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My Bike ED 34 Viaje por Latinoamerica con Monteadentro - Bikepacking

#RODANDOLOSANDES @monteadentro.cc www.monteadentro.cc

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Motivados por su espíritu soñador, cautivados por la belleza y el poder de La Cordillera de Los Andes y rendidos ante el embrujo de una bicicleta; Mario Morales, José Pacheco, Sergio Rozo, Diego Supelano y José Román han emprendido una travesía a pedal por Sudamérica.

A través del Bikepacking, estilo de vida en bicicleta en el cual predominan los caminos destapados y los parajes remotos, estos cinco colombianos nacidos y hechos en el altiplano nacional, cuatro de Bogotá y uno en Duitama, tenían un deseo en común: descubrir el mundo, y a ellos mismos desde una bicicleta. Practican ciclismo recreativo desde hace seis años. Empezaron con recorridos cortos, salidas de madrugada que alegraban el resto del día y hacían esperar con ansias el fin de semana para realizar trayectos más largos. Su pasión fue creciendo y resultaron haciendo excursiones de semanas completas atacando los puertos y carreteras más míticas de Colombia, acompañados por sus familias y forjando una bonita comunidad de amigos. Pero el tiempo y el espacio no fueron suficientes, las historias y leyendas de viajeros en bicicleta retumbaban en sus cabezas y las imágenes del sur del continente que habían coleccionado en viajes anteriores eran tentaciones a las que finalmente no podrían resistirse.

PRIMERA PARADA: PERÚ Y BOLIVIA

La experiencia en montañismo y vida al aire libre que ellos tenían era literalmente mínima, sin embargo, en una larga investigación con expertos y amigos, trazaron la ruta de sus sueños. Empezaron haciendo unas pruebas en Colombia por la Sierra Nevada El Cocuy, Güicán de la Sierra en Boyacá y por El valle del Rio Magdalena. Decididos a montar el gran proyecto de viaje, pactaron una cuota de ahorro mensual y paulatinamente empezaron a conseguir el equipo y material que requerían en su travesía andina.

CIFRAS Y DATOS

A la fecha han recorrido 4.193 km, 84% por caminos destapados, en 74 jornadas al pedal y 110 días de viaje, es decir que por cada día de descanso pedalearon 2.7 días. Una etapa tipo es de 55 km y 743 metros de ascenso. El promedio diario de gasto es de 8 dólares por persona al día. La altura media a la cual pasaron las noches es de 3.780 metros, la temperatura máxima registrada durante el día es de 38 grados Celsius y la menor de – 10 grados durante la noche.

El camino empezó en Cusco, siguiendo una línea llamada la Ruta de las Tres Cordilleras, con un itinerario muy exigente para la corta experiencia con la que contaban. La primera y más importante tarea que realizaron fue la de aclimatar el cuerpo a la altura, apostando por tres días en el campo base de Nevado Ausangate a 4.300 metros de altura. La montaña los recibió con repentinas nevadas y noches muy frías de hasta -8°C de temperatura. Este camino los llevó por el suroriente del Perú descubriendo hermosos parajes y pueblitos construidos en piedra rodeados de infinitas terrazas Incas. Atravesaron las cordilleras Vilcanota, Carabaya y Apolobamba donde realizaron dos pasos sobre los cinco mil metros; el Abra Jahuaycate (5.047) y el Abra Chimbollo (5.180). Tras un buen trabajo de aclimatación, el motor respondió con categoría ante la menor concentración de oxígeno. En estas cimas el clima los azotó con viento y granizadas dolorosas, un primer examen para las prendas impermeables y una lección para empezar a forjar su carácter de ciclistas de aventura.

Cruzaron a Bolivia por el norte del lago Titicaca y se dieron la tarea de atravesar el país por el altiplano hasta el volcán Sajama, el techo del país con 6.454 metros de altura. Durante estos días Bolivia entró en una crisis sociopolítica de grandes magnitudes causadas por los tentativos fraudes electorales en los comicios presidenciales, las carreteras se empezaban a llenar de manifestaciones y bloqueos infundiendo una mayor cadencia en su pedaleo, pues varios pasos fronterizos venían siendo clausurados y corrían el riesgo de quedarse atrapados. Las jornadas ya no tenían tanto desnivel pero sí mucha distancia, sin embargo, con la aclimatación a su favor, podían rodar con velocidad y diligencia. En Sajama cruzaron fugazmente a Chile para realizar la Ruta de las Vicuñas, un trazado en el cual descubrieron

los primeros desiertos, salares, trampas de arena y lagunas altiplánicas cundidas de flamencos rosados. Así mismo encontraron en el camino hermosas termales naturales y ruinas de iglesias jesuitas, testimonios de esfuerzos fallidos de colonización. En esta ruta se enfrentaron por primera vez a la escases del agua, las fuentes eran pocas y de dudosa calidad dada la copiosa presencia de animales, era común que al final del día estuvieran cortos de energía y con ligeros dolores de cabeza.

Regresaron a Bolivia para cruzar el Salar de Uyuni, el más grande de la tierra, donde alistaron un campamento memorable; inmersos en un universo blanco e infinito con un cielo cundido de estrellas donde la vía láctea parecía por momentos que se iba a caer al suelo. En Uyuni llegaron a la Casa Ciclística Pingüi, un lugar reservado para viajeros en bicicleta que de manera voluntaria aportan para su sostenimiento, un bonito ejemplo de comunidad solidaria. La llegada a Pingüi no pasó desapercibida pues es poco común que se presente una hueste tan numerosa de viajeros y además con una configuración tan homogénea de equipamiento; todos con las mismas ruedas anchas, las mismas botas, las mismas maletas, la misma nacionalidad. No eran individuos, eran “Los Colombianos”, y manteniendo las proporciones, pudieron sentir el respeto que nuestra bandera tiene en el mundo de las bielas. Esta intrascendente situación trajo unidad e identidad al equipo, de alguna manera reflexionaron lo que venían haciendo bien y que debían continuar con más fuerza y exigencia, nacieron en la tierra de los escarabajos, y como dice Velosa: “berraquitos pa’ lo plano, pero más pa’ la subida”.

No tenían muy claro por donde continuar su periplo al sur, pero sabían que querían evitar la congestionada Ruta de las Lagunas que viaja hacia Atacama en Chile. Luego de varias revisiones de mapa y de los resultados del oráculo, la aplicación OsmAnd, apostaron por un camino que se dibujaba de manera tenue hacia el occidente, tal fue la sorpresa de estos paisajes hermosos y variopintos que se concentraron en desarrollar una ruta a la cual llamaron El Camino del Dragón. Este itinerario discurre por el "Bolivian Wild West", un territorio de mineras abandonadas, montañas rojas y bosques de cactus que adornan carreteras que se mecen sobre las crestas de la montañas. Cruzaron a Argentina por el paso de la Quiaca donde la mítica Ruta 40 nos recibió para continuar.

LAS BICICLETAS

Las bicicletas que montaron son fabricadas en acero cromolio 4130, el cual presenta una alta relación entre resistencia y peso, tiene una gran ductilidad ; propiedad de doblarse sin perder la resistencia y no quebrarse, y es relativamente fácil de reparar en caso de algún imprevisto. El tenedor es rígido con una gran cantidad de tornillos que permiten acoplar parrillas y alforjas. Las ruedas son 27.5, o 650b, de 3 pulgadas de ancho, las cuales que se conocen como “plus tire” y están montadas sin neumático o “tubeless”. Este sistema permite, además de reducir las pinchaduras, rodar a baja presión lo cual maximiza el área de contacto con la superficie, mejorando la tracción y la seguridad en los descensos . Estas ruedas, un poco más anchas de lo convencional, permiten transitar con mayor facilidad en terrenos arenosos e irregulares y compensar un poco la ausencia de suspensión. El tren de arrastre fue configurado con un solo plato para evitar cables y componentes de más, el número de dientes oscila entre 28 y 30, el cassette es de 11 velocidades y el tamaño del piñón más grande es de 50 dientes. Se puede decir que con un par 28 X 46 se pueden superar duras inclinaciones con la bicicleta cargada. Los frenos de disco hidráulicos se han puesto con rotores de 180mm adelante y atrás. Los manillares tienen un ángulo de retroceso de 15 grados, lo que permite una posición más natural de los brazos, evitando los tradicionales cosquilleos y dolores en nervios y articulaciones. El peso de las bicicletas sin carga y maletas está alrededor de los 14 kilos.

SEGUNDA PARADA: ARGENTINA Y CHILE

Los primeros días de verano vienen acompañados del aire húmedo que desciende desde las selvas bolivianas y conforman las llamadas lluvias estivales las cuales los atraparon por un par de días. Pero, no fue ni el agua ni el viento los que pusieran en jaque su tranquilidad, sino los rayos y truenos que llenaban de miedo la atmósfera y que los obligaban a pedalear con fuerza para escapar de la rabia de Zeus y así poder buscar un refugio en alguna roca o colina. No habían conocido una pendiente o carretera que les subiera tanto las pulsaciones como la presencia de relámpagos en el cielo.

Frisando el kilómetro 3000 del viaje, llegaron a San Antonio de los Cobres, una ciudad que gravita en torno a la minería y donde permanecieron por una semana; el cuerpo y las bicicletas pasan factura así que se tomaron un tiempo para reparar las armaduras. Aprovecharon para depurar, por segunda vez, su equipo de viaje y regresar a Colombia algunos adminículos que realmente no eran tan necesarios; zapatos y camisetas de recambio, libros ya leídos, termos para agua caliente, cables, aparatos electrónicos, entre otros. El peso es el enemigo principal del bikepacker y ellos en particular querían ir lo más ligero y pragmáticos posible. Los Cobres fue su último gran contacto con la civilización antes de meterse a La Ruta de los Seismiles, con toda seguridad el paisaje más remoto e inexplorado de Los Andes, arriba en la Puna de Atacama muy cerca de la frontera con Chile.

La Ruta de los Seismiles había motivado la visión y la infraestructura de este proyecto. Para esta sección se recargaron con comida y combustible para 14 días. Incontables horas de planeación fueron necesarias para estudiar el recorrido y así estimar el gasto de calorías, la cantidad de porciones y seleccionar un menú para tales menesteres. Para llegar al pie de la ruta rodaron por 3 días en dirección al pequeño municipio de Tolar Grande, superando los desniveles de la pre-cordillera a través de carreteras de tierra roja y salares como el de Pocitos y Arizaro, el más grande de Argentina. Desde Tolar escalaron por 2 días más para llegar a la Mina de la Casualidad, antiguamente la más importante del país y la productora número uno de azufre en América del Sur. Fue abandonada en 1973 y desde entonces saqueada constantemente hasta el día de hoy. La iglesia, que sirve como refugio, es un punto de referencia en el imaginario de los ciclistas de aventura y la imagen de su altar es una especie de amuleto de la buena suerte. De ahí en adelante un nuevo mundo se abrió, un mundo en donde no hay nadie, donde no hay vía de escape, ni marcha atrás.

EL EQUIPO PERSONAL

Teniendo en cuenta que durante ocho meses viajaron por diferentes climas y terrenos, y amparados en el principio del minimalismo, seleccionaron piezas de equipo muy polivalentes. Llevaron solo un par de zapatos, botas robustas e impermeables que tienen cala para engancharse a los pedales. Vistieron pantalones de ciclismo ¾ térmicos que además de proteger del frío, también los cubrió del sol, camisetas manga larga, gorra y gafas oscuras. Las alturas de radiación solar fueron un enemigo cruel que les lastimaba la piel, los ojos y favorecía la deshidratación, por eso su vestimenta estaba en función de protegerlos del sol y procurar mantener una temperatura confortable. Para protegerse del frío, encontraron en las plumas el material más ligero y eficiente, por lo cual sus bolsas de dormir y chaquetas tenían este relleno, debían protegerlas del agua y transportarlas en bolsas secas. Para dormir usaron un par de medias gruesas, un pantalón térmico ceñido al cuerpo y un saco ligero con capota. De manera complementaria dispusieron de dos guantes de ciclismo: dedo corto y largo, y de un cuello multiusos para protegerse del frío y del polvo en las carreteras. La linterna frontal fue obligatoria, así como una chaqueta impermeable de buena calidad.

EL EQUIPO COMUNAL

Contaron con una estufa de gasolina, en promedio un litro de gasolina rinde para cocinar 8 meriendas. Cargaron un filtro de agua de carbón activado y pastillas de cloro, y recipientes de acero inoxidable para transportar los líquidos frescos y seguros. En tecnología disponían de un comunicador satelital tipo tracker que envía una señal de posición cada 10 minutos, y así sus familiares y amigos pueden ver su posición casi en tiempo real, este dispositivo dispone de un botón de emergencia o SOS. Utilizaron una unidad de GPS de senderismo para navegar las rutas previamente descargadas y para registrar los guarismos de cada etapa. Esto se complementa con una batería de 20.000 mAh y un panel solar. Utilizaron un celular tope de gama para sacar fotografías, utilizar las redes sociales y navegar con la aplicación Osmand, hoy día un oráculo para ellos.

Pasaron 12 días viajando por paisajes interminables y ausentes de cualquier gesto de vida, arenales, desiertos, salares y ocasionales arroyos donde se abastecieron de agua hasta por ventanas de 3 días, 14 litros por persona. Por momentos, la inclinación del terreno, la espesura de la arena y el peso de las bicicletas hacía imposible pedalear y entonces era necesario que empujaran el caballito durante horas cuesta arriba. La clave para no desfallecer en la maniobra del “hike a bike” es actitud positiva, pues puede resultar incomodo, doloroso y sobre todo frustrante. El paisaje marciano rodeado de volcanes como el Antofalla y el Peinado, y otros gigantes que superan la cota de los 6000 metros. Se sentían seres pequeños del universo pero grandes de espíritu, en esa época de verano las temperaturas en el día rondaron los 30°C, el cielo despejado con el sol a toda marcha, la sed y el calor fueron asuntos muy serios y el autocontrol para racionar el consumo de agua lo fue aún más. Por las noches la temperatura alcanzó los -10°C. Esta sección termino en el municipio de Fiambalá a 1.500 metros de altura, un poblado muy bonito y acogedor donde empiezan a aparecer los renombrados viñedos argentinos.

Tras unos cortos días de descanso partieron hacia la sección sur de La Ruta de los Seismiles, menos demandante pero que igual requiere mucho compromiso. Esta vez armados con comida para 10 días y con la oportunidad de conseguir agua a diario, pudieron rodar con menos preocupaciones. La altura de las montañas es mayor y los picos de 6000 metros se empiezan a vestir con encajes blancos de nieve, el paisaje es muy vistoso y aparecen lagunas de colores azul turquesa y verde esmeralda. Así mismo, cañones y vallecitos terracota son cercenados por arroyos, la mayoría salados. Para el día de navidad las porciones de pasta y puré de papa fueron mayores, para el día de año nuevo el menú se repitió pero esta vez con salsa rosada y mayonesa. Encendieron una fogata y compartieron un trago de whisky nacional con el cual agradecieron a la vida por ponerlos ahí y con el cual brindaron por muchos años más de Bikepacking. El primer día del 2020 entraron en inmenso júbilo en Guandacol donde terminó, no sólo la ruta de los seismiles, sino una larga temporada de 4000 kilómetros en la parte más alta y fría de la Cordillera. Empezaron el año nuevo con un horizonte de climas más cálidos y verdes, donde esperaron progresar en su camino al sur.

A medida que pasaba el tiempo sintieron que eran mejores personas y ciclistas. Cuando se viaja en bicicleta, las cosas que no sirven, que no aportan, que pesan, se van quedando atrás, mientras que las cosas importantes, los recuerdos bonitos y la energía positiva van empacados en las maletas. Disfrutaron de incontables momentos sencillos, y valoraron con mayor responsabilidad sus recursos. Al sumergirse en explosiones de la naturaleza y maravillas de la creación, el alma encuentra paz y la mente se calma. Todo contacto con sus semejantes está enmarcado por la alegría, la admiración y el respeto. Las piernas y pulmones se han hecho más fuertes y se enfrentan con mayor vehemencia a los desniveles andinos.

BOTIQUÍN Y EQUIPO DE CARRETERA

Por fortuna han tenido que usar poco estos recursos. El botiquín se cargó de isodine, gasas y esparadrapo para atender eventuales raspones o quemaduras. Se tienen analgésicos y antiinflamatorios para dolores o golpes, bacteriostáticos como el Trimetropin-Sulfa en caso de una diarrea común, Loratadina para atender alergias dada la exposición a nuevas comidas y contacto con animales y antibióticos en caso de alguna infección. Contaron con medicinas para minimizar el riesgo de mal de montaña, como la Acetazolamida, y Nifedipina para retrasar los efectos de un edema pulmonar o cerebral mientras se realizan las obligatorias maniobras de evacuación.

Para el cuidado de la bicicleta los instrumentos principales fueron: cepillo y lubricante de cadena seco, jeringa y sellante para las ruedas. Contaron con una bomba de aire portátil de alto volumen, un neumático de repuesto por persona, parches y solución. La herramienta se compone de llaves hexagonales o allen, navaja con la función de alicates, llave de radios, copas para quitar el cassette y los rotores, y un pequeño kit de purga para los frenos. Dentro de los repuestos contaron con pastillas de frenos, guayas de cambio, radios, válvulas y eslabones de cadena.

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