Creación (hibridación, sobreexposición) literaria AÑO 2 - NÚMERO 2 - ABRIL 2012
e t n a t u m a r u t a r lite
a modo de continuación Continuamos. Este es nuestro segundo número y nos mantenemos firmes en nuestro propósito de comunicarnos a través de una literatura que, como creemos, es mutante. ¿Por qué mutante? Porque creemos en la hibridación, en la mezcla, en la mutación; en los hijos sin padres, bastardos, apátridas; los negados por ajenos y feos. Mutantes. Esto en literatura no es novedad; se viene dando, de una manera concienciente o casual, desde muchas décadas atrás. Nuestra propuesta no es, evidentemente, novedosa ni tampoco especial, es una afirmación por buscar a través de esas mutaciones nuestra propia voz. Voz que, por otra parte, no tenemos idea dónde encontrar. Creemos en la contradicción, en lo fugaz, en lo azaroso, en la búsqueda legítima a no creer ni lo que publicamos ni lo que hacemos pero que, al mismo tiempo, hacemos todo lo que está en nuestras manos para escribir, corregir y publicar. Seguimos. Lo usual en el destino de una publicación literaria como esta –que nace en claustros universitarios, joven, con poco presupuesto, sin ningún apoyo, con total autogestión– es el destino del seguro olvido, de la silenciosa extinsión, del fracaso anticipado. Sin embargo, en esta edición publicamos a mucha más gente, amigos o desconocidos, agregamos más páginas y contamos con renovadas energías para llevar nuestro cínico amor, nuestras máscaras cholas y nuestros textos a donde quieran invitarnos. Aquí estamos, y, es justo decirlo, los textos que presentamos en este segundo número no son todos mutantes; es más, casi ninguno lo es. ¿Importa?
Año 2 - Número 2 - Abril 2012 MUTANTRES es editada por Shirley Castañeda, Viviana Barrios, Kevin Castro y Jorge Castillo. Es una publicación que pretende ser trimestral. Su tiraje es de 500 ejemplares. Escriben en esta publicación: Shirley Castañeda, Viviana Barrios, Kevin Castro y Jorge Castillo. Colaboran: Gisella Aramburú, Juan Felipe Galindo, Jhonny García, Víktor Ibarra, Manuel de J. Jiménez, Yaxkin Melchy, Jorge Montoya, Milagros Nevado, Carlos Santa María y Leonor Silvestri. Ilustración de portada: In mouth (dibujo a tinta y collage) de RC Miller. Blog: visionblues.blogspot.com E-mail: tresmutan3@gmail.com Agradecimientos: María Claudia Espíritu, Lupe, Jesús Lévano, Harold Castillo y a la gente de Chiclayo, y a todos los que apoyan y se interesan por difundir nuestro trabajo. Papelería Autoadhe: Avenida José Gálvez 1660, Lince. Teléfono: 472-1907. WR Impresiones: Avenida José Gálvez 1670, Lince. Teléfono: 265-3576. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2012-05060 Creemos en la piratería: fotocopia y difunde.
poesía gravitacional jorge castillo
He leído y he visto muchos poemas y poetas últimamente. He encontrado que todos ellos giran alrededor de un solo eje; su propio eje. Es justo. Su eje es su centro poético, la unidad secreta de sus poemas. No hay nada más exacto que el propio eje que el poeta construye por pura vocación poética: necesidad de expresión. El eje de cada poeta es distinto de otro poeta, aunque, también, en el fondo se parecen. Eso que se parece es el centro gravitacional de todos los ejes. Como si una fuerza hiciera que todos los ejes fluctúen, varíen, se muevan, péndulo del tiempo, simétrica o asimétricamente, alrededor de una fuerza gravitacional: única, gravitatoria, que los une, los hermana, los toma por el cogote y no los separa. Esa fuerza gravitacional, latente y poderosa, es, muchas veces invisible, pero su fuerza es el imán inasible que a todos abraza.
Algunos ejes escapan a esa fuerza gravitatoria y consiguen liberarse de esa fuerza. Eso es la verdadera poesía, sucede cada trescientos años y es un eje entre un millón. Este nuevo eje tiene una nueva fuerza que danza libre y hermosa, y se caga de risa de esos otros ejes que giran juntos, acompasados, sincopadamente, en masa, en función rítmica de esa anterior fuerza gravitacional. El nuevo eje –y su nueva fuerza gravitatoria–, aún frágil, escapado de esa órbita, se siente liberado, expresamente nuevo para mostrar nuevos colores, sensaciones, música, caminos y luchas. Su tiempo es otro tiempo. Suena a muy antiguo pero es, en realidad, un paso más adelante dentro de esos ejes gravitatorios. Las fuerzas de esos ejes que giran alrededor de un punto gravitacional ignoran esa nueva fuerza escapada de su órbita; en el mejor de los casos, se burlan de ella. La nueva fuerza hace lo mismo pero a la inversa: primero se burla y luego la ignora. Pasará mucho tiempo y esa nueva fuerza comenzará a crear ejes. Nuevos ejes pequeños que dependen de la primera gran fuerza. Son como sus hijos, pequeñitos, algunos tienen una luz propia, aunque débil, brillan y a algunos logran cegarlos, más no a su padre. Estos nuevos ejes pequeños se reproducen creando más ejes pequeñitos que, de cuando en cuando, también tienen sus pequeños chispazos de luz. Algún atrevido eje pequeñito, pero insolente, logra provocar al eje mayor, su padre, rechazándolo, enervándolo, acechándolo, quiere cometer parricidio pero se queda gritando a todos los vientos, se ahoga porque le falta aire, o porque tiene mucho aire y las fosas nasales pequeñas; su desproporción es evidente: algunos le llaman el texto y contexto. Estos nuevos ejecitos, pequeñitos, se sienten grandes y fuertes (pero, en realidad, no lo son), salen a matarse entre ellos, buscan dominios absolutos, entonces se enfrentan, hay heridos, varios muertos, varios ni heridos ni muertos porque no quisieron enfrentarse por cobardía: son ejes maricas. Ellos se sienten distintos pero son, ni tan en el fondo, ejes bastante comunes; se sienten que huelen distinto, cuando en realidad se huelen ellos mismos. Y cuando su olor no es suficiente entonces buscan otros aromas, son ejes vampíricos, ejes rémoras. Ejes de corta vida y lenta expiración. Los ejes heridos celebran la muerte de los ejes muertos, dando gritos de batalla, vociferando su victoria y esperando que los otros ejes heridos –o los que no pelearon– les revienten cuetes y les aplaudan a rabiar. Todo es falso, falsa sus batallas y doblemente falsas sus victorias. Sus luchas son a pérdida y sus triunfos de barro. Estos ejes conocen su mundito, sus cuatro paredes, sienten que la fuerza gravitatoria que los une es el continente descubierto, maxime de su revolución, el non plus ultra de la modernidad. Estos ejes se miran el ombligo nomás. Toda estos nuevos ejecitos han devenidos, por el tiempo y la academia, en ejes más grandotes y seriones. Son estos los ejes que han luchado y han vencido. Aunque ya sabemos que sus triunfos son pírricos. Estos ejes se sienten padres de esa fuerza gravitacional que une todo un tiempo, o una generación, o una historia, o un espacio político. Ignoran que son hijos de un gran padre, el Gran Eje que los parió. Temen
señalarlo. Algunos también, acrecentados y señorones, se atreven a retarlo y caen en retóricas estúpidas y luego callan. En el fondo, todos temen enfrentarlo, y callan ignorándolo, o callan aceptándolo. Todos estos nuevos ejes unidos por esa fuerza gravitacional, conforme pasa el tiempo comienzan a invocar fuerzas políticas, sociales, etcétera, buscando crear y darle sustento teórico, ético, político, estético a esa fuerza gravitacional que ellos creen han creado, luchado y vencido. Invocan fuerzas del pasado, eso los convierte en unos revisionistas; o invocan fuerzas ya existentes para darles mayor coherencia y sustento; o crean nuevas fuerzas, que en realidad de nuevo no tiene nada y es sólo un espejismo, una quimera, como una forma de justificar su falso orgullo. Así todos estos nuevos ejes unidos, cada uno sintiéndose especial y particular, forman escuelas, crean cátedras, espacios de debate y cultura. Buscan amarres con otras formas de poder, porque ellos se sienten empoderados también, y buscan dinero algunos, otros poder político, otros poder de crítica, y así, se asocian, buscan semejanzas, despejan sus diferencias, debaten para purificar su sentido ético y estético y así van solidificándose en una nueva forma, agrandada, de sentirse fuertes y poderosos. Son sólo eso: agrandados. Todos estos nuevos ejes olvidan que su centro gravitacional, a pesar de sus diferencias grupales, es el mismo. Ni los edificios que construyen, ni las universidades que fundan, ni el poder político o de opinión que generan, nada de todo eso hace que tengan su propio centro. Durante un buen tiempo sí se lo creen; aunque, hay días que sienten que el nudo de su corbata les aprieta más de lo acostumbrado, entonces, un peso los agobia (algunos son inteligentes), sienten envejecer muchos años, saben la verdad pero prefieren disfrutar de sus quince minutos egotistas y ocultan esta verdad que es, también, valgan verdades, muy difícil de desentrañar. Pero ellos, lo saben y callan. Tienen miedo. Mientras se lo creen disfrutan de su poder y eso le viene bien a cualquiera. Tienen influencia, dinero y se tiran a los chicos y chicas más guapas de la fiesta y también se dejan chupar la verga por otros jóvenes ejes, y así se van sintiendo de maravilla creyendo que el semen que eyaculan brilla como el sol. Se asumen importantes, grandes, vigorosos; y son, ni tan en el fondo, chatos, famélicos y estériles. Todo tiene su final. Su caída es inminente y la estiran todo lo posible. La liga de su razón se estira hasta la sinrazón y siempre tienen tiempo para evocar otros tiempos, pasados, y dan razones (otras formas de disimular su caída). Entonces se hacen de jóvenes ejes, discípulos ingenuos, nombrándolos miembros continuadores de su legado, perpetuadores de su visión. Es romanticismo barato. También hay otros ejes jóvenes que quieren destruir a los viejos que tampoco son viejos sino solamente obsoletos. La hora de los ejes jóvenes también es falsa pero no por eso, en un mundo de falsedad y espejismos, deja de tener validez y sus cuerpos parecen tener su propio brillo; aunque su validez, ya lo sabemos, siempre tuvo como premisas ejes falsos. La caída nunca parece llegar del todo, ni tampoco es estrepitosa porque nadie entiende su caída, ni siquiera los ecos de su caída son interpretados como caídas. Algunos ilusos creen que es una injusticia y lloran como becerros. Los caídos o ad portas de caerse, orgullosos, aceptan el final; estoicos; en realidad, no les queda de otra. Ya miraron por todos los ojos del culo que la verdad no estaba en sus versos sino en alguna otra parte. Una parte vedada para ellos. Tal vez mirar esa verdad es equiparable a ver la muerte. Nadie quiere ver la muerte. Su caída es seca, fatal, silente, y tal vez algo de elegancia tiene todo esto pero a nadie le importa tampoco porque los ejes jóvenes, siempre ávidos de escándolo y jolgorio, celebran su propio ascenso. Todos ignoran que este ciclo se cumple irremediablemente y todos, lo más, ignoran que esa Gran Fuerza Gravitacional y, lo mejor, es que ésta los ignora al resto.
dulce hogar* ¿Pervierto a todos? No, simplemente les hago posible una nueva realidad lejos de este estado físico-emocional que evidentemente es bajo y ruin. Ellos se consumen y yo los ayudo; pero en una realidad como esta, ya de por sí consumida y tan baja, es absolutamente correcto usar cualquier medida para evadirla. Dejemos de lado la moral, el placer es amoral, la felicidad es amoral, y pretender juzgar las razones de mis actos y las razones de los actos a quienes yo ayudo no solo es erróneo, sino estúpido; el mundo, cualquiera que sea el punto de enfoque, siempre va a ser un desastre. Despertamos a una mañana y el mundo es una máquina espantosa de tiempo y soledades unidas pero no conectadas, de frivolidad y desengaños En ese sentido, mi casa es el edén, es el cielo y, en ese cielo, yo soy Dios. Pero esto no me engaña: Dios no existe, tal vez Dios no haya sido sino la ilusión de otro adicto, ¿entienden? Nosotros somos benévolos, suministramos medidas de solución y escape a los demás. ¿Nadie nunca ha pensado en lo cercano que es el efecto de cualquier droga a los paraísos, al nirvana y a todo premio místico? Se diría mejor que son ellos quienes se parecen a los efectos de las drogas, porque estas son vividas; en tanto que nadie jamás ha alcanzado el paraíso. ¿Acaso dicen “estas se alcanzan tras la muerte”? ¿Qué sentido tendría entonces la vida sino el de curarnos con lo que hagamos de ella? Es absurdo creer que la finalidad de la vida es expiarse a sí misma hasta que se acabe para alcanzar lo que no existe; sé que no existe, lo revelé en una alucinación Todos pueden ingresar a mi casa, cruzar la puerta: yo estoy esperándolos. No lo hago por una necesidad de lucro; aun sin haber Dios, eso sería un sacrilegio. Escogen lo que desean usar y esperan a que yo les alcance lo elegido mientras pasean por la casa o se sientan a leer o a conversar. Jamás ha habido problemas aquí, todos se echan en el suelo o se encierran en las habitaciones, solos o acompañados, para llegar a la Mega Realidad y eso es todo; cuando sé que es suficiente, cierro la puerta y yo también escojo lo que deseo, que casi siempre es un inyectable. Me parece indefinidamente fascinante cómo una pequeña aguja puede tener un túnel por donde te llega la Revelación, cómo después de un dolor pequeñísimo y agudo entras de cara al placer transparente y limpio, como si te guiñase el ojo en el piquete Recuerdo que la primera vez estaba calmado y cansado. Fue con una pequeña pastilla roja, diminuta y suave, como una
gota de sangre a medio coagular. La presionaba entre los dedos y se aplanaba hasta casi reventar; y yo me maravillaba de cómo puede algo tan casi nada resistir la fuerza de mis dedos. La bebí con dos tragos de alcohol y me senté a esperar. Estaba cansado con solo pensar en cómo sería, y al principio era la normalidad, me miraba las manos y no enrojecían, levantaba la vista y solo estaba el techo sobre mi cabeza; no pasaba absolutamente nada; esto es un engaño, dije, y levante el puño amenazando al mundo porque me había engañado nuevamente… Cuando tuve la verdad: mi cuerpo estaba invertido, la piel estaba hacia adentro y los huesos y los músculos estaban expuestos. Yo estaba levantado; estaba herido y odiando. Era solo una pequeña revelación entonces, pero yo estaba asustado y no deseaba mirarme, me quedaba fijo sin mover los ojos, mientras la sensación de calor partía desde dentro hacia fuera, nacía del centro de la vista –no de los ojos– para expandirse lentamente a todo el cuerpo y desde el centro de la espalda me salía un dolor suave que iba anulando la sensación de tener cuerpo; aunque dejaba un leve, levísimo rastro, como si solo las venas y las arterias fueran un disminuido impulso nervioso Dejaba que los pensamientos se pensasen solos, que la razón se razonara a sí misma sin que yo intervenga y era entonces solo-una-sensación-dejándose-vivir; o sea estaba yo y era mi conciencia de ser pero al mismo tiempo un extraño de mí mismo; aquí suena increíble, pero adentro, o sea ahí, es completamente racional aunque no se puede usar el raciocinio; cuando intentamos racionalizar la cosas más simples nos resultan distorsionadas y aun así nos parecen lógicas. Yo resolvía ecuaciones con peces como en una clase de álgebra, los peces se iban nadando y me mandaban el resultado al carajo, pero eso era lógico; era la realidad matemática misma Cuando regresé por primera vez, en comparación con lo de antes: esto es una porquería, para escupirle a todo, a las calles, a las personas fieles a sus decálogos, a la religión por negar lo que prometía, es para mirar a un espejo y escupirse entre los ojos. Gradualmente eso se va diluyendo y ahora, cuando regresamos de conversar con Lady Drugs, nuestra realidad ya no nos parece más un pozo negro, salimos como si bajásemos del cielo en el que ustedes creen, venimos como salidos de un cuadro de Klimt, dorados y sensuales; y así el mundo nos pesa menos sobre los hombros
* N del E. Se ha mantenido la ortografía y la sintaxis alteraradas respetando el manuscrito original hallado en una situación inconfesable y que, por pudor, los editores se reservan confesar. Jorge Montoya (Lima, 1990). Tiene 21 años y lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza lanza.
cacería
shirley castañeda El despertador retumbó entre las cuatro paredes. Virginia apretó el botón para callarlo, eran las cinco menos cuatro minutos de la mañana. Se estiró sobre la cama dominando el sueño en la peor posición sugerida para abandonarlo, abrazando la almohada. Dormía mal, sumergida en uno de esos estados en que sabes que estás dormido, cuando no deberías saber que lo estas. Dopada por ese estado de semiconciencia la asaltaban los eventos de los últimos días que se deshacían acuosos bajo los parpados pesados. La ventana filtraba el amanecer. El clima no cambiaba, en demora de una primavera esplendorosa y soleada, las mañanas eran lluviosas y demacradas, con un calor pegajoso y húmedo. Chilló el teléfono ¿El despertador?, pensó, pues a veces programaba horas seguidas para lo que consideraba las dos importantes actividades del día: despertar, y a veces, una hora después, levantarse. Esta era una tarea difícil, una lenta y morosa lucha contra el sueño, contra sí misma y el proyecto del resto del día que era la peor lucha de todas, la primera rendición o la primera victoria dependiendo de cómo se le mirase. En los últimos años, las disciplinas académicas o laborales no mellaban su afición al sueño, afición que no era producto de algún desorden de salud ni el efecto de juergas nocturnas. Su debilidad narcótica debía de ser apatía, concluía, apatía por la vida o por la batalla de la vida, o por la guerra de la... había muchas formas de nombrarla. En este momento, en especial, se le agolpaban las ideas sobre la trascendencia, y lo inútil sobre lo imposible de la trascendencia y lo inútil de las ideas. Con esta certeza quedaba tumbaba sobre la cama sin desear planear el resto del día. Su cama era su primera derrota ¿Aló?, contestó ante la insistencia de la alarma que no sonaba con el timbre acostumbrado del despertador: un sonido exterior se filtró acribillado de cláxones. Una voz farfullaba algo a través del fono, atropellaba palabras o interjecciones, frases o gruñidos, sonidos guturales, seseos lentos y amodorrados, engullidos por el trajín de la ciudad, por el aparatoso bostezo matinal de gente marchando zombi al trabajo. Virginia reconoció los ruidos, el entrecortado llamado, la expresión fatigada y ansiosa. Colgó dudando de haber aceptado o dado pie a alguna peligrosa invasión y encaminó el hilo de sus pensamientos a otras preocupaciones: ¿Qué blusa usaría más tarde...? El esmalte de uñas ya le aburría con el mismo color; quince metros cuadrados de espacio, ¡qué miseria!… mejor las botas taco cinco porque no soportaba las de taco nueve… la dieta perjudicial para el cuidado de la piel… Una vez más sonó el teléfono, contestó: nada. El silencio le sonaba familiar. Se asomó a la ventana. El olor de la madrugada la despertó de golpe, ese olor de lo nuevo que tanto le gustaba en el cuero de los zapatos, en la tela de los vestidos, en el papel de los libros; la llenaba de dicha. Abajo, en la calle, una criatura de negro plantada a pocos pasos del vigilante miraba con ojos lánguidos la mano doméstica que parecía apaciguarla, el cigarro ardiendo en la boca. De reojo capturaba la periferia de un bosque poco explorado: su mirada tropezaba en las paredes con ventanas y puertas, en la tierra asfaltada, en las estructuras cuadradas; la gran reja verde de la entrada a la calle parecía recordarle cautiverios vividos, así como el camino que divisaba ondulante y perdido tras los árboles, pudo recor-
darle un viejo sentimiento y provocar su huida. Pero frente a la confiada presencia del vigilante gruñía sin hostilidad. Este le entregó algo que criaturas como estas solo pueden consumir con el uso de extremidades prensiles y de un hocico sofisticado –la criatura aspira, el fuego apenas arde. Virginia bajó, abrió la puerta. El vigilante le preguntó algo, a lo que inmediatamente respondió confirmando su familiaridad con la Bestia, también le preguntó si no conocía a fulano de tal que vivía en el mismo edificio, que era kinesiólogo y que le iba a revisar los pies. Era la pregunta más inverosímil que había escuchado a esa hora del día, qué podían importarle los callos del vigilante, ¿y no era un podólogo lo que necesitaba? ¿Y acaso los kinesiólogos no solo poblaban los avisos rojos de los periódicos ofreciendo masajes y servicios sexuales? La pregunta del vigilante resonó maliciosa. La Bestia, indiferente a la situación, cerraba y abría los parpados con una mirada lánguida y dulce, se dirigió hacia Virginia, pasó de largo, atravesó el umbral y la puerta se cerró tras ella. Subía los escalones con torpeza, tambaleándose por un estirón invisible que lo jalaba hacia la izquierda. Tal vez tenía una pata lastimada –¿cómo saberlo?–, Virginia pensó estúpidamente en el kinesiólogo. Y cuidando cada paso que la criatura daba, subía tras ella las escaleras. Alargaba los brazos cuando esta rozaba la baranda de fierro amenazando una irreparable caída, que nunca se lograba y que parecía más bien la ejecución de una torpe danza donde la criatura jugaba a caer, y Virginia apostaba a morir bajo su peso. Tal vez no estuviera herida solo cansada, pensó, y adelantó el paso hasta el último escalón –la Bestia se había rezagado tres pasos–, tal vez es la edad, bromeó. La criatura le mostró ligeramente los dientes y entró en la habitación. Virginia cayó exhausta en la cama después de asegurarse de que la puerta estuviera bien cerrada para evitar que algún curioso pasara y se entretuviera con el huésped desconocido o, más, aún censurara el espectáculo de un animal en cautiverio merodeando por el estrecho espacio; rascándose el pelaje, escarbándose una muela, estirando las extremidades hasta hacerlas tronar –largo rato se entretuvo en esos ejercicios hasta que cayó pesadamente a su lado–. Virginia tenía los ojos cerrados pero no dormía, intentaba recuperar la paz de sus pensamientos, sus antiguas ideas, entregada a una extraña melancolía. La Bestia no roncaba, por tanto no dormía, podría tener sus propias reflexiones, o tener hambre, sed, o sentir la misma melancolía, pensó Virginia. Estiró una mano y rozó el pecho lampiño, suave, palpitante del animal. Le volvió la espalda. La pared reproducía una pantalla de claridad, un vaho denso y seminal inundaba el cuarto. Sí, estaba segura, la Bestia no dormía, pues acostumbrada a parajes oscuros, a rendir su vitalidad después de una cacería nocturna, no podía dormir. Esperaba, esperaba, ¿pero qué esperaba?... acechaba. La expectativa le atravesó la espalda como una aguda y larga aguja, como el corte perfecto de un sable que no da tiempo para el dolor, y que en su rapidez produce un suave cosquilleo. Su cuerpo se aligeró. Y de repente, sintió el zarpazo en su extremo. Una mano áspera y ágil la acercaba al animal. Volvió la cara para reconocer el rostro fiero abriéndose en un gran hocico, que le atrapó la mandíbula entre sus fauces. Sin embargo, los colmillos no apretaban, la
Bestia gustaba de tenerla así, reducida a su voluntad. Virginia sabía que cualquier grito se encerraría en el abismal interior de la criatura y le haría hervir más la sangre. Su larga lengua le lamía los labios. Acezante y diestro, le sacaba la blusa, el pantalón. La garra le arañaba la piel y le abría las piernas. Reducida boca abajo contra la almohada, sentía la saliva viscosa untarse en sus piernas, en sus nalgas, que eran suavemente mordidas. Su cuello, que podría ser el cuello de un ave, era atrapado por el gran hocico que tampoco degollaba. En un movimiento brusco y desesperado, Virginia sintió el dulce descoyuntamiento. El animal ebrio y excitado, le metía un dedo en la boca, abarcaba con su garra la pequeñez de su rostro. Luego, tumbado sobre ella, se tomaba un descanso. Virginia, pequeña, feliz, quiso desaparecer bajo ese cuerpo pesado. Pero la Bestia recuperada, volteó su cara jalándola del pelo, lamiéndola, intentando engullirla con su enorme hocico. La jaló, y de un salto la puso de pie. Con su enorme zarpa apretó su cabeza contra la pared, le lamió la mejilla, amasó sus senos, le abrió la boca. Su garra se abrió como un abanico cubriéndole la cara, sintió un arpón atravesándola. La Bestia acezaba, le tapaba la boca, la nariz, la asfixiaba. Virginia golpeó al azar, contra el pecho, contra el cuerpo de la fiera, logrando zafarse y respirar una bocanada de aire. El animal empezó a lamer la extensión de su cuerpo; lo olía, lo mordisqueaba en sus partes blandas. La tumbó en la cama y dejó caer un hilo de saliva en los parpados, en las mejillas, en la boca; recogió el rastro relamiéndose. Hasta que exhausto, se tumbó a su costado, atrapándola con su abrazo. Su respiración era rápida y sonora, su garra se deslizaba por su vientre y se perdía en el calor de la entrepierna. Virginia no intentaría zafarse, dejó que durmiera hasta que sintió la rigidez de sus miembros entre el enorme cuerpo de la Bestia que la oprimía contra la pared. Poco a poco fue estirándose, escurriéndose, apartando su pierna, su brazo; extrayéndose, desacoplándose. Poco a poco se levantó ahogando el más leve ruido: roces, golpes secos, chasquidos que pudieran quebrar el silencio de la habitación. El animal duerme profundamente. Virginia se viste, se peina, se maquilla. Tiene que irse. Se acerca sigilosamente, distingue una breve pero honda cicatriz en la rodilla del animal, la acaricia de extremo a extremo, de punta a punta. Tiene una viva excoriación; la reconoce fresca. Le pasaría la lengua pero eso lo despertaría. Abre suavemente la puerta, vuelve una última mirada, segura de que cuando regrese no lo encontrará, hasta otra madrugada cuando éste vuelva aún temeroso de perder su libertad. Más tarde contará brevemente el suceso a Natalia, quien no se sorprenderá, pues dice conocer la naturaleza esquiva de estos animales y los riesgos que trae darles cobijo. Al regresar, tocará primero la puerta –silencio–, introducirá la llave – silencio–, le dará vuelta en la cerradura –solo silencio–. La puerta chirria al abrirse. Sentada sobre la cama con la misma mirada lánguida y dulce, frágil, la Bestia yace quieta. Virginia le sonríe, la ha atrapado por unas horas. Es un hermoso ejemplar pese a lo típico de sus gestos, de su torpeza, de su furia. Natalia entra escandalizada y fingiendo sorpresa. Hola cariño, le dice, ¿cómo estás? Estampa un beso en el carrillo del animal. Este la saluda con pesadez; despertándose de un largo letargo, tuerce una sonrisa. Atraviesa la puerta renqueante, se dirige al baño. Abre tu ventana, Virginia, tu puerta también –pide Natalia–. Aquí huele a diablos.
poesía Bar Digamos que estoy en un bar leyendo aforismos y tratando de entender de la poesía de Cabral su nostalgia de lo no vivido, digamos que junto a mi silla está la muerte, me da un beso en la mejilla y se ríe de Cabral de la nostalgia y de ellos... a unos metros están ellos, con sus sombreros negros y sus capas rojas, sus disfraces sacados del ropero y sus bicicletas oxidadas, están hablando de la frialdad del cine polaco, a su lado baila una chica pálida, creo reconocer, sin embargo, un espasmo de rubor después de su sonrisa, la chica baila, baila, da vueltas, da una, da dos y para, un recuerdo la hace llorar: una promesa no sostenida, el cielo ocultándose, un viejo cadillac, un sol moribundo, el verano del 75’, una ronda de niños, una herida en la rodilla; entre los archivos desplegables de su mente está Él. Él está a unos metros sentado en una silla cantándole a las agujas del reloj: “reloj de manos frías no me vengas a buscar”, arranca las agujas del reloj, las sostiene entre los dedos y comienza a tejer calendarios pasados, rojos y verdes; teje uno, teje dos y se echa a llorar sobre la mesa, donde con tinta azul están dibujados: un gusano tomando sol en el trópico y un poeta, todos dejan lo que hacían y se acercan a mirar, comenzando una extraña discusión sobre la posibilidad de que el gusano tomando sol en el trópico sea un poeta o que un poeta sea un gusano tomando sol en el trópico. El asombro Ante la absorta mirada de todos, se levantó (una vez más el pobrecito); dio unos pasos y sin tener que explicar nada a nadie, al verlo no respirar, todo mundo entendió que la FELICIDAD para él, no era algo que le resultara insoportable como a los demás, y no tuvo que justificar el porqué o el cómo podía, aún, levantar las manos al cielo y caminar, extender los labios un poco y sonreír, sin pulmones para respirar, sin labios para reír. Lo que importaba era que algo en el pecho aún hacia un tic tac parecido al reloj, rompiendo el silencio que causó el asombro.
Milagros Nevado (Chiclayo, 1987). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo. Actualmente se desempeña como diseñadora gráfica. Fue incluida recientemente en la antología poética Catástasis. Maneja el blog Cuando ella toca el piano: cuandoellatocaelpiano.blogspot.com.
partituras elementales (oh marie) kevin castro
para clau
yo debería tocar el saxo oh sí debería tocar el saxo bajo el puente de santa anita y hacer bailar a los mendigos oh marie in your arms i’m longin’ to be yo debería tocar el saxo en los kioscos periodiqueros a las seis de la mañana y alegrarle el día a los señores con sueño desubicados descafeinados wow señor, qué novedad amauta ha sacado hoy un artículo interesantísimo sobre la limpieza de colon mire usted previene el cáncer ¿qué pasó con los poetas y los narradores y los críticos y los cronistas? oh marie yo debería tocar el saxo en el larco herrera y enloquecer a los internos saldríamos a las calles y cantaríamos el jazz del enema ¡no más enemas señor presidente de la república! trirurí trirurí pintaríamos el pasto de azul porque el verde ya aburre y descoseríamos con espinas de san pedro los pantalones de los policías yo debería tocar el saxo en los barracones y hacerme de un ejército de niños que defequen conmigo en las puertas de los ministerios la casa de la literatura las facultades de letras las revistas de crítica los poetas contemporáneos y esos niños serían los rockstars de la nueva literatura y los nuevos poetas serían menores de diez años y la nueva literatura sería como cogerse a una monja ninfómana en plena cuaresma en pleno centro cívico a las ocho de la noche realmente emocionante y no como las mariconadas que se produce en estos tiempos uhe marie (♪♪♪) uhe marie (♪♪♪) oh sí debería tocar el saxo kiss me once while the stars shine above me oh marie debería tocar el saxo día y noche en la punta de los cerros en el pozo de santa rosa entre las estrellas debajo de tus rodillas.
la tierra quiere la sangre El universo está constituido en esferas, concéntricas de alguna manera, pues toda esfera contiene otra más pequeña y está contenida a su vez en otra mayor. El hombre y la mayoría de seres por él conocidos han habitado esta esfera específica a la que llamamos Tierra. Si reducimos la mirada encontraremos células, núcleos, moléculas, átomos y partículas subatómicas que danzan poseídas por su específica carga eléctrica. De manera análoga, si ampliamos nuestro punto de observación, las esferas se dilatarán y encontraremos galaxias: entes gaseosos, esencias vívidas que habitan el universo y contienen en su plasma soles y planetas.
Por esto debe dirigirse y curarse el curso que estas informaciones describan. ¿Qué sería de la humanidad si el crimen de un noble hombre no fuera olvidado?, o por lo menos resguardado, y llegara a oídos de los dioses una narración alterna de los acontecimientos en la que el noble hombre no cede su vida orgulloso ante el asesino, sino que suplica y pide a los dioses por su vida como no lo hace ni el más vil de los animales. Esto acarrearía la muerte de la humanidad entera (como ha ocurrido ya en sucesivas ocasiones), pues ningún dios quiere conservar la vida de una humanidad ya vencida, abnegada a sus designios, suplicante y arrastrada.
Que hasta un momento determinado el hombre desconozca estructuras mayores o menores no impone un límite, es solo el estado actual de su conocimiento. Esferas de capas concéntricas, es la conformación presente desde la célula hasta el globo terráqueo. Los humanos siempre buscamos nichos dónde establecer habitáculos. En este planeta habitamos la bóveda formada entre la corteza terrestre y la capa de la atmósfera más próxima a nosotros, es fácil deducir entonces la naturaleza intersticial humana.
Lo que nos mantiene vivos es nuestra insurrección, nuestras recaídas y blasfemias, nuestro carácter veleidoso e inconstante. Si nuestros dioses nos saben convencidos y piadosos, esto los hace innecesarios, y ante su inminente destrucción nos prefieren destruidos a nosotros que también nos hemos hecho innecesarios.
La sangre derramada, si es absorbida por la tierra, la alimenta y fortifica, la hace prolífica para el cultivo. Pero si es en el agua disuelta, además de debilitar sus propiedades intrínsecas, se esparce descuidadamente por el globo entero. El flujo de las aguas es una red que conecta ríos y mares, y en su ciclo continuo y eterno conecta también con la bóveda celeste al evaporarse y nutrir las nubes. Sería fácil ignorar el riesgo de tal flujo, alegando su carácter natural y obligatorio, pero debe tenerse en cuenta que existe un orden más sutil, que conjuntamente con los físicos ciclos naturales trabaja para mantener el equilibrio de toda la existencia. Que los ríos fluyen, los mares azotan y los seres mueren para alimentar la tierra de donde nacerán sus hijos es un hecho; pero, qué decir de la información, de los rumores que, aunque fluyen también en un ciclo natural y orgánico, describen un curso más complejo; nunca se repiten, pues aunque puedan describir un ciclo completo y volver al mismo punto, este ya no será el mismo lugar, ya que en su tránsito el rumor modifica la esencia del lugar transitado, e incluso el mismo rumor se modifica en su curso pues su naturaleza es siempre cambiante.
En momentos claves del devenir cósmico se presenta a alguno de los hombres una información que debe cuidar, corregir su curso, o guardar eternamente (la mejor forma de guardar es olvidar). Si esta información cae en un medio equivocado y fluye en un curso peligroso que llega a boca y oídos de quien no debe, las consecuencias seguro serán terribles. Un ejemplo clásico es el chisme y sus fatales desenlaces. Cuando el equilibrio de la información es alterado debe resarcirse por medio de un ritual que invoca lo femenino. Deben abordarse rutas descendentes que conducen a cuevas, intersticios o grutas; estimular un poco las entrañas de la tierra y encontrar allí, entre sus pliegues, el altar a la restauradora deidad femenina. Se le ofrece en tributo un feto contenido en alcohol, la deidad complacida beberá el licor de esencia infantil sazonado, haciéndose veleidosa, antojadiza y ligera, esto la pone en condición y facilita la obtención de sus favores. Sin embargo, dejar las cosas a este punto sería torpe y arriesgado, es arma de doble filo, pues la diosa al no complacer sus antojos se hace furiosa y destructiva, no responsable de sus actos. Por eso la ofrenda debe ser completa, pues el licor estimulante aguza también sus ansias, se le antojara un bocado y deliciosamente tragará al infante; entonces, estimulada y satisfecha, se regulan las funciones todas del universo y el orden prosigue.
Juan Felipe Galindo (Cali, Colombia, 1979). Es licenciado en Artes Visuales de la Universidad del Valle, alterna la creación artística con la literaria. Desde la niñez desarrolla la pasión por la lectura y comienza a escribir cuentos y otros escritos en prosa. Escritura que en la adolescencia se hace compulsiva. El empleo productivo del ocio, cifrado en algunos viajes como mochilero a través de su país y de la sicodelia, influyen, también, sus creaciones posteriores. Ha escrito para varios medios impresos y digitales, de su país y extranjeros. Entre ellos el periódico El Rotativo Diferente de Jamundí, el Periódico La Palabra (de la Universidad del Valle), el periódico Cali cultural, la revista El Clavo, la revista Nóumeno de Argentina y la revista Voces convergentes de Guatemala.
primer ronquido jorge castillo
En estos días todo se va diluyendo Me asquea esa situación prefiriría una bomba atómica o el grito histérico de Dios me harto de la mediocridad que se diluye en un silencio cómplice me parece una noche estéril un gato sin cola un vino sin agrura todo hermoso todo bello todo lánguido de complicidad que tiene forma de realpolitik se cae a pedazos lo sé lo supe siempre lo supiste se cae a pedazos deformes enormes con tlocs tlocs llenos de ecos vacíos arenas muertas vientos que no luchan caras de sapo noche de dedos anulares vaya pedazo de mierda que envuelves este aire retoño si yo soy un caballo relincho de alegría de amor de eternidad pero todo quiere empequeñecerme todos quieren convertirme en rebuzno en pasto amarillo baba de sapo no he desplegado mis cabellos negros y fuertes ataduras de vientre cordón umbilical de perra loba preñada en las alturas entre piedras tierra mucha sal y mucho viento montaña esa lejana de tus piernas madre me contagio con la vida pero esta me devuelve a ti a dónde me iré si tú yaces en el lecho de las novelas de tevé y las camisas de mi padre el amor de mi amor ya no me contiene quiero dormir a solas y despertarme fuera de dónde de dónde oh piedad a ver que alguien me lance la primera piedra a mí solo me da el sol y me dan ganas de decir mierda electricidad radio electrodos conchesumare devotos de la virgen maría única pedos laterales vidrio besa vidrios solo y también quiero decir indicativo pretérito imperfecto caras partidas perros sarnosos huesos sangre dedos húmedos mugre mugre y también quiero bailar con mi sombra las noches que me masturbo con tu imagen tu olor con mi soledad me masturbo gritando que los días se me van diluyendo por entre las cosas que no entiendo y que por intentar comprenderlas todo siguen siendo días y días de amarga negrura se me va diluyendo las manos el color de mis labios tu memoria tu cabello tus ojos tus caderas mi voz ya no me resisto cuando abrazo el vacío el fin de otro fin ese que nace de entre los postes de luz amargos de tanto vacío algún piso o asfalto o parque contiene el lugar de otro lugar ese que debe nacer del silencio de las plazas o del océano bajo la última luna roja ya no me resisto pienso que es inútil que me lleven a un hueco negro me dejen ahí y me entierren balbuceando estas palabras.
paraísos viscerales viviana barrios
«Hemos gritado a todo pulmón hasta desangrar todas las gargantas del mundo, en una sola voz apocalíptica: ¡Somos los hijos de nadie! Hemos saltado incesantes, redoblando pasos semiinconscientes abrazados como hordas en rituales fetiches despertando a los kleenex de la moralina, al Vaticano y al gobernador. Hemos bailado desnudos bajo posturas orgiásticas haciendo el amor al aire libre a los seres celestiales pregonando la pureza divina del amor bajo un solo cántico universal, “El amor reina sobre mí”: Un amor que no comprende de leyes, o de teorías que limitan o lo explican burdamente todo, y no tanto, como el polvo enamorado, o la muerte igual a las tempestades del mar que se llevan hasta la misma muerte, solo es el amor que te hace anhelar algo al cielo. Todo lo hemos compartido regresando a lo primitivo, alejados de todo tóxico humano, a orillas del mar cantando y coreando en éxtasis de anfetaminas que mi generación no llegará a vieja, son a los que hemos enterrado mandándolos a la misma mierda, expectorando sobre sus sacos, corbatas y folios capitalistas. Nos han llamado esquizofrénicos con la boca abierta, no es un narcisismo egótico, pues ellos son los que no han entendido nada. Y nos han arrastrado, a la fuerza, a lugares de ¿recuperación?, porque según ellos, es la enfermedad de la adolescencia, o la herencia psicótica de algún tío muerto. Hemos huido.
ra son más, estamos sometidos a la caótica ciudad. Aunque ni eso pudo con nosotros -eso creímos-, ni los treinta dólares de multa de las leyes sin cabeza, para desaparecernos.
» Kerouac, Ginsberg, Burroughs, ellos hablan por nosotros, los verdaderos adalides del norte junto con el modern jazz, con una tirada de dedo, nos han enseñado cómo se vive, nos han señalado el camino. Partimos a las 5:15 pm en tren, aunque otros en scooters, hacia Brighton por dos días, lugar donde se funda la Revolución y la Libertad. Todo es ebullición ácidamente exótica, todo se agita y es liberador. Pete Townshend ha llegado con su tribu y su estupefaciente manifiesto musical, no pude alcanzarlo para decirle que es uno de los nuestros. La noche electrizante de los delirios acústicos nos ha inmortalizado: guitarras, baterías, y equipos parlantes rebotados y destrozados eran la imagen viva de la Roma incendiada junto a los sonidos lacerados de la inconformidad, del lenguaje acústico del dolor solitario y la aflicción. Los otros, también llegaron y nos han encontrado, los que creen ser mejores que nosotros, los encuerados y grasosos rockers. Decidimos luchar por el honor cuerpo a cuerpo, por esa diferencia que nos ha unido. Nos lanzamos con palos, piedras, cuchillas y rodamos con ellos sobre el despeñadero arenal. La masa informe policiaca no retumba, no regenta, pero aho-
¡Exactamente como sucedió en Inglaterra, 1964, todito real una guerra urbana para la historia entre dos bandos!, me dijo aquella noche Juan, mientras leía emocionado las confesiones de un sobreviviente de alguna pandilla y un tal Heiny que llegó a ese lugar del precipicio con un scooter robado y se suicido.
» Amanece, Brighton resaqueado, de día se viste de traje, de una vida compulsiva y acelerada de la inconexión social. He despertado a orillas del mar y no encontré a mis amigos, ni a la que me tiré unas horas antes. Es otro pastiche mundo con el mismo nombre, regresé del exilio a mi casa y no encontré un hogar, no reconocí a quienes creía mi generación. » Todo ha caído y ha sido aplastado, hasta ser devorado por las máquinas del imperialismo, las fauces tiránicas, hambrientas por prostituir y corromper todo. Mi generación en venta. ¿Qué fue de las promesas por el cambio?, ¿de los viajes infinitesimales por recorrer?, ¿de lo que nos definía? Derruidos edenes. He tenido suficiente con la vida, al límite con la muerte, con las carreteras, con las píldoras azules, con las grescas callejeras, con los antros, con las burlas y las lágrimas. Me cansé de resistir, de creer, de guardar algún resquicio de fe. Yo también llegué como Heiny, el mejor del grupo, al acantilado de Beachy Head, y no pude tirarme.» Daniel Phillips, Inglaterra, 1964.
Los únicos conflictos en los que me he visto envuelto fue en un jirón del Centro del Lima, yo era uno de los metaleros en batalla campal con los parias punkis, he olvidado el motivo de la reyerta, solo fuimos presos por unas horas. Aquí, desde este lado de la urbe, nunca nadie ha gritado demasiado fuerte para reclamar por algo, o apenas han sido ecos afónicos, guturales, ininteligibles, un sonido más del tráfico vehicular; al menos así lo recuerdo desde que vine a vivir a la capital desde Guadalupe. También llegaron al poco tiempo unos del norte otros del sur, por el paraíso de las oportunidades, así lo habíamos soñado ingenuos desde fuera, pero estamos resignados. Lejos de eso, mi único paraíso se encuentra en esa tripa digestiva de ese jirón que ha muchos asusta y que todos desprecian.
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al Principito
En este muro que es la primavera abriendo los pétalos de las palabras en este muro que ayer era un desierto en blanco porque no podía leer ni maravillas ni pérdidas o las terribles derrotas de donde vine por la noche En este muro que es el mar o que se ha convertido en un mar de candelas pequeñas encendidas grandes cirios que resplandecen como estrellas en esta catedral que podría también llamarse el universo o los ojos cerrados del asunto Es este muro desde el cual te miro escribir y decir que renuncias a la poesía y las flores de las palabras siguen brotando siguen abriéndose como quemando cada minuto de silencio como si cada minuto muerto en realidad quemara y me dices gritas hacia las paredes –que si la encuentro... no la veo y no la quiero– y por debajo de nosotros Gonzalo Rojas sigue cantando aunque ya no lo escuches y Enrique Verástegui sigue cantando y Mario Santiago raya su cuaderno con citas del Dante, y no es terrible te digo porque tus pulmones y los pulmones de la poesía comparten la misma vida y ambos morirán contigo aunque nunca la escuches mientras duermas algo brillará tan grande tan desorbitado tan demente que será la alegría Y no es terrible los zapatos están sucios el cuarto está sucio la familia está sucia Esta calle huele a orines Esta música de Vivaldi es féretro de un niño que no ha encontrado los jardines sino las zanjas llenas de mierda Y sigue floreciendo cada pensamiento y cada palabra que quiso ser un poema en donde vivirían caballeros dragones gatos amantes del sol palabras acuáticas como medusas inestables remolinos de furia y hojas de papel tan delicado que no te atreves a tomar entre los dedos y me dices –Los verdaderos poetas no han escrito escribieron algo pero entonces vino el mar– y no sabemos si vino el mar por ellos o por esas palabras o si ellos eran las palabras que nadie volverá a leer pero volverán a escribirse millones de veces en los años venideros y escuchamos un alfa y un final porque ya no se puede escribir; este libro suena más como a una flauta que como a una novela o a un relato o a un libro de poesía; suena más como que alguien en otro planeta ya no escribe y canta pero aún no se escucha cantando y nosotros que escuchamos su eco podemos sentirlo como si fuera alguna palabra resonando en nuestras cabezas una palabra con puertas con ojos con dedos cubiertos de uñas afiladas que comienza a romper nuestras cabezas como una nuez que se quiebra He olvidado la música y he olvidado el espanto que me causa el silencio ahora sé que no existen los espacios en blanco Y miles de palabras siguen creciendo en la arena La Catedral no está vacía el universo no es vacío Es tan solo el reverso de una situación llena tan llena que no aparenta nada entonces pareciera el triunfo del olvido o la muerte y con ello el olvido de todos nuestros poemas y la muerte de nuestra conversación Como la elegancia que se pierde cuando la lejanía borra la estela de un cometa de un barco o de una nube Pero no hay nada que congelar los poetas están en derecho de olvidar sus poemas de olvidar sus libros de olvidar su nombre y demás circunstancias Así todos los poemas se llamarían los poemas perdidos todas las montañas las montañas perdidas todos los mares los mares perdidos Y esta conversación podría escribirla otra vez para dedicársela al pasado o para que me la dediques en el futuro Dejaré de escribir me dices y te vas por donde salen los niños Para este muro llegarán las estaciones y se alejará Un día volverás a saber que hay flores por todas las estrellas del universo
Yaxkin Melchy (El Telar, México, 1985). Escribe un libro bioespacial que se llama El Nuevo Mundo, del cual se ha publicado: El Nuevo Mundo [I] (Rdlps, 2008); Los poemas que vi por un telescopio [satélite] (Tierra Adentro, 2009); El Sol Verde [II] (2.0.1.2. editorial, 2010); Los Planetas [III] (Literal, 2012). Entre otros libros virtuales, fanzines, fotocopias y tripulantes editoriales cartoneros. Fue editor de la revista Trifulca y coordinó la Red de los poetas salvajes. www.reddelospoetassalvajes.blogspot.com. Su blog es www.destruccionmasiva.blogspot.com.
poesía (el poder desnudo)
Ella (Junkie enamorada de Astronauta)
El poder crecía como un aura cálida y atroz Desde la sierra de Nuestra Señora de la Justicia las cumbres se escaldaban por el fuego Un misil escribió en la luz el verdadero nombre de la guerra Los engranes cayeron esa misma noche Arriba los clavos que sujetaban a Dios se desprendían uno a uno El poder ya no respondió a ningún idioma El caimán se hallaba fuera de su piel como una deidad libre Los peces componían una nube abisal Las leyes se picaron con sus baúles llenos de palabras El sol se entregó al poder como un prisionero herido Las armaduras con nubes y relámpagos se extendían por la tierra Una orden fue nuestra centella Una piedra cantó nuestra convulsión El cuerpo del Estado dictaba un temblor en la sangre y era hermoso
Para salirse en metal hacia adentro hasta descomponer al fin la mentira desordenando en trozos sus tejidos manos manos al fin establecidas como actrices en el aire preparan sin público un Solo de la Escena rígidas y mudas representando tu muerte en las intrigantes tablas de la nada y luego anda y anda y anda la araña en círculos y espirales repetidos en el techo y en las venas se abran mil partos naturales de centauros que gritan el Origen cuando nacen y por eso por eso salirse hacia adentro aun en océano o viento innumerable de celebrar cansado el mundo con vísceras temerosas o aturdido de girar entre cadáveres pidiendo encontrar el sobreviviente es entonces que entiendo, querido, tu vagar por la materia con mi pobre Metafísica de enciclopedia intento construir en mi ser tu estado como un edificio que aquí te recuerde vete corre hacia lo infinito del Espacio.
(el cansancio del Atlas) Los discos giraban en su cabeza haciéndola sangrar La noche era un bebedero para murciélagos El titán cargaba sobre sus hombros los pilares que mantenían la tierra separada de los cielos El peso de llevar los horizontes rompió el lugar donde se oculta el sol El oeste se llenó de púas A pesar de su fuerza el gigante gemía al sujetar la bóveda celeste Gemía cuando sujetaba las leyes del mundo Sus estrías bajaron hasta las riberas Los dibujos en los mapas ya no coincidieron con el alma de los continentes El mundo negaba sus direcciones Nadie llegó ni arriba ni abajo Nadie fue ni a la izquierda ni a la derecha Ahora cada quien sentía la obesidad del mundo y no había cómo detenerlo
Manuel de J. Jiménez (Ciudad de México, 1986). Estudió Derecho y Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado los libros Los autos perdidos (Red de los poetas salvajes, 2009) y Trámites del muerto y el ausente (Honda Nómada ediciones, 2011), que forman parte de Iuspoética. Fue director de la revista Trifulca y actualmente trabaja en 2.0.1.2. editorial y forma parte del Consejo Editorial de la gaceta Literal.
Habitación A Por este pasillo sólo se pasa por la Habitación A una y otra vez / pase lo que pase conspira el tiempo-espacio y se abre como una música de fiesta lejana en casa de un enemigo pero juraría que le duelen las uñas a la Muerte.
Gisella Aramburú (Rocha, Uruguay, 1986). Es profesora de Lengua y Literatura egresada del Centro Regional de Profesores del Este. Luego de ejercer la docencia en Maldonado y Lavalleja, vive y trabaja actualmente en liceos públicos de su departamento. En 2010 resultó premiada, junto a otros nueve poetas, en el Concurso “Urgente: Poesía Emergente”, convocado por el CCE, que culminó en la publicación de una antología del mismo nombre. Publica algunos textos en su blog: elcristalpalpitante.blogspot.com.
grafiti pánzer sin límites ni principios sin voluntad sin entusiasmo contradictorios cochinadas también cochinadas existiendo fuera de sí incendiándose cantando derrotas caos destrucción mutaciones siglos que no vendrán jesucristos del odio desgarramientos vísceras y zombies cochinadas también cochinadas no puedo detenerme esta no es la canción del destino tampoco la vida esto es un plagio una cosa triste ensangrentada huyendo de mí la hora turbia de los cuchillos negros en mis ojos los planetas colapsando su sombra de máscaras de gas y su negra apariencia de murciélagos desgarrándose entrañas de sufrimiento arco iris negros lluvia de muerte colapsos o lo que sigue no hay sino llanto nada más que llanto flores enloquecidas que nacen sin pétalos una turba de pegasos negros un pulmón de sangre una nube de cuerpos despellejados cayéndose al filo de la espada negra del no tiempo estallando mi nombre no importa ni mi origen no tengo nombre ni sexo ni edad ni tierra no soy hombre ni mujer niño o viejo ayer o mañana norte o sur los dos géneros los tres tiempos las cuatro edades y los cuatro puntos cardinales convergen en mí y en mí se disuelven en mí desembocan todos los caminos hay un gesto en mi cuerpo y un tono en mi voz que lo dirán todo rápidamente como un relámpago de dónde vengo a dónde voy no tienen importancia estoy de pie sobre las estrellas escribiendo sin detenerme asfixiándome de manera violenta estallando con los huesos en recipientes oscuros ya lo sabes no me importan todos no escribo para todos vengo aullando en la ráfaga negra de todos los vientos por todos los caminos de la tierra estoy caballo despellejado iluminándome con tierra de cementerio a la altura de los disparos de muerte que no me alcanzan estoy encerrado en mí doblado como un rascacielos en llamas escondiendo cuchillos entre los dientes levantando un país de sangre sobre los monumentos simétricos de mis errores ortográficos la calavera de piedras en la garganta el bosque soñando escribiendo disparando soñando escribiendo fumando babeando muriendo volando soñando escribiendo disparando soñando llorando naciendo naciendo en mí copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando y pegando y copiando esa mancha con forma de delincuente ese escupitajo llamado incendio nacional mi país de caballos despellejados y sombras y gorilas de rayos láser cerrando los ojos una vez más estoy cansado sucio y enfermo lo sé me conformo con estar vivo en mi cuerpo con toda mi sangre eufórica todo mi desenfreno no soy el primero ni el último soy vida mediocre aplastando ángeles chupando helado escuchando ritmos ancestrales de punks cavernosos y hot cakes metálicos tirado en mi cripta pintándome los ojos con rayos láser caminando sobre esferas navideñas perdido entre lobos escribiendo sin detenerme estallando en mil partes cogiendo con ardillas fosforescentes sin dejar de reír riéndome de mi estado eléctrico vagando cayéndome del corazón de la censura bailando bajo un volcán de garabatos mi vida como un diamante fantasmagórico de sinfonía en sinfonía destruyendo las banderas y los himnos de la luz perpetua estudiando mi vida a través del telescopio negro de la rabia deseando ser otro tener otra voz otro título para esta novela otros motivos comenzar siempre con cuchillos negros comenzar siempre con una derrota comenzar siempre en todo momento oscureciendo el mundo ser siempre en todo momento el disco rayado de la juventud vivir rápido morir joven no entender mucho más Víktor Ibarra Calavera (D.F. Tarántula, 1992). Xxxxxxxxxxxxxx x xxxxxxxxxxxx xxxxxxxxxxxx xxxxxxx; xxxxxx, xxxxxxxxxxxxxx.
poesía VIH
Ocio
Gran Pichula serena humectante cavernícola perdona por no encontrar una concha de 19 centímetros [de largo por 4 centímetros de ancho y 7 pi al cubo en razón de circunferencia
Echado en mi cama pienso cuál será la fórmula para que mis poemas logren mejores resultados. El techo, obviamente no responde pero yo lo miro e incluso lo menciono. Es solo un techo, ya sé pero en cierto modo hoy está por encima mío.
además perdona el estar demasiado arrecho que no tuve decisión al acostarte con un maricón transformer yo no odio las matemáticas pero suelo a veces recurrir al análisis geométrico para saber que la distancia más corta entre dos puntos no siempre ha sido una recta es decir tu imagen persiguiendo otra imagen una bella distancia matemática como “X” y “Y” complementarias sin embargo Pichula la rebelión de los animales domésticos me ha llevado al universo de coordenadas ambiguas hundiéndome en el polvo jodido y sin mi traje de astronauta ahora que se rebalsan las aguas del inodoro poco a poco estamos en la obligación de colocarnos ropa talvez haya una esperanza aunque solo matemáticamente Gran Pichula un gusano antipático dentro de una manzana antipática es mejor que la mitad del gusano dentro de la otra mitad de la manzana.
Jhonny García (Lima, 1990). Estudia Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Sexópata, y para ello viene masturbándose con la insoportable levedad del falo y la arrítmica testarudez de una concha. Poetiza cuando tiene talento y cuando las pendejas musas lo abandonan en el equinoccio de la gran mierda decide ensimismarse en una lúgubre concatenación de hueveo y cimitarra. No ama a Vallejo. No lee a Don Mario. Pero intertextualiza sobre yambos maricones y vaginas trocaicas.
4 soles la hora Iba como de costumbre al John Neper cuando la suela de mi zapato terminó de abrirse. Me agaché a revisarla y comprobé que se había partido en dos. Como andaba sobre la hora me encogí de hombros y seguí caminando convencido de que nadie lo notaría pues hace meses venía trabajando en ese colegio y para mantener el puesto también me habían pedido que partiera mi alma en dos.
Carlos Santa María Ruiz (Trujillo, 1979). Licenciado de Educación Secundaria en la especialidad de Lengua y Literatura. Miembro cofundador del grupo literario Legión. Ha publicado el poemario Artificial por naturaleza (Editorial San Marcos, 2011).
libertad es un lugar lejos de casa
Siento la misma náusea que el tigre frente al aro y sin embargo salto e ingenuamente creo que es a mí a quien aplauden. Felipe Granados
En San Pedro La Laguna, Guatemala, existe un hostal que mira al monumental bloque de agua volcánica, honda y habitada por espíritus que ahogan en su centro de gravedad a quienes se descuidan. Ese lugar, donde ahora disfruto una cerveza bien helada contra el calor centraleño, se llama Freedom, en inglés Libertad.
explicaciones sobre las otras cosas, y aprendimos desde bien temprano política. La diminuta e indignada Libertad, la más intransigente, recalcitrante, agresiva y malhumorada de todos los personajes, pero también muchas veces la más acertada y aguda en todas las reflexiones.
Freedom ofrece agua caliente en todas sus habitaciones que pueden ser compartidas o individuales, comida internacional, típica y vegetariana, water-sports como kayak y ski, happy hour, fiestas con DJ residente, ambiente cool –el mejor de la región–, servicio de habitación las 24 h y lavandería, fogones, vista al lago y a los volcanes con guías expertos, artesanías y tejidos guatemaltecos, TV por cable, masajes, piedras energéticas, aromaterapia, excursiones, yoga, meditación, et cetera, et cetera. En el mundo del turismo ecológico, esto es la libertad, un lugar que, como dice Loquero, queda lejos de casa, y que, en la confusión entre viajeros y vacacionistas, ofrece un chingo de opciones, el derecho a libremente consumir.
Prendo una vela, insurrecta y solitaria, y apuro un poco de guaro ardiente y un purito para pedirle a uno de los pocos santos que venero que me libre de la tentación de creer en la libertad como una coartada individual para engañar a lxs demás, o como una esencia oculta dentro mío, innata a mi alma que pugna por salir a la luz, una libertad abstracta y metafísica, que a la sazón me causa náuseas; le ruego, en cambio, que me permita acceder a un “arte de vivir contra la dominación” para que mi libertad trascienda a través de la de lxs demás, y sea múltiple con la de lxs otrxs, por medio de prácticas éticas, críticas, experimentales y de resistencia forjada en el mero mero centro de las relaciones específicas de la dominación y de un poder creativo, que solo existe en tanto soy libre… prácticas de libertad, le pido, hic et nunc, ahora mismo, en este preciso momento, una praxis vital, sin declamación; porque hace ya tiempo que no quiero tan solo vivir libremente aquello que tiende a brotar espontáneamente de mí, ni siento acaso que mi “naturaleza” esté aprisionada.
En el lounge de ensueño de Freedom, lleno de gringos rubios de pieles al rojo vivo, tensas pero hidratadas con cremas reconstitutivas y botellas de agua mineral, un poeta exiliado y bien pensante afirma la libertad y autonomía absoluta del sujeto, y el derecho de lxs menores de edad (de 18 para abajo, todxs iguales) a ejercer el libre comercio sexual sobre sus cuerpos, con adultos, a partir de una interpretación confusa y bastante peligrosa de El Banquete de Platón y de la institución conocida en la Atenas del siglo V como pederastia. Libertad parecería ser trabajo sexual, trabajo infantil y tráfico, donde dos personas son colocadas en una relación isométrica ejerciendo libremente, de nuevo, una transacción económica, de nuevo, también. Él parece no entender que a falta de libertad, el poder se convierte en dominación y el sujeto en objeto, y que, en definitiva, las luchas por la liberación (la sexual, por ejemplo) pueden ser una condición necesaria, pero, en todo caso, no son condición suficiente porque abren un campo para nuevas relaciones de poder, donde la libertad del cuerpo y la autonomía del sujeto se convierten en la coartada de las posiciones más conservadoras y retrógradas que sostienen que esas decisiones, por lo general desesperadas y más destructivas forzadas por la supervivencia, se realizan en plena libertad de elección. Esa conversación a la vera del lago me recuerda también a Libertad, la más chiquita de tamaño y más fuerte de temperamento de todos los personajes de la tira Mafalda de Quino, con la que algunxs de nosotrxs crecimos veranos infinitos y calientes, en el club leyendo; una infancia donde imprimimos la cicatriz visible y permanente de nuestra ceja izquierda contra el filo de piedra y a la cual, por muy bellas que hoy puedan ser invocadas las historias de cómo tenemos las rodillas fregadas como baseball de lustradores, no queremos volver. Así, entendimos quizás la mitad de lo que leíamos y pedimos
Y junto con las luces opalinas y cálidas feng shui del bar lounge de Freedom y quizás la posibilidad de que me inviten a un evento poético internacional, abandono ese gran mito humanista, decimonónico, y demodé de la esencia humana que cree y busca una sustancia. Lo abandono en pos de una forma, histórica, pero también espontánea e individual, que se sitúa en la interacción con lxs demás y no sin ellxs; para constituir, y construir, una ética (libertaria, amatoria, sexual, selectiva, electiva, corporal, expresiva…) que abre un abanico de posibilidades y de relaciones de toda clase susceptibles de modificación. Prácticas de libertad que den forma a mi subjetividad, a la par de mis afines, para anarquizar jerarquías corporales, privilegios, afectos, normalidades. En San Pedro La Laguna el sol se pone y la temperatura baja. Me cierro el abrigo hasta el cuello y escondo la boca tras la cafiá. Emprendo el camino, empinado, cuesta arriba, hacia la casa de mi amigo Tz’utuhil. Tal vez todavía muchxs quieran creer en la libertad ideal, abstracta y metafísica como la tierra prometida hacia la cual peregrinar, una libertad, digo, irreal y fantástica, que como cristales soñadores, tan solo imaginarla la hará emerger desde la poza absoluta del nuestro interior a descubrir. Pero no. Unas palabras de aliento me acompañan mientras me alejo de lxs turistas, las buenas intenciones y lxs poetas: “La libertad es la condición ontológica de la ética. Pero la ética es la forma refleja que toma la libertad”. Siento la mirada de los volcanes, oscuros y severos, sobre mí. El vendaval comienza a chillar.
Leo(nor) Silvestri (Buenos Aires, Argentina, 1976). Biopoliticamente asignada al sexo “mujer” y fugada de esa identidad hacia ningún lugar realmente. Poeta, traductora, periodista, performer, activista de género, anarquista, especialista en Literatura Antigua por la Universidad de Buenos Aires, puta, dominatrix S/M. El texto publicado aquí pertenece a su libro Todos juntos guerra fría, de pronta publicación en Costa Rica, Ed. Germinal. Puedes ver su trabajo y libros publicados en leomiau76.blogspot.com.
éxito de Perro
- Sr. Perro, usted saltó a la fama muy pronto con su libro –de título muy extraño por cierto– Rabos románticos, tanto la crítica como la industria editorial lo aplaudieron, los vítores fueron unánimes. ¿A qué cree que se debió esto? - Supongo que soy bueno, ¿no? Por otra parte, mi familia siempre fue muy artística, muy literaria. Mi abuelo fundó, modestia aparte, toda la novela moderna peruana. Así que mi éxito no me sorprende. - Además ahora lo han editado en el extranjero, en Europa, y ahora vienen traducciones al chino mandarín en ediciones de lujo con tapa dura, de tiraje limitado y autografiadas por usted. - Así es. Esta patita es mi sello. (Nos muestra la pata) Ahora estoy un poco agotado con esto de estampar mi patita en tantas ediciones. Pero, bueno, es un exceso por el que hay que pagar teniendo en cuenta mi celebridad.
- Sin embargo, perdone la infidencia, se ve usted un poco mal, cansado, dolido, se para rascando mucho, tal vez las pulgas... y no huele, por cierto, muy bien... - Es cierto, y no puedo dormir, por eso me escapo de la prensa a menudo y duermo en hoteles horribles... Es esto muy triste. Estoy así desde que mi perra novia, una mala poeta, me dejó. Mala por persona y mala porque sus versos son malísimos. Esa hija de perra, que por cierto yo conocí y era tan guapa y pedigrí como su hija, se fue con un sociólogo que dicta clases en San Marcos. Él la conoció el día que ella dio un recital ahí y que yo, perra suerte la mía, la llevé muy contento porque, usted sabe, San Marcos es mi alma máter. Ahora no puedo volver a esa Universidad: los alumnos ahí piden a gritos que vaya a leer, me invitan a conferencias y simposios, pero yo soy incapaz de ir ahí. Me duele mucho. - Espero se recupere, no vale la pena sufrir por una perra. Quisiera que volvamos a su trabajo literario, su primera novela, Tratado vanguardista de Yonque, trata sobre un grupo ultra secreto liderados por Yonque, que secuestran a jóvenes, les lava el cerebro y les proporciona toda clase de armas para que asesinen a sus padres y así poder implantar un nuevo régimen político y social: la Metacracia, régimen que estimula el libre acceso y consumo de drogas blandas y la masturbación asistida. ¿Nos puede explicar de qué trata esto? - Bueno, la Metacracia es el paraíso, ¿qué explicación más quiere? La gente no se reproduce porque niega el sexo, o copulan analmente, y hay para los genitofrenéticos máquinas de masturbación asistida, como las que hay ahora en los supermercados para pedir un helado, igualito, hay máquinas en las que insertas una moneda y ésta te masturba y te exprime la arrechura. Las bibliotecas son innecesarias y la propiedad privada también.
- En su libro de cuentos La accesibilidad de mi ojete hay un cuento en particular que me llama la atención Luchas intestinales por el fino placer de la misantropía en el que narra las aventuras, contadas en primera persona, de un joven por salir de un entramado (o entripado) de relaciones sociales complejas y conflictivas en el medio que lo rodea, ¿cómo surgió esta idea? - Las luchas intestinales siempre terminan siendo expulsadas por el culo, el ojete, que es, si eres un atento lector, lo que da unidad estructural al libro. Se me ocurrió exactamente después de un cóctel, muy fino, al que asistí con mi perra novia (aún nos queríamos apasionadamente), en la presentación de un libro de un colega mío, el escritor Julio Fuentes de Osambela. Ahí, en la reunión con varios escritores más, tuvimos una discusión muy acalorada, con varios piscos sours demás, sobre las generaciones literarias peruanas. Yo defendía una posición un poco intransigente pero de la que tengo buenos argumentos. - ¿Qué argumentos son esos y de qué generación hablamos? - La literatura peruana, por flojera mental de los críticos, está dividida en décadas, 40, 50, 60, y así, cronológicamente. Me parece aburrida. Yo propongo que la literatura tiene dos grupos nomás: los realistas y los no realistas. Dentro de los realistas están los rural realistas y los urbano realistas, y dentro de los no realistas están los conocidos y los desconocidos. Dentro del grupo de los rural realistas están los que tratan el tema de la violencia interna y los que no tratan la violencia interna, y dentro de los que tratan la violencia interna están los que dicen que es culpa del cholo y los que dicen que no es culpa del cholo, y de los que dicen que es culpa del cholo están los que dicen el cholo es bruto o que el cholo no es bruto, y de los que dicen que el cholo es bruto están los que dicen que es por culpa del Estado o los que dicen que no es por culpa del Estado, y dentro de los que dicen que es por culpa del Estado están los que quieren cambiar al Estado y los que les da igual, y dentro de los quieren cambiar al Estado están los que empuñan las armas y los que no empuñan las armas, y aquí, ya lo sabemos, los que empuñaron las armas están muertos o en la cárcel y los que no empuñan las armas hicieron la división de los 40, 50, 60s... - Interesante. ¿Cuál es su relación con los escritores y los críticos? - Muy buena. Es de mutuo apoyo y respeto, como debe ser. Asistimos frecuentemente a salsódromos literarios. - ¿A salsódromos literarios? - Sí, claro, y bailamos un baile, sabes cuál es ¿no? - El baile del perrito, claro. Gracias por la entrevista.