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COLECCIÓN DE ANTROPOLOGÍA HERENCIA, PATRIMONIO Y MEMORIA ISBN 978-958-8848-50-1 Primera edición Medellín, Colombia, 2014 Créditos MINISTERIO DE CULTURA Mariana Garcés Córdoba Ministra de Cultura DEPARTAMENTO DE ANTIOQUIA Sergio Fajardo Valderrama Gobernador de Antioquia Juan Carlos Sánchez Restrepo Director Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia Luis Guillermo López Bonilla Líder Área de Patrimonio Cultural MUNICIPIO DE MEDELLÍN Aníbal Gaviria Correa Alcalde de Medellín María del Rosario Escobar Pareja Secretaria de Cultura Ciudadana Herman Montoya Gil Líder Programa Memoria y Patrimonio UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Sergio Fajardo Valderrama Presidente del Consejo Superior Alberto Uribe Correa Rector Pablo Patiño Grajales Vicerrector de Extensión Santiago Ortiz Aristizábal Director Muua Santiago Ortiz Aristizábal Curador Colección de Antropología
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Hernán Alberto Pimienta Buriticá Coordinador Colección de Antropología Sandra Turbay Ceballos Marta Isabel Matute Campuzano Ana Isabel Cruz Gaviria Santiago Ortiz Aristizábal Hernán Alberto Pimienta Buriticá Roberto Lleras Pérez Carlos Eduardo López Castaño Eduardo Restrepo Uribe Textos
Henry Eduardo García Gaviria Juan Fernando Gutiérrez Londoño Juan Fernando García Castro Corrección de Estilo y de Prueba Hernán Alberto Pimienta Buriticá Fichas técnicas Colección de Antropología Hernán Alberto Pimienta Buriticá Pies de foto Colección de Antropología Hernán Alberto Pimienta Buriticá Fabio Hernán Arboleda Echeverri Fotografía Colección de Antropología Museo del Instituto de Antropología Archivo Fotográfico Graciliano Arcila Vélez Luis Alfonso Orozco Díaz Oscar Botero David Romero Duque Guillaume Collanges - Amichocó Otras fotografías Víctor Manuel Aristizábal Giraldo Diseño y Diagramación Portada Máscara Valle del Cauca (Calima - atribuido) 14,4 cm. x 16,3 cm. x 10,5 cm. Máscara antropomorfa elaborada en hueso con decoración incisa y grabados en forma de espiral Colección Museo Universidad de Antioquia F: Hernán Alberto Pimienta Buriticá 2013 Contraportada Volante de huso Barrio Guayabal, Medellín, Antioquia (Tardío) 1,5 cm. x 5,3 cm. Colección Museo Universidad de Antioquia I. Víctor Manuel Aristizábal Giraldo 2013 Impresión LYS Comunicación Gráfica Universidad de Antioquia, Vicerrectoría de Extensión, Museo Universidad de Antioquia Calle 67 Nro. 53 – 108, Bloque 15, Ciudad Universitaria (574) 219 51 85 – http://museo.udea.edu.co – comunicacionesmuseo@udea.edu.co Las ideas, conceptos y opiniones que contienen los diferentes artículos del presente libro son responsabilidad exclusiva de los autores. Este catálogo recibió el apoyo del Banco Universitario de Programas y Proyectos de Extensión – BUPPE, de la Vicerrectoría de Extensión de la Universidad de Antioquia y de los recursos Iva a la Telefonía Móvil del Ministerio de Cultura de la República de Colombia. Las imágenes incluidas en esta obra se reproducen con fines educativos y académicos, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 31-43 del capítulo III de la Ley 23 de 1982 sobre derechos de autor. Se agradece la autorización de las instituciones para su reproducción, en especial a la Fundación Amigos del Chocó – Amichocó y al señor Luis Alfonso Orozco Díaz.
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Contenido
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Presentación
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Colección de Antropología
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Breve historia de la arqueología en Colombia
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El patrimonio arqueológico en Antioquia: retrospectiva y proyecciones hacia el nuevo milenio
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La etnografía y los museos: las colecciones como experiencia cultural
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Comunidades negras del Pacífico colombiano
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Pueblos indígenas de Antioquia
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Referencias bibliográficas
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Presentaciรณn
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Presentación
Esta primera creación, que comenzó como una Sección de Etnología de la institución en 1943, se convirtió en Colección de Antropología en 1970, con el nacimiento del Museo Universitario. El profesor Graciliano, que sería más adelante director del Museo, entregaba mediante su trabajo diferentes lecciones: la curiosidad, la rigurosidad, la visión y la generosidad con el conocimiento. Debido a esto, incluyendo su iniciativa para la creación de una Colección de Historia en la década del noventa del siglo pasado, sus huellas son permanentes y enérgicas en el trabajo que desarrolla el Museo, y han sido reconocidas con la creación de un Fondo patrimonial, gracias a la donación de su familia, que alberga fotografías y estudios suyos, y con la denominación de la Sala Permanente de Antropología con su nombre. La Colección de Antropología, idea visionaria del profesor Arcila, se ha convertido en una de las reservas patrimoniales más completas y dinámicas de Colombia. Hoy, cuando comienza la octava década de su historia, la Colección tiene entre sus valores ser la primera en el país en número de piezas de cerámica prehispánica; poseer el conjunto de cerámica Alzate, que se ha transformado con el tiempo en un material histórico y artístico fundamental de finales del siglo XIX y comienzos del XX; albergar objetos etnográficos que permiten reconocer la riqueza de las comunidades negras e indígenas que construyen la idea de nación, y tener en sus acervos el material que hizo parte del Museo de Artes y Tradiciones Populares, clausurado hace algunos años, y que brinda la posibilidad de comprender las prácticas y costumbres de las diferentes regiones colombianas.
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Este catálogo, una publicación de homenaje en los setenta años de la Colección, se lee como un mapa del tesoro etnográfico y arqueológico albergado en nuestro Museo. Es un obsequio para visitantes, investigadores, estudiantes, profesores y admiradores; para hombres y mujeres del presente y, de igual manera, para las generaciones futuras. Sumado al libro, este año reabrimos la Sala Permanente de Antropología Graciliano Arcila Vélez, que luego de 11 años de investigaciones
y de actualizaciones comienza a estar disponible para el público, con un guion basado en las regiones del país y con recursos museográficos interactivos y modernos, que generan diálogos con el pasado y el hoy, con la tradición y el ahora. Este Catálogo, como una verdad eterna e inmodificable, sigue probando el poder mágico del pasado. Prueba, mediante textos e imágenes, que mirar lo hecho y lo imaginado por los pueblos prehispánicos amplía nuestro presente y da luces sobre el futuro. Prueba que observar las riquezas de las minorías y las costumbres antiquísimas nos prepara para el necesario diálogo con el otro, enriqueciendo nuestra humanidad. Prueba que estar frente a un pieza hecha en barro o tejida con muchos colores, realizada cientos de años atrás, nos conecta con una dimensión diferente de la vida, al recordarnos la majestuosidad de la Historia, en donde somos un simple punto o un mínimo detalle.
Santiago Ortiz Aristizábal
Presentación
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ace más de setenta años, cuando Medellín era un pueblo pequeño con un río cristalino, un hombre nacido en Amagá en 1912, profesor e investigador, abría el camino para los estudios antropológicos en la ciudad. Graciliano Arcila Vélez, quien había estudiado en la Escuela Normal Superior de Bogotá, y había cursado estudios de etnología y etnografía, estaba vinculado a la Universidad de Antioquia y, con sabiduría y una gran visión, reunía en torno suyo ideas, alumnos, estudios y proyectos; confluencias que provocarían creaciones como el Museo Antropológico o el Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia.
Director Muua
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Colección de Antropología
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Laboratorio de conservación / Museo Universidad de Antioquia / F: Fabio Hernán Arboleda Echeverri
D Colección de Antropología
Durante 70 años, la Colección ha diversificado, ampliado y contextualizado sus fondos por medio de investigaciones, entregas voluntarias y del programa de enriquecimiento de colecciones del Muua. En la última década, los fondos provenientes del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), del Museo de Artes y Tradiciones Populares, del clausurado Museo Hombre del Darién, de la Corporación Antropológica para la Investigación (CAIN), del Grupo de Asesorías e Investigaciones Ambientales (GAIA), y los entregados por el señor Luis Vélez Arias, por el presbítero Jaime Hincapié Santamaría, y por los investigadores adscritos al Centro de Investigaciones y al Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, han engrosado la lista de bienes que preserva el Museo de la Universidad de Antioquia y que lo sitúan como una de las instituciones museísticas de Colombia con uno de los acervos patrimoniales más significativos e importantes en materia de cerámica prehispánica.
Colección de Antropología
esde sus inicios en 1943, y por el empeño del antropólogo Graciliano Arcila Vélez, su fundador, y el respaldo incondicional de la administración del Alma Máter, la Colección de Antropología del Museo de la Universidad de Antioquia Muua, se ha convertido progresivamente en un importante referente científico y cultural en los ámbitos local, nacional e internacional, y ha contribuido a la recuperación de la memoria y a la salvaguarda de nuestro pasado prehispánico, riqueza cultural y realidad social de las comunidades indígenas actuales.
La Colección está conformada por piezas arqueológicas procedentes de diversas zonas del país, realizadas en distintos materiales, formas, acabados y texturas, y utilizadas para diferentes fines; asimismo, por bienes etnográficos de la cultura material de los pueblos indígenas y afrodescendientes con los cuales pretende llevar un mensaje educativo a toda clase de públicos por medio de exposiciones temporales e itinerantes, montajes museográficos permanentes, visitas guiadas, talleres, ponencias, publicaciones, materiales didácticos, y otros. Pascual Alzate y Graciliano Arcila Vélez Museo del Instituto de Antropología, Medellín, 1960 F: Archivo Fotográfico Graciliano Arcila Vélez, Museo Universidad de Antioquia
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De acuerdo con las funciones fundamentales establecidas por el International Council of Museums (ICOM) para las organizaciones que salvaguardan bienes patrimoniales, el Museo de la Universidad de Antioquia ejecuta múltiples estrategias y acciones encaminadas a promover la investigación, la conservación, la documentación, el desarrollo creativo y la divulgación de los fondos que custodia. En consonancia, y como un mecanismo para avanzar en la investigación de sus bienes culturales y procesos relativos a la gestión del patrimonio, creó, mediante la Resolución de la Vicerrectoría
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De otro lado, y contemplando las características y el número de bienes patrimoniales que conserva, el Museo de la Universidad de Antioquia adelanta la documentación de sus colecciones arqueológicas en aras de registrar ante el ICANH la tenencia de sus más de veinte mil piezas de origen prehispánico conforme a la Ley 1185 del 12 de marzo de 2008. De la misma manera, avanza en el registro de las piezas etnográficas y arqueológicas en el programa Colecciones Colombianas, plataforma virtual administrada por el Ministerio de Cultura de Colombia y la Red Nacional de Museos (Museo Nacional de Colombia); y en materia de conservación, el Muua concentra diferentes esfuerzos en el mantenimiento y la protección de los distintos bienes patrimoniales que alberga, implementando módulos prácticos y pertinentes para el almacenamiento y generando condiciones ambientales apropiadas para su preservación. A la par, desarrolla actividades de conservación preventiva para prolongar el tiempo de vida de cada uno de los objetos.
Colección de Antropología
Colección de Antropología
de Extensión 027 del 18 de septiembre de 2008, el Programa de Incentivos a la Investigación; convocatoria bienal para la asignación de estímulos económicos a estudiantes de pregrado y posgrado de universidades reconocidas por el estado colombiano y a investigadores particulares, interesados en realizar trabajos de grado afines al Muua y conducentes a títulos académicos.
Como complemento a estas transcendentales labores de investigación, documentación y conservación, se suman las tareas de difusión y promoción del patrimonio cultural de la nación que protege. Mediante múltiples actividades educativas y comunicacionales que comprenden exposiciones itinerantes, programas radiales, visitas guiadas, talleres, maletas viajeras, conferencias, publicaciones periódicas, impresos publicitarios, seminarios, congresos, entre otros, la Colección de Antropología resalta la importancia de valorar, estimular y divulgar la protección de nuestro patrimonio y de nuestra memoria. Sobresale dentro de este frente, el guión museológico y montaje museográfico de la Sala Graciliano Arcila Vélez; una importante exhibición permanente que destaca las últimas investigaciones antropológicas del país y vincula las nuevas tendencias en el campo de la curaduría.
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Y como producto de las ingentes labores realizadas para responder al compromiso ético de salvaguardar y promocionar creativamente los referentes de identidad de un país, presentamos el Catálogo de la Colección de Antropología del Museo de la Universidad de Antioquia, una publicación con la que buscamos rendir un merecido homenaje a todos aquellos hombres y mujeres anónimos que poblaron nuestras tierras en distintas épocas, y quienes gracias a su claridad en el manejo de
Museo del Instituto de Antropología, Medellín, 1960 F: Archivo Fotográfico Graciliano Arcila Vélez, Museo Universidad de Antioquia
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lo utilitario y de lo ceremonial y a su extraordinario sentido del diseño y la estética, dejaron a la humanidad un diverso e inagotable patrimonio colmado de historias y saberes.
Más que contribuir al solaz de los lectores y a la conceptualización en diversas áreas de la antropología, con estas páginas, magistralmente ilustradas por bienes patrimoniales invaluables, pretendemos abrir nuevos caminos al descubrimiento de Colombia como país multiétnico y pluricultural, y proponer otros recorridos que nos permitan aportar a la edificación de una sociedad más incluyente.
Santiago Ortiz Aristizábal
Colección de Antropología
Nuestra aspiración es brindar al lector, sea este especialista, estudioso o aficionado al tema, una mirada panorámica de la situación de los indígenas en Antioquia, de las comunidades afrocolombianas, la etnografía y los museos, del patrimonio arqueológico de nuestro Departamento, y de la arqueología en Colombia; una visión que evidencie los referentes de identidad construidos a partir de la materialidad de las piezas arqueológicas y etnográficas albergadas en la Colección de Antropología del Muua.
Antropólogo
Curador Colección de Antropología Museo Universidad de Antioquia
Hernán Alberto Pimienta Buriticá Antropólogo Coordinador Colección de Antropología Museo Universidad de Antioquia
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Sala Graciliano Arcila Vélez, exposición permanente, 2013 / F: Fabio Hernán Arboleda Echeverri
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Breve historia de la arqueología en Colombiaerto Lleras Pérez Rob
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*Antropólogo de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia), Máster en Artes, Métodos Científicos y Arqueología de la Universidad de Bradford (Gran Bretaña) y Ph. D. en Arqueología de la University College London (Gran Bretaña). Se ha desempeñado como docente-investigador en los departamentos de Antropología de las universidades Nacional de Colombia y de los Andes (Bogotá, Colombia), en la Escuela de Administración de Negocios (Bogotá, Colombia), y en el Centro de Restauraciones de Bienes Muebles (OEA-INAC, Panamá). Trabajó en el Instituto Colombiano de Antropología e Historia -ICANH (Bogotá, Colombia). Actualmente ocupa el cargo de Decano de la Facultad de Estudios del Patrimonio Cultural de la Universidad Externado de Colombia (Bogotá, Colombia). Ha realizado diferentes investigaciones y publicaciones relacionadas con la arqueología colombiana.
23 Fardo funerario – Infante Duitama, Boyacá 20,0 cm. x 53,5 cm. x 53,0 cm. Reg. 13477 El ajuar funerario estaba constituido por piezas de cerámica, mochilas, agujas y collares.
Breve historia de la arqueología en Colombia
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omo ha sucedido históricamente con todas las ciencias, la arqueología no surge de una vez estructurada y con sus métodos bien desarrollados. En Colombia, como en el resto del mundo, los vestigios materiales de las sociedades desaparecidas fueron objeto de tratamientos y formas de interpretación diversas, antes de que se pudiera hablar de arqueología propiamente dicha. Estos momentos iniciales del estudio del pasado tienen gran importancia por la información que acumularon los esforzados pioneros de la investigación y por la naturaleza de sus ideas, las cuales retratan la mentalidad de la época. Desde otro punto de vista, la historia de la arqueología es, también, la historia de cómo los colombianos hemos concebido nuestro pasado indígena, de cómo hemos ido evolucionando desde la noción de tesoro hacia la de patrimonio cultural, y de la progresiva aceptación de la identidad nacional mestiza.
El comienzo El paso de sociedades humanas por el territorio de la actual Colombia, durante varios miles de años, dejó centenares de miles de objetos enterrados en el subsuelo. Cada nuevo grupo se asentó sobre los vestigios de los anteriores ocupantes. Forzosamente, esta superposición de ocupaciones llevaba en ocasiones a realizar hallazgos accidentales. Sin embargo, hasta cuando llegaron los europeos a tierras americanas, parece que los objetos exhumados por accidente fueron muy escasos y que casi nunca se excavó intencionalmente. La Conquista trae consigo un cambio drástico. Una vez los conquistadores europeos se percataron de las riquezas que se podían encontrar bajo tierra, se dedicaron con entusiasmo a saquear en cuanto sitio pudieron. Las crónicas dan testimonio de varias toneladas de oro y miles de objetos que se perdieron por aquella época. La costumbre de guaquear y el término mismo (desenterrar los santuarios indígenas o huacas, nombre que se daba a estos sitios en el Perú) vienen de aquella época. En los sepulcros y templos del Sinú y de otras regiones del país, los españoles obtuvieron, en los primeros años de la Conquista, muchas piezas valiosas que fueron fundidas y enviadas a España en lingotes. En la cordillera Oriental fueron aprehendidas las ofrendas encontradas en los santuarios, y se intentó desecar varias lagunas sagradas, como las de Guatavita y Siecha, para extraer los objetos allí depositados.
25 Vasija Mompós, Bolívar 16 cm. x 15,5 cm. Reg. MB 1443 Los artesanos de las Llanuras del Caribe se preocuparon por elaborar objetos de múltiples formas y finos acabados.
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27 Figura antropomorfa – Tabloide Valle del Cauca 28,5 cm. x 17,7 cm. x 10,4 cm. Reg. 6536 Representación de un hombre sentado y estilizado, con decoración facial.
Ocarina Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena 15 cm. x 12,2 cm. x 6,1 cm. Reg. 13 CCXII Representación de hombre-serpiente.
La joven república de la Nueva Granada mantuvo intacta la costumbre colonial. Una ley de 1833 otorgaba, a quien encontrara guacas de indios, la propiedad sobre las mismas, con la sola obligación de pagar al Estado un quinto de su valor. En la década de 1850 la Comisión Corográfica, organizada para estudiar los recursos naturales bajo la dirección de Agustín Codazzi, halló y dio a conocer algunos de los más importantes monumentos arqueológicos de San Agustín. Por primera vez los hombres de ciencia se preocuparon por los objetos arqueológicos y plantearon la posibilidad de estudiarlos. Esta semilla de inquietud germinó en la mente de varios intelectuales quienes, desde entonces, se dedicaron a recoger y estudiar los objetos dejados por los indígenas, y a publicar sus hallazgos. Los nombres de Ezequiel Uricoechea Rodríguez, Liborio Zerda, Vicente y Ernesto Restrepo Tirado, Miguel Triana y Joaquín Acosta Ortegón deben figurar entre los pioneros de la arqueología en Colombia. Después del saqueo inicial llevado a cabo en el siglo XVI, la guaquería declinó en todo el territorio, hasta cuando la colonización antioqueña del Macizo y del Viejo Caldas trajo consigo un nuevo auge de esta actividad, a partir de 1850. Por entonces se realizaron famosos hallazgos de piezas Quimbayas que fueron a parar en su mayor parte al extranjero. Algunos colombianos entusiastas, como Santiago Vélez y Leocadio María Arango, conservaron colecciones que tiempo después se convertirían en el núcleo de los museos arqueológicos. El hallazgo del famoso Tesoro de los Quimbayas en el municipio de Filandia, Quindío, es un hecho memorable de esa época. El conjunto de 122 piezas, entre las cuales hay varias obras maestras de orfebrería, terminó en España en 1892, donado por el gobierno colombiano. Muy pronto la fama de la arqueología, y en especial del oro precolombino de nuestro país, traspasó las fronteras, y los grandes museos norteamericanos y europeos se interesaron por adquirir objetos arqueológicos de Colombia. Hubo misiones cuyo objetivo fue únicamente obtener y exportar piezas, pero, al lado de ellas, llegaron también las primeras expediciones arqueológicas propiamente dichas que trabajaron en Colombia, la primera de las cuales fue conducida por el alemán Konrad Theodor Preuss, quien trabajó en San Agustín entre 1913 y 1914. La segunda la comandó el norteamericano Alden Mason y recorrió varios sitios de la Sierra Nevada de Santa
28 Alcarraza Córdoba 23,1 cm. x 18,1 cm. x 24,5 cm. Las diferentes poblaciones de las Llanuras del Caribe modelaron la arcilla para darle forma a múltiples piezas de uso utilitario y ceremonial. Esta alcarraza revela el trabajo que los artesanos le destinaron, de la misma manera como el tiempo muestra su estado de conservación.
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El siglo XIX
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Marta entre 1922 y 1923. Aun cuando los resultados científicos de estos trabajos sólo vinieron a conocerse en Colombia años después, y aunque en ambos casos las expediciones se llevaron consigo valiosos objetos del patrimonio nacional, fue muy importante en la historia de la arqueología de Colombia que en estas dos oportunidades se demostrara que las excavaciones podían producir, además de objetos, una información histórica. Este hecho cerró una etapa y abrió la posibilidad de iniciar otra en condiciones diferentes.
Arqueólogos y antropólogos, la formación de las disciplinas El valor de los aportes que los extranjeros han hecho a la arqueología de Colombia está directamente relacionado con su capacidad para entrenar y formar investigadores y académicos colombianos que continúen y profundicen su labor. Es decir, la capacidad de hacer escuela. En este sentido, la labor del grupo de europeos que trabajó en Colombia durante las décadas de 1930 y 1940 fue extraordinaria. Por esta época llegaron al país varios investigadores de gran trayectoria, en buena parte desplazados por las dictaduras fascistas que se impusieron en el viejo continente. El francés Paul Rivet, el alemán Justus Schotelius y el español José Pérez de Barradas se dedicaron a investigar, enseñar, promover instituciones y crear conciencia sobre el valor del patrimonio arqueológico de la nación. Mención aparte merece Gerardo Reichel-Dolmatoff, quien llegó a Colombia en este período, se radicó definitivamente en el país y realizó, durante más de cincuenta años, una colosal labor de investigación. Éste fue un período fructífero, como pocos, en la arqueología de Colombia. La primera comisión oficial arqueológica colombo-española, dirigida por José Pérez de Barradas y Gregorio Hernández de Alba, exploró San Agustín entre 1936 y 1937, y realizó importantes hallazgos. Se crearon el Servicio Arqueológico Nacional, la Sección de Arqueología y Etnografía del Museo Nacional, el Instituto Etnológico Nacional, y el Museo del Oro. Los primeros antropólogos y arqueólogos colombianos estudiaron en el Instituto Etnológico y recorrieron el país explorando territorios hasta entonces desconocidos. De esta época datan los primeros escritos de arqueología nacional firmados por los pioneros, cuyos nombres evocan una época vital en esta historia. Luis Duque Gómez, Graciliano Arcila Vélez, Eliécer Silva Celis, Sergio Elías Ortiz, Carlos Angulo Valdez y otros constituyen la primera generación de investigadores notables. Los resultados de sus trabajos son
31 Vasija Tierralta, Córdoba 25 cm. x 24,2 cm. Reg. MB 0218 Recipiente de soporte coronario y decoración incisa.
Éstos y otros aspectos, que continuaron desarrollándose en la década de 1970, propiciaron un ambiente académico abierto y floreciente que planteó de nuevo la necesidad de formar antropólogos y arqueólogos en las universidades del país.
El florecimiento de la arqueología no se restringió a la capital sino que, aprovechando el entusiasmo despertado en las regiones, se instituyeron varios centros filiales de investigación en Medellín, Popayán, Barranquilla, Santa Marta y Sogamoso. Las ideas fundamentales imperantes en ese entonces sobre la prehistoria se popularizaron, y el gran público oyó hablar por primera vez sobre el poblamiento de América, las tribus indígenas, las familias lingüísticas y las técnicas metalúrgicas, entre otros temas. Esto contribuyó en gran medida a fomentar el sentimiento de identidad de los colombianos con sus antepasados indígenas y el aprecio por el legado cultural de estas sociedades.
La época reciente
El esfuerzo, continuado por el Instituto Colombiano de Antropología a lo largo de la década de 1950, además de rendir frutos en el campo de la investigación, también produjo resultados en otras áreas. En 1959 el Congreso de Colombia promulgó la Ley 163, que significó un avance notable para la protección del patrimonio arqueológico. Cuatro años más tarde esta ley fue reglamentada por medio del Decreto 264, con lo que se conformó un marco jurídico que tuvo vigencia por más de treinta años. El país se preocupó por consolidar los parques arqueológicos nacionales y por evitar que el patrimonio cultural terminara en el extranjero. Tal vez fue, sin embargo, en los campos académico e investigativo en los que se realizaron los avances más importantes. Por ese entonces los investigadores extranjeros tomaron un interés mayor en la arqueología del país. En las décadas de 1950 y 1960 se hicieron significativos avances que permitieron integrar la arqueología de Colombia a los grandes esquemas continentales. Gracias a ello la disciplina se reorientó radicalmente; de allí en adelante, en lugar de explorar y excavar algunos sitios aislados y de generar conocimientos que no superaban el ámbito local, se empezaron a plantear y abordar grandes temas. A partir de estos nuevos rumbos, nació la preocupación por buscar las evidencias del poblamiento y ocupación inicial del territorio, y por entender qué características tenía y cómo se relacionaba la Etapa Formativa de Colombia con la del resto del continente.
En este ambiente de estudio y entusiasmo comienza la apertura de las carreras profesionales en las universidades. Sucesivamente se abren los departamentos de antropología en la Universidad de los Andes (Bogotá) en 1963, en la Nacional (Bogotá) también en 1963, en la de Antioquia (Medellín) en 1965, y en la del Cauca (Popayán) en 1970. En la preparación de las primeras generaciones de antropólogos universitarios colombianos intervienen los grandes maestros de la época. Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff se convirtieron en el núcleo de la enseñanza en la Universidad de los Andes, Orlando Fals Borda cumplió igual función en la Nacional, y muchos de los egresados de la Normal Superior y del Instituto de Antropología, en las décadas de 1940 y 1960, compartieron sus experiencias con los nuevos estudiantes.
Breve historia de la arqueología en Colombia
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vitales para la comprensión de la arqueología del país; estos artículos, publicados en el Boletín de Arqueología, en la Revista del Instituto Etnológico Nacional y en los primeros números de la Revista Colombiana de Antropología, siguen siendo objeto de consulta permanente por parte de los investigadores actuales.
Paralelamente, el Instituto Colombiano de Antropología revivió la descentralización. El Programa de Estaciones Antropológicas concibió la creación de centros regionales de investigación multidisciplinaria ubicados en el cinturón marginal de Colombia. Antes de que los recursos financieros se agotaran, alcanzaron a entrar en funcionamiento cinco de estas estaciones, ubicadas en La Pedrera (Amazonas), Puerto Leguízamo (Putumayo), Cravo Norte (Arauca), Santa Marta (Magdalena) e Ipiales (Nariño). Pese a su corta existencia, las estaciones dejaron experiencias y resultados significativos. Uno de los logros más importantes de este programa fue el hallazgo del sitio arqueológico Buritacá 200, mejor conocido como Ciudad Perdida, que puso de relieve la magnitud e importancia de la cultura Tairona. Los años transcurridos desde 1980 hasta el presente han estado marcados por una desigual combinación de hechos. El gremio de los arqueólogos ha crecido, pasando del puñado de pioneros de los años sesenta, a ser una comunidad amplia en la cual están representadas todas las tendencias teóricas y metodológicas conocidas. El intercambio con los otros países de América Latina y del mundo se ha incrementado, y ha roto el aislamiento que antes imperó; hoy es usual
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Mรกscara Tumaco-La Tolita 7,3 cm. x 7,2 cm. x 4,5 cm. Reg. MB 0633 Representaciรณn antropomorfa de la vejez.
Figura Tumaco-La Tolita 18,8 cm. x 11,6 cm. x 15,5 cm. Reg. MB 1225 Figura antropomorfa masculina sentada con tocado.
Figura Tumaco-La Tolita 28,3 cm. x 15,5 cm. x 15,2 cm. Reg. 10780 Figura antropomorfa hombre-emplumado. Representaciรณn de una danza.
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El Instituto Colombiano de Antropología y las demás instituciones relacionadas con la arqueología han sufrido altibajos. A la larga, unas se han fortalecido y otras han desaparecido. Los recursos dedicados a la investigación han pasado por épocas de extrema escasez y por otras de inusitada bonanza, como la que ocurrió entre 1990 y 1998, cuando se realizaron centenares de proyectos de arqueología de salvamento, financiados por las empresas constructoras de obras de infraestructura vial, petrolera y eléctrica. En años recientes, la investigación de campo se ha visto afectada por la situación general de inseguridad que se vive en el país. En contraste, la investigación en las colecciones de los museos se ha revitalizado. La promulgación de la Constitución Política de 1991 representó un importante avance en la protección legal del patrimonio. En la nueva carta fundamental, el país reconoció que los objetos del pasado indígena tienen un valor vital, más allá del monetario, y que conforman parte de la identidad nacional. La declaratoria del patrimonio arqueológico como bien público sentó la base para controlar la excavación clandestina y el tráfico de piezas. El saqueo de los yacimientos arqueológicos, no obstante, ha continuado y se han presentado episodios que han arrasado con parte importante de la historia indígena prehispánica. Colombia se enfrenta, al principio del nuevo milenio, con una tradición de estudios arqueológicos de cerca de un siglo, y con la voluntad firme de continuar descubriendo, preservando e investigando su pasado indígena. En éste, como en otros casos, hay una desigual lucha entre estos propósitos y una multitud de condiciones adversas.
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que los profesionales adelanten estudios de posgrado en el exterior, que se utilice la bibliografía extranjera extensamente y que los resultados de los estudios hechos en Colombia se divulguen en foros internacionales.
37 Copa Tierralta, Córdoba 28,0 cm. x 22,0 cm. x 22,0 cm. Reg. 12392 – 12393 Copa de soporte pedestal con decoración aplicada e incisa.
Nariguera Córdoba 1,9 cm. x 17,7 cm. Reg. 155 Nariguera de prolongaciones horizontales con figuras zoomorfas.
Orejeras Córdoba 4,9 cm. x 8,2 cm. Reg. 152 - 173 Orejeras de media luna con doble representación de aves.
Nariguera Córdoba 4 cm. x 4,5 cm. Reg. 150 Nariguera semicircular con espirales en filigrana fundida.
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39 Nariguera Córdoba 2 cm. x 4,4 cm. Reg. 134 Nariguera en forma de “ene” con remates.
Colgante Córdoba 2,7 cm. x 4,4 cm x 4,5 cm. Reg. 087 Colgante zoomorfo múltiple.
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41 Taller orfebre Cรณrdoba
Vasija Tierralta, Cรณrdoba 29 cm. x 32 cm. Reg. MB 1469 Con representaciones antropomorfas adosadas y soporte coronario.
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43 Pectoral La Tebaida, Quindío 16,8 cm. x 14,7 cm. Reg. 129 Pectoral acorazonado.
Trompeta Valle del Cauca 37,3 cm. x 4,2 cm. Elaborada en hueso con decoración incisa y grabados en forma de espiral. Probablemente sirvió como matriz para fabricar un instrumento musical en láminas de oro.
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45 Vasos comunicantes Cordillera Oriental 18,9 cm. x 27,3 cm. x 26,5 cm. Representación de un hombre sentado en posición reflexiva. En el cuerpo de cada recipiente sobresalen dos serpientes.
Silla Barroso, Guamo, Tolima 37,3 cm. x 19,5 cm. x 31 cm. Reg. CTO. 850 Representación de una figura humana en el espaldar, acompañada de dos serpientes aplicadas.
El patrimonio arqueológico en Antioquia: retrospectiva y proyecciones hacia el nuevo mileniordo López Castaño
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*Antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia), Doctor en Antropología de la Universidad Temple (Filadelfia, Estados Unidos). Se ha desempeñado como docente-investigador en las universidades Nacional de Colombia y Jorge Tadeo Lozano (Bogotá, Colombia), y en la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Actualmente labora como docente en la Universidad Tecnológica de Pereira. Ha realizado investigaciones y publicaciones sobre el ambiente y los primeros pobladores del territorio colombiano, particularmente en el Valle del Magdalena y el Valle del Cauca, y sobre Ecología Histórica y Gestión Ambiental.
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Tumba de cámara lateral / Cerro El Volador, Medellín, Antioquia / F: Oscar Botero
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a actitud frente al estudio y la gestión del patrimonio arqueológico en el departamento de Antioquia ha sido desigual a lo largo del tiempo, con períodos de mayor interés y producción significativa, y otros de relativo estancamiento. Esto ha sido consecuencia de los cambiantes procesos políticos y económicos que han marcado la dinámica cultural y académica colombiana, así como de acciones y compromisos individuales e institucionales.
En la última década son notables las transformaciones en el desarrollo de la disciplina arqueológica y su práctica profesional. Aunque de manera tardía, se han reflejado los avances teóricos y metodológicos de la arqueología, y en buena medida se ha venido pasando de la dependencia exclusiva de las instituciones culturales y educativas hacia nuevas formas de intervención, con predominio últimamente de consultorías por entidades de carácter privado1 y disminución en número de las iniciativas de carácter público.
El patrimonio arqueológico en Antioquia: retrospectiva y proyecciones hacia el nuevo milenio
Introducción
Tras los ecos del desarrollo de la disciplina arqueológica en la década del sesenta en el ámbito mundial, y luego del boom de la llamada Nueva Arqueología —llegada con mucho retraso a Colombia—, se fueron dando en nuestro medio algunos virajes. Se buscó superar el énfasis exclusivo en los objetos, la dedicación única a sitios puntuales y las interpretaciones inductivas, para dirigirse hacia una arqueología con alcances regionales, más tecnificada, que pretendía ir en búsqueda de mayor objetividad científica2. En el caso antioqueño, en pocos años la cantidad de nuevas informaciones creció de manera acelerada, debido al incremento en el número de investigadores, al aumento de estudios en distintos sectores del Departamento y a la aplicación de metodologías y técnicas más complejas (Castillo, 1998; Correa, 1997; Piazzini, 1993; López, 2000). No obstante, un análisis crítico muestra limitados avances en el campo de la teoría arqueológica, así como la generación de procesos que parecieron producir más expectativas que resultados concretos en la consolidación de la arqueología regional.
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A comienzos del siglo XXI, el estudio y la gestión del patrimonio arqueológico en Antioquia viven un período de relativo estancamiento, ligado con las condiciones de recesión y pauperización econó-
Urna funeraria Cerro El Volador, Medellín, Antioquia 45,1 cm. x 28,3 cm.
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Puntas de proyectil De izquierda a derecha Anorí, Antioquia 8,3 cm. x 3,3 cm. Puerto Berrío, Antioquia 6,7 cm. x 4,4 cm. Reg. 12412
Lascas Puerto Berrío, Antioquia De izquierda a derecha 5,5 cm. x 3,3 cm. – 4,7 cm. x 1,5 cm. 3,4 cm. x 3,1 cm. Reg. 12447, 12448, 12451 Láminas de corte elaboradas en chert y cuarzo
Actualmente, aunque se continúa dando en menor escala la práctica de consultorías, éstas son aisladas, sin vinculación a programas coordinados de investigación con los centros académicos o culturales que pudiesen liderar y proyectar un proceso de fortalecimiento a mediano plazo de la disciplina en la región. En el ámbito institucional, sólo el Museo de la Universidad de Antioquia, con más de sesenta años de existencia, ha mostrado un camino ascendente en sus diversos programas de inventario, protección, conservación, investigación, divulgación y exhibición patrimonial. Se ha logrado consolidar como un espacio museológico para los sentidos y el conocimiento de alto nivel, con colecciones reconocidas por su autenticidad y originalidad, con actividad cultural permanente, lo que ofrece posibilidades de pasantías a estudiantes monitores que se forman en los distintos quehaceres en este campo Se puede afirmar que han sido contados los trabajos de síntesis sobre el desarrollo de la arqueología en Antioquia (Castillo, 1987; Castillo y Gil, 1992; Piazzini, 1993a), y que se cuenta con una no despreciable cantidad de informes técnicos de distintos grados de complejidad. Sin duda se han logrado buenas descripciones de colecciones y sitios de los distintos sectores del Departamento, generalmente asociadas con estudios preventivos o de rescate ligados a obras de ingeniería. Son destacables varios esfuerzos de integración, como el Atlas Arqueológico de Antioquia3 y varias publicaciones que reflejan la labor del Museo de la Universidad de Antioquia (Museo Universitario, 1993). Por otra parte, se debe mencionar la formulación de un plan estratégico para la arqueología regional propuesto desde la Universidad de Antioquia en 1997. Infortunadamente, la gestión no alcanzó los resultados esperados, al menos durante el tiempo en que se contó con un número significativo de profesionales y estudiantes trabajando en conjunto en consultorías y proyectos de investigación (López, 2000).
50 Raspador Puerto Berrio, Antioquia 9,8 cm. x 6,7 cm. Reg. 12433
Chopper Puerto Berrío, Antioquia 11,8 cm. x 10,7 cm. Reg. 12429
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mica del país. La profesionalización de la disciplina pasa por momentos difíciles, por la falta de políticas nacionales y locales claras sobre el tema, así como por la carencia de presupuestos suficientes. La década del noventa conoció un período de auge consolidado en la dinámica del Laboratorio de Arqueología del Centro de Investigaciones Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, CISH, la participación de Corantioquia y el funcionamiento de otros centros de consultoría conformados por investigadores privados asociados, pues se contó con recursos económicos necesarios para sostener el alto costo de los complejos estudios arqueológicos contemporáneos. Es evidente que esta bonanza ha terminado y estamos avocados a tiempos más difíciles.
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Hachas Valle Medio del Porce, Anorí, Antioquia De izquierda a derecha 10,8 cm. x 7,0 cm. – 10,1 cm. x 6,3 cm. – 8,3 cm. x 5,4cm.
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53 Entierro primario – Infante Gómez Plata, Antioquia
Placa de moler Gómez Plata, Antioquia 12 cm. x 21 cm. x 16,5 cm.
Colgante El Estorbo, Turbo, Antioquia 3,7 cm. x 0,7 cm. x 5 cm. Reg. 10830 Colgante en forma de ave, elaborado en concha.
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55 Collar Costa Caribe 55 cm. x 11,2 cm. Collar elaborado en concha
Arpón Cerro del Águila, Necoclí, Antioquia 12,7 cm. x 2,9 cm. x 1,2 cm. Reg. 12482 Instrumento aserrado elaborado en hueso. Empleado en actividades que se relacionaban con la cacería y la pesca.
Figura El Estorbo, Turbo, Antioquia 19,9 cm. x 8,8 cm. x 16 cm Reg. 12910 - 12911 Figura femenina que muestra a una mujer sentada, ataviada y sosteniendo un cuenco con sus manos.
El papel de los coleccionistas y eruditos en el desarrollo de la arqueología y de la museología Durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX, las potencias occidentales impulsaron el coleccionismo de piezas culturales prehispánicas y fortalecieron procesos de reflexión histórica en torno a los pobladores antiguos. Inicialmente, con el afán de adecuar museos con piezas monumentales, se prestó mayor atención a las culturas clásicas —griegos, romanos, entre otros—, ampliamente conocidas por referencias escritas y artísticas; pero posteriormente se volcaron al estudio de otras sociedades, incluyendo las más conocidas culturas americanas. En varios casos se buscó, a partir de sitios y objetos aborígenes —monumentales o no—, destacar aspectos que dieran el estatus de civilización a sociedades tradicionalmente consideradas bárbaras. Además de los aportes de los primeros arqueólogos extranjeros ligados a los principales museos de las grandes capitales mundiales, se comenzaron a destacar también los trabajos de algunos estudiosos originarios de los países investigados.4 Más allá de los relatos de los cronistas europeos repetidos sin ninguna crítica, algunos eruditos colombianos decimonónicos comenzaron a interesarse por los objetos e inclusive por “las voces de los vencidos”. No obstante, el interés mayor de los coleccionistas locales estaba sustentado en el poder económico y en el prestigio logrado al adquirir piezas, sobre todo en una época de ampliación de fronteras agrícolas, cuando la guaquería se incrementó considerablemente5. Entre los principales coleccionistas antioqueños del momento se destacaron don Leocadio María Arango, Manuel Uribe Ángel, Vicente Restrepo y Ernesto Restrepo Tirado. Es importante enfatizar su afán por organizar y proteger los materiales prehispánicos mediante una adecuada curación y
56 Urna 53,4 cm. x 36,5 cm. La Pintada, Antioquia Reg. 8332 Representación antropomorfa
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Los balances también señalan que se ha adelantado poco respecto a discusiones teóricas o metodológicas amplias, así como tampoco se han correlacionado con el ámbito social y político en el que se han efectuado las investigaciones arqueológicas; además, son muy escasos los aportes conceptuales y los modelos explicativos que superen la contextualización formal de los datos (Piazzini, 1993a). Varios temas de subespecialización —como la arqueología histórica, de género, etnoarqueología, arqueología experimental, etc.— no se han desarrollado, lo que se explica, de un lado, por la falta de estudios de posgrado que den una verdadera continuidad y soporte académico e investigativo, y, por otro, por los escasos intercambios nacionales e internacionales.
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exhibición, e inclusive reflexionando y escribiendo acerca de la procedencia de éstos, con interpretaciones culturales muy ligadas a las teorías difusionistas predominantes.6 Infortunadamente, el gran interés económico y las posibilidades de prestigio ligadas a las colecciones de orfebrería y cerámica motivaron el saqueo e implicaron la salida del país de un número considerable de piezas, en la mayoría de los casos incentivada por nuestros dirigentes y diplomáticos, quienes inclusive las ofrecían como regalo a embajadores y a visitantes extranjeros. Por otra parte, vale la pena mencionar que los dignatarios locales admiraban la calidad artesanal de las piezas, pero no reconocían tener ningún vínculo hereditario con los grupos indígenas. Estos materiales servían para ampliar las explicaciones del pasado, pues la existencia de bienes arqueológicos era la confirmación de los datos históricos aportados por los cronistas. En general, los coleccionistas se limitaban a comprar los objetos, pero no hubo ningún trabajo de campo encaminado a describir la procedencia y contexto de las piezas. Pese a los aportes de la curación empírica, emprendida por algunos personajes, faltaron estudios integrales, sólo es posible señalar algunas descripciones e interpretaciones de materiales no monumentales por parte de Emilio Robledo Correa y Félix Mejía Arango, publicadas en las primeras décadas del siglo XX (Piazzini, 1993a y 1993b). En síntesis, existen de vieja data informaciones del mayor interés, tanto en cultura material como en aspectos de su contexto social. Además del aprovechamiento de estas colecciones en exhibiciones, como las que recurrentemente realiza el Museo de la Universidad de Antioquia, aún queda mucho trabajo por hacer en cuanto al contexto de las piezas y el entorno ideológico de la época de estos coleccionistas. Los anaqueles del Museo, las Colecciones de Referencia Arqueológicas y sus exposiciones permanentes y temporales son espacios vivos, a la espera de estudios con nuevas preguntas sobre estas temáticas.
Hacia la consolidación de la arqueología regional 58
En la década del cuarenta del siglo xx, varios investigadores extranjeros se interesaron por la arqueología y la historia del centro y suroccidente colombiano. Fueron de gran importancia las obras de William Bennet (1944) y Hermann Trimborn (1943), las que aportaron un marco de
59 Metate / Mano de moler Cerro El Volador, Medellín, Antioquia 11,1 cm. x 18,5 cm. x 32,2 cm.
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referencia a la discusión sobre los grupos indígenas que ocuparon la región en tiempos del contacto con los conquistadores europeos. Más allá de las descripciones de piezas cerámicas, su interés estaba dirigido al conocimiento de culturas y la definición de problemas históricos en cuanto al desarrollo y aspectos particulares de complejidad social en el norte de Suramérica. El tema de los cacicazgos, como estadio de organización social de interés sobre todo en interpretaciones de corte evolucionista, fue planteado desde este momento como tema de estudio, no sólo a partir de los documentos históricos, sino del registro arqueológico. Estos trabajos constituyeron elementos importantes en términos de acercamientos teóricos y metodológicos, y sus aportes fueron retomados desde entonces —de forma poco crítica— en la mayoría de las investigaciones. Por otra parte, la necesaria consolidación institucional, tanto académica como de la infraestructura que permitiría comenzar los trabajos de investigación arqueológica en Antioquia, fue lograda gracias a la obra pionera emprendida por el doctor Graciliano Arcila Vélez. Este destacado profesor culminó sus estudios en Bogotá, en la Escuela Normal Superior y en el recién creado Instituto Etnológico Nacional bajo la dirección del maestro francés Paul Rivet. Una vez de regreso a su tierra natal, el doctor Arcila Vélez se vinculó en Medellín a la Universidad de Antioquia y en 1943 fundó el Museo Antropológico. Según los intereses de la época, predominaba la intención de lograr una clasificación preliminar por regiones arqueológicas, así como de ampliar las colecciones de referencia del Museo (Museo Universitario, 1993; Piazzini, 1993a y 1993b). En 1953, el Servicio Etnológico de la Universidad de Antioquia se transformó en el Instituto de Antropología, se fundó la Sociedad Antioqueña de Antropología y se comenzó a publicar el Boletín de Antropología. Por varios años se llevó a cabo una actividad arqueológica más académica que práctica, y se dio prelación a la prestación de servicios docentes a otros programas académicos de la Universidad antes que al desarrollo de procesos investigativos.
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En 1966 la gestión del doctor Arcila Vélez se consolidó con la fundación del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, para fortalecer un adecuado espacio académico y estimular la investigación. La mayoría de los profesores entonces vinculados procedían de Bogotá, dada la carencia de especialistas locales. Aunque se habían hecho avances en ciertos aspectos de producción antropológica en los campos fundamentales de la disciplina —con la contribución del maestro Graciliano Arcila, quien sentó las bases para los desarrollos posteriores—, era un gran reto poner en marcha procesos investigativos de mayor cobertura. Gracias a estos
61 Urna funeraria Puerto Triunfo, Antioquia 32,2 cm. x 17,8 cm. Figura masculina que muestra un hombre sentado, sosteniendo un cuenco con su mano izquierda.
Con esta logística en marcha y con los nuevos docentes, durante las décadas del setenta y ochenta se efectuaron investigaciones arqueológicas con distintos grados de complejidad. Es un hecho incontrovertible que las tierras altas y bajas del norte de los Andes son áreas clave para entender cambios económicos, políticos y sociales en tiempos precolombinos. En este sentido, el departamento de Antioquia ofrece una variada gama de regiones naturales, entre ellas paisajes marinos, continentales, fluviales y cordilleranos, que permiten estudiar la amplia gama de problemáticas y conexiones enunciadas. Es importante señalar el interés inicial en estudios en el occidente de la costa Atlántica colombiana. De la mayor importancia para la formación de nuevos investigadores fue el proyecto internacional entre la Universidad de Antioquia y la Universidad de Amsterdam (Holanda), desarrollado en el Golfo de Morrosquillo. Por varios años se trató de responder preguntas sobre la antigüedad, explotación de recursos y cambios culturales de las sociedades asentadas en el occidente de la costa Caribe colombiana (Castillo, 1987; Santos, 1992). También son de resaltar las investigaciones adelantadas en la primera fundación española en tierra firme, Santa María la Antigua del Darién, lideradas por el profesor Graciliano Arcila Vélez. En distintas regiones cercanas a Medellín, desde años atrás, el profesor Arcila Vélez había realizado rescates e investigaciones dispersas. En la década del ochenta se efectuaron nuevos estudios en esta región montañosa, liderados por profesores del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia —relacionados con hallazgos puntuales o con el estudio de sitios o áreas según el interés de los investigadores—, y se presentaron diversas monografías de grado (Botero y Vélez, 1995; Cadavid, 1989; Castillo, 1987; Castillo y Gil, 1992; Piazzini, 1993a y 1993b; Santos, 1993). En realidad no todos estos estudios tuvieron la continuidad deseada y las pocas publicaciones tan sólo reflejan una faceta de estos esfuerzos, en particular aspectos descriptivos de la cerámica.
62 Urna funeraria Caucasia, Antioquia 55,6 cm. x 49,6cm. Reg. 11823 Representación antropomorfa en alto relieve.
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aportes finales de los años setenta, se contaba ya con colecciones de referencia básicas, que incluían la procedencia de las piezas y las primeras clasificaciones cronológicas de las mismas. Igualmente, en artículos de circulación regional y nacional se comenzaron a presentar materiales e interpretaciones de los hallazgos realizados en Antioquia (Museo Universitario, 1993; Piazzini, 1993a y 1993b).
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En la última década se comenzó a trabajar reiteradamente en temas o problemas de interés investigativo, como la primera colonización humana de las varias regiones, la domesticación de plantas y la complejización social. Se efectuaron distintos avances inscritos en la arqueología de contrato, la cual favoreció tanto al sector público (representado básicamente por la Universidad de Antioquia) como al sector privado (consultores individuales y asociados).
Regionalización, periodizaciones culturales y problemáticas de investigación Como ya se planteó, no fue extraño que los primeros artículos y textos que circularon y sintetizaron las regiones culturales antioqueñas dieran prioridad a la visión histórico-cultural, con énfasis en las piezas sobresalientes o monumentales típicas de cada una de ellas. Según el entorno y las ideologías dominantes, éstas eran atribuidas a sociedades indígenas, que por lo general fueron ligadas con la visión de los cronistas de la época del contacto con los europeos. En este sentido, para el departamento de Antioquia se planteó una regionalización que diferenciaba la costa Caribe, en particular el Urabá, la zona del noroccidente, el sector central, el nordeste, el sur y el valle del Magdalena (Castillo y Gil, 1992). Inicialmente, según los datos y teorías explicativas disponibles, se hizo énfasis en sociedades tardías, se buscaban sus supuestas fronteras de expansión, y se les daba además un carácter único por sectores, con una mirada inclusive atemporal. A partir de las investigaciones posteriores a los años ochenta empezaron a cambiar los enfoques, buscando resolver preguntas ligadas con los procesos de poblamiento y evolución cultural a escala regional. Comenzaron a ser importantes las inquietudes respecto al poblamiento primigenio, los orígenes y manipulación de plantas y los procesos de complejidad social.
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Nuevos trabajos ligados a obras de infraestructura en las diferentes ecorregiones permitieron efectuar extensos recorridos lineales y reconocimientos de amplias áreas, lo que dio la posibilidad de plantear nuevas preguntas sobre presencia y cambios culturales en cada uno de los sectores definidos tradicionalmente. Esto unido al respaldo económico, permitió los recursos necesarios para integrar nuevas metodologías computarizadas y análisis especializados; en particular se aumentaron significativamente las dataciones radiocarbónicas que precisaron con detalle la cronología de las secuencias investigadas (Aceituno, 1998; ICAN, 1994; López, 2000).
65 Urna funeraria Urrao, Antioquia 50,7 cm. x 31,5 cm. Reg. 1000 Forma cilíndrica con decoración empastada.
Siendo el territorio del departamento de Antioquia parte de la esquina noroccidental de Colombia, la pregunta sobre los primeros pobladores del continente suramericano tenía gran relevancia. Los estudios pioneros en Colombia sobre los pobladores precerámicos fueron proyectados con metodologías de prospección y análisis detallados de materiales líticos, gracias a los trabajos del antropólogo Gonzalo Correal Urrego y, en los aspectos paleoambientales, por el paleoecólogo Thomás van der Hammen. Las primeras investigaciones sistemáticas se desarrollaron en la sabana de Bogotá con implicaciones extrarregionales. Para el caso específico de Antioquia, el profesor Correal también visitó lugares clave donde encontró evidencias tempranas en el corredor del valle del Magdalena y las llanuras costeras, que brindaban los elementos básicos para futuras investigaciones (Correal, 1986). En la década del noventa se multiplicaron los estudios y se identificaron evidencias que demostraron la presencia humana desde finales del Pleistoceno en los valles interandinos del territorio antioqueño. En particular el valle del Magdalena, por su situación estratégica, presenta condiciones topográficas adecuadas para el asentamiento humano, por sus suaves pendientes y su estabilidad, y por la amplia oferta de materias primas minerales y vegetales, y de fauna. En esta zona fue alta la densidad y la calidad del registro arqueológico. Este marco ha brindado la posibilidad de generar modelos sobre cambios climáticos a lo largo del tiempo, que pudieron haber implicado drásticas transformaciones del entorno y haber determinado las actividades de subsistencia de los grupos humanos, inicialmente—y por varios milenios— cazadores y recolectores especializados, y posteriormente horticultores o agricultores. En este sentido, la integración de los análisis detallados de suelos y de los materiales presentes en los componentes excavados ha permitido determinar características significativas del entorno —en particular para los primeros pobladores— y avanzar en la explicación de la variabilidad ambiental, el uso de los recursos y los asentamientos y estrategias de colonización en tiempos prehispánicos según la tecnología y las decisiones culturales. En los sitios arqueológicos estudiados, la tecnología lítica muestra un alto grado de estabilidad, por lo menos en aspectos relacionados con las estrategias de elaboración de artefactos, las cuales se mantuvieron por un largo período que se extiende desde finales del Pleistoceno (hace unos 10.000 años) hasta
Se sabe, por lo tanto, que el hombre estuvo presente en la región desde finales del Pleistoceno, cuando en los páramos y cumbres más altas de las cordilleras los glaciares andinos estaban en retroceso. En los sectores bajos de la cuenca del río Magdalena, para ciertas épocas muy secas se ha propuesto el predominio de ambientes áridos y paisajes abiertos con vegetación arbustiva por descenso fuerte en la precipitación. Lugares hoy vistos como cimas de colinas aisladas, habrían hecho parte de una gran paleollanura y, paralelamente con los cambios, los ríos y quebradas aledaños habrían descendido decenas de metros de su curso actual7 (López, 2000). Otro valle interandino que ha aportado datos de gran interés es el del río Porce, tanto en su sector medio como en la parte alta, donde el mismo río, denominado Medellín, atraviesa el Valle de Aburrá. En el sector escogido para el proyecto hidroeléctrico Porce II, se detectaron evidencias culturales muy significativas que sustentan una milenaria ocupación durante todo el Holoceno. Los grupos más antiguos de cazadores recolectores data de hace 9.120 años, y se han caracterizado por la subsistencia en un entorno de bosque tropical húmedo —a diferencia de las evidencias ambientales del Magdalena para ese entonces—. Se plantea que desde épocas tempranas intervinieron el bosque, abriendo claros con fuego en inmediaciones de los sitios de vivienda (Castillo, 1998).
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Los primeros pobladores
cerca del Holoceno medio, y probablemente hasta el Holoceno tardío, con cambios sutiles. La bifacialidad, o tecnología de reducción bifacial, está presente en ciertos sitios excavados, desde los niveles más profundos hasta los superiores; no obstante, el énfasis en su utilización tiene marcadas diferencias temporales (López, 1995, 1998a, 1998b, 2000).
La pregunta por la domesticación de plantas y la complejización social Un tema fundamental de investigación se abrió al comenzar a tener evidencias, tanto en artefactos líticos como en análisis especializados de laboratorio, de que hace cerca de 6.000 años se daba la utilización y la domesticación de plantas; esto implicó, seguramente, algunos cambios desde la manipulación de especies silvestres hacia el cultivo de especies domesticadas como cucurbitáceas: la yuca, el maíz y el amaranto. Otra muestra fundamental de procesos de cambios fue la introducción, hacia el 5.000 antes del presente, de la cerámica (complejo La Cancana); innovación tecnológica importante que se explica posiblemente por la interacción con grupos de otras regiones (Castillo, 1998).
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Después del siglo X d.C., se han reportado en estas cuencas otros conjuntos distintos de los anteriores, los cuales se extienden también hasta el siglo XVIII, indicando la continuidad de asentamientos indígenas hasta épocas históricas. Se puede afirmar que son cientos de sitios ubicados en la región del Porce y cuencas aledañas, sobre la cima de colinas o en aterrazamientos sobre las laderas. En ellos son comunes fragmentos cerámicos, metates, manos de moler, hachas y unos pocos instrumentos tallados. Se considera que estas evidencias debieron corresponder a grupos emparentados cultural y socialmente (Castillo, 1998).
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Las investigaciones lideradas por la antropóloga Neyla Castillo Espitia también demostraron que hace unos 3.500 años los sitios del valle medio del Porce fueron abandonados para dar paso, en el último milenio a.C., a sociedades que dejaron vestigios diferentes de las anteriores. Estos nuevos habitantes han sido caracterizados por los investigadores a partir de conjuntos cerámicos asociados con lo que arqueológicamente se ha identificado como estilos ferrería y marrón inciso. Sobre la antigüedad de estos estilos hay varias discusiones, debido a su prolongación temporal, pero el primero ha sido datado con más recurrencia desde 300 años a.C. hasta el siglo X d.C., mientras que los asociados a la cerámica del estilo marrón inciso son más comunes, aproximadamente, entre el siglo V d.C. y el siglo XVII.8
La problemática de los ocupantes agroalfareros
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Excavación / Jericó, Antioquia / F: David Romero Duque / Recuperación de material arqueológico
Los registros arqueológicos de las diferentes regiones ecológicas correspondientes al último milenio antes de Cristo muestran reiteradamente la ocupación de grupos con prácticas diferentes a las de los antes referenciados. Éstos se han caracterizado por evidencias particulares en su cultura material, manifestadas en su relación con el entorno y plasmadas en estilos cerámicos. Por ejemplo, para la zona central del Departamento, estos estilos se han denominado en la literatura arqueológica como ferrería y marrón inciso. Desde el siglo X d.C. otros dos conjuntos estilísticamente distintos a los anteriores se presentan en la región y se extienden también hasta el siglo XVIII, indicando la continuidad de los ocupantes indígenas hasta épocas históricas9 (Castillo, 1987, 1988, 1998; Castillo y Gil, 1992; Santos 1993). En un amplio sector de la cuenca del río Porce y subcuencas aledañas, se reportaron varios sitios con cerámica similar, con cronologías que van desde el siglo VIII a.C. hasta el siglo XVIII d.C. Al es-
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En términos generales, e integrando datos de las investigaciones de la última década, las evidencias cerámicas corroboran relaciones estilísticas y cronológicas con estilos cuya dispersión regional abarca extensas áreas del Macizo Central Antioqueño y de los valles del Cauca y del Magdalena (Botero y Vélez, 1995; Castillo, 1987, 1988, 1998; Castillo y Gil, 1992; Santos, 1993). Al integrar las evidencias dispersas, se llega a plantear que se trata de sistemas regionales antes que de desarrollos locales de pequeñas comunidades. En este sentido, surgen preguntas sobre los mecanismos de interacción e integración social y cultural entre las comunidades locales de regiones ecológicamente diversas, con identidades históricas y culturales. Se considera que debido a las condiciones ambientales —ecosistemas separados y relativamente aislados por la fuerte topografía, con baja capacidad de carga agrícola— primó la producción en pequeñas unidades familiares. Ésta debió ser la estrategia social que garantizaba el mejor aprovechamiento de la tierra y la subsistencia de estos grupos (Castillo, 1998).
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tilo conocido como ferrería se asocian las fechas más antiguas, y la cronología del marrón inciso es recurrente para los primeros siglos de la era cristiana10. Según los datos disponibles, las viviendas se instalaban sobre las cimas de colinas o en aterrazamientos sobre las laderas. En estos espacios se encuentran, en superficie y estratigráficamente representados, además de fragmentos cerámicos, metates, manos de moler, hachas y una industria de talla simple (Castillo, 1998).
De acuerdo con Neyla Castillo Espitia, los procesos de intercambio se pudieron dar con base en relaciones de reciprocidad e intercambios exogámicos con grupos vecinos. A la pregunta por las razones de la continuidad de este modelo cultural durante varios siglos, se ha respondido sustentando que se trata de sociedades relativamente complejas, articuladas por un poder político que se ejercía fundamentalmente en torno al control de los símbolos que garantizan su continuidad. Siguiendo las reflexiones recientes sobre los procesos de la complejización social en el actual territorio colombiano (Ardila, 1998; Gnecco, 1998; Langebaek, 1996), y correlacionando datos y explicaciones arqueológicas, se plantea que hacia los comienzos del primer milenio se desarrollaron sociedades con distintos grados de complejidad, en las cuales el ejercicio del poder se concentraba en el control de bienes de élite. Así se plantea la importancia de piezas de uso simbólico, como el oro. Más allá de su presencia como materia prima, importa su estado como objetos manufacturados, que se constituyen en bienes destacados que pueden circular en distintas sociedades con similares funcionamientos (Bray, 1990, 1995; Museo Universitario, 1993).
70 Urna La Estrella, Antioquia 18 cm. x 23 cm. Urna cineraria sextapode con decoración mamiforme, sin excavar.
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El oro de origen aluvial en Antioquia es bastante común en las playas de los ríos, por lo que cualquiera puede acceder a él efectuando labores simples de barequeo. No obstante, importa enfatizar lo complejo de su proceso de transformación, para lo cual unas sociedades se destacaron más que otras (Castillo y Gil, 1992). Los grupos culturales asociados con el estilo alfarero marrón inciso, se caracterizaron por la calidad de su producción orfebre. El oro, para ellos, se convirtió en un bien de intercambio que circulaba en redes interregionales hacia comunidades periféricas que no lo poseían, o por lo menos no con los mismos niveles de transformación simbólica (Castillo, 1998). La integración de la información tiende a presentar un modelo agrícola con segmentación de las unidades sociales en los bosques tropicales, y una estrategia de intensificación de la producción que considera las dificultades de los suelos para la sostenibilidad agrícola, donde sólo se garantiza la producción para el autoabastecimiento de las unidades sociales mínimas. Por otra parte, en la explotación del oro se encuentra una producción de bienes para articularse con redes de intercambio regional. Así se pueden explicar las características del registro arqueológico en Antioquia y la coexistencia de grupos con diferencias culturales (Castillo, 1998).
El impacto de la arqueología de rescate en Antioquia A finales de los años ochenta y comienzos de los noventa, se iniciaron las primeras actuaciones dentro de la llamada arqueología de rescate, liderada inicialmente por el Instituto Colombiano de Antropología. Buscando aplicar la legislación sobre patrimonio arqueológico vigente, arqueólogos del Instituto comenzaron a intervenir en rescates en algunos proyectos de infraestructura. Inicialmente se efectuaron acercamientos remediales o rápidas prospecciones sobre la marcha misma de la construcción de las obras (Botiva, 1990; ICAN, 1994). Los primeros rescates estuvieron muy ligados a la presencia institucional, y los presupuestos para su ejecución fueron modestos, permitiendo tan sólo salvaguardar una mínima parte de la información arqueológica potencial de las regiones afectadas.
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A comienzos de la década del noventa, algunos de los casos más diagnosticados se dieron en Antioquia; gracias a la ejecución de los contratos con el sector petrolero —en particular la construcción de oleoductos—, se incrementó el número de investigadores y el presupuesto
73 Cántaro Manizales, Caldas 46,5 cm. x 36,5 cm. Reg. 3897 - 3310 Representación humana con pintura facial. El cuenco fue utilizado como tapa. Estilo asociado Tricolor.
Ha sido la dinámica misma del mercado, marcada por la recesión económica generalizada del país, la que ha llevado a un freno casi total de las obras de infraestructura y, por consiguiente, de la necesidad de efectuar los estudios de consultoría arqueológica. Las empresas e investigadores que surgieron, ligados únicamente al componente pragmático, parece que han terminado su carrera, unidos sólo a pretensiones económicas. Infortunadamente —con algunas excepciones— muy poco quedó, en el aspecto académico e investigativo, de la producción de consultores independientes, que, por su inexperiencia y falta de visión y reinversión en arqueología (bibliografía, capacitación, intercambio, etc.), diluyeron los recursos aportados por las empresas contratantes (Correa, 1997). Por otra parte, algunas entidades seriamente comprometidas con la investigación arqueológica pudieron invertir en la adecuación logística, y siguen actuando en diferentes frentes institucionales e investigativos (Aceituno, 1998; Castillo, 1998; Langebaek et al., 1998; López, 2000). Además de la crisis teórica y metodológica claramente señalada en textos como los de Gnecco (1996), Langebaek (1996), Mora y Flórez (1997), es evidente que de manera paralela surge la crisis actual, ante la falta de empleo para muchos investigadores que iniciaron su carrera en el momento de la demanda intensa, y que hoy día ven comprometidas no solamente sus posibilidades investigativas sino su subsistencia.12
El balance apenas comienza a realizarse, y muestra debilidades grandes que deben ser reconocidas, subsanadas y fortalecidas desde la academia y desde el gremio mismo. Sin lugar a dudas ha primado el empirismo, señalado ya como practicado antes del boom del rescate (Cárdenas, 1987; Llanos, 1987; Uribe, 1987), y repetido de manera casi automática en la ejecución, sin adecuada planeación, de muchos proyectos de consultoría. No obstante, las experiencias pueden ser canalizadas, los datos básicos deben ser retomados e, indiscutiblemente, es necesario evaluar e incorporar la crítica para poder así subsanar los errores cometidos. Los aspectos teóricos y metodológicos deben ser fortalecidos a la luz de las nuevas propuestas. Existe una preocupación, señalada recientemente por varios autores en nuestro medio, sobre la falta de una adecuada planificación o diseño de investigación ligados a problemas concretos por abordar, y sobre las posibilidades metodológicas para resolverlos (Ardila, 1998; Correa, 1997; Gnecco, 1996, 1998; Langebaek, 1996; Mora y Flórez, 1997).
A manera de perspectiva: las posibilidades de los enfoques de la arqueología regional
El patrimonio arqueológico en Antioquia: retrospectiva y proyecciones hacia el nuevo milenio
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disponible —mas no así la planeación previa—, lo que permitió la contratación de equipos mayores de arqueólogos, con el fin de acelerar los trabajos de prospección y rescate que en muchos casos debieron hacerse paralelos a las obras (ICAN, 1994). Al mismo tiempo, el sector eléctrico, con una propuesta mejor planificada, comenzó a ejecutar sus programas de arqueología con anterioridad a la construcción de las obras (Aceituno, 1998; Castillo, 1998; ISA, 1994, 1998). En un lapso muy corto, la cantidad de arqueólogos se hizo insuficiente frente a la demanda de trabajos. Los profesionales más experimentados estaban ligados con la academia y los museos, y debieron multiplicar sus esfuerzos para cubrir las necesidades en diferentes frentes. Los estímulos de una buena remuneración económica y adecuadas posibilidades logísticas —antes poco o nada conocidas en el medio—, dieron pie a una competencia desmedida y no regulada para ganar los proyectos de rescate. Ante la falta de profesionales con suficiente experiencia, aumentó el número de recién graduados y estudiantes con altas responsabilidades en estos proyectos. Esta demanda laboral —mas no siempre investigativa— incrementó el interés por la arqueología y surgieron además varias empresas privadas de consultoría que ofrecieron y ejecutaron diferentes estudios de arqueología.11
A partir del trabajo de los investigadores del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Antioquia (1997), se propuso una perspectiva de investigación regional como una manera de abordar integralmente la problemática arqueológica, más allá de las coyunturas generadas a partir de los rescates arqueológicos; infortunadamente sus propósitos, por distintos motivos, no llegaron a cumplirse a cabalidad. Gracias al rápido desarrollo de la llamada arqueología de rescate, la Universidad de Antioquia —a diferencia de otros casos en Colombia— logró canalizar institucionalmente los recursos producidos por estos estudios, adecuando una sede con la dotación básica de equipos, asumiendo también diferentes compromisos de investigación, docencia y extensión en el orden regional. Fueron fundamentales las visiones y objetivos comunes sobre la necesidad de desarrollar una arqueología regional en las propuestas emanadas no sólo de la Universidad de Antioquia, sino además del entonces Programa de Poblamiento y Dinámicas Territoriales de Corantioquia (Corantioquia, 1999). En 1997 se presentó la propuesta Plan estratégico para una arqueología regional: desarrollo y protección del patrimonio arqueológico, liderada por la profesora Neyla Castillo Espitia del
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Considerando los orígenes culturales —con sus respectivas adaptaciones y respuestas a variados ecosistemas—, y los diversos procesos históricos, se proponía construir bases más sólidas para la planificación, ya que la actual proyección y toma de decisiones debían estar inscritas en la adecuada comprensión de la dinámica del entorno, considerando sus aspectos físicos y sociales. El patrimonio cultural cobraba así un nuevo sentido, se proyectaba más allá de un simple inventario o acumulación de objetos y monumentos, y se reconocía mejor como los productos integrales de actividades humanas sobre el paisaje. Como se dijo anteriormente, el paisaje es cultural y sólo puede ser entendido en el marco de la continua interacción hombre-naturaleza, y siempre refleja experiencias humanas con significados.
Se planteaba que sólo por medio de las investigaciones realizadas a escala regional se podría lograr un acercamiento más efectivo al conocimiento de la oferta de recursos, a las dinámicas espaciales y a las transformaciones de larga duración de los sistemas culturales. Era claro que se pretendía garantizar la continuidad en el estudio científico de problemáticas arqueológicas, sobre la base de la conformación de equipos de investigación interdisciplinarios, y en la puesta en marcha de una articulación de esfuerzos intelectuales. En este orden de ideas, las propuestas de investigación regional estaban articuladas con las necesidades administrativas y de planeación, por ejemplo ante el requerimiento de contemplar el componente cultural en los planes de ordenamiento territorial (López, 2000). Se señalaba la importancia de fortalecer el vínculo entre la interpretación y la aplicación de la legislación vigente, a favor de la puesta en valor y la pertinencia del desarrollo cultural de todos los municipios, pues se debía emprender la tarea de verificar el estado del conocimiento, zonificar y comprender el “uso del territorio desde su vocación histórica”13 en todas las regiones.
Siendo coherentes con la propuesta de hacer partícipe a la comunidad en estos procesos, se plantearon paralelamente métodos de sensibilización, motivación e información a la ciudadanía sobre la importancia y vigencia del patrimonio cultural. En algunos casos se adelantaron estrategias (como charlas, presentaciones en video, encuestas) que permitieron, a los diferentes estratos de la comunidad organizada, participar en el diagnóstico de algunas problemáticas culturales, arqueológicas e históricas de sus municipios y comenzar su valoración, estudio y mapificación (ICAN-Corantioquia, 1999; López, 2000).
Se dieron avances en el sentido de considerar el actual territorio como producto no sólo de cambios físico-bióticos, sino como consecuencia de desarrollos históricos a lo largo de milenios de intervención humana. Se insistía en valorar el paisaje también como patrimonio cultural. Por consiguiente, tanto su inventario, como las acciones encaminadas a ordenarlo o zonificarlo, debían tener en cuenta las actividades humanas que lo transformaron con el paso del tiempo. Así, los conocimientos producidos por disciplinas como la arqueología, la historia y la paleocología, se convertían en herramientas para buscar explicaciones sobre los cambios en los que ha participado el hombre.
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Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia. Esta propuesta, construida a partir de la puesta en común de las experiencias en varios proyectos por los integrantes del Laboratorio de Arqueología del CISH, estaba dirigida a la sociedad antioqueña y a las instituciones de carácter público y privado comprometidas en la realización de investigaciones arqueológicas en el marco de los planes de gestión ambiental de los proyectos de infraestructura y en acciones de protección del patrimonio arqueológico. Se señalaba la necesidad de aplicar un modelo regional para la investigación, orientado a satisfacer las demandas de conocimiento de los procesos sociales y culturales pasados, mediante el desarrollo de la investigación arqueológica con óptima calidad científica, buscando optimizar los costos y los recursos (Laboratorio de Arqueología, 1997).
Las iniciativas encaminadas en particular a considerar el recurso arqueológico con enfoque preventivo, en los planes de ordenamiento territorial, fueron poco desarrolladas, pero se proponían como opción política de avance en el necesario conocimiento y administración del entorno municipal y regional, a partir de una real conciencia social e histórica y de un acercamiento interdisciplinario.14 Las perspectivas en el ámbito regional se adelantaron, pero no se sistematizaron suficientemente. Se dieron los casos pero, por la falta de experiencia de trabajo en equipo y la carencia de recursos más allá de los específicos para aspectos técnicos, se perdieron las oportunidades de integrar estos logros. Se adelantaron jornadas arqueológicas anuales, algunas reuniones que constituyeron pasos incipientes hacia discusiones teóricas y metodológicas que dinamizaron diálogos extra-regionales, y se llevaron a cabo el Seminario Permanente de Antropología, Arqueología, Datos y Método, coordinado por el Museo y la Corporación para la Investigación en Antropología y Arqueología.
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A manera de conclusión Reflexionar sobre el desarrollo de la disciplina arqueológica en Antioquia es un buen termómetro para analizar la dinámica de la arqueología en Colombia y en el norte de Suramérica. Pese a los altibajos que se puedan señalar a lo largo de varias décadas, es un hecho indiscutible que ha habido una dinámica destacada, así como que existe una adecuada base académica y científica que puede fortalecerse y canalizarse hacia nuevos logros y proyecciones nacionales e internacionales. El propósito de estas líneas es correlacionar los principales aportes de la disciplina arqueológica en Antioquia, teniendo en cuenta su particular desarrollo y su actual proyección, que incluyen un número significativo de profesionales trabajando en diversos sectores del Departamento, del país e inclusive del exterior. Es un hecho que la arqueología desarrollada en Antioquia ha venido ganando un puesto importante en el contexto de la disciplina en el país. No obstante, los aportes brindados parecen no reflejar enteramente los resultados que se habrían esperado, particularmente por haber tenido suficientes recursos económicos ligados a varios macroproyectos de arqueología por contrato. Según las reflexiones contemporáneas de algunos investigadores de la región (en particular Piazzini, 1993a), en la última década los aportes fundamentales han estado ligados a las siguientes problemáticas: • La antigüedad del poblamiento temprano del continente, especificando sus materiales y contextos. • La antigüedad de la domesticación de plantas y la producción de alimentos.
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• Los orígenes y desarrollos de la cerámica temprana. • La consolidación y dispersión de estilos clásicos como el marrón inciso.
• Las características de los desarrollos culturales tardíos. • Los aspectos historiográficos de la arqueología, y la discusión sobre aportes teóricos y metodológicos • La gestión patrimonial y sus aplicaciones en planes de ordenamiento territorial. En los últimos veinte años, por tanto, se produjo —de manera desigual— una cantidad de información sin precedentes. El aumento significativo de investigadores ha dado a la disciplina un impulso y una dinámica diferente a la de años anteriores. Es evidente el aumento en excavaciones, fechados radiocarbónicos y aplicaciones de métodos y técnicas más refinadas, con fuerte acento en el área paleoecológica y en la antropología física, y, con menor intensidad, en los estudios líticos y cerámicos15. El trabajo en equipos multidisciplinarios —más que en equipos interdisciplinarios— también se constituye en una fortaleza para afrontar la complejidad creciente de la disciplina. No obstante, se ha investigado en muchas ocasiones sin preguntas claras, sin diseños previos, lo que ha incidido en la pérdida de no poca información; se ha buscado interpretar, sin evaluar con adecuado rigor la confiabilidad de los datos; y los discursos poco han estado apoyados en hipótesis o en modelos sustentados suficientemente (Ardila, 1998; Gnecco, 1996, 1998; Langebaek, 1996; López, 1999; Mora y Flórez, 1997).
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Aunque se hicieron avances en el uso de nuevos recursos metodológicos y potentes herramientas como los Sistemas de Información Geográfica, su aplicación no ha podido ser completada, o por lo menos difundida integralmente.
Parece coexistir una práctica arqueológica demasiado simple y pragmática, pero al tiempo surgen voces reflexivas en torno a los potenciales de la búsqueda, interpretación y socialización de nuestro rico contexto arqueológico. La formación de pregrado y de posgrado sin lugar a dudas marca los alcances y posibilidades que los investigadores han tenido para madurar su ejercicio profesional. No es de extrañar que a la vanguardia de la discusión —al más alto nivel internacional inclusive—, estén los investigadores colombianos que han obtenido su doctorado en universidades extranjeras (Ardila, 1998; Gnecco, 1996, 1998; Langebaek, 1996; Oyuela, 1995, 1998), lo que representa una limitación para el caso antioqueño, pues aún no se cuenta con estas especializaciones entre sus profesionales. Las preguntas y el desarrollo sobre arqueología contextual, complejización social, ecología evolutiva, etc., y sus implicaciones para las comunidades receptoras, van abriéndose campo en nuestro medio (Ardila, 1998; Gnecco, 1998). Los eventos especializados (Cavelier y Mora, 1995), los cursos de capacitación con invitados internacionales, la participación en los congresos de
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Notas 1. Durante la década de los años noventa se destacaron varias acciones vinculadas a la gestión de la arqueología por contrato, se desarrollaron con ritmos desiguales los aspectos académicos e investigativos y fue limitada la atención a otras demandas públicas respecto al estudio, salvaguarda y difusión patrimonial. 2. Ver por ejemplo las discusiones al respecto en Bate, 1998; Cárdenas, 1987; Gnecco, 1994a y 1944b; Llanos, 1987; Mora y Flórez, 1997; Uribe, 1987. 3. Investigación realizada por el Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, INER. 4. En Colombia es posible mencionar varios eruditos, como don Ezequiel Uricoechea. Se destacan también distintos esfuerzos por valorar un pasado que podía ser considerado valioso, por sus realizaciones notables, plasmadas particularmente en los trabajos de cerámica y orfebrería, realizados con diseño y tecnologías sorprendentes. 5. En el caso de Antioquia y el llamado Viejo Caldas en particular. Véase Piazzini, 1993a y 1993b. 6. Un caso sui géneris fue el de la cerámica Alzate, falsificaciones que pretendían imitar estilos precolombinos, pero que a su vez configuraron un estilo y personalidad propia de gran interés. Sobre este valioso tema se pueden consultar publicaciones de la Universidad de Antioquia, en particular Museo Universitario, 1993.
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7. Los procesos de cambios ambientales en la región del Magdalena Medio han sido importantes, implicaron reacomodamientos que se dieron en paralelo con el calentamiento de la corteza
terrestre, el ascenso del nivel del mar, la extinción de la megafauna y, particularmente, los cambios en las cuencas interiores. Estas condiciones generaron la necesidad de nuevas estrategias para los pobladores, que podrían ser observadas en la redundancia de ocupación de los sitios a corto o largo plazo y las actividades estacionales. En épocas más recientes se dio un cambio drástico de las condiciones ambientales, las cuales a su vez implicaron distintas adaptaciones y relaciones sociales de producción que pueden correlacionarse con la presencia de materiales cerámicos y diferentes tecnologías líticas. Vale la pena anotar que en inmediaciones del río Magdalena, se encuentran niveles más bajos de terrazas de origen reciente, sobre las cuales se ha hallado otro tipo de componentes arqueológicos, principalmente cerámicos. Estos espacios, en su mayoría ribereños a ríos, quebradas y ciénagas, fueron ocupados por grupos cuya subsistencia dependía de la pesca y la agricultura; las características de su cerámica estaban ligadas a grupos extendidos por las riberas del Magdalena en un amplio sector (López, 2000). 8. Esta discusión viene siendo adelantada en los últimos años e invitamos al lector a consultar entre otros a Santos, 1992; Botero y Vélez, 1995. 9. El hallazgo de estos sitios fue resultado de estudios inscritos en la arqueología de rescate, que incluyeron considerables cantidades de determinaciones cronológicas radiométricas absolutas. En cuanto a las clasificaciones, muchas conclusiones se basaron en la clasificación de la cerámica en relación con tres estilos, o planteando su pertenencia a épocas tardías, cuyas características no han sido descritas completamente (Botero et al., 1998).
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arqueología en Colombia y la organización de las Jornadas Arqueológicas o Antropológicas reflejan esta dinámica, tanto por el número de asistentes, como por los temas desarrollados. Pese a las dificultades económicas y socio-políticas que está viviendo nuestro país, existen avances y posibilidades que esperamos se consoliden positivamente hacia el futuro con énfasis en la capacitación y la dinámica de comunicación gremial.
10. En el Valle de Aburrá se han determinado sistemas funerarios distintos, en cuyo interior se han encontrado piezas asociadas con cerámica marrón inciso o cerámica de rasgos tardíos. Ha sido frecuente el hallazgo de tumbas de pozo con entierros secundarios dentro de urnas marrón inciso (asociados con los grupos Pueblo Viejo), pero no hay evidencia en tumbas de cerámica ferrería. 11. La fugaz experiencia de la arqueología de rescate, con muchos ejemplos en Antioquia debido al número de obras de infraestructura realizadas, comenzó a ser cuestionada desde diferentes voces, principalmente desde la academia, así como por los investigadores con mayor recorrido en nuestro medio. Ante las dificultades mismas vividas en estos proyectos por el ICAN —actuando como consultor e interventor—, se generaron propuestas para regular y normatizar de alguna manera este boom de la arqueología de rescate. Tras varias reuniones de las partes interesadas,
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se creó el Comité de Arqueología Preventiva. Pese a las buenas intenciones su operatividad y su vigencia han sido nulas, debido en parte a los cambios institucionales sufridos por el ICAN y a la falta de convocatoria y liderazgo gremial. 12. Vale la pena destacar que mientras se vivió el auge de la arqueología de rescate en nuestro medio, se descuidaron, en buena parte, los proyectos que podrían llamarse de arqueología básica, aunque en algunas universidades se trató de aprovechar los insumos de los rescates con propuestas académicas integradas. Este proceso no fue fácil, por la misma falta de políticas y líneas de investigación claras de los departamentos de Antropología. No obstante, se debe reconocer que algunos proyectos institucionales como los auspiciados por la Universidad de Pittsburgh en el Alto Magdalena, y los proyectos de la Universidad Nacional, en este mismo sitio y sobre el Hombre Temprano, siguieron trabajando a su ritmo gracias al aporte de los profesores e investigadores vinculados y de algunas investigaciones con apoyo internacional. 13. Ver al respecto el documento presentado por ICAN-Corantioquia, 1999. 14. Por lo tanto las perspectivas presentes y futuras de la arqueología se deben vincular al contenido de las leyes vigentes. Se comenzó a darles mayor aplicación a las leyes 388 y 397 de 1997 sobre planes de ordenamiento territorial y defensa del patrimonio arqueológico respectivamente, buscando una mayor presencia y coordinación del Instituto Colombiano de Antropología. Se comenzó a insistir en la implementación de políticas concertadas entre el Ministerio de Cultura, las Corporaciones Regionales y el Ministerio del Medio Ambiente de Colombia, así como en la participación ciudadana en la formulación de los planes de ordenamiento territorial municipal: a diferencia de la incipiente planificación y gestión ambiental antes desarrollada, únicamente considerando el impacto urbano, gracias al apoyo de Corantioquia se comenzó a tomar conciencia de la importancia de fortalecer también la gestión ambiental en las áreas rurales (Corantioquia, 1999). 15. Infortunadamente no se han desarrollado en Antioquia campos anexos, como la etnoarqueología o la arqueología experimental, de la cual hay inicios aunque todavía muy incipientes, más ligados a intereses particulares que a verdaderos proyectos de investigación.
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83 Botija San Vicente, Antioquia 47,5 cm. x 32,7 cm. Reg. 1501
La etnografía y los museos: las colecciones como experiencia cultural allos b e C y a b r zano ** u *
u Sandra T sabel Matute Camp I y Marta
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**
*Antropóloga de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Actualmente se desempeña como profesora titular del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia. Ha realizado investigaciones sobre indígenas Zenúes, Embera y Tikuna, especialmente en el campo de las relaciones. **Antropóloga de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Desde el año 2003 se ha desempeñado como antropóloga e investigadora en diversos proyectos de la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, y en diferentes corporaciones y empresas privadas. Su campo laboral ha sido principalmente en el área ambiental y en la valoración social y económica de ecosistemas estratégicos. Integra el Grupo de Investigación de Evaluación y Valoración de Ecosistemas Estratégicos (EVEE) del posgrado en Gestión ambiental de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.
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Exposición temporal. La fotografía en Antioquia: imágenes de nación / Museo de la Universidad de Antioquia, 2010 / F: Hernán Alberto Pimienta Buriticá
La etnografía y los museos: las colecciones como experiencia cultural
¿Qué es la etnografía?
L
évi-Strauss, el maestro del estructuralismo en antropología, definía la etnografía como “la observación y el análisis de grupos humanos considerados en su particularidad [...] y que busca restituir con la mayor fidelidad posible la vida de cada uno de ellos, mientras que la etnología utiliza de manera comparativa [...] los documentos presentados por el etnógrafo” (Lévi-Strauss, 1949-1994: 50). La etnografía constituiría entonces la primera etapa de cualquier investigación cultural y tendría más un carácter monográfico, sin que esto la limite a un ejercicio puramente descriptivo. La etnografía no debe ser considerada una experiencia de iniciación del debutante, que los maestros consagrados pueden evadir. Esta visión, sin duda equivocada, proviene, en parte, de un temor al empirismo, pero el etnógrafo no es simplemente aquella persona que describe una sociedad y una cultura, acumulando datos curiosos por su exotismo. Separar la teoría de la práctica sólo puede conducir a “malas monografías y a especulaciones ruinosas” (Panoff, 1968: 82).
El trabajo de campo
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Generalmente salimos a trabajo de campo con una idea aproximada del problema que deseamos estudiar y nos equipamos para una permanencia prolongada con el fin de participar en diferentes actividades económicas, sociales y rituales a lo largo del ciclo anual y compenetrarnos con la visión del mundo de los nativos. El trabajo de campo es equivalente, en algunos aspectos, al trabajo de laboratorio de los científicos naturales, pero indudablemente no podemos controlar todas las variables y sólo nos arriesgamos a aventurar algunas correlaciones entre ellas a posteriori. Además nuestra presencia en la comunidad incide definitivamente en los fenómenos que registramos en nuestros diarios de campo. Ser hombre o mujer, ser soltero o casado, ser nacional o extranjero son algunos de los factores que determinan las actividades que podemos presenciar, las entrevistas que podemos realizar y la interpretación que elaboramos de los acontecimientos
87 Canastos Vaupés De izquierda a derecha 24,4 cm. x 26,2 cm. – 21,1 cm. x 22 cm. Reg. MATP 103300 – MATP 103288
La llegada al terreno constituye un duro golpe para el etnógrafo, quien debe aprender una nueva lengua, entablar nuevas relaciones, conocer el protocolo adecuado para cada circunstancia, acostumbrarse a nuevos espacios y ritmos de vida. A veces la gente lo confunde con un cobrador de impuestos o con un misionero; los primeros meses son, en palabras de Cresswell, ingratos, decepcionantes y difíciles (1976: 55); sólo después de un tiempo la gente logra hacerse una idea del perfil del nuevo residente, de sus intereses y de los resultados que puede arrojar su investigación. Algunos etnógrafos recomiendan empezar el trabajo de campo con el estudio de la tecnología, pues el tema no suscita mucha desconfianza, y después seguir con el estudio de problemas económicos y de organización social, dejando para el final la religión y las relaciones psicológicas (Cresswell, 1976: 57). Otros prefieren empezar por conocer las familias y ubicarlas espacialmente, para lo cual emplean el método genealógico y se apoyan en distintos tipos de mapas. La elaboración de árboles genealógicos entusiasma y genera discusiones, al mismo tiempo que permite recoger muchos datos sobre la condición social de cada persona incluida: lugar de nacimiento y de residencia, linaje o clan al que pertenece, ocupación, grado de escolaridad, estado civil, etc. Poco a poco se van conociendo las reglas de filiación, es decir aquellas que determinan la transmisión de derechos y de bienes de una generación a la siguiente; al mismo tiempo se va descubriendo la distancia que efectivamente existe entre las reglas de matrimonio y las uniones reales registradas en nuestras genealogías (Rivers, 1910: 90). La historia de un grupo social pequeño, donde la mayor parte de la gente se conoce, se puede reconstruir a través del estudio del parentesco. Los lazos de parentesco son a veces determinantes en la vida económica y política. Las relaciones de producción se establecen entre personas que tienen entre sí lazos de consanguinidad o de alianza matrimonial, y el acceso a posiciones de liderazgo o a cargos públicos, civiles, religiosos o militares depende de reglas de sucesión o de las redes de apoyo dentro de la parentela inmediata.
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La “observación participante” ha sido considerada la herramienta de investigación distintiva del etnógrafo. Esta aparente contradicción en los términos expresa indudablemente la tensión en
Trampas de pesca Amazonía De izquierda a derecha 44,5 cm. x 12 cm. – 11,5 cm. x 7,3 cm. Reg. MATP 103591 – MATP 103417
La etnografía y los museos: las colecciones como experiencia cultural
cotidianos a los que hemos tenido el privilegio de asistir. Pocos etnógrafos dan cuenta en sus monografías de su propia presencia en la comunidad pero algunos producen narraciones más sistemáticas sobre el trasfondo personal del trabajo de campo y sus consecuencias (Conklin, 1968: 157-159).
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Además de la observación participante los etnógrafos usan otras técnicas de investigación que ayudan a disminuir las probabilidades de error en la observación, recolección e interpretación de los datos de campo. Antes de partir, el etnógrafo elabora fichas analíticas de estudios relativos al tema o al área donde va a trabajar, revisa archivos históricos que pueden complementar la memoria oral del grupo, se aprovisiona de mapas a diferentes escalas y de diferentes épocas que le permitan evaluar las permanencias y las fluctuaciones económicas y políticas perceptibles a través de los modos de ocupación del territorio y busca fotografías aéreas para comprender cómo se reparten las tierras cultivadas, los pastizales y los bosques (Cresswell, 1976: 30-50). El control en campo se hace a través del uso de distintos informantes, realizando censos, desarrollando estudios de caso, elaborando autobiografías, grabando entrevistas en profundidad, analizando familias concretas, tomando fotografías, levantando inventarios y cuestionarios, cuantificando aspectos económicos y haciendo re-estudios (Lewis, 1953: 104-111).
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la que se desarrolla el trabajo de campo: estar alerta, examinar los fenómenos y registrarlos o dejarse llevar por la vida cotidiana hasta confundirse con los demás miembros del grupo. La participación es indispensable para acceder a información que de otro modo no se podría obtener, pero debemos abandonar la ilusión del mimetismo absoluto con la comunidad estudiada. Nunca dejamos de ser extranjeros y esa condición es precisamente la que nos permite tomar distancia, sorprendernos y producir textos que dan cuenta de la experiencia vivida. Cuando la participación prima sobre la observación hemos dejado de hacer etnografía (Cresswell, 1976: 56).
El etnógrafo debe evitar registrar únicamente aquellos eventos que tienen carácter dramático, excepcional y sensacional. Malinowski, el antropólogo inglés pionero de los estudios de campo en antropología, lamenta haber caído en esta trampa y haber omitido gran parte de lo cotidiano, poco llamativo y monótono (1939: 139). El diario de campo, las fotografías y las grabaciones de audio recogen el grueso de las observaciones que se hacen en campo, aunque cada vez hay más antropólogos que manejan cámaras filmadoras y presentan dentro de sus productos pequeños documentales. El etnógrafo es disciplinado en el manejo del diario de campo; debe escribir tan pronto le sea posible para que la memoria no lo traicione y debe hacerlo con especial intensidad al principio de su estadía, cuando todo le parece nuevo y digno de ser consignado en su libreta.
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Las encuestas y los análisis estadísticos han sido poco usados por los etnógrafos que suelen trabajar en sociedades pequeñas donde llegan a conocer a casi toda la gente (Kottak, 1996: 28). Aún así,
Tambores Chocó (Afrodescendientes) De izquierda a derecha 21,5 cm. x 18,2 cm. – 19 cm. x 17,5 cm. Reg. 5505 – 5506
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en el estudio de la producción agrícola, pesquera o pecuaria de sociedades rurales y aldeanas hay necesidad de hacer muestreos y mediciones. El uso de sistemas de información geográfica se ha convertido en una valiosa ayuda para cruzar variables biológicas, físicas y socioeconómicas dentro de un área delimitada. Los talleres de cartografía social siguen siendo útiles para recoger el conocimiento que los pobladores tienen sobre su territorio, y los mapas que resultan de estos ejercicios enriquecen aquéllos obtenidos con fotografías aéreas e imágenes de satélite. Los casos que se recogen en campo han sido empleados muchas veces para ilustrar algún argumento general, en otras ocasiones han servido para extraer de ellos reglas que rigen las costumbres. La presentación de un número amplio de casos durante períodos extensos de tiempo permite mostrar, sin embargo, que la vida social es compleja, que en ella hay tanto de azar como de sistemática y que entre las costumbres y los valores puede haber independencia, discrepancia y conflicto (Gluckman, 1959-1975: 143-152).
La interpretación de los datos Bajo la influencia de la lingüística, de la lógica, de las matemáticas y de la biología sistemática, muchos etnógrafos se interesaron a mediados del siglo pasado por los aspectos formales de los subsistemas culturales y exploraron métodos para superar la narración acrítica y la presentación incoherente de detalles culturales. Algunos vieron incluso en la etnografía una teoría que proporcionaba reglas para anticipar e interpretar adecuadamente los comportamientos culturales en escenarios particulares (ver Conklin, 1968-1975: 157-158). Hoy en día somos más escépticos respecto a la posibilidad de hacer generalizaciones sobre el comportamiento humano y la vida social, pero la etnografía, entendida como “el estudio personal y de primera mano de los asentamientos locales” (Kottak, 1996: 20), no ha perdido vigencia e incluso ha empezado a aplicarse como método para estudiar espacios públicos, estilos de vida urbanos, empresas, hospitales, escuelas, movimientos sociales, etc.
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Se ha vuelto común distinguir entre el enfoque emic, en el que se expone la cultura desde el punto de vista de los nativos, y el enfoque etic, centrado en las interpretaciones de los antropólogos (Kottak, 1996: 24). Aunque algunos etnógrafos han privilegiado recientemente el primer enfoque,
93 Balay Vaupés 7,2 cm. x 38,2 cm. Reg. 11691
Para los positivistas la información producida por la etnografía es impropia por ser “subjetiva”, y prefieren métodos que proporcionen un fundamento más sólido para un análisis científico riguroso; para los naturalistas, el mundo no debe ser “contaminado” con procedimientos de investigación artificiales que sólo buscan relaciones causales o leyes universales, y se inclinan por las descripciones detalladas de la experiencia de vida dentro de un grupo particular. Pero, como dicen Hammersley y Atkinson (1994:17), ni el positivismo ni el naturalismo son enteramente satisfactorios pues parten de una suposición falsa: la separación radical entre la ciencia social y su objeto; de ahí su llamado a explotar sistemáticamente nuestra participación como investigadores en el universo que estamos estudiando de modo que podamos desarrollar y comprobar la teoría sin acudir al empirismo, en su variedad naturalista o positivista. En todo texto etnográfico hay una pregunta, una respuesta y unos datos que constituyen evidencias que contribuyen a formular el problema y a sustentar las explicaciones e interpretaciones. Pero ese texto es también, como han señalado autores identificados con la antropología posmoderna, producto del diálogo y la negociación. La relación jerárquica entre el investigador y sus “informantes” se transforma en un proceso intersubjetivo y equitativo que conduce a producir textos donde se expresa una pluralidad de voces y se pone de manifiesto la disensión entre el investigador y el Otro (Guber, 2001: 116-124).
La etnografía y los museos: las colecciones como experiencia cultural
debemos reconocer que los hechos son incomprensibles sin la teoría; como dice Cresswell, la selección de tal o cual conjunto de hechos depende del observador y su marco conceptual; un investigador no debe partir a campo sin teoría, sin conocimientos previos y sin una problemática formulada (Cresswell, 1976: 20-22).
Coincidimos con aquellos que creen que la búsqueda de “objetividad” no consiste tanto en corregir el acercamiento a los hechos sociales o en someterse a los cánones impuestos por la ciencia sino más bien en cualificar la participación en los intercambios comunicativos que se realizan durante el trabajo de campo y la interpretación del conocimiento que resulta de esos procesos de comunicación (Iriarte, 2001: 102). La falta de sistematicidad del trabajo de campo, lejos de ser una desventaja, es su cualidad distintiva y la vía para penetrar en los símbolos y en los significados de los actos cotidianos y rituales. El investigador observa en forma controlada lo que ocurre a su alrededor, pero igualmente participa
94 Máscara Sibundoy, Putumayo (Kamentsá) 26,0 cm. x 19,0 cm. Reg. 106497
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en las actividades de la población. La subjetividad del etnógrafo es inevitable y por la misma razón desempeña un papel importante en el conocimiento y debe ser fuente de reflexión. Las emociones del investigador fueron ignoradas por la lógica académica, pero ahora tratamos de encararlas sin temor (Guber, 2001: 101-109). El reconocimiento de la subjetividad del investigador, de las relaciones de poder, de la respuesta de la comunidad hacia el trabajo del etnógrafo se hace desde el mismo diario de campo, el cual no se concibe únicamente como un instrumento para recopilar información sino como un medio para reflexionar sobre las implicaciones del investigador en la investigación misma (Montes, 2001: 204, 210).
La presentación de los resultados Los resultados de las investigaciones etnográficas se presentan generalmente como textos. Escribir no es algo accidental en el oficio del etnógrafo, ni algo que se haga únicamente al final del trabajo de campo. La monografía ha sido el género preferido en la disciplina; en ella se hace un “retrato” de la vida de una pequeña comunidad, analizando su economía, su organización social, las instituciones políticas, las creencias y los rituales. Los artículos destinados a publicaciones seriadas de carácter especializado cobran cada vez más fuerza, pues ellos permiten una amplia y rápida difusión de los estudios y facilitan los intercambios dentro de una comunidad académica. Algunos textos son más persuasivos que otros pero es difícil decir qué es lo que los hace convincentes y perdurables, si la riqueza de los hechos reportados, si la coherencia de la teoría que presenta o si la práctica de una narrativa en la que los pequeños relatos y dramas ocupan un lugar central (Van Maanen, 1993: 47-60). El texto etnográfico es entendido en la actualidad como un signo que une al objeto con su intérprete, como una representación de una cultura o de una práctica cultural. Ya el intérprete no desaparece como en los clásicos de la etnografía dedicados a la descripción “objetiva de la cultura”, pero tampoco se cae en el error de las etnografías interpretativas más recientes, en las cuales el intérprete se expande a costa del objeto de investigación (Van Maanen, 1993: 53). En el texto etnográfico el mundo se expresa en palabras como producto de nuestro oficio; como dice Van Maanen (56-57) es el etnógrafo, en tanto escritor, quien configura el relato final y tiene la última palabra, incluso en las obras donde hay mayor diálogo.
97 Poporo 33,8 cm. x 11,2 cm. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena
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99 Canasto 25,5 cm. x 36,2 cm. Reg. MATP 103295
Totumo Buyeshe Vaupés 31 cm. x 22,2 cm. Reg. WCSJ 0107 Recipiente utilizado por las comunidades indígenas de la Amazonía para conservar la chicha.
Además de los textos escritos, la etnografía puede presentar los resultados de sus investigaciones mediante exposiciones en los museos. Éstos cumplen con varias funciones, siendo la primera coleccionar un conjunto de objetos que tienen a su cargo; el museo registra sus acervos, asegura el control legal de los inventarios y la seguridad de sus movimientos. En segundo lugar, el museo realiza investigaciones que garantizan la coherencia en la conformación de las colecciones y la calidad y autenticidad de cada objeto. El museo adelanta igualmente tareas de conservación para garantizar la permanencia de las características originales de cada objeto. No menos importante es la obligación de comunicar al público el conocimiento que tiene sobre sus colecciones a través de las publicaciones, la programación cultural, las conferencias, los medios informativos y la elaboración de los rótulos para los objetos en exhibición. Por último, el museo tiene la función de exhibir sus colecciones con base en un diseño especial a través del cual se busca transmitir al público la relación entre el guión científico y la presentación de las colecciones (Consejo Internacional de Museos en ICAN, 1999).
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Durante el siglo XIX numerosos objetos de “arte primitivo” fueron llevados a Europa por misioneros, viajeros y exploradores, permitiendo a finales de siglo la creación de los primeros museos etnográficos. Esos objetos eran presentados usualmente por fuera de su contexto; se admiraban desde el punto de vista estético o eran apreciados por su exotismo, pero poco se conocía sobre los pueblos que los habían producido y sobre el uso al que estaban destinados. Los mismos museos patrocinaban expediciones para llenar vacíos en sus colecciones. Los viajeros fueron
haciendo las primeras descripciones de los pueblos que visitaban, aunque su objetivo principal era la adquisición de bienes para los museos. La constitución de la antropología como disciplina permitió allegar información sobre la economía, la tecnología, las costumbres, la organización social y las creencias de esas sociedades que vivían en lugares distantes de las metrópolis de la época. Franz Boas, un antropólogo alemán radicado en Estados Unidos y principal exponente de la teoría del particularismo histórico, expuso en 1907 sus Principles of museum administration, con base en un trabajo que desarrolló en el American Museum of Natural History de Nueva York y en el Museum of Natural History de Washington; allí expresa su idea de cómo compaginar los deseos de los visitantes con los criterios en la práctica museística y propone presentar los objetos en diversas colecciones que sean significativas y traduzcan con fidelidad la vida de un determinado grupo étnico. A partir de entonces los museos conjugan la función de entretenimiento e instrucción, dirigida a quienes no poseen alto grado de formación, con la función de investigación, destinada a especialistas (Hernández, 1998: 116-117). A partir de 1920, con A. R. Radcliffe-Brown y Bronislaw Malinowski, representantes de la escuela funcionalista en antropología, el interés de la etnografía por los objetos considerados en sí mismos ha ido desapareciendo, lo cual se refleja en las exposiciones preparadas por los museos, pues lo principal es reconstruir el hábitat y el modo de vida de los pueblos, y para ello los objetos son sólo una de las ayudas posibles (Hernández, 1998: 118).
La etnografía y los museos: las colecciones como experiencia cultural
La etnografía y los museos: las colecciones como experiencia cultural
Usualmente el texto etnográfico está dirigido a un público académico, pero cada vez es más frecuente que las organizaciones comunitarias y las instituciones “encarguen” trabajos etnográficos, con la idea de allegar elementos para resolver problemas puntuales. Aguirre supone que en casos como éstos ya serán inútiles las discusiones sobre si la etnografía es o no retórica (1997:17). Nosotros creemos que en cualquier caso la etnografía produce un discurso que tiene un efecto social: construye o confirma identidades étnicas o nacionales, cuestiona desigualdades sociales, justifica intervenciones del Estado, sustenta contenidos de los planes de estudio en las escuelas, respalda movimientos sociales, etc.
Claude Lévi-Strauss, fundador de la escuela estructuralista en antropología, sostenía en 1954 que los museos habían sido considerados durante mucho tiempo una serie de galerías en las que se conservaban y se exhibían objetos sin referencia a las sociedades que los habían elaborado, y creía que había llegado el momento de que esta situación cambiara: “Los museos de antropología deben prestar atención a esta transformación [de la cultura material]. Su misión de conservatorios de objetos puede prolongarse, pero no desarrollarse y menos aún renovarse. Y si resulta cada vez más difícil recoger arcos y flechas, tambores y collares, cestos y estatuas de divinidades, es en cambio cada vez más fácil estudiar, de manera sistemática, lenguas, creencias, actitudes y personalidades” (Lévi-Strauss,1954-1994: 387-388). En 1983, en la Exposición Internacional de Chicago, se presentaron por primera vez en los museos de América los life groups, grupos de maniquíes vestidos con atuendos tradicionales y que re-
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presentaban escenas de la vida cotidiana de un pueblo. De esta manera se buscaba acercar las culturas al público, quien además de sentirse atraído, comenzaba a valorar elementos del pasado que se habían ido transmitiendo de generación en generación (Hernández, 1998: 116). De acuerdo con Clifford Geertz (1987) y James Clifford (1995: 65), representantes de la antropología posmoderna, la etnografía debe dejar de ser concebida según los “paradigmas de la experiencia y de la interpretación; para ser contemplada desde los paradigmas discursivos del diálogo y la polifonía”. En este mismo sentido, prosigue Clifford, no es posible hablar de una cultura material objetiva porque ésta se presenta siempre de forma polisémica (Hernández, 1998: 122). El trabajo etnográfico del antropólogo no termina en un registro del diario de campo ni en la recolección de cultura material, sino que adquiere gran significado en la labor museística. Según Silverman (2001: 69), “Las visitas a museos pueden hacer recordar a las personas que están conectadas a diferentes grupos, a la nación y a la familia humana. Cualquier tipo de objeto puede cuestionar el sentido de ‘quién soy como miembro de un grupo’, en relación con una colectividad religiosa, étnica o cultural, entre otras”. Los museos, además de ser sitios para la recreación y el conocimiento, son medios masivos de comunicación, y así como pueden ser puestos al servicio del entendimiento entre las culturas, pueden estimular nacionalismos que nieguen el aporte de las minorías étnicas en la conformación de la nación. Los ideales patrióticos están en ocasiones al servicio de grupos dominantes y ocultan, detrás de la “pulcritud” de los objetos, las oposiciones que se dan entre los grupos que los han producido. Al respecto García Canclini (1990: 164) dice que los museos “si bien contribuyen a concebir una belleza solidaria por encima de las diferencias geográficas y de cultura, también engendran una uniformidad que esconde las contradicciones sociales presentes en el nacimiento de esas obras”. De todas maneras, el antropólogo como curador y la etnografía como herramienta adquieren sentido en la medida en que se reconozca que los museos han democratizado y hecho el concepto de cultura más accesible a un gran número de personas, al igual que las han sensibilizado de alguna manera frente a la identidad, ya sea ésta individual o colectiva, y a la existencia de otros.
103 Okamá Chocó 48,7 cm. x 4,1 cm. Reg. DIT 002 Tejido en chaquiras de color amarillo, azul y rojo. Diseño de rectángulos con cruces en el interior.
Collar Chocó 11,6 cm. x 10,9 cm. Reg. DIT 277
Comunidades negras del Pacífico colombianodo Restrepo Uribe Eduar
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105 *Antropólogo de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia) y de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (Estados Unidos). Investigador del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, Universidad Javeriana (Bogotá, Colombia). Profesor de la Maestría en Estudios Culturales de la misma universidad. Programa Oro Verde / Municipio de Tadó, Chocó / F: Guillaume Collanges / Archivo fotográfico: Fundación Amigos del Chocó (Amichocó)
Comunidades negras del Pacífico colombiano
E
l Pacífico colombiano es una región de inmensa riqueza natural. Desde el Darién, en la frontera norte con Panamá, hasta el río Mira, en el extremo sur, un denso tejido de ríos, bosques y manglares constituye una de las regiones con mayor diversidad biológica de todo el planeta (Leyva, 1993). Por todos lados palpitan las más extraordinarias formas de vida. Innumerables cangrejos coloridos que se escabullen por los manglares, las imponentes ballenas azules que súbitamente saltan de entre las aguas del océano, o diferentes tipos de osos perezosos que se mueven lentamente por entre la copa de los árboles, son unos pocos ejemplos de la riqueza natural de esta región. La región del Pacífico se caracteriza también por su inmenso patrimonio cultural. Las comunidades negras son el grupo humano con mayor presencia. Desde las playas hasta las cabeceras de los ríos, desde las casas aisladas hasta los diferentes conglomerados urbanos, las sociedades negras han originado múltiples formas culturales. Con base en legados africanos, aborígenes y europeos, estas comunidades no sólo han usado sabiamente las selvas, ríos y esteros, sino que además han creado nuevas modalidades de organización social y sistemas de pensamiento (Escobar y Pedrosa, 1996; Camacho y Restrepo, 1999).
Historia y poblamiento La historia de las actuales comunidades negras se remonta siglos atrás, al continente africano. África, además de ser la cuna de la humanidad, es la mágica tierra en la que florecieron grandes civilizaciones. En África, los abuelos de los abuelos de las actuales poblaciones negras pudieron ser distinguidos oraliteratos, habilidosos guerreros, sabios sacerdotes o reconocidos gobernantes. Pero la codicia del hombre europeo arrancó a millones de africanos de sus familias, pueblos y naciones para forzarlos a trabajar y a morir en extensos cañaduzales o entre los lodazales de las minas. Como bozales eran conocidos estos esclavizados nacidos en África. Palabras como afro-colombianos o afro-descendientes resaltan este importante legado.
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En la Nueva Granada, la mayoría de los esclavizados arribaban al puerto de Cartagena de Indias. De allí eran transportados por el río Magdalena en incipientes caminos hacia el interior del país hasta llegar a Popayán, capital de la inmensa Gobernación del Cauca. Esta gobernación cubría
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Comunidad minera / Municipio de Tadó, Chocó / F: Guillaume Collanges / Archivo fotográfico: Fundación Amigos del Chocó (Amichocó)
Barbacoas, Iscuandé, Condoto y Quibdó fueron algunos de los centros urbanos coloniales del Pacífico. Estos centros eran puntos de aprovisionamiento de las decenas de reales de minas dispersos por las áreas auríferas de la región (Almario, 2001). En un real de minas podrían haber desde un puñado hasta medio centenar de esclavizados. La mayoría de ellos trabajaban en grupos, conocidos como cuadrillas, hurgando el oro de la tierra. Mujeres y hombres, jóvenes o viejos, y en ocasiones los niños, se pasaban de sol a sol encorvados removiendo piedras y barrancos con sus manos o medio sumergidos entre las turbias aguas separando las diminutas pepitas de oro mediante el habilidoso meneo de bateas de madera especialmente labradas para ello (Jiménez, 2004). Ya fuera por los indígenas sometidos al dominio colonial o por los mismos esclavizados, en los reales de minas se plantaban cultivos como el plátano o el maíz para la alimentación de las cuadrillas mineras. También había herreros y carpinteros dedicados a la fabricación y reparación de las herramientas y otros utensilios (Jiménez, 1998). Por sanción de la costumbre, los esclavizados contaban con un día a la semana que podían destinar como mejor les pareciera. Para complementar su dieta, algunos dedicaban estos días a la cacería de venados, guatines o tatabros en los montes cercanos. Otros los destinaban a los cultivos de su propiedad y cuyas cosechas eran vendidas al Real de Minas propio o a uno ajeno. Muchos exploraban nuevas minas con la intención de ahorrar el dinero suficiente para comprar su propia libertad.
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Actividad minera / Municipio de Tadó, Chocó / F: Guillaume Collanges / Archivo fotográfico: Fundación Amigos del Chocó (Amichocó)
Hacia el final de la Colonia, en el Pacífico colombiano más de la mitad de los esclavizados eran libres, porque en su mayoría habían pagado a sus antiguos esclavizadores el precio de su libertad en oro (Hoffmann, 2007). No fueron pocos quienes tuvieron que ahorrar durante muchos años para poder emanciparse del yugo esclavista. En su mayoría, eran los capitanes de las cuadrillas mineras los que tenían mayores posibilidades de lograr atesorar el precio de su libertad. Otros, sin embargo, decidieron huir hacia zonas apartadas y hacer allá su nueva vida. Como cimarrones se conoció a estas mujeres y hombres que huyeron del dominio esclavista. Palenques se llamó a los poblados que construyeron y defendieron de los ataques de los esclavizadores que pretendían reducirlos nuevamente a la esclavitud. En el Pacífico fue famoso el palenque de El Castigo. Loca-
Comunidades negras del Pacífico colombiano
gran parte de lo que hoy constituye el occidente y el sur del territorio colombiano. Una vez en Popayán, algunos esclavizados eran destinados para las haciendas del gran Valle del Cauca, otros permanecían en la ciudad desempeñando diferentes servicios y los otros fueron enviados a las minas de oro del Pacífico colombiano (Romero, 1998).
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Durante el período colonial prevaleció una forma de poblamiento de la región que concentraba la población en unos cuantos centros urbanos y en los reales de minas. Como la mayoría de los depósitos auríferos estaban localizados hacia las partes altas y medias de los ríos, tanto los centros urbanos como los reales de minas se concentraron en estas áreas. El dominio colonial de la región del Pacífico era débil y limitado a las áreas auríferas donde estaban los centros y reales de minas (Villa, 1994), quedando sin control extensas zonas. Por ejemplo, durante gran parte de los siglos xvii y xviii la navegación por el río Atrato estuvo prohibida bajo pena de muerte. Esta medida extrema fue tomada por las autoridades coloniales debido a que nunca pudieron controlar el Atrato de los indígenas que no se sometieron al dominio español y por sus alianzas con ingleses y holandeses (De Granda, 1977). Casi todas las áreas costeras también escaparon al control colonial, con excepción de unos cuantos puertos como Buenaventura, Charambirá y Tumaco. A medida que se fue consolidando el número de la población libre, la forma de poblamiento fue cambiando. Cada vez más libres dejaron los antiguos reales de minas y los centros urbanos coloniales para explorar los cursos medios y bajos de los ríos, así como los manglares y las playas que hasta entonces habían permanecido desconocidas para la gran mayoría de ellos (West, 2000). Así nació una nueva forma de poblamiento que caracterizó a la región del Pacífico hasta la segunda mitad del siglo xx, consistente en una dispersión de los libres por toda la región. Casas aisladas o pequeños conglomerados se construyeron cerca de las orillas, sobre los diques aluviales a lo largo de los ríos o sobre las líneas costeras (West, 2000). Desde mediados del siglo xx esta forma de poblamiento empezó a cambiar hacia la consolidación de más y mayores centros urbanos. Hasta entonces casi todas las comunidades negras vivían dispersas por la región en las zonas rurales. Los núcleos urbanos se fueron consolidando como el lugar de habitación de una parte importante de la población del Pacífico (Aprile-Gniset, 1993). Algunos de estos núcleos eran nuevos y surgían asociados con la pujanza de la industria maderera. Otros existían incluso desde el período colonial, pero empezaron a ganar mayor importancia ante el incremento de las personas que migraron hacia ellos en busca de oportunidades laborales para sí mismos y educativas para sus hijos.
Aunque en la actualidad los centros urbanos son significativos en la forma de poblamiento de la región, esto no quiere decir que el área rural ha perdido su relevancia. Más bien, lo que se presenta en el Pacífico es que las comunidades negras han consolidado una forma de poblamiento que combina, de diferentes maneras, lo rural y lo urbano (Villa, 1994). La relación campo-poblado es muy estrecha. Muchas de las personas que habitan en los poblados y ciudades tienen vínculos permanentes con el área rural, ya sea porque ellos mismos se desplazan por períodos a trabajar en sus fincas en el campo, por sus familiares. Así mismo, urbanistas y antropólogos han mostrado cómo las ciudades del Pacífico han desarrollado una interesante mezcla de elementos urbanos con rurales que son una hábil respuesta de la gente negra a las nuevas condiciones. Con la palabra de rururbanos algunos investigadores han indicado estos estrechos vínculos entre el campo-poblado (Álvarez, 1998). Una parte considerable de la gente negra habita en las tres más grandes ciudades de la región: Quibdó, Buenaventura y Tumaco. Otra parte vive en la red de medianas y pequeñas urbes que se despliegan a lo largo del Pacífico. Barbacoas, Iscuandé, El Charco, Guapi, Itsmina, Bahía Solano y Río Sucio son algunos de sus nombres. Ciertas poblaciones, como Barbacoas, son muy antiguas y se remontan a la época colonial. Otros poblados, como El Charco, son más recientes, y adquirieron importancia sólo hacia el siglo xx. Gran parte de las comunidades negras del Pacífico habitan en pequeños caseríos compuestos de unas docenas de casas construidas en las orillas a lo largo de los ríos o playas. Más hacia la cabecera de los ríos o en las playas más alejadas de los conglomerados urbanos, es frecuente encontrar casas aisladas.
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lizado en el extremo sur, para mediados del siglo xviii este palenque albergaba cimarrones prófugos de los diversos reales de minas de Barbacoas e Iscuandé. Los palenques fueron los primeros pueblos libres del continente americano, unas semillas de la rebelión por la dignidad humana.
Espacios de uso y territorio Desde muchas generaciones atrás, las mujeres y hombres que habitaban esta región han sabido aprovechar su entorno natural; han obtenido en ríos, esteros y mares una amplia variedad de peces. Han recolectado diversos frutos de sus bosques; han hurgado las arenas aluviales en búsqueda del mineral dorado; han cazado desde pequeños animales en los alrededores de las huertas con trampas colocadas para ellos, hasta aquellos más escurridizos que se encuentran en las entrañas de las selvas como venados, guaguas y zainos; han cultivado desde las zonas costeras hasta las cabeceras de los ríos, reproduciendo complejas asociaciones de plantas que responden no sólo a
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La casa es uno de los espacios de uso más importantes, ya que gran parte de las vidas de la gente se desenvuelve allí. Tradicionalmente, en las zonas rurales las casas de las comunidades negras del Pacífico colombiano han sido construidas usando los materiales del bosque: palmas para los techos y los suelos, bejucos y cortezas para los amarres, árboles de los que se sacan tablas para las paredes y vigas para los soportes de la vivienda y el techo (Mosquera, 2004). Suspendidas a una altura de uno a dos metros del suelo, las casas han sido diseñadas para evitar las inundaciones y hacerlas más frescas. Con la separación del suelo se evita también que animales indeseados o peligrosos penetren en la casa. Los animales domésticos como gallinas o cerdos permanecen en las noches bajo las casas o en corrales destinados para ellos. En las casas se acostumbra hacer un soberao, una especie de ático o guardilla, en donde se guardan objetos. De esta forma, en las casas existen tres niveles verticalmente ordenados: el de los animales, abajo; el de las personas, en el medio; y el de las cosas, arriba. Sobre la división del espacio de las casas se puede decir otro tanto. Del más exterior al más interior se suceden la sala, las habitaciones y la cocina. La sala es el lugar más público, y la cocina el más privado. Las festividades o ceremonias siempre se efectúan en la sala. En cambio, los extraños e incluso los hombres de la familia no acceden comúnmente a la cocina. Mientras que la sala es definido como un lugar masculino, la cocina, como uno femenino (Camacho y Tapia, 1997).
112 Espacio urbano / Municipio de Nuquí, Chocó / F: Luis Alfonso Orozco Díaz
Más recientemente, o en las zonas urbanas, los materiales de construcción de las casas tienden a variar: de los entechados con palma, a los techos de aluminio; de las tablas a los bloques de cemento o ladrillos. Los materiales “modernos” no siempre son más adecuados o mejores. Por el contrario, arquitectos y antropólogos han demostrado cómo los materiales tradicionales son más pertinentes a las condiciones de la región del Pacífico. Algunos de los habitantes consideran más calientes, insanas e incómodas las casas con techos de aluminio y bloques o ladrillos. Otros, sin embargo, prefieren estos materiales por el prestigio social asociado a quienes construyen sus casas así. Aunque cambien los materiales de construcción, las distribuciones vertical y horizontal de los espacios tienden a conservarse, incluso en las ciudades más pobladas como Quibdó, Buenaventura y Tumaco (Mosquera, 2004).
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las condiciones del suelo, a la temperatura y a la influencia de las aguas, sino también a los ritmos y la diversidad de los bosques naturales. Estas modalidades de pesca, minería, cacería, recolección y cultivo son expresiones de un conocimiento detallado del entorno por parte de las mujeres y hombres que han habitado esta región desde hace cientos de años (Whitten, 1992).
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Alrededor de las casas hay otros espacios de uso: los jardines, huertos y zoteas. En los jardines fácilmente se encuentran plantas floridas y arbustos ornamentales con el propósito de embellecer las entradas de las casas. Además, es muy común encontrar en ellos otro tipo de plantas valiosas para el equilibrio y bienestar de los habitantes de la casa, ya que tienen por función detener malignos actos de brujería, curar o atraer la buena suerte. Los huertos o patios están localizados en la parte de atrás. En ellos se encuentran los más variados árboles frutales y algunos maderables. Igualmente, matas de plátanos o tubérculos como la papachina son sembrados allí, así como palos de cacao, palmas de coco, de chontaduro y de naidí; ocasionalmente se encuentran algunas plantas medicinales y de prevención de los ataques de brujería (Sánchez, 2002). Por los huertos rondan los animales domésticos como patos, gallinas y cerdos. A veces, se construyen en ellos chiqueros y gallineros. En general, el huerto o patio cumple la función de brindar a los habitantes de la casa productos de pan coger, esto es, productos usados para su alimentación. Aunque esto no significa que a veces no se venda, regale, preste o intercambie un ramo de chontaduros o de plátanos de la huerta. Las zoteas son una forma de cultivo muy importante de las comunidades negras del Pacífico (Camacho, 1998). Estas construcciones están separadas del suelo al menos un metro por una armazón de madera. Para sembrar las plantas y yerbas, se llena con tierra especialmente preparada para ello una canoa vieja e inservible colocada encima de este armazón. Cuando no se cuenta con una canoa se hace un cajón rectangular con tablas, se labra el tronco de una palma o se colocan macetas y ollas viejas. Las zoteas suelen estar detrás de las casas, en los huertos, cerca de la puerta trasera al lado de la cocina. Pero en otras ocasiones pueden encontrarse a un lado de la casa o, más raramente, en el frente de la misma. En las zoteas se siembran yerbas y plantas que sirven para sazonar las comidas así como otras que son usadas a manera de remedios para diversas enfermedades o estados. Los tres espacios de uso mencionados —jardines, huertos y zoteas— están al cuidado de las mujeres (Camacho, 1998). Los colinos y rozas son dos espacios de uso predominantemente dedicados a cultivos cuyas cosechas se venden en los mercados (Whitten, 1992). Los colinos se encuentran más o menos distantes de las casas: algunos a unos cuantos minutos, otros a horas de camino. En general, una familia cuenta con varios colinos localizados en diferentes partes y en diversos períodos de crecimiento. Los colinos son áreas con cultivos permanentes donde sobresale el plátano (de cuya forma de siembra recibe su nombre). Pero al igual que en los huertos, en los colinos se
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la tagua, el naidí y la madera hacen parte de las más codiciadas. En ciertos ciclos y localidades, extraer alguno de estos productos forestales ha sido la labor que mayores ingresos monetarios ha reportado para algunos de los pobladores locales. Al igual que los colinos y rozas, el monte es un espacio predominantemente masculino. Solo los hombres se encargan de la cacería en los montes, y ellos son quienes recolectan gran parte de sus frutos o quienes más se dedican a la extracción de los productos forestales (Camacho y Tapia, 1997).
Mientras que los colinos se localizan en las orillas de los ríos o esteros, las rozas están internadas en los bosques. Éstas son claros hechos en el bosque para sembrar cultivos estacionales como el maíz o el frijol. La técnica de cultivo de las rozas se conoce como “tumba y pudre” porque se tumba la vegetación de un área para que al descomponerse brinde amplios nutrientes a las plantas cultivadas. Una misma roza se puede utilizar en dos o tres ocasiones, luego de lo cual se deja recuperar la tierra y crecer el bosque por algunos años antes de sembrar nuevamente allí; de esta forma rota el uso del suelo. Para el cultivo del arroz se escogen tierras fangosas, rotando el uso de los mismos de manera semejante. El coco, por su parte, es común en las líneas costeras. La técnica de la rotación asociada al tumbe y pudre refleja la sabiduría en el manejo ambiental de las comunidades negras, porque aprovecha las condiciones del bosque húmedo tropical, sin atentar contra su conservación y diversidad biológica (West, 2000).
En la línea costera, dadas las condiciones salubres de aguas y suelos, se encuentran los bosques de manglar. El mangle, con sus zancudas formas debido a las múltiples raíces que sobresalen notablemente de los suelos, es uno de los pocos árboles en el mundo adaptado a estas condiciones. Entre los usos más importantes del manglar están la recolección de crustáceos como la piangua o de cangrejos; la cacería de animales como el oso perezoso o la iguana; la selección de madera para la construcción de casas, leña o carbón; y, hasta hace unas décadas, la explotación de las cortezas de los mangles para la extracción de la quina necesaria para la industria del cuero. El manglar es un espacio tanto de mujeres como de hombres. La labor de las mujeres ha sido la recolección de piangua y de cangrejos, mientras que los hombres han sido los encargados de la cacería y la extracción de maderas y cortezas del mangle (Arocha, 1998).
El monte es otro espacio de uso. Las comunidades negras distinguen tres tipos de monte de acuerdo con el grado de intervención humana o de regeneración: el monte biche o bravo, el monte alzao y el rastrojo. El monte biche o bravo es el que no ha sido cultivado y permanece virgen, o lo fue hace tantos años atrás que ya no es posible reconocer las huellas de la mano humana. El monte alzao es aquella área que ha sido cultivada hace ya suficientes años para que el bosque, en gran parte, se haya regenerado. Rastrojo son los lugares de cultivo que hace poco tiempo han sido abandonados y donde apenas empieza el proceso de recuperación de la vegetación silvestre.
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Los usos del monte son variados. Es el lugar donde se desarrollan gran parte de las faenas de caza: animales como el venado, el zaino, el tatabro y la guagua hacen parte de las presas; aves como la pava y la perdiz son altamente valoradas por los cazadores. Del monte además se recolectan frutos para la alimentación y materiales de construcción. Igualmente, en el monte se encuentran yerbas propias de la curación o la hechicería. Muchas preciadas materias primas para vender en los mercados han sido extraídas del monte; el caucho,
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Comunidades negras del Pacífico colombiano
encuentran árboles frutales y maderables, así como plantas alimenticias, medicinales y rituales. Agrónomos e ingenieros forestales han estudiado la complejidad de estas formas de cultivo que asocian múltiples especies de acuerdo con influencias mutuas positivas, combinándolas a su vez con otras especies silvestres, seleccionadas con el fin de asemejar los ecosistemas naturales (Del Valle, 1996). A diferencia de los huertos, los colinos tienden a ser más extensos, y están orientados hacia la producción para la comercialización. Son un espacio de uso de los hombres.
Los ríos, bocanas, esteros y mares constituyen otra serie de espacios acuáticos diversamente usados por las comunidades negras del Pacífico colombiano. Los esteros son los canales laberínticos entre los manglares, mientras que las bocanas son las amplias desembocaduras de los ríos, donde el agua marina se mezcla con la del río (Oslender, 2008). De estos espacios acuáticos se han obtenido los más variados tipos de peces: desde la pequeña canchimala sacada con anzuelos en las bocanas y ríos, hasta el pargo rojo atrapado mediante redes en el océano; desde el inofensivo guacuco, hasta el peligroso tiburón. Los espacios acuáticos son las vías de transporte más importantes, y a veces las únicas existentes en la región; de ahí el papel central desempeñado por las canoas (llamadas también chalupas y potrillos) en el movimiento de personas, mercancías y utensilios. Saber maniobrar e interpretar los signos de estos espacios acuáticos es una destreza aprendida desde muy temprana edad. Todos los espacios de uso descritos hacen parte del territorio de las comunidades negras. Sin embargo, el territorio incluye también otros ámbitos que, aunque no son visibles, son igualmente reales e importantes en términos culturales. Los espacios de uso pertenecen a este mundo, pero
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existen además otros mundos. El cielo, la gloria y el purgatorio constituyen mundos habitados por santos, vírgenes y angelitos. Por el contrario, el infierno es el mundo de las visiones como el diablo, la cucuragua o la tunda. Hay otros mundos, como aquéllos donde viven los encantos y sirenas, o aquél del que se habla en el Pacífico sur donde habitan unos seres cuyo cuerpo es al revés del humano, que además de carecer de ano se alimentan con el olor de las comidas (Restrepo, 1996b). Todos estos seres circulan por el mundo de las comunidades negras, siendo algunos espacios y momentos más visitados que otros. El monte y el cementerio son lugares donde las visiones se mueven con facilidad, particularmente en las noches y durante los días sagrados. Durante los arrullos o ceremonias religiosas, los altares de las casas e iglesias son visitados por santos y vírgenes (Whitten, 1992). Todos los mundos se encuentran interconectados, constituyendo una compleja noción de territorio. Por eso, la confluencia e interacción entre estos diferentes mundos y sus habitantes establece las condiciones mediante las cuales las comunidades negras experimentan su territorio.
Economía Una característica de la economía de las comunidades negras del Pacífico es que han sabido combinar distintas actividades productivas de acuerdo con las variaciones en los ecosistemas de la región (Leal y Arocha, 1993). Así, en la zona costera, donde se encuentran manglares, bocanas, esteros, playas y mares, las comunidades negras se han dedicado a la pesca y la captura de crustáceos. En cambio, la agricultura y la extracción de madera han sido las actividades principales en las zonas bajas y medias de los ríos, donde abundan los bosques y suelos más apropiados. Por último, la minería ha sido una actividad central en las partes medias y altas de los ríos, ya que en esas áreas se encuentra el oro y el platino (Villa, 1994).
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Ahora bien, cada una de estas actividades principales se combinan con otras complementarias. Las comunidades negras asentadas en las costas que se dedican predominante a la pesca también destinan parte del tiempo a sus fincas y se internan en los bosques para cazar o para extraer madera. Igual sucede con las comunidades donde predominan la agricultura y la extracción de
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Dada la relativa especialización de estas tres áreas, diferentes productos han circulado desde las costas hasta las cabeceras de los ríos, y viceversa (Leesberg y Valencia, 1987). De las costas se comercializan cocos y pescado hacia las zonas agrícolas y mineras que están localizadas en las partes medias y altas de los ríos. A su vez, de las zonas agrícolas se comercializa el plátano y el chontaduro hacia las costas y zonas mineras. Por último, el oro en polvo ha servido para obtener aquellos productos provenientes de las costas o zonas agrícolas (Leal y Restrepo, 2003). Visto desde una perspectiva ecológica, cada una de las cuencas de río (desde las cabeceras hasta su desembocadura en el mar) han constituido una unidad de producción que conjuga poblaciones localizadas en los distintos ecosistemas, accediendo a variedad de productos mediante el intercambio o comercio.
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madera; aunque en estas áreas se dedica gran parte del trabajo al cultivo de productos para vender en el mercado, como plátano o el cacao, ya sea a sacar la madera de los bosques para venderla a los aserríos, parte del tiempo también se dedica a la cacería o la pesca menor para el consumo familiar. Otro tanto puede decirse sobre aquellas áreas donde la minería ha ocupado un lugar central, ya que esta actividad se combina con otras, como el cultivo en las fincas o la cacería. Varios investigadores (Oslender, 2008; Sánchez, 1996) han señalado que esta combinación de una actividad central con otras complementarias constituye una sabia estrategia adaptativa de las comunidades negras a los ecosistemas de la región del Pacífico colombiano.
Las actividades productivas de las comunidades negras no se encuentran orientadas únicamente a satisfacer el consumo familiar y el comercio o intercambio regional. Una característica muy importante de la economía de dichas comunidades ha sido sus vínculos con mercados externos que demandan productos de la región. El oro fue objeto de codicia de los esclavistas y el motivo por el cual fueron introducidos cientos de esclavizados africanos a la región. El Pacífico representó una de las fuentes más ricas de mineral dorado extraído de los depósitos aluviales de los inmensos dominios coloniales de España.
120 Actividad minera / Municipio de Tadó, Chocó / F: Guillaume Collanges / Archivo fotográfico: Fundación Amigos del Chocó (Amichocó)
En el siglo xix, ya en el período republicano, nuevas fuentes de riqueza fueron explotadas. La tagua y el caucho fueron dos de las más importantes. La tagua, semilla del tamaño de un huevo, es conocida como marfil vegetal dada su dureza y color. Antes de la invención de materiales sintéticos hacia los años treinta, se usó predominantemente para la producción de botones en Europa y en Estados Unidos. El caucho, por su parte, fue estratégico para muchas ramas industriales de
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se da cuando dos o más personas deciden constituir un grupo de trabajo para una actividad específica, repartiendo por partes iguales las ganancias. Ya sea el cambio de mano o la junta, en estas relaciones de trabajo asociativas lo que prima es el intercambio de trabajo y la ayuda mutua (Whitten, 1992).
La corteza de los árboles de mangle fue extensamente extraída hacia la mitad del siglo xx para utilizar su alto contenido de tanino en la industria de curtimbres en las fábricas del interior del país (Prahl et al., 1990). La madera ha sido, sin embargo, el producto forestal que más se ha explotado en el Pacífico. Entre los años cuarenta y setenta, la madera era exportada hacia los mercados extranjeros; desde la década del ochenta se dirige a satisfacer la demanda de ciudades del interior como Cali, Bogotá y Medellín.
Además de las relaciones de trabajo asociativas, existen otras como el jornal, el pago por producción (destajo) o el endeude, que tienden a favorecer los intereses de una persona por encima de los de la otra u otras. El jornal es la forma de trabajo pagado más generalizada en la región. Un jornal equivale a un día de trabajo. A diferencia del salario, el jornal no involucra un contrato escrito sino uno oral y puede ir desde un día hasta varias semanas o meses. El pago por producción, conocido también como destajo, implica que alguien le paga a otro por el resultado de su trabajo y no por los días que se han trabajado. Por ejemplo, a las peladoras de camarón en Tumaco les pagan por las libras de camarón que han limpiado y dejado listas para el empacado. Igual sucede con los cosechadores de las frutas de la palma africana en las plantaciones de las empresas del Pacífico sur.
El oro, la tagua, el caucho, la corteza de mangle y la madera son productos que muestran los estrechos vínculos que las comunidades negras han tenido con el resto del país y del mundo. Aunque, cabe señalarlo, las condiciones y los precios pagados por estos productos han sido ampliamente adversos para dichas comunidades y su región. Estas condiciones y precios desfavorables han generado una economía extractiva, en la cual quienes han obtenido casi toda la ganancia han sido los comerciantes que se enriquecen a despensa de las comunidades y de sus recursos (Leal y Restrepo, 2003). Los grupos de trabajo pueden variar desde dos personas en una faena de cacería nocturna hasta más de una decena, número necesario para halar las extensas redes de pesca llamadas chinchorros o para remover los barrancos y rocas en la tradicional minería del oro. En la constitución de los diferentes grupos de trabajo a menudo participan familiares. Sean parientes o no, entre los miembros de un grupo de trabajo se pueden establecer diferentes lazos filiales.
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Las relaciones de trabajo asociativo han sido muy importantes para las comunidades negras. Estas relaciones asociativas se establecen cuando se acuerda trabajar conjuntamente para beneficio común. Una de las más extendidas en el pasado era el cambio de mano, consistente en que se intercambian los días de trabajo entre los miembros de un grupo de forma equitativa. Así, por ejemplo, un grupo de cinco personas, en cambio de mano, trabajaría en la finca de cada uno por igual número de días rotando hasta cubrir a todos los miembros del grupo. En la actualidad, la junta o sociedad es la relación asociativa más extendida en la región. Una junta o sociedad
El endeude o compromiso es una de las relaciones centrales en la economía de la que participan las comunidades negras (Leal y Restrepo, 2003). Se establece cuando una persona, conocida como patrón, le adelanta a otra u otras dinero o mercancías, o ambos, para la producción de una mercancía determinada, ya sea oro, pescado, madera, etc. Quien recibe el adelanto se encuentra en la obligación de entregar el producto de su trabajo a su patrón. Por este producto el patrón le paga un precio generalmente inferior al que existe en el mercado local. Por ejemplo, un grupo de corteros que no cuenta con los recursos suficientes para internarse en el monte durante semanas decide pedir un adelanto a un dueño de aserrío. Éste les hace un préstamo en dinero y en productos necesarios para la alimentación y el trabajo. Los corteros se van al monte a trabajar hasta que llevan las trozas de madera hasta el aserrío de quien les hizo los adelantos. Estas trozas son tomadas por el dueño del aserrío a un precio más bajo del que pagaría si no hubiera proporcionado adelantos. El dueño de aserrío saca los adelantos que ha hecho dándoles a los corteros el monto restante. Dado que el precio pagado por la madera es muy bajo, no pocas veces los corteros ni siquiera alcanzan a cubrir el préstamo inicial, y se ven obligados a solicitar más adelantos para traer más madera. Este ciclo se repite, dándose muchos casos en que los corteros trabajan sólo para cubrir deudas que no alcanzan a pagar. Como bien lo han dicho algunos corteros, el endeude es otra forma de esclavitud.
Comunidades negras del Pacífico colombiano
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estos países, entre las cuales estaba la floreciente industria automotriz. Con el descubrimiento del caucho sintético, en la primera mitad del siglo xx, el caucho natural pasó a segundo plano. La actividad de recorrer los bosques para tumbar los árboles de caucho de los cuales se extraía la goma, prácticamente desapareció de la región (Del Valle, 1993).
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Con la irrupción del cultivo de coca en muchas regiones del Pacífico, la consolidación de las intervenciones agroindustriales como el cultivo de la palma africana y la creciente presencia de la minería mecanizada en forma de dragas y retroexcavadoras, las comunidades negras se han enfrentado a diversas transformaciones de las condiciones económicas de existencia en los últimos veinte años. Hoy, los modelos ancestrales y la racionalidad económica subyacente entran en tensión con esas las nuevas expresiones extractivas en la región.
Familia, compadrazgo y autoridad
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Otro aspecto que debe tenerse en cuenta para analizar las modalidades económicas de las comunidades negras del Pacífico se refiere al hecho de que éstas no responden a la simple acumulación de dinero. Esto se ha prestado para muchos mal entendidos por parte de aquellas personas, generalmente del interior del país, que ignoran la riqueza de las formas culturales de las comunidades negras y que son ciegas a valores distintos de un demencial afán de atesoramiento monetario. La sabiduría ambiental de los ritmos y prácticas tradicionales de producción de estas comunidades es despreciada por quienes llegan a la región en aras de ganar prontamente un manojo de pesos a costa de destruir bosques y explotar a seres humanos (Escobar y Pedrosa, 1996).
Las relaciones familiares constituyen una parte crucial de la organización social de las comunidades negras. Las familias son amplias e incluyen abuelos, tíos abuelos, primos, entenados y hermanos de crianza, entre otros. Por eso los antropólogos hablan de familia extensa (Losonczy, 2006). Las mismas comunidades de algunas partes del Pacífico se refieren a la familia como grandes troncos de los cuales se desprenden muchas ramas. A veces, en una casa vive una parte de los troncos familiares. Pero por lo general, una familia extensa tiende a habitar en varias casas construidas unas muy cerca de las otras en un mismo río, estero, playa, poblado o barrio. Algunas familias extensas o troncos familiares pueden cubrir gran parte de un río o un caserío (Friedemann, 1974; Hoffmann 2007). Sobre todo en ciertas zonas mineras del Pacífico, los troncos familiares son los propietarios de terrenos de cultivo y de habitación, y de las minas. Para tener derecho a usufructuar estos terrenos y trabajar en la mina se debe ser miembro del tronco familiar. En este caso los grupos de trabajo están
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Municipio de Nuquí, Chocó / F: Luis Alfonso Orozco Díaz
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constituidos por parientes. Ahora bien, en otras partes del Pacífico mediante las familias extensas que generalmente se accede a la tierra para cultivar y construir la casa, o a los bosques de donde se puede extraer madera, pero los grupos de trabajo no están necesariamente conformados por parientes. Por su parte, en los poblados y ciudades los miembros de las familias extensas tienden a ser muy solidarios entre sí, ofreciéndose mutuamente ayuda, alojamiento y recursos. Una persona pertenece tanto al tronco de su padre como al de su madre, sean ellos de sangre o de crianza. Un hijo de crianza tiene los mismos derechos y obligaciones familiares que uno que ha sido engendrado. Lo importante es crecer en el seno de la familia y participar en las labores del tronco familiar. Un hermano o hermana de crianza tiene el mismo estatus que uno de sangre, y se prohíbe el matrimonio con ellos. Durante su vida, una mujer puede tener sucesivos maridos así como un hombre varias mujeres. Los antropólogos usan las palabras de poligamia sucesiva o simultánea para referirse a esta forma de matrimonio que se puede encontrar en diferentes civilizaciones del mundo. Algunos estudiosos consideran que las raíces de este tipo de matrimonio se remontan al África (Riascos, 1994). En este mismo sentido, estos investigadores han afirmado la centralidad de la línea de descendencia materna (bisabuela/abuela/madre) en la constitución de los troncos familiares. El compadrazgo/padrinazgo constituye la relación más importante de la organización social después de las de los parientes (Losonczy 2006; Otero, 1994). La forma más común de establecer una relación de compadrazgo es a propósito del bautismo de un hijo. Hay dos tipos de bautismos: el de agua y el de óleo. La diferencia radica en que el de agua se hace primero y sin la participación de un sacerdote. Este bautismo busca prevenir que, en caso de muerte, al bebé se le niegue su lugar en la gloria y quede penando en este mundo. El bautismo de óleo se hace generalmente en una iglesia y requiere la participación de un sacerdote.
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La relación entre los compadres y comadres es muy estrecha, demanda extremado respeto y se espera colaboración y apoyo mutuo. Por eso, entre compadres y comadres no deben haber peleas ni discusiones, así como tampoco pueden casarse entre sí ni sostener relaciones sexuales. Es común que compadres y comadres trabajen juntos. Entre ellos se hacen favores y nadie duda de ayudar a su compadre o comadre cuando hay condiciones para hacerlo. Si alguien tiene que viajar a otro lugar, piensa tanto en sus compadres y comadres como en sus familiares para visitarlos y estar con ellos el tiempo requerido. El compadrazgo no sólo se establece entre miembros
127 Jurubirá, Nuquí, Chocó / F: Luis Alfonso Orozco Díaz
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de las comunidades negras; también es central en las relaciones de intercambio y reciprocidad entre negros e indígenas (Losonczy, 2006). Las personas de más edad de un tronco se conocen como los “mayores” (Cassiani, 2004). Ellos han sido fuente de sabiduría, de memoria y respeto. Por eso, los mayores son una figura de autoridad y de prestigio. Esta autoridad se basa especialmente en el reconocimiento hacia ellos, al consultar y atender su opinión en las decisiones individuales y colectivas así como en las disputas surgidas entre miembros del tronco familiar o vecinos. Otras figuras de autoridad han sido los curanderos y las parteras, ya que sus conocimientos son muy valiosos para la comunidad. Al igual que los mayores, los curanderos y las parteras son consultados en caso de querellas o decisiones por tomar. El brujo, por su parte, ha basado su autoridad en la conjugación del temor y la admiración que inspira (Mosquera, 2004; Sánchez, 2002). Los sacerdotes y religiosas han sido ampliamente respetados y acatados por las comunidades negras. Algunos de ellos, como el famoso padre Mera en Tumaco, se dedicaron a recorrer la región para desterrar las “prácticas del demonio” que delirantemente veían en bailes, música o formas de matrimonio (Arboleda, 2004). En tiempos recientes, los sacerdotes y religiosas han cambiado su actitud hacia las prácticas culturales de las comunidades negras, reconociendo su valor y su expresión de religiosidad. Ahora bien, desde mediados del siglo xx otras figuras de autoridad y de prestigio han competido con el lugar de mayores, curanderos, parteras, brujos y sacerdotes. El maestro ha ocupado un sitio destacado, particularmente en las áreas rurales. De la misma manera, la educación ha sido factor de prestigio y de autoridad, especialmente cuando involucra niveles universitarios en carreras como derecho o medicina. Igual puede decirse de los cargos en el gobierno local, desde alcaldes hasta funcionarios. Los líderes comunitarios han adquirido reconocimiento, algunos de ellos más allá de sus localidades, al establecer luchas que los llevan a las esferas departamentales y nacionales.
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En la segunda mitad de los noventa, en las zonas rurales se establecieron los Consejos Comunitarios, una forma de gobierno propia de las mismas comunidades. Los Consejos Comunitarios fueron creados en 1995 a partir de la Ley 70 de 1993; esta ley, que se desprende de la Constitución Política de 1991, reconoce a las comunidades negras del país la propiedad colectiva sobre sus
129 Municipio de Nuquí, Chocó / F: Luis Alfonso Orozco Díaz
En la actualidad, muchas de estas formas de autoridad han sido socavadas por las transformaciones de la región del Pacífico. La presencia de actores armados, los desplazamientos forzados, el mayor embate del capital y de los intereses de poblaciones foráneas, así como estructuras clientelares de los partidos y políticos convencionales han significado un cambio en las relaciones de autoridad descritas.
Curanderos, parteras y brujos Existen mujeres y hombres con los conocimientos de plantas y secretos para curar diferentes tipos de enfermedades y accidentes así como para asistir a las mujeres que dan a luz. Las enfermedades y accidentes son de dos tipos: los divinos y los humanos. Los primeros ocurren por el descuido, el exceso o la voluntad divina; para curarlos están los curanderos. Por su parte, las enfermedades y accidentes humanos son asociados con el diablo y ocurren por la intervención de un brujo, quien es el único que puede deshacer la brujería. Así, la mordedura de una culebra venenosa puede ser divina o humana. Si es divina el curandero la tratará recurriendo a yerbas y a secretos, pero si es humana sólo un brujo puede tratarla (Lobo-Guerrero y Xochitl, 1990).
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Un médico no puede curar una enfermedad o accidente causados por el diablo. Si los trata, el paciente empeorará y morirá irremediablemente. Además, el médico y las drogas tienen competencia sólo sobre ciertas enfermedades y accidentes divinos, pero no sobre todos; en estos casos su intervención puede igualmente empeorar la situación del paciente e incluso llevarlo a
la muerte. El mal de ojo, el tabardillo, el mal aire y el espanto son algunas de esas enfermedades y accidentes que no pueden ser tratados por médicos ni con los remedios formulados por estos profesionales. Para aliviar este tipo de padecimientos están los curanderos (Mosquera, 2001; Sánchez, 2002; Velásquez, 2000). Las yerbas usadas por los curanderos operan para recomponer los equilibrios de temperaturas o de fluidos perdidos en el cuerpo y las sombras. Por ejemplo, para una enfermedad caliente se prescriben baños, tomas y sobijos compuestos con yerbas frías o frescas. De la misma manera, ante la pérdida de sangre o el cambio desfavorable en su composición se utilizan yerbas que permitan la retención de sangre o su reconstitución. Igualmente, las dietas y restricciones sexuales hacen parte de la terapia definida por el curandero para las enfermedades y accidentes. Ciertas carnes, frutas, líquidos o granos agravarían la situación del enfermo, por lo que le son prohibidas mientras dura su curación. Por ejemplo, carnes consideradas sangrinas o bravas son eliminadas de los alimentos de una persona mordida por una culebra venenosa, ya que las primeras le producirían hemorragias mientras que las segundas activarían la efectividad del veneno que aún permanece en su cuerpo (Galeano, 1996). Los curanderos también usan “secretos” divinos. Un secreto es una oración que el curandero conoce de memoria y que le da poder de curar ciertas enfermedades y accidentes. Aunque hay curanderos que sólo curan con secretos y otros sólo con yerbas, lo más común es que un curandero combine ambas modalidades de acuerdo con sus conocimientos y la situación que enfrenta (Lobo-Guerrero y Xochitl, 1990).
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territorios, así como sus derechos culturales y socio-económicos como grupo étnico. La Ley 70 es el resultado de un proceso organizativo de la comunidad negra en Colombia que tiene sus orígenes en los años setenta con entidades como Cimarrón, pero cuya lucha se remonta al período colonial; otros antecedentes más inmediatos son las organizaciones campesinas del Chocó surgidas desde mediados de los ochenta. La Asociación Integral Campesina del Atrato (ACIA) fue la primera organización cuya lucha se estableció en términos de defensa del territorio, la identidad y la cultura de las comunidades negras (Villa, 1998). De ahí que este tipo de organizaciones sean llamadas étnico-territoriales, junto con los Consejos Comunitarios de comunidades negras constituyan las formas de autoridad, decisión y gestión de las mismas sociedades.
Las parteras, al igual que los curanderos, están asociadas al orden divino. En primer lugar, ellas son las encargadas de asistir a las mujeres en su embarazo y, sobre todo, en el momento en que dan a luz. Las parteras son, además, quienes dotan al recién nacido con el apropiado comportamiento sexual al cortar el cordón umbilical y enterrarlo junto con los sobrantes de la placenta en el lugar adecuado: para las mujeres cerca de la casa, para los hombres en la frontera con el monte. No en pocas ocasiones las parteras son las encargadas de ombligar a los niños. En resumen, la función de partera es recibir al bebé otorgándole las características adecuadas para ser un miembro de la comunidad (Losonczy, 1989). Los brujos, por su parte, son temidos porque sus poderes pertenecen al orden de lo humano o del diablo. Un brujo puede transformar un bejuco en una serpiente venenosa para perseguir a una persona determinada hasta morderla. Igualmente, en una quebrada o río puede poner una madre
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Panguí, Nuquí, Chocó / F: Luis Alfonso Orozco Díaz
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de agua que espera con paciencia a que su víctima pase por allí para ahogarlo. En una finca, un brujo puede hacer que los cultivos no germinen o se pierdan. Puede coger el rastro de una persona o capturar su sombra con el propósito de producirle grandes padecimientos y la muerte. También puede curar enfermedades o accidentes que han sido causados por otro brujo, pero para hacerlo debe ser más poderoso que quien los ha causado (Restrepo, 1996b). Estas figuras del curandero, la partera y el brujo constituyen una pequeña muestra de las complejas filosofías sobre el cuerpo, la salud, la vida y la muerte que las comunidades negras han desarrollado durante generaciones. En ellas se expresa la riqueza cultural de dichas sociedades.
Funebria, santos y visiones El mundo de los vivos y el de los muertos están estrecha e indisolublemente conectados. Muertos, santos y visiones se mueven por el mundo de los vivos (Losonczy, 1991). Cuando un niño menor de siete años muere se considera que es un angelito. Para que ascienda a la gloria se hace un chigualo o guali. En el chigualo las mujeres cantan durante toda la noche, mientras que los hombres las acompañan tocando instrumentos musicales como el bombo y los conunos. Además de cantar, algunas mujeres tocan las guasas. La muerte de un pequeño niño es motivo de alegría ya que él llegará a la gloria y velará por el bienestar de sus padres y padrinos. Pero si se derraman muchas lágrimas, el angelito no podrá alcanzar la gloria porque se ahogará en ellas. El cadáver del infante se viste de blanco, se lo coloca en un rincón de la sala sobre una mesa también cubierta de blanco y se lo rodea de flores de coloridos papeles hechas especialmente para la ocasión. Después de toda una noche de chigualo, a la cual asisten parientes y vecinos, se entierra en el cementerio luego de llevarlo a la iglesia en una procesión liderada por los niños mayorcitos (Losonczy, 2006). Las canciones en los chigualos son conocidas como arrullos y son muy parecidas a las que se interpretan para que los santos y vírgenes desciendan temporalmente del cielo a escuchar las demandas de quien organiza el evento o a recibir los agradecimientos por los favores concedidos. En los arrullos para santos y vírgenes también se tocan guasas, bombo y conunos. Estos arrullos se hacen en la sala de la casa del devoto, quien por lo general ha levantado un pequeño altar para
135 Fiestas de San Pacho / Patrimonio Inmaterial de la Humanidad (2012), Unesco / Municipio de Quibdó, Chocó / F: Luis Alfonso Orozco Díaz
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Cuando el muerto es alguien mayor de siete años ya no se le considera un angelito y las actividades para ayudarle a dejar este mundo son muy distintas. Las manifestaciones de dolor no sólo son permitidas, sino que son prescritas. Los dolientes más cercanos se ven pronto acompañados por familiares distantes, vecinos y amigos que permanecen con ellos durante las actividades funerarias que incluyen el velorio, el enterramiento y la novena. Estas actividades son indispensables para conducir el cuerpo y el alma del muerto hacia su nuevo destino (Restrepo, 1996b). Los alabaos son las canciones que se usan en estos casos. A diferencia de los chigualos y los arrullos, los alabaos son manifiestamente tristes y sólo involucran las voces, sobre todo, femeninas, sin ninguna participación de instrumentos musicales. Al momento de la muerte, el alma o sombra se separa del cuerpo saliendo por la parte superior de la cabeza con el último respiro. Mientras exista respiración, así sea tenue y casi imperceptible, el cuerpo se halla vivo. Una vez el alma o sombra abandona el cuerpo, queda en la casa donde se realiza el velorio. Por eso, después del enterramiento del cuerpo, se construye en la sala una especie de altar llamado tumba. Dicha tumba tiene un fondo blanco de telas sobre las que se colocan velas, imágenes religiosas y, con frecuencia, una o varias mariposas negras así como flores, plantas y el nombre del fallecido. Usualmente, se deja un pequeño recipiente con agua para que la sombra sacie su sed.
tar sus habilidades en el trabajo, la pelea o el amor. En general, las visiones pertenecen al diablo o Luzbey. Cuando un muerto se transforma en visión ronda por ciertos espacios y tiempos. El cementerio y el monte son dos de los espacios en donde más frecuentemente vagan los muertos, así como en las noches y, en particular, las de ciertos días sagrados. Pero el muerto no es la única visión que existe. Hay muchas otras: la tunda, la cucuragua, el riviel, el duende, la bruja y el maravelí, son algunas de las más conocidas. Estas visiones recorren diferentes lugares, en los cuales se producen encuentros más o menos peligrosos para quienes se cruzan en su camino (Camacho, 1997). En síntesis, el universo de las comunidades negras del Pacífico es compartido con diferentes seres; algunos pertenecen al orden divino, otros al de la gente y otros más al de las visiones. Estos seres se encuentran durante determinados momentos y lugares dado que unos y otros se mueven en diversas direcciones. Existen distintas actividades para permitir o impedir que se establezcan puentes o se den encuentros entre ellos.
Identidad cultural y racismo
Esta tumba se deja por los nueve días y noches que dura la novena. Cada noche se reúnen dolientes, familiares, vecinos y amigos para cantar alabaos y rezar hasta cerca de la medianoche. La novena noche, conocida como la última noche, es la más importante, ya que unos minutos antes del alba, en medio de los alabaos y de la tristeza de los asistentes, se apagan las velas y luces para desarmar la tumba obligando al alma o sombra del muerto a abandonar para siempre aquel lugar (Velásquez, 2000).
Renacientes es una palabra usada en algunos lugares del Pacífico colombiano (Del Valle y Restrepo, 1996; Friedemann, 1974). En ella está condensada mucho del pensamiento de las comunidades negras. Uno de sus más importantes significados es el que alude a las actuales personas como los renacientes de las generaciones que vivieron en el pasado. Se puede escuchar, por ejemplo, cómo alguien se refiere a sí mismo o a otros como los renacientes de los mayores. Pero renacientes no son sólo las personas, sino también muchos otros seres como animales o árboles. Desde la fundación del mundo, los renacientes se suceden unos a otros en infinitos ciclos que tienden a replicar los ciclos anteriores, por lo menos en cuanto a la imposibilidad de la extinción de cualquiera de los seres que lo componen. Dicho de otra forma, desde la fundación del mundo ha habido culebras, venados, tatabros y gente; por tanto, siempre habrán. Si no se encuentran venados o tababros, por ejemplo, no es porque se hayan extinguido sino porque se han alejado hacia los centros de los montes.
Un muerto puede convertirse en visión si no se realizan las actividades funerarias correspondientes; así mismo, si cuando estaba vivo hizo pactos con el diablo en aras de atesorar dinero o de acrecen-
Algunos activistas de las organizaciones de comunidades negras han sugerido esta palabra como la más adecuada para referirse a las comunidades negras del Pacífico (Cassiani, 2004). Desde
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honrar a su santo o virgen. Tanto en el chigualo como en el arrullo de santo o virgen, se produce una conexión o puente entre el mundo de lo divino y el de los seres humanos, por el cual pueden circular las entidades divinas y libres de pecado, mas no los otros seres humanos, cuya función es sólo permitir esa conexión o puente (Velásquez, 2000).
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su perspectiva, entonces, renacientes sería un sinónimo de comunidades negras. No obstante, localmente existen muchas otras categorías de identidad. La de libre es quizás más extendida que la de renaciente. En algunas zonas del Pacífico, libre es el término que usan los indígenas para referirse a los negros; pero en otras así es como se llaman a sí mismos las comunidades sociedades negras. Negro o moreno son también términos de adscripción e identificación frecuentemente utilizados por otros o por los miembros de las comunidades negras. Afrocolombiano y afrodescendiente hacen parte del vocabulario de algunos activistas e intelectuales, pero rara vez se escucha entre la gente de los ríos y playas o incluso entre los sectores más populares en las ciudades. Además de las nefastas implicaciones para la región del Pacífico de la irrupción de la guerra y la intensificación del modelo extractivo (en actividades como la palma africana, la madera, la minería y la coca), las comunidades negras enfrentan unas ideas racistas que han imperado en Colombia. El racismo es una forma de significar y actuar sobre las personas en el mundo. La mayoría de las veces, el racismo actúa sin que quien lo practica se dé cuenta de que está reproduciendo posiciones racistas (Hall, 2010). Los biólogos han demostrado que no existen razas, porque los grupos humanos que erróneamente han sido asociados con una raza no son genéticamente homogéneos y que pueden existir más semejanzas genéticas entre individuos de diferentes grupos humanos que entre los de un mismo grupo. Por su parte, los antropólogos han demostrado reiterativamente que no existe ningún determinismo entre la apariencia física de un grupo humano o individuo y las características de su comportamiento y cultura. A pesar de ello, el racismo es una ideología ampliamente extendida, y en particular en ciertos grupos que se imaginan a sí mismos como una “raza”, en general la “raza superior” por encima de “razas inferiores” que siempre corresponden con los otros grupos humanos. Las ideologías racistas han negado la importancia y contribución de la gente negra y sus culturas a la consolidación de la nación colombiana (Friedemann, 1984; Wade, 1997). Por eso, justipreciar el gran aporte histórico y la vitalidad cultural de la gente negra del país en general, y de la región del Pacífico en particular, es un paso necesario hacia la superación de las actitudes e ideas racistas que aún habitan el imaginario y sentido común de los colombianos.
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Pueblos indígenas de Antioquia viria a G z u r C bel Ana Isa
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141 *Antropóloga de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Se ha desempeñado como servidora pública en la Gobernación de Antioquia desde 1991. Actualmente trabaja en la Gerencia Indígena del departamento.
Tabla de curación (Embera) Dabeiba, Antioquia 85,6 cm. x 67,7 cm. Reg. ETN 738
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os pueblos indígenas, a partir de la época de conquista de América, han debido asumir estrategias de resistencia para poder defender su territorio, cultura y organización social. Desde esa época histórica su población se ha reducido y se han perdido espacios territoriales ancestrales, expresiones culturales y ambientales que han llevado incluso a la desaparición de muchos grupos. Todo el territorio colombiano no fue ajeno a esta condición y la pérdida de evidencias materiales como referencia de grupos ya inexistentes fue el resultado del saqueo de la guaquería. El desconocimiento o poca valoración de los grupos que aún perviven se continúa dando en diferentes formas de exterminio. En la actualidad, territorialmente, 162 comunidades indígenas habitan en el departamento de Antioquia, con una extensión aproximada de 350.000 hectáreas, en 46 resguardos. Estos son instituciones de carácter legal y sociopolítico especial, con un título de propiedad colectiva de las tierras y mejoras en él contenidas, que goza de las garantías de la propiedad privada. En el interior de ellos pueden habitar varias comunidades, regidas por una organización propia: el cabildo, estructura de gobierno amparada por el fuero o normatividad indígena y un sistema de justicia acorde a los propios usos y costumbres. Pero no todas las comunidades indígenas son poseedoras legales de los territorios que habitan, situación que agrava las condiciones de vida, la continuidad social y cultural y los medios económicos y ambientales de subsistencia. Para las comunidades indígenas las presiones sobre los territorios para la explotación de recursos naturales, la ocupación por grupos armados y colonos incrementa las presiones y disputas sobre sus territorios.
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Las actuales propuestas de articulación de los planes de etnodesarrollo, salvaguarda, restitución de derechos, vida comunitaria y justicia, en sus diferentes niveles territoriales, propenden por definir la tenencia legal de la tierra, una organización social y cultural, propuestas de etnoeducación acordes a características diferenciales positivas en relación a la población mayoritaria, y el manejo y conservación ambiental y sanitaria como factor preponderante para los pueblos indígenas.
Los pueblos indígenas y su organización A raíz de la propuesta de transformación rural planteada en la década de los años sesenta, se crea el instituto Colombiano de Reforma Agraria, Incora, y surgen las primeras asociaciones campesinas e indígenas como el Consejo Regional Indígena del Cauca, CRIC, y, en la década siguiente, la Organización Regional Embera Waunana, OREWA, en el Chocó. En Antioquia, en 1985, surge la Organización Indígena de Antioquia, asociación regional con representación única para la defensa de los derechos de las comunidades indígenas, el fortalecimiento de los cabildos y el impulso de programas para el mejoramiento de las condiciones de vida. En otros departamentos como Risaralda y Sucre se van constituyendo, más adelante, otras organizaciones representativas indígenas con el apoyo de la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC. Desde entonces, valiéndose de la ley 89 de 1890, las organizaciones indígenas validan y promueven la figura de cabildo como estructuración política, y con jurisdicción propia y administración de recursos. Aunque a partir de la Constitución Política de 1991 se definen las Entidades Territoriales Indígenas, ETI’s, aún no están reglamentadas por el Congreso de la República. Por esta razón, los cabildos como instrumento de justicia, desarrollo territorial, administración y participación, siguen plenamente vigentes para el reconocimiento de sus derechos fundamentales. Derechos culturales: diversidad de culturas y lenguas indígenas como idiomas oficiales en sus territorios. Derechos educativos: referidos a proyectos educativos adaptados a las particularidades de los diferentes pueblos. Derechos territoriales: los resguardos reconocidos como entes territoriales de la república. Y derechos políticos: el gobierno indígena y sus autoridades con funciones jurisdiccionales propias y de autonomía dentro de su ámbito territorial, de conformidad con sus propias normas, siempre que no sean contrarias a la Constitución, a las leyes de la república en seguridad (participación con grupos armados, tráfico de drogas, extorsión), o a la protección de sectores vulnerables como los niños (as). Según lo anterior, los cabildos se han visto obligados a resolver fallos que no estaban tipificados en las normas propias, porque no hacían parte de los usos y las costumbres. A partir del 2011 se incluye como parte de estos derechos la participación y definición de planes y estrategias de protección de derechos, salvaguarda y reparación a víctimas de la violencia.
Pueblos indígenas de Antioquia
Pueblos indígenas de Antioquia
La conquista histórica y actual
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En los derechos territoriales aún es preciso seguir avanzando. La concesión de licencias a megaproyectos, infraestructura, explotación minera y afines, afecta la calidad ambiental de los territorios indígenas, mucho más cuando se hacen de manera inconsulta, desatendiendo la obligación de adelantar consultas previas con las comunidades para definir planes de mitigación. Los retos para la pervivencia de los pueblos indígenas comprenden entonces un permanente diálogo al interior de las comunidades, sus organizaciones, los entes estatales y demás entidades. Estas acciones permitirán el reconocimiento de la diversidad y la pluralidad étnica cultural a través de políticas y programas concretos con compromisos de coparticipación.
Los pueblos indígenas de Antioquia Actualmente, el territorio del departamento de Antioquia cuenta con una población indígena que se ha incrementado significativamente en las últimas dos décadas. Así, en las zonas rurales de diferentes municipios de siete subregiones se tiene una población indígena de 29.046 indígenas, representativa de varias etnias. En zonas urbanas del municipio de Arboletes y otros municipios del Bajo Cauca se encuentran 1.527, y unos 3.300 más en los municipios de Medellín y Bello, para un total actual aproximado de 33.781 indígenas. La población indígena del departamento pertenece a las etnias gunadule, senúes y emberas. De los 125 municipios del departamento, 33 cuentan con población indígena en las subregiones de Urabá, Occidente, Atrato Medio, Bajo Cauca, Nordeste, Suroeste y en el Área Metropolitana, en donde también habitan indígenas procedentes de etnias de distintos puntos de Colombia.
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Los embera La mayor cantidad de población indígena en Antioquia corresponde al grupo embera, que en esta lengua se reconoce como “gente del maíz”. Viven en los municipios de Turbo, Apartadó, Chigorodó, Mutatá, Murindó, Vigía del Fuerte, Dabeiba, Frontino, Urrao, Jardín, Ciudad Bolívar, Támesis, Valparaíso, Pueblo Rico, Nechí, Tarazá, Anorí, Segovia y Vegachí. Esta etnia se divide en varios subgrupos, diferenciados por variaciones dialectales, culturales y de adaptación geográfica: emberas chamíes, emberas eyábidas o katios, y emberas dóbidas. Las comunidades y resguardos emberas en esta clasificación corresponden a “gente de montaña”, “gente de selva” y “gente de rio”, respectivamente, y cada una de ellas presenta una mayor o menor relación y asimilación de costumbres de la sociedad mayoritaria. Actualmente, las comunidades y resguardos conformados por los emberas reconocen para su administración y gobierno una autoridad propia, representada en cabildos conformados por un gobernador (a) indígena y un grupo de líderes elegidos comunitariamente, conocido como cabildo. Generalmente están conformados por un tesorero, una guardia indígena, comités que representan sectores como las mujeres, jóvenes, ancianos, jaibanás, etc.
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En cuanto a la participación política, algunos indígenas han hecho parte de corporaciones públicas como el Senado, Asambleas Departamentales, Concejos Municipales, Consejos de Planeación, diferentes juntas directivas y comités, y oficinas de representación étnica municipal, entre otras. La participación de las mujeres indígenas en estos ámbitos todavía es escasa.
Los cabildos como organización de gobierno comenzaron a consolidarse a partir de 1985, emulando luchas de comunidades indígenas en otras partes del país. Como representantes administrativos y de gobierno, esta figura ha permitido que se adelanten formas de articulación y de ordenamiento social en las comunidades, el manejo presupuestal de recursos presupuestales como los aportes del Sistema General de Participaciones, SGP, y aproximaciones a la articulación con la justicia ordinaria. Culturalmente, los emberas conservan una lengua propia en la cual se vienen adelantando proyectos de desarrollo en el marco del proyecto etnoeducativo comunitario, PEC, y en la definición de estrategias educativas pertinentes según sus condiciones sociales y culturales, con el fin de conservarlas mediante docentes indígenas. Igualmente, perviven las creencias en el jaibanismo o conjunto de espíritus buenos y malos con apariencias variables de humanos o de animales. Los ritos son practicados por un jaibaná o mé-
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Otros aspectos de identificación cultural como la pintura facial o corporal, las artesanías, principalmente en chaquiras, y la realización de canastos, el tipo de vivienda, los patrones de subsistencia, la música y la danza, aunque no homogéneos en los distintos subgrupos, permiten la ratificación de identidad étnica a los distintos grupos embera. Recientemente, grupos de música, danza y teatro se dedican a explorar estas expresiones como medio de divulgación y recreación cultural. El sistema de producción de insumos de subsistencia alimentaria de los subgrupos emberas se basa en la agricultura de plátano, maíz, café, caña de azúcar, cacao, entre otros productos. Esta actividad se hace en escalas que no les permiten, la mayoría de veces, adelantar actividades autosuficientes para lograr una buena dieta alimentaria o adquirir otros productos. La dieta se complementa con actividades de pesca, caza y, en menor proporción, animales de corral. Con respecto a la organización social, los bruscos y acelerados cambios vividos en las comunidades, la presión demográfica en territorios reducidos, entre otras razones, han incidido para se presente un deterioro en las relaciones parentales familiares. Esta situación determina un interés prioritario, con el objetivo de conservar las buenas relaciones comunitarias que les permitan un adecuado desarrollo como grupos étnicos.
Los gunadule La etnia gunadule habita en Antioquia, en el resguardo de Caimán, entre los municipios de Turbo y Necoclí. Las familias indígenas pertenecientes a ella se ubican a los lados de los ríos Caimán y Arquía (departamento del Chocó), y en el archipiélago de San Blas, en Panamá. Hasta hace poco se les denominó igualmente como tules o cunas, pero a partir de recientes acuerdos organizacionales se definen como gunadules, que significa “hombres que habitan la tierra”. Aunque numéricamente son pocos en el departamento, como grupo étnico conservan casi la totalidad de sus manifestaciones culturales tradicionales. De manera relevante, los vestidos y la ornamentación, principalmente para las mujeres. Además, el tipo de vivienda, los ritos culturales, la organización social y parental con otras familias de la costa pacífica y del archipiélago de San Blas, la cosmovisión y, en especial, la lengua materna. La familia extensa articula la organización social, y sus miembros asumen la producción de alimentos propios. Culturalmente, se mantienen ritos que marcan la transformación de los individuos más jóvenes en adultos, la representación y la organización política en los sailas o caciques, los patrones de asentamiento de las viviendas y una tradición artesanal representada por coloridos diseños en telas superpuestas, elaboradas por las mujeres, con motivos naturalistas y simétricos conocidos como “molas”, las cuales venden o utilizan en sus prendas de vestir. Económicamente, además de los cultivos de pancoger, adelantan sembrados de plátano y la venta de artesanías de manera informal o en ferias artesanales.
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dico, quien ejerce la autoridad, el control social y el manejo territorial. Junto a él, los botánicos conservan el conocimiento sobre plantas tradicionales para la atención en salud.
En su organización sociopolítica, cada comunidad tiene como vocero la figura del Saila, quien, además de representarles, es su juez y líder. En la comunidad existe una asamblea tradicional encargada de la toma de decisiones importantes.
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Como actividad económica, las familias gunadules han practicado la horticultura, principalmente de maíz, yuca y plátano; la pesca, la caza de especies menores, y de forma reciente la ganadería en pequeña escala. Actualmente, el cultivo de plátano se ha incrementado, y ha sido destinado a la exportación, aprovechando la proximidad geográfica de los resguardos con la costa Caribe. La vivienda de las familias gunadule conserva sus características de forma, generalmente en rectángulos, los elementos constructivos y su ubicación en aldeas nucleadas.
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Los senúes La etnia senú actualmente pervive en los departamentos de Bolívar, Córdoba, Sucre y Antioquia. En este departamento se ubican en las subregiones del Bajo Cauca y parte de Urabá, en los municipios de Caucasia, Cáceres, Zaragoza, San Pedro de Urabá, San Juan de Urabá, Arboletes, El Bagre, Zaragoza y Necoclí. Su distribución, generalmente, se encuentra en comunidades aún no poseedoras de territorios propios y, por esta razón, no resguardadas, con excepción de El Volao, en Necoclí, y, reconocido hace poco legalmente como resguardo, Los Almendros, en el municipio de El Bagre. Desde tiempos de la Conquista su territorio ha sido expropiado, llevándolos a la pérdida de sus territorios antes integrados por tres provincias con sus capitales: Finzenú, Panzenú y Zenufaná. El sistema de organización social, otrora organizado en grandes cacicazgos, y los logros culturales y ambientales más importantes, fueron destruidos, como el manejo ambiental y agrícola a través de la ingeniería hidráulica llevada a cabo en la construcción de canales, una rica orfebrería y una lengua propia.
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Para un efectivo manejo educativo, ambiental y de salud, en el presente se plantean importantes retos: la implementación de su propio programa etnoeducativo, la asimilación de unidades de manejo de aguas servidas y la conservación de las fuentes hídricas.
Otros factores como la disolución de resguardos coloniales, el acelerado y arrollador paso de los terratenientes con actividades de ganadería extensiva, la presencia de grupos armados al margen de la ley, el desarrollo de megaproyectos y la violencia ejercida contra esta etnia, han incrementado el despojo de las tierras y la dispersión de sus familias con el objetivo de sobrevivir. Estas circunstancias hicieron que se determinara, desde los entes estatales nacionales, que este grupo ya no fuese considerado como indígena, debido el alto grado de aculturación que se estaba evidenciando. Actualmente, las comunidades senúes avanzan en la reivindicación de su condición étnica y en la recuperación formal de territorios propios. Vale citar las gestiones más recientes en los municipios de San Pedro de Urabá, Caucasia y Cáceres, en donde la Gobernación de Antioquia ade-
148 Figuras antropomorfas (Tule) Golfo de Urabá De izquierda a derecha 30,7 cm. x 7,7 cm. – 25,5 cm. x 6,6 cm. Reg. ENT 81 – ENT 82
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La compleja situación de orden público que afecta a estas comunidades originada por grupos armados al margen de la ley, los cultivos ilícitos, la minería ilegal, las escasas oportunidades económicas al carecer de tierras propias, entre otros factores, ha llevado a que numerosas familias se ubiquen en los cascos urbanos de Arboletes y Bajo Cauca, porque viven amenazadas, han sido desplazadas o son hostigadas. En este contexto, el grado de aculturación se incrementa y las oportunidades de participación en programas de reconocimiento étnico, seguridad social y planes de salud se hacen más complejas. De manera reciente, líderes y representantes de esta étnia han sido asesinados o han debido desplazarse y dejar sus comunidades. Estas razones generan su exclusión, como grupo indígena, de la formulación de planes de salvaguarda para su protección.
Conclusiones generales Al consagrarse el carácter multiétnico, multicultural y pluralista de la nación colombiana, en la Constitución Política de 1991, se han venido desarrollando un conjunto de medidas legislativas para la implementación de políticas y estrategias que pongan en marcha distintos programas de reconocimiento y acompañamiento a las comunidades indígenas, para su protección social y cultural de manera integral.
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Aspectos relevantes para la calidad de vida, el reconocimiento y la restauración de derechos comunitarios y de sectores poblacionales, el ejercicio de la autonomía propia, la articulación de la justicia especial indígena con la justicia ordinaria, y la participación democrática en la toma de decisiones de la sociedad civil, se han venido diagnosticando y priorizando para definir modos y medios para su cumplimiento en el departamento, en razón del Plan de Desarrollo Departamental
y la Ordenanza 32 del 2004 o Política Departamental para los Pueblos Indígenas y la Atención a Población Desplazada, Auto 004 o Víctima del Conflicto Armado, y la Ley 1448 del 2011. Cada una de estas es una oportunidad histórica para restablecer millones de hectáreas de tierras a colombianos que han sido expulsados de sus territorios y hogares por causa de la violencia, entre ellos muchas familias indígenas. Otras temáticas como el territorio (ampliación, saneamiento y legalización de resguardos), la salud (población asegurada, saneamiento básico y programas de atención primaria con énfasis en el ciclo vital de vida: madres gestantes, primera infancia (nutrición y vacunación), prevención de la violencia intrafamiliar, salud mental. De igual manera, se hacen necesarios los entornos saludables en espacios domiciliarios y comunitarios, el diálogo con la medicina tradicional y los promotores de salud para atención diferenciada y extramural, el agua potable (acceso, saneamiento, manejo de aguas servidas), la protección del medio ambiente (flora, fauna, recursos minerales, el manejo de residuos, producción limpia), la educación (cualificación del personal docente, aumento de cobertura educativa en diferentes niveles, reducción de analfabetismo, proyectos pedagógicos con pertinencia étnica, investigaciones antropológicas, lingüísticas y culturales), la infraestructura básica social, la seguridad alimentaria, la protección y el desarrollo físico en espacios públicos y de salubridad con modelos viables diferenciales (viviendas, escuelas, puestos de salud y de comunicaciones, acueductos, pozos sépticos, entre otros), la cultura y la recreación (intercambios culturales), la realización y la actualización de censos comunitarios y la cartografía social en formatos de pertinencia para construcción y validación de indicadores étnicos propios como instrumentos de medición del goce efectivo de derechos, GED, consagrados en la normatividad. Estos factores, con enfoque diferencial, se deben priorizar para que se articulen al ejercicio efectivo de un liderazgo propio, con una visión de futuro para las diferentes etnias, a través de la definición de planes de vida étnicos que contengan los programas de salvaguarda, de atención de víctimas y de consultas previas, para definir afectaciones a los pueblos indígenas. Al interior de las propias comunidades y sus gobiernos, además de estos elementos ya citados, otros, no necesariamente tangibles, que hacen parte de la organización social, cultural y comunitaria, han de ser atendidos con el concierto de la organización indígena, las entidades estatales y de apoyo no gubernamental: atención a las distintas familias, primera infancia, juventud, adultos mayores y población con discapacidad; desplazados y movilizados, indígenas en centros urbanos, liderazgo, autoridad y jurisdicción propia y jaibanismo; seguimiento a la calidad y a la
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lanta la compra de predios que sean resguardados, para que se puedan adelantar planes de vida étnicos comunitarios, y la consolidación de gobiernos propios: cabildos mayores que a su vez aglutinan a cabildos menores liderados por capitanes. Así mismo, el desarrollo planes educativos con pertinencia cultural, la recreación mediante expresiones culturales propias como la danza, la música, la recuperación de semillas tradicionales que enriquezcan la dieta alimentaria, y la fabricación de objetos artesanales en tejido de cañaflecha, de los cuales el reconocido “sombrero vueltiao” es ícono de identidad nacional.
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La construcción de planes de salvaguarda y la atención a las víctimas de los pueblos indígenas por el conflicto armado, define de manera prioritaria la articulación para acciones preventivas y de reparación participativas e incluyentes, destinadas al mejoramiento de las condiciones de vida étnicos. Para ello se ha sugerido la necesidad de analizar las características propias de los diferentes pueblos indígenas, con el fin de definir indicadores pertinentes que permitan superar el rezago histórico de estos pueblos, y con ello disminuir los índices de pobreza y ayudar en la resolución de necesidades básicas insatisfechas en el contexto indígena.
Los pueblos indígenas y las expresiones culturales en los museos Las colecciones de evidencias arqueológicas y de expresiones étnicas de grupos desaparecidos y supérstites indígenas, que se conservan y divulgan en los museos, más allá de ser objetos de colecciones culturales y patrimoniales de culturas desaparecidas, son elementos de memoria viva, referente de identidad y reflexión cultural e historia propia.
Las colecciones etnográficas y arqueológicas dan cuenta de nuestra riqueza cultural y se convierten en instrumentos de educación, investigación y lúdica para los diferentes públicos. Ilustrar y conservar las evidencias y referentes de la vida de los grupos humanos y su relación con el medio circundante, las formas de comprender y adaptar el contexto en donde viven, la creación y recreación de sus imaginarios, estéticas, creencias, música, etc., permite abordar la comprensión de las problemáticas que nos afectan a lo largo de la historia, y las formas de ser y hacer como individuos. Para los pueblos indígenas de Antioquia, ser parte viva y referencial de las colecciones que ofrece el Museo de la Universidad de Antioquia (MUUA) es convertirse en parte de la historia, no siempre narrada de manera oficial. Significa ser elemento integral de las narraciones y evidencias que se construyen permanentemente, como una manera de expresar nuestra realidad diversa.
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cobertura de la educación propia y de sus educadores, y el cumplimiento de la función social de la tierra: equidad interna en su distribución, a través de la definición de manuales básicos de convivencia con énfasis en derechos de familia, este último factor altamente deteriorado en las comunidades indígenas.
Las dinámicas de desarrollo y de articulación de estos centros de investigación, educación, cultura y diversión, entre otros aspectos, han formalizado distintos programas de formación ciudadana, en donde la comunidad en general tiene oportunidades de aproximación, reconocimiento y recreación de nuestra realidad pluriétnica, multicultural y plurilinguística, propios de nuestra diversidad social y cultural y de las manifestaciones que hacen parte de un patrimonio dinámico.
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Lejos de ser entes pasivos, los museos presentan sus colecciones de referencia, el material de exposiciones temáticas y la divulgación, como espacios vivos de interacción y reconocimiento, y referentes de comunicación en la comprensión de nuestra historia y realidad como individuos y colectividades diversas.
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