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EN CAR NA CIÓN

dos interpretaciones del mundo

José Vigil-Escalera Loredo

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Vivimos en la época del vacío, dicen algunos. Vacío, porque está lleno y no hay espacio que le dé figura u horizonte a la realidad social, todo se vuelve una masa amorfa, sin contenido ni sentido. Las creencias son mercancía, la fe es bagatela, la razón es opresiva, la ciencia es mecanicista, la ética es relativa, hay un yo sin un tú, hay un mundo, sin habitantes. Sin embargo, la cuestión ha sido ya planteada por el pensamiento posmoderno, en su intento, porque el intento no hizo más que profundizar la herida, de plantarse desde una posición que invitara a vivir la vida, pero con su mismo prejuicio de que la vida era sencillamente una muerte anunciada por la falta de algún fundamento (ser) que la hiciera valer. El posmoderno, bien señala que hay estructuras de poder subyacentes que organizan nuestras posibilidades de conocimiento (diría Foucault), sin embargo, imagina erróneamente que la inteligencia está siempre supeditada a la identificación con la cultura dominante. Por lo tanto, si bien el asunto radica en la liberación de los que han sido oprimidos por la verdad, también un invento del poder según ellos, se empeña no en enmendar el daño hecho, sino en invertir el orden jerárquico, y otorgarle a los que han sido oprimidos la corona, es decir, pasar de la masculinidad a lo femenino, de lo universal a lo relativo, de la persona a la singularidad compartida. La historia es divinizada, pensaría Camus, y es deber transformar la realidad (aunque sea a través de una ideología igualmente opresiva). Se bebe (cómodamente vino desde la oficina con mesa de caoba) la idea que el conocimiento es resultado de la (mal llamada) identidad, dada por la clase social, la raza, y orientación sexual, y en esa medida, no hay conciencia del solipsismo epistémico al que se llega con la autorreferencia, y se ignora la búsqueda inteligente (universal) por el conocimiento que la realidad provee. El asunto a tratar aquí, se interesa precisamente en que los juicios posmodernos que se oponen, en apariencia, a la modernidad, son en realidad un fenómeno de lo que Wilson Schaef llama la “sistema de interpretación masculina del mundo”, lo cual significa que la racionalidad cartesiana se continua, a fin de cuentas, en la crítica posmoderna. En tal medida, se pretende indagar en el camino que ha seguido la filosofía, y en sus últimas consecuencias las sociedades, a causa del sistema de interpretación masculina del mundo.

Para estos efectos no está de más adelantar que de alguna forma este problema ya ha sido intuido desde otras perspectivas. Un ejemplo de ello es la concepción de panikkariana de la epistemología de cazador, la búsqueda de la verdad como objeto, la actitud yang, masculina de la realidad. Separa la epistemología de la ontología, “cree que se puede conocer sin amar” (Panikkar, 1998). Imagina que el misterio de la realidad puede ser atacado como un concepto, una respuesta por acorralar. Si bien, no podemos alcanzar la completud racional de la totalidad, cualquier totalidad, incluyendo la realidad social, la misma noción es necesaria como fundamento de su organización. Tal clase de epistemología caracteriza del mismo modo a la posmodernidad, si bien, sus pensadores critican que de fondo la racionalidad no es independiente del poder, el ejercicio racional exagerado termina por negar a la realidad y su verdad, posibilidad de conocimiento, sin preguntarse si hay otras condiciones de inteligibilidad. Aquí es donde Panikkar habría de responder, desde la actitud yin, la receptividad, la actitud pasiva como disposición para recibir, la experiencia y el conocimiento que se hace en nosotros, en lugar de asediarlo como un objeto de la razón. Es la salida del esquema sujeto-objeto, un pensamiento distinto del moderno, de la intencionalidad husserliana y del embrollo posmoderno que juzga que no hay objetividad. Es el sistema de interpretación femenina.

Uno de los grandes problemas de Occidente, como ya se había mencionado, es justamente, la exclusión del sistema de inteligibilidad femenino. Según Wilson Schaef eso significa un pensamiento no-lógico, manifestado como paradoja, oxímoron, ambivalencia e intuición. Nos hemos acostumbrado a una certeza clara y distinta, sin la capacidad de poder aceptar la contradicción, lo sensible, lo penetrado, lo oscuro, lo que se muestra ante nosotros, el silencio.

Para entender esto de forma más profunda viene bien nutrirse de lo que Eric Voegelin llama la doble estructura de la conciencia. Así pues, nuestro filósofo hace una distinción entre la ya mencionada intencionalidad, y nos dirá que la consciencia localizada, siendo algo real ella misma, y que no pertenece a otro género de realidad, sencillamente está experimentando el desplazamiento de la realidad en cosa, en relación a nuestra propia consciencia. Después dirá, para esclarecer que la realidad no un es cosa, sino “el algo en el que la consciencia ocurre como un evento de participación, junto con los otros socios partícipes en la comunidad del estar siendo (being)”. (Voegelin, p. 14). En este sentido, la representación que hacemos de la realidad terminaría en cuanto que dejamos de experimentarla como un objeto, sino que toma la cualidad de ser un sujeto en el que participamos como un acontecimiento, que se muestra a nuestra consciencia. Este sería el otro aspecto estructural, al que llamará, luminosidad.

Sobre lo dicho ahondará, al recordarnos que en cuanto tenemos la experiencia de luminosidad, la participación en la realidad reemplaza la percepción que localiza a algún evento como un “algo”, sino que todo está relacionándose como manifestaciones del ser, en donde la consciencia sucede. Bien podríamos decir que Husserl acertaba en su consideración de la consciencia como algo que podía expandirse del cuerpo a las cosas, dado que la consciencia, a pesar de estar encarnada, no se limita a su encarnación, pues como evento de participación de la realidad, está entre nosotros y las cosas, a modo que no es como se ha pensado en varias ocasiones, una sustancia pensante, sino un acontecimiento que se acontece a sí mismo.

Voegelin, piensa en esta estructura desde el lenguaje, a través del desarrollo del “metaxy” de Platón. Para esto, habrá de decir que: he notado que los filósofos, cuando incidentalmente se topan con esta estructura en su exploración de otros asuntos, tienen la costumbre de referirse a ella mediante un neutral “ello” (“it”). El “ello” a que se refieren es el misterioso “ello” que también ocurre en el lenguaje cotidiano en frases tales como “llueve” (“it” rains). Por lo que la llamaré “lo real” (“realidad-ello” = “It-reality”).

(p.15)

La estructura de la conciencia, por supuesto, es igual en todos los seres humanos, todos participamos de la misma forma del ser, estamos en la metaxy, en ese sentido también lo masculino y femenino como contenido de conciencia son comunes a todos. Sin embargo, en el hombre lo masculino es constitutivamente consciente, mientras que lo femenino inconsciente, caso inverso para las mujeres. Y típicamente la tendencia de la masculinidad es hacia la intencionalidad, y de lo femenino hacia la luminosidad.

Entonces, el sistema de interpretación masculino es dentro de lo común, un sistema que tiende hacia el objeto, de ahí todos los embates occidentales en la filosofía, tanto moderna y posmoderna y no sólo eso, sino la organización social capitalista. En este ámbito, es claro que nos referimos a términos como mercancía, en cuanto a que todo se vuelve objeto para la venta, incluso las interacciones humanas están definidas por esta clase de pensamiento. Lo que Byung Chul-Han llamaría la sofisticación del poder en rendimiento, refiriéndose a cómo nos autoexplotamos, en busca de cumplir nuestro objetivos. Siendo finalidades en sí mismas, nos objetualizamos, nos volvemos medios para realizar nuestros (supuestos) deseos.

Si bien, el juicio no puede ser remover, tal tipo de interpretación y actitud de las sociedades. El ser humano está en el entremedio, la tensión entre la luminosidad e intencionalidad, así como la tensión entre las encarnaciones psíquicas femeninas y masculinas, lo cual significa que ambas interpretaciones del mundo deben coexistir pues es la única posibilidad que hay para una realidad social armónica y ética. El cuidado, la aceptación de lo otro, la valentía, la razón poética, tanto la certeza como la ambivalencia, el conocimiento objetivo, y las intersubjetividades. Son todas, en el fondo, una cuestión de aceptación desde nuestro fundamento humano que acontece en una realidad amorosa.

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