Creación (hibridación, sobreexposición) literaria AÑO 1 - NÚMERO 1 - DICIEMBRE 2011
literatura mutante
a modo de pres entación Hay que devolverle a la literatura su capacidad de sorpresa, juego, experimentación, búsqueda y también, por qué no decirlo, desencuentro, fracaso, pérdida.Sin temores: la literatura es goce, evasión lisérgica. Nuestros héroes literarios siempre tuvieron claro esto. No los mencionamos por evitar caer en los lugares comunes: todos saben a quiénes nos referimos. La literatura debe, tiene, que ser un culo inquieto. Nosotros meneamos el culo constantemente, con ritmo, frenesí y ternura. No conseguimos hacer literatura de la buena, seguimos intentándolo; moriremos así. Publicaciones como esta hay cientos, en esta facultad como en otra, en esta universidad como en otra, y como en cualquier ciudad del mundo. Esta es una más. No pretende ser exclusiva, ni elitista, no pertenece a ningún grupo, no tiene fijaciones ni es concéntrica, no tiene género, y no tiene manifesto: quiere revolucionar la literatura pero le falta una ética, quiere renovar el lenguaje pero le falta talento. Tampoco le lame el poto a cualquiera; sólo a algunos. Es abreviada por falta de presupuesto. Es corta pero ancha. Es evocativa pero no romántica. No es democrática; es un revista puerca: autoritaria y egocéntrica. Es libre para publicar cualquier texto mamarrachudo, siempre que encuentre libertad y amor. Es una revista pajera, polífona, híbrida, mutante, cacósmica. Adjetivar es fácil. Como es obvio: nos publicamos a nosotros mismos y a nuestros amigos. Aquí el primer número.
Año 1 - Número 1 - Diciembre 2011
MUTANTRES es editada por Shirley Castañeda, Viviana Barrios y Jorge Castillo. Es una publicación que pretende ser trimestral. Su tiraje es de 500 ejemplares. Escriben en esta publicación: Shirley Castañeda, Viviana Barrios y Jorge Castillo. Colaboran: Kevin Castro, Silvana Reyes-Vassallo, Claudia Echeverre y Christian Rosado. E-mail: tresmutan3@gmail.com Agradecimientos: Papelería Autoadhe: Avenida José Gálvez 1260, Lince. Teléfono: 472-1907. Creemos en la piratería: fotocopia y difunde.
abierto al público shirley castañeda
La noche se traga todas las tormentas, todos los dolores, todas las batallas…La noche nos acecha con osada maña; ávida, temeraria; desenrolla su lengua filuda, lengua anura tanteando la muesca rosada, lengua reptil atizando nuestros más íntimos rescoldos. Es la noche que prueba en las cuerdas flojas, la noche que nos afina, que invade las calles, que invade las veredas, los muros, las esquinas, los bares, las ventanas; que vacía el deseo en el centro raquídeo deshaciéndonos. Es la noche que explota, que se enciende de sueños, de queja, de besos, de antojo, de llantos, de silencio; de placer. Es la noche que nos llama estentórea, soprano, viril; andrógina, hacia la búsqueda de un número masónico. Número que aparece tímidamente al lado de una puertita descolorida en una calle del centro de la ciudad. Aquí no hay destino cifrado, se trata de un número cualquiera en una calle cualquiera a la derecha de una puerta de casona antigua, mutada en tienda comercial en el primer piso, y transfigurada más allá de la estrecha escalera que zigzagea hacia el tercer piso, que nos encuentra atestados en los escalones, en el rellano, en las cornisas de las ventanas, en un pequeño salón donde un muchacho con nerviosismo culpable revisa tu nombre en la lista de reservaciones. Es desagradable el nerviosismo de este muchacho, innoble con los pantalones de negro cuero, ajustados con una cadena, y con el acorazado pecho de tachuelas plateadas, innoble con su pinta de tipo duro. Pero que importa el dedo delicado del anfitrión que cuenta las monedas para darte vuelto y que además, te da, didáctico, un plano de los servicios ofrecidos por cada ficha que compras; que importa que el invierno se haya diluido en este cubículo de colmena, que se hayan delatado caras pálidas en este verano artificial; que se cuelen sonrisas insinuantes, llamadas ansiosas, niñas de negro elegante con balerinas delicadas, botas taco aguja y perlas falsas, chicos de cultura porno, o de gran ignorancia en el asunto. Cada uno espera su turno al llamado, mientras atisban con mirada ansiosa el anuncio de bienvenida de coloridas lucecitas que titilan sobre los caracteres: OpEn. Muñequitalinda nos recibe perfectamente dispuesta desde su alto estrado; y aunque una muchacha en bata de seda se esfuerce en guiarnos con una grandilocuencia de director de circo, es ella quien ya nos ha atrapado con sus largas piernas, su minivestido de niña grande, sus ondulados cabellos electrizados; mueve las manos de su frágil figura, invitándonos. Cualquiera puede manejar sus controles; cualquiera puede encender las lucecitas de su cuerpo y tantear su sensibilidad: encender guirnaldas entre sus dedos, fulgores en su pecho, rielar su vientre, iridizar su pelvis. Muñequitalinda sonríe perfecta, blanca, delicada, accesible, sencilla. El guapo barman me entrega la lata de cerve-
za, quisiera también tener sus controles. Dos siluetas negras sentadas en un sofá cruzan las piernas, una acaricia un látigo entre sus manos y la otra acaricia melosamente sus curvas. De pronto, el grupo desemboca en un cuarto precedido por una enfermera de dulce sonrisa que lleva una enorme jeringa sin aguja, con una sustancia blanca en su interior. Al fondo del salón, una mujer de pelo corto señala con una varita encendida las partes de una vulva gigante. Desprende una almohadita de seda rosa que saca levantando un capuchón de la parte superior de la vulva, la pasa por el público, pide a los hombres, a las mujeres, que la toquen, que la acaricien, que la besen, que la mimen, es su amiga el clítoris, dice, todos ríen, ríen; y ríen, luego, a los falos de plástico, a las vaginas de chocolate; ojeando un libro con fotos de vaginas sonrientes, renegonas, tímidas, descaradas, felices. El interés se repliega hacía la sala central donde la chica de la bata de seda presenta a dos mujeres de escotes desafiantes, son trabajadoras sexuales, dice con más sobriedad. Ellas empiezan a hablar, su voz es susurrante, tal vez tímida, aunque en el tono se revela una extraña mezcla de contrición y orgullo, que a los niñitos de universidad sabrá a antropología, a filosofía, a humanismo, a catarsis, a pura teoría, pura. Por una ficha pueden recibir su consejo o un masaje, informa el muchacho melindroso, el de las finanzas. Nos sentamos frente a una de ellas, si tenemos que ponerle un nombre la llamaremos Marta, Olga o María, es una puta, así quiere que le digan porque toda mujer tiene algo de puta, proclama, y nos habla de cómo besar las pelotas a nuestro hombre, de como volverlo loco hasta el final, de cómo primero tenemos que ver qué tipo de hombre es nuestro hombre —y esa pregunta nos vuelve a saber a antropología, a filosofía, a humanismo, a catarsis, a pura teoría, pura—.Si es un hijito de mamá muéstrale las tetas, dice, les encanta. Nos cuenta del beso negro y de más secretos, solo-por-el-valor-de-una-ficha. El tiempo se acabónos sonríe y nos despedimos con ganas de saber más de su vida que de sus secretos, con ganas de abrazarla y darle un beso y desearle pura, purita felicidad. Por el pasadizo que conduce al baño, la enfermera de sonrisa dulce da pencazos a un gorilón que padece con placer cada golpe. Nos invita a golpearlo, a flagelarlo, a abusar de él; la gente se intimida. Se trata de golpear a un gigante, de dar placer a un coloso, resulta difícil aceptar la impotencia. En un cuartucho contiguo, Muñequitalinda esparce sus efluvios. Alguien activa la prístina mecánica de su existencia, un circuito arterial de iridiscencia, de lucecitas celestes, de consteladas exaltaciones. Me entregan sus controles, entonces ella estira sus largos
dedos, estira sus brazos hacia mí. Trato de comprender la dinámica de su sistema vital determinado por cuatro botones, suficientes para existir, pruebo: se enciende su pecho, se alumbran las piernas, cimbrea la pelvis... su excitación es inagotable, su vitalidad no tiene límite; me canso, se apacigua. Nadie quiere ocupar mi lugar. Muñequitalinda abiertas me mira melancólica desde el suelo con las piernas. Un muchacho ha entrado en la pieza, viste de terno, se saca delicadamente el saco, lo cuelga en el perchero; ella lo mira con atención, lo mira sacarse la corbata —se enciende su pecho—, lo mira desabotonar la camisa —afloja los dedos—, lo mira sacársela —estira una mano—. Muñequitalinda se inclina, hace el esfuerzo por estirarse y alcanza a rozar el cierre del pantalón del muchacho que la mira y me mira. Ella roza, acaricia apenas, él la mira, la desea. Muñequitalinda enciende su pecho, sus manos, su vientre, sus piernas, perturba su pelvis, él la levanta, le saca el vestido de blondas y encajes, delicadamente, la toma de la cintura, la hace girar, danza con ella. Llora un bolero en la radio, aúlla como un lobo enamorado a la luna que se asoma por la alta ventana que
llega hasta un cielo raso. Muñequitalinda titila, centella en su pecho, en sus dedos, en su pelvis, en su vientre. Su morosa incandescencia se ha esparcido por todo su cuerpo, ha encarnecido la pálida materia, y danza, danza ensoñadora, acariciadora, pletórica, llevada por el muchacho que la toma de la cintura, que aprieta su pecho al de ella, que la hace girar, que la acomoda en el sillón; que saca un frasco y vacía un poco del contenido, que se frota las manos, que le unta en el cuello, en las piernas, en la aureola infantil de los senos, en la ausencia del sexo, que la huele con fruición y la desnuda por completo. La viste de un baby-doll, la levanta y baila con ella el bolero que aúlla a la luna el amor imposible. El muchacho saca al público del cuartucho y cierra la cortina. La gente defraudada, se dispersa, se va a su rincón favorito; otros, al baño. Le pido el vuelto al barman y dejamos atrás a Muñequitalinda y a su amante. Suena el olifante, la noche nos llama, nos invita, nos traga. Somos criaturas galvanizadas, perdidas en el misterio de sus entrañas.
poesía
jorge castillo difícil.1 Qué difícil es seguir así, sin que ningún coro de ángeles me toque la espalda o que alguien me prepare el café. Qué difícil es amanecer frío con la muerte que duerme en tu almohada y qué difícil en vaticinar este olvido masivo, este tránsito hueco túnel vacío cojo y tuerto, sabiendo que miles y miles de humanos como el estadio monumental lleno claman y claman, amor amor justicia justicia cómo olvidar este olvido, este bolero sin nombre y este llanto inútil. Qué difícil que todos clamen amor amor justicia justicia y a viva voz como llamando a Dios, a un dios gigante como la plaza Italia el día que nos conocimos y tomados de la mano de esa unión más grande que la catedral unimos nuestra voz a esa otras voces que claman amor amor justicia justicia sin que nadie mueva nada y todo siga igual igual. ¿Acción? Miro los faros de mi cama y pienso que qué difícil es todo esto, este lamento se agota estas palabras son reclamas desesperadas de sueños muertos de tiempo entre oreja y oreja y qué difícil es recorrer tu vientre con mucho frío y mucho agosto, mucho mes, mucho años, mucha piel y violines. Tus ojos esas inmensas mañanas que miro desde otro espacio. Que difícil es caminar sin querer hacerlo, qué difícil es tomar el sol con dos brazos y lamer el llanto de los perros y perras que tienen también mucha hambre de amor y justicia y sus ladridos solo son sábanas para tapar este frío y esta pena que toca mis rodillas. difícil.2 Nunca podré decir todo lo que quiero, el poema se me muere cuando inicia y muchos claman a viva voz que el amor amor justicia justicia pero mi poema se muere todos los días, que me dé aliento, ya no cuanto amor o justicia, un aliento un soplo que nace detrás de la piedra y de los desiertos. El poema se me muere como mi carne como mis ojos vacíos y esas manchas en la pared que crecen por las tardes cuando mi madre canta canciones solitarias y lamentos de un tiempo que me suenan a gelatinas a vapor a tarde planchando la ropa de mi padre. Yo también soy otro y aunque no digo lo que quiero y el poema se me muere cuando inicia como todo en cuanto lo menciono espero que llegue el día que alguien me toque las rodillas o mi pene o mi vagina o mi cuello y trepe detrás de mis ojos pronunciando su nombre lentamente y algo parecido al amor o a la justicia grite feroz que sigo vivo. difícil.3 Cuando esa chica que miro a los ojos se trepa de mi cuello y me sujeta entre sus piernas una voz que no es mi voz nos dice que guarde mis uñas y un poco de pelo para cavar mi propia tumba. entonces me entierro entre su piel y descubro que la soledad no es solamente mía ni el rugir de sus muslos ni mi aferrarse a sus ojos nada nos pertenece ni los días ni las noches ni esa luna que nos mira con dulzura ni nuestros ojo ni nuestra piel ni nuestras manías nada nos pertenece entonces cavo mi tumba y tu presencia es como un cuervo maldito apuntándome con su pico por la espalda cavo mi tumba con la soledad que arrastro entre mis suelas entre mi axilas y mi pecho desnudo cavo mi tumba con la soledad que es mi sombra mis dedos señalando un grito finalmente solo cavo mi tumba en la soledad de estas paredes y entierro mi piel en tu piel mi mugre en la tuya y cavo mi tumba y guardo conmigo algunas piedras que nos lanzábamos jugando siempre con el amor y de espaldas a la justicia.
hey, susan jorge castillo
Hey Joe, where you goin' with that gun of your hand? I'm goin' down to shoot my old lady. You know i caught her messin' 'round with another man. Hey Joe / Jimi Hendrix Al colgar el auricular del teléfono público lo supo. Mataría a ese cabrón. No sería difícil, lo venía pensando desde hace mucho tiempo, muchísimo tal vez. Lo tenía todo pensado. El tiiiiii del teléfono le confesó, con rapidez, precisión y exactitud, que debía matarlo. Qué hará este imbécil que no me contesta, por qué se esconde en ese silencio cómplice de celular que timbra y timbra hasta casi reventarlo. A estas horas estaría en el mercado trabajando, descargando las verduras del camión al puesto. Podría contestar el teléfono, tranquilamente podría hacerlo; no quiere hacerlo, me ignora. O esconde algo. Mataré a ese cabrón. Debería, por el contrario, no hacerlo. Debería evitar ese facilismo de la ventilación gratuita de mis emociones, de la transparencia fácil, la concurrencia y justificación de esos egos malditos. Anoche me visitó X, usual y atenta confidente de esas ventilaciones emocionales. No lo hice; sin embargo, estuve tentado muchas veces, casi por el discurrir natural de nuestros diálogos, a saltar esa valla y largarme a contar esas contradicciones que me afectan. Le comenté brevemente lo mal que me sentí la noche pasada después del chifa, lo relacioné con la ansiedad en un principio (así lo hice saber a otra amiga), pero en realidad es una constante y galopante depresión. Esto es un asco, me siento realmente mal al escribir esto y ser conciente de lo vulgar que soy cuando soy preso de esas confesiones dislocadas y justificatorias. Que cochinada. Tal vez si poco a poco aprendo a dosificar esas energías neuróticas y depresivas, hacerlas más inteligentes, filtrarla mejor. Sé que no podré evitarlo del todo. Es como la arrechura. Uno sabe que está ahí, que tienes la necesidad pero no logras encausarla, desfogarla, entonces te masturbas y, aunque no es del todo satisfactorio, logras pasar la noche y los días y estás mejor. Luego ya tiras y estás más tranquilo, sereno. Es un poco eso. Tengo que aprender a masturbarme psicofìsicamente, a eyacular toda esta insatisfacción, toda esta mierda de vida que flota como mojones sobre el mar que es un cielo gris. Mis mojones son estrellitas del firmamento en una noche oscura. El marido de Susan llega siempre hacia las dos de tarde, después de su trabajo en el mercado, a almorzar y descansar toda la tarde. En la noche sale con los amigos al bar de siempre. Al bar maloliente de siempre. Susan prepara la sopa con premura, casi dan las dos. La sopa de pollo y verduras con suficiente matarratas como para matar a todos los roedores del mercado. Bien disimulado, claro está, con abundante orégano y fideos cabellos de ángel. Susan mezcla el matarratas y el caldo con precisión, mira el reloj alternadamente, y piensa calmadamente que por qué no contesta el celular, por qué, por qué, es tan sencillo contestar el celular, siempre lo lleva bajo la correa, no cuesta nada, es fácil, por qué, por qué. La masturbación mental puede ser literatura, el problema es que me falta talento, disciplina e inteligencia. Oh,
dios, ¿qué tengo en consecuencia? Algo de intuición, mucha superstición y estoy lleno de semen imaginativo. Agitar mis neuronas y expulsarlo todo. Ser feliz. Me falta alguna suerte de orden literario, un conjunto de razones explicativas para ordenar esa avalancha de ideas que tengo. ¿Hacer literatura del caos? Es tentador, provocar neurosis más fuertes. Vale el riesgo. A la mierda todo, que vengas las cien mil conchas a devorarse todo. El marido de Susan cae al suelo y convulsiona. Ella lo mira sin miedo, ni rencor, lo mira con distancia, una mirada científica sería exagerado decir, porque ella tiene los ojos tristes y el cabello muy sucio y alborotado. El marido trata de gritar y no puede, sus músculos flaquean, sus nervios se entorpecen, tiene la mirada de espanto. Sabe que va a morir. Quiere tomarla de la pierna a Susan, ella se levanta y se va. Cierra la puerta desde afuera con candado. A veces no quisiera conocer a nadie, a veces no quisiera saber de nadie, a veces quisiera que nada exista, a veces quisiera no existir, a veces la vida que pasa frente a mis ojos se me escapa como agua entre mis manos y al instante, me pregunto, ¿por qué tendrías que aprehenderlo todo? Pregunda absurda y respuesta, si la hubiere, doblemente absurda. ¿Qué pretendes entonces? A veces no quiero saber de nada, de nadie, ni de mí mismo, ni del planeta, ni la ecología, ni de economía monetaria, no quiero saber de la chica que amo silenciosamente, no quiero saber de qué piensa cuando estamos juntos, no quiero saber del silencio, ni de mi familia, ni de la poesía y su manera cruel de abofetearme todos los días, no quiero saber de la puta por la que siempre me masturbo, no quiero saber del unicornio verde que camina por el techo de mi cuarto y que siempre me dice cuándo vas a hacerlo, cuándo vas a saltar esa baranda que es el camino de la muerte pero también de la absolución total de total de total de totales. Siempre me excudo del último total. Que conste que no es cobardía, sino mera curiosidad de este mundo. Susan está en el bar ahora, en el bar maloliente, en el que su marido pasa tantas noches con sus amigos. Puede reconocerlos a todos ahí: está tal y tal, él y aquel. Los mira con atención, es su tercera cerveza, la bebe despacio y siente que se ha perdido de algo, que ese amargo sabor no es tan amargo y esa espuma no es tan babosa. Mira los gestos de los amigos de su marido, les mira las manos, esos bigotitos mal afeitados, esas uñas llenas de mugre, algunas piernas vigorosas, la entrepierna y los ojos. Los oye decir las mismas estupideces de los borrachos de siempre, las mismas groserías de siempre. Bebe su cuarta cerveza. Nadie puede rescatarme porque tendría que reconocer, primero, al rescatador, a la boya salvadora, al salvavidas, y no lo reconozco, no lo puedo objetivizar. No puedo reconocer nada ontológicamente. Ya sé que no hay salvavidas ontológico. ¿El arte? ¿La artificialeza? Ubicuidad,
señores, ubicuidad. Un hoyo negro metafísico, una barca de aire en mares de arena, una luz oscura de tanto brillar, un frío que quema, una chispa de oro fulgurante pero pálida. ¿Poesía? Amor, amar, luchar, perder, siempre perder, luz final, amor, muerte. Susan se siente etérea, inmaculada como esas fotos donde aparece la Virgen María, después de su tercera línea de coca y no sé cuántas cervezas que toma con Lucho ahora. Tiene bonita la sonrisa, piensa. También la camisa. Él habla del trabajo, en su calidad del líder sindical de trabajadores del Mercado Mayorista Número 1, de los derechos que se tienen que respetar y que la municipalidad quiere arrebatárselos en un acto de discriminación social, habla de la organización, de los precios del pescado y otras cosas que Susan ya no oye, porque las vírgenes marías no tienen oídos, ni ánimos para escuchar discursos de Luchas de Clase. Lucho le toca la pierna izquierda. Mejor así. Se deja tocar y manosear, Lucho es rápido y hábil. Se deja besar, Lucho tiene el aliento de líder sindical y besa mordiendo el labio inferior. Susan se siente bien con otra raya de coca, los millones de cerveza, la mano mañosa y los besos de Lucho. Susan se siente feliz. Lo mismo pienso de la literatura: Salvación. ¿Estoy ahogado? Sí, de muchas maneras estoy ahogado. ¿Necesito un psicólogo? No. ¿Alguien puede ayudarme? Ni la chica que amo, ni la literatura, ni el extraterrestre verde. Sin embargo, me cuesta escribir esto, creo que señalan un camino, trazan una ruta paralela, o de apoyo. Es una manera de aguantar. Aquí hay varias cosas, varias. Primero: tú te crees Dios. Segundo: tú no eres Dios. Tercero: Eres una contradicción. Otra vez: Primero: tú te crees Dios. Segundo: tienes un problema de tipo sociópata. Tercero: eres frágil. Vamos otra vez: Primero tú te sigues creyendo Dios. Segundo: tu condición de sabedor de alguna miserable verdad te sepulta en la mayor de las soledades, en la mayor de las profundidades. Tercero: no tienes el rigor intelectual para entender esto, aunque sospechas que el entendimiento tampoco te llevará a un proceso, digamos, tranquilizador, consecuente, bueno. Eres incapaz de inventarte una ética de salvación. Finalmente: Te crees otro, buscas pero niegas la búsqueda y te entrampas. Todo te hace buscar la soledad pero ansías el calor de la comunión, tienes aspiraciones intelectuales pero lo intelectual te apesta por sonar muy snob, tu profundidad es grande y te asusta, pero no tienes talento y no serías Pizarnik, y tus clonazepán te producen gastritis cada vez más duras, te golpeas contra el cemento todos los días y eres un cínico de mierda. Pero si el cinismo también es una forma de comunicación, piensas, es la única manera que he encontrado de sobrevivir. Susan bebe ahora con Pedro algo parecido al ron pero que sabe a maracuyá. Es el líquido del amor, le dice Pedro pícaro. Pedro también trabaja en el mercado, es guachimán de los puestos de pollo y carnes. Su cuarto tiene paredes celestes y decorado con fotos de chicas de enormes potos. Él le cuenta que toda su vida ha vivido en el mercado, que su padre lo engendró entre sacos de papa y que su madre vendía anticuchos en la puerta 3 del mercado. No sabe nada de ellos, de su padre nunca supo nada. Susan piensa que el amor tiene otras formas y que ella no tiene hijos
porque son siempre incómodos. La cama cruje con cada movimiento, Susan se ha levantado la falda gris y tiene una teta fuera del sostén. Susan no siente placer y sólo un poco de mareos y ese olor a maracuyá. El olor del líquido del amor, piensa. Pedro no tarda mucho y gime como un loco. Mucho escándalo. El sonido del amor, piensa Susan. No. Es otro día. Muchos días después. La fatiga me inunda ahora y escribo con un desgano enorme. Pero no es tampoco flojera por flojera. Es una sensación de inutilidad enorme que me desborda, una sensación de que la vulgaridad e imbecilidad de nuestro diario vivir ocurre con facilidad. Pienso, muchas veces, que ningún día es bueno del todo y tampoco malo del todo. Es como si las cuestiones, en términos de bueno o malo, realmente importaran poco. Como la sensación de que más allá de estas definiciones muy ínfimas se esconde una, otra, gran verdad. Una verdad que no se desliza por el solo hecho de mencionarla, que está en otra dimensión de nuestro diario vivir y comprender, una verdad como una sensación anti racional. Aunque sospecho que esto también es falso. Tal vez sea solo sensación de soledad. Una soledad diaria y enorme que me consume diariamente. Una soledad enorme que genera un forado gigantesco en mí. Dudo que tenga un valor importante para mí esa soledad. La soledad es un lugar que yo he buscado y que, de alguna manera, creo que elegante, he encontrado. Una soledad que nace de alguna forma innata en mí. Repetirlo suena imbécil. Mi problema es que también mi cuerpo pide acción, mi alma pide acción, soy un culo inquieto, soy un tipo que busca forma y asociaciones, que busca hacer algo, crear algo, salir, detentar, arriesgar. Por eso que ahora, me sobrecoge, he leído emocionado y de alguna manera, cómplice, como los egipcios han derrotado a un presidente dictador. Aunque soy muy descreyente de la política de una mayoria acéfala, creo que ahí también radica lo importante y vital de los cambios en la vida, a distintos niveles. Más, mi búsqueda es otra. Tengo un idiota dentro mío que me dice, no, vuélvete a la cama, mastúrbate, lee esas porquerías que lees, métete en las sábanas, húndete en tu piel y tus pensamientos y espera la muerte abrazando el mayor de tus cálidos reflejos de miedo y miseria. Susan camina hacia su casa, lleva las llaves en el bolsillo y un aliento de los mil demonios. Es de noche y piensa que el cielo nunca estuvo tan negro como hoy y que la luna es un ojo gigante que la observa y guía su ruta. Susan camina despacio, sin prisa, le duele un poco la cabeza y le pica la nariz. También se siente un poco sucia. Su casa no queda lejos, toma la ruta larga, algo que no se explica hace demorar sus pasos. No puede evitar pensar ahora en su marido. ¿Cómo inoportunar la única oportunidad que tienes de ser tú mismo? Y, por lo tanto, producto de ese intento, de ese brillo de oportunidad, ser feliz. ¿Dónde queda ese estado en el que ciertas emociones se juntan, en un abrir y cerrar de ojos, y es todo maravilloso? ¿En un viaje fortuito e improvisado a una ciudad perdida entre cerros, con personas maravillosas y un pueblo silente? Tal vez no se necesite demasiados brillos intelectuales para llegar a ese lugar que, quién sabe, está a la vuelta de la esquina. Justo detrás de donde crees que comienza el problema, la solución asoma dando chispazos de inobjetable verdad
Apetito por la (auto)destrucción viviana barrios
Maldito e ingrato tiempo, perjuro e infiel de ilusiones, te marchas hurtando quimeras, soterrando materias pútridas y rostros ajados; huellas sobre las panzas chorreadas, a veces cicatrizadas, resaqueados alientos a desagüe, y ojos a puntos de erupcionar; dejamos de ser cuerpos sólidos y terminamos siendo estropajos de baño público. Efigies descompuestas, después de haber sido seducidos por las frágiles y placenteras lunas calientes, erramos entre veteranas tabernas, discotecas valetodo, locales anarcochichas, calles etílicas al compás de charlas de púberes emos de cabellos verdes, erizados peinados con simpáticas chaquetas parchadas; más allá devorados besos negros de sucúbicas chicas, vampiros a cada esquina esperando a succionar cuellos virginales; bajo las calles travestidas, imponentes y sexuales ultraminifaldas, escotes volcánicos, esperan a sus mejores clientes entre carros azules y faroles bicolores; y nosotros arracimados en la banca de la Plaza Francia del Centro de Lima, espectándo acuarelas vivientes; fuimos y somos coleccionistas de almas. Ahora en nuevos agujeros hemos recapitulado encuentros fósiles, para evocar tiempos fúnebres y recogerlos bajo poéticas caleidoscópicas: poetas, cronistas, músicos, fotógrafos y otros todavía buscan afirmarse, robándole tiempo a su vida miserable. Hacia el extramuro, volteo los ojos y era ayer, cuando me sumergía en la caja de resonancia del lenguaje del rock —rebeldía sinuosa— y expectoraba sutilmente las radios de cumbias y regetones de combi, boleros y pasillos, en sus asfixiadas confesiones de amores imposibles, corazones trozados, yugulares cortadas y anudadas arterias; también para perderme entre los extraños manifestantes, banderola en mano, en contra todo-nada (sistema, moda, ideologías, etc.); sin duda, deseaba inútilmente desvestir al mundo de sus maquillados disfraces. Vuelvo, más suspicaz, evasiva, pasiva e inerte, sonrió de mis travesuras, y evocó desde la ínsula de las Bermudas, historias que complacen sempiternos recuerdos. Permutada, como un poseso del sonórico Olimpo baquiaco, cadencioso, vital, incendiario oscilando en su dimensión lisérgica; postrarnos sobre nuestras más íntimas pasiones es lo que nos define. La tentación es mortal en nuestras ansias por descubrir nuevos sonidos, sabores y someternos a las pruebas amatorias, como alguna vez lo hicimos desde las húmedas fantasías, soñando o siendo groupies de una sola noche. Fue nuestra manera de demostrar nuestra fidelidad y reverencia sobre supremos Orfeos. En este culto iniciático muchos nos desvirgamos, con uno o varios, atravesados bajo el oscuro recinto de duras baquetas, scrash cimbreantes, o cuerdas de progresivos arpegios, suaves y veloces, o acústicos ecos altisonanticos: los Guns n’ roses, y su hipnóticamente demoniaco, Appetite for destruction (1987), disco ardiente desde sus proyecciones, corrosivos en sus brutales composiciones, salvajes caníbales de las crudezas armó-
nicas; era la vanguardia de nuestro tiempo: imágenes, sonidos, la fuente del parnaso, sus propias experiencias de vidas extremas. Y que reflejan las leyendas que muchos hemos experimentado. Problemas con la ley y el inconformismo con la sociedad son las confesiones de Axel con Welcome to jungle y Out ta get; cometimos locuras de amor y exploraciones amatorias, en perfecta consonancia con Sweet child or mine y My Michelle, letra creada por Axel a su novia, y Rocket Queen, en esta última, los gemidos que se escuchan, ocurren en pleno desembrague sexual entre Axel y la novia de Steven Adler. Y si alguna vez nos volvimos ratas negra de alcantarilla, Nightrain, Mr. Brownstone, Its so easy, nos removerán la conciencia, si la tenemos, de un viaje efímero o perpetuo por el Averno. Aunado a la crudeza de sus confesiones sobre el sexo, drogas, alcohol y rocanrol, en el aura de lo explícito, controversial y polémico que resultaban en una época que todos vivimos. Pero las letras tomaron forma y vida eterna, bajo el penetrante sonido lúbrico del hard rock, punk y blues que sacudía y embriagaba el disco, y en la desenfrenada técnica magistral de Slash con sus arpegios y solos, los riffs de Izzi, los contrapunteos de Duff, los golpes precisos de Adler y la voz salvaje, gutural de Axel Roses. Volver a escuchar el disco con oídos algo más longevos me volcó hacia mis preteridos años, me hizo rememorar y pensar que cuando un libro, una canción, una imagen nos encuentra, es porque busca fundirse, reinventarse, expresarse bajo nuevas miradas, cuerpos, vidas.
Algo así como los dinosaurios
poesía
Cesárea
Te abrazo en el asiento de atrás del micro y yo sólo tengo ganas de besarte en Cuba (en una plaza en Cuba) y una pileta y una banca vacía y otra banca con un viejo almorzando el «ars amandi» por enésima vez.
Llevo el pecho desnudo porque en él llevo la muerte.
Me miras mientras juego con el boleto del micro y lo doblo y lo guardo entre mis dedos y me río porque las ventanas están cerradas y yo me muero por una guaraná (¿por qué las ventanas están cerradas y yo me muero por una guaraná?)
Esta sed que se me cae de los ojos No es flor de un día: La conozco. Ni bien, ni mal, ni bien.
Ah… así tantas veces a tu lado
y soñando el sol parece una linterna con la pila baja y los pájaros deletrean avenidas: u-n-i-v-e-r-s-i-t-a-r-i-a w-i-l-s-o-n a-r-e-q-u-i-p-a g-r-a-u. La tarde empieza a caer sobre tus hombros y tú y yo somos algo así como los dinosaurios esos los que jamás se extinguieron.
Kevin Castro (Lima, 1993). Estudia Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es marxista y fumador. Escribe artículos y tutoriales para algunas páginas web, trabaja de mesero los fines de semana y publica relatos en el blog de la web Comunidad Cibertec, donde se desempeña como redactor y corrector de textos. Algunas de sus creaciones las publica en otros foros de internet, actualmente escribe una novela y hasta el momento ha escrito un libro, que él mismo ha editado, financiado e impreso; ejemplar único, cuyo paradero —y contenido— es confidencial.
La gravedad
Qué desastre comerme un pan que una pobre rata ha despreciado Qué desgracia llamarle lunes a un martes Y a un martes llamarle nada Quedarme muda. Esta sed, que se me cae por todos lados Se ha vuelto tras la colina, un pozo. Esta sed moribunda, despreciable esta sed saciada Saciadísima Esta sed que se volvió sueño jornada laboral, huelga, explosión Qué desgracia llamarle hambre, llamarle sed ¡Qué sedienta desgracia beber!
Silvana Reyes-Vassallo (Chiclayo, 1984) / Estudió Enfermería en la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Ama a Morrissey y a Bolaño. Vivió en Nueva York durante dos años donde trabajó como Au Pair. Es bilingüe. Actualmente reside y es enfermera serumista en Huayllagual, Cajamarca. Publica sus textos en su blog: silvanaaqui.blogspot.com
diarios infieles
Ella toma el pasado en sus manos y lo agita hasta verlo desangrar. El desangre no importa si tienes fe en el momento, en el instante en que las sábanas son lechos de arena y el cielo nubes de polvo. Ella agita e introduce su dulce pasado para exorcizarse, para victimizarse por esos tabúes adquiridos, nunca bienamados y siempre adoloridos; ella agita e introduce su dulce pasado como una forma maldita de evocar su presente y su fe en las paredes viejas, los olores de madrugada y los bailes pegajosos; ella agita e introduce su dulce pasado para metamorfosearse en una libélula que recoge mieles con retóricas estúpidas y sabor de agrio vino y gemidos adelantados, como luna de primavera, como loba contra la timidez; ella se agita y se introduce en un cosmos para reconocerse con luz propia de vicios compartidos; ella se agita sin premura y se introduce con violencia en movimientos que imitan a los cuervos en busca de presa. Alimento de tardes tristes, memorias de pasados polvorientos y sol cegador. He victimizado mi piel dorada, mis testículos de acero y mis ojos de lagartija al sol para verla agitar e introducirse en ella misma en un narcisista acto de eliminación de fronteras definibles que se tornan en suspiros de bruma, espanto, y también piel, uñas y poros abiertos. Como cuando camino a tu casa, mientras atravieso la ciudad para verte, pienso que me gusta… pese a que tu náusea y tu falta de fe me oprimen, pese a que tus confesiones al respecto me resultan terribles, fatales, inicuas; insanos atentados contra mi fragilidad; me gusta el vértigo de muerte que inyectas a la vida; te espero, sin embargo, no llegas. Llegas tarde. Te espero aterida en la esquina de Canevaro, en la bocacalle donde hay un semáforo, y tres esquinas anónimas, deslucidas, que con sus muros oscuros y sus casas en penumbras, me sirven de referencia. Te espero en Canevaro, el lugar donde si alguien me lo hubiera mencionado el mismo mes del año pasado, lo hubiera fácilmente confundido con un penal. Y algo que no alcanzo a descubrir brilla en tus ojos cuando tocamos un nervio. Algo se libera en ti, algo que aliviana tu insano dolor. Llena de mentiras, falso confort, tremebundas y caprichosas razones, miedos petrificados por espanto y lleno de lugares comunes están hechos tu materia gris. No hay herramientas a disposición, sin dolor no hay salvación, sin salvación no hay razón para seguir, y sin razones para seguir hay mucho acomodo en perfumes, máscaras, estridencia y folclor bohémico. Inoportuno, me aferro al silencio, y soy el espectador involuntario de aquella bochornosa noche que parecía ser solo una más entre tantas de nicotinas y vinos baratos, fundidos entre lenguajes musicales y orales. Escuchar fue traducir y procesar aquellas imágenes mórbidas; una habitación oscura, paredes blancas, un cuadro sin marco; objeto vinculante: una cama para tres personas. A punto de dormir, algo me aterrizó a la vigilia: sonidos táctiles, roces friccionados y lúbricos de tiempos rítmicos y maratónicos; a centímetros de distancia en la que me encontraba, estaban tirando un polvo.
Ese tu caos que devela un mundo de flojas ataduras, de efectos absurdos y de promesas inciertas. Ese tu caos es el que me da terror y, paradójicamente, me otorga un sentimiento de libertad, de peligrosa libertad y también de desamparo absoluto. Esa manera tan tuya de asumir las circunstancias con insoportable estoicismo, esos arrebatos de amargura y rebeldía. Me gusta tu sentido del caos en el que nadas con total soltura, el caos que descompone las cosas en las que yo jamás he creído con convicción pero sí con mucha esperanza. Pero te espero en la esquina, justo donde va a parar la diminuta y agrandada combi, con todos sus pasajeros incómodos pero cómplices. Te espero, otros también esperan. He intentado encender el cigarro, después de cinco intentos al fin lo he logrado. Un taxista me toca el claxon: me confunde con una puta o me enamora. No importa. Tu verdad es revelada como mentitas que uno lleva a la boca por reflejo, sin pensarlo dos veces y sin esperar compresión de largo plazo. No te importa, tus aflicciones han tomado otros caminos ya incrustados en tus manos, gestos, en tu lenguaje. No importa. La verdad está en otro lado, no lo sabes, ni te importa. Tu refugio toma aires enrarecidos, subterfugios de avenidas del centro de Lima, barajas con caparazón. No importa. El daño que importa está tan incrustado en un resquicio solitario y que aflora en tu ducha, en el techo, en los días en que abrazas tus libros, que caminas a paso decidido en busca del minuto que vendrá. No importa el desengaño, la sinrazón, la fe opiácea, las fotocopias sin anillar, o esos sueños muertos en otros tiempos, en otros brazos, en otros catres donde anidas liendres. No importa. Llegarás tarde. El puto cigarro se acabó en un abrir y cerrar de ojos, busco otro. Y pienso que tal vez la literatura sea una forma de descubrirte; es decir, descubrirnos. En efecto, la literatura puede ser una tabla de salvación, una forma de soliloquio, o evasión, o búsqueda de otra paz. Difícilmente los guitarreos desafinados, largos y poderosos, y los teclados zumbantes puedan cumplir esa función exorcisante. La paz llega con esfuerzo: soledad, entrega y paciencia. Tal vez la literatura nos exija un poco eso, a veces de tanto pensarlo seamos víctimas de otra forma de vicio.
Tu pasión y tu dolor, lastiman, me lastiman. Esas sinceras concesiones que crees darme –nunca la sinceridad me supo tan amarga–. Qué son esas concesiones sino pequeñas muestras de un egoísmo grande y generoso, ridículamente magnánimo. Hacerme la loca para no interrumpir un momento inoportuno. Y suspirar una vez más cobardemente. Y qué son esas palabras de vulgar ternura al calor del sexo, qué son, sino pobres gestos de ternura. Y esa prudencia, ese silencio, que impones sin pedirlo con un gesto hosco ante cualquier muestra de cariño. Y esos otros gestos de agresividad, qué son, sino empeños inútiles por buscar una señal, esa que nos libre finalmente. ¿Llegará esa señal?,
¿llegó para alguien alguna vez?, ¿qué sendero nos está vedado o con qué mismos ojos seguimos cegados? Mis ojos te tocan desde lejos y temo ser más torpe y bruto de lo que ya soy, pero no me da miedo porque te siento cercana y tenemos una confianza que violamos con cariño. La virtud de los desposeídos es hermosa. Mis ojos te tocan desde lejos y nos hermanamos en alguna calle de esta gran ciudad con algo de vino barato, largas y retóricas conversaciones, y esa esperanza ilusa de los mudos con corazón. En el baño, a tres metros de distancia, las resonancias y gemidos se hicieron más excitantes y acalorados. El tiempo pasó, llenos de impotencia; me entenderán
aquellos que de polvo solo conservamos los cremados cofres de las desilusiones. Pero bienaventurados los jóvenes de risas complacientes. Son bocinas del tráfico bohemio, es la luz verde del semáforo gris. Ríes como abrazándome, yo te abrazo como negándote, ella me niega como acercándome, yo me acerco para escucharte otra vez reír y ver la luz del otro lado de la luna. Traes esa excitación nerviosa que también me pone nerviosa, tan tuya, esa confusión desenfrenada que parece como si todas las fuerzas del mundo pugnaran en tu cabeza y no encontraran mejor escape que enredarse en tu conversación, monólogo neurótico, y yo enredarme contigo.
> Viene de la página posterior. hubo y habrán. Alternativos u oficiales, todos están divididos y secuestrados por grupúsculos de poder que se creen dueños de su pequeña porción de la torta literaria. Se alaban entre ellos, se critican entre ellos, incluso se amargan entre ellos, luego se amistan entre ellos, se editan entre ellos, para volver a alabarse entre ellos, así funciona esa mierda. Yo creo que hasta tiran entre ellos y sus polvos huelen a complacencia de puta sin dientes. A mí que no me jodan con esos grupos literarios. - ¿Se da cuenta de que todo le jode, y no tiene otra palabra para nombrar su incomodidad? - Claro: podrido, mierda, putrefacto, nauseabundo, asqueroso, requeteconchasumadresco, sarnoso, mierdoso, vomitivo, pedorro, comemierdas... - Bueno, bueno, ¿qué nos dice la nueva literatura peruana?, ¿le interesa? - No me interesa. Más conozco de la nueva literatura peruana y más extrañó a mi mujer. Saben que cuando estaba en la cárcel me llamaba algunos días para preguntarme cómo me iba, lo hacía sin remordimiento pero con compasión, para preguntarme si me habían hecho daño, o si algún degenerado sidoso me habían violado, o si algún maldito me había apuñalado. Me gustaban sus llamadas, yo las atendía puntualmente y sin rencor. Yo la amo. Ahora, no quiere contestarme el teléfono, se niega, y eso me entristece y me amarga la vida. Mis dos libros van a estar dedicados a ella; si por mis libros hago que vuelva a mi lado, estaré satisfecho. - No le interesa la crítica, el valor literario que pueda tener estos libros suyos... - Vaya pedazo de cojudos que me han tocado como periodistas... - Quiero decir, no creen que tengan alguna valía sus textos y cómo evalúa usted la crítica. - La literatura que me interesa no existe. Así. Simplemente no existe. Escribo porque no sé mejor cosa que hacer, y porque siento que el lenguaje, ese lenguaje que nombra lo que existe y es, por lo mismo, limitado y limitante, me es insuficiente. Escribo para redescubrir el lenguaje, es
decir para encontrarme. Sobre esto se ha escrito toneladas de literatura. Y que no se mencione a nobel peruano que dice que la creación literaria es su venganza contra la chatez de la vida, que es su modo de ser Dios, menuda cojudez... Cualquier verso de Pizarnik que habla del lenguaje, en su criptitud, vale diez mil veces más. En todo caso, yo busco decir lo que pienso, decirlo bien, ser exacto, expresarme y tratar de hacer lo mejor posible; lo que, finalmente, no quiere decir nada. Todo apesta. - ¿Y la crítica? - La crítica es la paja mental de muchos. Su semen inunda salas y salones literarios, de universidades e instituciones. Es un semen fresco a veces, y muchas veces rancio. Algunos lloran semen, otros moquean semen, otros lo babean. Todos lo beben. No importa, hay semen en cantidades oceánicas y así, claro, alimentamos la industria de esta vaina que llamamos escuelas literarias y todo lo que esto implica. - Bueno, gracias por la entrevista, maestro. - Nada de maestro. Adiós.
"me cago en la literatura"
Lo buscamos en su casa, previa cita, y no lo encontramos. Lo buscamos por segunda vez, previa cita y advertencia, y tampoco lo encontramos. Lo buscamos por tercera vez, con nueva cita, advertencia y regalo, y al fin lo encontramos. El regalo: Un libro y un pisco. Se quedó con el pisco. Inédito hasta el momento, pero con dos libros en imprenta y en distinta editorial: Memorias desde el vientre de la puta de mi madre (relatos) y Uña, mugre y pedos (poesía). Visiblemente fastidiado, por momentos sentimos su mirada de desprecio, atendió a nuestras preguntas, entre copa y copa, se atrevió a recitarnos algunos versos suyos.
- ¿Romántico? - Sí, y amoroso. Creo que no entiendes nada, ustedes los estudiantes no entienden nada, solo entienden de computadoras, celulares y de tonterías así. Las etiquetas o rótulos tienen y no tienen importancia alguna, lo que quiere decir que no existen. Sirven en la medida de que delimitan un campo de estudio y permiten fijar ciertos espacios, pero a la vez, ya lo sabemos, la literatura que importa transgrede y traspasa esos límites. Ergo, es una buena huevada como cualquiera. Además de "romántico", podrías agregar que amo a mi mujer y la perdono por haberme enviado a la cárcel.
- Sabemos que comenzó a escribir muy tarde, ¿cómo comenzó a escribir?, y, mejor ¿cómo se atrevió a publicar? - Ustedes me quieren decir "a la vejez, viruela", jodidos cabrones. Yo escribo porque no tengo mejor cosa que hacer. Todo lo ajeno a la escritura me parece de una insensatez agobiante, me asquea tener que asumir este puto mundo de mierda con el lenguaje de fábrica, el único que tenemos. En realidad, comienzo a escribir cuando estuve preso en la cárarcel porque la desgraciada de mi mujer me denunció por abuso físico y psicológico. Me dieron siete años de pena privativa de mi libertad por torcerle el cuello y tratar de arreglarle las tetas con mi navaja. Con todo lo que la quería, hubiera matado a esa cabrona.
- ¿Perdonarla ella? Pero si usted fue quien trató de matarla... - Solo quería arreglarle las tetas, ya lo dije. Ella sabe que yo soy el único hombre que la merece y ella es mi sol; sin ella, mi vida es una no-vida, es un día sin luz... Escríbelo así, por favor. Escribe también que desde que no me contesta el teléfono me meo en los pantalones y me duelen los testículos de tanto masturbarme. Ella sabe que sólo con ella se me para el pájaro, que no puedo tirar con otra, y que sueño todas las noches que vamos los dos cabalgando un hermoso caballo blanco por la ciudad, y ella se ve preciosa con ese vestido verde que le queda tan bien, y todos nos miran porque ya nadie cabalga caballos blancos por la ciudad, entonces nosotros son sentimos muy orgullosos y felices y reímos mucho de ser los únicos que cabalgan caballos blancos en la ciudad, dile eso por favor, díselo...
- Entonces es cierto los que lo tildan de "cerdo machista"... - Eso me dicen las frígidas de la Flora Tristán. Me cago en las feministas. También me cago en los machistas. En realidad, me cago en todo. A mí que me dejen en paz. Salí a los tres años de la cárcel por buena conducta y por organizar la biblioteca presidiaria. Esa es mi venganza contra mi mujer: haber salido antes de tiempo y por buena conducta. - No nos ha respondido, ¿cómo se atrevió a publicar? Sabemos que tiene dos libros en imprenta. - Nunca he querido publicar. Detesto los egos artísticos, sobredimensionados e inflados en su gran mayoría. Sus egos son burbujas que, al menor punzón, explotan, y son de una hediondez insufrible. En realidad, yo he publicado por insistencia de un amigo que tiene mucha plata y no sabe cómo gastarla, y como él, ingenuo y culto, ha decidido formar su editorial, pues me ha publicado; nos hemos inaugurado los dos, para sonar maricón que está tan de moda por estos días. En ese sentido yo siempre he admirado a Eielson que nunca le importó demasiado la publicación, pero sí fue muy exigente en esa elaboración, lúdica y brillante, de sus textos. Quitándole algunas mariconadas en algunos de sus poemas, aunque hay algunas mariconadas que te hacen llorar, es un escritor brillante. - A propósito de los escritores que admira, ¿podría mencionar alguno? - Vallejo tiene la frente muy grande. - (...) ¿Qué quiere decir? - Que eres un imbécil. Siguiente pregunta. - Podríamos tildarlo como un "escritor maldito", ¿se siente así y qué opina de esa etiqueta? - Me da igual como me nombren. En todo caso, preferiría ser nombrado como "romántico".
- De acuerdo, pero esto no es un confesionario. Nos interesa su trabajo literario. - Qué carajos van a saber de literatura ustedes. En todo caso, esto es literatura, purita literatura. Malditos estudiantes, ustedes no comprenden nada. No importa, a la mierda esta entrevista, váyanse de aquí, jodidos cabrones... - Lo sentimos. Tenga, bébase otra copa de este pisco, le hará sentir mejor, no quisimos ofenderlo, por favor no se enoje. - (...). - Solo queríamos entender ese lado "romántico" y "amoroso" del que usted habla... - Bah, ustedes no pueden entender nada, jodidos insensibles, ustedes solo entienden de computadoras y redes sociales, toda esa mierda. En todo caso, soy romántico a la manera de Hemingway; o Adolph, para sonar más peruano, aunque ese apellido no tenga nada de peruano. Y ya sé que Adolph no nació en el Perú, qué se creen que solo los que estudian en una universidad tiene derecho a saber literatura, ah, cabronzuelos de poca monta... - A propósito de las redes sociales, ¿qué opina de estas? - No tengo nada que decir. Me parece una extensión más de la infinita estupidez humana. - Pero no cree que ayudan a los nuevos valores y talentos a publicar sus trabajos, y que puede ser un medio alternativo de difusión literaria. - A otro con ese cuento de los "nuevos valores y talentos". Todo está podrido. Medios de difusión siempre
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