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ESQUINAS DEL DESTIERRO

Alfredo J. Ramos nació en Talavera de la Reina en 1954, de familia gallega. Fue el primero de su familia que no nació en Galicia, aunque se siente gallego, sin dejar de ser talabricense, y ya a estas alturas, tras 45 años de residencia en la capital, sobre todo madrileño, de La Prospe por más señas. Se licenció en periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, ha sido colaborador en prensa y crítico teatral, divulgador literario, participó en la creación de las tres últimas grandes enciclopedias editadas en papel en España. AJR, licenciado en CC. de la Información, es poeta, editor, accésit del premio de poesía Adonáis, autor de un amplio número de guías de turismo y de cuatro antologías de textos literarios infantiles para educación primaria junto a su mujer, Sagrario Pinto, hombre activo en redes sociales (blogspot y Facebook), ha trabajado con las principales editoriales del país (Salvat, Anaya, Espasa, Edelvives, Bruño, Alianza, Santillana, Vicens Vives).

C.B.: ¿Recuerda cómo le informaron que había obtenido un accésit del Adonáis en 1975? A.J.R.: Fue de un modo curioso. Aunque sé que me mandaron el habitual telegrama, el caso es que nunca llegó a mi poder. Me enteré al día siguiente de la concesión, en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid, donde residía. Un amigo vino corriendo a despertarme por la mañana, con el diario Ya en la mano, abierto por la página donde aparecía la noticia de la concesión del Adonáis y los accésits. Así me enteré. Lo curioso es que el principal premiado de ese año fue Ángel Sánchez Pascual, que también era residente del mismo colegio mayor, el famoso Johnny. No creo que, en la larga historia del Adonáis, se haya repetido el hecho de que dos premiados vivieran bajo el mismo techo. Y el caso es que Ángel y yo no nos conocíamos, aunque a raíz del premio entramos en contacto e incluso organizamos de forma conjunta un Aula de Poesía en el San Juan.

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C.B.: Vd. es una persona que ha manifestado no tener una obsesión por publicar poesía, de hecho, lleva décadas sin publicar un libro de poemas, pero recientemente ha editado junto a su amigo Antonio del Camino Mudanza y vuelo, un libro de poemas escrito a dos voces o dos manos. ¿Cómo surgió la idea? A.J.R.: Fue una propuesta que el escritor Hilario Barrero, nuestro editor neoyorkino, le hizo a Antonio para componer un libro de sonetos mano a mano. Antonio y yo lo hablamos, él me envió una selección de sus sonetos, por temas, yo hice una selección de los míos, armé un diálogo buscando afinidades y asuntos o imágenes compartidas y, entre idas y venidas, y siempre con Antonio como laborioso y eficaz maquetista, fuimos organizando el libro (más bien, una plaquette). El título fue decidido, y creo que con gran olfato, por Hilario Barrero, que con Jesús Nariño, es el valiente editor de esa artesana y casi heroica colección que son los «Cuadernos de Humo». Además, el profesor Ángel Ballesteros, nos prestó su bendición con un generoso prólogo.

C.B.: En este libro hay un soneto suyo titulado Non serviam, el cual comienza diciendo que «el soneto es un refugio de cobardes» para terminar aclarando que no lo es, siempre y cuando «en él, queme la lumbre en la que uno arde». Ud. hace metaliteratura en este poema; en otros, habla del oficio de poeta, del arte de escribir. ¿A Vd. que le da el escribir? A.J.R.: Ese soneto es uno de una serie en apariencia “contra el soneto”, de ahí el título de Non serviam, que es la frase que dice Luzbel, el ángel rebelde. El verso que parafraseas tienen algo de truco, pues lo que dice, mediante un intencionado encabalgamiento, es que el soneto es «refugio de cobardes / palabras que no logran estar vivas…», de modo que no es tanto la actitud del poeta como la caída del poema (de las palabras) lo que se tacha de cobardía. En todo caso, sí es escritura sobre la escritura, metaliteratura; algo que me parece un rasgo distintivo e insoslayable de la poesía contemporánea. Tiene que ver con la conciencia del lenguaje, una perspectiva o posición que la poesía, no sólo no debe olvidar, sino que acaso constituya su principal tarea: darle a las palabras el valor que tienen por sí mismas, sin coartadas, sin otras “utilidades”. A veces parece que puede ser algo alambicado, pedante o incluso frívolo; por ejemplo, si se mira desde la perspectiva social. Pero es algo esencial y para mí constituye la clave de la experiencia poética. Precisamente, lo que me da el escribir es eso: palabras, nombres exactos para todas las cosas.

C.B.: ¿Qué le permiten las redes sociales para poder editar cada día? A.J.R.: Pues eso: poder editar cada día, publicar sin casi intermediarios, dar salida a ocurrencias o reflexiones, cauce a proyectos, un campo de pruebas inmediato para experiencias muy particulares. Internet es fantástico, un verdadero sueño cumplido de la tecnología de la información y del espíritu enciclopedista, el nuevo tam-tam global y la nueva imprenta. Ahora bien, las redes sociales multiplican hasta el infinito algunos de los problemas de la comunicación: la falta de contexto, los malentendidos, la multiplicación de la basura... Creo que estamos más interconectados que nunca, pero eso no siempre significa una buena comunicación. Es un tema complejo. Y una cuestión palpitante.

C.B.: Los palíndromos, ¿son una obsesión en su vida? A.J.R.: Sí, aunque va por rachas. Recuerdo que una vez Luis Eduardo Aute, gran amante de los bumeranes y otros juegos verbales, nos decía a un grupo de amigos que le resultaba cada vez más difícil leer un texto sin “buscarle las vueltas”, sin leerlo al revés. A mí la palindromía, y en general el uso lúdico del lenguaje, hace tiempo que me fascina y es un interés permanente. En cierto modo, es una extensión lógica de la atención a la conciencia del lenguaje de la que hablaba antes. Sin menospre

ciar, sino todo lo contrario, los aspectos puramente divertidos: el placer de jugar. Por eso a veces, más que como poeta, me gusta definirme como “ludópata verbal”, en el sentido no letal de esa enfermedad.

C.B.: Consiguió un accésit del premio Adonais de poesía con su libro Esquinas del destierro en 1976. ¿Qué queda del Alfredo J. Ramos poeta de aquel año?, ¿cómo ha evolucionado? A.J.R.: Permanece, creo, el “animal de fondo”; quiero decir, el mismo ser que en aquellos momentos asistía, entre animoso y perplejo, a un mundo tan apasionante como complicado y finalmente fascinante y trágico. Creo que, si bien la vida me ha ido desvelando un cúmulo de realidades que son de difícil aceptación y carentes en el fondo de sentido, aún no he perdido ni el entusiasmo ni cierta capacidad de rebeldía. Como dice un verso de Dylan Thomas, me resisto a «entrar dócilmente en esa buena noche». Aunque todo depende cada vez más del humor, del estado anímico, de cada día. Que la lucidez –o lo que considero como tal–no me prive de la alegría es mi mayor reto. Y en cuanto a lo de cómo he evolucionado o cómo he llegado hasta mi estado actual…, se me ocurre contestar con una broma: degenerando, amigo, degenerando.

C.B.: Vd. tiene un blog titulado La posada del sol de medianoche que toma su nombre de su poemario El sol de medianoche, con el que obtuvo el premio internacional de poesía de Castilla-La Mancha. Desde entonces, la mayor parte de su creación lírica permanece inédita, ¿por qué? A.J.R.: La verdadera razón sólo estoy dispuesto a confesarla en presencia de mi abogado, ja, ja... No, en serio, aunque es probable que en el trasfondo de esa renuencia haya motivos psicoanalizables y hasta inanes, lo cierto es que no he publicado más porque no he encontrado ninguna forma razonable, accesible y gustosa de hacerlo. Y en parte porque la necesidad de ver cosas mías y mi nombre impreso la he resuelto con abundancia por otros medios. Bien como autor, editor, redactor, coordinador y a menudo con una mezcla de todos esos papeles, he participado en la edición de unas 350 obras. De modo que el “temblorcillo” estimulante de esperar la aparición de algo publicado la he mantenido “sin solución de continuidad” durante todo este tiempo. En todo caso, nunca he dejado de escribir y aspiro a que mi obra de creación inédita deje de serlo en los próximos años. Veremos.

C.B.: La poesía traducida de otros idiomas, obviamente, pierde la rima, pero el ritmo… ¿qué tiene que tener un poema para no perder el ritmo? A.J.R.: La (buena) traducción es una herramienta imprescindible, decisiva para el desarrollo cultural, y algo básico para la poesía. Los aspectos rítmicos, musicales, son en efecto algo consustancial al ser del poema; la rima tiene también su importancia, pero puede ser una sima. En las traducciones de poesía, intentar mantener una y otra es muy difícil, incluso imposible, pero en ocasiones se prescinde con demasiada facilidad de los aspectos formales en aras del salvar el supuesto “sentido”. No es del todo descabellada esa broma que afirma que la poesía es, precisamente, lo que se pierde en la traducción (lost in traslation). En todo caso, creo que traducir poesía exige que el traductor sea poeta. Y de hecho, todo buen traductor de poesía, haya destacado en su idioma propio como poeta o no, se plantea su tarea como un reto poético. Es un asunto tan complejo como apasionante.

C.B.: En su faceta de autor de guías de turismo, ¿qué recuerda que le llamara más la atención descubrir… un monumento, un paisaje, una calle?, ¿dónde? A.J.R.: He tenido grandes satisfacciones de ese tipo en mis viajes de campo, que me han llevado a recorrer a fondo muchas zonas de España. Eso es lo que hace tan gratificante ese trabajo, por otro lado muy exigente y algo latoso desde el punto de vista de la escritura. Una de las experiencias de las que guardo mejor recuerdo es el descubrimiento de las ruinas del monasterio cisterciense de la Granja de Moreruela, en la provincia de Zamora, al atardecer, en solitario y después de salvar algunas barreras complicadas.

C.B.: En su faceta de editor, ¿ha editado a un autor desconocido, ya sea de narrativa o poesía, por el que apostó y que el tiempo le dio la razón? A.J.R.: Mi tarea como editor, salvo alguna pequeña excepción, ha estado orientada a obras de divulgación y conocimiento. En ese sentido, mi participación en la Colección Temas Clave, que tuvo gran resonancia en su momento, fue una escuela privilegiada y me permitió entrar en contacto con autores muy destacados. Por otro lado, en «La Troje», que fue una experiencia editorial colectiva modesta pero interesante, comenzaron a publicar sus obras autores que después han seguido escribiendo y publicando con normalidad: Antonio del Camino, Ervigio Díaz Marrero, Antonio Rubio, Sagrario Pinto… Creo que todos ellos, aunque lejos de los grandes focos, han sido “apuestas ganadoras”.

C.B.: Como editor, ¿qué obra espera que le llegue y aún no ha recibido? A.J.R.: Me encantaría —aunque muy por encima de mis posibilidades, en todos los sentidos— ser el editor de los papeles inéditos de Rafael Sánchez Ferlosio. Al parecer, unas 200.000 páginas manuscritas. Un tesoro capaz de competir, en extensión y acaso en calidad, con el famoso baúl de Pessoa.

C.B.: Vd. ha trabajado con grandes editoriales del país: Vicens Vives, Edelvives, Anaya, Espasa, Salvat, pero hay una, Letraclara, ¿para Vd. qué es Letraclara? A.J.R.: Letraclara Editor es una pequeña empresa de servicios editoriales; la creamos Sagrario Pinto y yo cuando tuve que contratar a un equipo de colaboradores para la actualización definitiva de la Enciclopedia Universal Espasa, un proyecto cuya complejidad exigía una mínima estructura empresarial para llevarla a cabo de forma adecuada, sobre todo desde el punto de vista administrativo y fiscal. Después fue el cauce para nuestras actividades como editores free-lance. Alguna vez hemos fantaseado con convertirla en un sello editorial. Pero no corren buenos tiempos para… la edición.

C.B.: También tiene publicadas varias antologías de textos infantiles junto a su mujer, la escritora Sagrario Pinto, para la editorial Edelvives. ¿Cómo fue esa aventura? A.J.R.: Divertida, exigente, complicada, y sometida, como ya todo en todas partes, a una desmesurada celeridad. Pero fue un trabajo, mezcla de creatividad y pesquisa, en el que tuvimos gran comprensión y apoyo por parte de las editoras y un trato exquisito por parte de la firma. De hecho, seguimos colaborando con ella y Sagrario ha publicado varias de sus últimas obras en sus colecciones.

C.B.: Tiene publicados dos ensayos: uno sobre Don Quijote y otro sobre El lazarillo. Para Vd., ¿qué tiene El Quijote que le hace una obra única? Se puede decir que las claves de El Quijote son: el narrador, la intención inicial, la originalidad, el uso de diversos registros, el dominio de todos los géneros hasta la fecha de su publicación, la importancia de los diálogos, el empleo del humor… ¿Qué más tiene? A.J.R.: El Quijote, en efecto, tiene todo eso que dices y, sobre todo, una nueva concepción de la capacidad creativa del ingenio humano para contar una historia. Y, en sentido estricto, una gran humanidad: puede que sea, en este sentido, el mayor logro literario del humanismo renacentista, la culminación literaria de esa nueva mirada sobre el mundo que empezó a fraguarse desde mediados del siglo XV y a la que el pensamiento, la creatividad y al arte barroco español aportaron una impronta decisiva. Es una obra inagotable. Y, junto con el Lazarillo, marca el verdadero inicio de la novela moderna: por primera vez los personajes de una historia de ficción están “vivos”, cambian y evolucionan en función de lo que les ocurre.

C.B.: En su último libro hay poemas que hablan de amor, del oficio del poeta, de la poesía, la aceptación y comprensión de la propia muerte, del desencuentro amoroso, de la brevedad de la vida o paso del tiempo, de la soledad, del silencio. ¿Qué poemas le gustaría que nuestros lectores conocieran de Vd? ¿Y por qué? A.J.R.: Mis (S)obras completas, estaría bien. No, en serio: todas las semanas publico algún nuevo poema en mi blog; quienes tengan curiosidad pueden acercarse y elegir. El lector decide, elige y, de hecho, completa el poema: que sólo se cumple en la lectura. Pero si hay que elegir uno…

La rosa

Escribe lo que creas oportuno sin pensar que este o aquel van a leerte. Vana es la presunción. Sólo la muerte espera de verdad. Sin miedo alguno

al qué dirán —ya sabes, esa antigua rémora vil que todo lo corroe con su diente cobarde—, tú, con Poe, mantén firme la duda que atestigua

la llama vigilante: tu conciencia. Y, a trasmano del mundo, no te apures si vuelve a florecer la indiferencia.

La luz es siempre un don. Y hasta la rosa, que tanto brillo alcanza en los albures de su aurora feliz, se calla en prosa.

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