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MIENTRAS DURE LA GUERRA

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ARTHUR MILLER

ARTHUR MILLER

ALFREDO J. RAMOS

Mientras dure la guerra, la última película de Alejandro Amenábar, es una obra hermosa, convincente y oportuna. Como es sabido, recrea el inicio del golpe militar que dio paso a la Guerra Civil y presta especial atención a lo ocurrido en Salamanca, y de forma expresa al comportamiento que en esos días tuvo Miguel de Unamuno, por entonces rector de la Universidad. Había sido destituido por el gobierno de la República, tras pronunciarse a favor de los golpistas, y repuesto por el gobierno de Burgos, pero de inmediato se enfrentó a la barbarie de los sublevados y, en especial, al general José Millán-Astray, con el que tuvo un famoso y a menudo mal contado incidente.

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La película no va a zanjar las polémicas al respecto — incluso las reavivará: ya se está viendo—, pero está llamada a convertirse en un referente muy valioso para comprender no sólo lo que se dirimió en ese acto en concreto, sino también los aspectos principales del sustrato emocional y el enrarecido clima ideológico que hicieron posible que el conflicto, desencadenado por una rebelión militar escudada en una creciente atmósfera revolucionaria, haya marcado toda nuestra historia reciente. Hasta hoy mismo.

Mientras dure la guerra toma intencionadamente su título de una frase suprimida en el texto que designó a Franco generalísimo y jefe del Gobierno del Estado, pero no se limita a ser una crónica histórica: va bastante más allá. Y eso es lo que la convierte en una obra artística de indiscutible valor, independientemente de su fidelidad en la reconstrucción de los hechos. Todo en ella resulta creíble, consecuente: el relato, la recreación de los ambientes, la concatenación de episodios, y, de forma muy principal, el trabajo de los actores, que componen unos personajes de cuerpo entero, brillantes en su condición de retratos del natural, y convincentes como intérpretes de una ficción que se apodera del espectador con un gran poder hipnótico. Destaca sobremanera la incorporación que Kerra Elejalde hace de Unamuno. Su trabajo se apoya una com

pleta captación de los “jugos” interiores vascos del personaje y los pone al servicio de los más refinados tópicos, papiroflexia incluida, en el retrato del gran escritor. También excelente, en su papel de contrahéroe, es la composición que Eduard Fernández nos brinda de Millán-Astray, al acentuar cierto aire cavernario y esperpéntico en el retrato del general mermado. Con ello da lugar a algunas de las más memorables escenas de la película: la arenga on the road a las tropas, el cambio de banderas, su inspirada explicación de la baraka como principal argumento del carisma de Franco…

Muy notable —y original, por la forma en que esquiva la dificultad de sucumbir bajo el peso de tantas parodias— resulta el Franco que pone en pie Santi Prego, a la altura de trabajos memorables anteriores —los de Juan Diego y Echanove, por ejemplo— y lleno de matices que, a veces, incluso sugieren extrañas asociaciones. ¿No hay una cierta pose y gestualidad del propio Amenábar en ciertos primeros planos del actor? Curiosamente, ha trascendido que la habilidad del director para imitar al cuco militar es insuperable.

En el trasfondo narrativo de la película se impone una idea central luminosa: Franco cae en la cuenta de cuál es el sentido que debe darse a los acontecimientos cuando lee en un artículo de Unamuno una alusión a los valores cristianos de Occidente y, de súbito, tiene la revelación de convertir la guerra en una cruzada y en un proceso que debe durar. Ese aspecto esencial de nuestra guerra incivil fue, probablemente, junto con el decisivo apoyo nazi, la razón fundamental del éxito del bando sublevado. Y también el origen de su efecto pernicioso más duradero, tanto que llega a nuestros días y aún colea de forma evidente, como acaba de verse en la reciente exhumación de los restos del general. Es, en suma, una película actual, necesaria, incluso imprescindible. Nadie debería perdérsela. –(desde el blog La Posada del Sol de Medianoche: letraclara@blogspot.com)

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