a modo de reintegro No puedo sino sentir algo de vergüenza cuando releo los últimos prólogos (a modo de...) y casi todos parecen justificar la tardanza con la que normalmente salimos. Tarde pues, a veces muy tarde. Se supone que sería trimestralmente pero nunca cumplimos a tiempo nuestras promesas. También, es justo decirlo, no hemos dejado, ningún año (casi tres ya), de publicar la revista. Creo que lo importante es la constancia. Buscar textos, ordenarlos, editarlos, imprimirlos y publicarlos no es una tarea muy difícil, en el sentido de que los procesos logísticos y técnicos se hacen cada vez más accesibles. Así, cualquiera, con más o menos interés y punche, puede editar su revista. Pero, la mayoría no pasa de uno o dos y ahí muere. Lo realmente jodido es ser constante, ir y seguir, a trancazos pero adelante. Modestia de lado, creo que esta revista demuestra, con este sexto número, que ha sido constante. Y, como lo habíamos hecho notar en números pasados, nuestro compromiso es avanzar de tres en tres. (Ese número magíco, cabalístico.) Así que aquí cumplimos nuestra segunda triada y, según hemos convenido los editores, haremos una nueva y última triada, es decir nos vamos por tres más, hasta la novena edición y todas deberán ser este año. Y ahí, kaput, chau. Este año deberá ser nuestro último año. Pero no, no nos pongamos sentimentalones y aquí tienes, otra vez, una nueva ráfaga de textos disparando en toda dirección, sin discreción y con virulencia bienintencionada. Una cosita más: ¿hay un revival de revistas literarias? Cuando observo rápidamente el parnaso literario, parece que sí. Perú ha tenido una tradición larga y rica de publicaciones, como bien se pudo percibir en una exposición reciente en la Casa de la Literatura Peruana. Creo que las revistas siempre son como el semillero de futuros escritores y otros más bien son solo picaflores. Hay de todo. Lo que sí creo que abunda, y magnificada por las redes sociales virtuales, son «colectivos» artísticos. ¿Qué significa eso? Ninguno parece decir nada y existen porque hacen fuerza común o disimulan fealdades. No sé, me parece que lo que necesitamos son nuevas balas. Eso.
Año 5 - Número 6 - Marzo 2015 MUTANTRES es editada por Viviana Barrios, Shirley Castañeda, Kevin Castro y Jorge Castillo. Es una publicación que pretende ser trimestral. Su tiraje es de 500 ejemplares. Colaboran: Francisco Ángeles, Gabriel Bazalar, Giovanni Bello, Virginia Benavides, Rocío del Águila, Willni Dávalos, Erick Fiestas, Paul Guillén, Yhan Koronel, J. Estiven Medina, Aurelio Mexa, Alphadon Meza, Tilsa Otta, Camila Rivera, Valeria Román, Diana Torres y Roberto Valdivia. Ilustración de portada: Somos tres, acuarela y tinta sobre cartulina, de Nico Marreros. E-mail: tresmutan3@gmail.com Agradecimientos: Dilmar Alvarado, Míriam Paredes, Daniel Rojas Pachas, Patricia Rosales, Mauro Gatica, Wílmer Skepsis, Amaru Cartonera, Alejandra Montoya, Andrés Villalba, Ámbar Past y Berta García Faet. . Papelería Autoadhe: Av. Argentina 144, int. B J15, Lima. Teléfono: 331-1725 WR Impresiones: Teléfono: 723-8089 E-mail: wr.peru@gmail.com Hecho en el Depósito Legal de la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2012-05060 Creemos en la piratería: fotocopia y difunde.
reescritura de Para la paz [gracias dalton]
Todas las cosas que tienen nombre están llorando. Ay de ti, campesino auroral, empleado triste, muchacho solo, porque tienes nombre. Porque te llaman y te llamo, largamente. La noche, esa escorpiona con estrellas hasta en las tenazas. El veneno de los tiempos nos escurre por la boca. Muchacho triste, izando la noche como una segunda bandera más propia. No, que tu nombre no se quede embarrado, como gotitas de sangre, sobre tu ropa. La cola del escorpión se ha vuelto constelada. Empleado con las manos sacras, guantes de hierro. Lamento mucho que tengas nombre. Pero no, no dejes que tu nombre, morfo azulado de los cielos, quede trizado entre las máquinas. La noche es grande, lo sabemos. Y la Nostalgia parece ser el nombre de otra rosa. Miro cómo caminas, como olvidando lentamente que caminar es un milagro, hacia el trabajo en la mañana. Escucho tu grito callado, tu vuelo de gallina con la cola clavada al suelo. Escucho tu sinfonía neuronal muy triste. Te miro avergonzado de tu nombre. Secretamente, todos estamos avergonzados de los nombres. Muchacha, con el rímel cósmico cubriendo tu herida, te conozco. Sé que caminas con la cabeza abajo, para no mirarme. Pero el suelo de esta tierra, como charco de veneno misterioso, se ha puesto más hondo que nunca. Escucho cómo respiras, como olvidando lentamente que respirar es un milagro, un aire que se resiste. Que también está llorando. La noche, la fantástica demonia, la tremendamente nuestra. Nostalgia es el nombre de unas flores. Pero estas flores ya no se abren por dentro de los cráneos, sino que lentamente, se han vuelto los mismos cráneos. Lentamente, muchacho solo, como si yo olvidase también, de pronto, el milagro de estar tristes. El milagro que en resumen son las estrellas allá arriba contando historias. Las estrellas en el negro exoesqueleto de la noche. En el frío exoesqueleto de la noche, como una armadura no sé bien para qué cosa. Nos han dejado, con todas las significaciones en la boca, y nuestro cráneo es un sépalo verde para la flor de lo triste. (Escribo esta carta pensando en mi padre. Mi padre que es un perno tremendo en el cerrojo del mundo. Él también tiene nombre, y sabe que la noche es como un beso desmaterializado, en que se borra la frontera de su piel, y se vuelve una sola cosa con la gran tristeza. Lo miro regresar con el pan a la casa. El pan que en sí mismo es un misterio. Lo miro, como si de pronto él hubiese olvidado el milagro de estar comiendo en la noche, convidado de todas las estrellas.) No, militar, no pienso que tú no tienes nombre. Lo palpo entre los dedos, lo mismo que el herido palpa su sangre, o el niño el busto de su madre hermosa. Toco todas las sílabas, todas las prímulas en llamas de tu nombre. Y no, no dejo de pensar en el modo en que sostienes tu arma, tranquilamente, como olvidando el milagro de sostener un arma o el de matar a alguien. El milagro de apuntar la nuca de una chica. Una chica que también tiene nombre. Todos deberíamos llamar a la noche de una forma distinta. Prímula negra, lo sugiero. Mi pueblo entero tiene nombre, y su hambre mide lo mismo que el lenguaje, el lenguaje que es como una escorpiona, lentamente, caminando en su lengua. Entonces, campesino auroral, empleado triste, muchacho solo, te escribo la noche, sentado en la noche. Miro las estrellas y pienso que puedo construir un libro lo bastante grande, como para que alguien lo use, no como libro, sino como escalera astral hacia los cielos. Me canso de la vida (la vida es algo que se intenta). Hay un misterio. Hay un misterio. El milagro de tener un nombre y ser llamado. (Escribo esta carta, pensando en mi padre. Mi padre que es como un cerrojo de carne, tremendamente auroral y cósmico. Él también tiene nombre, y sabe que la noche es como una caricia desmaterializada, en que se borra la frontera de los huesos, y se vuelve una sola cosa con la gran tristeza. Lo miro regresar con el pan a la casa. El pan que en sí mismo es un misterio. Lo miro, como si de pronto él hubiese olvidado el milagro de estar comiendo en la noche, convidado de todas las estrellas.) Pero yo te miro desde los crocos y los alhelíes, que también pudieron ser llamados Nostalgia. Te miro, cósmico y orgánico, humillado por tu nombre. Leer la mano es un acto de fascismo, me dijeron. Pero el milagro también se cansa, el niño deja de ser niño por cansancio. Entonces (Qué difícil me resultaría explicarte la palabra Entonces), le quito los nombres a las cosas. El firmamento azul de la mañana. Escucho tu callado grito, como la gallina que corre sin cabeza por el patio. Todas las cosas con nombre, tú lo sabes, están llorando. Las escucho. Las desnudo, al mismo tiempo que las toco, largamente. Ay, ay. Tocar es una forma de dar nombre. Así como nombrar es una forma de tocar las cosas. Mirándote te nombro. Nombrándote te escucho. Y me da una tristeza enorme eso que me dices. Eso de tu padre cruzando el desierto, llevando por bandera el cielo atado al puño. Me da una tristeza honda, desnuda, y por lo tanto cósmica, porque tú sabes que todo lo que está desnudo en el fondo pertenece al cosmos y se llama Nostalgia. Me da un llanto gigantesco, y entonces con mis trece manos yo te escribo trece cartas todas llenas de tu nombre. Te lloro, porque al quitarte el nombre descubro que el mundo entero está llorando. Te toco el cuerpo lastimado. Empleado triste, conozco tu vergüenza. Escucho cómo andas, como olvidando, lentamente, que andar es un milagro. También me lastimaron hondo, cuando tu jefe, con una escorpiona negra, sobre su lengua, intentó humillarte. A ti, a ti, que eres un milagro bellísimo, en traje de overol, mirando el mundo. Ay, apenas trece ojos me son suficientes, para poder llorarte este llanto que te tengo. (Escribo esta carta pensando en mi padre. Mi padre que es un perno tremendo, te lo juro, en el cerrojo del mundo. Él también tiene nombre, y sabe que la noche es como un beso desmaterializado, en que se borra la frontera de su piel, y se vuelve una sola cosa con la gran tristeza. Lo miro regresar con el pan a la casa. El pan que en sí mismo es un misterio. Lo miro, como si de pronto él hubiese olvidado el milagro de estar comiendo en la noche, convidado de todas las estrellas). Nombro entonces el mundo desde mi silencio, tan atroz como tierno, tan insuficiente como suficiente, tan grande como nimio. Toco el mundo con estas pupilas que sostienen lejanamente a los demás planetas. Mi auroral campesino, mi nostálgico niño, mi novia vestida de blanco, como una pequeña estrella. Las profanadas, las manchadas por el veneno de los tiempos, que es el lenguaje. Miro cómo besas, como olvidando, lentamente, que besar es un milagro. Y ahora que mi nombre es Luis, tomo el azul firmamento como un pañuelo para el llanto. No, no dejes, sin embargo, tu nombre ahí tirado. Y no, no somos distintos de la noche. El silencio es el lenguaje más completo. Borra, pintor, las iniciales de ese cuadro. Muchacho cósmico, con una flor Nostalgia en tu solapa, olvida las letras de tu nombre. No te preocupes, no firmes debajo del poema, nadie habrá de recordar nuestros nombres hermosos mañana. Alphadon Meza, ciudad Vrindaban, 1990.
la niña Casi diría que desde chicos ya se veía que iban a ser personas mayores. En cambio yo me quedaría menor para toda la vida. Felisberto Hernández, Tierras de la memoria Hay niños que tienen los gestos de los adultos Aunque jamás lleguen a ser uno. Una niña vestida de playa acariciaba la cara de un libro Y su abuelo, un campesino muy amable, Hablaba de las claras muestras de su inteligencia, La niña asentía con su cuerpo Y yo me acordaba de lo que me cuenta mi madre De cuando yo también era niño. Alguna vez te conté Que dicen que empecé a hablar al año de nacido ¿Qué significa haber empezado a hablar a esa edad? Tal vez que a estas alturas ya no tengo nada más que decir Tal vez que era un niño triste que sabía hablar desde muy [pequeño Pero que no lo hacía por timidez, por pena. Luego te imaginé a ti en el traje de playa de la niña En realidad el tuyo era una jardinera Y tenías el gesto inteligente y ligeramente triste que tienes [ahora. Seguramente también tus padres sabían de tu inteligencia [germinal Tal vez también tú hayas acariciado la pálida tez de un libro Y no hayas dicho casi nada (Solo algunas pocas palabras Serenas y perfectamente pronunciadas) Mientras asentías con tus gestos de niña inteligente A tus padres cuando afirmaban que te gustaba leer. Tal vez los dos hayamos nacido para ser tristes, Para decir algunas cosas inteligentes. Tal vez sea ahí justamente donde nos encontramos. Tal vez sea por eso que nos dicen que somos una pareja [extraña Porque somos como dos hermanos mellizos Nacidos bajo el signo de la misma pena Bajo el mismo gesto de inteligencia resignada Que tenemos nosotros y todas las personas que se aman Aunque no sepan si es amor lo que sienten O si es la nostalgia por la infancia que no termina de irse.
Giovanni Bello (1988) es egresado de Historia. Es militante de la literatura y el rock. Admira a Gonzalo Arango, Parménides García Saldaña y Enrique Verástegui. Ha publicado los fanzines de poesía Manifiesto Protomendicista (2009), Escritos de Pánico. Corregidos y Aumentados (2011) y Casetes Postales Ep. (2012). Yerba Mala Cartonera y Almatroste publicaron una selección de sus ensayos cortos sobre rock y literatura llamada Mixtape y una colección de poemas escritos el 2009 llamada Los castillos verdes. Ha colaborado con la prensa y radio paceñas. El poema publicado aquí pertenece a Superficies que sabemos que no nos pertenecen.
[sin título]
Pronunciar algo que no termine en una sonrisa es extraño. El alma circula por el cuerpo, los doctores no pueden verla, los sensores no la detectan. Los niños son muy bellos. Hay gran alborozo en el solar del centro en el instante anterior a los incendios, la fatalidad que precede a un feriado largo. Bolas de helado. Los niños son bellos. Canastas de fruta llenas de verduras, la luz en el mercado, las tendencias homosexuales que me gustan de ti, esos desequilibrios emocionales que me obligan a creer. Moscas que atraen pollos muertos. Sombrillas que hieren. Descubro un acantilado cuando digo hola y chocolate blanco como la nieve. Sangre sangre sangre sangre. Princesa- princesa dulce. La pasta dental se desliza hacia el cepillo como un caracol, es tarde. Es tarde ya. El pijama está sobre la cama, todo el amor obsceno obscena palabra todo se vuelve perfecto. Cada vez más bellos los niños. Poemas de amor, espejos retrovisores robados de los lujosos autos de los dioses y vendidos como pasado en el mercado negro. Un suspiro, ese pequeño fantasma que escapa de mí.
***
Disfruto cada vez más los escenarios extraños, donde todo es nuevo, la infinita variedad de presentaciones de lo desconocido, de los desconocidos. Por ello la carpeta de Spam me genera un placer irracional que no me da el Buzón de correo. Esos remitentes raros, mezclas de falso individuo y empresa dudosa, con mensajes que no me interesan… No, no deberían interesarme… por eso fueron arrojados a este basurero sin siquiera consultarme. Y sin embargo, son un vistazo a una vida que probablemente nunca conozca, una vida ¿posible?, donde tomo diferentes píldoras que compro en oferta, viajo a destinos misteriosos, sigo diversos cursos y diplomados, aprovecho las promociones de restaurantes de comida china y veo las fotos que chicas de todo el mundo me envían de ellas desnudas porque tengo un pene que alargo siempre que puedo.
Tilsa Otta (Lima, 1982) ha publicado los poemarios Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo, Indivisible y el libro de cuentos Un ejemplar extraño. Ha escrito crítica cinematográfica, columnas de opinión para diarios y colaborado con el blog alemán Superdemokráticos. Forma parte de antologías en diversas partes del universo, además de la antología Venus ataca. 10 historietistas peruanas. Estudió Dirección de cine y fotografía. Sus videos y cortos han participado en exposiciones colectivas y festivales de cine. Cree en el sol y en la magia del amor. www.tilsaotta. com. Los poemas aquí publicados pertenecen a su reciente libro, Antimateria. Gran generador de poemas (Pesopluma, 2015).
economicus inceptor
Despotricar, despotricar, despotricar, cuan aparatosa, la violencia, sí, el ritmo echo cataplanch! Hay una lógica negra destructora de dogmas y pragmas, se hable bien, se escribe mal, el tridente escritura, pensamiento, habla es una locura vietnamita, tengo en mi bolsillo la navaja de Ockham, el martillo de Nietzsche, Y HE INVENTADO una shotgun para aniquiliar la metafísica como religión perversual…el paraíso está en sentir cada vez menos necesidad de las necesidades…el placer hace el gusto, el gusto hace el deseo, el deseo la obsesión, la obsesión hace el cáncer, estoy medio sentado escuchando un hilillo de agua, y escribo compulsivamente en mi cuaderno de condenado… vivo en una snuff de cuando en cuando, el ánimo se me cae como pantalón, el espíritu del que hablan los filósofos hasta el siglo xix es una mierdosa referencia a la summa summarum compendio de las emociones, afectos y sentimientos que no logran comprender como simple sicología del apego…oh, bendito Wundt, dame un laboratorio para deshacerme deste magma que me desborda…no sé por qué ahora desplomado, reventado como un huevo frito siento un dulce escozor, la geotermia de un aroma, un hedor a llano de flores magnéticas que vuelven mi cerebro unos cúmulos de lluvia… Y… si ensortijado a una dirección hago marea mi espíritu y (torpedo) buceo enredándome en las algas hacia algún arrecife de coral donde las ideas-verdad flotan como peces de colores. -OH… este asesinar el lenguaje, este escupitar mi adentro cucarachón es sana economía de mercader… no vendo mi razón, todo cuando sale nace de aquí… antes de siquiera rayar mis ojos con la voz de los libros más bonitos… Me temo que gozo de un innatismo diccionario que asolapa mi peinado mental... sopapo tras sopapo creo que todo esto que ahora flota en sana inmanencia siempre estuvo aquí…y el lenguaje es un juego de memoria que conviene develar como tabla de multiplicar… toco el ábaco, laúd lógico, así mis cálculos lingüísticos son eferentes... hay una central hidroeléctrica en medio de un bosque de naranjas, el viento bala genital y ondas gamma se enroscan en las cremalleras… no muevo ni un dedo sin amour… mi cerebro habla economicus inceptor ;)
boom goes the dynamite
Ah! El ansia pitagórica de comprenderlo todo en números… estoy como aprisionado en círculos y cuadrados y en mis elipses cubos e hipercubos danzan partiendo mis sentidos en 100... oh esta psíquica manera de morir asi… la sinestèsica forma de sentir escarabajos remolcando pequeñas conciencias de mí mismo... una sinergia, médium catastrófico, viene como patrón de lluvia, algoritmo de tornado, vórtice de ciudad y una corriente tufo de alcohol recorre tren bala los poros llorones de mi piel ahora imantado con legumbres saltarinas que dice yepayepa! Hurra el sano mayor… si esto no es sanación, es una muerte elegante, al modo de una pantalla parpadeante con códigos binarios... yo desearía tener un computador cuántico que me predijera el clima pero aun estos rincones de carne son una máquina de vapor... ah la velocidad, yo no quiero volar… yo quiero estallar, comprimir, incinerar eso que llaman realidad… sospecho que soy un niño dentro de una cajita feliz arrugando un poco de plastilina… y escribo a mitad del camino… oh los juguetes de la realidad, oh el alma como un yo/yo deslizándose en el fango y las praderas… mi espíritu arena movediza me sugiere una oscuridad como base, raíces de sauco, frutos de increíble concentración… mejor el blablá, estoy blablá, no es el momento… oh el terrorismo azul, el ansia hacerme heteronimia y de blablar para contradecir y cosechar los axiomas más intempestivos… aquí todo están como callados mirando la lentitud in fraganti o cómo les crecen las uñas… veo la mecha pentecostal de esos ángeles de barro que guardan en sus culos, un demonio de sal y/o azúcar... estoy masticando una bazuka que luego hago globiot, yo, altazor, nave histriónica que dice uhmmmmmmmm que buena la vista desde acarriba, los campos de mayo, el ansia de septiembre, todo es un mosaico deductible… hay como una fórmula que rueda, rodaja de comprensión teogónica... unos ven fenómenos, yo veo entelequias, placas de microsubstancias que se mueven al compás de un matema… oh esos vectores y frecuencias… pequeños corpúsculos en los aires los veo, la sombra del polvo, el plancton filosofal pequeñas voces que revelan el gran Argumento… oh las escrituras, oh este fuego occipital! El globo revienta. Despierto? Estoy dormido?
Yhan Koronel (Tacna, 1990). Escribe en www.kaputput.blogspot.com
viaje a los campos sinfónicos [escenas de un documental futuro] Radares y filtros solares acercan aroma a tu flor, musitan silbido a tu raíz y siembran la nación de la perduración en tus hojas, una verde claridad de ojo de iguana en tu espera. Caída de agua en los sembríos de la Luz. Extrañamiento y conjunción de hormigas recorriendo el adobe en caseríos abandonados donde se plantan cerillas. Los campesinos incendian los campos para engendrar a las nubes y alumbrar la lluvia. Lluvia que regará este campo trasverso donde vuelo como asombrado de encontrar oscuridad en la lumbre. Humeo. Los campesinos beben etílico mientras entierran a su hermano acompañándose con la flauta. Vi a un niño pastor que dormía mientras una vaca le lamía el rostro. Vi un sueño de viajes en su rostro de hierba. Pastoril recuerdo que calmará cuando me toque mi caos la melodía partida. Transpiración y olor a mosca en las casas, cautiverio. Mi pequeño desastre es vivir sin quietud, volar entre los seres para no sucumbir, traumatorio. Y adentrarme en los espejos para retornar con el espíritu de gracia del tiro en flashback. Y así mirarte Apu, como si me quisieras.
[sin título] Desgastar veredas andar tras los pasos de una ciudad indomable. Estallar contra el pavimento cráneos de hermanos <masacreurbanadelossinnombre> todos estábamos destinados a ser inmortales. La ciudad nos devora bajo crueles anuncios de neón rostros traspasados por halos de luz nuestras córneas se desprenden y en su lugar copulan el miedo y la vergüenza. Rehacemos la misma historia y repasamos punto por punto: Despertarse, desayunar, protestar, coger, cagar, dormir, [matar, morir… Qué difícil se hace soportar este cuerpo carne-uñas-vello todo me ahoga. La voracidad encementada calcina mi existencia el ruido silencioso nos anuncia la sangre diluida en polvo que esconde los cuerpos más preciados.
Hilanderas de venas coloridas tejiendo la ruta de los cauces perdidos. Entramado sonido en la rueca del tiempo detenido. Qué rotura y jirón se hilvanará para comenzar la historia textil del exilio? ¿Qué radioactivo camino nos demora y deshilacha sentido? Luciérnagas dibujando espirales del deseo en las muchachas que pastan y retornar al caserío que atardece. Como esas luces de ciudades lejanas avistadas al cerrar los ojos y olvidar .Ojos como faros girando en acequias hacia la mar. Un hipocampo enviaba besos volados y las muchachas reían con sus ojos recién nacidos. Anochecía y el sol ocultaba su asombro en las ventanas de oleaje terminal. Semilla en sus vientres al despertar.
Virginia Benavides. Bachiller en Literatura por la Universidad de San Marcos. Estudiante autodidacta de ciencias ocultas, performer y activista social. Ha publicado el poemario Exstrabismo (Chataro Editores, 2003), el poemario objeto Sueños de un Bonzo (edición de autor, 2013), el micropoemario aeiou (Amaru Cartonera, 2015) Poemas suyos han sido abandonados para que los encuentren y también publicados en antologías, blogs y revistas virtuales y reales.
Rocío Del Aguila Gracey (Lima, 1988). Estudié Literatura (PUCP), soy poeta ocasional y feminista disidente. En el año 2012, recibí una mención especial en el concurso de poesía “Grito de mujer”, realizado en Trujillo. He publicado el libro de poemas La falsa piel que me habita (Hipocampo editores, 2013). En la actualidad, preparo la plaqueta Infinito y realizo un máster en Literatura Hispánica en la ciudad de Chicago.
el suicida es el martirio de la posmodernidad (viendo Der todesking de jörg buttgereit) todos somos cuerpo y carroña de la que no podemos escapar la catástrofe es uno mismo
HOAI of SUNG was nearly ruined by taozers HIEN of TANG died seeking elixir
le cortan el pene con una tijera de cristal y él sangra como un cerdo como ella sangra como una cerda a él no le importa que le corten el pene a ella no le importa no tener pene para él la sangre es insignificante para ella la sangre es solo menstruación el cadáver podrido: era como ver un río de larvas navegando por los cartílagos y huesos y esas manchas negras hacían que el cuerpo pareciera cartón mojado los músculos estaban rígidos y una colonia de moscas había infestado el hígado y el páncreas le cortan el pene pero no para que deje de sangrar se vuela la tapa de los sesos se clava un balazo en el ojo se destruye todos los huesos se perfora el ano escribe una carta para siete personas y su cuerpo no deja de ser carroña Now were the new maps published. There was a rebellion of eunuchs…
Paul Guillén (Ica, 1976). Estudió en San Marcos y tiene un máster en Escritura Creativa en la Univerisdad de Texas en El Paso. Ha publicado poemarios y plaquettes en Perú, México, Ecuador y Chile. Es director del blog Sol negro (www.sol-negro.blogspot.com).
apuesto a que luces bien en la pista de baile Me asustas. Despertaste con una mecha a medio incendiar entre los dientes. Escuchamos esa quinta canción del whatever people think i am y el humo de nuestras entrañas formaba círculos al tocar el aire. Una de las veinte personas en la fiesta se autoproclamó una reencarnación de un antiguo dios hindú. Un plato de cartón es una corona solar.1980. Tienes un vientre de sintetizador. Te puedo ver atravesando las veredas. Es de noche y llueve. Recuerdo cuando te partieron el labio de un puñetazo y caíste en un charco. Te levantaste rápido más que nada por el susto de convertirte en el objeto de las burlas. Julian canta Strawberry Fields metiéndose el micrófono hasta la garganta. Somos felices. El peor de todos se ha levantado encima de una mesa y ha rociado con licor a todos los asistentes. Sus cabellos rizados /parece un león/ me dijiste mientras lo señalabas. Puedo sentir la piel de tus palmas delgada como papel, una fruta pelándose derretida por el calor de este lugar. Tengo ojos de ántrax. Te evaporas como sal. Te he visto atravesar las veredas por la madrugada. Enroscarte junto a un poste esperando mi llamada. Esperando tu llamada. En la casa de Kurt una señora vendía mazamorras en la esquina hacía guardia hasta la madrugada. Prometiste que de ahora en adelante nadie te reventaría los labios de un puñetazo. Kurt se suicidó la semana pasada. En la mano izquierda tenía un dibujo en grafito de una vaca incendiándose. Me asustas. Tengo frío. Estoy helado. En la solapa de tu casaca siempre llevas un libro de Nietzche. Cuando Pete vomita encima de su teclado tú me dices que no puedes creer en un dios que no sepa bailar. 1980. Voces rebotando en una pared sin tarrajear. Algún día reventaremos la panza de todos los burgueses de este país gritaste. La barba de Marx en una toalla de baño. Tienes unos brazos delgados como dos cuerdas de guitarra te digo. Torso. Boquitas pintadas. Señal. Ula-ula. El que se autoproclamó un dios hindú se ha marchado. Syd Barrett. Te amo. Un grito de gol sin razón alguna. Madrugada. 15 grados. Sangre. Caverna. Ceguera. Sueño. Niebla. Histeria. Alegría. Danza. Danza. Danza.
Roberto Valdivia (Lima, 1995). Edita la revista Poesía Sub 25. Ha publicado con Editorial Gigante su poemario [MP3]. Estudia Lingüística en UNMSM.
sex-mex todos hemos dado el quinto todos somos una jota a más no poder el buga es una marica que no quiere salir del closet porque le traen todo lo que pide a domicilio no hay ambigú más ambiguo que el de los bugas masa hermafrodita comunidades de solitarios hacemos bromas sobre los compadres que se cogen un hombre tiene que ser capaz de probar de todo ¿no cree? pero cuidado y un jotito se atreva a besarme y alguien vea porque le parto su madre como en el lugar sin límites méxico es el jaibo en vestido rojo con puntos blancos y nombre de prostituta méxico sin un quinto en la entrepierna mutilado hasta el exceso y aunque parado no de pie ¿cuándo aceptarás lo mucho que te gusta mamar lo ajeno? méxico trasvesti sexo diseccionado Séxico trisexual verde como el pulso más profundo de tus entrañas blanco por la hipocresía del himen-neo y la leche derramada rojo por el menstruo que se mezcla en las sábanas avispas y sus parientes vengan por putas a tijuana o gentiles al df aquí se darán un atascón Séxico los espera con las nalgas al aire
Aurelio Mexa. Nació en el Distrito Federal, antes que se llamara Ciudad de México. Poesía: Sakura (2008), La droga (2010), Región méxico (2013) y Sombra (2015). Ensayo: Suffle. Poesía sonora (2011) y Sobre vivir Tijuana. Textos mutantes fronterizos (2015).
creo que deberías amarme*
Me recuerdo escribiendo un poema hace cuatro años/ Escribiendo en un cuaderno azul de hojas rayadas./ Había terminado una serie de textos y se perdieron, quizá algún día sueñe quemándolos Y luego intentando inútilmente rescatarlos del fuego/ En la primera hoja que servía de portada dibujé a un chico masturbándose/ lo hice en clase/ tal vez estaba dibujando algún episodio anterior de el poema empezaba describiendo cómo me desangraba el cráneo por las mordeduras de los gusanitos del hartazgo/ el primer síntoma fue haber perdido la conciencia recuerdo también la tarde en que persuadí a mi amigo a entrar por entre los fierros de la ventana para ingresar a un salón en donde una libreta yacía sobre una mesa/ le fue difícil atravesar entre esos fierros / /sostuve su cuerpo atascado / agitado/. la libreta no contenía nada y eso nos decepcionó. El olvido es nuestro cuerpo y su movimiento El segundo síntoma fue perder esa serie de textos que hablaban sobre mi tristeza por haber escrito tanto sobre mí y haber mentido mucho. Mi amigo luego me dijo que iba terminando unos textos y le dije que me los mostrara me alcanzó un manojo de papeles mojados. Mientras casi se disolvían en mis manos alcancé a distinguir algunas palabras escribir por ejemplo la noche apesta hoy no me he bañado escribir apesta porque yo escribo nada nuevo mientras me muevo/ me entretuve unos minutos luego noté que mi amigo lloraba un poco llorar es un acto milagroso y noble, le dije. Lástima que yo haya perdido los míos Sólo conservaba en la memoria aquél dibujo del muchacho masturbándose de todo ese montón de textos. Si quieres te puedo amar desde tu puerta, a la hora que prefieras, seré puntual y ansioso. Lástima que me haya perdido. Haber escrito “triste” en gran parte de los versos debió haber sido uno de los peores errores en la escritura de esos textos porque la tristeza no fue más que un bicho inútil que remeció el sentido y me... El tercer síntoma fue no entender el porqué del primer síntoma. Perder la conciencia en nada ayuda/ la agonía es un ingenuo pretexto/ triste tu mano triste tu cama triste tu viernes triste tu colegio triste tu viaje triste tus ojos tristes tu biblioteca triste tu corazón triste tristes errores ámame la tristeza es un bicho inútil que está muriendo siempre. J. Estiven Medina Ortiz (1995) escribe una novela provisionalmente llamada Podrido.
* Extracto.
(Si me vas a odiar, por lo menos ámame mientras lo haces)
verde empatía*
Me desvanezco goteo por un sendero de burbujeante baba que raja un rincón del lugar
humedad de azulejos
me siento tan minúsculo tan comida de ácaro el citocarroña tan descuartizable que en mi estado líquido soy dosificado por una máquina expendedora de gaseosas un mentefacto que me desmiembra con cuentagotas partes regadas al ritmo de los insolentes vómitos de Regan McNeil del Exorcista Aseméjase a la polinización de la carne sobre tecnológicas prótesis Cruentas moscas sintéticas amaestradas cuentas que irrumpen en la ginecocracia de la Amorphophallus Titanum plástica para hacerle un cunnilingus a sus fétidas flores Veo la disgregación de una barra brava a causa de las lacrimógenas de la PNP hinchas disfrazados de ovejas marabuntas guiados por dios transubstanciado en perro ovejero el oasis de los semáforos Mis extremidades eyectadas proscritas Saquean mi cuerpo llevándose los órganos despilfarran todo el erario público de mi sangre Hay gente que comienza a montar mis extremidades regadas como quien monta la cola mutilada de una lagartija pero luego se van desaparecen y quedamos mis restos y yo yó sólo cabeza alternante en esta sopa de letras y cemento
eyaculación implosionada
epitafiante
Me acuerdo de Futurama: doctor Zoidberg
póngame en una pecera La vida de un pez Mejor me dejo poseer por una piedra fantasma
Al menos que me confundan con las heces de un estreñido perro ovejero No dejo de sangrar el lugar tampoco de dónde salen las voces si la gente se ha ido Veo aterrado mis restos aguzo la vista inexplicablemente descubro que de los cuerpos escarcha luciérnagas en combustión espontánea brotan al azote del maso contra la lengua al rojo vivo del demonio
* Extracto.
son raíces despixeladas que al no encontrar tierra específica se enraízan a la forma del campo morfogenético de mi célula madre Erick Fiestas. De Trujillo, La Libertad, donde la rutina pesa el doble y es indirectamente proporcional al cuadrado de botellas de cerveza que puedas beber más una tortuga —si es que la tienes— con un exponente en función al número de bates. Estudió ingeniería electrónica en la Universidad Privada Antenor Orrego (UPAO), lugar donde cofundó Cosmopueblo —Pueblo Contienente en sus inicios, en el olvido hoy en día. Organizó diversos recitales dentro y fuera de su centro de estudios. Ha publicado en el primer número de la revista trujillana de rock peruano, Manifiesto Fanzine. En el 2011 obtuvo el primer puesto en la categoría poesía de los juegos florales de la UPAO. Fue incluido en la antología Catástasis 2013, de la editorial trujillana OREM, y en el 2014, en la Antología Hispanoamericana de Poesía, por la editorial española Lord Byron.
je suis l'ahmour morts
I El ahmor se fue a morir al aguacero al lodo a la vista de todo el barrio lleno de barro la boca injuriando.
Te digo que escuche que dijeron que su mascota murió pequeño chusco esciuromorfo o perrito de la pradera o ardilla o marmota o lo que fuera un roedor que no tenía pata el favorito, ese mismo, envenenado. Frustración de niño que tiñe sus canas. La lluvia cicatriza con sal la herida. Qué sabemos de esta lluvia, ¿qué es pura? qué sabemos de la herida, que es un acto suicida a largo plazo. Además oxidada estaba la navaja. Vale más morirse, de un solo y firme movimiento que sufrir en nervio las horrendas contracciones del tétano. Otro ahmor se fue al desierto. Sin bloqueador- Sol de fauces lacerantesvestido de negro- Luto por la luna nubladaNo murió. Deshidratación, quemaduras de primer grado, el sabor hiriente del cactus. Qué terco y desquiciado, masoquista y ramplón. Yo me iba a morir. Estaba borracho. Les grito: ¡váyanse a enmierdar el alma! Le grito: ¡vete a enmohecer la concha! Le grito: ¡vuelve a la vagina del lago, cretino! Estaba borracho, el ahmor detiene el hígado y todo el almuerzo se retuerce en bilis el ron es un licor abyecto ¿ves? Era capaz de todo hasta de matar. “Quiero matarme reconcha de tu madre, quiero morir hijo de puto”. El mazo del policía cayendo con la fuerza del granizo sobre la decolorada cabellera del ahmor.
Me iba a morir y terminé desplomado en el piso. Malos días, malos hábitos, malas juntas, malo es recordarte, Ahmor eras la carceleta, los baldazos de agua fría. Los barrotes, yo empapado sin sandalias lleno de mugre. Así que otro día sufriendo por capricho, eh. Cuento las cicatrices, los moretones, arañazos y piquetes ¿A qué hora abrirán la puerta? ¿Cuánto costaba la estadía? El ahmor ha trasgredido las leyes de la razón. Se desplaza a su deseo. Atraviesa las paredes es una bestiezuela poderosa de una patada se tira abajo el sistema penitencial peruano. El ahmor levanta el ojo, apaga al sol con su mirada. El ahmor no tiene miedo. El ahmor ha decidido correr más rápido que el cáncer, caminar sin dudar, aplastar a los comerciantes. El ahmor no tiene miedo. El amor ha decido. ¿Matarse? ¡NO!. ¿Borrarse? ¡NO! ¿Extraviarse? ¡NO! El ahmor ha decidido morder el anzuelo y perdonarse. Vuelve el aguacero, sus bronquios oxidados. Exhuma el cadáver de la vieja mascota. Lo acaricia y ya no hay vida, ni memoria, ni palabras. Miro atento los gusanos en su orgía alimenticia. El hedor nublaría a cualquiera pero no al ahmor (somos insensibles locos en paroxismo, sabes) No a mí. Respiro profundo. Respiro amarillo, profundo en mi abdomen, amarillo profundo. La muerte no lo quiere, lo detesta. El ahmor cierra los ojos. Se aferra al cadáver y literalmente se mea de risa. Está vivo, luego de las pastillas, sigue vivo, sin importar el balazo errado. Mala yerba, quemada y aún aromática, el ahmor. Mala yerba, en infusión venenosa y turbia. Estornuda, hay sangre en su esputo. Vuelve en sí y cogiendo la calentadora se da cuenta que no tiene fósforos que las hormigas dictaminaron toque de queda en toda la prisión. En la loza ve un reflejo, y no existe se dice, otra vez, pienso en amar en matar en amamantar.
Willni Dávalos. Nací en Cusco en 1988. Me licencié en Psicología en la misma ciudad y me dedico a la poesía desde hace 8 años. Gané cierto premio hace años y viajé a ciertas capitales poéticas. He publicado tres poemarios, el último se llama El egófago. Quiero publicar más.
dos planos
Cuántas distancias se superan en tres dos una certeza cuántas miradas o silencios pueden tejerse con punto cruz mi abuela nunca me enseñó a tejer y mi madre solo sabe abrazarme despacio en medio de la chimenea que no tenemos. Frank Lloyd Wright me peinó esta madrugada y dividió mis cabellos en dos planos dos caminos bifurcados que no tenían un sendero palpable me apretó fuerte la mano y se fue despacio en medio de una casa encima de una cascada una belleza en medio de la nada una plataforma en el desierto una puerta de baño en medio de una conversación. Pongo al agua los pinceles para que no se sequen con la pintura encima los pelos se agrupan en proporción aritmética la razón es el número de pinceles que usé para hacer nada porque no puedo mover los nudillos ni las yemas porque los brazos no me obedecen porque los párpados se desparraman como uvas aplastadas por gente que camina por el árbol de la vid sin saber que es el árbol de vid porque este tsunami cae verticalmente de izquierda a derecha tiene vertientes que bordean mi nariz como una isla en medio de la nada y mi boca entreabierta da la bienvenida como una gran piscina comunitaria con un gran cartel repetitivo con la misma fuente de letra repetitiva con los mismos colores repetitivos porque realmente ya a nadie le importa.
...
Traigo conmigo un ejército de elefantes incapaces de hacer ruido, incapaces de aplastarme por fin con sus enormes patas, son esencialmente librepensadores y por eso los tengo como amigos y por eso también caminan por mi espalda helada. Mi espalda helada hoy es una línea de tiempo que cruza mi cuerpo, sube por mi nariz y baja por la médula espinal que hoy más que otros días parece una escalera eléctrica que sube y baja montículos de tierra, cemento, concreto armado y piezas quirúrgicas invaluables. Tengo miedo de salir a la calle y que me caiga una estela de mar en los labios. Tengo miedo de salir a la calle y que se despedace por fin mi pulmón izquierdo. Tengo miedo de salir a la calle y que me caiga en la cara un incendio en una fábrica de plástico hecha de ladrillos de plástico, el derretimiento de los casquetes polares, el derretimiento de mi hilaridad que no completa un ovillo de hilo, que no da una vuelta completa a la manzana, que aprieta los puños hasta herirse con las uñas, las uñas pequeñas apenas inservibles, apenas hirientes. Recordé cuando me tomabas de la mano y leía sin querer en tus líneas de braille tu destino mortal, el suicido que hace la espiga para trenzarse. Esto termina aquí mismo y no hay ninguna alfombra roja que reciba a mis párpados al final de su entrega, ni limusinas ni prensa agitada ni paneles solares, solo más aluminio como para meter más pollo al microondas, solo más aluminio como para concentrar lo inconcentrable.
Camila Rivera (Lima, 1992). Estudiante de Arte (que en realidad es Historia del Arte) de la UNMSM. Dibuja, pinta y publica sus trabajos en una página de Facebook bajo el seudónimo de Amilalma.
1
dolor y delirio
En 1998, M era una chibola medio poserita que llevaba conmigo un par de cursos en Generales Letras. Era poco leída y medio limitada, pero estaba buena, siempre sonreía y en sus mejores momentos incluso llegaba a ser francamente divertida. M andaba a veces conmigo y a veces con S, un flaco muy alto que ya había quemado cerebro y paraba dando vueltas por los jardines de la universidad con un discman y con un libro de Camus que nunca terminaba de leer. Entre otras disctubles virtudes, S estaba enganchado con la trova y en especial con Silvio Rodríguez, que a mí siempre me pareció un estafador. M y yo, en cambio, teníamos nuestro corazoncito medio dark. Y éramos fanáticos de Dolores Delirio. Aunque tenía algunos amigos que escuchaban a Dolores, solo cuando conocí a M sentí que existía alguien que tenía con Dolores la misma relación que yo. Pero todo acabó la mañana en que los seguidores de la banda nos enteramos de la muerte del guitarrista Jeffrey Parra. Escuché la noticia en RPP mientras iba a la universidad en el Daewoo, agarrado del pasamanos. Sentí que me quedaba vacío. Y sin embargo, aunque las palabras del locutor fueron claramente audibles para todos quienes íbamos en ese Daewoo blanco lleno de gente, ningún otro pasajero mostró interés alguno por lo que acababa de anunciarse. Eran las siete y treinta de la mañana, junio de 1998, yo seguía de pie en el bus, intentando calcular la magnitud de lo que yo mismo estaba perdiendo, y entonces bajé en la esquina de siempre, frente a la universidad, y le dije al tipo del kiosko que me dejara revisar uno por uno todos los periódicos para buscar más información. Pero solo encontré una pequeña nota en un diario chicha. El título decía: «Rockero muere al chocar en un taxi». Compré el periódico y crucé la avenida Universitaria y solo pensaba en buscar a M y contarle lo que había sucedido. No sé qué era exactamente lo que esperaba, eso no lo tengo claro, pero mientras cruzaba la avenida y entraba a la universidad y caminaba a toda marcha hacia el patio de Letras creo que imaginaba, como mínimo, una buena borrachera entre los dos, esa misma mañana, escuchar todas las canciones de Dolores, cantarlas mil veces y hablar de los conciertos y quizá hasta acabar llorando juntos por esa pérdida que también era nuestra. Busqué a M por el patio y la encontré sentada en las escaleras, fumándose un pucho, y me acerqué con el periódico en la mano. Supongo que imaginaba que sin perder tiempo nos iríamos a ejecutar el ritual de duelo, o quizá a averiguar dónde era el velorio, pero cuando le dije que Jeffrey había muerto y abrí el periódico para enseñarle la pequeña nota, de inmediato comprendi que había estado engañado, que ella no compartía en absoluto lo que me estaba ocurriendo a mí. No lo recuerdo bien, pero creo que sus palabras exactas, fueron: «pucha, qué pena, ¿no?». Y en ese momento me sentí absolutamente solo. Y entonces decidí mantener a Dolores Delirio como un culto secreto, solo para mí, como en el fondo siempre había sido. 2 Un día S al fin terminó de leer el libro de Camus. El libro era El hombre rebelde. Me recomendó que no lo leyera porque me «iba a ir a la mierda». Le hice caso y hasta hoy no lo leo, pero eso no ha evitado que en todos estos años me haya ido a
la mierda varias veces. Y mucho menos que en estas últimas semanas haya estado pensando con tanta frecuencia qué es exactamente un «hombre rebelde». Hace un par de semanas cumplí treinta años, la edad a la que nunca pensé llegar. Los años pasan y uno no se da cuenta y de pronto la realidad ha caído de golpe y puede tomarnos por sorpresa. Entonces se supone que uno tiene que madurar. Toda mi vida he escuchado que tengo que madurar, y creo que nada me jode más que escuchar esa frase, prefiero una mentada de madre, prefiero una buena puteada, pero resisto la idea de verme reducido a lo que se supone que a estas alturas tendría que ser. Y resisto la domesticación a pesar de que hace tiempo me quedó muy claro que aquellos a los que no nos da ganas de someternos, nos cae como un balazo una sanción. 3 Hace más de diez años ingresé al primer intento y en primer puesto a estudiar Economía a la Universidad del Pacífico, y en los dos años que pasé ahí no me iba nada mal, así que supongo que sin mayor esfuerzo pude haberme convertido en un economista relativamente destacado. Sin embargo, me largué de esa universidad y me fui a estudiar Literatura. Y a lo largo de la década de los veinte me he preguntado muchas veces cómo hubiera sido mi vida de economista, bien vestido, despertándome temprano y haciendo cosas supuestamente importantes. Pero eso no era lo que me interesaba y por eso lo dejé y por eso me cayó una sanción, que se presenta de múltiples maneras. Desde la gente que siempre te verá como el tremendo pelotudo que dejó un futuro promisorio por la nebulosa de lo literario, hasta cuestiones prácticas como resignarse a nunca tener el carro que uno quiere (tampoco el que no quiere, en realidad no tengo ni bicicleta). A pesar de todo, creo que las cosas no han sido tan malas. Y lo que tengo ahora, en este momento, aquí frente a la pantalla, escribiendo, mi cigarrito y mi ron barato al lado, con todo lo bueno y lo malo que hay alrededor, no lo cambiaría por nada. Y quizá puedo soportar mejor este aparente fracaso porque nunca tuve una época de gloria, por muy subte o caleta o invisible para el gran público que resulte. En otras palabras, porque nunca, como hubiera querido, llegué a ser el cantante de Dolores Delirio. 4 A fines de marzo de este 2007 me tomé una botella de tequila y me fui con un par de amigos a ver a Dolores Delirio a un antro de la primera cuadra de la avenida Arequipa. El lugar estaba lleno y la edad promedio de la gente estaba varios años por debajo de la mía. Creo que la gente de los noventa no pasábamos de un 10% (los antiguos seguidores supongo que se domesticaron y ya no están para esas cojudeces). Habían pasado más de siete años desde la última vez que fui a uno de sus conciertos, y en todo ese tiempo Dolores Delirio se había separado, reunido para dar conciertos de despedida, vuelto a separar y así sucesivamente. Una carrera tambaleante que, después de la muerte de
Jeffrey Parra, se fue por la borda. Y supongo que ahora se volvían a juntar porque los sueños de internacionalización y de éxito masivo nunca llegaron, pero sí los años y las responsabilidades, y entonces los bolsillos ajustan y hay que volver para ejecutar un simulacro o una caricatura de lo que uno fue en la juventud. Y entonces vi que Brenneisen saltó al escenario y se puso delante del micro. Pero ya no era el mismo. Tenía unos veinte kilos más, una camisa que le ajustaba, había perdido casi completamente el cuello y se movía torpemente por el escenario. La voz tampoco era la misma. No parecía un rockero, sino un señor en un karaoke. Y entonces, al final de una de las primeras canciones del concierto, se escuchó que alguien, desde algún lugar del público, gritó con voz muy nítida: «¡canta bien, pues, gordo!». Hubo algunas risas. Pero después, varios meses después, me quedé pensando en esa frase y en todo lo que uno va perdiendo mientras pasa el tiempo (y la pérdida más grande siempre será la imposibilidad de seguir pensando que alguna vez, en un punto indefinido del futuro, todo será distinto). 5 Hace unos días me compré un DVD de Dolores Delirio, en el que aparecen varios conciertos desde 1993 hasta 1999, incluyendo algunos en los que estuve y que recuerdo perfectamente. Así que apagué la luz, coloqué el DVD en el aparato y me puse de pie con una botella de ron frente al televisor. Y sentí que estaba ahí con ellos, en esos lejanos y gloriosos conciertos, jóvenes ellos y joven yo, con todo el futuro por delante, listos para devorar el mundo con nuestro ímpetu juvenil. Hasta que llegó un video de 1993 en el que se ve a Brenneisen muy flaco y muy posero cantando «Héroe de Leyenda», pensando seguramente que pronto alcanzaría la fama, la gloria y el dinero de Enrique Bunbury. Y yo lo veía en el video y recordaba su figura voluminosa del concierto de marzo, y pensaba que algo tiene que suceder para que después de catorce años estés así de gordo y sin poder moverte bien y que un desconocido te grite esa frase. Algo tiene que pasar cuando una década atrás uno se veía bien y la gente se amontonaba al borde del escenario y gritaba las letras de las canciones y uno podía adoptar poses de grandeza porque pensaba que todo eso se iba a cumplir. Algo se ha roto cuando el futuro deja de ser lo que uno esperaba que fuera. Y por eso, mientras en el concierto de marzo Brenneisen cantaba para una gente que nunca lo escuchó en su mejor época y casi no conocía las canciones, y yo me sentí un sobreviviente. Y después de dos o tres canciones algo volvió a conectarse y explotó ese espíritu antiguo, casi olvidado, y me doy cuenta de que de pronto he perdido el control y que soy el de antes, y que ese, el de antes, el de los dieciocho o el de los veintidós, es el verdadero. Y que no hay por qué renunciar, no hay por qué abandonarse o cubrirse o disfrazarse para meterse al molde. Hay que mantenerse firme en la posición. Y quien quiera golpear, que golpee.
Francisco Ángeles ha publicado las novelas La línea en medio del cielo (2008) y Austin, Texas, 1979 (2014).
i.
hay una niña que llora bajo tus párpados de tiza y el dibujo de una ausencia que llora hace mil años es un retrato que siempre veo cuando cierro los ojos cuando el alma se escapa por las alcantarillas pintada de negro, confundiendo la sombra y la esperanza mugre, da lo mismo, dios existe y me espera debajo de la [cama la desnudez nos salvará a todos, el evangelio de la [modernidad está en la piel todo esto lo decías cuando nos dimos cuenta que retórica polvorienta y teórica de los muertos es lo mismo que tomar tu mano para siempre y lamer el sudor en busca de una palabra que se arrastra por [tu garganta que la verdadera felicidad estaba en la autodestrucción muerta de ti imitaba en mis entrañas una figura de papel como la sangre que corría entre tus labios y mi voz [apagándose en tu espalda era entonces una guerra con caballitos de juguete muñequitas rotas y la mirada que persigue todo lo que no [conoce el viento nómbrame veterana, nómbrame después de un huracán saca el silencio que dejé colgado en tu pared déjame sentir baba fresca sobre la tierra, amor medio [húmedo medio vacío déjame en la penumbra de un cigarro esperando a arder con la tinta pegada a las tripas e incendiar el mundo otra vez.
Valeria Román (Arequipa, 1999). Todavía paga pasaje escolar, pero trata de disimular. Va a un colegio de monjitas francesas. Tiene un poemario calato a punto de publicar. Le gustan las mandarinas.
rue de la mortellerie, junio 1898, puvis de chavannes (1829-1898) Marilyn dice: «No quiero seguir desarrollando esas mismas alucinaciones. Las nauseas y las drogas se meten por un caño y no dejan mis venas tranquilas». El orgullo es tan duro como frágil; casi insensible; esa complejidad, esa mala forma de ser. Tú puedes ser la reina del universo pero para mi mundo eres tan insignificante como una pulga. Yo existo como soy; eso es suficiente... pero todavía me queda un poco de oxigeno. Andar conscientemente en situación de no superar nada porque no es necesario. Así de simple es Marilyn cuando tiene frío. Cambios radicales, plastilina, ciencias y realidades nocivas, la tensión de los músculos y la sangre coagulada de una buena costumbre. Las aguja, dice el doctor, son profesionales. Ahora Marilyn dice: «Esta es mi cara de “ojalatemueras”. No tengo tiempo de cafecitos estúpidos, adiós rutina, ojos de pescado y diente por diente...» y todo lo que dicen los demás. El decaimiento y las mismas caras del diablo. Abstinencia. Húmedo y sucio. Fragmentes y convencionalismos que ella mastica sobre la alfombra, aunque no tenga hambre. Y el placer se extiende por individualismo. No hay mas violencia, y no sé de qué tamaña puede llegar a alcanzar la ira. (Encontré una pava, ahora si te respeto, Dios). Pero con seguridad nos vamos quedando sin sutilezas. A mí lo único que me sostiene son mis Chuck Taylor. Pero esto solo sirve cuando ya esté enterrado en una zanja. Canibalismo y vacunación, y no si soy yo o es tu lengua de corvina lo que corta mi lengua. Las bestias se hacen mas fuertes. La oveja negra se desangra. Marilyn dice: «Yo no soy rara». Los tajos se quedan afuera; los monstruos también se van. La única venganza posible es el olvido. No tengo el control de nada. La pasma me entra completamente. Basta de shit y de ska británico. La realidad es una cerda romántica aplastando nuestras vísceras —piensa Marilyn, los placeres carnales y la sociología. Soy como un cuchillo atravesando tu cuello, como el ardor de un pájaro metálico, como una niña ahorcándose en el fondo de tu vientre.
Gabriel Bazalar (1981). Así como un cielo negro de tormentas desintoxicadas, no puedo escribir un poema con los restos de mi angustia y las pestañas en el café con leche. Pero mis desordenes son muy comunes: top tags, trailers, spots, literatura sensacionalista, cut up, cut and paste; me llenan de infiernos: el clásico ser diferente y no parecer un marginado. Pasar del asiento a ser el personaje en la pantalla. Prólogos rígidos y boquiabiertos.
lenguas
Sus lenguas secretaban baba por la excitación, el frenesí del amor casi se podía saborear, y sus papilas ya se anticipaban al hecho. Pasaron horas, días, semanas, y hasta un par de años, en ese coqueteo que al final llegó a sellarse con la frase de un amigo en común: «la perseverancia alcanza lo que el talento no consigue, queridos amigos». Todos fingían alegría y un falso sentido de aprobación que rebotaba en los espejos, para que todos lo vieran y nadie pudiera dudar u opinar diferente. El hecho es que al fin se concretaba el esfuerzo de años, de batallones de hormigas convertidas en canciones, palabras e intentos de acercamiento. Su relación era todo un acontecimiento, en teoría. ¡Qué amor más puro podía haber que el de ese par! Eran casi hechos por los mismos dioses, casi tan perfectos e inteligentes. ¡Oh sí! eran inteligentes para todos los que los rodeaban, buenos actores. Sus conversaciones, demostraciones de afecto y lo que ellos mismos llamaban «cursilerías del momento», no eran más que vómito regurgitado por unos trescientos años. Desde el Marqués de Sade, pasando por Bolaño, con leves escalas en Pessoa o Cioran, hasta el infaltable Dostoievski. Esas, sí, esas eran sus demostraciones de alguna clase de afecto. Nombres, puros nombres. Me tomó tiempo entenderlos, pues pensaba que importaba más la idea y su finalidad que quien las había dicho en algún momento, pero bueno, yo no era una joven promesa, ellos sí. Ustedes saben. Pasé días, semanas, y por suerte no llegó a ser otro par de años, escuchándolos, leyéndolos. Hablaban al respecto tantas veces como las escamas que se caen de mi piel por día. Masticaban una y otra vez lo vomitado solo para dar de comer a su ego. No les importaba recoger lo que ya había sido escupido y desechado por otras bocas. Disfrutaban intercambiar su vómito, sus lenguas se topaban y la regurgitación las usaba cual resbaladera: bajaba desde sus cerebros, ansiosa por llegar a las papilas del otro. Sus lenguas esperaban ese sabor todos los días. Ese ácido y rugoso sabor. Otra dosis de alimento putrefacto y maloliente, otra dosis de clichés y estereotipos de las... grandes mentes. Pero a la larga, el ácido del vómito cumplió su función. En primera instancia, hacía sangrar sus lenguas, pero no les importó: su ego necesitaba de eso y sus papilas lo necesitaban tanto como un toque de morfina. Luego, las empezó a lacerar pero siguieron ignorando el dolor, hasta que sus lenguas estaban tan agujereadas como la piel de un puberto lleno de acné. El vómito ya no llegaba a las papilas. Su relación se terminó cuando ya les era imposible seguir alimentándose. Pero solo les tomó un corto tiempo remendar y parchar sus lenguas, aprendieron a producirse el vómito a sí mismos. Todas las noches, antes de dormir, se llenaban la cabeza de otra pilastra de nombres y los esparcían en hojas para contar su historia. Las dos grandes mentes, ahora separadas, fabrican sus desechos para la vejez, siembran en voz alta. Ahora, sus lenguas ya no pueden ni sentir el vómito seco de sus entrañas carcomidas. ¿De qué sirve una promesa, si no se puede cumplir? Diana Torres (δ). Última década del siglo veinte, por generación espontánea. Estudia formas de comunicación con su propio planeta. Se cuenta historias que luego la persiguen, y no al revés. Es enemiga natural de las puertas, de los zapatos y de su propia piel. Publicada en un país vecino virtual. Aquí y ahora.
la esterilidad de sufrido mendiola
«No puedo escribir más, no puedo escribir ni una puta línea más» —exclamó Sufrido Mendiola sentado en su amplia mesa frente a su amplia terraza bebiendo su cuarta copa de martini bien seco. «Seco seco», afirmaba dislálico y nervioso como, días atrás, sonó por teléfono cuando me invitó a charlar, a modo de entrevista, en su amplia casa barranquina, sabiendo que estaba próximo a sacar una nueva edición de la revista. Deseaba compartir su esterilidad creativa, porque a Sufrido se le puede acusar de cualquier cosa: de arrogante, de soberbio, de terco, de buitre y carroñero, pero nadie podría decir que no era creativo, incluso en el desierto verbal que ahora acusa al lenguaje, «este maldito oficio que me chupa el alma», larga rabioso y tragicómico porque, incluso así, en su esterilidad suena creativo. Vaya, le digo al porrazo, ¿usted, Don Sufrido, se siente así, incapaz de escribir más? No me responde. La situación me causa algo de gracia. Un personaje tan soberbio y crítico como Sufrido ahora envuelto en una ola, en un manto, de esterilidad. Horror vacui, parece su pálido rostro como una hoja de papel blanco y vacío, vacío porque no tiene con qué llenarlo. O no tiene qué decir. Supongo que esta entrevista será corta porque no sé cómo entrevistar a un personaje que no tiene nada que decir. En fin, la curiosidad hará el resto. Acudí presuroso a su estudio de trabajo en Barranco. Antes de proseguir con la entrevista, permítaseme contar cómo conocí a Sufrido Mendiola. Una noche, en un bar del Centro de Lima, se llevó a cabo la presentación de la nueva novela de Asusto Mediopelo, Ocaso en los Andes, una sangrienta novela que mezcla la violencia política sufrida en el país en las últimas décadas y vampiros andinos con dosis de humor indígena. La presentación, la verdad, estuvo bastante aburrida a cargo de dos catedráticos de dos famosas universidades. Yo me senté al final del auditorio y con sobrado desdén me dediqué a contar los cuadraditos de la corbata del catedrático sanmarquino y observar el tipo de tinta de cabello del catedrático católico. En un momento de la presentación (no puedo explicar cómo), sentí la presencia de Don Sufrido Mendiola. Lo busqué con la mirada, miré a todas partes y no lo encontré. Incluso me paré de mi asiento para buscarlo, pero nada. Pero su presencia seguía permanente y total. No pude ocultar mi sorpresa y ansiedad por conocerlo. Había leído casi toda su obra que es bastante amplia y genial, destacando su voluminosa novela Historia del loro cornudo y su libro de ensayos Perder el tiempo en un burdel. Ambos de una brutal genialidad. No me contuve y salí a buscarlo a la otra sala del bar, luego lo busqué en los baños y nada, no lo encontré. Me quedé en la sala esperando que terminara la presentación. Debo decir que durante todo el rato sentí que Don Sufrido estaba a mi lado, su presencia era innegable. La presentación terminó y Don Sufrido nunca apareció. Un poco decepcionado y algo inquieto, salí y me dirigí al bar del Hotel Bolívar por unos tragos para calmar la espuma de mi ansiedad. Entro al bar. En el barroco pasadizo, con sus ornamentas de pan de oro y risos cimbreantes, diviso, gracias a una parte mal cerrada, la nada desapercibida personalidad de Don Sufrido Mendiola. Bebía un pisco sour con un joven no mayor de treinta años. Por la forma de hablar del joven (ya olvidé su nombre) parecía lleno de entusiasmo y hablaba elocuentemente, se diría por los gestos. Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta, me dirigí a su mesa, puse una revista en su mesa y le dije: «Buenas noches, Don Sufrido Mendiola, soy editor de esta revista y admirador de su vastísima obra». —Hola —me dijo—, siéntate y dime de qué se trata tu revista. Pedimos otra ronda de piscos y conversamos mucho. El joven de no mayor de treinta años perdió entusiasmo, creo, porque al rato se fue, dejándonos solos. Previamente noté que se trataba de uno de esos jóvenes entusiastas amantes de la literatura que había devorado todo lo que se podía leer y pensaba publicar una novela sobre cómo un joven triunfa, gracias a una secreta receta de un caucáu heredada de su
mamá, en el mundo de la gastronomía. Su éxito es tal que la novela acaba cuando firma un convenio con una trasnacional para poner su restaurante en Nueva York. La novela tenía el auspicio de la Marca Perú, la Cámara de Comercio, Apega y el prólogo lo había escrito el emblema nacional del emprendimiento, Trombón Acurio. En fin. Así conocí a Don Sufrido Mendiola. Cuando le pregunté qué hacía con el joven idiota entusiasta de la literatura peruana, me respondió que era su nuevo personaje de su próxima novela, y que no hay nada más divertido que conversar y tomarte un pisquito con tu personaje. Bien, amaneció y nos despedimos. Antes me dijo que se iba a trabajar en un ensayo de ochenta páginas y que si no tenía unos «tiritos de coca» para parchar la noche y seguirla en el laburo. Claro, maestro, y le convidé. Nos despedimos amablemente. Desde esa noche memorable, he visitado con cierta frecuencia a Sufrido Mendiola, a veces no contesta el teléfono cuando lo llamo, a veces me llama él. Es curioso porque, desde hace varios meses, no sé de él y creo que un poco dejó de importarme. Ya no pensaba mucho en él. Y ahora, que me llamó, preocupadísimo, acudí tanto por amistad como por curiosidad literaria. ‒Pasa, huevón. Estoy jodido, cunchesumare. No puedo escribir nada. Estoy cagado. ‒Qué pasa, maestro. Tranqui. Todo tiene solución menos la muerte. ‒No, qué va, esto es peor que la muerte. Yo presentía esta vaina… Ahora qué voy a hacer… Qué van a decir mis críticos, mis adversarios… ‒Depende pues, maestro, depende, cuénteme, qué ha pasado. ‒¿No te das cuenta? Estoy cagado, mira la mierda en la que estoy metido. Hasta las huevas. No puedo escribir nada. Tengo una parálisis mental. No me sale nada. ‒¡Pucha!, de repente es la coca, maestro, mucho cloro… ‒No, qué va, si ya hace tiempo no me meto esa porquería. Pero por siaca, probé con las clonas y nada. No sé qué hacer… ‒Tranquilo, maestro, repito, no se altere porque es peor. Pero ¿está en algo?, ¿se quedó en algún proyecto inconcluso o qué? ‒No, estoy en nada. No tengo nada. ‒Pero si usted estaba siempre en mil proyectos: reseñas, críticas, resúmenes, ensayos, varios relatos y todo lo demás. ¿Qué pasó con todo eso? ‒No sé qué mierda hacer. -Yo tampoco, pero si quiere vamos por ahí a dar una vuelta, tal vez así se despeja un poco. -Bueno, vamos, tal vez me haga bien. El maestro Don Sufrido Mendiola se levantó con dificultad cuando noté un olor espantoso. Olía a mierda y a podrido. Y vi que se había sentado sobre un gato. El gato estaba muerto. Tenía los ojos salidos, con la lengua colgando tenía las tripas y vísceras afuera, en una mezcla de baba y sangre. Olía realmente mal. -Maestro, carajo, ¿qué ha pasado?, ¿qué chucha es eso? ¡Se ha sentado sobre su gato Pancho! -Puta mare, sí, carajo. Espérate que me baño para sacarme este olor de encima y salgamos de aquí. Tú mete a ese gato en una bolsa y dejémoslo por la calle. Algo raro sucedía aquí. No supe qué decir. Dejamos al gato muerto en el basurero de la calle y nos dedicamos a caminar en silencio por el malecón frente al mar. Tenía la mirada perdida en el mar. Cuando se acabaron los cigarrillos, me paré, señalando la caja vacía de cigarrillos, sin decir una palabra y me alejé en dirección a la bodega. No volví nunca más. Su silueta se confundía con algún roble viejo o una piedra olvidada en algún rincón de la ciudad.