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ULTRAMUNDO TOXÍGENO MI CRISTO ROTO
—Los elementos que componen su mundo poético pertenecen a la literatura infantil (Perrault), a la literatura maravillosa (Las mil y una noches) y a los objetos más prestigiados de la literatura tradicional (gacelas, hadas, licoreras, rosas, miel, pastores, etcétera). ¿A qué se debe? —Hadas había muchas; rosas, de todos los sabores; miel, de todos los colores; licoreras, recuerdo dos, sobre todo una rosada y otra color turquesa: a mí me parecía que eran dos familiares muertos que en vez de irse al cielo se habían quedado allí, cristalizados, estrellados: las miraba siempre. Los pastores cuidaban los jardines, bien y mal, los dejaban en libertad; de cristal era casi todo: el rocío, la lluvia, el sol, la luna, los ojos de los gatos, los recuerdos.
—Serpientes cortadas y cocinadas, flores sensualmente degustadas, insectos, fantásticos seres aéreos que son aderezados y transformados en platos sabrosísimos. ¿Qué me dices de ese deseo de muerte a través de la decoración, de ese aparente deseo de devorar tu propio mundo? —Soy una protagonista en llamas. Lo que toco, lo que transito, cae en cenizas y, de inmediato, reaparece multiplicado y potenciado.
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—La estructura de tu experiencia es mística. Esa existencia absoluta que les otorgas a cosas y sucesos. Si nos ponemos a clasificar tus temas nos encontramos, ni más ni menos, con los Temas: juegos, nacimientos, guerras, ceremonias, miedos, comidas, faenas, iniciaciones, nombres, fiestas, que no son sino un único tema, el mismo de la película de Fellini, Amarcord, “ah, me acuerdo de...”; es tu “esta mañana voy a recordar todo”. —Cumplo una misa, un extraño rosario, un sacrificio, un rito, se repite infinitamente, y siempre es la primera vez. Entro a la comarca encantada, y hay otras cosas que son las mismas cosas, y viceversa...
—Martirios, brazos y piernas perforadas, degollamientos. ¿Por qué la presencia obsesiva de una muerte cruel y asumida en primera persona? —La muerte es una mujer de blanco sentada en todas partes. Pero yo la he vencido. Por cada presencia suya yo tengo otra aparición: un huevo que ya es una mariposa, una rosa, un pájaro, una rata, una explosión de astros. Es decir una explosión de seres.
—La continuidad que indicabas es otro rasgo particular de tu escritura. En un sentido, podría decirse que no hay diferencias entre los primeros poemas y los últimos. Es decir, no parece haber evolución, cambios de rumbo. Es como si tu obra se hubiera manifestado con toda su plenitud e intensidad desde el comienzo, ¿no? Por otra parte, ¿no temés las repeticiones? —No. Esto es una especie de tela ¿infinita?, un abanico que siempre tiene otra varilla. Es un asunto holográfico, holístico, donde aparece a cada rato otra perspectiva. Las cosas siguen saliendo, vuelven, vuelven, ¿por qué las voy a desechar? Sería como matar algo.
—¿Por qué su mundo es mucho más una elaboración estética que una recreación de la realidad circundante? —No elaboro nada; las cosas, o las rosas, me caen a la mano; esa es mi realidad y es mi irrealidad, dos palabras que, después de todo, nombran lo mismo.
Fragmentos de entrevistas con Marosa di Giorgio realizadas por Martha Canfield y Hugo Achúgar, entrevistador anónimo, Osvaldo Aguirre y Eduardo Espina, en No develarás el misterio, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2010.
—The elements of your poetic world are drawn from children’s literature (Perrault), fantastic literature (The Thousand and One Nights) and the most highlyprized objects of traditional literature (gazelles, fairies, decanters, roses, honey, shepherds, and so forth). Can you unpack that for me? —There were a lot of fairies; roses of all flavours; honey of every hue; decanters, I remember two, especially a pink one and a turquoise one: they felt to me like two dead relatives who, instead of going to heaven, had stayed there, crystallized, star-spangled: I was always looking at them. The shepherds tended the gardens, well and bad, let them run wild; almost everything was made of glass: the dew, the rain, the sun, the moon, the cats’ eyes, the memories.
—Snakes cut up and cooked, flowers sensually sampled, insects, fantastical aerial beings dressed and turned into tasty dishes. What can you tell me about that death wish by décor, that apparent urge to devour your own world? —I’m a protagonist on fire. What I touch, what I undergo, falls to ash and resurfaces straightaway, multiplied and bolstered.
—The structure of your experience is mystical. That absolute existence you confer on things and events. If we set about classifying your themes, we encounter nothing short of Themes with a capital T: games, births, wars, ceremonies, fears, meals, labours, initiations, names, parties, which are all just a single theme, like in Fellini’s film, Amarcord, ‘Ah, I remember . . . ’; it’s your ‘This morning I’m going to remember everything.’ —I observe a mass, a strange rosary, a sacrifice, a rite, it’s repeated ad infinitum, and it’s always the first time. I enter the enchanted realm, and there are other things which are the same things, and vice versa… —Martyrdoms, pierced arms and legs, severed throats. Where does the obsessive presence of a cruel death borne in the first person come from? —Death is a woman in white seated everywhere. But I’ve defeated her. For every presence of hers I have another apparition: an egg that’s now a butterfly, a rose, a bird, a rat, an explosion of stars. An explosion of beings, that is.
—The continuity you had pointed to is another particular feature of your writing. In one sense, you might say there are no differences between your first and last poems. In other words, there doesn’t seem to be any evolution, any change of direction. It’s as if your work had manifested itself in all its fullness and intensity from the word go, isn’t it. On the other hand, aren’t you afraid of repeating yourself? —No. This is some kind of – infinite? – fabric, a fan that always has another rib. It’s something holographic, holistic, where different perspectives appear all the time. Things keep coming out, they come back, again and again, why would I cast them aside? It would be like killing something.
—Why is your world much more of an aesthetic elaboration than a recreation of the reality around it? —I don’t elaborate anything; things, or roses, they fall into my hands; that’s my reality and it’s my unreality, two words that, in the end, mean the same thing.
Fragments of interviews with Marosa di Giorgio by Martha Canfield and Hugo Achúgar, Anonymous Interviewer, Osvaldo Aguirre and Eduardo Espina, in No develarás el misterio, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2010.