El viaje de Tajo, un ajo en la ciudad

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El viaje de Tajo, un ajo en la ciudad Autora: Oriana Paola Vitriago GarcĂ­a Ilustrador: Jean Luca Andrade Tobar Mentora: Ana-Isabel RĂ­os Arias



Autora, Oriana Vitriago García. Nacida en Venezuela, un 10 de junio del año 2009. Soy una chica de 11 años apasionada por la lectura y escritura. Para mi escribir es crear tu propio mundo a través de un lápiz y hoja o una computadora. Mis hobbies son: leer, escuchar música, jugar videojuegos, pasear con mi familia y jugar tenis.

Ilustrador, Jean Luca Andrade T. Ibarreño de alma y cuerpo con 21 años existiendo en la realidad o quizá no. Ilustrando pensamientos, canciones y vivencias. Viajando desde siempre sin salir a ningún lugar en particular. El arte y la cultura son mi motor.

Mentora, Ana-Isabel Ríos A. Ciudadana del mundo nacida en Cuenca-Ecuador, 26 años, internacionalista, apasionada por la educación consciente y disruptiva. Cuestiono, luego existo. Co-creación de la Pachamamita, amante de las interacciones socio culturales, los astros y el aguacate.



Agradezco a la Fundación Sayani por poder participar en este concurso Viajeros en Cuentos. También le agradezco a mi abuelo Elio por presentarme esta oportunidad en el camino y a Dios por supuesto, por cuidarme y amarme todos los días.



EL VIAJE DE TAJO, UN AJO EN LA CIUDAD Oriana Vitriago García

Esta es la historia de Tajo, un ajo que vivía en el campo Monteverde, del cual nunca había salido en toda su vida. En el campo, el césped y el ganado se veían por todo el lugar. No había edificios, supermercados ni grandes avenidas. La gente debía trabajar para mantenerse a sí misma. Tajo cultivaba y trabajaba con su familia y amigos en un huerto. Su gran sueño era estudiar en una ciudad desarrollada y ahí cumplir su meta, que logró mudándose a Papa York. Tajo tenía unos cabellos largos como hilos, tan lisos que el viento los hacía volar con sus corrientes de aire, y tan verdes como la hierba fresca del campo. Su cabeza redonda y blanca, con ojos grandes muy abiertos, una nariz de tamaño medio y una boca fina y pequeña. Era tímido porque no estaba acostumbrado a ver mucha gente, pero con personas de confianza, Tajo no paraba de hablar.

Mucho antes de irse a su nuevo hogar, Tajo conversó con Abi, la sábila, su gran amiga: —Y bien Tajo, ¿a dónde te gustaría viajar?— preguntó Abi con curiosidad. —Me gustaría viajar a Papa York, dicen que es bonito— comentó Tajo. —¿Papa York, eh? Pues sí debe ser una ciudad muy linda— dijo Abi con una sonrisa. —Algún día espero ir, Abi— respondió Tajo ilusionado.

El gran sueño de Tajo era convertirse en un gran agricultor porque desde pequeño aprendió este oficio con su familia y sus amigos del huerto en Monteverde; le parecía una actividad muy divertida. Allí cultivaban F.R.I.C.O., una serie de sentimientos con los que se alimentaban:


F de Felicidad; R de Respeto; I de Igualdad; C de Cooperación y O de Optimismo.

Hasta que llegó el esperado día de la mudanza y él por fin llegó a Papa York. Por un tiempo Tajo era un novato en aquella ciudad, pero poco a poco se fue acostumbrando a su nueva vida y a su nuevo hogar, sin embargo, de vez en cuando tenía problemas para adaptarse. Tajo se sentía muy emocionado porque estaba a punto de entrar a la universidad de sus sueños. Había preparado todos los documentos necesarios para poder inscribirse. Justo el día en el que se disponía a matricularse para convertirse en lo que había soñado desde pequeño: ser un gran agricultor, se dio cuenta que olvidó un documento necesario para poder entrar. Se acercó a la ventanilla donde atendía doña Flor, una coliflor de muchos años y casi todos dedicados a esa universidad, con un carácter fuerte e indiferente, cuyos pequeños anteojos hacían que todos sintieran un poco de temor por su mirada seria y fría. Ella le pidió en un tono inexpresivo a Tajo que entregara los papeles solicitados: —Joven le falta un papel.

Tajo sorprendido respondió: —¡Pero si los traje todos! ¿Cuál me falta? —La autorización firmada por sus padres, jovencito. —Déjeme revisar de nuevo en mi mochila, ¡por favor!


Desesperado, Tajo revolvió una y otra vez en su mochila sin conseguir el mencionado documento. —Sin eso no podrá entrar joven— exclamó la coliflor un poco impaciente.

Caminando por los pasillos se acercó Mocha, una remolacha alegre, curiosa y optimista. Ella notó que algo sucedía en la ventanilla de doña Flor y decidió intervenir. Luego de oír a un tímido ajo suplicando para entrar sin el documento necesario, Mocha trató de convencer a la coliflor para que cambie de opinión: —Por favor Doña Flor, reflexione con este joven. Mírelo, se ve que de verdad quiere

entrar a esta gran universidad. Doña Flor mirándola fijamente asintió de mal modo: —Bueeeeno, solo por esta vez dejaré pasar al joven. ¡Pero que no se vuelva a repetir!

Tajo y Mocha le agradecieron a Doña Flor al unísono y luego se miraron para conocerse mejor y volverse grandes amigos. El primer día de Tajo no fue como él esperaba, además de sentirse avergonzado, también estaba un poco nervioso, pero para eso tenía a Mocha, para ayudarle a encajar en aquella universidad. En el salón de clases, Tajo como todos los ajos, olía un poco raro, y rápidamente Tato, el tomate de la clase, aprovechó esa ocasión para molestarlo: —¡Oye Tajo! ¿Te bañaste hoy? Porque hueles horrendo— dijo Tato en un tono burlón.

Después de decir esto, todos comenzaron a burlarse de Tajo por su inusual perfume. Tajo no podía hacer más nada que hundirse en sus pensamientos de vergüenza. Sin embargo, enseguida Mocha trató de defender a su amigo: —¡Oye no le hables así Tato! Él es un ajo y es normal que huela así, por si no lo sabías.

Al escuchar lo que dijo su amiga, Tajo se fue calmando y pronto se sintió más seguro de sí mismo. Luego de ese episodio de vergüenza, Tajo decidió ignorar esa situación.


Después de un largo día, Tajo y Mocha se fueron a sus casas, esperando que la jornada siguiente fuese mejor. Antes de llegar a la puerta de salida, el profesor Shuga, la lechuga, lo detuvo y le dijo con un tono grave: —Escucha Tajo, ¿hay alguna manera de que puedas dejar de oler raro? ¿Un perfume,

unas cremas aromáticas o algo así? —Qué pena profesor Shuga, lo que pasa es que cuando estoy nervioso mis emociones

hacen que mi olor natural se vuelva más intenso de lo usual, pero no se preocupe que cuando estoy bien ya se disimula el aroma. —Está bien Tajo, espero que se vaya rápido porque si no, vas a ser la víctima principal

de Tato ¿me oíste? —advirtió el profesor. —Sí señor—sintiéndose seguro. Después Tajo se despidió de su profesor y se fue a casa.

Por un tiempo, Tajo comía el poco de F.R.I.C.O que se había llevado a la nueva ciudad, pero cuando se le acabó, tuvo que comer los sentimientos que encontraba en el supermercado, no le disgustaban, pero tampoco era algo que él quisiera comer todos los días. Tajo se fue acostumbrando a comer nuevos sentimientos y adaptando a saborear nuevas cosas, añorando siempre su huerto querido. Luego de conversar y conocer mejor a su actual amiga Mocha, Tajo decidió un día invitarla a comer a su casa. Al estar allí, Tajo recibió una llamada de Monteverde, se trataba de su amiga Abi, del huerto donde creció. Tan emocionado por saber que una gran vieja amiga lo había llamado para saber de él, contestó el teléfono. —¡Hola Abi! ¿Cómo estás? —respondió Tajo alegremente. —Hola Tajo— dijo Abi — yo estoy bien, por aquí se te extraña mucho.

Al escuchar la voz de su querida amiga, la notó un poco tensa.


—Qué bueno, yo igual los extraño mucho. ¿Qué me cuentas? —dijo Tajo un poco

curioso. —Pues la verdad no ha pasado casi nada desde que te fuiste. Hemos cultivado un poco

más de F.R.I.C.O., pero sinceramente, disfrutamos más en tu compañía. —¡Oh vaya! Espero que pronto nos volvamos a ver. —¿Cómo te va en la ciudad? —La paso bien, ya me acostumbré e hice una nueva amiga. —Mmmmm, qué bien Tajo. Ehhhmm, bueno, hablamos luego. Adiós.— se despidió Abi

nerviosamente. Tajo notó a su entrañable amiga distante, pero decidió continuar la comida con Mocha. Los días pasaban y Abi seguía indiferente. Cada vez que Tajo la llamaba, ella siempre ponía una excusa para no hablar con él. Lo que Tajo no sabía es que Abi estaba celosa de él. Siempre buscaba justificaciones para no conversar con su amigo y así evitar aumentar aquel sentimiento. Tajo sí pudo irse del campo, porque su trabajo era recolectar las cosechas que estaban maduras, y eso lo podía hacer cualquiera, así que no había problema. En cambio Abi, tenía varios trabajos: sembrar nuevas cosechas, regarlas, vigilarlas para que no se quemen con el sol tan fuerte y prepararlas para comer, por eso es que ella se sentía de esa manera. Si ella dejaba el campo y se iba con Tajo, todo se perdería, porque sin Abi, difícilmente alguien haría todo lo que ella hace sin cesar. En el campo, cada uno tenía uno o varios trabajos y nadie podía cambiarse de actividad, por eso Abi creía que era injusto que Tajo pudiera irse, y ella no. Claro que Abi disfrutaba de trabajar, pero a veces ella necesitaba un descanso. Mientras tanto Tajo, semana tras semana, se esforzaba para poder llegar a lo que él quería ser, trataba de no distraerse, y concentrarse para estar cada vez más cerca de su meta. Claro que él no trabajaba solo, también se esforzaba con Mocha, su amiga más cercana de esa universidad. La casualidad, o coincidencia, fue que ellos dos querían ser lo mismo: unos grandes agricultores. Se esmeraban mucho día tras día, semana tras


semana, mes tras mes, y así sucesivamente. Ellos trataban de obtener las mejores calificaciones posibles para así llegar cada vez más rápido al día de su graduación. Y así fue, después de tanto esfuerzo y trabajo duro, llegó al fin el día en que Tajo y Mocha lograron graduarse de la universidad. ¡Al fin su sueño se había hecho realidad! En ese momento de celebración y alegría, Mocha, la emocionada remolacha, abrazó a Tajo y le dijo: —¡Qué alegría, al fin lo logramos Tajo! —Sí, lo sé ¡este es un sueño hecho realidad! —expresó el ajo. —¡Exacto Tajo! Al fin podremos cumplir nuestros sueños aquí en Papa York, ¿no

crees?—dijo Mocha ilusionada. —Ehhh… yo estaba pensando en regresar a Monteverde—comentó Tajo. —Pero ¿por qué? La ciudad es un lugar excelente para nuestros trabajos Tajo, ¿por qué

quieres regresar y dejarme aquí sola? —preguntó Mocha un poco triste. —Es verdad que voy a extrañar Papa York, pero no hay lugar como el hogar. Esta

ciudad me ha enseñado muchas cosas que nunca olvidaré. Pero yo quiero regresar para enseñarles a mis familiares y amigos todo lo que aprendí. Nunca voy a olvidarte Mocha, y tampoco olvidaré Papa York. Siempre los conservaré en mi corazón y algún día quizás regrese— dijo Tajo expresando sus pensamientos con seguridad. —Te entiendo Tajo, yo también quiero que seas feliz y si regresando a Monteverde eres

feliz, yo te apoyaré. —Muchas gracias Mocha—agradeció sinceramente Tajo. —De nada Tajo, para eso están los amigos ¿no?

Luego de despedirse de su amiga, Tajo tomó el camino hacia Monteverde, su hogar. Al llegar le esperaba una cálida bienvenida de su familia, lo recibieron en el huerto con comida, abrazos y besos. La única que no estaba tan emocionada era Abi, a quien se le veía un poco tensa y seria. Tajo no tardó en darse cuenta que su amiga no estaba tan


feliz de verlo. Decidió acercarse para hablar sobre lo que estaba pasando, ¿por qué Abi lo ignoraba y evitaba hablar con él? —Hola Abi, quería pasar a saludarte, y me preguntaba si querías hablar de algo—le

preguntó Tajo a su amiga. —Hola Tajo, eh no. No puedo hablar ahora. Estoy ocupada. Estaba tomando un

descanso y… y ya voy a trabajar de nuevo. Sí eso, eh adiós. En ese momento, Abi escapó del lugar donde estaban todos, pero Tajo decidió seguirla. Luego de huir bastante tiempo, Abi se dio cuenta que Tajo la seguía, así que se escondió. Su amigo la perdió de vista, hasta que oyó un sollozo detrás de las cosechas más grandes y antiguas de F.R.I.C.O., era Abi, diciéndose a sí misma: —¿Por qué a mí? Siempre soy yo la que hace todo, la que cuida las cosechas, la que

cocina, la que planta— se quejó la sábila visiblemente triste y un poco enojada por la situación en la que se encontraba—¡Ay! Es tan injusto que Tajo sí se puede ir, pero en cambio yo, tengo que quedarme aquí, ¡sola y sin amigos!— insistió Abi. Luego de decir estas palabras, comenzó a llorar, lo que hizo que Tajo sintiera un poco de lástima por ella. —¿Por qué no me habías dicho nada, Abi? Yo te podía ayudar si estabas celosa, porque

soy tu amigo—dijo el ajo acercándose un poco afligido. —¿Para qué? Sólo soy una sábila celosa de un ajo increíble, además te he ignorado todo

el tiempo— sostuvo Abi aún escondida tras las altas cosechas de F.R.I.C.O. En ese momento, Tajo le recordó: —Porque soy tu amigo desde que éramos pequeños y no importa si te sientes celosa o

no, siempre te voy a querer y aceptar como eres. El ajo comenzó a recordarle a su entrañable amiga, todos los momentos que vivieron juntos desde que aprendieron el oficio de agricultores siendo muy pequeños, las veces que se apoyaron el uno al otro, y cada una de las experiencias que hicieron crecer y


fortalecer su amistad. Tras oír estas palabras y darse cuenta que Tajo seguía siendo el mismo ajo tímido y solidario de siempre, Abi reflexionó y dijo: —Tienes razón amigo, eres el mismo ajo que conocí desde pequeña y que tantas veces

me apoyó y me acompañó. Tras pronunciar estas palabras, Abi salió de su escondite para abrazar a Tajo y regresar con el resto de la familia y amigos a continuar la celebración de bienvenida. Abi entendió que la intención de Tajo siempre fue aprender todo lo que le permitiera la universidad de Papa York para luego regresar a su hogar y compartir sus nuevos conocimientos con su familia y amigos, pues la idea del ajo era hacer de Monteverde el mejor huerto de la región: porque no hay lugar como el hogar.


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