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coliseo de insectos
Por Axel Álvarez Coronel
Primero que nada, he de aclarar a quien sea que este leyendo el presente artículo, que se trata sobre el amor; siendo más específicos, una reinterpretación de como se ve el amor erótico en una masculinidad machista. Segundo, en general tomamos al filo de los artrópodos para ejemplificar ciertas características del cortejo en la masculinidad machista: tanto de la clase arachnida como de la clase insecta, pero opte por el presente título por mero gusto personal.
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¿En qué sentido, pues, ha de relacionarse el complejo mundo de los artrópodos, con una de las expresiones humanas depredadoras por excelencia? Bueno, en realidad la comparación es bastante simple: ambas son manifestaciones desarrolladas sobre una base darwinista que prima en la selección natural. Y es que curiosamente, este proceso selectivo del amor erótico es más viejo que el mismo Darwin.
Las técnicas empleadas por el hombre contemporáneo para “cazar” a la mujer poco han variado desde los tiempos del poeta romano Olvidio (que, en este sentido, queda totalmente debatible si usar el concepto de selección natural para reinterpretar al amor), quién desde entonces, animaba a los jóvenes amorosos a cortejar a las mujeres en espacios públicos. En un pasaje de su obra El Arte de Amar, incita al aprovechar el gusto de las mujeres por las carreras de carretas en los “circos”, y sugerente propone “preguntarle[s] con mucho interés de quién son los caballos que se acercan, e inmediatamente apoya[r] al auriga que apoye ella, cualquiera que sea”. Esta forma de seducción, remite a la técnica empleada por algunos depredadores del mundo diminuto donde se crea un ambiente seguro. Por ejemplo, la mantis orquídea (hymenopus coronatus) debido a su hermosa forma, semejante a los pétalos de una flor, pasa desapercibida en el ambiente donde profesa la caza, arremetiendo como prensa a toda presa incauta que tuviera el infortunio de posar al rango de sus patas delanteras. Y claro que, si se desea, uno puede incluso ser más osado; retomando al circo como escenario: “Siéntate al lado de tu dueña, si nadie te lo impide; acerca tu costado al suyo todo lo que puedas, sin miedo, puesto que, aunque tu no quieras, la estrechez de los asientos obliga a juntarse y por imposición del lugar has de rozar a la joven. Entonces busca la ocasión para empezar una charla amistosa y sean palabras triviales las que den comienzo a la conversación”.
Jaja, ahora, me ha de disculpar el poeta, pero no pude evitar relacionar este fragmento con las noches en el ya difunto “Kurandera”, el cual más de un local y foráneo no podrá negar que lo atractivo (y a la vez temeroso) del lugar, era lo limitado del espacio personal; era un lugar en donde, sin tantas complicaciones, una persona podía invitar a bailar a otra, o para el caso de los que recién hubieran recibido su depósito de cacao, ofrecer compartir mesa con todo y pomo incluido.
Continuando con este tema de la seducción, recuerdo que recientemente observaba en un documental que sigue el rastro de los artrópodos, una de las técnicas de caza más ingeniosas que haya visto: la araña ogro (deinopis subrufa), adhiere tela en sus dos pares de patas delanteras para formar una red pegajosa, la cual sostendrá mientras se abalanza para atrapar con la misma a su objetivo. Vaya, y que mejor red que un baile acalorado mientras la música y el alcohol hacen de las suyas.
Ahora, toca analizar la viabilidad en comparar al ser humano con los artrópodos. Es muy común que, en el mundo animal, y mayor en el de los artrópodos, la asociación entre depredador y presa no sea dependiente al sexo de la especie. Tanto macho como hembra cazan, y es que a pesar de que las diferencias biológicas entre macho y hembra modifican significativamente las dinámicas de caza, ambos tienen que hacerlo para sobrevivir.
Sin embargo, es muy curioso que, para las relaciones sociales humanas, y específicamente en las masculinas, se hable de “ir por un culito” o de un “miren lo que me voy a cenar”, partiendo de un goce unilateral, el cual radica en la afirmación de que el cuerpo de la otra persona pronto le pertenecerá a él. Ahora, gozar del cuerpo de la otra no es raro para los vínculos formados donde existe un consenso de intercambio: “yo te comparto mi ser, mientras tu compartes el tuyo”. Nótese que la gran diferencia con el caso del “depredador”, radica en que el goce se transforma en una sensación compartida desde nuestra propia alteridad: tu disfrutas en tu forma, mientras yo disfruto en la mía, pero, ambos disfrutamos.
Hay que ser cuidadosos en esto, y dar cuenta que ignorar desde un principio la personalidad y conciencia de la otra, nos lleva a la dinámica del cazador y la presa. Como seres que en parte vivimos de lo que gozamos, hay que comprometernos a ser auténticos en lo que deseamos; Olvidio decía que podíamos relacionarnos fácilmente con una mujer en un circo, pero ¿qué tan diferente es asistir en un principio al circo porque te agrada, y en el proceso conocer a una chica con la que compartas ese interés; a que meramente vayas a por ella, buscando desagregarla del contexto que tan cómodo le es para sí misma?
La segunda práctica es desagregarla de su propio yo, ya que poco importa la razón por la que ella este ahí. Lo que meramente importa para esta situación, es forzar que su nueva razón de permanecer ahí sea yo; ese sería el objetivo del cazador. Por ello el comparar esta actitud de acecho con la empleada por la mantis orquídea: que un aspecto tan hermoso (como el figurado en la persona que comparte intereses) resulte ser solo una simulación para satisfacer un deseo netamente enajenador, nos vuelve seres transformadores del espacio en el mal sentido: así como la flor se vuelve un banco de alimento para la mantis, el circo para el hombre, y cuando las mujeres se percaten de esto, ¿qué razón tendrían para regresar al circo? Sin percatarnos, les hemos arrebatado algo que antes disfrutaban, así como a nosotros nos hemos negado la posibilidad de conocer a alguien; al final, la orquídea se ha transformado en algo desagradable.
El mundo de los artrópodos representa un sinfín de relaciones asociadas con la caza. Es interesante observar las increíbles formas en que sus cuerpos han evolucionado con relación a su especie. En términos de adaptabilidad, podemos encontrar cierto parecido en el ingenio (bueno y malo) al que muchos hombres han recurrido para obtener la atención de una mujer. Sin embargo, dejando de lado toda pretensión naturalista que asuma un cambio positivo de la especie humana de aquí a cientos de años hasta que el hombre aprenda por naturaleza que la mujer, al igual que él, siente y tiene derecho a gozar desde sí misma –lo que implica que su goce puede incluirnos o no– es un límite que debe ser respetado. Por ahora recomiendo guardar la enciclopedia de taxonomía biológica, y ver como por iniciativa propia podemos acelerar los procesos de cambio, no naturales, sino sociales, donde la iniciativa para entablar una conexión amorosa con la otra no parta de un sentido depredatorio, sino de interés mutuo sobre la persona en sí.