El relato que contiene este libro es la adaptación de una historia que el artista Alberto Greco contó en una entrevista radial en 1956. Sus palabras, acompañadas por las bellas imágenes de María Wernicke, forman el primer título de la nueva colección de libros infantiles del Museo Moderno.
NI TONTO NI HOLGAZÁN
Adaptación de un relato de Alberto Greco
A LBER T O GR ECO
Claudio es un niño que contempla la naturaleza y vive perdido en sus propios pensamientos, hasta que una aventura le permite mostrar a quienes lo rodean lo valiosa que puede ser la imaginación.
NI TONTO NI HOLGAZÁN
Ilustraciones de María Wernicke
NI TONTO NI HOLGAZÁN
NI TONTO NI HOLGAZÁN Adaptación de un relato de Alberto Greco
Ilustrado por María Wernicke
MUSEO DE ARTE MODERNO DE BUENOS AIRES
A
veces pienso que habría que escribir otra clase de diccionario, porque a los diccionarios comunes les faltan palabras. No me conformo con las explicaciones tan cortitas que dan del trigo y del corazón. Ni tampoco con que la palabra “magia” esté separada de la palabra “mundo” y la palabra “belleza” de la palabra “hombre” y las palabras “todo” y “triste” de la palabra “maravilla”. Pero no, quizá me equivoco al decir que a los diccionarios les faltan palabras. A lo mejor, no se puede explicar con palabras todo lo que hay en esta maravilla llamada mundo. Parece que uno se está equivocando y que cuando decimos tan pocas palabras sobre las cosas nos alejamos de Dios. Dios es el nombre de la ciudad más antigua que conocemos los humanos y la primera que visitamos. De ella venimos y a ella vamos, aunque muchas veces no nos demos cuenta. 9
A Claudio, igual que a las piedras y al aire, tampoco se lo puede explicar con palabras de diccionario. Aunque si yo fuese un diccionario, diría: “Claudio es un hermoso ser, con mucho de hombre y algo de oso de peluche. Vive en un pueblo del norte y le gusta contar historias”. Un día, el padre de Claudio le preguntó: –¿Qué querés ser cuando seas grande? Con su voz pausada y calma, Claudio respondió: –Nada. El padre, alarmado, le dijo: –¿Cómo nada? ¿No tenés ninguna ilusión? Por ejemplo, ¿no soñás con salir de este pueblo de pobres, tomar un tren e irte a la ciudad, como los otros niños? –No. –Yo soy pobre, Claudio, no puedo pagar tus estudios. Pero si comenzás a trabajar desde ahora, luego vas a poder irte del pueblo para estudiar y llegar a ser médico. –No, no. El padre se fue gritando enojado entre los cerros. Luego, casi llorando, dijo: –¡El cielo me ha castigado! ¡Me ha tocado un hijo que no espera nada de la vida, nada!
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El pequeño Claudio pensó que no hacer nada en esta vida es imposible, aunque uno quiera: todos somos algo y tenemos un sentido y una razón imprescindible para existir, incluso la tiene la letra hache, que sirve para comenzar a escribir la palabra humano. Pero Claudio no dijo nada de lo que pensó y se fue a los cerros a mirar todo muy, muy de cerca: los insectos, las flores silvestres, los pájaros, el color de la tierra, alguna gota de lluvia olvidada dentro de un caracol vacío. En ese momento, el ingenuo y pequeño Claudio estaba también dándole sentido a su vida. Con sus ojos alargados descubrió el más hermoso y sagrado sentido que el ser humano puede tener durante su estadía en este mundo: la contemplación.
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Al contemplar la naturaleza, Claudio se fue entendiendo a sí mismo y, sabiéndose, supo también la razón de vida de cada pequeña cosa que veía. Después de esa experiencia extraordinaria en los cerros, Claudio volvió a la escuela, pero ya no podía oír a su maestra, que trataba de enseñarle a poner y sacar números. Se aburría, se sentía cada vez más lejos de sus compañeros, hasta que dejó de ir sin terminar de aprender a leer y a escribir. –Nuestro hijo no quiere estudiar. ¡Qué horror! –Nuestro hijo no quiere trabajar. ¡Qué dolor! – ¿Qué será de nosotros cuando seamos viejos? –Nuestro único hijo habla poco, como los tontos. Y no hace nada, como los holgazanes. –Yo no soy ni tonto ni holgazán. Me encanta mirar todo lo que hay en el mundo para contemplar. –Nuestro hijo no sabe nada de nada. Hasta hemos vendido las flores del jardín, en vez de llevárselas a los Santos del Templo, para comprarle a Claudio libros y diccionarios. Pero los dejó caer en un rincón. Dice que las plantas le cuentan historias. ¡Qué será de nosotros con un hijo así! –Yo no soy ni tonto ni holgazán. Me encanta mirar todo lo que hay en el mundo para contemplar. Los libros me dijeron cosas, pero las plantas me dicen mucho más.
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Claudio fue creciendo entre las plantas con su mirada hermosa y transparente. Las plantas ya lo conocían como a su mejor amigo. Sabían que jamás les iba a hacer daño y en verdad le contaban siempre sus historias: –¿Sabés, Claudio, qué era yo antes de ser flor? Era pájaro, pero estaba demasiado orgulloso de mi vuelo y por mi soberbia me castigaron y me transformaron en flor. Hay que estar siempre con los pies en la tierra–, le contó una flor con colores brillantes y pétalos que parecían plumas. Claudio era feliz, muy feliz, realmente feliz escuchando estas historias.
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Hasta que una tarde mucha gente con ojos tristes vino a buscarlo. Eran casi todos los habitantes del pueblo, pero faltaban sus padres. –Claudio, tu padre está enfermo, tiene una fiebre mala, no creemos que pueda volver a trabajar. Vas a tener que trabajar vos y tomar la responsabilidad de tu casa. –De acuerdo. –El doctor nos ha dicho que sólo podrá curarlo el agua pura que brota en el jardín de una bruja gritona. –¡Iré!– dijo Claudio, con fe y valentía. –Ya fuimos nosotros, pero nos ha cerrado la puerta antes de que llegáramos. No entendemos cómo Dios se ha equivocado dándole a ella, la más egoísta de todas las personas, algo que necesitamos todos. Además del agua pura, la bruja también recibió el milagro de que una criatura hermosa naciese en su jardín. –Dios no se equivoca, ustedes se equivocan. Se equivocan con los gestos, se equivocan con la mirada. Yo iré. Pero siempre se equivocan. –Cuidado, no vayas, es mala, es egoísta, pide una fortuna por el agua que ha brotado espontáneamente en su jardín. –Puede ser que sea mala y egoísta, pero iré. Yo iré– continuó repitiendo con su voz dulce.
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Claudio fue solo hasta la casa escondida de la bruja. Al verlo, ella le gritó con voz amarga: –¿Qué querés por acá? –Mi padre está enfermo y necesita un poco de su agua, señora. –¡Maldito! Todos vienen aquí por interés, ninguno me ha ayudado nunca. No te voy a dar nada. El agua es para mi criatura, que también tiene fiebre y está enfermo. Claudio se puso triste por los gritos de la bruja. Ella gritó todavía más fuerte y le dijo: –Vos querés agua, pero... ¿qué me ofrecés a cambio? ¿Cuál es tu fortuna? –¿Mi fortuna? Es igual a la tuya: la fortuna de estar vivo, de tener movimiento en las manos, mirada en los ojos y voz en la garganta. El tesoro de tener en el cuerpo un amor tan vivo que se expresa a través de mis gestos. La riqueza de estar despierto, sobre todo estar despierto y poder mirar de verdad todas las cosas del mundo. Existir, estar, podernos ver, como yo te veo a vos, como vos me ves a mí, te puedo tocar y puedo caminar y poder ir y venir entre los árboles. Esa es mi fortuna y también la tuya. 20
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La bruja no estaba acostumbrada a oír palabras tan suaves, le parecieron hermosas. Pero tuvo miedo de que Claudio le robara, así que gritó: –¡No, no, dejá! Si querés agua tenés que darme algo a cambio. –No tengo nada material, pero puedo contarte historias. –¿Te estás burlando de mí?, ¿historias? Trabajo todo el día, ¿creés que tengo tiempo para escuchar historias? Claudio agachó la cabeza, no tenía nada más que sus historias para ofrecerle a la bruja. Se dio vuelta muy triste para volver a su casa, donde seguramente le dirían “sos un tonto y un holgazán, no has podido ayudar a tu padre”, y esta vez tendrían razón. Pero entonces escuchó una voz de niño que hablaba desde el interior de la choza de la bruja: –Mamá, yo quiero oír historias. A la bruja se le aclararon los ojos y Claudio se dio cuenta de que eran unos ojos hermosos, al menos para él y para el niño. –Bueno, bueno, entrá– dijo la bruja.
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Claudio contó todo lo que las hojas y las piedras le habían dicho. Contó todos los pensamientos que había tenido cuando cruzaba la sierra. Entonces se dio cuenta de que quizá las hojas nunca habían hablado con verdaderas voces de hoja, sino que era él quien las había podido escuchar con la imaginación. Había usado esa forma de escuchar y mirar bien desde adentro. Eso lo ayudaba a encontrar un sentido delicioso en todo lo que había en el mundo. A veces, los demás humanos estaban un poco lejos de todas estas cosas que él sentía. Porque los humanos adultos tienen que trabajar y su trabajo duro muchas veces les hace olvidar que ver las cosas con buenos ojos también lleva trabajo. Las palabras de la simple historia que contó hicieron algunos milagros. A través de su mirada, las cosas jugaron a transformarse para la imaginación del niño. Y la flor, que era una flor, habrá sido una flor, pero el niño creyó que era un pájaro. Entonces la flor se sintió pájaro y se echó a volar. Pero luego se acordaron de que era una flor y no un pájaro, entonces no pudo volver a volar, y con vergüenza se escondió entre las piedras. En las montañas se la puede encontrar, con sus hojas escondidas entre las piedras, ya sin forma de pájaro.
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Claudio volvió a repetir lo que había aprendido: “¡qué lindo es tener manos y poder caminar!, ¡qué lindo es tener ojos y poder mirar!”. Mientras escuchaba estas palabras y se imaginaba lo que decían, el niño se iba curando: su cara enormemente roja se iba aclarando y la fiebre iba desapareciendo. También la bruja se volvía menos bruja y se acercaba con un gesto muy cariñoso y lo tomaba del hombro. Entonces, el niño dijo: –¡Mamá, qué extraño! Hoy te veo más linda que nunca y te tengo menos miedo. La bruja sonrió, recogió su pelo hacia atrás con una cinta vegetal y dijo: –Vení, Claudio, vení. Ya sé por qué brotó aquí el agua que cura. Dios no se ha equivocado. Vení, tomá toda el agua que necesites para tu padre. Apurate, apurate que está sufriendo.
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Entonces, el niño dijo: –Mamá, llevame a ver las plantas, quiero que también me cuenten historias como a Claudio. ¿Creés, Claudio, que a mí me las contarán? –Si vos creés, por supuesto que sí. Hablales primero, sin tener miedo de nada; ellas te van a responder. Hay duendes, además, ¿sabés? –¿Qué hacen los duendes? –Te traen la belleza y con ella vas a estar siempre bien, ya vas a ver. Entonces, la bruja propuso: –Yo te voy a acompañar, hijo, iremos juntos. Yo también quiero ver las plantas, quizás he trabajado demasiado sin necesidad. Acompañaremos a Claudio y veremos a su padre y a toda su familia.
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Y así, con la ayuda de la bruja y sobre todo de Claudio, el padre se curó muy pronto y volvió a ser feliz. Aunque también le dio un poco de vergüenza haber pensado alguna vez que su hijo era un tonto y un holgazán porque, por supuesto, Claudio no era ni tonto ni holgazán.
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Alberto Greco (Buenos Aires, 1931 - Barcelona, 1965) fue un artista conceptual argentino que supo transgredir, en su corta vida, el mundo del arte tal como se lo conocía hasta entonces. Fue más allá de los límites de los lenguajes artísticos tradicionales como la pintura, el dibujo o la escultura: Greco salió a las calles en distintas ciudades de su país y del mundo (sobre todo de Italia y España) a experimentar lo que él mismo llamó el “arte vivo”. A veces señalaba situaciones de la vida cotidiana rodeándolas con un círculo de tiza, o pedía a las personas que encontraba por la calle que sostuvieran un cartel con su firma. Gracias a este tipo de acciones, que llamó “vivo-ditos” (dito es dedo en italiano), transformó distintos elementos vivos en obras de arte. Pero estos elementos vivos ¡tenían que seguir con su vida después de ser señalados!: la señora, luego de un rato, se iba a hacer las compras y el caballo tenía que seguir pastando. Es por eso que de muchas de las obras de Greco, de sus ideas y de su “arte vivo” hoy solo quedan historias: recuerdos contados o escritos por los que lo vieron, noticias de diarios y revistas, y algunas fotos.
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María Wernicke nació en Buenos Aires, Argentina. Trabaja como ilustradora desde 1994 para Argentina, Brasil, México, España y EEUU. Como autora integral, publicó Uno y Otro; Un señor en su lugar; El poeta y el mar; Hay días; Papá y yo, a veces; Cuando estamos juntas y Contracorriente. Recibió el reconocimiento de ALIJA al mejor libro álbum en seis oportunidades. Dos de sus libros fueron premiados por el Banco del Libro de Venezuela. Fue candidata al Astrid Lindgren Memorial Award en 2020 y en 2021.
Greco, Alberto Ni tonto ni holgazán: adaptación de un relato de Alberto Greco / Alberto Greco; María Wernicke; adaptado por Martín Lojo; dirigido por Victoria Noorthoorn; editado por Gabriela Comte; Eduardo Rey; Martín Lojo. - 1a ed ilustrada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 2021. 44 p.; 20 x 23 cm. ISBN 978-987-673-611-4 1. Arte. 2. Arte Argentino. I. Wernicke, María. II. Lojo, Martín, adap. III. Noorthoorn, Victoria, dir. IV. Comte, Gabriela, ed. V. Rey, Eduardo, ed. VI. Lojo, Martín, ed. VII. Título. CDD 709.82
Adaptación del relato del artista Alberto Greco leído por él mismo en una entrevista en Radio Nacional, en el año 1956.
Versión de Martín Lojo para el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
Diseño gráfico: Eduardo Rey
EN ALIANZA CON
CON EL APOYO DE
AGRADECEMOS A NUESTROS C O L A B O R A D O R E S E S T R AT É G I C O S
Este libro se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2021, en Akian Gráfica, Clay 2992, Buenos Aires, Argentina
El relato que contiene este libro es la adaptación de una historia que el artista Alberto Greco contó en una entrevista radial en 1956. Sus palabras, acompañadas por las bellas imágenes de María Wernicke, forman el primer título de la nueva colección de libros infantiles del Museo Moderno.
NI TONTO NI HOLGAZÁN
Adaptación de un relato de Alberto Greco
A LBER T O GR ECO
Claudio es un niño que contempla la naturaleza y vive perdido en sus propios pensamientos, hasta que una aventura le permite mostrar a quienes lo rodean lo valiosa que puede ser la imaginación.
NI TONTO NI HOLGAZÁN
Ilustraciones de María Wernicke