HISTORIAS RICOTTA DE PAPEL LIBRO PARA JACINTA
Soy Josefina, pero me dicen Jose. Comencé a escribir un diario de sueños a los quince años y desde ese momento no dejé de escribir. Llevo mi libreta siempre conmigo y tengo lápices dispersos por toda mi casa, para que nunca se me escape una idea. Escribo cuentos, novelas, poesía, cartas... todo aquello
siempre conmigo y tengo lápices poesía, que me cuente el viento. en olvida donde doy libertad a mi imaginación. Aquí cuentos que fue
También me gusta tocar la guitarra, dibujar y pintar personajes que le den vida a mis historias. Vivo en el interior del país, en un pueblo donde nadie se olvida de dormir la siesta. Y en este lugar de paz es donde tengo el estudio, donde doy libertad a mi imaginación. Aquí nace cada uno de los cuentos y los poemas que escribo. He ganado algunos premios, pero el más importante fue el de ser madrina de Jacinta, mi sobrina, para quien escribo e ilustro este libro.
JOSEFINA RICOTTA HISTORIAS DE PAPEL UN LIBRO PARA JACINTA
Juguetes 8 José y sus mariposas 11 Winnicott y sus dibujos 41 Ana Clara y su caldero 69 Juanito Laguna y su barrilete 91 Presentación de Josefina Ricotta 124 Carta al lector (por Victoria Noorthoorn) 129
Hace ya varios años, en el invierno de 2012, escribí los versos del poema “Juguetes” motivada por la hermosa noticia de que, el día que tuviera un sobrino, sería su madrina. Esa promesa se convirtió en una certeza en 2015, cuando mi hermana me anunció que esperaba su primer hijo.
Fue entonces cuando esos versos dieron paso a una selección de cuentos que fui creando para que vos, Jacinta, y ahora también ustedes, lectores, pudieran disfrutarlos en los días de lluvia o las siestas de verano. Nunca está de más un cuento para ir a dormir, ¿no?
JUGUETES
Quiero que nos duela la panza de tantos caramelos, que aprendas a bailar. Si me dejás, te enseño a saltar.
Puedo tocarte canciones de María Elena Walsh, contarte el final nunca revelado de Cenicienta…
¿Sabías que eran nueve los enanitos?
¡Y el traje de Caperucita era verde!
Con crayones de todos los colores puedo dibujarte un mundo de fantasía, si lo preferís te dibujo solo los bordes. Algún día podemos mancharnos la ropa con témpera, con barro, con bastante huevo y harina.
¿Te gustarán los aviones? ¿Los trenes?
¿Los caballos y los payasos?
Sería lindo que me enseñes a jugar con tus juguetes, podemos tejer bufandas de setenta metros, robar una flor de la planta de la vecina: una buena idea es, antes de dormir, dejarla en la almohada de mamá.
Si me mirás fuerte vas a descubrir que tengo orejas chiquitas. ¿Te cuento un secreto?
No me gustan las hojas rayadas, nunca pude tomar un helado sin mancharme. Y si perdés algo, buscá debajo de la cama, es el reino de los objetos perdidos.
Me gustaría que me invites a ser parte de tu mundo de cartón corrugado, de soles de arpillera, de pájaros violetas, de personas con cabeza de copos de azúcar.
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JOSÉ Y SUS MARIPOSAS
Hace aproximadamente cuarenta y siete años, tres meses, cinco días, dos horas, ocho minutos y treinta y siete segundos, nacía en una casa de barro un niño llamado José. Al principio, los padres habían pensado llamarlo Carlos Rodolfo, como el perro de la casa, pero el médico que atendió el parto recomendó llamarlo con un nombre diferente para evitar confusiones. Entonces, lo llamaron José, como el médico.
José se hizo mayorcito y a los seis años empezó a ir a la escuela. Todas las mañanas, mientras su mamá le acomodaba la ropa, le decía: “Estudiá mucho, José, así llegarás a ser un gran doctor”.
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La realidad es que a José le daban miedo los hospitales. ¡Y ni mencionar los cementerios!
En cambio, le encantaban las mariposas. Un viajero le había contado que, en Brasil, un país pegadito a la Argentina, había mariposas verdes, azules, rojas y amarillas. José imaginaba las mariposas y soñaba que viajaba a Brasil para conocerlas.
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José nunca estudió medicina como le hubiese gustado a su mamá, aunque no se alejó mucho de la biología. Estudió para ser guardabosques y se dedicó a aprender sobre el vuelo de las aves, el crecimiento de los hongos, los frutos de los árboles, las corrientes de los ríos, las ovejas, la lluvia, las estrellas, las leyendas… y, por sobre todo, ¡las mariposas!
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Todos los días José se despertaba a las siete y media de la mañana, se sentaba en la cama y tomaba uno, dos y tres tragos de agua de la botella que tenía en su mesita de luz. Luego se ponía el pantalón y los botines, y se iba a peinar al baño. Por último, preparaba el café, pero esta no era una tarea ordinaria; por el contrario, como todo lo que José hacía con amor, tenía una cuota de algo extraordinario. Para preparar el desayuno ponía el café molido en una media que estaba atada a un alambre circular. Este filtro de media José lo guardaba en el segundo cajón de la cocina. Una vez que el café estaba dentro de la media, echaba agua hirviendo. Cuando el agua se juntaba con el café molido, salía café líquido por el entramado de la tela de la media, y vapor por el agujero grande superior.
¡A José le encantaba tomar café por la mañana! (Por las dudas, te aclaro que la media estaba muy limpia.)
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Ninguno de los habitantes del pueblo podía hacer el café tan rico como José. Algunos decían que su sabor era especial por la media. Otros aseguraban que las manos de José eran especiales para preparar café. Si me permitís una opinión personal, yo creo que el secreto estaba en el amor con el que José preparaba su café. No soy Martín Fierro para dar consejos, pero es sabido que, si algo lo hacés con amor infinito y puro, no hay manera de que salga mal…
Pero, volviendo a José, si le preguntaban para qué servían sus manos, respondía muy contento: “Mis manos son especiales para domesticar a las mariposas”. Y vos te preguntarás: “¡¿Cómo se domestica a las mariposas?!”. Es verdad, lo reconozco. Es más común encontrar perros, gatos o loros domesticados, pero ¿mariposas? Como ya te conté, José era especial, y como era especial hacía cosas especiales.
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Como te expliqué cómo hacer café con una media, es posible que me pidas que te explique cómo domesticar a las mariposas. Bueno, lo primero que se necesita es una red y lo segundo es paciencia (la paciencia no se me ocurre como dibujártela, pero podés entrenar esta habilidad realizando respiraciones conscientes… tomo aire… suelto el aire… tomo aire…).
¡Ojo con la red! No hay que ahogar a las mariposas, sino que hay que llevarlas a pasear en red.
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En general, cuando se ve a un hombre con una red en medio del bosque, se piensa que es un cazador, es decir, un hombre que captura y mata animales para coleccionarlos, pero yo te conté que José era especial. De alguna manera lo podemos imaginar como un cazador, porque capturaba mariposas; pero él no las mataba, sino que las llevaba a pasear por el bosque.
A las mariposas les encantaba que José las sacara a pasear. Dentro de la red se sentían seguras porque ningún cazador podía capturarlas. Dentro de la red podían viajar por el bosque y ver las flores, el pasto, los hongos, los bichos bolita…
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Entonces, podrías preguntarme por qué José era un cazador especial. Porque él domesticaba a las mariposas, pero también se dejaba domesticar. Jugaba con ellas. Reía y soñaba, y las mariposas disfrutaban de su día tranquilas. Te cuento que muchas mariposas solo vuelan un único día y luego se retiran a descansar para siempre, pero hay otras mariposas que pueden volar más de un día, incluso semanas. Al igual que las personas, no todas las mariposas son iguales.
¿Querés que te cuente algo más?
Antes de convertirse en mariposas, son orugas. La oruga es como un gusano. Cuando la mariposa se siente lista para crecer, fabrica un hilo con su boca y se envuelve en un saco llamado “capullo”, y cuando es el momento, sale volando de su capullo. Luego, esa misma mariposa pone huevos sobre las hojas, para que estos se conviertan en orugas, y las orugas en capullos, y de los capullos vuelen mariposas (a continuación, te lo dibujo).
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Como verás, no solo vos crecés, también lo hacen las mariposas.
¿Y qué es crecer? Crecer es hacerse adulto de a poquito; pero, al igual que las mariposas, no te apures por llegar a grande. Un día, una voz le dirá a tu corazón que ya podés salir del capullo, y podrás volar adonde quieras; pero mientras tanto, mantené tu mente y cuerpo en el momento presente. Vivir es un verbo que siempre se conjuga en presente. ¿Qué es un verbo?
¿Qué es conjugar? Eso lo vas a aprender en la escuela… Ya tendrás tiempo para que te expliquen la gramática del color de los cuentos.
¿Sabés cuál es el secreto de las mariposas? Que nunca cambian de estadio si no se sienten seguras para cambiar. No se trata de cambiar de forma, sino de crecer, es decir, de madurar. ¿Qué es madurar?
Es algo que sucede cuando tus emociones básicas (la alegría, la tristeza, el enojo, el asco y la sorpresa) están en armonía para enfrentar desafíos más complejos que los que venías enfrentando.
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La oruga no puede sentirse mariposa porque, si lo hace, va a querer volar y se va a estrellar contra el piso (ya que le faltan alas). Tampoco es bueno que la mariposa se sienta oruga, porque nunca se animaría a volar. Por eso es bueno que entiendas que hay un tiempo oportuno para cada acción, y a este tiempo los adultos le pusieron el nombre Kairós.
¿Y José? Casi me olvidaba. José, como buen domesticador que era, había escrito un pergamino con instrucciones para domesticar mariposas.
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Los pergaminos los había comprado en Egipto, en una tienda de un mercado callejero. La pluma era de un azul intenso y se la había regalado su papá en su cumpleaños número diez.
¿Que de dónde era la pluma? Ahhh, de Rumania. ¿Y la tinta? Bueno, esa la compraba en cualquier librería.
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Sin dar más vueltas, te resumo lo que decía el pergamino.
INSTRUCCIONES
PARA DOMESTICAR MARIPOSAS
1) Caminar despacio para no asustar a las mariposas. Es importante que las mariposas confíen en el domesticador.
2) Repetir el paso (1) durante una semana y media para que las mariposas se acostumbren al ruido de las botas en el pasto y no lo asocien con algún peligro.
3) Cortar caramelos con sabor a fruta en pedacitos del tamaño de una uña.
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4) Dejar los pedacitos de caramelo en el pasto para que los disfruten las mariposas.
5) Repetir el paso (4) durante dos semanas.
6) Poner pedacitos de caramelo dentro de la red y esperar a que se acerquen las mariposas.
7) Una vez que las mariposas entraron a la red, correr despacito para no asustarlas.
8) Liberar las mariposas después del paseo.
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En este punto de la historia es donde comienzan los problemas. En todas las historias hay problemas; la pena es que no todos tienen siempre solución. Si hubiera soluciones para todos los problemas, no sería un desafío y una gratificación encontrar las soluciones. ¡Lo bien que se siente cuando solucionamos algo que creíamos imposible!
¿Qué pasó? ¿Con quién? ¿Con José? Ya te cuento…
Un día que había salido a pasear con sus mariposas, se chocó con una rama enorme que se le metió directo en los ojos.
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José gritaba de dolor y se tapaba los ojos con las dos manos. Se arrodilló en el piso y escondió la cabeza entre las rodillas.
Lloraba y gritaba pidiendo auxilio. Las mariposas lo rodearon y lo tranquilizaron con su aleteo.
Giraban alrededor de José con un vuelo suave y virreinal… ¿Cómo? ¿Que no sabés lo que es un vuelo virreinal? Te lo dibujo (es un vuelo con forma de corona y muy lento).
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El vuelo virreinal tiene una particularidad: ¡Produce chispas de colores! Si lo mirás desde cuatro metros de distancia vas a ver un arcoíris de mariposas, pero lo más asombroso del vuelo virreinal no es el arcoíris, sino escuchar la música que componen las mariposas cuando realizan este tipo de vuelo. Las mariposas crean música en señal de auxilio para que alguien más escuche esa música y salga corriendo a ayudar al necesitado (como la sirena de los bomberos). La música de las mariposas no suena siempre igual.
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A veces las mariposas producen un sonido fusión entre un güiro, maracas y un tambor, parecido a la música caribeña. Para imaginarte cómo suena un güiro podés agarrar el rallador de la cocina de mamá y rasparlo con un tenedor (después guardá todo, que mamá se va a enojar).
A veces es la cumbia romántica que se escuchaba en la Argentina hace unos años. Bandas como La Nueva Luna o Los Palmeras, pero a veces, solo a veces, la música que produce el vuelo virreinal suena con la tristeza de un violín, la fuerza de un violonchelo o la suavidad de un piano. A veces se escucha “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky (era un músico ruso y su nombre se pronuncia “chaicovsqui”).
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“El lago de los cisnes” es un ballet, un espectáculo de música y danza que se representa sobre un escenario, donde bailarinas y bailarines danzan, la orquesta toca y el público aplaude. La música de ese ballet la compuso el señor con nombre imposible de deletrear. Te recomiendo que algún día la escuches.
Volviendo a nuestra historia… José estaba tirado en el piso llorando y gritando de dolor mientras las mariposas giraban a su alrededor en su vuelo virreinal.
Imaginate la desesperación que sentía al saber que estaba solo en medio del bosque; pensaba que nadie iba a encontrarlo, pero se equivocaba, ¡sus mariposas nunca iban a dejarlo solo! Las mariposas hicieron sonar la melodía fuerte, vigorosa y desgarradora de “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi, un compositor italiano (es un concierto para violín y orquesta que también te recomiendo escuchar cuando quieras dormir relajado).
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Mendel, un monje que vivía en un monasterio cerca de donde estaban José y sus mariposas, escuchó el concierto de violín y salió corriendo como un rayo a socorrerlo con su maletín de médico.
DETALLE DEL CONTENIDO DEL MALETÍN DE MENDEL
1) Cintas adhesivas para lastimaduras. Se pueden usar para las caídas de bicicleta, los cabezazos al arco, la falta de control de los patines, las llagas de las manos por la batería.
2) Alcohol, sirve para desinfectar. Al principio arde un poco, pero limpia bien la herida. Te recomiendo soplar la herida cuando te pasás el alcohol, duele menos.
¿Vos sabés lo que Mendel guarda en el maletín?
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3) Ovillo de lana, es para abrigarse en los días de frío. Hay noches especiales para sentir frío. A veces hace unos quince grados centígrados, pero uno siente que está en el Polo Norte.
4) Rayos de sol, para cuando creas que hace mucho que no sale. No te olvides de que la Tierra gira y rota sobre sí misma a velocidad constante, por lo que el Sol sale todos los días, aunque no lo veas.
5) Chocolate, para cuando creas que todo te sabe demasiado amargo. ¿Sabías que el chocolate viene de una planta?
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Así que, cuando mamá te diga que no comés suficientes verduras, explicale que el chocolate viene de un fruto llamado cacao, y que por lógica deductiva es un fruto al igual que el zapallito verde, el morrón o la berenjena
(si se enoja, decile que me llame y yo me encargo de explicarle).
6) Un par de anteojos, para cuando creas que no ves las respuestas con claridad. A veces se necesita un microscopio para ver con claridad. ¡Peor sería no ver nunca las respuestas con claridad!
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7) Lágrimas, para cuando creas que no te quedan lágrimas para llorar. ¡No te guardes ni una lágrima cuando estés triste! Porque todos estamos tristes en algún momento, pero si escondés la tristeza después se acumula y duele más.
8) Un número de teléfono, para llamar a esa persona que sabés que no importa dónde estés, cómo estés o con quién estés, va a salir a buscarte para ayudarte. Siempre es bueno confiar en alguien.
9) Una pelota, ¡para que nunca te olvides de jugar! Ni a los cinco años, cuando todo es juego; ni a los dieciséis, cuando querés crecer; ni a los sesenta, cuando el juego te parece cosa de chicos. Ser chico es hacerse grande de a poquito y, creeme, no hay mejor manera de hacerse grande que jugando a ser piloto de avión, a ser jugador de vóley, veterinario, pintor, físico nuclear… ¡o jugando a no hacer nada! (dormir también es bueno.)
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10) Un frasco de dulce de durazno, por si te agarra hambre a mitad de camino.
11) Un libro de cuentos, ¡para que nunca te sientas sola!
12) Un mapa del mundo, para que te animes a viajar y a conocer gente y lugares nuevos, pero también para que, si te perdés, sepas cómo volver a casa.
13) Un lápiz y un cuaderno, para que nunca dejes que se escape una idea.
¡La imaginación es lo último que se pierde!
14) Confites de colores, para que siempre tengas algo dulce para convidarles a tus amigos.
15) Flores, ¡para atraer a las mariposas!
16) Una cruz…
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¿Y Mendel? ¿Y José? ¿Y las mariposas?
Mendel llegó a tiempo para aliviar el dolor de José, pero no pudo evitar la ceguera. José no pudo volver a ver los colores de sus mariposas. No te asustes, no fue tan grave como pensás. No te olvides de que José había domesticado a sus mariposas. ¿Te acordás para qué domesticaba mariposas? ¡Claro, eso mismo! Para no sentirse solo. Las mariposas domesticadas jamás iban a dejarlo solo, porque José las cuidaba de los cazadores. ¿Y de José quién cuidaba? ¡Las mariposas! Ellas salían a caminar con él por el bosque y, con su aleteo y su música, lo guiaban y le avisaban si había un pozo, una rama, una piedra, un charco de agua o algún animal peligroso. Y José tuvo que aprender a diferenciar a sus mariposas por la textura de sus alas y la longitud de sus antenas. Como ves, nunca es tarde para aprender.
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Una última cosa quiero dejarte en este cuento. Al menos una vez en la vida dejate domesticar por una mascota y alguna otra vez intentá ser quien la domestique.
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Y SUS DIBUJOS
Cuenta una historia bastante antigua que allá por principios del siglo XX… ¿Cómo se lee esto? Se lee “Siglo veinte” ¿Y cuándo fue? Fue en el 1900, 1902… y todos los demás años hasta 1999. Cuestión que, a principios del siglo XX, vivía en Inglaterra un hombre llamado Winnicott.
WINNICOTT
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El Reino Unido es un país que está formado por cuatro naciones: Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte. En el sudoeste de Inglaterra, en una ciudad llamada Plymouth, nació Winnicott. ¿Sabías que en Inglaterra todavía hay reinas, reyes, príncipes, princesas y palacios?
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Con tanto nombre, más le valía tener un trabajo importante. Winnicott se dedicaba a ayudar a las personas cuando se sentían tristes. Con los chicos tenía una conexión especial. ¿Sabés qué significa tener una conexión especial? Significa entenderse mutuamente; es decir, Winnicott entendía a los chicos y los chicos entendían a Winnicott. Esto, que parece tan sencillo, a veces es muy difícil de lograr. ¿Sabés cuál era el secreto de Winnicott? ¡Dibujar y observar los dibujos de los chicos!
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Debido a su facilidad para dibujar, sus sobrinos siempre le pedían que jugara con ellos al “Dibujá y adiviná”. ¿Conocés el juego? Te lo explico. Los participantes se ponen una vincha en la cabeza y uno por vez saca una carta del mazo. Cada carta tiene una consigna que hay que dibujar. Al retirar la carta del mazo, el participante la coloca en la vincha de su oponente (para que no la vea) y comienza a dibujar la consigna en su bloc de hojas. El objetivo es adivinar el dibujo que realiza el otro en menos de un minuto.
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Una tarde de lluvia, Winnicott estaba jugando con su sobrina Martina a este juego. Era el turno de dibujar de Martina, cuando sacó una carta que decía “Escuchar”. Martina colocó la carta en la vincha de Winnicott y empezó a dibujar.
El primer dibujo que hizo Martina fue este:
Como Winnicott no adivinaba de qué se trataba el dibujo, Martina dibujó:
Como Winnicott seguía sin adivinar qué era el dibujo, Martina hizo un tercer dibujo:
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Se terminó el tiempo y Winnicott no había adivinado lo que significaba el dibujo de Martina. Te imaginarás el escándalo que hizo Martina.
Estaba enojadísima porque Winnicott no había adivinado su dibujo.
Martina tenía ocho años, una lata llena de colitas para el pelo, tres muñecos de peluche, un boletín de promedio sobresaliente, cinco primos, dos tíos, un armario lleno de juegos de mesa, una taza con su nombre y una soga para saltar… pero… ¿Sabés qué era lo que le faltaba a Martina? ¡Paciencia! Cuando se enojaba no había manera de “desenojarla”. No servían los caramelos, ni la indiferencia, ni las promesas de llevarla a la plaza. Cuando las cosas no salían como ella quería, tiraba todos los juguetes al piso y se sentaba sola en el sillón, de brazos cruzados y con las cejas apretadas a los ojos. Así podía estar horas, sin siquiera decir “Estoy enojada”, pero, como te conté antes, Winnicott tenía una conexión especial con los chicos.
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Esa tarde no fue la excepción y Martina tiró todas las cartas y los lápices al piso. Winnicott, sin moverse de su sillón, le preguntó:
“¿Ahora te sentís mejor?”.
¡Podrás imaginar cómo esa sola frase avivó el fuego!, y Martina empezó a gritar que nadie la entendía, que la hacían enojar a propósito y que él no había adivinado para que ella se enojara. Winnicott la miró durante un rato largo sin decirle absolutamente nada. Pasaron tres minutos y seguían los dos sentados, mirándose, sin decirse una sola palabra. Siete minutos… siete minutos y treinta y cuatro segundos… siete minutos y treinta y cinco segundos… siete minutos y cincuenta y ocho segundos… ocho minutos…
–¡Basta! –gritó Martina, y acto seguido empezó a llorar.
(Ahora te dibujo un reloj para que veas los minutos y segundos.)
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Winnicott la miró en silencio hasta que paró de llorar.
–Me parece que estás más triste que enojada –le dijo Winnicott a Martina.
Y era verdad, Martina estaba tan triste por algo que le había pasado ese día en la escuela que no había podido decirlo, y por eso se había enojado por algo tan chiquito como era perder un juego. A veces estamos tan tristes que nos enojamos con la primera persona que se nos cruza.
¡Pero, ojo! Puede sucederte que le respondas mal a alguien cuando esa persona no tiene la culpa; por eso es muy importante que aprendas a pedir perdón.
A algunas personas les sirve comer muffins con café con leche para que se les pase el enojo. Los muffins son unas tortitas que pueden tener diferentes sabores.
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Eso es justamente lo que hacía Winnicott: les enseñaba a las personas a encontrar estrategias que las ayudaran a sentirse mejor cuando estaban tristes, enojadas, frustradas y nerviosas.
Siguiendo con la historia, Martina se sintió más tranquila y se sentó en el piso junto a Salerno, su osito de peluche. Winnicott se levantó, encendió la radio y se sentó frente a Martina.
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Por alguna razón, a Martina la tranquilizaba mucho sentarse a jugar en el suelo. A veces, su mamá la retaba porque, al estar todo el día en el suelo, se ensuciaba mucho las medias y las rodillas de los pantalones; pero, bueno, ¡ensuciarse es parte de ser chico!
–Marti –le dijo Winnicott a Martina–, los adultos no tenemos la bola mágica para saber qué es lo que sentís. Tenés que aprender a decirnos qué es lo que te pasa con tus palabras para que podamos ayudarte.
–¿Qué es una bola mágica?
(Si vos tampoco lo sabés, ahí te la dibujo.)
– Mmmmm… una bola mágica es… ¿Querés que hagamos una?
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–¿Se puede hacer una bola mágica? –gritó Martina.
–Bueno, no podemos construir una bola mágica que nos diga lo que piensan y sienten las otras personas, pero podemos construir una bola mágica que nos ayude a saber qué es lo que sentimos. Y creeme cuando te digo que, a veces, es mucho más difícil saber lo que uno siente que saber lo que sienten otras personas. Fijate que yo me dedico a entender a los chicos y a veces no puedo entender qué es lo que me pone triste a mí.
Martina se quedó pensativa y preguntó, con timidez, lo que Winnicott ya suponía.
–¿Y quién te ayuda a vos cuando estás triste?
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Winnicott sonrió como hacía siempre que la conversación tomaba el rumbo que él quería.
–Me ayuda una persona que yo elegí hace muchos años para que aprendiéramos a jugar juntos. Esa persona tuvo que aprender a entenderme, y yo tuve que aprender a tener paciencia hasta que me entendiera –dijo Winnicott riéndose.
Entonces los dos se levantaron del suelo y fueron a buscar los materiales para construir una bola mágica.
(Tranquila, que te voy a escribir cómo se hace la bola mágica personalizada.)
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MATERIALES 58
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PASOS PARA CONSTRUIR UNA BOLA MÁGICA PERSONALIZADA
1) Vaciar la caja de cereales y abrirla por los lados para que el cartón quede desplegado. Luego marcar un rectángulo con un fibrón y recortarlo.
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2) Enrollar el rectángulo recortado y pegarlo en los lados con cinta adhesiva.
3) Eso que se armó antes va a ser la base de la bola mágica personalizada. Así que hay que ponerle la bola de Telgopor encima y asegurarlo todo con cinta adhesiva.
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4) Ahora hay que prestar mucha atención. Primero, conviene ponerse el pintorcito. Después, con la brocha, desparramar goma de pegar por toda la bola mágica: por la base, por la cinta, por la parte de arriba. ¡Ponerle goma de pegar a todo! Después agregar una capa de papel higiénico y dejarlo secar unos minutos. Repetir esto unas seis veces, es decir, poner seis capas de papel higiénico y goma de pegar y después dejarlo secar toda la noche.
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5) Ahora hay que pintarla como más le guste a uno. Se pueden usar témperas, marcadores, y todo lo que uno quiera.
6) Una vez que la bola esté pintada, la pintura seca y las líneas marcadas, hay que buscar revistas para recortar (antes hay que pedirle permiso a mamá). Buscar una imagen que te haga acordar a la alegría, otra imagen que te recuerde el enojo; otra imagen que muestre la impaciencia y otra con la que sientas asombro. Por último, una imagen que te haga pensar en la soledad y otra con la que pienses en el amor.
7) Una vez que estén recortadas todas las imágenes de forma bien prolija, hay que pegarlas con goma de pegar sobre la bola mágica.
8) Y solo queda el último paso; ponerle tu nombre a la bola mágica personalizada. Te recomiendo que lo escribas con fibrón indeleble en la base.
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Ahora que ya sabés cómo construir una bola mágica personalizada, sigamos con la historia de Winnicott y Martina.
A los dos días, Martina había terminado de construir su bola mágica personalizada, y corrió a la casa de su tío Winnicott para mostrarle. Buscó la llave en la maceta del patio de atrás, entró y gritó, pero el único que le respondió fue Ruperto, mirándola de manera desafiante. fue Ruperto, mirándola de manera desafiante.
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Martina se sentó en el sillón que estaba frente a la pecera de Ruperto, con la bola mágica sobre sus rodillas, a esperar a que llegara Winnicott, pero a los tres minutos se había aburrido. No podía esperar a que llegara Winnicott para que le enseñara a usarla, ahora que ya la había terminado. La ansiedad la estaba consumiendo.
¿Sabés qué es estar ansioso? Bueno… a veces se usa esa expresión para decir que uno está impaciente.
En este caso, Martina estaba impaciente, aunque todavía no sabía cómo decirlo.
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–¡Ruperto, no aguanto más! Me siento como en Nochebuena –gritó Martina, señalando la figurita de Papá Noel que había pegado sobre la bola mágica.
Justo cuando Martina le gritaba a Ruperto, llegó Winnicott.
–Veo que ya aprendiste a usar la bola mágica personalizada –le dijo Winnicott sonriendo.
–No, todavía no sé cómo usarla. Vine para mostrártela y para que me enseñes.
Pero resultó ser que el secreto estaba en usar las figuritas cuando ya no encontraba palabras para describir lo que sentía. Martina muchas veces no sabía cómo explicar lo que le pasaba, pero podía dibujar o recortar y pegar imágenes que le hicieran pensar en eso que sentía.
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Pasaron los años, Martina creció y llegó a tener una colección muy grande de bolas mágicas, aunque las últimas las pintaba con acrílicos usando su imaginación. A los treinta y ocho años ya había acumulado cinco mil cuatrocientas setenta y dos bolas mágicas, y a cada una podía asociarle un sentimiento, un recuerdo, un aroma, un pensamiento, un beso y una lágrima.
¿Que qué significa asociar?
¡Eso te lo explico cuando crezcas!
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ANA CLARA Y SU CALDERO
En un pueblo no muy diferente a cualquier otro pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, nacía hace algunos años una nena llamada Ana Clara.
Ana Clara poseía la debilidad y el orgullo típicos de los hijos menores, ya que tenía siete hermanos varones mayores que se encargaban de hacerle los días más fastidiosos que las clases de Geografía.
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Los siete hermanos salían a pescar y a cazar pajaritos con la gomera, a pasear en el tren eléctrico y a jugar a la pelota en la plaza, pero nunca la invitaban; entonces, Ana Clara se enojaba y empezaba a llorar como una ranita en un pozo de agua helada.
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Una tarde de octubre sucedió uno de los primeros hechos sorprendentes del siglo XXI: en esa región de la provincia de Buenos Aires sopló un viento helado que congeló la laguna donde solían ir a pescar los hermanos de Ana Clara, y por lo tanto todos quisieron ir a probar los patines sobre el hielo.
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Por supuesto que no dejaron que Ana Clara los acompañara, y ella empezó a llorar y llorar, hasta que finalmente se durmió con los cachetes humedecidos en sus propias lágrimas. “Si tan solo pudiera ser más ágil, mis hermanos me dejarían jugar con ellos”, pensó Ana Clara. Cuando se despertó, sentía unas inexplicables ganas de correr y saltar. Salió al jardín y todo estaba más gris y frío que la última vez que lo había visto, hasta que recordó el viento helado y quiso volver a su habitación a buscar la campera inflable y las botas. Antes de entrar, se dio cuenta de que estaba en pijama y descalza sobre el pasto congelado, pero no tenía frío. Ni un poco.
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Empezó a correr por el jardín y a trepar por los troncos escarchados de hielo, se embarró las rodillas buscando ranas debajo de las piedras y cuando llegó al estanque, que obviamente estaba congelado, empezó a bailar y terminó girando sobre la punta de su dedo gordo, como si hiciese años que practicara ballet.
“¿Desde cuándo sé bailar?”, se preguntó Ana Clara.
Corrió a su habitación, preparó una valija con ropa, pasó por la cocina y tomó unos paquetes de cereales y galletitas y los acomodó en la valija. Se sacó el pijama y se puso sus zapatillas deportivas y unos pantalones largos con muchos bolsillos, y partió de su casa para nunca más volver a ver a sus hermanos.
Ya había caminado unos cuantos kilómetros sobre el costado de la ruta, cuando una camioneta que llevaba un perro en la caja le ofreció alcanzarla hasta el pueblo más cercano: Hogsmeade.
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Cuenta la leyenda que, en épocas en las que existían los conejos encantados, la cerveza de manteca, las hechiceras y las plumas de Fénix, en ese pueblo había vivido un anciano con fama de alquimista.
Decían que poseía un caldero chorreante, que tenía una sola pierna y llevaba un cencerro para anunciar cuando llegaba.
¿Sabés qué es un caldero? Yo lo aprendí en los libros de Harry Potter, que te recomiendo que leas. Te lo dibujo.
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Se cuenta que el anciano era capaz de crear una poción con jugos de diferentes frutas que podía cumplir al menos un deseo de cada persona que lo visitaba, a cambio de comida y una buena acción, y que solo él decidía cuándo y cómo se cumpliría. La casa donde solía vivir el anciano había sido abandonada y nadie se animaba a demolerla o habitarla por miedo al caldero chorreante, ya que desde la muerte del anciano no se había vuelto a saber de él.
Por supuesto que cuando Ana Clara llegó al pueblo no sabía de esta historia y se instaló en la cabaña del anciano sin consultar.
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La primera noche sintió cierto frío incómodo, pero la segunda ya había aprendido a cortar leña y encender el fuego. Al quinto día se le habían acabado los cereales, las galletitas y la fruta que había recogido por el camino, así que se puso a hurgar en los trastos de la cocina para ver si encontraba algo con qué preparar alguna comida. Al fondo del bajo mesada había una olla rara. De hierro. Con una manija y un cencerro de gato que colgaba de la manija. Cuando Ana Clara quiso tomarlo de la manija para arrastrarlo hacia ella, el caldero sacó la pata a la superficie y saltó hacia donde estaba Ana Clara. Una vez en el suelo de la cabaña, no lo pensó dos veces y fue hacia el fuego que brillaba en el hogar.
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Ana Clara ahogó un grito, pero no se asustó. Durante esos días había aprendido que lo extraordinario no tiene por qué asustar, porque realidad hay una sola y era la que ella vivía. Caminó hacia el caldero, que ya se estaba calentando sobre el fuego, y lo miró detenidamente; no había indicios de que pudiese hablar; solo era eso, una olla que se movía. Fue a buscar unas verduras que había comprado en el puesto de Carol y agua, y preparó una sopa caliente. El caldero se dejó manipular y limpiar sin moverse del sitio donde lo había puesto Ana Clara.
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Ana Clara recorrió treinta y tres países con su caldero como valija porque, además de servir para cocinar, el caldero tenía un fondo infinito donde podía guardar la ropa de viaje, una carpa y algunos comestibles. Además, no había que hacer fuerza para transportarlo: el caldero daba saltitos cortos a la par de los pasos de Ana Clara. En un viaje por Canadá, Ana Clara conoció una compañía de circo que andaba buscando una gimnasta a cambio de comida y techo. Ana Clara solo puso como condición una casilla rodante para ella sola, porque no quería compartir la noche con nadie.
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Así fue como Ana Clara, la nena a la cual sus hermanos nunca dejaban jugar, entrenó día y noche sobre la colchoneta del circo, los trapecios, las barras de equilibrio, el espaldar y las anillas. Su cuerpo se terminó de moldear y se hizo mujer con los aplausos de los habitantes de un pueblo al norte de Francia. En Europa del Este solo se hablaba de la gimnasta que trabajaba para la compañía de circo de los hermanos Horner, a la que el público admiraba no solo por la flexibilidad de su cuerpo, sino también por su belleza. Te dibujo un mapa para que veas dónde quedan Canadá, Francia y Europa del Este.
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Cuando Ana Clara subía a la colchoneta, su cuerpo parecía desarmarse y volver a encastrarse como las piezas de un lego. Su pelo moreno, atado en una cola de caballo, jamás se movía un centímetro de la posición en la que estaba peinado antes de hacer el triple rol.
Lo que nadie sabía era el secreto de la belleza y la agilidad de Ana Clara. Todas las noches, ella peinaba su pelo, recortaba delicadamente con unas tijeras las puntas, y las soltaba dentro del caldero chorreante. Ese era el alimento que le pedía su caldero, a cambio de darle la fuerza que ella necesitaba para trabajar.
Una noche, un malabarista, cautivado por su belleza e impulsado por la curiosidad, se presentó en su casilla rodante después de la función y se hicieron amigos. A partir de esa noche, el malabarista siguió visitándola todas las noches después de cada función.
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Con el tiempo, Ana Clara y el malabarista se casaron debajo de un sauce llorón, y Ana Clara quedó embarazada.
Nunca llegué a saber si el hijo fue niño o niña. Algunos dicen que Ana Clara siguió viajando junto a su marido con otra compañía de circo por Rusia. Yo le perdí el rastro hace tiempo… a ella y al caldero chorreante.
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JUANITO LAGUNA Y SU BARRILETE
En 1905 sucedieron varios acontecimientos importantes, y en esta historia te voy a relatar algunos (las clases de Historia nunca están pasadas de moda).
Entre las efemérides del año 1905 podría haber elegido muchas más, pero estas son las que me parecen más interesantes.
¿Que no sabés qué es una efeméride? Bueno, una efeméride es un acontecimiento importante que se celebra cada año en la misma fecha, como el 25 de Mayo (celebración del Primer Gobierno Patrio), el 9 de Julio (Día de la Independencia), el 20 de Junio (Paso a la Inmortalidad de Manuel Belgrano, también conocido como Día de la Bandera).
¿Ahora lo entendés? Mejor. Nunca te quedes con dudas. Preguntá cada vez que lo necesites. En este momento vamos a hacer una lista de las efemérides que elegí del año 1905.
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1) En 1905 se fundó el Club Atlético Independiente y también el Club Atlético Boca Juniors.
2) En Sevilla, una ciudad de España, hubo por primera vez una tormenta de nieve debido a una ola de frío que azotaba a toda la Península Ibérica. La Península Ibérica se encuentra en el Sudoeste de Europa. Está rodeada por el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, y se une al resto del continente por el Noreste. La conforman los territorios de España, Portugal, parte de Francia y otros territorios menores como Andorra y Gibraltar. Sí, ya sé, querés que te dibuje el mapa…
3) Albert Einstein, un físico nuclear, publicó su trabajo sobre la Teoría de la Relatividad. Einstein fue un científico muy importante, ganó numerosos premios, como el Premio Nobel, pero tuvo la mala suerte de que sus ideas fueron utilizadas para crear la fórmula para la bomba nuclear que se usó en la Segunda Guerra Mundial y mató a muchas personas.
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Imaginate qué mal que se habrá sentido Einstein: él había estudiado para el progreso de la humanidad, no para su aniquilación.
En la profundidad de su tristeza le escribe una carta a su hija para que la publique cuando considere que la sociedad esté preparada para recibir el mensaje.
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¿Sabés qué le pedía en esa carta?
Le pedía que fabricara una bomba de amor. La hija hizo pública la carta muchos años después de la muerte de su padre. Yo te cuento esta historia por dos razones: en primer lugar, para que veas que, a veces, por más que nuestras intenciones sean buenas, si se malinterpretan, podemos pasarla mal.
En segundo lugar, para proponerte que vos construyas tu propia bomba de amor. Que todos tus proyectos, sean amistades, trabajo, estudios, deporte, los hagas con amor.
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4) Y acá viene la introducción de nuestro cuento. En 1905, nació en Rosario mi pintor favorito, Deliso Antonio Berni. Berni pintó murales, cuadros al óleo, hizo grabados y collages. A lo largo de su carrera como artista dio vida a dos personajes: Ramona Montiel, que era costurera (como la tía Susana), y Juanito Laguna, un niño de un barrio pobre.
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Y ahora que te conté del nacimiento de Juanito Laguna, vamos al cuento…
Un Día del Niño, Ernestina invitó a Malena, su sobrina, a una actividad de arte para niños en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, que se encuentra en el barrio de San Telmo, uno de los más turísticos de la ciudad.
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Cuando Ernestina y Malena entraron, se anotaron para la visita guiada. Como aún quedaba tiempo para que empezara el recorrido, Ernestina llevó a Malena a ver unas obras de Berni que estaban allí expuestas. (A Ernestina le gustaba Berni tanto como a mí). En una de ellas se veía a unos nenes jugando con unos neumáticos de camión. Como ya te conté, Juanito Laguna era un nene de escasos recursos económicos y estaba jugando en una calle de un barrio industrial, pero Malena, que había heredado la imaginación de su tía, miró la obra y pensó que esos nenes podían estar jugando en la calle de su casa.
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Como sabrás, en los museos no está permitido tocar las obras, pero Malena, al igual que su tía, tenía una predisposición genética a romper las reglas. Ernestina y Malena se acercaron a una obra en la que se veía a Juanito Laguna con un barrilete, y Malena quedó fascinada, porque a ella le encantaban los barriletes. ¿Y qué hizo Malena?
¡Puso la mano en el barrilete! Al hacerlo, cruzó la cuarta pared y entró a la obra. Ahora tenía a su lado a Juanito Laguna a punto de remontar su barrilete.
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–¡Hola, Malena! Soy Juanito Laguna. ¿Te gustaría dar un paseo por las demás obras montada sobre mi barrilete?
–¿Qué? ¿Cómo sabés mi nombre?
¿Dónde está mi tía?
¡Quiero ir con mi tía!
–Tranquila. Yo ya hablé con tu tía y ella nos va a esperar en el bar que está en la entrada del museo. Te vas a divertir más viendo las obras de distintos artistas desde adentro que desde afuera. ¿No te parece?
Y además te voy a prestar mi barrilete. Pero, cuidado, que no se le vayan a salir los colores.
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Malena tomó la cola del barrilete de Juanito y se dejó llevar. Volaron y cayeron en un cuadro de muchos colores. Cuando Malena se apartó de la obra para verla desde un ángulo mejor, puso cara de asco. –Juanito, ¿qué son estos monstruos?
–No te asustes, ladran, pero no muerden. Esta es una pintura del año 1969, tu tía no había nacido cuando Raquel pintó estos personajes. Se llama Astromutación.
Y ahora vos te estarás preguntando quién es Raquel y qué es la mutación. Vamos paso a paso. Raquel, de apellido Forner, fue una pintora y también profesora de dibujo. Podría contarte muchas cosas de ella, de sus otras pinturas, esculturas o de su estilo para pintar, pero hay algo que me gusta especialmente de esta pintora y quiero compartirlo con vos.
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Raquel Forner pertenecía al llamado Grupo Florida. Así había decidido llamarse un grupo de intelectuales que se juntaban a tomar café y a charlar en la Confitería Richmond, un bar muy antiguo que está en la calle Florida de la ciudad de Buenos Aires. ¿Qué es lo que me gusta de esto? ¡Las personas que se juntaban! Me hubiese encantado ser tetera para escuchar sus conversaciones, porque a esas reuniones iban escritores como Victoria Ocampo y Oliverio Girondo, dos autores que me gustan mucho. Ojalá que cuando crezcas me pidas sus libros. En un poema de Olivero Girondo, que se llama “Otro nocturno”, escribió unos versos que te voy a dejar acá. Tal vez ahora no los comprendas, pero cuando crezcas podemos pensarlo juntas: “Noches en las que nos disimulamos bajo la sombra de los árboles, de miedo de que las casas se despierten de pronto y nos vean pasar, y en las que el único consuelo es la seguridad de que nuestra cama nos espera, con las velas tendidas hacia un país mejor”.
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Pero volvamos a la pintura de Raquel Forner. ¿Te acordás del nombre? Astromutación.
¿Y qué es una mutación? Uf. Eso sí que es difícil de explicar. Antes que nada, quiero retomar una duda que tenías unas páginas atrás: la genética es la ciencia que estudia las mutaciones. Vamos de a un paso por vez. Si te rascás el brazo vas a notar que te queda una basurita blanca debajo de las uñas. Esas son las células de la piel. Nuestro cuerpo, y el de los animales e incluso el de las plantas, está formado por células. Las células tienen vida y son las que nos permiten respirar, correr, pensar, leer e incluso dormir. Cada célula, dentro de sí, tiene algo que se llama ADN (ahora te dibujo una cadena de ADN).
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El ADN es como una escalera en forma de caracol, en la que los peldaños se llaman bases nitrogenadas. No pretendo que aprendas todos estos nombres, pero sí el concepto. Cuando se rompe uno de esos escalones o se lo remplaza por otro, ocurre una mutación. ¿Y qué pasa cuando esto sucede? Pasa que lo que sucede dentro de nuestras células
puede verse en el exterior de nuestro cuerpo. Por eso la pintura de Raquel Forner se llama
Astromutación: porque, tal vez, los monstruos que vio Malena, antes de ser mutados eran perros, colibrís o cocodrilos, pero Raquel Forner decidió mutarlos y ¡puf!, acá están. No pongas esa cara, es divertido.
¿Querés que te cuente una anécdota de otra mutación muy conocida? Una vez unos científicos como Einstein (del que te hablé al principio), pero que eran genetistas, mutaron una mosca y le pusieron ojos en las patas.
¡Una mosca con ojos en las patas!
¿Ves que ahora te reís?
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Siguiendo con nuestro cuento, Juanito le contó a Malena que le gustaba ir al circo, que le gustaban los leones y los elefantes. Ella le explicó que en los circos ya no hay más leones, pero hay personas que hacen piruetas imposibles. Mueven su cuerpo como si fuese de goma y saltan en trapecios en el aire. Entonces, cuando Malena le contó esto, Juanito Laguna la invitó al circo, pero a una función especial. Primero fueron a visitar un dibujo de Juan Andino en el que se veían pelotas, banderas y trapecios. Malena le preguntó a Juanito Laguna si podía subirse al trapecio. Él lo pensó y dijo que mejor era preguntarle al dibujante. Entonces se agachó y tocó el cartelito que estaba junto al cuadro.
–¡Juan! Hoy tenemos visitas, se llama Malena. Le gustaría jugar en tus trapecios ¿La dejás?
Malena no veía a Juan por ningún lado, pero Juanito Laguna era un chico raro, así que ella no preguntaba mucho. Luego de unos segundos, él le dijo:
–El trapecio es todo tuyo, princesa.
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Y ayudó a Malena a subirse. Mientras ella se hamacaba, él jugaba al fútbol con las pelotas gigantes que había en el suelo.
También había un hombre muy musculoso que les mostró sus destrezas a Juanito Laguna y a Malena.
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Juanito Laguna volvió a hablarle al cartelito al lado del cuadro.
–Juan, ¿dónde está la pintura de la mujer con brazos gigantes?
Malena, como la vez anterior, no había visto a ningún Juan ni tampoco había escuchado ninguna respuesta, pero Juanito Laguna la tomó de la mano y le dijo:
–¡Vení conmigo que esto te va a gustar! Y no te olvides del barrilete.
En un abrir y cerrar de ojos estaban en una pintura muy colorida habitada por una mujer con unos brazos interminables que se hacían cada vez más grandes. Malena se quedó observando y se detuvo en el sector donde deberían estar las manos… Lo miró con atención y lo que vio fue todo el planeta Tierra partido por la mitad.
¡En vez de manos, la mujer tenía las mitades del globo terráqueo! En una mano tenía las tierras de Oriente y, en la otra, las de Occidente.
Igual que en los mapas de la escuela, el océano era celeste y los continentes verdes.
¡A Malena le encantó esa pintura! Le contó a Juanito Laguna sobre el planeta Tierra que estaba en las manos de esa mujer.
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Él, que tenía más experiencia en el museo, le dijo que si le gustaban los planetas, tenía un lugar especial para llevarla.
Cerraron los ojos y, cuando los abrieron, estaban al lado de unas estrellas de cinco puntas. Malena se tropezó con la estrella y, cuando se quiso incorporar, vio un montón de planetas unidos por varillas. Parecía un jenga de planetas. Juanito Laguna sonrió orgulloso y le dijo:
–Esta pintura se llama Marte y Saturno. Es de Xul Solar, un pintor argentino.
Malena y Juanito Laguna se quedaron maravillados contemplando los diferentes planetas de colores y estuvieron un tiempo jugando al veo-veo, porque la pintura era muy colorida.
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Xul Solar no fue solo pintor, también fue escultor, escritor, músico, astrólogo, lingüista… ¡Tenía muchas profesiones! En 1905 (el mismo año en que nació Antonio Berni), Xul Solar comenzó a estudiar arquitectura, pero dos años después abandonó. No lo veas como un fracaso, sino como un paso en la búsqueda de su vocación.
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Es importante que aprendas que a veces no vemos nuestro futuro con claridad: sentimos que nos gusta algo y después nos damos cuenta de que no es así. Si alguna vez en tu vida te encontrás ante una situación similar, te aconsejo que tomes el nuevo rumbo con la misma seguridad con la que te escribo este relato.
¿Y Juanito Laguna? ¿Y Malena? Malena, después de jugar entre los planetas de Xul Solar, empezó a cansarse, pero no sabía cómo volver con su tía.
Juanito Laguna, que conocía todo el museo porque llevaba años viviendo ahí, se dio cuenta y le propuso bajar al bar, a buscar a su tía.
–¿Bajar? ¿Cómo vamos a bajar, Juanito?
–¡Por una escalera de colores! Vení conmigo y no te olvides del barrilete.
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Fueron de un cuadro a otro ayudados por el barrilete.
Pasaron por un grabado de Antonio Seguí, donde casi se pierden en la multitud, y por una pintura con muchos cuadriláteros de Hilda Mans, hasta que llegaron a una pintura que parecía una pared de ladrillos, con algunos coloreados: era una obra de Graciela Hasper.
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Como puerta de salida, Juanito Laguna le aconsejó a Malena que se aferrara a esos ladrillos de colores y bajara como si fuese una escalera.
Malena le devolvió el barrilete a Juanito Laguna y este le dijo que se lo podía quedar, como recuerdo de su paseo por el museo.
–Yo tengo otro en mi cuadro –le dijo–. Adiós, Malena. Tengo que volver.
Malena bajó despacio y luego corrió al bar a buscar a su tía, con el barrilete bien agarrado en su mano izquierda. Tenía muchas cosas que contarle, pero sobre todo le quedaba una duda. Habían ido al museo para ver obras de arte, pero Malena aún no sabía qué era exactamente el arte.
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La respuesta a Malena y también a vos es que el arte es todo aquello que nos causa un placer estético.
Por ejemplo, ¿te gustó la película que viste la última vez?
Eso es arte.
¿Te gustaron los dibujos del libro que sacaste de la biblioteca?
Eso es arte.
¿Te gusta el mural pintado en un paredón a dos cuadras de tu casa?
Eso es arte.
¿Y este libro?
La respuesta te la dejo a vos.
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A lo largo del cuento “Juanito Laguna y su barrilete” aparecen referencias a algunas obras de arte que forman parte de la colección del Museo Moderno. Te invito a conocerlas.
ANTONIO BERNI
(Rosario, 1905 - Buenos Aires, 1981)
Sin título, de la serie “Los zaguanes de la siesta”, ca. 1980
Grabado
38 x 25 cm
Ca. es una abreviación de “circa”, una palabra en latín que significa “alrededor de”. Este agregado nos indica que el año que se pone a continuación es aproximado, porque se desconoce la fecha exacta en que la obra fue realizada por el artista.
Sin título, de la serie “Los zaguanes de la siesta”, ca. 1980
Serigrafía
39 x 26 cm
La serigrafía es una técnica de impresión Primero se dibuja sobre una malla metálica con un líquido especial que se endurece. Luego, se apoya la malla metálica sobre un papel y se pasa tinta de color por la malla. Esta tinta solo va a pasar por las zonas que no estén tapadas con la tinta especial. ¡Exactamente al revés que cuando dibujamos con lápices y marcadores! Muchas veces, como en este caso, los artistas usan la serigrafía para agregar color a un dibujo que ya está sobre el papel. Para hacer eso tienen que pensar con cuidado dónde quieren color y dónde no, y tapar con su tinta especial antes de pasar cada color.
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RAQUEL FORNER
(Buenos Aires, 1902-1988)
Astromutación, 1969 Óleo sobre tela 72,5 x 100 cm
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JUAN ANDINO
Sin título, sin fecha
Tinta sobre papel
50 x 37 cm
Sin título, sin fecha
Témpera y lápiz sobre papel
50 x 35 cm
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XUL SOLAR
(San Fernando, 1887 - Tigre, 1963)
Marte y Saturno o Pan Tree, 1954
Témpera y tinta sobre papel
36,5 x 24, 5 cm
¡Pero qué nombre más raro!
A partir del año 1918, Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari comenzó a firmar sus obras con otro nombre. Primero abrevió el apellido de su papá (Schulz) como “xul”. Esta palabra le gustó mucho porque, si se mezclaban las letras, se podía formar la palabra latina lux (luz). Luego, tomó el apellido de su mamá (Solari), y lo abrevió como “solar”. Y, así, se transformó en Xul Solar. Luminoso, ¿no?
HILDA MANS
(Buenos Aires, 1943)
Síntesis, 1975
Óleo sobre tela
82 x 82 cm
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ANTONIO SEGUÍ
(Córdoba, 1934 - Buenos Aires, 2022)
Sin título, 1996
Aguafuerte/aguatinta
60 x 76 cm
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GRACIELA HASPER (Buenos Aires, 1966) Sín título, 2001 Acrílico sobre tela 197 x 266 x 2 cm 123
Soy Josefina Ricotta, tengo treinta años, soy escritora, licenciada en Psicopedagogía, tía de Jacinta y tengo TLP (trastorno límite de la personalidad).
Lo primero que debe aceptar una persona con TLP es que su enfermedad lo acompañará siempre y que deberá aprender a convivir con ella. Llevo en mi mochila un carnet de discapacidad, asisto regularmente a mis sesiones de terapia y tomo los remedios que me indican mis médicos, pero también soy coordinadora académica de una institución educativa, he consolidado vínculos sanos con mi familia y mis amigos, y con orgullo puedo afirmar que soy una excelente tía y madrina. Por supuesto que recorrer ese camino no fue sencillo y he pasado por etapas y recaídas. Sin el apoyo de mis padres y hermanos no podría haber llegado al nivel de estabilización de la enfermedad que he logrado alcanzar. Cuando alguna crisis de ansiedad me atraviesa o cuando caigo en una depresión que me impide levantarme de la cama para ir a trabajar, son ellos los primeros en regalarme un abrazo de rescate y decirme: “Jose, estamos con vos”, “¡Vos podés con esto!”. Sin mi familia, el TLP me habría ganado la batalla.
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Cuando comencé a escribir los cuentos para Jacinta, yo tenía poco más de veinte años, era estudiante universitaria y luchaba a diario por enfrentar esta enfermedad que tanto me desestabilizaba; pero había algo en lo que siempre encontraba refugio: la lectura y la escritura. Era en mis momentos de mayor melancolía cuando me salían los versos más sólidos. Leer y escribir eran mi lugar seguro, la zona de confort a la que recurrir cuando mis emociones se convertían en un tornado.
Soy consciente de que, al ser el TLP una enfermedad de por vida, debí encontrar recursos que me anclaran en el presente durante mis momentos de crisis. Como dice Albus Dumbledore: “Las palabras son, en mi no tan humilde opinión, nuestra fuente más inagotable de magia. Capaces de infligir daño y de remediarlo”. La literatura es, para mí, ese lugar cálido, confortable, al que siempre puedo volver.
Cuando mi hermana me avisó que estaba embarazada de Jacinta y que yo, además de tía, sería su madrina, sentí un orgullo enorme como nunca antes, pero también una responsabilidad. ¿Qué podía darle yo a mi ahijada? ¿Qué le podía enseñar?
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¿Qué vería ella en mí que le sirviera de ejemplo? Y la respuesta vino casi inmediatamente luego de recibir la noticia. Yo quería leerle en voz alta y enseñarle el poder de las palabras. Y aquel 13 de marzo de 2015 empecé a escribirle esta selección de cuentos en un cuaderno de hojas blancas lisas con tapa dura.
Cuando Jacinta cumplió un año, le regalé el cuaderno, no solo con los cuentos que había inventado, sino también con los dibujos que acompañaban los textos. Era la primera vez que me había sentado a dibujar. Durante un año me acostaba a la una o dos de la madrugada para quedarme escribiendo o dibujando. Recuerdo que compré una caja de doce lápices de colores y, cuando terminé todas las ilustraciones, el verde tenía menos de dos centímetros de largo, de tanto sacarle punta.
¿Por qué esforzarme tanto en un libro de cuentos?
Porque no hay mejor regalo para hacerle a mi ahijada que entregarle sus primeros cuentos, y, en particular, cuentos a los que pueda recurrir cuando las lágrimas amenacen con enturbiarle una tarde o, incluso, cuando esté tan alegre que sienta la necesidad de leer en voz
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alta. Con mi ejemplo quiero enseñarle que, por grande que sea la tormenta, siempre encontraremos un refugio, y, en este caso en particular, yo le ofrezco mi refugio: la literatura.
En estas páginas quise contarle que una persona ciega puede trabajar de guardabosques, que la mejor medicina puede ser la voz de un amigo, que los caramelos son más ricos si se comparten, que el enojo se puede controlar si aprendemos a reconocer y comunicar nuestras emociones, y, principalmente, que, aun cuando la vida nos presenta adversidades, siempre encontraremos una persona que nos ayudará a transitarlas.
Soy Josefina Ricotta, tengo treinta años, tengo TLP y le escribí un libro de cuentos a Jacinta.
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San Miguel del Monte, 10 de mayo de 2023
Querido lector:
Mi nombre es Victoria y soy la directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Quería contarte que uno de los más importantes objetivos de este gran museo público de nuestra ciudad es la inclusión y la accesibilidad. Desde hace diez años buscamos transformarlo en un espacio cada día más amigable, al que todos puedan acceder por igual y donde se sientan cómodos y bienvenidos, en contacto con el arte y con nuestros equipos. Trabajamos mucho para esto, tanto quienes se dedican puntualmente a la accesibilidad como el resto de las personas del museo. Nos sentimos comprometidos con este objetivo y queremos crear espacios amables de participación con la finalidad de transmitir cómo el arte puede transformar la educación, nuestra vida cotidiana y también nuestros futuros. ¡Son tantos los artistas que nos muestran nuevas maneras de ver y estar en el mundo! ¡Y tanto nos enorgullece asumir el rol de darlos a conocer y de acercar sus miradas a toda la sociedad! Somos felices cuando podemos acompañar a nuestros visitantes en sus procesos vitales, participando de una visita escolar, invitando
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a una familia a recorrer el museo, yendo a las escuelas y hospitales, o recorriendo el barrio para acercar las ideas e imágenes de los artistas argentinos a toda la sociedad.
Este libro que hoy tenés en tus manos es solo un tramo en ese amplio camino. Te invito a que te acerques a los cuentos que aquí publicamos, creados por su joven autora, Josefina Ricotta, y que, a través de ellos, te encuentres con Josefina y su bella historia. Quienes somos parte de este museo deseamos que sus relatos te diviertan, te emocionen y que también te hagan pensar, como nos pasó a nosotros. Y es por eso que quiero agradecer especialmente a Josefina y su familia.
Quiero expresar también mi agradecimiento a Sabrina Soldati por habernos acercado el libro de cuentos de Josefina, que tanto nos conmovió, y por apoyar su publicación. Al respaldar este proyecto, Sabrina honra la memoria de su madre, Ariane Zananiri de Soldati, quien hizo tanto por nuestro museo como Vicepresidenta de la Asociación Amigos, entre 1977 y 1985. Estamos felices de acompañarla en este importante gesto.
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Finalmente, agradezco a Gabriela Comte, su editora; a su excelente equipo editorial; a Pablo Alarcón, por el bello diseño gráfico, y a todos los equipos del Museo Moderno que lo hicieron posible. Estamos especialmente felices de que este proyecto pueda continuar la misión institucional centrada en la accesibilidad, que en este Museo inició Marina von der Heyde y que lleva adelante junto a Patricia Rigueira, Mariana Capurro y Giuliana Perticari. Sabemos que este libro transformará muchas miradas y muchos futuros.
Buenos Aires, 20 de mayo de 2023
Victoria Noorthoorn
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Ricotta, Josefina
Historias de papel : un libro para Jacinta / Josefina Ricotta ; dirigido por Victoria Noorthoorn ; editado por Alejandro Palermo ; ilustrado por Josefina Ricotta. - 1a ed ilustrada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 2023.
136 p. : il. ; 21 x 15 cm. - (Inquieta / Victoria Noorthoorn ; 3)
ISBN 978-987-1358-90-8
1. Literatura Infantil y Juvenil. II. Noorthoorn, Victoria, dir. III. Palermo, Alejandro, ed. IV. Título.
CDD A860.9283
Al cerrar esta publicación, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires ha realizado todos los esfuerzos para asegurar los derechos de reproducción de las obras. En caso de existir alguna omisión, la institución se contactará con quien sea necesario.
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Av. San Juan 350
(1147) Buenos Aires, Argentina
Impreso en Argentina
Printed in Argentina
Edición Gabriela Comte y Alejandro Palermo
Coordinación editorial Soledad Sobrino
Diseño Pablo Alarcón | estudio Cerúleo
Corrección de textos Julia Benseñor
Colorimetría y producción gráfica Guillermo Miguens
En recuerdo de Ariane Zananiri de Soldati (El Cairo, 1941 - Buenos Aires, 2004), el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires agradece el generoso aporte que hizo posible la impresión de este libro.
GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
AUTORIDADES
Horacio Rodríguez Larreta
Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
Felipe Miguel Jefe de Gabinete de Ministros
Enrique Avogadro Ministro de Cultura
Victoria Noorthoorn Directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires