Gabriel, el niĂąo pescador
Autor: Gabriel Alexis Hernández Pinzón Ilustrador: Héctor Joseph Gómez Ocaña Mentor: César Rafael Narváez Carrión
Gabriel, el niño pescador.
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abriel era un niño como muchos, amante de la naturaleza y del aire libre. Le encantaba corretear en el campo y sobretodo, le encantaba salir de pesca y acampar con sus padres y su hermano. En la ciudad pasaba el tiempo jugando con su bicicleta y jugando fútbol con sus amigos del barrio.
uando estaba en Venezuela se la pasaba con su abuelo. Su abuelo lo llevaba y lo traía de la escuela. Su abuelo le enseñó todo. Él era como su padre y lo amaba más que a todo en el mundo. Él lo cuidaba y lo protegía, le enseñaba muchas cosas. También iba con él a veces a acampar.
n día, regresó de jugar fútbol con sus amigos y sus padres tenían todo listo para salir a acampar. Era día viernes y le habían dicho que
U
termine temprano sus deberes, ahora entendía la razón. Lo habían planeado todo, tenían un par de bocadillos y las cosas para dormir junto a la laguna. Unas horas después, en la noche, salieron. Dieron una vuelta por toda la laguna y salió un cocodrilo. Su papá estaba lejos,
Gabriel estaba con su hermano solamente cuando vieron salir el cocodrilo y su hermano salió corriendo. Gabriel se quedó parado viendo el cocodrilo grandote. Lo siguió y descubrió que tenía tres huevos bebés. Uno de ellos tenía unas curiosas manchitas que le gustaron mucho y sin pensarlo un instante le quitó el huevo, lo llevó a la choza donde acampaban y lo cuidó. Lo metió en su mochila bien calientito y se acostó a su lado.
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l día siguiente un sonido curioso lo despertó: el huevo se estaba rompiendo. Ya partían a su casa. Ese día lo conservó, lo ayudó a nacer y era un bello cocodrilo muy chiquito, lo miró a los ojos y le mordió un dedo pero no le dolió mucho aunque le dejó una curiosa marca de media luna. Estaba buscando alimento de su mamá pero Gabriel no tenía nada, nada qué ofrecerle, así que buscó una jeringa y le comenzó
a dar jugo, que era lo que tenía. Como no funcionó lo llevó a donde lo tomó siendo un huevito y ya no había nadie, ni la mamá ni los otros huevos. Lo dejó en la orilla, aunque le dio mucha tristeza y lo tomó de nuevo y le puso por nombre Valto y siguió buscando.
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u mamá lo llamaba porque se tenían que ir y Gabriel estaba afanado y sudando mucho, asustado, no sabía qué hacer. Cuando ya se estaba dando por vencido, Valto lloró y su madre escuchó su llanto y se acercó. Gabriel lo único que pudo hacer fue dejar a Valto con su madre. Mientras se alejaba los vio a todos, le pareció una linda sorpresa y se puso feliz, hasta le pareció ver a la madre de Valto hacerle una reverencia
antes de hundirse entre las cañas de la orilla de la laguna con sus tres pequeñas crías, y lo último que vio del pequeño Valto fue una mancha amarilla justo debajo del extremo de su cola.
S
alió corriendo con su madre, su padre y su hermano; se fue emocionado de la experiencia que vivió. Llegó a la casa, se encontró con unos amigos y les contó sobre lo que le pasó y nadie le creyó. Su mamá no decía nada. Ella decía que sí le creía, estaba feliz, pero nadie más le quería creer. Entonces sus amigos le empezaron a decir mentiroso, diciendo que nunca pasó eso.
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abriel se sintió muy mal y le pidió a su mamá que lo volviera a llevar para tomar una foto y mostrarles. Emprendieron el viaje de regreso pero no salió como lo tenían planeado pues cuando llegaron de nuevo a la laguna ya no estaban, se los habían llevado a un zoológico. Trataron de buscar el zoológico pero como ya era domingo ya no tenían tiempo, tenían que regresar a la ciudad con el abuelo y prepararse
para asistir a clases al día siguiente.
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l final Gabriel se puso a pensar, a reflexionar todo lo que había pasado y se quedó más tranquilo. De todo esto aprendió que mientras él sepa cuál era la verdad y sepa lo que en realidad vivió, todo estaría bien. Al llegar sus amigos de todas maneras ya se habían olvidado de su historia con el cocodrilo y nadie le llamó mentiroso. Esa noche Gabriel soñó que regresaba a la laguna y nadaba con Valto y su familia, en
su sueño Valto era un cocodrilo ya adulto y por ratos lo llevaba en su lomo sobre las aguas de la laguna como una rápida lancha de carreras.
or un tiempo Gabriel estuvo muy feliz, se sentía tranquilo yendo a estudiar, haciendo las tareas, jugando con el abuelo y disfrutando de los
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martes de fútbol, hasta que un día su mamá se fue. Ella salió del país y Gabriel se quedó con su papá, sus hermanos y el abuelo. Siempre estaba con él, hasta se lo llevaba al trabajo con él. Gabriel tenía siete añitos. Mamá se fue porque era muy duro conseguir trabajo y conseguir
dinero para poder comer y ella les mandaba el dinero para poder hacer mercado. Gabriel estaba en el fútbol, le encantaba ir. Cuando no podía salir al campo por el trabajo de sus padres, iba siempre a jugar fútbol con sus amigos.
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as cosas siguieron igual por un tiempo. Su padre, sus hermanos y el abuelo vivían juntos, hasta un día que ella regresó y les dijo que tenían que dejar Venezuela y viajar a Ecuador. Gabriel no quería ir y su abuelo tampoco quería que saliera de Venezuela pero su mamá y su papá no lo querían dejar. Lo último que recordaba de ese momento fue que el abuelo se despidió de ellos, hizo una oración y dejaron todas sus cosas
en la casa del abuelo, contando la bicicleta. Gabriel lloró mucho, mucho, antes de dejar a su abuelo y empezar la larga travesía.
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uando estaban en el bus, Gabriel estaba tan aburrido que se quedó dormido y en sueños volvió a ver a su amigo Valto que lo animaba diciéndole que recordara que todo estará bien siempre que estuviera con su familia. Valto le recordaba que los padres siempre se ocuparían de sus hijos y no pasaría hambre mientras estuviera con ellos. Llegaron a una parada y tuvieron que esperar afuera como tres horas y hacía
mucho frío, pero su mamá le compró empanadas para él sólo porque su hermano estaba dormido. Fue algo muy rico porque todo el camino era puro pan y arepa de trigo y la comida favorita de Gabriel eran las empanadas. En ese momento, mientras disfrutaba de sus empanadas Gabriel recordó que la última vez que había comido empanadas había sido junto a la laguna, Valto se cruzaba una y otra vez en sus recuerdos.
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uando ya estaban cerca de llegar, Gabriel se sentía muy asustado, nervioso porque no tenía ningún amigo, pero también emocionado porque iba a conocer otro país. También estaba muy triste cuando recordaba que perdió a su familia que tuvo que quedarse en Venezuela pero su madre le dio una gran sorpresa cuando al amanecer del día siguiente le pasó el teléfono para hablar con su abuelo.
ero la alegría no duró mucho y aunque su mamá lo llevaba todos los días al parque a jugar, no tenía ni juguetes. Un día ayudando a vender
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le compraron un dulce que estaba ofreciendo y le dieron un dólar de propina. Con ese dólar compraron su primer juguete ecuatoriano para él y para su hermano. Luego comenzó la escuela y tuvo muchos amigos. Algunos lo trataban bien, otros lo trataban mal pero en la escuela
estaba siempre tranquilo porque siempre se portaba bien.
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os días martes seguían siendo los mejores. Jugaba mucho. Su mamá le pagaba el pan y le compraba arroz, pero lo que hacía que los martes fueran tan especiales eran los partidos de fútbol. Los martes jugaba fútbol en el parque con sus amigos después de hacer sus tareas, le encantaba anotar goles y los gritos de sus amiguitos cuando celebraban el triunfo, al final de cada partido. A veces, después de un partido iban a comer
algo antes de regresar a casa.
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n unos meses, cuando terminó el año escolar, salió de vacaciones, fueron a acampar y a pescar. Temprano en la mañana, Gabriel y su papá salieron a pescar, a Gabriel le encantaba. Su papá los llevó por primera vez ahí cerquita a una laguna. Gabriel sacó muchos peces y los compartió con todos. Gabriel solo, sacó 8 pescados. Todos tenían hambre, si no hubiese pescado no hubieran comido así que su padre estaba
muy contento, hasta pudieron guardar algunos pescados en la hielera para comerlos de regreso. El día se les pasó volando y en la noche se sentaron alrededor de la fogata y contaron historias bajo el cielo estrellado, el reflejo de la luna llena en el agua y el ruido de los grillos en los alrededores les ayudaron a conciliar el sueño y descansar plácidamente.
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l regresar de la laguna el día siguiente, estaban ahí sus abuelos, los padres de su mamá que estaban de visita. Aquel día la pasaron realmente genial: comieron los pescados que habían guardado en la nevera, jugaron en el parque, corrieron y se mojaron de lo lindo bajo el sol, pues eran carnavales. Compraron muchos globos de agua para jugar, lo pasaron fantástico. Al papá de Gabriel le gustaba mucho estar con su
familia y jugar con Gabriel. Gabriel sacaba muy buenas notas en la escuela y papá le decía que era su mayor orgullo. ¡Cómo lo motivaba eso para seguir estudiando! Gabriel estudiaba con mucho empeño. Su padre era un gran padre y trataba de darles todo lo que podía. Su mamá era muy buena también, siempre estaba pendiente de Gabriel y de su hermano: de que se cepillara los dientes, y se bañe, aunque a veces hacía frío y a Gabriel no le gustaba, ja ja ja. Lo que sí le gustaba era la comida que hacía. Mmmmm, la mamá de Gabriel cocinaba delicioso.
Y
a hacía algún tiempo que Gabriel no se sentía muy bien, sentía que no tenía personas que lo quisieran o una cama para él solo o su propio
E
ntonces tuvo un sueño. Una vez más un gran cocodrilo. Al ver la mancha amarilla en su cola lo reconoció. La mancha brillaba como una cola
cuarto como en Venezuela pero su madre le dijo: “mientras tengamos a Dios, a nuestra salud y a nuestros padres, con eso somos ricos; no nos hacen falta lujos, hijo.”
de fuego y le daba un aire mágico. Había crecido un poco más pero él sabía que era el pequeño Valto. Esta vez Valto estaba enojado, se volteó y habló con él. Le dijo que no era correcto que se quejara tanto porque no estuviera con su abuelo pues lo más importante era que su
abuelo estaba vivo y que de todas maneras su papá planeaba llevarlo pronto para estar todos juntos de nuevo, que el momento indicado no lo decidiría él y debía ser más agradecido. Gabriel lo entendió y al día siguiente amaneció con una gran sonrisa en los labios.
A
hora sabía que todo eso era cierto. Lo tenía todo y no lo sabía pero aún así lo que más deseaba no era su bicicleta ni juguetes nuevos ni dormir solo en su cama y en su cuarto sino estar al lado de su abuelo Ciro. Él era como su papá y lo extrañaba, lo extrañaba mucho. Su papá decía siempre que lo iba a traer. No sabía cuando pero sí sabía que ese día iba a ser el más feliz de su vida. No creía que iban a volver en
mucho tiempo porque a Gabriel lo que más le gustaba era comer y casi no se podía comer en Venezuela. Su comida favorita era la salchipapa ¡Cómo le encantaban, solamente con persarlo se relamía!
A
hora que ya no tenía su cuarto había estado más cerca que nunca de sus hermanos, ahora los quería mucho más. Ellos le escondían sus secretos, incluso del día que se habían peleado y ellos se lo querían decir a su mamá y Gabriel se había puesto muy bravo, se puso hasta a llorar y al final le tocó ir y decirle a su mamá él mismo. Lo había hecho él mismo antes que sus hermanos le cuenten y quedar peor.
Obviamente eso no le gustó nada pero igual los quería muchísimo a sus hermanos.
F
inalmente, algunos meses después al amanecer el día, una voz conocida resonó en los pasillos de la casa. Gabriel se revolvió y salió corriendo, conocía muy bien esa voz. Al verlo le corrieron lágrimas de alegría, dando brincos llegó hacia su abuelo Ciro y le dio un abrazo muy fuerte. El abuelo también derramó algunas lágrimas y le besó la frente. Buscó en sus bolsillos y le entregó un pequeño regalo. Era un cocodrilo de
madera que había tallado y era igualito al que había soñado Gabriel. En ese momento supo que la magia y los milagros son esas pequeñas coincidencias que suceden día tras día para premiar nuestras buenas acciones y animarnos a ser mejores. Tomó de la mano a su abuelo y toda la familia se sentó a la mesa, juntos y contentos hasta una nueva aventura.
Gabriel Hernández es un niño inteligente, amable y muy sencillo. Entre sus pasatiempos está andar en bici y cocinar. Sobre todo, le gusta hacer tortas. Es un niño muy estudioso, cursa el 5to grado. Su meta es estudiar y ser ingeniero civil.
Héctor Gómez es un niño muy activo y muy curioso. Le gusta mucho el arte: la música y el dibujo. Nació en Quito, le encanta jugar con su perrita, es amante de los animales y de la naturaleza. Disfruta mucho jugar en su monopatín. Estudia sexto año de educación básica.
César Narváez es docente de idiomas en la Universidad Estatal de Bolívar. Profesor de inglés y francés y traductor no titulado, ama la cultura, las artes y la historia. Lojano de nacimiento, reside en Quito con su familia desde hace ya varios años.