Creación (hibridación, sobreexposición) literaria AÑO 5 - NÚMERO 7 - MAYO 2016
literatura te mutan
fin a modo de principio del Martes. 03:47 Me despierta un zancudo prehistórico, tiene el tamaño de una cucaracha que mato con un leve golpe de mi mano izquierda. Sobre mi almohada blanca deja una estela de sangre muy roja con bordes negros. Es una mancha grande que ahora me acompañará día y noche mientras duermo. En Ica, donde vivo ahora, los zancudos son portadores del dengue y ya mató a 43 personas, yo pude ser la 44. No puedo dormir, enciendo la luz y prendo mi compu. Reviso lo que he escrito en las últimas semanas aquí y leo con emoción en un tiempo y lo pierdo al otro. Tengo que enviar esta revista a imprenta. El tío Willy, imprentero pillo y fujimorista, está esperando este prólogo "a modo de..." para mandar la revista al horno. Su letritas negras se hornearán por séptima vez y estoy contento de que así sea. Son siete números y vamos a hacer dos más para completar la triada (la última) y dejar atrás un proyecto que se fundó hace cuatro años cuando éramos más jóvenes, fumábamos marihuana de mala calidad en el patio de Letras y metíamos mano a chicas y chicos como quien busca algo más detrás de varios ojos cansados, 3 x 3. Despertado por el zancudo prehistórico, ajusto mis calzoncillos y me siento a la compu a escribir esto de una buena vez para no retrasar más su publicación. Solía, me digo ahora, revisar los prólogos anteriores para encontrar algo nuevo que decir. Juntaba algunas ideas sueltas, las reescribía y tenía el prólogo casi nuevo, pero en verdad era un maquillaje de cosas ya requetedichas. Acaso una sensación de hartazgo y vergüenza se apoderaba de mí también. Sé que si leo esos prólogos ahora tendré la misma sensación. Prefiero evitarlo y vagabundeo en las redes, leo otras publicaciones literarias jóvenes, sobre todo de poesía, virtuales y salgo algo reconfortado. Hay esperanza, hay rebeldía, hay emoción. Me gusta, las conozco, son amigos o examigos y, creo que, con sus altibajos, están tratando de decir algo nuevo dentro de lo peligroso que es decir "nuevo". Leo y no me tiemblan los ojos de miedo. Leo y me reconforta a seguir leyendo y escribiendo porque la poesía es lo único que tengo, y esta revista es un poco todo eso que se está haciendo ahora, pero sobre todo es terca terca, y me digo, feliz, mientras busco el punto final a este párrafo. Aquí comenzamos otra vez.
Año 6 - Número 7 - Mayo 2016 MUTANTRES es editada por Viviana Barrios, Shirley Castañeda, Kevin Castro y Jorge Castillo. Es una publicación que pretende ser trimestral. Su tiraje es de 500 ejemplares. Colaboran: Mallinalli Balazo, Joan Calderón, Francisco Cerna, Patricia de Souza, Mauro Gatica, Citlalli Ixchel, Iris Kiya, Iván Medina, Maurizio Medo, Alfredo Murillo, Nelly Orccon, Yoni Príncipe, Daniel Rojas, René Silva, Enrique Verástegui y José Villanueva. Ilustración de portada: El futuro no es de nadie, collage sobre cartulina, de Beto Prieto. E-mail: tresmutan3@gmail.com Agradecimientos: Teresa Abal, Dilmar Alvarado, Patricia Rosales, Fernando Obregón, Gonzalo del Rosario, Orlando Bedoya, Marco Loayza, Carlos Blanco, Johanna Escobedo, Carlos Pineda y Jorge Salazar. Papelería Adhecast: Av. Argentina 144, int. A RL2, Lima. Teléfono: 331-1725 WR Impresiones: Teléfono: 723-8089 E-mail: wr.peru@gmail.com Hecho en el Depósito Legal de la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2012-05060 Creemos en la piratería: fotocopia y difunde.
maría llena de gracia
Una mañana tuve el siguiente sueño: estaba en una habitación en la que se encontraban el que debía ser mi esposo o amante, su madre y mi padre. Todos llevábamos alguna prenda negra. Mi padre, en cambio, estaba completamente vestido de negro, como algunos conductores de los buses en París. Se ponía unos guantes de ese mismo color y me decía que debía partir a manejar su bus. Mi padre es ingeniero y nunca ha manejado un autobús. Yo he vivido en París y él no conoce esa ciudad, salvo por fotografías, y tampoco estoy segura de que sea así. En este sueño, mi esposo es hijo del dueño de un periódico muy importante. Un hombre directo, de tez pálida y cuerpo macizo con venas azules. Su madre era en la realidad la abuela, un personaje de la historia nacional en mi país, una mujer independiente que fundó una de las primeras revistas de opinión. Mi primer trabajo como periodista es en esa revista, una de las razones por las que pensé que ese sueño podría simbolizar la entrada en una realidad que hay que construir, donde las imágenes no son solo huellas sino textos hablantes, donde debo pasar de la contemplación a la acción. Enseguida yo bajaba de la cama, me ponía unas chinelas muy ligeras y me dirigía hacia un baño. Al caminar, sentía la tela vaporosa de la falda rozarme la piel: me sentía fresca, nueva, llena de confianza, como cuando era niña y me impacientaba por entrar en la vida. Más tarde, este sueño me ha parecido el anuncio de lo que significa escribir: entrar en la vida con confianza, sin retroceder, avanzar hasta el centro de la experiencia, abandonarse y dejar que las palabras construyan otra realidad, lejos de esta, perturbada hasta la neurosis, que me da una imagen borrosa de mí misma en la que no me reconozco, no me veo. Hace tiempo que no escribo nada con una intención de narrar, contar. Era imposible que siguiese las huellas con un sentido ordenado, no podía reconstruir el pasado, imposible cualquier trabajo lógico con la memoria. La realidad me parece fragmentada, arbitraria y absurda, sus huellas arden y tienen un olor intenso. A cada fragmento, se ha impuesto una frase que se resiste a la lógica narrada, quizás porque en esa resistencia a ser castrada o «colonizada», como me gusta decir, esté en juego la libertad de esa otra mujer que espera. Tal vez sea eso, no lo sé, solo sé que es una obsesión que me ha empujado a ver a través de esos vacíos, esos huecos. ¿Y qué veo? Rostros, experiencias dispersas y una persona que las registra para colocarlas dentro de una falsa continuidad siguiendo el ritmo de una especie de cinematografía personal. Luego de este sueño tuve esta intuición: no se puede decidir abandonar la narración, es un líquido caliente que brota desde el centro exigiendo cavar surcos con las manos, marcar rutas para que su contenido no se extravíe y se seque. Encontrar el hilo y salir del laberinto. Pero el laberinto siempre han sido los otros. 2004: estoy viviendo en México, no tengo hijos, nunca he hablado de eso seriamente con ninguno de los hombres que he conocido. Ni de los abortos, ni de la culpa ni del miedo a ser una mala madre. Conozco a muchos niños solitarios que avanzan con los brazos extendidos pidiendo lo mínimo, y siempre me ha parecido imposible no ceder a la tentación de adoptar uno de ellos, quitárselo a la calle, calentar sus sueños. Si hubiese sentido la necesidad de ser madre, ha-
bría adoptado para sentir que cumplo con un rol social, con un esquema. La maternidad ha estado siempre ligada a la imagen de una mujer sometida, a aquellos rostros de mujeres agotadas por el trabajo y el maltrato. Es esta imagen devaluada, de mujeres solas, en medio de un silencio cada vez más grande, la que más me ha marcado. No he podido verlas fuera de esa comodidad vergonzosa que la sociedad les ofrece, ninguna ha brillado en esa noche, ningún grito de niño las ha devuelto enteras a la vida ni confirmado la importancia de su libertad, es por eso que no siento haber renunciado a nada que me pertenezca de verdad. Siempre me he visto, me veo, como la hija de mi madre, como la hija preferida de ella, pero no como la madre de nadie. Creo que esa primera intuición (de que no sería madre) la tuve muy pronto, cuando llego a esa revista donde empiezo a trabajar como periodista. Llego vestida como una parisina, llego de París, con una minifalda, una vincha negra que me aprieta la cabeza y me deja la frente descubierta, mocasines negros, una blusa blanca. Decidida a mentir, entro en la oficina del director, le digo que he trabajado en la revista Paris Match, que he hecho muchas entrevistas, todo eso es mentira. Pero solo yo lo sé. Me alejo de la realidad a través de la ficción, no quiero que sea una imposición parir, criar, controlar a una familia. Antes, se trataba siempre de inventar una historia personal, es decir, he falseado los modelos y he cambiado los hechos a tal punto, que me cuesta establecer la diferencia entre ficción y realidad. Ahora siento que debo intentar desmontarlos para ver qué hay dentro, sin miedo, sin pretextos, con un completo impudor. Cada vez que me decido a escribir, sé que tendré que soportar el silencio para dejar que otras voces hablen en el interior, escuchar ese tumulto y elegir… por mucho tiempo, le he temido al silencio, le he huido y lo he llenado de ruidos externos con un miedo endémico que viene de mi familia, de mi cultura, de mi país. Pero, hay un silencio más terrible, el que nos obliga a aceptar un mundo sin respuestas que hay que justificar en su forma más absoluta: escribir. O perder las experiencias, dejarlas pasar y que se absorban con el tiempo. De ahí también un gusto marcado por la pintura y la fotografía, todo lo que fija, todo lo que paraliza el tiempo. ¿Se salva algo del olvido cuando se inscribe, qué permanece y cómo facilitar esa Némesis? A veces he pasado horas tratando de reconstruir una escena, colocarme en el centro de ella, percibir su olor, su latido lento y su sangre hirviendo. El desarraigo produce siempre una combustión interior que me empuja a buscar la aceptación de los demás, de niña estoy dispuesta a todo por una mirada de apego, una sonrisa clara, extendida. Los baños son un remedio a esa sensación de marginalidad, baños bajo agua tibia en una pieza clara donde una ventana abierta recorta un paisaje inmenso y árido, con un viento que se golpea contra las ventanas, como un animal que busca algo que conoce y luego se va. Caminaba durante horas por las calles, miraba las hojas que caían de los árboles, las altas crestas de la cordillera, pensaba que lle-
naba mi vacío con esa presencia, las preguntas se peleaban en mi cabeza, intentando un ejercicio de coherencia, sabía que no escaparía de esa necesidad de saber, de explicar; a lo mejor supe desde el comienzo que no me iban a preguntar nada y que tendría que levantar la voz, golpear la carne para que brote savia, oliendo siempre esa promesa de inercia, de parálisis. Esta intuición solo me abandona cuando me quedo dormida, después de mirar durante horas la ventana que se queda abierta todo el año por el calor, las extremidades, el vientre, libres, sin entrar en conflicto con el cuerpo ni el tiempo. Recostada sobre la hierba cortada del jardín, miraba las lenguas rosadas del cielo, en una espera inquieta y silenciosa, llenándome de escenas como lo hago en plena clase en el colegio, con las piernas endurecidas por el frío, al borde del estupor. A veces es el cuerpo delgado de mi hermano Sebastián, frente a la puerta abierta hacia la calle vacía que me inspira una ternura enorme: ¿qué hacemos, qué esperamos? Después de horas de vagar por mi ignorancia, termino aceptando esas preguntas que se yerguen directas hacia un cielo inmenso; no sangro y puedo abrir mi ventana hacia otras vidas, entrar en simbiosis con ellas hasta perder cualquier sensación de aislamiento. Terminamos por amar nuestra ignorancia, nos rendimos, entonces, veo cómo corro hacia los bajos del edificio donde vivo, dando brincos y agitando una cartera que mi abuela ha comprado en la tienda Sears, balanceándola con la mano, antes de detenerme en la entrada: ahí está el olor a humedad pegado en las junturas y en los muros, alguien ha hecho la limpieza, a lo mejor mi vecino que recita poemas de Vallejo en la madrugada y que escucho desde mi ventana siempre abierta, respirando su aliento pagano, febril y abundante. Imagino su pelo largo, su leve forma de caminar cuando lo veo pasar con sus hijos, dos niños un poco menores que yo, delgados y con ojeras, temo que estén enfermos y me da miedo pensar que nosotros también podemos volvernos así de flacos, así de pálidos. Empiezo inmediatamente a soñar con ese padre en casaca de cuero negro y blue jean, imaginando que me espera en alguna parte con una mirada de sorpresa, los ojos un poco achinados, húmedos de curiosidad. Sé que mi abuela fue también periodista, «una mujer de carácter», como dice mi madre. Ella ahora camina apoyándose sobre las paredes encaladas, con un pesado moño blanco sobre la nuca, la mirada alta y determinada, la misma que he visto rodar por el vestíbulo de mi casa imaginando su historia con varios hombres a los que les ofreció su cuerpo, su tiempo y su juventud, y con el rostro ahora casi destrozado por la edad. Esos han sido algunos modelos de mujer, mujeres fuertes, gitanas y apasionadas, que deciden sobre su cabeza y su sexo. Sin embargo, yo nunca he dejado de sentirme responsable de una falla en mi lenguaje, de no saber actuar, hablar, ser una mujer como todas. Me lo he prometido muy pronto: dejar de aspirar a una norma, inventar mi propio modelo.
Patricia de Souza (Perú, 1963). Desde hace mucho tiempo, ha venido trabajando para dar forma a una escritura que plantee una problemática con el lenguaje y con la identidad femenina. Desde Cuando llegue la noche (1995), hasta sus libros más recientes, El último cuerpo de Úrsula (2000), Stabat Mater (2001) y Electra en la ciudad (2006), esta tensión no ha dejado de manifestarse. El texto presentado aquí es parte de su novela Vergüenza (Casa de Cartón, 2014).
la narcosis de tuset
En algún lugar que puede ser cualquier lugar existe una playa de piedras que puede ser cualquier playa de piedras. Y en esta playa van caminando dos personas en busca de algo que no puede definirse con palabras, pero que tal vez sea la respuesta a la nada o la nada a todo. Van caminando por la playa guiados por su instinto, que es el instinto de todos los animales sobre este planeta. Y sus ojos que son cuatro y dos a la vez se tropiezan con dos bellos seres que detienen sus pasos. Ambos seres son minúsculos, están cubiertos de queratina, llevan un par de tijeras a manera de manos, y son pequeños, pero su voz puede oírse a 28 metros a la redonda. Y ambos hablan al unísono, sus corazones están limpios, es por eso que se les es permitido vernos y oírnos. Somos custodios del reino de kerif, cuyos dominios alcanzan y traspasan lo material, digan quiénes son y qué buscan. Las personas no se inmutan ante este evento sobrenatural y uno de ellos proclama Somos hijos de la ciudad que se ahoga bajo los pies del sol. Buscamos la respuesta frente al cambio, buscamos el amor entre lo visible y lo invisible, la verdad de los sueños y el color real de las esperanzas que perdió nuestra ciudad. Y los bellos seres de tijeras como manos ensayan un canto que imita cada sonido de la naturaleza con una base rítmica marcada por el vaivén de las piedras de colores que rodean nuestro escenario. Y, producto del canto, ocurre la recombinación de ideas en cada persona y con cada sonido van adquiriendo la sabiduría de 100 años, la verdad que libera. Y sus mentes acarician el agua de mar porque pueden flotar. Y flotan producto del canto, canto que jamás podrá ser reproducido, que ahora es la vida entera, que ahora los libera, y que ahora ya no son dos personas que caminan en busca de algo que no puede ser definido con palabras, sino que buscan un camino para definir sus palabras.
Joan Calderón (Lima, 1993). Actualmente estudia Medicina Veterinaria y espera algún día tener corazón de perro.
zeigarnik estábamos en el techo de la ola cuando pensamos ‘no vaya a ser que aprendamos nuestros movimientos de memoria’ te prometo hermana no hay boicot en mis rezos sólo la furia de todos los días que si no es furia mejor nos acuchillamos de una igual hay sangre en el piso las mentirosas lecturas de nuestros amigos proponen finales inevitables no piensan en el ritmo de alucinaciones que se sobreviven fuego contra fuego no dicen nada de las células que hacen monumentos narices manchadas con maquillaje como Romeo y Julieta lo nuestro es algo eterno amar es algo hermoso sólo es cuestión de un verso escapar de la violencia radical del mundo como atlantes abandonados por el gran batiscafo cuando podríamos reunirnos en mi casa un día cualquiera reconstruir la pereza de los corazón-sin-frisa ayudar a crear nuevas civilizaciones ídolos de un nuevo quietismo la post-libertad juntos pero no revueltos naciendo como hongos espectaculares como medusas de edad infinita ya siento nuestras torres de fierro levantarse en un sólo día nuestros ojos aprovechan los nuevos cableados la vanguardia del turismo es delectación voyeurista mi corazón es una discoteca de ambiente maricones en fila esnifando claveles
José Villanueva (La Paz, Bolivia, 1992).
ectoplasma enloquecido de pudor y ternura y el tercer ojo bien abierto al final de la columna sólo ten cuidado con la limpieza de las pantallas los que menos quieren dejar manchas son los verdaderos amantes de su reflejo y un buen reflejo también es bello como querer ser un personaje nuevo cada cierto tiempo y luego en la calle qué hago si nos vemos cómo dejar que pases por mi lado sin decirte amo tu información y tu estilo amo tus fanatismos desechables me río de lo que te hace reír aunque no sea chistoso te imagino riendo quiero que juguemos con nuestros muñecos y avatares me encantan los tatuajes de tus brazos me parece tan naïve la forma como photoshopeas tus fotos yo sé todos los nombres sin que nadie me vea fuimos los mejores abriendo rendijas en nuestros muslos grietas taladros de mierda profundos silenciosos como blasfemias hermana cuando ajábamos nuestros muslos éramos pornografía de dioses éramos gente que se reía del mundo y sus chistes racistas y ahora estamos resfriados y arrepentidos han abierto el pecho de nuestros perros amaestrados ya no hay quién le ladre a nuestra pirotecnia.
***
Jack Kerouac? se despierta con una botella de gin sobre los sueños y empieza a escribir sobre los soles cayendo más rápido que cualquier brisa de verano; aún es no tarde, Jack aún es capaz de dibujar con sus pies el sendero de sus ojos o vivir en 42 m2 que venden en oferta para que algún desdichado humano humano? 42 m2 que alcanzan solo para la mano derecha y Jack duerme en la cocina incendiando la pradera o jodiendo la pintura del recuadro de la mansión donde nació en 1900 cuando se podía gritar sin ser escuchado o cuando se podía callar Dalia se escapa entre las rejas del secreto que a todos ocultas: el cuejo Jack ha muerto y no hay webpage que consuele Jack killed 33 like Jesus and like Jesus sacrified for us all, right?
Francisco Cerna (Lima, 1996) Estudiante de Literatura en la PUCP, obtuvo una mención honrosa en los Juegos Florales PUCP 2015 por el poemario Azul desierto.
la racine
Después de haber leído las primeras veintitrés páginas de la novela de Racine, se imaginó frente a un espejo con una gabardina negra y unos zapatos cuadrados. Retomó la novela y mientras hundía la cuchara en el plato y chocaba con la abolladura que había sido producida por un golpe, giraba un poco la cabeza y sorbía de a poco la sopa. Levantó la mirada y vio como las gotas de agua carcomían las aguerridas partículas de pintura de la pared. Cerró la novela y recordó que llevaba durmiendo casi veinte años en la misma cama. Las sábanas estaban ajadas por el frío y la humedad que se filtraba por los poros de las paredes, de los pasos, de cada cigarrillo que terminó decapitado en el rescoldo de la pequeña ventana. Se alisó el pelo, miró tras la rendija y abrió la puerta. Sus dedos deprendieron un olor fétido mientras buscaba la página número veinticinco, dibujó con su dedo índice el final de la misma y leyó: Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento... Había empezado a pensar en la foto unos días antes. Después de haber leído las últimas veintitrés páginas de la novela de Racine, se imaginó frente a un espejo con una gabardina negra y unos zapatos cuadrados. Retocó con tinta china el ajado color de las sábanas y mientras caía se mezclaba con el rastro platinado que dejaban las babosas. Decidió entonces sentarse en la silla y esperar a que la tinta cubriera cada hebra de cabello, y cada cavidad abierta. Mientras leía la última página de la novela y pensaba en la foto, reclinó la silla donde se posaba una gabardina negra y unos zapatos cuadrados. Prendió un cigarrillo, miró por la rendija, abrió la puerta y su cuerpo desprendió un olor nauseabundo. Sus pies no estaban acostumbrados a ese tipo de calzado, pero siguió caminando con normalidad. Pasó el patio, la oficina, la puerta principal. Abrió el libro y murmuró el abogado es gordo, difuso, melancólico, siempre lleva un traje de filafil negro flotándole en el cuerpo, se llama Almada, y siempre sale de cualquier lugar como si tuviera un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento...
Iris Kiya (Sebastián Melmoth) 1990, La Paz, Bolivia. Ha estudiado literatura en la Universidad Mayor de San Andrés. Ha publicado los poemarios Manicom(n)io fra(g)tal, colección postmortem (2010), 24 cortos y un prólogo en braille para Gelinau Laibach (2013). Actualmente es parte de las editoriales Género Aburrido y Makinaria ediciones.
Ver es como escuchar las cuerdas. Hablar de hendiduras. De brotes tan vastos como hendiduras. Transfigurar las manos, escribir con tinta azul el suave rastro de Dios en todos mis rostros. Trasladar un cardumen a una mancha. A una célula de seres, tanto inverosímil como repleta. Mirar por el afán de abrir los ojos. Rajar la boca y coronar la espalda. Acariciar las rocas con el musgo hasta diluir cada borde. Me devuelvo, escarpada y poderosa, con la piel llena de ángeles y prismas, con las crines flameantes y las caderas florecidas. Cierro los ojos en parvada, ahí yace la verdad sobre la oscuridad y su videncia, mis pliegues se capullan en placas tectónicas. Erran uncidos de vida sus reproductos a escala, en todas direcciones. Me escurro. Una luna llena de soles pende en mi labio inferior. Hélices y astas bullen de mi cráneo como arcilla. Las palabras se desnudan detrás de mis ojos, se carcomen, son escombros rociados por las nubes, huelen a espíritu de bosques y fonemas, a este atardecer nunca antes visto, a esta última vez que derramaré su nombre. Me resquebrajo. Voy con el ritmo de este acontecimiento. Más allá, mi estómago cruje, el pestañeo de los focos me deleita. Rasgo el lenguaje con los dientes, hasta la desesperación. Entonces cae a mis brazos, como recién nacido. Se transforma, toca todas las cosas, se embarra de nubes. Hace que lo descubra con mis manos hundidas en ríos de sangre. Sorbe burbujas, danza, busca la nueva geografía, posee a todo sobreviviente, construye sobre sus cejas con esmeraldas y miel. Abre todos los mantras, bailan juntos, dan pasos de llovizna, se destruyen. Duermen bajo el ala de los pájaros como muchachas desnudas. Se desploman ¿Escuchas? Es el ronroneo de Dios desde los márgenes ¿Escuchas? es el silbido de la Diosa en el manglar. Una serpiente de plumas ha de llevarnos hasta el fondo, a la raíz de todos los sitios y los poemas: que es como escribir y desangrarse, romper de un tajo la rigidez de la hoja, alumbrar más idiomas que hablen de estrellas y de incendios. Tallar lo anterior al habla en las paredes con pedernales. Bucear por las palabras, tomarlas de la cola como a peces, descubrir si existe entre nosotras comunicación posible. Manan de mi vientre como lotos, se vuelven pozos de luz y piedras verdes. Construyen esta tierra sin murallas. Sin límites ni cuerpos paralelos. Aullando a la masa áurea este canto no originado en tu costilla, como daga de cirros periféricos. Usa mi boca de apertura por sus líquenes. Mana este poema de ebullición tropical, teje estas provincias en los mundos de niñas aire. Caigo en sus fauces de orquídeas que no me logran asir. Sus ojos ostensivos revientan de pétalo y fragancias. Nacen de esta grafía de lenguas. Lenguas que saborean de a poco el intersticio que las socava. Caigo en su cascada de leche y abro los párpados. Miro más adentro de los párpados. Toco con los dedos luz de gracia. Toco con mi pelvis el lomo plumoso de una estrella fugaz. Urdo con mis dedos su rostro de estambre y de kadupul. La convertí en mi aposento, en esta región poligonal, arcaica y a la vez tan techno, brotan de mí, de todos los mundos en mi hálito anti pedestre, tan fluorita, tan lleno de abarcaciones como mi vida de relámpago. Le sobran versos al dolor del mundo. A todos sus filamentos que derrama la Matria sobre sus extensiones. Ya amarillosa la ascendencia se vuelve líquido, tallos de luces sobre las embarcaciones goteando de mi corona, Alicia, virgen leona, astronauta que enciendes la luz a lo volátil, a lo rústico e inmarcesible. A mi cuerpa de hilos de todos los tiempos, ambidiestra. Secuencia de vibraciones solares y de centurias. ¿A qué te suena la hiedra? Las conchas bañadas de cosmos y de espesuras, de esta sinfonía de texturas, de esta unción en catarata con una finitud tan dulce como agraria Nombran el número espacial, tan caótico y lleno de ritmo, es enérgicamente verde, irredimible Platino para los párpados del cóccix Inmóvil a simple vista pero en elevación perpetua (…).
Mallinalli Balazo (Coatzacoalcos, Veracruz, México, 1986). Feral.
el hombre de las manos
a Hans a Eduardo
Caminando veía el cielo y, junto a las nubes, su sonrisa se extendía hasta los lirios de los pájaros. Caminando, sus manos se elevaban a la condición de las alas, a alcanzar sus sueños más fatigados por la candenza. Cantando las sonrisas de las nubes, podía ser el mismo ser que cubra de flores a los hombres más tristes y alegres en sus estancias más alucinadas. Caminando pudo ver el sueño de la rosa fundirse al nervio más fugaz del aire, fundirse al tacto en el preciso instante para alcanzar el poema más despiadado más amado más deseado más poético. Poetizando los pasos, pudo entender que su existencia tenía la armonía del obús en la constelación de los nardos y los nenúfares. El hombre levantó la mirada: vio que la alucinación había cogido un mimbre de ensueño. Retornó su mirada al árbol que había seguido durante los últimos siglos de su existencia. Logró caminar hasta el pie del imponente tronco, se persignó, miró alrededor del mundo: los pies, las manos, los cabellos y las miradas de las personas tenían las raíces más extendidas hacia el horizonte; vio las constelaciones de las voces sembrarse en cada hoja, sentía el sueño de algunos niños, veía el caminar más insano de los ogros, miraba las voces más cantadas, sentía que el mundo podía poetizarse en ese instante: eternizando la vida misma en el preciso momento de sus existencias. Estaba convencido de poder perpetuarlo. Si mis manos lograran alcanzar los latidos de todos los pasos, mi corazón sería el corazón más grande y el más hermoso del mundo, de todos los hombres y de todos los niños, pensó. Nuevamente se persignó, arrancó algunas ramas de aquel gran árbol, se las guardó en los bolsillos, sintió que su corazón latía de una forma muy amorosa, sentía que quería saltar a los pasos de las personas, y su sonrisa era sonrisa de los sueños en las almendras, en las cañafístulas de los niños. Al pie del imponente árbol pudo descifrar los signos más variables y armoniosos de su corazón. Miró al gran vegetal, lo miró como la sonrisa más hermosa del cielo. Se sentó, volvió a persignarse, tocó, con sus pies y su mano, su brazo izquierdo, cuyo tatuaje se extendía hasta la rama más sonriente del árbol. Cada dedo rozaba y sentía una piel sutil, tersa, piel aterciopelada de algodones sedas. Cada dedo sentía el poro húmedo, intacto de pureza y corteza divina. Luego besó su brazo izquierdo y cada dedo comenzaba a florecer, a cantar, a sonreír, a soñar. El hombre sabía que el momento era aquel. El momento había gritado corazones, había nacido de nubes, de crepúsculo, de libélulas… Sintió el brazo soñar. Se levantó y abrazó al árbol. Se sentó. Agarró nuevamente su brazo izquierdo, paso sus dedos por última vez, apretó su mano y sin fuerza alguna de sus dedos de la mano diestra, se arrancó la otra mano y la dejó al pie del árbol. Mientras la sangre formaba una fuente tan cristalina, los pájaros bajaron en bandadas para beber de toda esa pureza de manantial. La otra mano se agarró tan fuertemente de una raíz que sobresalía del árbol y logró separarse de su cuerpo. Ya no le pertenecía la única mano posible para escribir escribir escribir. Ahora las dos manos estaban separadas de su cuerpo. El hombre, sentado, miró al cielo: las lágrimas salían pletóricamente cándidas y tiernas. Desde su corazón la ternura se eternizaba etérea, poética. El hombre lloraba de felicidad. Ya no tenía sus manos, pero sentía que su corazón se hacía cada vez más grande.
Yoni Príncipe Hernández (Lima, 1980). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal. Su poemario Cantos arbóreos ha sido publicado en el libro Premio Felizh 2014.
esta mi camisa
Esta mi camisa silenciada por espinas, por inviernos arrastrados al otoño. ‒como la fuente del olvido y como las rosas de otros maceteros‒ Esta mi camisa de los días dibujados entre piedras, oh lentitud con asombro cosechado en los crepúsculos, tierno ataúd petrificado entre el silencio oh vida y vida, soledad al fondo de los valles y al borde de mí mismo, Que enciendan nuestras voces prendidas de dolor, que llueva de aquí como los siglos, de aquí como esta mi camisa que es la misma camisa repetida a la hora de los fríos, todos los inviernos. Qué camino tomaremos cuando todo esté marchito? Qué canción se nos dará a conocer los días de semana que penetren nuestros pechos, nuestras camisas, amables y enjuagadas, mi camisa que temblaba en las mañanas, tu camisa, oh bandera escarlata, la de ellos y de todos, la que sepultó mi dolor entre su costura mil veces redundada. De qué, cuál, cómo, cuándo dónde este momento extraño sucedido por la lluvia de arcoiris. Esta mi camisa, nuestra voz y nuestra gloria, oh vuelvo dirigido a la flor amanecida.
la casa I
Los zapatos y las medias raspan nuestro viejo patio lleno de silencios y de flores, soledad todas las tardes a la hora de los juegos, cuando la vid extendía sus sombras al crepúsculo y el guayabo florecía entre gallinas y palomas, soledad siempre hallada. (Y que geranios silenciaban nuestros sueños) Diré que nuestro adormecido patio, guarda las pisadas presurosas y lejanas de mi madre. Estaban cubiertas nuestras voces, por soledades que bajaban de los árboles a beber entre las tardes. Y estaban lejanos mis hermanos que venían y mis tíos que se iban.
II
En las mañanas de frescura mis zapatos pronunciaban geroglíficos y tormentos que encendían las cocinas recostadas en el viento. Y era roja la llama. Y era roja la tarde. Cuando venían familiares, ¡Hola!, me decían, y yo!, pan con mantequilla.
Que escarchen al otoño encima detenido, esta mi camisa de aquí callada, a la hora en que muera la miseria y el otoño.
Enrique Verástegui (Cañete, 1950), poeta, matemático, filósofo del siglo XXI, narrador, ensayista; escritor total, mutantre mayor. Gurú mesiánico del love más allá de la letras. Chamán y maestro guía de los editores de esta revista. Generoso amigo que nos ha cedido estos dos poemas que pertenecen a su libro inédito Silencio, escrito entre los 16 y 17 años, que regaló a Jorge Pimentel apenas se conocieron al fundar Hora Zero en 1970. Libro que continuará inédito hasta el 2020 cuando se publique al celebrar los 50 años de Hora Zero. El libro consta de 20 poemas, divididos en tres partes. Estos dos poemas publicados aquí pertenecen a la tercera parte del mismo, llamada Joven querencia, compuesta por siete poemas. Gracias al poeta Fernando Obregón por la mediación para obtener estos bellos poemas.
mi mejor vestido
voy en bicicleta el mundo es mío sin dolor nos miramos y toco el cielo: todos los placeres de la vida luego del futuro incierto veo odio en tu mirada dolor frío la inmundicia del mundo todo el peso en mi espalda como si una puerta fuera una barrera y no más nosotros mientras cada fibra sensible de mi mano respira habla y el amor es una tempestad que fluye una roca contra el mar dulce y amarga un labio solo entre el aullido de las olas chocando
trafas
La verdad, la razón, la mentira, el movimiento, la flor, el buzón de la correspondencia, la máscara y las cartas de amor que se introducen selladas no son nada absolutamente si no hay palabra cerca. No cosas, palabra cerca. Eduardo Milán De los viejos amanuenses, aún los huesos marfil de su esqueleto Cada voz —su instante y agonía— errata sobre el añalejo —¿Y el laurel? —preguntó ella al guía —Cebolla pura —los niños respondieron A ella le dieron por ménade, una basáride Gato por liebre, si Ud. me entiende En el bazar del lenguaje también se embauca (Poesía cuando culminan los negocios) —Esto es la realidad y no una novela Es la realidad y duele (sin tilde) Tanto que el afán es proteger a la poesía Entre paréntesis va (Literatura)
reality
La novela como una categoría social, y una acción intuitiva de la condición humana Como eso que hondura kitsch el alma (En el reality, va el último galán por su pensión de viudez en la cola de inmortales. Aquella fue su fiel, Otrora ese el rival, bellos tranvías) La novela como un plano simultáneo, oscura bizarrería y aliento kafkiano Como el arranque frente al televisor en el prime time estelar —Oh sino trágico —gimió el productor y atestiguamos una sarta de tandas comerciales Como eso que sobra, fuera de escena, Latinoamérica es una novela, sin happy end cuando se abre el capítulo “visados” Errata al escribir hambre (con la e de esperanza), espartana si en vez de una ménade… Pero, telúrica, rapsoda entre serenata y carnaval Oh Señor de los temblores ten piedad Nelly Patricia Orccon (Cusco, 1993). Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNSAAC. Actualmente estudia literatura en la ciudad de Arequipa.
Maurizio Medo (Lima, 1965) ha publicado, entre otros libros, Travesía en la calle del silencio, Manicomio, Influenza y heroína. Ha prologado obras de Raúl Zurita, José Kozer y Carlos Germán Belli.
video killed the radio star
They took the credit for your second symphony. Rewritten by machine and new technology, and now I understand the problems you can see.
Tenían sus habitaciones en el tercer piso de la casa, almorzaban aparte, pero convivían con nosotros luego de cumplir sus tareas de aseo, mayormente eran adolescentes recomendadas por una vieja yerbatera que compartía sus extrañas artes aprovechándose de las supersticiones de mi madre y tía Gina. Las empleadas llegaban a la ciudad a terminar sus estudios secundarios de noche y, año a año, iban rotando porque se iban con el galán de turno que las embarazaba al ritmo de Chacalón. Debo, al menos, haber tirado con media docena de ellas: la primera, Úrsula, tenía 15 y yo, 14; flaca y exótica, ya había estado con otros en su tierra, ella me contó todos los detalles una vez después de que lo hicimos. Al comienzo era tímida, bueno, en lo que a hablar se refería, lo era; pues ella fue quien se lanzó. En ese entonces, no hablaba, solo se sacó la ropa y me invitó a pasar a su cuarto, como si fuese un juego. Me desvistió y comenzó a chuparme entero, se montó encima, me tiraba el pelo y me obligó a lamer su vagina, tenía unas tetas pequeñas pero duras, lo recuerdo bien, sudaba mucho y era violenta al jugar con mi pene entre sus dientes. Al terminar me echó del lugar porque tenía que bañarse, así ocurrió unas cuatro veces, luego la rutina cambió porque sintió la necesidad de compartir su pasado, hablaba mal español, pero yo la entendía a la perfección; no era tan complicado cuando agarrabas el ritmo de su acento charapa. Mamá la echó de casa por floja y porque, según ella, la mocosa no entendía las instrucciones, dijo que era retardada. Yo me había enamorado de Úrsula, odie a mamá en secreto por eso. Un buen tiempo quise matarla, mi madre siempre tenía en su habitación una jarra de agua mineral que bebía todas las noches porque su boca se amargaba debido a un problema estomacal. En dos oportunidades, estuve tentado a echar veneno para ratas, no sé qué me persuadió. Tal vez porque olvidé a Úrsula y todo volvió a su curso cuando llegó Viviana, a quien también me culié ya con más experiencia, gracias a las enseñanzas de la selvática. Pasé por alto las conversaciones y el compromiso emocional, sabía que mamá encontraría una excusa para echarla, eso hizo con todas, de cualquier modo era un asunto de poder más que otra cosa. Con Úrsula tuvimos un sistema de señas, sería por su sangre de la selva, era una arrecha. Cuando yo me encerraba a hacer una tarea o jugar videojuegos, tocaba mi puerta con la excusa de que le ayudara en sus deberes escolares o para una prueba que tendría en la nocturna. Se quedaba por horas escuchando música en mi discman sin decir nada y se iba una media hora antes de sus clases a ducharse. Le encantaba estar ahí, sentir el agua escurrirse por sus nalgas. Me duché una vez con ella, fue algo bello, como las fantasías que te venden las pornos, solo que con sutileza. Al irse decía, en lugar de adiós o nos vemos «tengo que ducharme», con su extraño acento; tiempo después, descubriría se trataba de una invitación. Perdí muchas oportuni-
dades con Úrsula, era demasiado idiota y aniñado para entenderlo, luego se convertiría en un hábito y yo controlaría la situación con estas chicas. Debo admitirlo, Úrsula fue mi universidad desconocida, mi primer beso y mi primera cacha. Cuando cumplí dieciocho y mi viejo me regaló dinero para un viaje a donde quisiera, pensé en buscarla, usar el tiempo y el dinero para saber qué había sido de su vida y quizá rescatarla de lo que fuese que estuviese viviendo, eran los resabios de esa estúpida sensibilidad y amor que pensaba tenía hacia su cuerpo. Terminé yendo a Brasil en busca de otras como ella para olvidarla. Hubo, antes de que terminará el colegio, otra chica como Úrsula que fue bastante especial, se llamaba Fabiola, no era tan bonita, pero sabía explotar sus encantos provincianos, unas largas piernas morenas, pantalones cortos que resaltaban su hermoso culo y unas camisetas manga corta que eran sobras de mi hermana y que mi mamá se las obsequiaba sintiéndose muy generosa. Varias veces pillé a mi viejo viéndole el culo cuando servía la cena. Fabiola no usaba sostén y algunas de esas camisetas dejaban entrever los bordes de sus pezones. Mi mamá le gritaba mucho y sentía que tenía la labor de civilizarla. Fabiola no era idiota: se daba cuenta de su encanto, era su poder sobre el patrón y su casa, fue de las que más duró, cerca de medio año si mal no recuerdo, y con la que incluso salí un par de veces a fiestas y conciertos de grupos chicha. Era otro universo, supongo que era incómodo para los dos, para sus amigos o conocidos. Yo era como el novio extranjero o algo así, nunca entendí mucho ese juego, la verdad me dejaba llevar y valía la pena porque Fabiola tenía una pieza en un pueblo joven y, de no haber ido con ella a culear a esos lugares, jamás habría salido de la burbuja de la casa. Era una tonta sensación de ilícito, de vulnerar los márgenes que me había impuesto mi vieja, lo que me empujaba a seguirla en esas aventuras. En una oportunidad, seguro queriendo probar su potestad, me echó de la casa y me dijo: «Aquí yo mando, cojudo, así que te vas. Ya me lo metiste, me chupaste las tetas, listo, ahora vete a tu casa, pituco de mierda». Me vestí y salí a un tierral, largas calles en un cerro, sin saber cómo llegar a casa, era tarde y veía pasar unos mototaxis que, en mi imaginario, eran solo caricaturas en algún programa de los sábados. Tuve que caminar cerro abajo hasta llegar a una especie de urbanización semiluminada y sin asfaltar, donde pude ver unas primeras micros, una de estas decía centro. En esa época, todavía no existían celulares con GPS o cabinas de internet, solo teléfonos monederos en las esquinas, pero el único que pude encontrar había sido vandalizado. Llegué a casa pasada la medianoche: mi madre me dio dos bofetadas y papá solo me miró con rabia, ya habían llamado a la policía y a mis amigos. Estos últimos no tenían idea y los tombos ni siquiera les prestaron atención, me insulta-
ron y sentí rabia, pero me tragué todo. Les dije que había tomado una micro equivocada, que me quedé dormido en el camino y que por error terminé más allá del Centro, por un cerro, pero que todo estuvo bien, supe ubicarme pese a que me había quedado sin dinero por lo que tuve que caminar, parecía verosímil: no dijeron más, mamá me abrazó, tía Gina también, papá dijo que era un idiota, que no tenía necesidad de usar micros, que para la otra si requería más dinero para taxis, lo pidiera o que el mismo podía llevarme, les pedí perdón y me fui a la habitación. No pude dormir esa noche: pensaba en cómo vengarme de Fabiola, acusarla de robo, de la pérdida de algo valioso en la habitación de mamá o mi hermana, algo por el estilo. «Idiota y mimado, típico de un pituco de mierda cojudo», recordar esa frase me hacía odiarla más, pensé en mejor hacerle daño, golpearla o humillarla la próxima vez que lo hiciéramos, obligarla a lamerme el culo o metérselo duro ahogándola con mi pene hasta lo más profundo de su garganta, usar mis manos como tenaza sobre su nariz y estrangularla, pero nada de eso jamás ocurrió, no tenía los huevos para hacerlo, eran sólo fantasías y ella tampoco volvió el lunes. Seguro se aburrió de jugar con nosotros; además, decía que mi viejo le daba miedo, que era un sicópata. La yerbatera le dijo a mamá que Fabiola se había ido con su abuela a la sierra. Según la vieja, la chibola se embarazó de un chico de la nocturna, quizá un profesor o un militar de mierda con el que salía los fines de semana. «A estas tipas les encantan los uniformados», solía decir mi vieja cada vez que la veía partir con su permiso de domingo.
roto sapiens
somos & seremos largas angostas hileras de parronales ----------------------- ordenaditos ------------------------en fila del más grande en el patio de la escuela de memoria
al más chico entonando el puro chile
así tal cual dibujé a los diez años –me repetía la profe– en el centro del cuadro grande ni más al sur la patagonia ni menos a la izquierda arica sin salir del margen –¡porro!– me gritaba ----------su castellano cantadito------------así somos & acostumbramos –¡FIRME!– a paso de ganso con el pulgar cambiado rascándose las tetillas– así somos & seremos tres metros de frente de dientes
a marchar en fiestas patrias bien erguidos –como primates
–oí decir a mi abuela rosa– tres metros de fondo chuecos & amarillos
La experiencia de culearme a Úrsula en su habitación escuchando tecnocumbia, el poder jalarle los pelos mientras la montaba o apretarle las piernas en el aire y morderle las tetas por órdenes suyas me dieron una confianza extrema, no hubo romance o enamoramientos luego de eso, ya sabía qué buscar en las chicas del colegio, cuáles eran las estrategias y evitaba perder el tiempo con las huevonas necesitadas de fantasías, de melodramas. Ninguna de esas rubias huevonas o hijitas de papá serían lo suficiente cochinas para pasar el culo y yo sólo quería divertirme y probar, cuanto más pudiera, todos los sabores y olores. Un conocimiento temprano del cuerpo de una mujer y cómo servirles no es malo para superar el miedo que los de mi edad, en ese entonces, tenían. Idealizar era el gran error. Las distintas chicas que sirvieron en casa fueron prácticas para llegar a la cerda más rica y deseable de todos: la tía Gina.
Daniel Rojas Pachas (1983). Escritor, editor y Magíster en Ciencias de la Comunicación. Reside en León, Guanajuato dedicado a la escritura y edición. Actualmente dirige la Editorial Cinosargo y la Asociación de Editores de la Frontera. Es miembro fundador del Festival de poesía transfronterizo Tea Party. Ha publicado los poemarios Gramma (2009); Carne (Cohuina, 2011); Soma (2012, Literal, México, y 2014, Pez del Espiral) y Cristo Barroco (2012, OREM, Trujillo), también el libro de ensayos Realidades Dialogantes. Ha sido publicado en numerosas selecciones de poesía. En el 2012, traduce el libro Morgue y otros poemas de Gottfried Benn. El 2013 la Liga de la Justicia Ediciones de Chile publica su primera novela Tremor. Su novela Random publicada el 2014 por Narrativa Punto Aparte fue ganadora de la Beca de Creación Profesional del Fondo del Libro 2014 y finalista del premio Equis de narrativa latinoamericana.
René Silva Catalán (Santiago, 1971). Egresado de Licenciatura en Comunicación Creativa (Publicidad), Universidad de Santiago Chile, diseñador gráfico y gestor cultural, Fundador y Coordinador Nacional de Descentralización Poética, editor y director de arte en Ediciones Andesgraund, junto al poeta Oscar Saavedra. Director y editor de contenidos de la página www.descentralizacionpoetica.cl, en el año 2008 obtiene el primer lugar Género Poesía en el 18° Concurso de Literatura de la Ciudad de San Bernardo donde reside, con el libro Anatemas el cual ha sido traducido al portugués e italiano y publicado en Chile, Perú y Bolivia, actualmente realiza el diplomado de Edición y Publicaciones, Universidad Católica de Chile.
con la disposición de amar
a Broke, the bad waitress Coffee Shop
Llegué por la tarde a la terminal Mucha, bajé del vagón y caminé por el andén con temor. La estación estaba desolada y las luces de los pasillos actuaban con intermitencia. Me habían advertido del desencanto de la zona poniente de la ciudad, pero eso no me detuvo: uno va a donde está destinado a ir. Salí de Mucha y tomé dirección a la galería Tina Keng para apreciar el trabajo del artista plástico Wu Chi-tsung. A las puertas de la galería, me quedé a observar la arquitectura del edifico, fascinado con la vibrante fuerza de los ornamentos e imágenes de poderosas deidades, legendarios héroes y míticos animales proveedores de bienhechora fortuna. A pasos de ingresar a la exposición, individualicé a una chica y lo hice porque, a diferencia de las demás personas que pasaban por un momento y desaparecían, ella caminaba como si flotara sobre la acera opuesta. La mujer se veía retadora: camiseta blanca ajustada, corte de cabello parecido a una taza de pudding, botas militares y chaqueta negra de cuero con un estampado en la espalda; Blitzkrieg bop. No entendí la razón, pero crucé impaciente la calle sin siquiera observar el flujo vehicular, en eso, ella volteó para mirarme. Los ojos de ambos se encontraron, ella esquivó mi mirada y yo regresé la vista sobre mis pasos. En cuestión de segundos, miramos lo que somos y lo que seríamos. Cuando decidí volver a verla ella ya había desaparecido de mi campo visual. Desilusionado por mi torpeza, me senté en las escalinatas de la galería e intrigado reconocí que tenía que conocerla. Ignoré la exposición y decidí regresar a la residencia, pero antes, pasé a la biblioteca municipal para escuchar un par de piezas de los Ramones. I wanna be sedated me indujo en un sueño profundo en donde la desconocida y yo nos atascábamos de algunos opiáceos. Ba-ba-bam ba-ba-ba-ba-bamp-ba I wanna be sedated Ba-ba-bam ba-ba-ba-ba-bamp-ba I wanna be sedated Al día siguiente, sentado en el mismo lugar de ayer, esperé a que ella pasara mientras fantaseaba con el mejor diálogo a utilizar. Infinidad de frases volaron por los aires a la espera de ser dichas, pero decidí eliminar lo innecesario de mi mente y enfocarme en lo sustancial: el acercamiento, veloz y sorpreciso. En eso, ella apareció, la podía ver andar con su paso levitante al ritmo del tráfico de la tarde, con la misma vestimenta del día pasado, pero esta vez con unos pantalones de mezclilla desgarrados que dejaban al aire la pompa izquierda y en ella un tatuaje con unos caracteres orientales. Ella sabía la razón por la que yo estaba allí, pues fue ella quien inició con las miradas furtivas. Sin embargo, a pesar de la invitación al acercamiento, mi timidez me volvió a inmovilizar el tiempo suficiente para que cuando reaccioné, la chica se había evaporado entre la multitud expectante en una justa de artes marciales. Regresé frustrado a la galería, pero ya habían cerrado. De vuelta en la residencia, dos artistas del Congo fumaban hierba, me acerqué a ellos y di un par de aspiradas. Ya en mi habitación, me coloqué los audífonos y escuché a todo volumen Now I wanna sniff some glue hasta quedar dormido. En mis sueños, la desconocida apareció e imaginé el aporreo de nuestros cuerpos que gravitaban conforme al estridente compás marcado por los cuatro cuartos de algún grupo japonés de anarco-punk. Now I wanna sniff some glue Now I wanna have somethin´to do Al amanecer, volví a la galería para que al término de la exposición, sentado en las escalinatas, ella hiciera su aparición como de costumbre. La galería estaba cerrada y ella no se presentó. Después de semejante despropósito, anduve sin dirección por un camino esparcido de cajones de madera apolillados hasta dar a un puente de bambú que desembocó a la calle Huaxi, de frente a un garito llamado Snake Alley, donde pululaban toda clase de profetas del porvenir. De pronto, como invocada por el inconsciente, apareció una sibila, sujetó mi mano y súbita empezó a proferir vaticinios. Me quedé mirándola sin prestar importancia a lo que decía. Saqué del morral una botella de alcohol de arroz, obsequio de un artista filipino, y por un momento olvidé en donde estaba. Sorbí un largo trago directo de la botella y salí de allí mientras la vidente seguía desglosando mi futuro. Tomé por un sendero atractivo que se abría paso a través de las vías del tren y vadeé las tuberías que arrojan las aguas negras de la ciudad al mar hasta llegar a un callejón. Eran apenas las cinco de la tarde, el sol brillaba sobre mi rostro y por un momento me cegó. ¡Mierda!, di un salto atrás todo agitado y tembloroso. Me topé con tres asiáticos pistola en mano que sometían a un anglosajón. No supe en el momento qué hacer, sólo permanecí ahí. El asiático uno le dijo al anglosajón: «Aquí te traigo un mensaje». El asiático dos sacó de un portafolio una notebook y la activó: «Tienes cinco horas para dejar la pinche isla». Traté de tranquilizarme y di un vistazo a las armas de aquellos rufianes: dos berettas y una metralleta; además, vi el rostro azulado del anglosajón que observaba la pistola sin parpadear con un único ojo, pues el otro lucía semicerrado con una gran magulladura violácea alrededor. Hasta los labios se le habían puesto lívidos. De la nada, el asiático tres disparó al aire y el anglosajón salió de prisa, al ritmo del aire. ¡Puta!, ¿ahora qué hago? Miré anhelante hacia todas partes, por lo menos cuatro veces, para encontrar la mejor ruta para escabullirme, pero era imposible hacerlo: no había para donde correr en ese atolladero. —No intentes ninguna pendejada —dijo el asiático dos y me apuntó. —¿Qué chingados está pasando? —grité.
El asiático tres por primera vez habló y dijo a los demás: «El forastero está más frío que la muerte, vámonos a la chingada». El asiático dos se soltó a reír y cabeceó con aprobación. Enfundó su pistola y los tres, sosiegos, se subieron a un auto negro Mercedes Benz. Recuperado del susto, busqué protección en las transitadas calles. Caminé empujado por el viento frío hasta disminuir mi paso una vez que di a una calle con establecimientos. Reconocí la zona y me dirigí a la galería para tomar un camión y regresar a la residencia. Me senté en el paradero y, mientras esperaba el colectivo, a la distancia vi una silueta que resaltaba el contorno de unos pechos. Una vez que la silueta cedía ante la luz reflejada por el mar, pude apreciar la curva del cuello, el vaho de su profunda respiración, la boca semiabierta y la negra cabellera desplegada al aire. Mi corazón se constriñó mientras reconocía a la chica que portaba la misma chaqueta de cuero con el logo en la espalda que con un par de pinturas en aerosol grafitiaba unos ideogramas en color rojo y arriba de ellos, en color negro, la «A» circulada en un estilo vangurdista. En eso, a lo lejos escuché acordes de pinhead que servían como fondo musical a las ilusiones que en ese momento forjaba. Durante mi aproximación, recordé los vaticinios de la vidente y solté una carcajada. Era el mejor momento para conocerla: ¡Hey, ho, let´s go! Gabba gabba we accept you, we accept you one of us! Gabba gabba we accept you, we accept you one of us!
Iván Medina Castro ha tomado diversos cursos literarios: escuela de Escritores de SOGEM, Centro de Lectura Condesa así como un diplomado en Crítica y Creación Literaria. Tiene publicados tres libros: Saqueador de Tumbas (2008, Editorial Tinta Nueva, México), Espíritus de paz (2010, Ediciones Oblicuas, España) y En cualquier lugar fuera de este mundo, obra publicada por Conaculta en el 2012. imc_grozny@yahoo.com
campo minado: el desierto florido las niñas de mi patria sueñan con arrancarse los ovarios y mear sus óvulos imperceptibles como la gloria que las aguarda sueñan con dejar sus úteros caer en el desagüe verlos hundirse entre la mierda el agua más negra de la memoria se lleva consigo las heridas el nombre de la madre es el olvido el nombre del padre es el olvido las niñas de mi patria sueñan con despoblar la tierra asesinan a sus hijos en sus juegos ficcionan sus muertes entre té y galletitas juegan al doctor con obsesión enfermiza cercenan una a una sus muñecas se abren de piernas sobre la mesa derraman kétchup sobre el mantel
Mauro Gatica (San Marcos de Arica, Chile, 1974). Escritor. Sus textos, poesía y cuentos, aparecen publicados en diversas revistas y antologías impresas y digitales. Ha publicado los libros: Ex Machina (Poesía. 1ª ed. Editorial digital BongoBook Ediciones, 2015); spin off (Poesía. Editorial Olga Cartonera, 2013); escupe (Poesía. Editorial korekhenke, 2013); la pequeña casa en la pradera (Poesía. Editorial Digital 404, 2012); los ingalls y la pradera (Poesía. Proyecto Editorial Itinerante, 2012); family values (Poesía. La Liga de la Justicia Ediciones. 2011); Shhh (Poesía concreta. Cinosargo Ediciones. 2010).
dos canciones
electromiograma
Money La primera vez que escuché Pink Floyd fue en la secundaria y contigo. Arístides en la salida del colegio nos prestó un disco quemado la canción era money y sonaba en la grabadora de la mesita de noche. Pastos artificiales dos niñas con los codos raspados en patinetas arden ácido. En la cama se escucha la caja registradora; la unidad de tiempo más diminuta si la enciendes hacia atrás es capaz decirnos las bestias que han existido sobre la Tierra.
No he creado el mar. Sin embargo, siento su respiro en mi sombra; experimento profusamente su cálido corazón de ballena en mis manos temblorosas: la comprensión de la vida luchando en el caos marino, en su avasalladora reunión de aguas y almas; el ejercicio constante de la pasión del hombre-humano: ahogarse en su acumulación… mientras que el alma, desesperada, aguarda en la superficie. Un gran hombre se despierta. Un pequeño hombre crea otro pequeño hombre. La función de las cosas es avivar la curiosidad en la sangre humana: estrellándose contra su carne o mostrándole cómo crece el fuego en su piel agreste.
Un grito me regresa a la realidad ¡NIÑAS, VENGANSE A COMER! la canción era money no la escuchamos completa nos fuimos.
Las formas en la Tierra no duermen, su peso las condiciona a suponerse inmortales para que la unidireccionalidad del cosmos no las colme de miedo, con sus máscaras de número y arena: falsos movimientos circulares dirigiendo decisiones terrenales entregando maquetas alteradas. Mentirosos helicópteros que lanzan provisiones conteniendo oro y diamantes cuando el hambre y la pereza ya se rinden entendiéndose mortales. Temen al Hombre; temen a Dios; temen el eterno estado de redención inútil, su lacerante deseo de habitar nuevamente en las fosas marinas: ni ADN; ni microorganismo: Palabra.
Riders on the storm ¿Dónde vamos a dormir esta noche? En un cuarto de yonkis en La Défense. Mis pantalones negros favoritos luchan contra la corriente de aire focos de navidad alumbran los escombros. Crayolas para relajar los músculos por el temblor del frío una mini explosión en el espacio nos deja sin calentador eléctrico y un sonido hueco entre los huesos. Cobijas de procedencia dudosa es todo lo que nos queda En mi celular suena “Riders on the Storm” de los Doors y canto bajito mientras cierro los ojos en medio de las montañas que viajan Un giro de 180º El hule de las llantas se queda pintado en el asfalto un olor a petróleo me despierta el silencio de la batería agotada en un cuarto sin llave y los pies fríos.
Citlalli Ixchel (Guadalajara, México, 1989). Bióloga y comunicadora de la ciencia. Le gusta coleccionar fotos, arañas y poemas. Tiene un proyecto que se llama mueve la cola perrito. @ixch_elle
No conozco el sexo del mar; no obstante, he amanecido más húmedo que en mi adolescencia, más enorme que en mi concepción. Mi EGO luce como SUPERNOVA frente a la ciudad: todos acercan sus velas; se incendian. Claro, mi distorsión es gigantesca; pero apenas soy un diente de león navegando en el copioso follaje de las selvas. La explosión es inevitable: los hombres recibirán mis brotes en sus manos. Entonces habré creado los océanos.
Alfredo Murillo. Tiene 27 años, vive en Trujillo.
la ruta de lucio preso de fe
Nacido en el seno de una familia de linaje casi extinto, había dado grandes celebridades en el mundo del Derecho Constitucional y la Medicina, pero él había decidido ser camionero y poeta. Esta es la crónica/entrevista con el poeta Lucio Preso de Fe. Habíamos tratado infructuosamente de buscarlo en su domicilio, una antigua casona del distrito de Lince, pero ahí solo encontramos a un guardián y sus tres gatos. Preguntamos también a su distinguida familia que ahora se habían convertidos en prósperos empresarios del rubro inmobiliario. Ellos casi evitaron hablar del tema, casi excluyéndolo de todo interés suyo. Luego, por nuestras propias pesquizas, y ayudados por el editor, ex amigo suyo, Rolo Tributo, quien publicó sus dos únicos libros, pudimos dar con él. Sus libros, breves, constan de no más de 40 páginas. El primero, Páramo de luz es un poemario de once poemas breves que alude a las estancias vacías, la naturaleza, la soledad como único refugio y salvación; el otro poemario, Cantata de camionero, consta de dos poemas: uno muy largo y bien estructurado que ocupa casi el 80 por ciento del libro y el otro, breve, casi a modo de colofón, parece un mantra que ya parecía aludido en el poema anterior. Son, diríamos, poemas descriptivos; aluden al paso de las carreteras, la soledad de los choferes de camiones, los caminos, highways infinitas, la responsabilidad y la carga, el peso de la existencia sobre los caminos. En una brevísima nota publicada en el diario El Loro (ed. 325), Lucio Preso dijo que el primer poema es la Panamericana, la famosa autopista que une toda la costa peruana y que se extiende por casi toda la ribera del Pacífico. Ese largo poema fue escrito como el recorrido de la autopista y el segundo poema, más bien breve como dijimos, es el grifo, la gasolinera, donde se detiene cada cierto tiempo el camión a recargar de combustible, cambiar las llantas, revisar el aceite, descansar, tomar provisiones para continuar. El camino es largo. Esta breve explicación de Lucio nos hizo salir a buscarlo y, como dijimos anteriormente, fue una búsqueda infructuosa hasta que su editor nos dio una ayuda. Él también hace tiempo que quería saludarlo. Lucio Preso de Fe pasaría por Lima en unos días yendo hacia Moquegua a recoger arroz que llevaría a Ayabaca, Piura. Llegamos tarde, había pasado hace un par de días y ahora se encontraba haciendo un desembarco de material en Chimbote, hacia ya también nos dirigimos, pero también llegamos tarde. Ahora estaba atracado en un huelga de algodoneros en Chincha, donde habían bloqueado la Panamerica. Tal vez eran días y noches que Lucio aprovechaba para escribir mientras su camión estaba varado en la carretera, como un ansioso naúfrago en la ciudad. Fuimos corriendo hacia Chincha, no fue fácil llegar, ya que ningún bus quería ir al sur. La huelga ya llevaba tres días paralizando la carretera y el gobierno no parecía encontrar maneras de solucionar el conflicto. Hurté el auto de mi padre y me dirigí, por una ruta alterna pasando Cañete, a la zona de conflicto. Hasta cierta parte, claro, porque después hice el trayecto en mototaxi y luego a pie. Busqué cada camión en la cola de camiones que más o menos tenía 8 kilómetros. Lucio no estaba en ninguno. Tal vez me habían dado mal los datos. Sin embargo, dos camioneros, fofos y sudorosos, nos dieron su paradero. Había logrado negociar, él solo, con el sindicato de negros algodoneros de Chincha. Lo dejaron pasar e incluso le regalaron media botella de aguardiente de caña para
el camino. Se dice que Lucio Preso de Fe les compuso una canción que los negros adaptaron como arenga para defender sus derechos. La arenga sindical sonaba así: Negros seremos / Pobres seremos / Las piedras brillarán tras caer la tarde / El algodón usarán / El gobierno fusilarán Entusiastas, seguimos al sur y lo encontramos en Pisco. Le contamos lo sucedido y le solicitamos hacerle una entrevista. Amable, accedió. Se sorprendió de que hubiera gente, periodistas, interesados en él, en su poesía, dado que el tiraje de la edición de su poemario no llegaba a más de 50 ejemplares que regaló y perdió casi con la misma proporción. Nos concedió la entrevista mientras durara lo que durara el trayecto hasta Nazca, ahí nos dejaría y él continuaría su camino al sur. Eso sería aproximadamente tres horas, tiempo suficiente para conversar con él. Nos ofreció agua y galleta Animalitos. Lucio Preso de Fe tiene la mirada cansada y un pequeño tic en el ojo derecho, de brazos largos y cuello grasoso. No podemos reproducir, por tiempo y espacio, el total de la entrevista pero aquí un breve extracto. ―¿A dónde te diriges ahora Lucio? ―A Moquegua, a recoger espárragos, los llevaré luego al Callao. ―¿Te gusta conducir? ―Me gusta escribir poesía. ―¿Pero conducir camiones? ―La poesía me conduce. ―¿Escribes mientras manejas?, ¿cómo es tu rutina de escritura? ―Escribo todo el tiempo. No tengo tiempo ni motivo para no hacerlo. A veces me detengo un momento, esté donde esté, para corregir un poema y continúo. La corrección es lo que me detiene, y eso no sucede casi nunca porque casi nunca corrijo. Como te decía, la poesía es la que conduce, yo soy solo el chofer o el timón o las llantas, como prefieras. ―Entiendo que mientras conduces vas escribiéndolos en tu cuaderno ese (le señalo con el dedo un cuaderno verde viejo que está bajo la guantera), ¿no? ―No, es este. (Saca de debajo de su asiento un cuaderno espiralado) ―¿Pero lo haces mientras conduces o te detienes a escribir? ―No me detengo nunca. El poema en verdad ya está hecho. Lo ha estado desde siempre en mi carretera. Solo tengo que recordarlo, atender bien el dictado y transcribirlo. ―¿No es peligroso? Podrías chocar, hacerte daño o hacer daño a otros. ―Nunca ha pasado y nunca sucederá. La poesía no puede hacerte daño. Es la celebración del rito que es vivir, el amor de una chica. Yo me siento un pirata. ―¿En qué sentido? ―Pues actúo desde la ilegalidad. ―¿Qué quieres decir?, ¿llevas contrabando, drogas? ‒Llevo poesía que es el contratráfico de una vida sumida en el letargo, la miseria y el vacío. La poesía es ilegal por defecto. No sé para quién, supongo que hay alguien como yo, perdido por ahí, para ellos, para los sinrazón o los que siguen buscándola. Quedamos en vernos en Lima a su retorno. No se dio.