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EL SU E Ñ O D E M A R IO
Por José Pablo Segura Román
“El hombre no podía realizarse sino empezando por destronar a la mujer. Entonces reconocerá como soberano el principio viril de fuerza creadora, de luz, de inteligencia, de orden.”
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— Simone de Beauvoir
“[…] el derecho de vida y muerte […] es un derecho disimétrico. El soberano no ejerce su derecho sobre la vida sino poniendo en acción su derecho de matar”
— Michel Foucault
Mario, un estudiante de una universidad privilegiada, cerraba los ojos y se ponía a soñar. En su sueño, se encontraba caminando por los largos y fríos pasillos de su institución educativa y se dirigía a su salón de clases mientras escuchaba la música que provenía de su teléfono celular.
En el sueño todo parecía normal, se le aparecía la señora de la limpieza y la ignoraba, se le aparecían sus compañeras de clase, se quitaba los audífonos y les coqueteaba, se encontraba al rector por los pasillos y lo saludaba. A Mario ni siquiera le parecía encontrarse con algo que le indicara que todo es un sueño, ¡en verdad que todo lucía tan normal!
El sueño continuaba con la monotonía. Entraba a clases y en su salón, como siempre, se sentaban hasta atrás, para que la profesora no se diera cuenta de que no prestaba atención en aquella clase que con mucho esfuerzo le estaban pagando sus padres que estaban preocupados por ver que se hiciera un jóven emprendedor que explotara en algún futuro próximo a los empleados del negocio familiar.
En el sueño, la clase terminaba. Mario y salía muy entusiasta, pues era viernes y eso solo podía significar una cosa: el viernes era el final de la semana y el final de la semana era el momento de redimir el malestar provocado por tomar esas clases que ni siquiera les importaba. Se aproximaba un momento de éxtasis y de ritual por medio de un bautizo en alcohol. Se veía venir prontamente un festejo en su pequeña e insignificante ciudad y, su vida, por ese pequeño momento, por lo menos en apariencia, tendría un pequeño aire de sentido.
Mágicamente llegaba la noche y aparecían todos vestidos de forma muy elegante en un lugar que parecía ser un antro de élite de la ciudad. La fiesta comenzaba a alborotarse y Mario trataría de hacer los respectivos rituales de coqueteo (levantar los hombros, alzar el pecho, poner un rostro de esos que parece que nada les importa, enseñar los dientes recién lavados e invitar una copa) con Sofía, una joven mujer de unos 22 años que parecía encantadora.
Sofía, era una mujer muy dócil, adiestrada en el sistema social llamado patriarcado, se mostraba sumisa y cedía a los coqueteos. Mario se entusiasmaba de manera especial con la última parte del ritual y le invitaba un sinfín de copas con el dinero que su padre había obtenido de la explotación de los obreros. Al final, logra embriagar a Sofía y logra embriagarse a sí mismo, convence a Sofía de huir de la fiesta y se escapan al cuarto donde Mario solía pasar las noches.
En el cuarto todo comenzó a desarrollarse según los planes de Mario. Mario, aprovechando el nivel de embriaguez de Sofía, decidía acariciar su cuerpo, tocarla, desvestirla… Mario comenzaba a desvestirse y a juntar su cuerpo con el de Sofía hasta que lograban fusionarse en un solo cuerpo. Mario estaba extasiado, corrían mares de placer en la habitación y la luz del cuarto tocaba la espalda de Mario mientras hacía sombra en los pechos de Sofía. Mario entraba y salía del cuerpo de Sofía sin ningún pudor, rompía todas las paredes que había entre ellos, inclusive, rompía poco a poco el cuerpo de Sofía, que parecía convertirse en un estorbo para el poderío del cuerpo de Mario que, en ese momento, se hacía amo y dueño del universo. Todo parecía ir perfecto.
El sueño continuaba. Mario se encontraba extasiado mientras Sofía se encontraba ya sin vida y ensangrentada entre las sábanas de la habitación.
Mario tenía una sensación de poder muy extraña, sentía que había redimido durante esa noche, no solo el sinsentido de su existencia por medio del alcohol, sino que había reafirmado la soberanía de su dominio por medio de la posesión del cuerpo de Sofía. Se sentía potente, como un macho alfa que fuere a conquistar a todas las tribus del mundo.
Por medio de haber poseído a Sofía, Mario sentía que había triunfado por encima de toda la humanidad.
En el delirio, Mario corría felizmente por las calles desnudo, mostrando a todos aquella parte de su cuerpo que sobresalía de entre sus piernas con la sangre que había obtenido del cuerpo de Sofía. Gritaba felizmente “¡Estoy vivo, él está despierto, ella duerme, ella me pertenece!”
Los hombres de la ciudad volteaban a ver a Mario y sonreían. Podían identificarse con esos ojos juveniles que destilaban poder por todas partes. Por su parte, las mujeres guardaban silencio mientras envidiaban ese momento de delirio. Mario, por medio de su acto, era ahora, junto con todos los demás hombres, dueño de todo el mundo, podía ahora afirmar su yo, su masculinidad y todo gracias al acto de sangre de la noche anterior.
Cuando los ojos de Mario se abrieron, todo parecía difuso, no sabía muy bien porqué había soñado semejante cosa. Mario se sentía intrigado por su sueño y lo primero que hizo tras recuperar un poco más de su conciencia fue buscar a Sofía.
Al encontrarla en la universidad, Mario quería platicar con ella para ver si le podía ayudar a explicar su sueño, pero como para Sofía había cosas más importantes que interpretar el sueño de Mario, decidió no hacerle caso.
Mario, al sentirse traicionado, impotente y frustrado, decidió seguirla para ver cuáles eran sus prioridades. Para ello, Mario procuró ser sigiloso y muy discreto para que Sofía no se diera cuenta de que la estaban siguiendo.
Todo parecía normal, hasta que Sofía se sentó en la biblioteca para realizar sus estudios. Mario, al ver que un examen era más importante que su sueño, sintió ira en su corazón y se acercó a Sofía lentamente. Al llegar con ella, Mario le dijo a que se sentía muy mal, que si le podía hacer compañía a la enfermería. Sofía se apiadó de él debido a que se trataba de un tema de salud y decidió acompañar a Mario.
En el trayecto, Mario tomó por la espalda a Sofía y la metió en un baño para someterla y, posteriormente poder llevársela en su automóvil. Al tener éxito en la operación, Mario llevó a Sofía a su casa, la metió en el cuarto y comenzó a jugar con ella según su voluntad.
La escena se tornó sumamente violenta y, en el forcejeo, Mario terminó dándole un golpe mortal en la cabeza a Sofía. Mario, al quedar impactado por semejante acto de barbarie, comenzó a sentir la adrenalina en el pecho y comenzó a sentir como si un rayo atravesase su cuerpo.
Mario comenzó a sentirse con esa fuerza que había tenido en su sueño y comenzó a sentir una especie de excitación por el momento. Tras ello, y tras ver el cuerpo de Sofía tan vulnerable, tan frágil, sintió un fuerte deseo de dominnar el cuerpo de Sofía y, en el acto, sentir de nuevo aquella sensación que solo se le había aparecido en sueños.
Mario se sentía de una forma especial, sentía que había redimido, no solo el sinsentido de su existencia por medio del poder de acabar con la vida de Sofía, sino que había reafirmado la soberanía de su dominio por medio de la posesión de su cuerpo. Se sentía potente, como un macho alfa que fuere a conquistar a todas las tribus del mundo.
En el delirio, Mario salió corriendo felizmente por las calles desnudo, mostrando a todos aquella parte de su cuerpo que sobresalía de entre sus piernas con la sangre que había obtenido del cuerpo de Sofía. Gritaba felizmente “¡Estoy vivo, él está despierto, ella duerme, ella me pertenece!”
Mario logró su cometido, realizó su más grande perversión, al fin, su sueño lleno de ambición y de deseo de poder, se había hecho realidad.W