio con una cara de enojo y estornudó un polen rojo. Ashley se cubrió la cara con el brazo izquierdo, pero tocó el polen rojo. —¡Oye! ¿Qué te pa…? —preguntó Ashley hasta que sintió algo en el brazo estornudado—. Espera. ¡Me arde el maldito brazo! Hans y Frida finalmente llegaron y encontraron a los demás. —Alberto, Ashley, gracias a Dios que están a salvo —agradeció Hans. —¿Estás bien, Ashley? —Frida preguntó. —Claro, estoy tomando unas vacaciones en el Florida de hace quinientos años —respondió Ashley con sarcasmo, mientras le mostró el brazo—. Y esto fue por causa del Sol. —¿Qué está pasando?— preguntó Frida, muy confundida. —Es una larga historia, pero resumiéndolo: me estrellé aquí, conocí a esta extraterrestre verde, me regaló esta planta, Ashley nos encontró, pero destruyó su hogar y es por eso que la estornudó con su polen que aparentemente causa ardor —explicó Alberto. —Esto fue un excelente resumen, debo reconocerlo —elogió Alberto. —¿Hola? Siento que el ardor me está llegando a los huesos —dijo Ashley. —Bueno, para ser justos, destruiste su hogar con tu tabla y casi sus plantas que creo que significan mucho para ella —reprochó Alberto, aunque de modo educado. 70 • Aldo Curiel


—No te preocupes, tengo me equipo médico —dijo Hans, sacando su equipo médico. Pero de repente un chorro de ácido desintegró el equipo médico. Los héroes voltearon y vieron a la serpiente de mar. —No, otra vez —se quejó Alberto. —Supongo que correr es la única opción —supuso Ashley. Pero luego la extraterrestre hizo la danza que usó con el gorila para tranquilizar a la serpiente de mar. La serpiente de mar regresó al lago y los dejó tranquilos. —¿Quién es este ser extraordinario? —Hans preguntó, completamente impresionado. —Vaya, gracias por salvarnos la vida —Ashley agradeció—. Escucha, lamento que mi tabla destruyera tu hogar. Y no te preocupes por mi brazo, Hans me curará. La extraterrestre sonrió y soltó una risita. —No dije nada gracioso —dijo Ashley. Pero la extraterrestre estornudó otra vez en el brazo de Ashley. Pero esta vez era un polen verde que desapareció la mancha roja. —Espera, ya no me duele el brazo —dijo Ashley—. Gracias. De vuelta a la nave, la tripulación le permitió la entrada a la extraterrestre, quien fue analizada por Alberto y Hans. —¿Algún resultado en especial, caballeros? —preguntó Amanda. Gazapos • 71


—Negativo —dijo Alberto—. Aparte de que tiene las mismas propiedades que todas las plantas de este mundo, no sabemos cómo se adaptó. Es más, no sabemos si nació aquí. —Ni siquiera es una de las tripulantes de expediciones anteriores —dijo Hans, mostrando una diagnosis—. Su adn no es compatible con ninguno de los Recolectores registrados en nuestra base de datos. —Me gustaría que nos acompañara para seguir estudiándola —dijo Alberto—. Tal vez le enseñe a hablar. —¿No lo está considerando, capitana? —preguntó Sato—. No sabemos si es una amenaza. —Si fuera una amenaza desconocida, ya nos habría matado —dijo Alberto. —¿Acaso no te estás encariñando con la ser verde? —preguntó Sato. —¿Y eso qué significa? —preguntó Alberto, sintiéndose ofendido. —Caballeros, caballeros, por favor, déjenme expresar mi opinión —ordenó la capitana—. Es cierto que no sabemos con exactitud quién es esta ser extraterrestre. Sin embargo, mantuvo a salvo a un miembro valioso de nuestro equipo, incluso antes de que nosotros siquiera pudieramos encontrarlo. Eso amerita reconocimiento. —¿Entonces? —preguntó Ashley. —Desde este momento, esta planta humanoide será un miembro más de la tripulación M-1217 —declaró Amanda. 72 • Aldo Curiel


—¡Fenomenal! —exclamó Ashley de felicidad. —Pone en riesgo a la tripulación —advirtió Sato. —Ella nos protegerá como lo hizo con el biólogo González —dijo Amanda—. Ingeniera Ralesh, piloto Taylor-Johnston, acompañen a la extraterrestre a vestirla con el nuevo uniforme. —Capitana, creo que deberíamos ponerle un nombre en lugar de llamarla “extraterrestre” —dijo Alberto. Entonces Ashley abrió una botella de refresco del refrigerador y le dio un bueno sorbo —Vaya, ya tenía ganas de una Syri-Soda —dijo Ashley. Pero la extraterrestre se sintió interesado en la Syri-Soda. —¿Quieres una? —preguntó Ashley, dándole una botella. La extraterrestre nada más se fijó en las burbujas que producía y luego empezó a agitarla. —Espera, esta bebida es muy sensible, si la agitas demasiado —dijo Ashley—. ¡No la abras! Pero la extraterrestre la abrió y salió un géiser de refresco agitado. La tripulación se mojó por la Syri-Soda. —Creo que ya encontramos el nombre perfecto: Syris —dijo Alberto. Entonces toda ls tripulación se rió, excepto Sato. Pero el encuentro con esta ser extraterrestre, ahora llamada Syris, sería el comienzo de una gran aventura.

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Jovita Espinoza


Jovita Espinoza. Nací el 6 de septiembre de 1970 en el corazón agrícola de Sinaloa, en un pequeño poblado llamado Palos Blancos, del municipio de Guasave. Me fascina el campo: su aroma, su silencio y la tierra húmeda. Le tengo pánico al fuego. He tomado talleres de creación literaria, poesía y cerámica. Publiqué Elena. La ultima mujer en la tierra. No tengo pasatiempos, sino todo lo contrario. Necesito cansar mi cuerpo para descansar mi alma.


La Gran Ciudad Empezaba a clarear el alba, al curso del año 3010. La gente agazapada, tiznada, escondida en sus jacales. Se cuidaban de no ser encontrados por su gobierno. El ejército peinaba todas las zonas pobladas. Comenzó por las pequeñas ciudades. Las trasladaba a grandes metrópolis donde se manejaban una extrema vigilancia, que para seguridad de la población. Con grandes hospitales, toda la gente era vacunada pues existían enfermedades absurdas y desconocidas. Los pueblos vivían aterrados y sometidos a su autoridad. Pasaban noticias de poblados aniquilados por pandemias, no era así, todo era una argucia del gobierno La muchedumbre no podía viajar. Ni necesitaba hacerlo, todo tenían en esa Gran Ciudad. Menos libertad. Aldeas llamadas los rebeldes no los podían someter, les fueron quitando la luz, el agua. Prohibieron el comercio. Poblaciones desfilaban tras el ejército rumbo a la Gran Ciudad. 77


Los mataba el hambre, no dichas enfermedades. Los rebeldes comían camotes, semillas Sembraban en lugares ocultos Cazaban e intercambiaban sus alimentos compartían información y siempre aprendían cosas nuevas que la misma necesidad de sobrevivir les enseñaba. El ejército cada vez les daba menos territorio, ya no tenían armas. Sólo se escondían y se valían de su astucia para no ser vistos por los aviones, carros y caballos que los perseguían. Aún así se llevaban a las mujeres y a los niños y los torturaban para que hablaran de sus refugios y sus siembras. Primero eran torturas psicológicas y en muchas ocasiones hacían uso de la violencia. Sin importar su condición, usaban lo más sofisticado de la tecnología. Robots con larga visión, eran monitoreados desde las bases, tan pequeños que se confundían con aves o insectos dejaban caer globos llenos de gases y cámaras ocultas que registraban todo lo que había a su alcance. Quedaban unas cuantas familias. Entre ellos destacaba la de un joven llamado Gabriel. Parecía su ángel pero más que eso, era astuto, sigiloso, de movimientos exactos; el más joven entre ellos, casi un niño. Más bien parecía el más viejo lobo líder de una manada. Escondido entre las sombras. Las cuevas eran su hogar, cazaba y llevaba de comer a su madre y a sus hermanos. 78 • Jovita Espinoza


Cambiaban constantemente de lugar primero el recorría el terreno estudiándolo para luego guiar a su familia. Como todos los días, se levantó muy temprano, salió a recorrer la montaña cuando miró algo muy sorprendente. De lejos divisó aquellos imponentes monstruos. Los estudió por largas horas hasta que la noche cayó. A la mañana siguiente, el chico se agazapó sin perder detalles. Tenían apariencia de ser tranquilos. No tenía conocimiento de aquellas grandes bestias ni jamás había visto algo que se le pareciera, eran grandes, negros y caminaban erguidos, todos juntos en una gran manada, entre tantos árboles y matorrales espesos. Por la distancia tan larga, no tenía la suficiente visibilidad para decir con certeza qué eran. Pensaba que tal vez era la gente del gobierno ocultándose con disfraces o sus aliados sin saber a ciencia cierta qué nueva manipulación del régimen de la Gran Ciudad sería. Tal ves eran mutaciones de laboratorio o hijos del chupacabras o podría decirse que eran seres de otro planeta y que el gobierno estaba protegiendo a la gente, y por eso la existencia de los grandes refugios que mantenían lejos del alcance de tales monstruos. Así los observó por varios días. El tren pasaba y les arrojaba gran cantidad de frutas y alimentos. Hasta que decidió acercarse a ellos. No podía creer lo que sus ojos miraban, lo que su corta vida Gazapos • 79


le enseñaba, como puede ser que alimenten a tales bestias cuando pueblos enteros son arrastrados a la más vil de las pobrezas, sin importar que niños y ancianos mueran de desnutrición, ellos arrojan vagones llenos de alimentos, aún en buenas condiciones, y estos ya saciados como los cerdos se revuelcan en su comida. Qué cosa tan mas injusta. Era lo mas absurdo. Una gran reserva de gorilas. No eran agresivos excepto cuando comían. Gabriel tantas veces los observó que ya su presencia no les molestaba, se paseaba en medio de ellos. Después de que comían, recogía frutas y verduras en buen estado, para él y les llevaba a su mamá. A la mujer le parecía extraño que le llevará tanta variedad, ella confiaba en su hijo y no deseaba cuestionar lo que el chico hacía, y nunca estaba de más darle un consejo o decirle que se cuidara. Parte del refugio era una estación de tren con algunas cabañas enmontadas. Después de tanto tiempo observando el comportamiento de los animales y la cantidad absurda de comida que les dejaban sus protectores, decidió traer a las familias que andaban con él; era fácil esconderse entre esos grandes gorilas. La comida no les faltaba, y eran dóciles siempre y cuando respetaran la jerarquía de los dueños del alimento y los dejaran primero saciar su apetito voraz. El tren pasaba continuamente. Un día sucedió algo terrible que cambiaría el destino de esta gente. 80 • Jovita Espinoza


Se oyó venir el tren a lo lejos, todos corrían a esconderse, los gorilas se alborotaban y se regocijaban en un alegre danzar. De repente se oyó un gran estallido seguido de un terrible estruendo: fierros retorcidos, asientos, vidrios, volaron por todas partes. Por un momento todo quedó en silencio. Los gorilas huyeron despavoridos dejando atrás la gran manada un terrible rastro de destrucción a su paso, ramas y árboles derribados era lo único que se podía distinguir Gabriel se fue acercando al lugar del accidente y entre más se aproximaba los clamores y los llantos se hacían escuchar con mayor claridad. Sangre por todos lados, cadáveres y mutilados. Jamás en su corta vida había visto algo tan terrible. Se quedó perplejo por un instante. Los gemidos suplicantes lo hicieron reflexionar. Comenzó a gritar a los rebeldes para que lo ayudaran. Pronto como hormigas se juntaron para brindar auxiliar. Sacaban gente de entre los fierros. Una voz muy fuerte exclamó: ¡ayuden a la familia del director! La madre del chico levantó la cabeza del hombre para escuchar lo que decía, lo haló de los hombros, quería escuchar lo que al varón tanto le preocupaba. No podía mover sus brazos. Estaba su cuerpo destrozado, portaba un uniforme con una placa atravesada por un puñal de fierro. Con su mirada fija en un sólo lugar le dijo: —El señor director quiso sacar a su familia a recorrer la Gazapos • 81


selva tranquila que ya había sido limpiada de los rebeldes. Jamás esperábamos que sucediera este accidente, viajábamos muy serenos, como cada fin de mes, recorremos estos lugares para mostrar a los grandes ejecutivos todo el trabajo que se hace fuera de la Gran Ciudad como se mantienen grandes reservas de animales y la naturaleza. Ellos deben de saber en que se destinan sus impuestos y donaciones, aparte el tren era de lo más sofisticado y seguro digno de la avanzada ingeniería que se maneja en la metrópolis y, sin embargo, explotó. El hombre no alcanzó a decir más y murió en sus brazos. Desde ese momento cambió la vida de aquella gente. Sería cosa del destino, justicia divina o qué se yo. Pues todo ayudaría para bien. La mujer recostó la cabeza del hombre y le cerró sus ojos. Se dirigió a donde el hombre le señaló y allí estaba el director de la Gran Ciudad. Con sus ropas finas manchadas de sangre. Al parecer aquel importante hombre estaba muerto. Sacaron a mucha gente malherida. Los acomodaban y con los remedios más antiguos los curaban. Fue un día muy pesado. Ya casi al caer la tarde las personas que estaba menos afectados comenzaron a platicar de lo que había sucedido. Una jovencita reaccionó y comenzó a pedir ayuda. Tenía la cabeza muy golpeada, se la habían enredado, con unos trapos con cocimiento de jarilla y yerbas del manso que abundaban por esa zona trató de quitárselos para mirar 82 • Jovita Espinoza


Cuando los arrancó de su cara se dio cuenta que todo estaba obscuro a su alrededor. Gabriel le preguntó su nombre pero no recordó nada. Él la sentó bajo la sombra de un árbol, para seguir ayudando a las personas que estaban con vida. Ya por obscurecer comenzó a escucharse un quejido entre la gente que habían dado por muerta, ya casi no se miraba nada. Prendieron varias fogatas para ahuyentar las fieras de campo. Amaneciendo empezaron a escucharse en el aire los ruidos de los aviones, que buscaban a los excursionistas que no volvieron a su destino. Pronto dieron con ellos, por radio avisaron a la Gran Ciudad de lo ocurrido. De inmediato llegó el ejército con médicos y todo lo necesario para ayudar allí mismo para salvar la vida de tanta gente que estaba a punto de morir. Los rebeldes seguían ayudando en todo lo que podían sin importar que sentían mucho miedo a los oficiales, que durante tantos años los sometieron llevándolos a vivir una vida de forajidos. Muchos sobrevivientes contaban cómo habían salvado la vida de ellos. Esto hizo que el ejército se contuviera de arrestarlos y en medio de tanta confusión sólo se dedicaron a salvar vidas, aparté la gente que realizaba viajes fuera de la ciudad, eran los ciudadanos más poderosos y estaban muy agradecidos con el socorro que les brindaron los rebelde El director seguía en coma y lo trasladaron a la Gran Ciudad, con todos los cuidados correspondienGazapos • 83


tes.

Entre el bullicio, y el reconocimiento de los cadáveres, se pidió que se encontrara a la hija del director que se daba por perdida, pues ya habían reconocido los cadáveres. Recorrieron todo el lugar y no aparecía su cuerpo. Gabriel habló con el general al mando y le enseñaron la foto de la chica. Él comentó que miró y atendió una chica de esa edad pero tenía su rostro destrozado. Estaba ciega, no recordaba nada; la buscaron entre la gente y no estaba. Pasó todo el día la madre de la joven que arribó al lugar junto con el general, muy afligida y ofreció una recompensa a quien encontrara a su hija. No regresaría a la Gran Ciudad hasta llevar con ella, a su pequeña. Gabriel, acompañado de su gente, salió de noche, la esposa del director quiso acompañarlos. El camino era bastante agreste y le pidió a uno de sus compañeros que se regresara con la dama fina, al campamento. Fue una noche en vela para ambas madres. La mamá de Gabriel, por más que quería convencer a la señora que todo estaría bien y que confiara en el chico, no lo lograba. Ya tenían en el campamento todo bajo control y el ejército se sumó a la búsqueda de la hija del director. Pero parecía como si se la hubiera tragado la tierra. Aventaban luces por las noches para ahuyentar las fieras con la esperanza de encontrarla viva. En los noticieros no se hablaba de otra cosa que 84 • Jovita Espinoza


no fuera la tragedia sucedida a una de las ciudades más sofisticas y seguras del continente americano y la noticia recorrió el mundo. El director de la Gran Ciudad estaba en coma y su hija desaparecida. Como siempre no faltaba la prensa amarillista e inoportuna: si los rebeldes la tenían secuestrada como rehén para salvar sus vidas; que se estaba en la espera de saberse si pedirían un rescate o tal vez aprovecharían la confusión y la falta de seguridad en la metrópolis para tomar la ciudad, y los gobiernos aliados ofrecían su apoyo al director de la Gran Ciudad. Ponían a sus órdenes los ejércitos extranjeros para aniquilar a los rebeldes. El joven Gabriel continúo con su búsqueda y regresaban al campamento exhausto, y de mirar la aflicción en la madre de la chica regresaba al monte con la promesa de encontrarla, a veces a caballo con los rebeldes y el ejército. De noche con lámparas de rayos infrarrojos. Había lugares tan agrestes por donde tenían que bajar del caballo y halarlos uno detrás del otro. Por más que el joven Gabriel concía cada una de las cuevas, escondrijos madrigueras y matorrales, no daban con la muchacha ni viva ni muerta. Hasta que se topó con los gorilas que habían huido despavoridos y se internaron en la selva. La manada estaba muy asustada y pronto corrieron a esconderse de los que perturbaron su tranquilidad, decidieron dejar la búsqueda para otro día. Ya el ejército se notaba sin esperanzas de encontrar a la chica. Pero Gabriel guardaba la ilusión de entreGazapos • 85


gársela a su madre. Por lo tanto tomó sólo a unos cuantos de sus aliados o rebeldes, como se les llamaba, para continuar con la búsqueda y el ejército decidió volver a la ciudad. Con el temor de que la información dada en los medios de comunicación ya recorrida por en el mundo entero fuera verdad. Gabriel sólo en compañía de unos cuantos regresó hasta donde estaban los gorilas. Los animales se habían marchado del lugar. Ellos siguieron el rastro hasta lo más alto de la sierra. Cuando dieron con la gran manada reconocieron la voz del chico que por varias semanas estuvo de compañero en la estación de trenes. Algo tan insólito y natural sucedió: una gorila vieja cuidaba de la chica inconsciente la cargaba en sus brazos la protegió del peligro y la curiosidad de los demás compañeros. Allí estaba agonizante, a los pies de la enorme hembra. Gabriel la levantó, subió en su caballo y se dirigiócuesta abajo hasta donde lo esperaba su madre, que jamás dejó de brindar consuelo y esperanza a la esposa del director de la Gran Ciudad. Se la entregó a su madre. Le ofrecieron la recompensa pero él no la aceptó, sólo pidió que los dejaran vivir tranquilos. Fuera de la Gran Ciudad mucha gente se unió a su petición. De esa manera la gente volvió a vivir con libertad haciendo una vida democrática. El director salió del coma. Gabriel y su madre vivieron con libertad hasta el día de hoy.

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El durazno y la parra Era el final de la primavera, ya pasado el verano, entraba el otoño y los árboles comenzaban a sufrir al cambiar de color. De tanta tristeza perdían sus fuerzas y comenzaban a perder sus hermosas hojas, quedando sus cuerpos desnudos. En la orilla del huerto vivía un par de enamorados, que ocultos entre los demás árboles deseaban que la primavera fuera eterna, pues se vestían de un verde esplendoroso se rosaban con sus hojas. Sus ramas se estiraban tanto para abrasarse el uno al otro. Se extasiaban de amor, en ella crecían pequeñas raíces entre sus brazos, se aferraban a los pequeños troncos del durazno. La muerte y más fría entrada al invierno, pronto llegaría para los enamorados. Sus brazos se transformaban en ramas secas e inmóviles gigantes. La parra con sus raíces retorcidas deseaba abrazar a su amado el durazno. Así llega el blanco invierno, para los enamorados. Cerca de ahí, un amargo limón observaba y como en él no sufrían muchos cambios, sólo se intrigaba: “Ah, sólo son un par de tontos árboles frutales. Haré 87


crecer mis ramas espinosas sobre ellos y los cubriré con mis sombras para que mueran. Les robaré el sol y tomaré la poca vida que les queda”. Estos eran sus macabros planes y así cubrió a la parra. Pasaron los largos y fríos meses. Empezó a cambiar el clima. Se sentía un grato calorcito. En el durazno había mágicos destellos, brillaban pequeños colores rosados. Pronto sé vistió de unos pequeños pétalos que cubrieron su desnudo cuerpo. Eran tan hermosos que el limón más se molestó y cubrió más a la parra para que en su sombra no lo miraran. La parra triste y atrapada en medio del bosque de espinas trataba de estirarse más y más para alcanzar al durazno, pero sus secos y quemados brazos ya no tenían fuerzas. Y sólo de lejos anhelaba la belleza del durazno. Llegó el día en que el dueño del huerto salió a revisar sus árboles y miró a aquél atroz hecho. “No puede ser”, dijo y se detuvo junto al limón y le dijo con voz firme: “¿Cómo llegaste hasta acá e invadiste el territorio de la parra? Mira, por poco y la matas. Pobrecita”. La acarició y sacó algunas ramas y guías largas y amarillentas de entre los espinosos brazos del limón. Ahorita arreglaré esto, se dijo aquel hombre y fue por su machete. Murmuraba “Ah, mira, ni limón ni flores has dado por andar estirando tus ramas” y comenzó a cortarlas. Hasta dejar unas cuantas. “Ay, mi hermosa, pero esto te hará bien”. Tomó una a una sus guías secas y las cortó. “No te preo88 • Jovita Espinoza


cupes, plantaré estas tus hijas en la orilla de la casa”. Les puso unos palitos para que se recostaran sus nuevos brotes. Cuando la parra se vio libre del limón miró lo esplendoroso que lucía su amado durazno, y apresurada tejía sobre su cama de madera para poder alcanzarlo. Pronto dieron dulces y sabrosos frutos que el dueño con la familia compartió. Y al limón, por agrio, de vez en cuando lo visitan y cuando prueban su fruto fruncen la cara haciendo unos horribles gestos, como tiene el limón agrio el corazón. Todos disfrutaron contentos el calorcito de verano.

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Samuel Abraham Machuca


Samuel Abraham Machuca González (Tijuana, 1979). Crecí en un hogar conservador, rodeado de tradiciones, costumbres y religión. Sin embargo, siempre hubo una voz en mi interior que resonaba, incitándome a buscar algo más. Y durante mi camino, en la búsqueda de ese misterio, a partir de los 16 años fui encontrando y descubriendo ecos escritos por pensadores y poetas que se dieron a la tarea de dejar entre letras, una vela encendida para los que queremos seguir un camino diferente al que la sociedad nos pretende plasmar. Historias, cuentos y parábolas hablando de la libertad y lo inconmensurable del pensamiento. La imagen que se contempla con los ojos cerrados, y la melodía que se escucha aún sin el oído. Vidas aferradas a gritar en la eternidad para ser escuchados por la humanidad postrera. Soy el que levanta su mirada al cielo con la esperanza de transferir a través de un relato, el conocimiento aprendido por las experiencias de mis hermanos en esta tierra. Soy el que intenta ser un espejo que refleje con tinta en un pliegue blanco, la luz emitida por la estela que dejaron los grandes cometas extintos. Soy el que ha destruido la muralla que obstruía la visión, y por primera vez, alcanza a vislumbrar a lo lejos, el propósito de su propia existencia.


Destruyendo al enemigo Otra vez estoy aquí, bocabajo, cubierto de lodo de pies a cabeza; sin dinero, sin comida, sin ánimo, pero con un odio y resentimiento hacia él, a mis compañeros, a mis maestros y sobre todo a mí mismo por ser incapaz de detener esto. Mis raspones me arden y sigo escurriendo sangre de la nariz, y aunque el dolor no es extremo, no puedo dejar de llorar por este sentimiento de impotencia. No tengo miedo, pero el resultado siempre sigue y seguirá siendo el mismo hasta que uno de los dos muera o se vaya del barrio. Si estuviera solo, quizá tendría posibilidades de golpearlo pero siempre tienen que andar con él esos traidores lamebotas. Se dicen llamar mis amigos pero cuando los necesito lo único que hacen es reírse mientras me humillan. Pero ¡al diablo con esto!, no pienso aguantar más. Llegando a casa le pondré fin a esto de una vez por todas. —¡Dany, pero mira como vienes! Otra vez lo mismo. —Mamá, no me molestes, y de una vez te digo: ¡no quiero volver a esa maldita escuela! —Hijo, ¿pero qué palabras son esas? Tú no eres así. 93


—Ya no me digas nada, mamá, voy a limpiarme y cambiarme. Ah, y por cierto no comí ni pude comprarme nada, de hecho me regresé caminando de la escuela. —¿Qué podré hacer? No puedo dejar que abandone la escuela. Ya he hablado con el director y sus maestros pero pareciera que la situación no les importa. Si tan sólo su padre estuviera aquí para apoyarlo. —Mamá, tengo hambre. —Hijo, ya lo pensé y decidí que te llevaré con el anciano, amigo de tu padre. —¿Qué, con el “viejo”? Pero mamá, vive solo, es desobligado, no trabaja y además huele horrible. Me niego a ir con él. —Mira, te propongo esto, si él no resuelve tu problema puedes dejar la escuela y yo no me opondré. —¿De verdad? —Como decía tu padre: tienes mi palabra. Al día siguiente, temprano por la mañana, mamá y yo partimos a la casa del viejo. Yo no le tenía mucha fe, pero tenía la esperanza de que, como en las películas, el anciano supiera secretos de artes marciales y me enseñara alguna manera de poder acabar con el gordo de Gómez. Caminamos un largo trecho, entre rocas, árboles y ríos. Yo me preguntaba cómo es que mi padre se había hecho amigo de este viejo. Por fin llegamos al atardecer. Se divisaba la casa del anciano a lo lejos, rústica, descuidada y solitaria. 94 • Samuel A. Machuca


Al acercarnos a la entrada, vimos al anciano muy concentrado en el cuidado de su jardín, parecía que hablaba con sus plantas, lo cual se me hizo curioso pero a la vez tonto. ¿Quién pierde el tiempo contemplando de cerca la hierba? En fin, mi madre, con un poco de pena interrumpió llamando al viejo: —Uhm, buenas tardes señor Halim, un gusto saludarle de nuevo. El anciano se levantó con un gesto de enorme alegría, como si no hubiera visto a nadie en mucho tiempo, se acercó a nosotros con una sonrisa y amablemente nos saludó. —Qué tal, Sarah, es una alegría verte de nuevo, este debe ser el pequeño Daniel. Israel me hablaba mucho de ustedes. Como lo extraño, su compañía siempre fue fortaleza para mi espíritu. Lamento su partida a la tierra prometida. —Ehm, si Sr. Halim, es grato verle de nuevo —contestó mi madre con un aspecto, como dudando de dejarme solo en manos de este anciano loco, pero había sido el mejor amigo de mi padre y ya había tomado la decisión, así que prosiguió— Traigo a mi hijo porque tiene un problema. Un chico lo molesta demasiado y pensé que quizá usted podría aconsejarlo, ya que por esa razón quiere dejar la escuela. —¡Mamá! —repuse algo avergonzado. —Está bien Daniel, está bien... —respondió el anciano—. Es bueno aprender y contar con el conocimiento necesario para destruir los obstáculos que se nos vayan presentando en nuestro camino. Gazapos • 95


El anciano me convenció y decidí aceptar el trato de mamá, aunque ella no parecía estar muy de acuerdo con la respuesta del viejo, pero yo, con tal de acabar con el odioso del gordo, era capaz de mudarme unos días a esta choza maloliente. Y así fue, el Sr. Halim le dijo a mamá que, para poder ayudarme tendría que quedarme algunos días para poder cumplir con el objetivo. Mi madre se retiró un poco preocupada, aunque por otro lado confiada por la amistad que el viejo había tenido con mi padre, no sin antes darme algunas recomendaciones sobre mi seguridad y cuidado. Por fin solos, yo estaba listo para comenzar con mi entrenamiento, pero el viejo Halim sólo me obligó ayudarle con su jardinería. Mientras trasladábamos macetas del patio trasero de la casa al jardín, el anciano comenzó a cuestionarme. —Y bien, Daniel ¿tienes alguna idea de cómo resolver tu problema? —Pues yo había pensado en un arduo entrenamiento para poder enfrentarme y darle una lección a ese gordo —respondí. —Mmm, entiendo. ¿Y crees que con eso será suficiente o quisieras que el castigo fuera permanente? Yo tenía algunos planes de lo que haría pero sinceramente la pregunta del anciano me sorprendió. —En pocas palabras, quiero que reciba lo que se merece por todo lo que me ha hecho pasar. —Bueno, esa será tu decisión cuando llegue el momento. Primero platícame de él, ¿qué es lo que sabes de su vida? 96 • Samuel A. Machuca


—Pues sinceramente no sé mucho. Solo sé que es dos años mayor que yo pero es un gigante, creo que ha de tener un mal genético o algo así. También sé que es un aprovechado y que tenemos que aguantar sus humillaciones todo el tiempo. —¿Y es todo? –replicó el anciano. —Pues hace tiempo escuché que ayudaba a su papá cortando leña, como parte de su trabajo. —Entiendo pero no es suficiente. Si queremos vencer necesitamos más información. Tendrás que infiltrarte y ganarte su confianza para poder acabar con él. —Me parece bien, pero ¿cómo haremos eso? —Ya pensaré en algo. Por lo pronto, como pago, tendrás que ayudarme tres días con mis cultivos. —¿Qué? ¿Tres días? Pero tengo clases. —Pensé que habías decidido dejar la escuela. —Uhm, está bien —respondí resignado. Al día siguiente, por la mañana, llovía con tal fuerza como pocas veces se veía por esos lugares. Pero al viejo Halim no le importó y me dijo: —Tenemos que cosechar. —¿Con esta tormenta? —respondí. —Es necesario, si no la lluvia acabará con los frutos. Por fin salimos. El viento era terrible, empujaba con tal fuerza que no podía mantenerme en pie, sin embargo Halim me enseñó cómo colocar mis pies en una posición firme para no ser arrastrado por la tormenta. El viejo cosechaba y me lanzaba los frutos a una red que me había proporcionado. Varias Gazapos • 97


veces fui golpeado por los frutos pero fue tanto lo que estábamos cosechando que no pasó mucho tiempo para encontrar la manera de guardar los que podía y esquivar los que no alcanzaba a atrapar. Varias horas más tarde, terminamos exhaustos y listos ya para la cena y el descanso. Ya para el siguiente día, la lluvia había cesado. Yo había despertado muy adolorido. Casi no me podía mover. Halim me dio la orden de salir al jardín, la tierra había consumido el agua y no quedaba planta alguna, excepto una pequeña flor que sobrevivió a la tormenta. —Te quedarás observando esa flor de cerca hasta el ocaso, yo te llevaré el alimento pero no te puede mover de ahí. ¡Está loco!, pensé, pero no tenía otra opción más que obedecer. Casi ocho horas más tarde, cansado, enfadado y aburrido, entré de nuevo a la casa. No tenía ánimos de pronunciar palabra. Halim me preparó un té y dormí hasta el día siguiente. Para mi sorpresa, desperté sin dolor alguno y con mi mente descansada. En el desayuno, Halim me preguntó acerca de lo que había visto en la flor. Era extraño pero con mi mente más fresca pude reflexionar sobre algunas cosas que había visto, y lo comenté con el viejo. —En el transcurso del día, recuerdo que llegaron a la flor, una hormiga, una abeja, una mariposa y un colibrí. La flor terminó tan maltratada que no creo que sobreviva. Y después pensé, ¿qué objeto tiene haber sobrevivido a la tormenta si, a fin de 98 • Samuel A. Machuca


cuentas terminarán con ella, incluso de una manera más cruel? —Viste su vida pero no pierdas de vista su propósito —Halim respondió—. Para la hormiga será alimento para la colonia, para la abeja, será sustento para la colmena, y en lo que respecta a la mariposa y el colibrí, serán los encargados de polinizar otras flores y transportar sus semillas. Es por eso, Daniel, que cualquiera que sea la vida que lleves, siempre debes saber que tiene un propósito. Quedé algo confundido pero creo que algún día entenderé lo que el anciano intentó explicarme. —Bien, ahora nos enfocaremos en tu problema. Hoy mismo, deberás ir para saber más sobre Gómez. —¿Hoy? Pero es muy pronto, además no querrá hablar conmigo e intentará golpearme de nuevo. —Tienes que insistir y ser perseverante, ganarte su confianza y conocer más acerca de él. —Qué remedio —respondí con un poco de miedo. Salí de la casa del anciano en una bicicleta vieja que me prestó. Por la tarde llegué a la casa de Gómez, con más miedo que odio, pero si quería ponerle fin a esto, tenía que continuar. Lo vi, estaba solo, cortando leña en las afueras de su casa. Era ahora o nunca. No había puesto un pie en su patio cuando ya se dirigía a mí con esa cara de asesino, tomó algunos pedazos de madera cortada y me los aventó. Es increíble pero recordando a Halim lanzándome los frutos, pude esquivar los maderos. Después se Gazapos • 99


acercó e intentó derribarme con ese empujón con el que siempre yo terminaba en el suelo, sin embargo en esta ocasión use la posición que me había mostrado Halim contra el viento de la tormenta y no caí. Gómez quedó sorprendido y antes de que fuera a soltar el primer golpe, exclamé: —¡Espera, espera! En esta ocasión no me resistiré. Toma, te entrego todo lo que traigo, sólo quiero estar de tu lado para ya no recibir más palizas. Gómez quedó extrañado pero no pronunció palabra, dio media vuelta y siguió cortando leña. Yo esperé ahí mismo. Ya había pasado un día entero viendo una mísera flor, qué más daba esperar un par de horas a este bobo. Tiempo más tarde, al ver que no me movía de ese lugar, se acercó y me preguntó con una voz de desconfianza: —¿Qué diablos es lo que quieres? —Ya te lo dije, sólo quiero estar de tu lado para que los demás me respeten, si gustas puedo comenzar ayudándote cortando leña. Con cierto aire de incertidumbre y de mala gana, el gordo aceptó. Al fin había dado ya el primer paso. Ese mismo día, ya casi por la noche, regresé a la casa de Halim para contarle que el inicio de nuestro plan había sido todo un éxito. —Excelente —respondió—, no deberemos levantar sospechas. Regresarás a tu casa pero todos los días, después de clases, deberás ir a la casa de ese muchacho, platicar sobre sus problemas, sus gustos, miedos y esas cosas. Y dos semanas después regresas conmigo. 100 • Samuel A. Machuca


Perfecto —dije ansioso porque llegara el día. Al transcurrir de los días sucedió algo inesperado: una extraña sensación de amistad fue naciendo entre plática y plática con Gómez. Al contarme sus problemas fui comprendiendo cada vez más su comportamiento, sin embargo, de alguna manera, al confesarse conmigo también su carácter fue cambiando y poco a poco dejaba de ser el odioso abusador de la escuela. Ahora sólo esperaba mi llegada a su casa para compartir sueños, juegos e ideas que nunca había dicho a los demás. Por fin llegó el día pactado por Halim. Fui a su casa como lo habíamos acordado. Como era costumbre, me recibió con un abrazo y me invitó a su mesa a comer de su cosecha. Al terminar no pudo aguantar más y me preguntó: —¿Y bien? ¿Te has ganado la confianza de Gómez? ¿Estás listo para el golpe final? Yo no sabía qué decir, Gómez y yo éramos ya los mejores amigos. —Uhm, Halim, agradezco mucho tu ayuda y tus consejos pero… ya no quiero seguir con esto —le dije muy apenado. —¿Cómo dices? ¿Pero qué pasó con ese odio, esas ganas de hacer justicia que tanto tenías? ¿Todo este tiempo planeando y trabajando para que en última instancia tú decidas renunciar? Yo estaba muy avergonzado porque era cierto. Habíamos trabajado mucho en esto y con justa razón tenía motivos para estar molesto. Gazapos • 101


—¿Es tu última palabra? —me preguntó alzando la voz. Yo lo miré de frente a los ojos y respondí calladamente: —Si señor. El semblante de Halim cambió en un instante. De hecho me recordó a mi padre, amable y comprensivo. Me miró unos momentos y me habló con una voz suave. —Eso es, mi muchacho. ¿Sabes? Tu padre y yo no siempre fuimos los mejores amigos. Por cierto, aún no he olvidado la vez en la que él intentaba acercarse a mí con la misma intención y sentimiento de odio, con la que tú llegaste a mi casa el primer día. Pero con el tiempo, juntos descubrimos que uno destruye a sus enemigos al convertirlos en sus amigos. Ahora ve y disfruta de ese valioso triunfo que es la amistad.

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El increíble viaje de Benji Estamos en mitad de la noche y mi mamá me trae de su mano. Mientras pasamos por las calles del pueblo, los perros ladran y alguno que otro vecino prende la luz y se asoma por su ventana para saber qué ocurre. Nos dirigimos apresurados hacia la casa de Rafa. Mi mamá camina muy de prisa, casi me lleva arrastrando: —¡Camina más rápido Benji, tenemos que llegar lo más pronto posible! —me dijo mi mamá muy angustiada. —Mamá, voy lo más rápido que puedo —le respondí. En cuanto llegamos, mi mamá tocó la puerta desesperadamente. —¡Doña Mary, doña Mary! —gritó—. Abra, por favor. La señora Mary abrió la puerta y salió con los ojos entrecerrados, todavía medio dormida. —Estela, ¿qué pasa, por qué tanto alboroto? Mi mamá entró a la casa de prisa y sin permiso. —¿No está mi Tommy con su hijo? —No, hoy no ha venido para acá, de hecho Rafa ya está dormido. ¿Qué pasó? —preguntó intrigada la señora Mary. 103


—No lo encuentro por ningún lugar. Ya pregunté con los vecinos y nadie lo ha visto por el pueblo en todo el día, y como Rafa es su mejor amigo supuse que quizá estaría con él. Mientras mi mamá conversaba con la señora Mary, me escabullí y fui al cuarto de Rafa sin que se percatarán. —¡Rafa, Rafa, despierta! ¿No sabes dónde puede estar Tommy? Rafa andaba un poco adormilado pero me reconoció y dijo en voz baja: —¿Qué? —Ya lo buscamos por todas partes y no aparece —insistí. —Entonces lo que dijo ese tonto era verdad: sí fue a buscarla. —¿A buscar qué? ¿A dónde? —le pregunté. —Hace tres días vimos caer una estrella fugaz en el bosque oscuro y dijo que iría a buscarla para regalársela a su mamá en su cumpleaños que será en dos días pero yo no le creí, aunque parece que sí se animó este loco. —¡Ay no! Tengo que decirle a mamá. —¡No! ¿Qué te pasa? Él ya tiene 15, sabe cuidarse solo y es un scout. Además arruinarías la sorpresa de tu mamá. Nosotros iremos por la mañana y lo buscaremos, ¿qué te parece? Así regresamos todos juntos y agarramos cura en el bosque. —¿Pero tú sabes cómo encontrarlo? —le pregunté. —Claro, aunque sea dos años menor que él, me ha enseñado todo lo que sabe sobre cómo sobrevivir en el bosque —me respondió muy seguro. 104 • Samuel A. Machuca


—Okey, ¿y cómo le hacemos para ir? —En la mañana, temprano, cuando salgas de tu casa para la escuela, te desvías y nos vemos en el camino de la entrada al bosque. Yo llevaré lo necesario para sobrevivir. Pero llegas, chaparro, si no estás ahí a las ocho en punto, yo me voy solo. —No me vayas a dejar..., yo también quiero ir. Sí voy a llegar —le respondí ansioso porque llegara la hora. Quedamos de acuerdo y regresé con mamá. Ella estaba llorando, sentada en la mesa con la señora Mary. Al verla así sentí ganas de decirle la verdad pero Rafa tenía razón, mañana será su cumpleaños y qué mejor sorpresa que llegar con mi hermano y traer esa estrella que él encontrará. Por fin salimos de la casa de Rafa por la madrugada. Mamá no pudo dormir esa noche. Sólo escuchaba sus rezos y lamentos, y yo atento al reloj para estar a tiempo con Rafa, como habíamos acordado. Siete de la mañana y yo casi listo para el encuentro. Mi mamá me miró de una manera extraña por mi comportamiento pero creo que por la preocupación acerca de Tommy, no le tomó importancia. Solo me dijo: —Mi’jito, tú vete a la escuela, yo me encargaré de buscar a tu hermano hasta encontrarlo. En caso de que sepas algo de él, te regresas a la casa y me lo dices. —Claro, ‘má. Le dije mientras me despedía con el beso de todos los días. Al salir de mi casa, tomé el camino de siempre a la escuela, mientras mi mamá me miraba por la ven105


tana, pero cuando me perdió de vista, corrí y me dirigí de prisa para encontrarme con Rafa. Como era de esperarse, ya estaba ahí, sabía que podía confiar en él, por algo es el mejor amigo de mi hermano. Cuando nos encontramos, también a él le dio gusto verme: —Sabía que vendrías, chaparro, verás que encontraremos a tu carnal. ¿Qué trajiste de provisiones? —¿De provi-qué? —Pro-vi-sio-nes, lo que trajiste para poder sobrevivir en el bosque. ¿Qué no te enseñó nada tu hermano? —me preguntó impaciente. —Pues nomás traigo mi lonche, los libros, unos lápices, unas tijeras y mis vitaminas. —¿Es todo? No manches, yo traje una cuerda, una lámpara, encendedor, navaja y otras cosas que nos pueden ser útiles. Pero bueno, ya qué..., vámonos —y sin decir más, comenzamos nuestra búsqueda. Comenzamos a caminar por una vereda que cada vez se hacía más estrecha. Las plantas eran cada vez más grandes, igual que los árboles. Las huellas del camino se iban borrando, el zacate cada vez tapaba más y más la tierra, hasta que llegamos a un listón amarillo que el policía del pueblo había colocado para que nadie lo cruzara porque era peligroso, al menos eso me dijo mi mamá una vez que pasamos por aquí. Rafa comentó que en este viaje no habría reglas y que tendríamos que violar todas las que nos impidieran poder encontrar a Tommy. 106 • Samuel A. Machuca


Cruzamos el listón y seguimos adelante. Mientras caminábamos, Rafa me iba contando historias, chistes y algunas cosas que pasaron él y mi hermano juntos. Ya habían pasado tres horas y le dije a Rafa que paráramos un momento para descansar y comer algo. —Enano, no te pases, esto no es un juego. Si queremos encontrar a tu hermano tenemos que apurarnos; pero pues, ya qué..., come rápido para seguirle —me dijo, un poco molesto. Saqué mi lonche y mi agua, y cuando comencé a comer, por las conversaciones de Rafa, había estado muy distraído, estábamos ya dentro del bosque. Los árboles estaban altísimos y tapaban gran parte de la luz del sol. Apenas eran las once de la mañana pero parecían las siete de la tarde. Se escuchaban los sonidos de muchos animales, pájaros, ranas, grillos, cuervos, águilas y otros ruidos raros que no conocía. Rafa fue a llenar su bote de agua en un río que se escuchaba cerca de ahí. Mientras yo comía y volteaba de un lado a otro para ver si veía a mí hermano por algún lugar. Por fin regresó Rafa, me dijo que para continuar tendríamos que cruzar el río pero que la corriente estaba muy fuerte, por lo que tendría que cargarme en su espalda para poder cruzar. Íbamos a mitad del río, cuando Rafa se tropezó y los dos caímos. La corriente comenzó a arrastrarme y me dio mucho miedo. Comencé a gritar asustado: —¡Rafa, ayúdame, no me sueltes! Gazapos • 107


—¡No te sueltes, enano, falta poco para llegar a la orilla! —me dijo para tranquilizarme pero yo no alcanzaba el suelo, además de que algunas cosas y animales iban tocando mis pies por debajo del agua. Rafa me sostuvo por unos minutos pero no pudo soportar más y tuvo que soltarme. La corriente me arrastró y me hundí un par de veces pero, como pude levanté mi mano y quedé atrapado en las ramas de un árbol que estaba cerca de la orilla. Rafa sabía nadar y pudo salir, después fue corriendo a donde yo estaba atrapado, usó su cuerda para amarrarme y después con su navaja cortó la rama y pudo liberarme de ahí, aunque tuve que dejar ir mi mochila con mis cosas porque estaba enredado con ella. Los dos terminamos muy cansados. Rafa me cargó hasta un claro que estaba retirado del río, los dos nos tiramos en el suelo para secarnos y aprovechando para que se nos pasara el susto. Sin pensarlo, se pasó el tiempo y nos quedamos dormidos. Despertamos unas horas después, ya casi no llegaba la luz del sol y parecía que se fuera a hacer pronto de noche. Comenzaban a oirse muchos ruidos. Yo los escuchaba a veces desde mi casa pero aquí parecía que estuvieran a un lado de mí. Búhos, ranas, lobos, coyotes, serpientes, aleteos de insectos. Era demasiado ruido. Yo veía que Rafa comenzaba a preocuparse, y después de un rato de haberse quedado callado. —¿Sabes qué, chaparro? —me dijo— Nomás que amanezca, nos regresamos, aquí no es seguro. —Pero, ¿y mi hermano?, ¡tenemos que encontrar a Tommy, tú dijiste que sabías donde estaba! 108 • Samuel A. Machuca


Además ya estamos muy lejos, no podemos regresarnos —le respondí enojado. —Mira como estamos: casi nos ahogamos en el río, perdiste tus cosas, muchas cosas mías también se las llevó el río y ya no tenemos comida. Antes de que se oculte el sol por completo tendremos que buscar algo para comer. Además nuestras mamás han de estar ya muy preocupadas por nosotros. —¡Pues no quiero! Yo no me regreso sin mi hermano. —Está bien, está bien, busquemos algo de comida y ya en la mañana veremos qué hacer. Tú no te alejes mucho y no levantes piedras, puede haber animales peligrosos. Sólo checa si hay frutas en las ramas de aquellos arbustos, yo voy a buscar algo por el otro lado. Me acerqué a diferentes arbustos y árboles para buscar algún fruto. En algunos era fácil llegar pero otros se me dificultaban bastante y para acabarla no tenían nada. Al fin llegué a uno árbol muy bonito, tenía frutos oscuros, creo que eran moras, las conocía porque en la escuela había un árbol que se le parecía mucho. Sus ramas estaban muy altas, habría que trepar para alcanzarlas pero el tronco estaba lleno de caracoles, y otros insectos, además de savia en todas partes. Decidí escalarlo. Sin querer iba pisando sobre gusanos, orugas y otros bichos pegados en la savia del árbol. Subí poco a poco hasta llegar a las primeras ramas. Estaban cubiertas de follaje, así que estiré mi brazo entre las hojas para ver si podía agarrar algo pero lo que conseguí fue sólo el piquete de Gazapos • 109


un insecto que estaba entre las hojas y que me hizo resbalar hasta el suelo. Rafa venía de regreso y me alcanzó a ver cuándo resbalaba. Corrió de prisa, me levantó y me ayudó a tranquilizarme del susto de la caída. Al verme todo pegajoso y lleno de savia, me llevó al río para lavarme y comenzar a comer algo de los frutos que había conseguido. Para nuestra suerte, encontramos también algunos pececitos en la orilla del río que Rafa pudo atrapar. Yo no quería matarlos pero Rafa dijo que sería necesario para poder sobrevivir. Prendimos una fogata con un encendedor que traía Rafa y comimos frutas y pescaditos. De repente todo se mantuvo muy callado, los dos nos quedamos pensativos por un momento, hasta que le pregunté: —Oye, Rafa, y ya que estamos aquí, ¿hasta dónde vamos a ir? ¿Por dónde cayó la estrella? —Todavía estamos lejos, enano, checa: ¿ves las rocas que están allá arriba, en aquella montaña? Pues hasta allá la vimos caer, y conociendo a Tommy, estoy seguro que ha de andar por allá. —me respondió. Seguimos platicando y Rafa me seguía contando las aventuras que habían pasado él y mi hermano cuando yo era todavía muy pequeño. Comencé a sentirme muy cansado, creo que era por todo lo que habíamos pasado, además de que las vitaminas que me daba mi mamá se las había llevado el río, junto con mi mochila. Rafa me miró y me cubrió con una rama de palma. 110 • Samuel A. Machuca


Apenas cerraba mis ojos cuando, de entre la maleza, salió una persona que se me acercaba poco a poco. No alcanzaba a distinguirlo, pero mientras más se acercaba más raro se veía. Volteé para avisarle a Rafa, pero ya no estaba, se había ido. Yo estaba solo, debajo de la rama de palma y entre las hojas pude verlo cada vez más cerca. Estaba muerto de miedo pero trataba de no hacer ningún ruido para que no pudiera escucharme. Estaba ya a unos pasos, pude verlo, su piel era muy blanca, como la piel de Toñito cuando le cayó el agua hirviendo. Medía casi el doble que una persona normal. Su cabello le tapaba parte de la cara pero cuando volteó vi que no tenía ojos ni nariz, sólo tenía los orificios; a sus manos le faltaban dedos y caminaba de una forma muy rara. De repente su cara se quedó quieta y giró a donde yo estaba. En un instante, los orificios de sus ojos se hicieron más grandes y corrió a donde yo estaba escondido, quitó la rama y comenzó a golpear mi pecho, yo gritaba: ¡Rafa!, ¡Tommy!, ¡mamá!, ¡alguien ayúdeme! No podía moverme del terror que sentía al tener a ese ser extraño sobre mí. Mi cuerpo no me respondía, sentía que me ahogaba con los golpes que estaba recibiendo, era un pánico que no puedo describir. Mi hermano me había enseñado a no tener miedo, pero aquí no había nada que hacer, mi mente solo pensaba, ¿y ahora qué?, ¿me va a cortar un pie?, ¿una mano?, ¿o me va a matar a mordidas? Volvió a quedarse quieto y volteó a todos lados para ver si nadie lo observaba. Cuando vio que mi Gazapos • 111


cuerpo ya no se movía, me arrastró hasta una cueva oscura y me tapó con unas ramas gigantescas, después de un rato se fue corriendo. Nunca antes había sentido tanto miedo. Estoy en shock, y temblando. Tengo miedo de moverme, de voltear a cualquier parte y verlo de nuevo. ¿Qué estoy haciendo aquí?, ¿por qué Rafa me abandonó? No quiero llorar pero mis lágrimas no dejan de salir. Mamá, mami, ven por mí, ya no quiero estar aquí, quiero escucharte y que me abraces. Ya no voy a desobedecerte, de verdad, haré todo lo que me digas, pero no me dejes aquí solito. Quiero verte, por favor. Como quisiera que pudieras escucharme. Y llorando entre sollozos, de nuevo me quedé dormido. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando desperté ya podía ver luz fuera de la cueva. Me asomé con cuidado de no ser visto por nadie, pero algo no andaba bien, las cosas no eran normales. Estaba en un lugar extraño. Cuando al fin decidí salir de la cueva, me encontré con una manada de caballos gigantes, pero no era sólo su tamaño los que los hacía raros, eran rojos y tenían seis patas, además de tener una cara redonda y un hocico muy extraño en el que llevaban extremidades de otros animales a los que se notaba, que habían mutilado. Y no sólo eso, también, de repente alcanzaba a ver en el cielo, águilas de alas redondas transparentes. Me sentía en un mundo desconocido. Rafa ya no estaba y yo lo único que quería era encontrar a mi hermano y regresar de nuevo con 112 • Samuel A. Machuca


mamá, así que decidí continuar y seguir el camino en dirección a la montaña que me había señalado Rafa, aunque sabía que el camino sería demasiado largo y difícil. Miré alrededor pero sólo veía un campo con hierba muy alta, que no me dejaba ver más allá del camino. Me quedé quieto un momento pensando cómo era que había llegado ahí, cuando de repente me asustó un lagarto gigante, sí, era como un dinosaurio de los que salen en mis libros de ciencias naturales. Se movía muy rápido y comenzó a comerse los caballos sin que éstos pudieran hacer nada. De inmediato todos empezaron a correr como locos para todas partes pero el lagarto era muy veloz y los alcanzaba agachando su cabeza y triturando con los dientes cualquier caballo que atrapaba. Un grupo de caballos corrió cerca de mí y pude montar uno. Nunca imaginé que se dirigían al lagarto para atacarlo. Unos mordían sus patas, otros su cola. En el que yo iba, subió hasta su espalda y junto con otros más, comenzaron a morderlo. Cuando menos pensé, había una manada de caballos mordiendo todo el cuerpo del lagarto y éste empezó a sacudirse, tratando de quitárselos de encima, pero al ver que eran demasiados, comenzó a correr tan rápido que yo apenas pude sujetarme de una de sus escamas, quería levantar mi cabeza pero el lagarto seguía corriendo a toda velocidad. Yo ya no tenía fuerza para seguir agarrado pero sabía que si me soltaba, moriría en la caída. Por fin se detuvo por un momento y aproveché para aventarme y Gazapos • 113


ocultarme en un montón de hierba que estaba cerca, para no ser visto. Después de un rato, el lagarto se fue y vi el motivo por el que se detuvo. Un río grandísimo estaba delante de nosotros, su corriente era muy fuerte y se escuchaba que no muy lejos había una cascada. Miré con atención y vi que el río descendía de la montaña. Sólo sería cuestión de seguirlo por la orilla y así podría llegar al lugar donde quizá se encuentre mi hermano. Sin pensarlo dos veces, comencé a caminar, pero viendo que pronto se haría tarde, corrí apresuradamente. Mientras corría, vi que del río saltaban sirenas y tritones sus colores eran tornasol y saltaban en parejas, unos detrás de otros, como si supieran hacia dónde me dirigía. De pronto uno de ellos se acercó a la orilla y se me quedó viendo con un mirada fija. Es raro pero sin decir una palabra, entendía lo que trataba de decirme, es como si pudiera comunicarse con la mente. Su nombre era Ares. Y dentro de mi cabeza escuché: —¿Acaso no sabes que este lugar está prohibido para los humanos? —Perdón, señor, pero estoy buscando a mi hermano que está perdido en la montaña. Ya con este serán tres días que no lo veo. Vino en busca de una estrella fugaz que cayó precisamente en esa misma dirección —le dije con mi pensamiento. —Es preciso llegar antes que él. Nosotros llegamos en esa estrella. Gracias a ella han nacido todas estas criaturas provenientes de un mundo lejano, 114 • Samuel A. Machuca


con el propósito de encontrar un lugar apto para establecernos y prevalecer nuestra supervivencia, pero si un ser pensante con las capacidades tan limitadas de dominio emocional propio, como lo es el ser dominante de este planeta, llega a tocar la estrella, su misma ambición de poder acabará por destruir lo que apenas está naciendo. No entendí gran cosa pero le dije que lo que yo quería era encontrar a mi hermano y de inmediato regresaríamos a casa. Viéndome con esa mirada de compasión, como la que a veces me hace mamá, me invitó subir a su espalda y dijo que me llevaría al Piamonte de la montaña. Atravesamos muchos obstáculos porque navegábamos en contra de la corriente, además de que ya comenzaba a atardecer y yo no quería pasar otra noche en ese lugar. Por fin llegamos. Ares me explicó que debía subir a la cima de la montaña ya que ahí era donde había caído la estrella, y si Tommy seguía con vida, seguramente estaba cerca de ahí. También me advirtió de los peligros que podía encontrar acerca de las nuevas criaturas que se estaban desarrollando en los alrededores. Era tarde, casi se ocultaba el sol, pero comencé a ascender la montaña. Es una suerte que hubiera muchas rocas enormes en el camino, ya que me ayudaban a ocultarme de criaturas gigantescas y extrañas que ahí aparecían. Mientras subía, un ser que parecía un elefante sin trompa fue atacado por un gigante. Su cuerpo era verde con cara de hombre Gazapos • 115


pero muy flaco y alto, como el tronco de un árbol, sus brazos eran largos y en lugar de manos tenía sierras filosas con las que partió y devoró a su presa. Y mientras él comía, yo aproveché para continuar mi camino. Llegando casi a la mitad de la montaña, comencé a sentirme muy extraño. A partir de ahí, mientras más subía mi cuerpo se iba haciendo más débil y sentía que me faltaba el aire. Estaba a punto de regresar cuando, de repente vi un zapato. ¡Era de Tommy! Qué bien, por fin lo encontraría y estaríamos juntos de nuevo. Esto me dio mucho ánimo para seguir adelante aunque ya mis fuerzas me estaban abandonando. Me estoy asfixiando, casi no puedo res... pirar, pero ya falta muy poco, cuando Tommy me vea, seguramente sabrá que hacer para ayudarme y juntos regresaremos con mamá. Por fin, es..toy en la ci..ma, casi no puedo dis... tin... guir lo que veo, es la silueta de una persona, ¡Sí... es él!, es mi hermano, por fin te encontré her... ma... ni... to..., sabía que estarías aquí... —¡Aquí está! ¡Lo encontramos! —¿Q... u... é...? —¡Benji!, ¡Hijo!, ¡Mi hijto!, ¡No puede ser! —Señora, por favor, permita que los médicos hagan la valoración de la situación. —¿Pero qué le pasó? ¿Por qué no se mueve? —Precisamente es en lo que se está trabajando, los médicos necesitan inspeccionar el área para saber qué fue lo que ocurrió. 116 • Samuel A. Machuca


—Pero ya su amigo Rafa les explicó que comenzó a convulsionar y que trató de hacerlo reaccionar dándole golpes en su pecho, y como no pudo hacerlo volver, lo escondió en ese rincón ocultándolo con esas ramas. ¿Qué más ocupan saber? —Señor, informando el diagnóstico del pequeño. Sus signos vitales son muy débiles, se está haciendo lo posible por recuperarlo pero… lo siento, no le damos muchas esperanzas de sobrevivir. De igual forma necesitamos más información del niño, ya que lo que encontramos no parece ser la causa del suceso. Lo único que podemos reportar es que se encontraba tirado, de lado con vista en dirección del río y próximo a él, insectos como hormigas, huellas de algún tipo de pequeño reptil, mantis, entre otros bichos inofensivos. —Señora, ¿nos puede proporcionar más datos acerca de su hijo? Es vital para poderlo hacer reaccionar. —Su nombre es Benjamín, mi Benji, tiene diez años de edad y sufre de esquizofrenia. Yo le daba unas pastillas que le hacía creer que eran vitaminas, pero en realidad era un medicamento controlado para sus alucinaciones. —Señor, tenemos el resultado de la prueba toxicológica exprés realizada al niño. El resultado fue una picadura de gusano Lonomia obliqua. Este insecto contiene una toxina que paraliza a su víctima, quien después, poco a poco muere por asfixia. —¡Noooo! ¡Mi niño no! Primero Tommy y ahora mi Benji. Gazapos • 117


—Señor, acerca de la muerte del niño Tommy, a pesar de haber encontrado su cuerpo, todavía no encontramos de qué elemento están hechos los restos que encontramos en sus manos. —Her... ma... ni... to..., entonces sí encontraste la estrella... sabía que lo harías... por mi parte, aunque esto no haya sido real... fue el viaje más increíble de toda mi vida...

118 • Samuel A. Machuca


Montserrat RodrĂ­guez


Montserrat Rodríguez Ruelas (Tijuana, 5 de febrero de 1993). En 2013 cursó el Diplomado en Creación Literaria en la Casa de Estudios de Posgrado Sor Juana. Posteriormente egresa de la Licenciatura en Educación Primaria por la Normal Fronteriza Tijuana, ejerciendo dicha profesión desde 2015. Actualmente cursa la Maestría en Práctica Docente e Integración Cultural en la Universidad Pedagógica Nacional (Unidad 022 Tijuana). Cabe mencionar que pertenece al confiable grupo de personas que toma su café negro.


Las ciudades Este es un tiempo lejano. No se sabe si corre hacia delante o hacia atrás. No se sabe si nos persigue o si huye de nosotros. Es bueno que esté lejos, que permanezca distante. Compadezco a aquellos que lo vivieron y temo por los que lo vivirán… también temo por nosotros. ¿Venimos de allá? ¿A dónde nos dirigimos? Todos tenemos un poco de todos y esta historia es sobre ellos. Una Ciudad es la copia de otra. A su vez, ésta es la copia de otra y ésta de otra. Así, infinitamente hasta alcanzar la perfección. Se extienden por el camino, condicionadas por su historia. Lo difícil no es imaginar poblaciones marcadas por el mismo dedo, dirigidas hacia el mismo lugar: adiestradas por El Discurso. Lo difícil es (o será) la monotonía. La asfixiante repetición del convencimiento, el punzante esfuerzo de ver sólo lo iluminado. Nadie sabía que tanto bienestar podía resultar tóxico. Entonces, comenzaron las cacerías. Era como si sus cuerpos necesitaran de la carne para proclamarse como una: en cada trozo saboreaban sus pecados para sentirse vivos. Masticaban su desencanto, engullían su 121


aburrimiento hasta llegar al clímax para limpiarse las comisuras de la boca y regresar. Ahora no solo eran Las Ciudades y El Discurso, ahora también era la boca. Todos los días el mismo ritual: saludaban a los vecinos cuando salían rumbo al trabajo; por las tardes procuraban ingerir una insípida ensalada y cuando era momento de sacar a pasear al perro, realizaban un terrible esfuerzo de no matarlo ahí mismo y llevárselo a la mesa. Finalmente, por la noche, todos se despedían rumbo a la cama simulando bostezos y cuentos de dormir. Pero en la madrugada, todo era diferente: volvían a ver al vecino que se topaban rumbo al trabajo pero ahora ya no se saludaban, se le esquivaba nerviosamente hasta desaparecer hacía los bosques lo más rápido posible. Los más jóvenes cazaban por obediencia, los más viejos por tradición. Ambos, al encontrarse en mayor desventaja, se enfocaban en los animales pequeños: conejos, ardillas, una que otra rata. Con los adultos ocurría lo brutal: su frenesí les orillaba a recolectar las piezas más grandes o bizarras, dignas de un descubrimiento arqueológico. Estaban tan absortos, disfrutando del placer clandestino, que no se dieron cuenta, sino hasta una de esas veces en que salieron a cazar de madrugada, que no quedaba rastro de ningún animal. En el día, Las ciudades y El Discurso permanecieron, pero al ponerse el sol reinaba otra cosa: un olor putrefacto. Desesperados, unidos por la psicosis misma, los poblados organizaron juntas. Esta vez sí se veían a la cara. Esta vez, Las Ciudades hablaban. 122 • Montserrat Rodríguez


Entonces… una idea: preocupada por el apetito de sus hijos se presentó una Madre Abnegada. Entregándose por su voluntad se somete a El Procedimiento. Entra a la habitación que le indican. Al salir, en su lugar, se observa a un ser con plumas, pico… garras. Esa noche comienza el exterminio. No hubo preguntas. Los hombres, por su cuenta, llegaron a la conclusión de que la carne de ellas era la que necesitaban, la más apetitosa, convirtiéndolas una por una. Esta vez los más jóvenes no comprendían y los más viejos lo hacían por obediencia. Las reducían a animales preciosos… comestibles. Cuando las Madres Abnegadas se extinguieron, siguieron las jóvenes, las ancianas… las niñas. De estas últimas se cuenta que hubo algunas que lograron escapar: convertidas se internaron en los bosques, se escondían en lo más profundo para tratar de morir solas. Pero las cacerías no esperaron: Las Ciudades, El Discurso, los hombres. Cuando el último animal fue producido y quebrantado, reinó el silencio. Otro tipo de culpa. Otra necesidad. Uno de ellos, padre… esposo, ahora recordaba que había tenido una familia. Su hijo y él estaban marcados por el recuerdo de un ciervo sobre la mesa con los mismos ojos de su mujer. Recordaba los ruegos del niño, el llanto frente al plato de carne fresca. Desvariaba. Había perdido la cuenta. Extrañaba. Una madrugada, tomando la ropa de su esposa, se vistió. Puso la canción favorita de ella y comenzó a bailar. Entrecerraba los ojos, alzaba los brazos como sosteniendo un cuerpo que no era el de él. Un Gazapos • 123


cuerpo que pesaba mucho. Esperanzado, su hijo interrumpió la escena. Busca la cara de su madre en ese cuerpo corpulento pero se detiene a la mitad, horrorizado. Ver a su padre en ese estado había sido mucho peor que verle cocinar a su madre. O tal vez, él también sentía que estaba perdiendo la cordura. Por eso corre. Huye. Se esconde. El hombre, después de unos segundos de lucidez, continúa con el vals. Lloraba y bailaba en la sala. De espaldas a la ventana no se percata que alguien más lo observa. Otro hombre, que a su vez, ve a una mujer en camisón, dando vueltas. Esta vez no llegó la lucidez, ni la culpa, sólo la carne. Estaba listo. ¿En qué animal se convertiría? Primero tendría que atraparlo. Entró abalanzándose sobre ella. Sin importarle sus rasgos masculinos o la anatomía de su sexo, se la lleva. La convierte en alimento. Nuevamente se genera un exterminio, pero de otra naturaleza. Los hombres comenzaron a buscar a esas mujeres que habían llegado para salvarlos. Para saciarlos tal como lo recordaban. Sin embargo, era una especie distinta. Se parecían mucho más a los vecinos que con mayor frecuencia desaparecían cada mañana. Todo se volvió diferente. Se destruyeron unos a otros. Inundados por la locura, acabaron con Las Ciudades y El Discurso. No se sabe si venimos de ellos o si vamos hacia allá. Lo único que se supo es que en lo más profundo del bosque, se creyó ver algo: un niño y una liebre. Escondidos. Esperando… deseando que la madrugada llegue a su fin. 124 • Montserrat Rodríguez


Jueves por $50 hasta las cinco de la mañana

12:15 p.m. —Estoy parada frente a mi casa. Me doy un momento para observar la oscuridad. Ahí puedo escucharlo todo: el mofle de un carro yéndose de paso; el ladrido distante de un perro en el balcón; el silencio artificial del poste de luz; yo, latiendo con fuerza... —¿Latiendo con fuerza? —…como cuando las sienes están a punto de reventarse del esfuerzo. —Si estar parada ahí, representa un gran sacrificio. ¿Por qué no entrar a la casa? Chingada madre. Si dejara de interrumpirme ya estaría dentro de la casa. —Pues porque me gusta escuchar los sonidos de la calle. ¿Qué tanto escribirá en su cuaderno? Consulta no. 15. Nombre: Marla Miramonte. Edad: veinticuatro. Profesión: No tomar decisiones propias. Especialidad: Preocuparse del qué dirán. Actualmente 125


cursa un diplomado en cómo complacer a sus padres. Los viernes acude a una clase nocturna de autocontrol. —Continúa. —¿Qué le estaba diciendo? Ah, sí… latiendo con fuerza. Pienso que es momento de entrar: mientras abro la puerta principal, con el cuidado de quien conoce las “qué son estas de llegar”, me detengo. Volteo por última vez al exterior, despidiéndome. Sé que una oscuridad diferente me encontrará ahí dentro. Trato de no perder el equilibrio: comienzo a quitarme los zapatos. Repaso rápidamente el mapa de muebles y me dispongo al destino: en la segunda planta, antes del cuarto de mis padres se encuentra el mío… —Marla, se ha terminado el tiempo. ¿Nos vemos la próxima semana? —Está bien, llamo para hacer la cita. —Recuerda respirar hondo: deja de complicarte, intenta entrar a la casa más rápido o simplemente, llega a tiempo. Pendejo. 3:17 p.m. —¿Bueno? —¿Cómo te fue? —No mames, Karla. —¿¡Qué!? —No sé si vuelva a ir, no me siento cómoda. —François es buen psicoanalista. 126 • Montserrat Rodríguez


—¡Claro! Lo dice la que terminó acostándose con él en su quinta sesión. Sabía que tu recomendación no era imparcial. —Mira, te pones así cada semana, necesitas relájate. ¿Qué vas a hacer hoy? —No puedo llegar tarde a la casa. —Ya sé, ya sé, sólo vamos por un café… ándale. —Bueno, te veo donde siempre, a las cinco. 5:02 p.m. Pinche Karla, siempre me hace lo mismo. 5:20 p.m. —¿Bueno? —Perdón, perdón, ya voy en camino estoy a unas cuadras te lo juro. —Apúrate. 5:40 p.m. Tal vez me vería bien con el cabello más corto. Si lo peino como la mesera creo que me quedaría igual… ¿Saqué la ropa de la secadora? Sí, estaba doblando esa camisa horrible que le gusta a mi hermano. ¿O eso fue ayer?... Mejor me dejo el cabello igual, tengo la cara muy cuadrada.

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6:00 p.m. —¿Le ofrezco algo de beber? —No gracias. Espero a mi amiga, está a unas cuadras. 6:12 p.m. —¡Hola! Perdón, perdón no pongas esa cara… te traje una sorpresa. —¿Qué hiciste, Karla? ¿Quién es ese güey? —Un amigo, es para que te relajes. Ahí viene, no seas grosera. —¿Marla, verdad? Mucho gusto, soy Damián. Hace mucho que Marla no salía con alguien. En realidad hace mucho tiempo que no se preocupaba por eso. Si no fuera porque Karla la arrastraba a hacer cosas seguiría muy ocupada con sus clases nocturnas y terapias psicoanalíticas. Y sobre todo, seguiría muy ocupada parándose frente a su casa, escuchando. Por todo esto o lo contrario, se puso nerviosa al ver a Damián. —Hola, mucho gusto. —¿Están listas? —¿Para qué? —Vamos a encontrarnos con el amigo de Damián en el centro. —Ah… Se me hacía rara tanta amabilidad —le susurra. —Jaja, oye, yo también me quiero divertir.

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9:20 p.m. —¿De dónde eres? Damián y Marla se encontraban en la última y más oscura mesa de un bar. Estaban sentados en un sillón que hace algunos años debió de haber sido rojo. De su color carcomido, emanaban frases como “El Luis es vieja” o “Marco y Sabrina x siempre. Junio del 2010”. Ahora estaban sentados en un sillón donde eran ellos el garabato de la escena, escribiéndose con alcohol: mezcla de tinta y mugre. —Soy de aquí. También Karla. Nos conocimos en el tercer semestre de la prepa cuando… ya, estás hablando mucho… ¿y tú? —Yo vengo de todos lados y de ninguno. Soy eso a lo que le llaman el hijo de las circunstancias… Ay, no seas mamón. —Por eso me metí a estudiar odontología: sentí el llamado, ¿sabes cómo? ¿De dónde saca Karla a tanto pendejo? Nomás con verle la camisa desabotonada dan ganas de vomitar… Ya van a ser las diez. Mejor me voy, no vaya a ponerse peor. Damián tiene dos segundos de lucidez. En el primero ve a Marla aburrida; en el segundo se ve a sí mismo y desde arriba intenta escupirle a su fracaso. Cuando estuvo a punto de aventar el proyectil existencial, lo detiene un tercer segundo: inercia, el recorrido de su mano en busca de la rodilla de ella.

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10:56 p.m. Marla frente al espejo. Cuando salgas del baño te despides de Karla y te vas. No más alcohol. No más fricción bajo la mesa. Y te prohíbo volver a besar al pseudohijo de las circunstancias. ¿Dónde quedaron tus principios? Se decía todo esto mientras se arreglaba el cabello y rellenaba su brasier con papel higiénico. Una preparación extrañamente meticulosa para ir a pronunciarle al hijo de las circunstancias una áspera y satisfactoria sílaba: no (la reivindicación de su comportamiento de hace rato). —¿Todo bien? —Sí, es que había mucha fila para entrar al baño… ¿Has visto a Karla? —La vi bailando con Orlando hace rato. ¿Quieres ir? —Sí pero sólo a despedirme, ya me tengo que ir. —¿Tan pronto? Un bailecito aunque sea. Acuérdate, una sílaba: no. —Lo que pasa es que tengo que llegar antes de las doce. —Mira, no los interrumpas. Hay que bailar esta canción y cuando acabe te despides. En medio de la pista Orlando y Karla se lucían. Igualmente atractivos: tomaban y bailaban sin perder contacto visual. —Bueno, pero sólo ésta. De nada había servido el sermón en el baño. Marla estaba comenzando a relajarse (otra vez). Es130 • Montserrat Rodríguez


cuchaba nuevamente los versos que Damián le susurraba al oído, lo peor del caso es que estaban teniendo sentido. Bueno, hasta que Damián cometió el error de deslizar un mamacita debajo de su lengua. A ella se le dilataron las pupilas. No. ¿Mamacita? Asco. —Karla, ya me voy. —Quédate otro ratito, apenas te estabas divirtiendo. —Te hablo mañana, cuídate. 11: 42 p.m. Mamacita. Esta palabra hacía más eco que sus pisadas en la calle. Solitaria. Oscura. Enfurecida caminaba sin sentir frío. Le falta una cuadra para llegar al estacionamiento. 11:54 p.m. —Un Honda gris, por favor. —Buenas noches. Fíjese que hoy nomás me pude echar una tortilla con consomé. Es del que regalan en la birria de abajo. La verdad, no está buena, pero como decía mi padre: pa’l hambre cualquier cosa. Nooombre, estos días sí que son pesados. El hambre y el frío no ayudan… Marla observa al hombre. El monólogo ya no se escucha. Entre la noche tan sólo se distingue su Gazapos • 131


prolongada gesticulación, el movimiento de manos claramente excesivo. Ella entrecierra los ojos para enfocarse en sus facciones. Nunca ha sido muy buena recordando caras o nombres. No tiene pinta de trabajar aquí. Efectivamente. No puede asegurar si fue él quien le entregó su boleto en un principio. ¡El boleto! Me acuerdo que lo metí en la cartera, atrás de mi licencia. Chingada madre, siempre lo pongo ahí. ¿Dónde está? ¿Y si se me cayó? Pero casi no saqué la cartera en el bar… ¿O habrá sido cuando venía para acá? —… ahora con la limpieza de la ciudad pos los placas andan como perros. Nomás quieren su aguinaldo, pero de dónde va a sacar uno si no tiene ni en que caerse muerto. Como mi amigo el Chino, ayer lo encontramos en el callejón de atrás. Ni logramos hacerle su funeral: entre cuatro fuimos con uno que hace trabajitos allá por… mejor no le digo, no vaya a ser… pero como pudo y donde pudo lo sepultó, Dios lo tenga en su Santa Gloria… Ya van a ser las doce y este señor… con razón está tan barato el estacionamiento. Con que me suba al carro ya la armé, si me piden el boleto me pongo a llorar o algo… ya no aguanto estar aquí. —… el Señor a veces pone muchas pruebas, y uno se siente solo pero… ¡Mire, ahí va la Chatita! Pensé que me la habían envenenado, con lo malo que son las gentes por estos rumbos… ven Chatita, ven: psspsspsspss. Marla aprovecha que el hombre se va a importunar a la perrita. Un animal persiguiendo a otro. 132 • Montserrat Rodríguez


Ojalá que la Chatita no se deje agarrar. Comienza a buscar su Honda gris. Se mete entre los carros acomodados en dos, tres y hasta cuatro filas. Busca. Nada. ¿Qué pedo? No está mi carro. Se siente mareada. Le toma unos momentos. Recuerda. Cuando fue al baño dejó la bolsa con Damián. No puede ser. No puede ser. Echa otra mirada al estacionamiento público. Si mi boleto no está y mis llaves tampoco… su puta madre, su puta madre. 12:15 a.m. —¿¡Bueno!? La música del lugar sale disparada a través del celular. —Güey. —¿Estás bien, te regañaron en tu casa? Orlando se escucha gritar a lo lejos. Le dice a Karla que deje el celular. Quiere seguir bailando. —No he llegado a mi casa. Pásame a Damián. —No está. Se fue hace rato. ¿Qué pasa, Marla? Me estás asustando. —Se robaron mi carro, güey. Más bien, el pendejo de Damián se lo llevó. —¿¡Qué!? —Pásame a Orlando. Más música estridente. —¿Bueno? Gazapos • 133


—Orlando, necesito encontrar a Damián. ¿Te dijo a dónde se fue? —Jaja, así que sí te gustó mi amigo. —Escúchame, pendejo. No estoy de humor: tu amiguito se robó mi carro. —Pero Damián… —¿Tienes alguna idea de dónde pueda estar? —Cuando es muy tarde le gusta ir a un bar… —¿¡Cómo se llama!? —Creo que le dicen… “El Averno” —Dile a Karla que los veo allá. 12:40 a.m. El Averno es uno de esos lugares sacados de la mente de un puberto que desea nunca recoger su cuarto. Es un bar sucio y aún más oscuro, donde el humo del cigarro clandestino se hace denso y las mesas de billar hacen de campanas para marcar las horas. —Ustedes váyanse por allá y yo por acá. Entre más rápido mejor, nos vemos en la puerta en… —Güey, no voltees, es Alfonso. ¿Alfonso? La sangre se le va a los pies. ¿Alfonso? El nombre le da nauseas. ¿Qué hago? ¿Me voy? Pero necesito encontrar a este cabrón. Aunque… Alfonso también es un cabrón. De los que despiertan con fiebre y se van al doctor pero nunca regresan con la receta sino con un “no eres tú, soy yo”. —¡A la chingada! No me voy a esconder de él. —¿Qué? 134 • Montserrat Rodríguez


—Nada, lo que me interesa es encontrar al otro cabr… a Damián. Ustedes váyanse por ese lado y en diez minutos nos vemos aquí. Marla repasaba el lugar con desesperación. Se paraba sobre las sillas para alcanzar a buscar entre la multitud. Ya no le importaba que Alfonso la viera… o al menos eso se decía. Estuvo merodeando un poco más, escondiéndose de manera inconsciente. Finalmente, se topa con un mesero y le hace la pregunta: —Disculpe, ¿ha visto por aquí a un muchacho alto y blanco? Tiene cabello castaño y un suéter azul. —Creo que vi a alguien parecido entrar al baño. —Gracias. Pinche Damián. Ahora si me vas a conocer, cabrón. Se topa con una puerta que dice “Diablos” con letra negra y espesa. Asoma la cabeza y lo encuentra en el mingitorio. Él, por su parte, desconcentrado de la audaz tarea, voltea. —¿Marla? Ay, no. Efectivamente. El mesero había ubicado al hombre de la descripción. Sin embargo, la misma no pertenecía a Damián, pertenencia a… —Alfonso. —¡Qué gusto verte! —¿No te vas a lavar las manos? —Jaja, siempre tan observadora. —No tengo tiempo, hablamos luego. Mejor nunca. Gazapos • 135


—¡Espera! —la alcanza—. ¿Cómo has estado? Pues ahorita estoy practicando lo que me enseñan en mi clase de autocontrol para no soltarte un putazo, pero todo chido. —Bien, la maestría que no da tregua. Y el trabajo, pero todo chido. —¡Ah! Es verdad, me acuerdo que querías hacerla en gestión de… —Oye, de verdad que no tengo tiempo. Karla me debe de estar buscando. —Uy, hace un chorro que no veo a Karla. ¿Cómo está? Silencio. Mirada Fija. —Bueno, me la saludas… de seguro mis amigos también me están buscan… —¡Mi amor, hasta que te encuentro, no vas a creer lo que me dijo un güey en la barra! Oh no. La sangre subiendo a la cabeza. Silencio. Alguien extiende la mano. —Bueno, como ya vi que Alfonso no tiene modales, me presento yo. Me llamo Lucía, ¿y tú? A Marla le come la lengua el ratón. El roedor había llegado para hacer de moderador en tan incómoda sesión. Pero, al no encontrar queso entre sus viáticos, antes de comenzar la charla decide recuperar energía concentrándose en la lengua de ella. Por otro lado, Lucía mantiene la sonrisa suave. Y tal vez los ojos muy fijos, como dos esferas. Percibe la tensión. No sabe cómo catalogarla. Supone el moti136 • Montserrat Rodríguez


vo aparente, mas no quiere pensar en éste. Los celos y ella llevan mucho tiempo distanciados y sabe que no es el mejor momento para tener un reencuentro. Entonces, como cuando (para relajarse) hace la lista del mandado, comienza a enumerar mentalmente las posibles hipótesis de la tensión entre su novio y la chica que tiene enfrente y que no es nada fea: 1. Tensión ocasionada por su presencia. 2. Tensión por un pasado (amoroso) inconcluso. 3. Tensión a falta de alcohol. 4. Tensión familiar. 5. Tensión sexual. 6. Tensión… —Ehh… ella es Marla, una vieja amiga de la prepa —él interrumpe su pensamiento. Rápidamente borra la lista antes de que alguien más pueda leerla. ¿Soy una vieja amiga? Poco hombre, como siempre. —Sí, mucho gusto. Somos muuuy viejos amigos, en realidad casi casi conocidos. ¿Alfonso dices que te llamas? Lucía vuelve a sentir la tensión. Piensa qué puede hacer. Tal vez si tiene oportunidad de conocerla un poco más descubra qué pasa entre los dos, así se consuela a sí misma. Pero… también hay una voz en su cabeza que la contradice: le propone que lo deje pasar y deje la tortura. Al final de cuentas gana su instinto. Gana la que le pide que se cerciore si, efectivamente, son viejos amigos de la prepa o hay algo más. Percibe cómo Marla tiene prisa, tiene que actuar rápido… Gazapos • 137


—Pues conocidos o viejos amigos deberías de venir a la fiesta que vamos a tener en nuestra casa el próximo fin. Es por el cumpleaños de Alfonso —atina su malvada idea. ¿Acaso dijo: “en nuestra casa”? Más silencio. La novia se impacienta y decide que la situación no es muy buena para sus nervios: —Bueno, los dejo porque tengo que ir al baño. Te espero en la mesa, mi amor. Mucho gusto, Marla. Nos vemos pronto —así desaparece. Ella y él se observan unos segundos. Todo lo que fueron durante siete años se esfuma y se pierde, confundiéndose con el humo de cigarro que inunda el lugar. 1:30 a.m. —¿Dónde estabas? Llevo más de veinte minutos esperándote… ¿Qué tienes? —Alfonso… —¿Qué te hizo el pendejo? —Es que… —Acuérdate, estás mejor sin él. Nunca te valoró. Solo cuando él quería… —¡Tiene novia y está viviendo con ella! Llanto. —Marla… Lástima. —Y déjame decirte: no es por el pinche Alfonso o su novia. Ya no puedo con esto, Karla. Estoy can138 • Montserrat Rodríguez


sada. Estoy hasta la madre de vivir con mis padres. Me molesta estar preocupándome de lo que piensan de mí. ¿Sabías que tengo un tatuaje desde hace seis meses? ¡Y nadie sabe! No puedo decírselo a nadie. Cada vez que regreso tarde a la casa me da flojera el sermón que me espera. Hay veces que están dormidos. Hay veces que no. ¡Pero ahorita ya es bien tarde! ¡Tengo veinticuatro años, chingado! Silencio. —… ¿Tienes un tatuaje? A ver. —Eso no es lo importante. Estoy cansada Karla. Muy cansada. —No te preocupes, güey. Yo también pasé por lo mismo. Pero no por eso te vas a juntar con cualquier cabrón sólo para no estar con tus papás. No se trata de perrearla así. Ya sabes que te puedes ir a vivir conmigo cuando quieras. Te he ofrecido mi depa mil veces. Por la renta no te preocupes. —Sí, pero… la sola idea de salirme me hace sentir culpable. —Mira, tú no te preocupes, mañana que estés más tranquila paso en la tarde a tu casa y las dos hablamos con tus papás. Al cabo que les caigo súper bien. —Sí, porque no te conocen las mañas. —Jaja, ¡hey, mamona! —Ya perdón, jaja. Ahora qué hacemos, parece que Damián no está aquí. —El pendejo de Orlando parece que se fue también. ¿Quieres ir a la policía? —Pues, si no queda de otra… Gazapos • 139


2:15 a.m. Ambas caminan hacia el carro de Karla. Chale, tengo tres llamadas perdidas. Ya me imagino de quién son… 2:21 a.m. —Mira, ese es el estacionamiento donde lo metí. ¿Para qué te hacen pagar si de todas formas cualquier pendejo se puede llevar tu carro? —Marla… no metiste el carro en un estacionamiento. —Claro, que sí. Tú me recomendaste. “Jueves por $50 hasta las cinco de la mañana”, acuérdate. —Sí, yo te lo recomendé porque Damián estacionó mi carro ahí. Mira, de aquí se ve. Peeero cuando te marqué, como siempre me respondiste que no querías regalar el dinero, que los estacionamientos públicos eran una estafa y remataste con: “Mejor vengan por mí. Encontré lugar sobre la calle de arriba”. Te burlaste de que ni siquiera tuviste que echarle dinero al parquímetro. ¡Es cierto! —¡Güey!, jaja, con razón “no encontrabas” el boleto. —No mames, ¡que pendeja!… oye, pero ¿dónde dejé mis llaves? —¿Ya revisaste bien tu bolsa?, tienes como un mes de basura ahí adentro. 140 • Montserrat Rodríguez


Muy al fondo, en medio de recibos y envolturas de dulces, brillaba burlescamente en color dorado, el llavero que representaba la letra inicial de su nombre. La misma M que ahora personificaba un sinfín de blasfemias que se puede empezar con dicha letra y que su mente le repetía como reprimenda. Para empezar: Mierda. 3: 40 a.m. Parada frente a su casa, Marla latiendo con fuerza. Introduce la llave en el cerrojo y como en cámara lenta abre la puerta para que no rechine. Uno a uno se quita los zapatos. Prepara las puntas de sus pies. El piso está frío. Cruza la sala para llegar a las escaleras que conducen al segundo piso. Estuvo a punto de tropezar con unas pantuflas mal acomodadas, pero logra sostenerse del barandal y continuar. Escucha ronquidos, es buena señal: están dormidos. Ahora está parada frente a la puerta de su cuarto, sólo tiene que girar la perilla. Lentamente, sus dedos se preparan no desviar su atención: ahora no era momento ni de aplaudir ni de señalar culpables. Entran. Todo está bien. Siente la calidez de su alfombra: está a salvo. Se tira boca arriba en la cama. Qué noche. Toma el celular para escribir un mensaje: Karla, por suerte mis papás están dormidos. Gracias por todo, siempre sabes cómo hacerme sentir mejor. Y… no te preocupes, no vengas mañana. Estaba exaGazapos • 141


gerando. Todavía no estoy lista para que hablemos con ellos. Gracias otra vez. Descansa <3

Jueves 12:15 p.m. —¿Cuál crees que haya sido el motivo de causar tanto alboroto el jueves pasado? —Pues… creo que en verdad no quería llegar a mi casa. —¿A pesar de comprometerte a llegar temprano? —Sí, supongo que fue un bloqueo inconsciente. Una catarsis de… —Marla, ninguno de mis pacientes ha pasado por algo así. A lo mejor no tiene muchos pacientes, sólo posibles prospectos para revolcones. —Pues no sé qué me pasó. Yo podría asegurar que había metido el carro en ese estacionamiento. Nunca vi las llaves en mi bolsa. —¿Nunca viste las llaves en tu bolsa o tu carro en la calle? Después de todo anduviste dando vueltas toda la noche. —La verdad, no… Pero sí me divertí mucho. Conocí a un chico y aunque lo culpé del robo y no es mi tipo, me hizo sentir bien socializar un rato y rechazarlo. Creo que me dio seguridad cuando me topé con Alfonso. Y Karla como siempre, es muy buena amiga… bueno, usted ya la conoce… Me volvió a decir que me fuera a vivir con ella, hasta me sugirió ir a hablar con mis papás al día siguiente... 142 • Montserrat Rodríguez


—¿Y? ¿Lo hicieron? —No, le mandé un mensaje para cancelar. Debo de admitir que me asusta no saber cuándo estaré lista para sali… —Marla, se terminó el tiempo. ¿Nos vemos la próxima semana? Deja de complicarte. Es más, de tarea esta semana tienes que llegar temprano a tu casa, ¿va? Pendejo.

Gazapos • 143


Esta primera edición digital de Gazapos. Antología de historias del Taller de Narrativa del Ceart, año 2016, se editó y se compartió en diciembre de 2016 por Monomitos Press.

Si deseas obtener un ejemplar impreso, escíbenos a monomitospress@gmail.com


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