Las nueve maletas

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Las nueve maletas •

Sophia Gabriela Hurtado Viloria • •

Fátima Lincango Luna

Stefania Janin Angulo Torres



Sophia Gabriela Hurtado Viloria, Venezolana, 17 años. Ha participado en proyectos de cine comunitario, de la fundación Aldhea y ACNUR, escribe en Wattpad y uno de sus libros favoritos es: “El túnel de los pájaros muertos” de Marcelo Birmajer.

Fátima Lincango Luna, Ecuatoriana, 29 años, docente, escritora en formación, actualmente ha escrito 4 cuentos infantiles, amante de la música rock de los 80´s, le encanta tejer a crochet y apasionada de la lectura, el libro que actualmente está leyendo es “Nueva antología personal” de Jorge Luis Borges.

Stefania Janin Angulo Torres, Ecuatoriana, 29 años, le encanta viajar, leer, y tiene gran amor por el arte en todas sus expresiones.



Agradecemos a Dios y a nuestras familias que son el soporte principal y apoyo incondicional en cada paso que damos, esta aventura ha sido muy gratificante ya que nos permitiĂł compartir experiencias y disfrutarlas en cada lĂ­nea escrita. Agradecemos a Numay Sayani por la oportunidad de participar en este hermoso evento que ha sacado lo mejor de cada una de nosotras.



Mi nombre es Amaia, significa final feliz, me lo puso mi madre porque estaba segura de que no importan las dificultades por las que pasara, definitivamente todo acabaría bien para mí. Pero siempre me pregunté: ¿Por qué final feliz? Siempre he pensado que es mejor tener un recorrido feliz, no solo el final, pero mi madre asegura que tener un buen final, te da la satisfacción de saber que tu esfuerzo no fue en vano; tuve una infancia alegre, junto a mi madre, nunca me faltó nada.

Justo ahora estoy sentada en las escaleras color verde agua, frente a la entrada de mi departamento, con mis brazos apoyados en mis rodillas, en el tercer piso de mi edificio, las paredes amarillo pálido a mis lados dan un aire de tranquilidad, me encuentro sintiendo la calma que inunda el lugar que me rodea, los árboles que están en el estacionamiento del edificio se mueven al compás del viento, el cual acaricia mi moreno rostro con suavidad y hace que mi largo cabello enrulado baile junto con él, escucho detrás de mí a los pájaros cantar de una manera relajante, pero a lo lejos, logro escuchar un gran estruendo y a mi nariz llega un olor muy fuerte a ruedas quemadas y humo, cierro mis ojos con molestia y suelto un sonoro suspiro, es lo mismo de todos los días.

Se escuchan balazos, la gente corriendo y gritando por la calle, pero no me sorprendía escuchar gritos de miedo, sino también gritos de lucha, de resistencia. Mi gente está allí en la calle, luchando por la justicia que se nos arrebata cada día, y yo estoy aquí, en la tranquilidad de mi casa, disfrutando del aire y la calma que a ellos les falta justo ahora. Una lágrima corre silenciosa por mi mejilla, y siento una presión en mi pecho y garganta, tengo ganas de gritar, salir corriendo y ayudarlos, la lucha se da a tan solo unas cuadras de mi casa, pero yo no puedo moverme de aquí, ni siquiera verlos.

Soy Amaia, tengo catorce años, y vivo en Venezuela. Desde que la situación de mi país empeoró, muchos jóvenes decidieron salir a la calle, para demostrar que no nos vamos a quedar callados mientras nuestra gente muere de hambre, sin violencia, con camisas blancas y gorras tricolores con ocho estrellas y el escudo de nuestro país.


Tenía la esperanza de que al crecer un poco más podría salir a la calle igual que los demás y luchar por mis derechos, pero esto lo mantenía en secreto. Hasta que un día tomé la decisión de contarle a mi mamá lo que quería hacer por mi país. Cuando lo hice ella no reaccionó de la mejor manera, me dijo que era una locura y le aseguré que no podría hacerme cambiar de opinión, ella suspiró frustrada, pero no dijo nada. Han pasado varios meses, y mi madre no volvió a mencionar el tema. Llegó el mes de mayo y una tarde al salir de la escuela vinieron mis padres a buscarme, nos montamos en la camioneta y los noté muy tensos, normalmente iríamos escuchando música y hablando de alguna cosa interesante, pero justo ahora la radio está apagada y ellos están mirando hacia el frente, dándose unas miradas preocupadas de vez en cuando. No aguanté mucho y les dije: -

Si tienen algo que decirme, háganlo por favor, pero me están preocupando.

Ellos se miraron nerviosos, mi papá se volteó sobre su asiento, mirándome a los ojos pero fue mi mamá quien habló: -

Hija, nos vamos del país, llevamos algunos meses preparando los papeles, estarán completos en agosto, así que probablemente nos iremos ese mes.

Al ver que no le contestaba volvió a hablar:

-

No fue una decisión sencilla, pero ya no puedo seguir viviendo asustada cada vez que salimos a la calle lo hacemos con miedo, cada vez nos falta más el dinero y la comida, nuestros negocios no van nada bien y tendremos que cerrarlos, además de que no puedo permitir que decidas salir a la calle a morir cuando cumplas quince, cuando me lo dijiste aquel día me asusté mucho, esta será la mejor opción.

Tardé un momento en procesar lo que acababa de decir, no pude evitar que mis ojos se aguaran y comenzaron a picarme un poco, pero llorar no iba a solucionar nada, así que me calmé y le dije que entendía.


Mi mamá me miró, seguramente esperando que reaccionara de otra manera, así que me bajé de la camioneta y entré a la casa. En los meses siguientes no pude contarles a mis amigos que debía salir del país y eso me llenaba de nostalgia, cuando tuve que contárselos decidimos reunirnos todo un día y al despedirnos tuvimos que irnos por caminos opuestos, caminaba con un nudo en la garganta cuando me encontré con mi primo que venía vestido con una capa negra y una banda de naruto, salí corriendo hacia él y lo abracé llorando, él se quedó callado y esperó a que me calmara pero yo estaba inconsolable, cuando paré de llorar, me tomó de lo hombros y me dijo que todo estaría bien.

Domingo, 27 de agosto. Me encontraba con mi mamá revisando las maletas para el viaje, asegurándonos de tener todo lo necesario. -

Nueve maletas, dijo mi mamá

-

¿Solo nueve maletas? Pregunté muy asombrada y muchos recuerdos valiosos pasaron por mi cabeza.

Cada una de las maletas tenía pequeños tesoros guardados de los momentos importantes de nuestra vida, una de ellas llevaba fotografías, libros, ropa y solamente lo necesario para el viaje, no pudimos llevar más.

A mi madre se la veía muy cansada y decidí no decirle nada.

Lunes 28 de agosto. Estoy subiendo mis maletas en una camioneta junto con mi prima y mi papá, nos vamos en unos minutos y no siento nada, ni nervios, nada. La camioneta arrancó, y me quedé viendo por la ventana a mi abuelita, mi tía y mi primo, quienes se quedaban y nos veían partir, subí mi mirada hacia mi casa, la cual quedaba cada vez más lejos. En la camioneta iban mis dos hermanos, mis padres, mi prima y yo, todos callados, hasta que mi mamá dijo: -

Vamos a quedarnos en un hotel esta noche, mañana en la mañana nos vamos a ir a la frontera con un grupo de personas, deben estar pendientes de sus cosas todo el tiempo, es lo único que tenemos.


Todos asentimos, y seguimos disfrutando del camino; por la ventana se podían ver los llanos venezolanos, una vista simplemente bellísima, yo tenía mis audífonos puestos, perdida en mis pensamientos.

Llegamos al hotel, donde pasaríamos la noche, así que solo nos acomodamos como pudimos. Mis hermanos se pusieron a ver televisión, estaba pasando Robin Hood, así que estuvieron entretenidos un buen rato. Caminé hacia la piscina del hotel, llegué y me senté en la orilla, solté un sonoro suspiro, últimamente me he sentido muy cansada, pero no tuve mucho tiempo de pensar porque alguien me habló:

-

Uy ¿Qué fue ese lamento, niña?

Giré mi cabeza y logré ver a una chica dentro de la piscina, con un cabello rubio y ojos color avellana, tenía un collar de piedras rosadas, pero la del medio era de un color celeste, la luz del fondo de la piscina y la oscuridad de la noche le daban un aspecto mágico. -

Te ves cansada, no debes estar así por nada, dijo con una tierna voz.

Ella se impulsó son sus brazos en el borde de la piscina y quedó sentada. Mis ojos se abrieron mucho, me quedé mirando sus piernas, pero el problema es que no había piernas, ella tenía una aleta en su lugar. Descubrió que era una sirena, que cliché. -

Soy Celeste, mucho gusto, dijo extendiendo su mano hacia mi.

-

Amaia, tomé su mano recibiendo su saludo.

-

Cuéntame ¿qué te pasa?

-

Mañana salgo a la frontera, nos estamos mudando, pero no me siento triste ni molesta, nerviosa, nada, no siento nada.

Celeste comprendió su situación y le dijo que lo más valioso es tener a su familia ya que ellos son la mejor compañía para apoyarse en todo momento. Ella se despidió con su mano, se lanzó a la piscina, y desapareció. Me asomé para verla, pero ya no estaba. Que extraño…


Caminé hacia la habitación, y le conté a mi mamá que había conocido a una sirena, ella solo me miró extraño y me dijo que fuera a dormir. A la mañana siguiente desayunamos unas arepas y nos fuimos a la entrada del hotel, donde un bus se estacionó y nos ayudaron a subir nuestras nueve maletas, y juntos emprendimos nuestro camino.

El señor que nos estaba guiando, nos dijo que debíamos darle los dólares que teníamos encima para guardarlos, ya que si los militares nos detenían, lo más probable es que nos quitarían. Pasamos sin problemas las alcabalas. Cuando llegamos a la frontera nos bajamos del bus, y subimos nuestras maletas a un carrito, junto con las de las demás personas, mi padre caminaba adelante, tratando de no perder de vista nuestras maletas. Nos detuvimos frente a un gran muro, en una larga fila, mi prima me dijo que detrás de aquel muro se encontraba el puente que separaba Venezuela y Colombia, y muchísima gente estaba esperando para cruzar. Al cruzar el muro, nos encontramos en una gran plaza, llena de árboles y gente, mis papás caminaron con mis hermanos para ir a cuidar las maletas y nos dijeron a mi prima y a mí que nos quedáramos en una fila; los perdí de vista cuando siguieron su camino y me sentí inquieta, no me había separado de ellos desde que salí de mi casa y ahora solo me preocupaba estar rodeada de muchísimas personas que no conocía, solo mi prima se encontraba en frente mío, y no parecía notar mi nerviosismo. -

¿Te encuentras bien? dijo un niño de cabello negro y ojos marrones junto a mí.

-

Si, estoy bien, no te preocupes, le dije, girando mi cabeza hacia el bululú de gente que se encontraba frente a mi.

El niño me dijo que si quería ver cuantas personas había, debía alargar mi cuello; cuando giré mi cabeza mis ojos se abrieron de tal manera, que sentí que iban a salirse de mí rostro, él niño ya no era el que antes había visto, ahora tenía una extraña piel azul claro, ojos morados y cabello verde, y se encontraba con su cuello estirado mirando sobre las cabezas de la gente, con sus manos sobre sus ojos, formando unos binoculares, y en su muñeca, había una pulsera tejida de varios colores.


-

¿Quién eres? Dije viendo su piel y su cabello, girando un poco mi cabeza para comprobar si las demás personas estaban viendo lo mismo que yo, pero nadie se daba cuenta de nada.

Él extendió su mano dándome un saludo, dijo que se llamaba Leo. Yo le devolví el saludo y por un momento pensé que me estaba volviendo loca. Leo me explicó con una sonrisa en su rostro que no debía ponerme nerviosa y que esté atenta con los que me rodean. Cuando me di la vuelta, Leo ya no se encontraba a mi lado, eso me dio escalofríos, pero ahora me siento un poco más relajada. Mi mamá volvió un rato después, agarramos nuestras cosas y comenzamos a caminar hacia el puente que separa Venezuela y Colombia, grabé todo el camino con mi celular y en ese momento solo me sorprendió la cantidad de gente que había.

Al cruzar, nos dirigimos a una oficina de buses junto con nuestro grupo, donde la parte más difícil del viaje comenzaría, todo fue normal marcamos la entrada a Colombia y cambiamos algunos bolívares en pesos, para tener durante el camino. Hasta ahora todo había ido bien, comimos algo y nos montamos al bus; miré por la ventana y por un momento pensé en la idea de bajarme y volver a mi casa, en Barquisimeto, pero miré a mi familia, respiré profundo, y traté de sacar ese pensamiento de mi cabeza. Mientras intentaba tranquilizarme, un hombre subió al bus, supuse que sería un guía también, se mantuvo mirándonos hasta que decidió hablar y en voz alta y clara, dijo:

-

Sé lo que muchos de ustedes han de estar pensando, justo ahora están dudando de seguir su camino, están considerando la posibilidad de volver y abandonar su sueño de libertad, pero déjenme decirles que si hacen eso se arrepentirán toda su vida. Ustedes son realmente valientes al decidir emprender este viaje, yo en realidad los admiro muchísimo, verlos justo ahora me llena de alegría y esperanza, todavía hay personas que luchan por lo que quieren y necesitan, así que los felicito. A partir de este momento estarán solos, son tres largos días de viaje, y este autobús solo se detendrá durante las comidas, para que tengan


tiempo de bañarse si desean y comer en los puntos de parada. Esta será su casa hasta llegar a Ecuador. Les deseo mucha suerte.

El hombre bajó del bus y yo sentí una inmensa presión en el pecho, en ese momento no podía respirar, y sentí que me ahogaba. Por mi cara corrían gruesas lágrimas y todo mi cuerpo temblaba. Me estoy yendo de mi hogar, dejando a mi familia y amigos atrás, todas mis cosas, mi colegio, mi vida queda atrás y yo apenas me daba cuenta. Las ganas de salir corriendo regresaron, y esta vez con más fuerza. Volví a mirar hacia la ventana, con desesperación, y allí se encontraba el niño que había visto antes, quieto junto al autobús, mirándome a los ojos, y sonriéndome radiantemente; no movió sus labios pero su voz sonó dentro de mi cabeza: “Recuperaste todas tus emociones, felicidades” Me di cuenta de que en realidad llevaba tantos días acumulando sentimientos que en algún momento debían liberarse, y es lo que acababa de ocurrir. El bus arrancó dejando atrás aquel cálido pero melancólico lugar.

En un abrir y cerrar de ojos pasaron los tres días de viaje, lloraba constantemente pero me distraía viendo películas y conversando con mi prima. Era muy oscuro, quizás la medianoche y habíamos llegado a la frontera, era el cumpleaños de mi mamá y debíamos partir para Guayaquil, el hotel donde habíamos tenido previsto la llegada estaba lleno y no había habitaciones, así que tuvimos que buscar otro sitio, lo encontramos y no era nada agradable se escuchaban a los ratones caminar, mamá estaba muy sensible por la situación, la veía llorar y enseguida un gran abrazo le fui a dar. Unos días después fue momento de partir a Cuenca, afortunadamente pudimos conseguir una casa donde quedarnos, mis padres no perdieron el tiempo y nos inscribieron en un colegio cerca de la casa. El primer día de clases decidí ir caminando al colegio para calmar mis emociones, ya que me sentía sumamente nerviosa, iba distraída hasta que tropecé con alguien y caí al suelo, al levantarme escuché una voz que me dijo:


-

¿Disculpa, podrías halar mis cuerdas para poder levantarme?

Yo me quedé atónita, intenté reaccionar enseguida y buscar las cuerdas de las que la chica me hablaba, me levanté, agarré sus cuerdas y la miré con curiosidad, todo su cuerpo era de madera, sus ojos eran de un café profundo, el cabello era corto por encima de sus hombros y de un color café claro, tenía un vestido rojo con puntos blancos y unas botas blancas, la levanté rápidamente mientras ella acomodaba su cuerpo de una manera extraña y me agradeció. -

Vamos, te acompaño al colegio, por cierto soy Paulette

Me dijo con una delicada voz; sus palabras me sorprendieron y no pude evitar preguntar: -

¿Cómo sabes a dónde voy?

-

Solo lo sé, vamos.

No hice más preguntas y solo la seguí, a este punto ya nada me sorprendía. Llegamos al colegio y entramos por la puerta principal, seguí caminando mirando los rostros nuevos y nadie notaba a Paulette, entré al salón de clases y ella permanecía junto a mí, todos me recibieron con mucho agrado y se notaba la curiosidad que tenían sobre mis raíces y yo gustosa respondía a todas sus preguntas. De pronto sonó la campana, era hora de salir al recreo, fui con un grupo de compañeras y nos sentamos en las escaleras para conversar tranquilamente y de repente se acercó un chico que parecía tener uno o dos años menos que yo, me miró muy enfadado y dijo: -

¿Qué haces aquí?, ¡ese es mi puesto! Eres venezolana, no tienes derecho de estar aquí

Mis compañeras al escucharlo me defendieron sin dudarlo, me quedé quieta mientras vi a Paulette parada detrás de aquel chico y su voz resonó suavemente: -

Amaia, a diferencia de mi, tu no tienes cuerdas, tu te controlas a ti misma, en ti queda que las palabras de este chico te hagan daño o no.

Respiré profundo y les dije a mis compañeras que se detuvieran, que sus comentarios no tenían importancia y sabía que él no estaba en lo correcto y eso era suficiente para mí.

Aquí entendí las palabras de mi madre sobre el final feliz; un buen final te da la satisfacción de que tu esfuerzo no fue en vano, el camino va a tener tristezas y dolor


pero también alegrías y esperanzas que te acompañarán, así como los productos de mi imaginación que me acompañaron durante el viaje.

En tus manos está la decisión de tener un recorrido feliz, las personas a tu alrededor pueden pretender hacerte daño pero está en tu corazón y tu voluntad de no permitir que te destruyan. Recordé la frase que mi madre solía decirme: “tu libertad termina cuando la del otro inicia”, en este momento pensaba lo importante de guardar las palabras en el corazón, que es mucho más importante que las cosas que guardamos en las nueve maletas, porque hay cosas que te construyen como persona y otras que se van adquiriendo con mucho esfuerzo.

Y aunque este no sea el final, decido ser feliz.

FIN


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