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PROFETAS DEL FALSO AMOR
Por María José Jiménez Rivera
El siguiente relato narra la experiencia propia, lo vivido en carne; es un relato de mi encuentro con la masculinidad totalmente expuesta, es por ello por lo que invito a quienes la han vivido tan cruel a jamás callar, a no permitir que un hombre dicte lo que es “ser mujer”, pues eso sigue obedeciendo la lógica de las relaciones de poder, del pensar a la mujer como ser irracional que carece de validez al hablar.
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Dejemos de mentirnos hermanas, aprendamos y desaprendamos a amar(nos). Y, por último, jamás dejemos de cuestionarlos lo que nos han dicho que es la verdad.
Debajo de mi colchón he encontrado algunas cartas, esas que adorné con un pequeño listón rojo, después de leerlas, las puse a soñar.
Entre el polvo y la humedad se fueron perdiendo, se embriagaron de recuerdos; sus letras se enarbolaban y gozaban de aquel rojo que les coloque, se les pego tanto hasta que se convirtieron al color del rosal, como bañados por la sangre del ruiseñor de Wilde; pues enrojecido, al igual que esas palabras, se encuentra el amor que recibí.
No fue un accidente el encontrarme con ellas, las he traído hasta aquí, a este tiempo, a esta “yo”. Al abrirlas, en cada una de ellas, una mano llena de furia me dicto como debía amar; una serie de reglas que en algún momento estuvieron acompañadas de golpes frustrados a las paredes de una diminuta habitación -o tal vez la que se sentía diminuta era yo-, otras tantas de unas buenas sacudidas, de esas que dejan moretes en los brazos, incluso de besos -que romantizamos- que te rompen los labios hasta hacerlos sangrar, pues el amor, en realidad no era más que tormentas violentas, que el goce, de quien deseaba con todas sus fuerzas poseer mi cuerpo y pensamiento, de verme derramar lágrimas por montones, el goce que le producía el que yo odiara mi propia piel.
Al hacerme negar mi piel tostada, de mi cabeza revuelta en una deliciosa locura, de mis anhelos de bruja y mi amor por danzar sin parar sobre la tierra con mis pies descalzos; aquel ser aprovecho felizmente entrar en mi cabeza y volverse ella, su voz resonaba en aquella oscuridad.
― No eres nada, no eres nadie. Ahora aprende que, de hoy en adelante, si no eres conmigo, no serás.
El miedo lo traía colgando de la espalda, se volvió mi sombra y mi sol, me robo esa noche que un día fue tan mía y la convirtió en un vacío eterno, en ruptura constante, un lugar tan tenebroso, como en el que nos relatan en los cuentos cuando somos muy pequeños, donde ese infierno se encuentra fuera de las grandes ciudades, lejos de nosotros, son esos lugares a los que jamás debemos de caminar.
Pero todos esos cuentos mienten, pues ese infierno estaba pegado a mi carne y todos los días me hacia querer volver a morir; ese infierno nos ha hecho arder a muchas, ese infierno esta en las manos de seres viles que creen que su fuerza y honor es esa carne flácida que les cuelga entre las piernas, y que con ello se pueden proclamar dadores de verdad, seres racionales e incuestionables, los únicos con el poder de decidir quién vive o muere, quién llora o ríe, quién merece respeto o merece dolor; es la necropolítica en toda su expresión.
Después del miedo contante y la sonrisa rota me dispuse a mirarme en el espejo después de tanto tiempo sin poder mirarme sola, y lo que descubrí fue una piel tostada, como el barro y el maíz, me descubrí pintada con polvos blancos, con adornos que, según aquel, me hacían diferenciarme de las que llamaba zorras, de esas mis hermanas a las que buscaba robarles su valor; pero no cedi, no cedimos. Ahí, frente al espejo me encontré mentirosa, con una gran mascara, y decidí parar.
Tome mis pies, los levante con fuerza, me levante despacio y me encontré envuelta en un fuego que sentí tan mío, de ese que te vuelve fuerte y ya no te puedes detener. Así tome todas aquellas farsas puestas en papel, y cuando rompí cada una destroce su falsa verdad, su falso racional; abrace mi propio cuerpo y me eche a volar.