Me fieri fecit
el viaje de
kala nico ruiz / sol suarez
nico ruiz / sol suarez
el viaje de kala
Ruiz Emilio Nicolás El viaje de Kala / Emilio Nicolás Ruiz; ilustrado por Sol Suarez.- 1a ed. Cafayate: kalaediciones, 2015. 72 p. : il. ; 12x18 cm. ISBN 978-987-33-3396-5 1. Literatura infantil y juvenil. I. Titulo
CDD A863.928 2 El viaje de kala Autor: Nico Ruiz Diseño y diagramación: Nico Ruiz Correcciones: Fló Gaia Tapa e ilustraciones interior: Sol Suarez Colección Cactus!
E-mail: nicoeterno@hotmail.com Web: kalaediciones.wordpress.com Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Hecho el depósito de un ejemplar a la pachamama en un cerro de Cafayate, Salta. Impreso en Argentina. El viaje de Kala se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
a INTI
Si se llega a un punto determinado, ya no hay regreso posible. Hay que alcanzar ese punto. Franz kafka
Nico Ruiz
“El humano es la fruta más perfecta de la naturaleza; ni la relojería de siglos podría llegar a construir algo semejante, y si algún día llegase a ser posible, pobre de aquel cuerpo en la búsqueda del alma, de su raíz.”
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l primer impulso fue un cosquilleo, como el sonido de un colibrí mientras se pasea en un jardín de orquídeas; luego todo fue muy rápido. Alguien o algo despertó la pulsión en los minerales y los engranajes comenzaron a sincronizar. La habitación era alta, con dos pequeñas ventanas casi pegadas a lo que parecía ser el techo. Las paredes estaban atestadas de relojes inertes, relojes de todo tipo, marca y modelos; pero todos por alguna razón permanecían inmóviles en el silencio. Relojes cucú de la selva negra, relojes a batería, a cuerda, digitales, análogos, redondos, octogonales, sin formas, a colores, de cerámica con figuras y paisajes coloquiales de oriente, de países innombrables y otros con rostros desconocidos en sus fondos, 1
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donde solían bailar sus manecillas. De la esquina de la habitación se desprendían pedazos de mampostería, y en los ángulos superiores las arañas reinaban en una tierra de paz y quietud. -Primero un ojo, luego el otroUn rayo de luz se filtraba por uno de los orificios de una de las ventanas deterioradas. El haz de luz templaba un rostro pintado en uno de los relojes de la pequeña habitación. Era un reloj antiguo con detalles fileteados que ornamentaban los bordes con flores, volutas, hojas de acanto y una cinta argentina debajo del rostro sonriente. Una chapita de bronce revelaba unos garabatos grabados bajo el polvo acumulado, se podía leer “Carlitos Gardel” en la orgullosa etiqueta metálica. -Ahora los brazos y las piernasEn el lado izquierdo de la única puerta de la habitación se encontraba un enorme cuadro en el cual un tercio se encontraba ocupado por 2
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una sola palabra: KALA. Y debajo de ella un marco de flores y en el centro la imagen de una figura sacro hindú. -Ese debe ser tu nombre- Dijo una araña, que había bajado sigilosamente de las alturas, a la robot, que miraba fijamente aquel cuadro -El anciano miraba mucho ese cuadro. La robot intentó contestar, pero le fue imposible, sólo pudo emitir el sonido de unos bits que se desperezaron en su boca. -Es un hermoso nombre niña, las arañas no tenemos ese tipo de nombres. La robot estiró sus piernas y se dispuso a levantarse de entre los escombros, herramientas y muebles que poblaban el suelo de la habitación, con una calma mineral. -Mi nombre es Irisnedi- Volvió a la carga la araña, que no se dejaba aplacar en sus observaciones ni por la más dura de las rocas- por 3
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si te lo preguntabas y no te animabas a preguntarme. Hace mucho tiempo que no ocurría un acontecimiento como este en nuestro reino, digo... no es común que un montón de hierros se despierte así de la nada. La robot comenzó a observar la habitación sin prestar mucha atención a la araña que parloteaba desde su hilo arácnido, casi sin respirar ni despeinarse. La robot observo que los muebles estaban cubiertos por meses, quizás años, de polvo acumulado en la superficie. “Muchas herramientas y cajas”, pensó la robot, “pero si miraras bien verías quien soy”, volvió a pensar como si recitara algún vago poema. En una de las paredes también se encontraba una diminuta biblioteca, que por ser así de pequeña, pasaba desapercibida en aquel mundo olvidado. Había en sus repisas libros de mecánica antigua, de relojería egipcia, algunos de Cortázar, Da Vinci, otros sobre la Kabala y aforismos de Kafka; y justo debajo de este último se hallaba un maletín oculto. La robot se acercó para acomodar los libros y poder sacar el maletín, y 4
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“Las paredes estaban atestadas de relojes inertes�
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mucha fue la sorpresa, tanto de la robot, como de la araña que colgaba detrás de su hombro, al ver que debajo de aquel polvo de antaño, escrito sobre aquel maletín rojo, se encontraba el nombre de KALA. -Oye niña, esto parece ser tuyo- Dijo la araña. La robot tomó el maletín y le quitó el polvo con sus tres dedos metálicos. Lo observo detenidamente durante unos instantes, como quien intenta reconocer un rostro familiar. Lo giró varias veces hasta que por fin algo logro convencerla. La araña observaba inquieta desde su telaraña. Se pasaba una mano por la frente, con otra se rascaba la cabeza y a la vez con otras dos se acomodaba sus grandes gafas sobre su nariz. -¿A dónde te diriges pequeña, ahora que tienes tu maletín?- Insufrible pregunto la araña. La habitación guardo silencio por última vez. Los relojes memoriosos que se habían prometi6
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“-Ese debe ser tu nombre -Dijo una araña, que había bajado sigilosamente de las alturas”
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do no olvidar, al ver a la pequeña robot de pie, pudieron continuar su destino de nombrar al tiempo; pero al igual que los relojes de Hiroshima, aunque sus manecillas giraron nuevamente, las sombras jamás fueron borradas de sus engranajes. Toda la habitación tomo vida nuevamente. El click, clack, click, clack, lleno cada rincón del reino de las arañas. Los cucús salieron nuevamente fuera de sus casitas. Los péndulos volvieron a hipnotizar. La robot apretó fuerte el maletín y giro hacía la puerta. Había tomado una decisión. -Te comprendo -Dijo la araña- Las obligaciones para con mi reino me impiden acompañarte, pero en su nombre te deseamos lo mejor ahora que has tomado tan noble decisión. El mundo allá afuera no es este cuarto, que se ha detenido a esperarte; por eso me veo en la obligación de advertirte, los sueños no son bienvenidos en el nuevo mundo que te espera allí afuera. Los sabios de mi reino dicen: “En la lucha en8
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tre ti y el mundo ponte de parte del mundo”. Pesimista quizás, realista tal vez, pero lo real no siempre es la verdad, aunque la verdad a veces sea como una guillotina, tan pesada, tan liviana. La robot tomó su maletín y mientras giraba el pestillo de la puerta echaba una última mirada a la habitación, como para impregnar en los minerales un recuerdo detenido en el tiempo al cerrar aquella puerta y dejar atrás aquel mundo, aquella habitación, mientras en el filo entre la puerta y el marco un reloj Maneki Neko se desvanecía despidiéndose, agitando su brazo con una gran sonrisa en el rostro.
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El hombre ha creado algo que suple al รกrbol, pero que no es el รกrbol. Rodolfo Kusch
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fuera de la habitación el mundo.
La robot cerró por completo la puerta de calle de aquella antigua casona. En la vereda desarreglada vivía un vetusto naranjo que vestía un sobretodo largo hasta los tobillos; la robot lo contempló y le hizo una pequeña reverencia. La brisa otoñal dibujo una sonrisa en aquel frutal solitario. La robot camino largo tiempo por el laberinto gris que le resulto aquel mundo nuevo. Las personas apuradas jamás se detuvieron a advertir a la pequeña. En un momento desde el cielo comenzó a caer una disimulada llovizna. Durante todo este tiempo la robot no se había percatado de que allí arriba era distinto del aquí abajo. No había diferenciado el gris del asfalto con el gris del cielo otoñal. Para la robot esto era mágico, ¿Cómo podía desde allí arriba caer esta cosquilla a sus engranajes? A medida que la llovizna devenía en lluvia la ciudad comenzaba a vaciarse de personas. La robot de pronto se sintió como en aquella habitación, sola, acompañada solo de objetos inertes. “La ciudad en los días de llu13
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via parece un gran armario donde se acumulan grandes objetos” pensó la robot. Pero si dios creó al mundo y el hombre creó a la ciudad entonces ella era un objeto más en el gran armario. Esta idea de alguna manera revoloteó en el estómago de la robot y sintió como sus engranajes se desincronizaban. La tarde en la ciudad encapotada hacía que los pájaros se echaran a volar de los alrededores en busca de refugio. Los edificios modernos no fueron pensados para cobijar a las aves de la ciudad, demasiadas esquinas cortantes, demasiados ángulos de noventa grados, frentes espejados simulando un cielo ficticio. Una babel moderna. La robot camino hasta llegar a la terminal de trenes que se encontraba ubicada en la zona más marginal de la ciudad, pero también una zona antigua. La disposición geográfica en dámero es signo de su pasado de ciudad colonial. La burocracia, el orden y la simetría eran los gustos de los hombres del renacimiento, por eso el edificio de la terminal de trenes se ubicaba enfrentada a la plaza principal. 14
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“la robot observó el maletín detenidamente durante unos instantes, como quien intenta reconocer un rostro familiar”
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La robot al igual que las aves de la zona se refugió bajo las construcciones barrocas de la gran catedral. Apoyó su maletín rojo sobre las escalinatas y se sentó, como si estuviera a la espera de algún transporte mágico que la pasara a buscar y la llevara directo a destino. Apoyó sus manos sobre sus cachetes metálicos y cuando se disponía a disfrutar del paisaje vio como a lo lejos se acercaba un cuerpo. Se aproximaba velozmente desde la terminal de trenes. Era un hombre de traje, sombrero y maletín. Se notaba a la distancia como movía su mandíbula, como si hablara con alguien, pero evidentemente caminaba solo en la tarde otoñal. El hombre de negocios cruzó la calle y guardó su celular de manos libres. Se paro en frente de la robot, dándole la espalda y se quedó parado ahí, como esperando el mismo transporte que ella. Pasaron algunos minutos hasta que notó la presencia de la robot. -¿Hace mucho que esperas? -Dijo el hombre de negocios a la robot.
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“La robot al igual que las aves de la zona se refugió bajo las construcciones barrocas de la gran catedral”
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La robot solo hizo un gesto de desconocimiento con sus hombros cobrizos. -A estas horas es imposible conseguir un taxi por esta zona -Dijo con cierta molestia el hombre de negocios. Al oír estas palabras algo se empezó a mover desde una esquina de la Catedral. Había pasado desapercibido porque estaba cubierto de cajas a modo de un techo precario para la lluvia. Un hombre de avanzada edad se apareció como si recién se levantara de una siesta agitada, se refregó los ojos, se acomodo un poco el pelo, las alpargatas y se arrimo hacía donde estaba la robot y el hombre de negocios. Este último al verlo se acomodó la corbata sobriamente. El anciano se paró al lado del hombre de negocios. -No tengo monedas señor -Dijo el hombre de negocios al anciano, y este lo miró de reojo, como quien sin preguntar pregunta si le hablan a uno. 18
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El anciano como respuesta dio al hombre de negocios el mismo gesto de hombros que anteriormente había hecho la robot. El hombre de negocios se puso duro y comenzó a mirar su reloj, ansioso por salir de tal situación incómoda. El anciano notó el clima de tensión del hombre de negocios y como quien viaja en un ascensor y busca charla dijo con total naturalidad: -¿Ser o no res? -Mientras sostenía su barbilla con una de sus manos grasosas. -¿Me habla a mi? -Dijo el hombre de negocios. -Somos o no somos -Afirmo el anciano. -Discúlpeme, no tengo tiempo, yo soy un empresario y usted... -Ateo poeta -Concluyó el anciano. -Usted es un pobre vago que se dedica a... -A ser prosa sorpresa -Volvió a finalizar la 19
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frase el anciano mientras dejaba escapar una sonrisa anormal por la comisura de sus labios de dientes apretados. -¡Usted está loco! -Dijo furioso el hombre de negocios. -Adán o nada. -¿Qué? El anciano lo miró con una mirada desorbitada, y como quien tiene que explicar a un niño el porqué debe comer la cena dijo de forma terminante: -Adán no cede con Eva, y Yave no cede con nada. -Odio a los locos, ¿Por qué será que no los encierran a todos? Son una amenaza a la población. ¡Los odio! -Odio la luz azul al oído -Dijo el anciano y se 20
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hurgo con fuerza una de sus orejas. Luego de esta situación tan traumática para el señor de negocios se aproximó velozmente desde la esquina de la Catedral un taxi. El hombre de negocios hizo un ademan con su brazo derecho y el taxi frenó, y mientras el señor de negocios subía y cerraba la puerta del coche dijo entre dientes, “Nunca más vuelvo a esperar frente a esta iglesia que permite que se refugien gentes como esta. Yo soy un hombre apurado y no puedo demorarme discutiendo con locos. Hoy tengo una importantísima reunión y...” El hombre de negocios hizo como que no escuchó, pero sí lo hizo, escuchó al anciano decir: “Yo hago yoga hoy”. Y el taxi se alejo de la zona con el hombre de negocios mordiéndose los labios de furia. El anciano volvió hacía donde se encontraba la robot y guiñándole un ojo le acercó unas cajas para que se cubriera de la lluvia junto a él. Así pasaron la noche los dos contemplando las estrellas perdidas en el cielo nocturno de la ciu21
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dad. La robot se maravilló con lo hermoso que era aquello que se sostenía sobre su cabeza. Ese techo no era como el de aquella habitación, este era inmensurable, impredecible, digno de respeto por ser portador de música y vida. La robot se extrañó de cómo las personas huían de sus lluvias y nadie se detenía a contemplar la fiesta de las plantas al recibir ese festín de agua fresca. El anciano de las cajas le había enseñado a observar el baile de las ramas de los arboles, que se mesen al ritmo del vaivén del viento sur, que desliza las gotas precoces en caída libre hacía la tierra húmeda estallando como pirotecnia de carnaval. La robot contempló todo ese nuevo mundo hasta que el cansancio le venció los parpados y su cuerpo descansó bajo el cielo que se despejaba en la madrugada.
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“El anciano volvió hacía donde se encontraba la robot y guiñándole un ojo le acercó unas cajas para que se cubriera de la lluvia junto a él”
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Todos los días la gente se arregla el cabello, por qué no el corazón? Ernesto guevara
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l olor a asfalto mojado se desvaneció en la mañana. La serenidad de la noche tormentosa se esfumó con el sol matinal y los pasos de las miles de personas que ingresaban a la ciudad descendiendo de los trenes obreros eran segunderos del gran engranaje de la capital. La robot despertó bajo un rayo de sol confortablemente cálido. El anciano ya no se encontraba entre sus cajas. La robot permaneció unos minutos sentada en las escalinatas de la catedral junto a su maletín, observando el ir y venir de las personas que entraban y salían de la terminal de trenes. La mañana prometía un hermoso día otoñal. El gran reloj que se levantaba majestuoso en el edificio de la terminal del ferrocarril marcaba con sus brazos las ocho en punto. La robot se levantó, cruzó la calle y alzó su mirada hacia aquel devorador del tiempo. “¿Qué nos diferencia a ti y a mí, si los dos tenemos las mismas entrañas?” Pensó la robot, aún con la vista en alto. “¿Acaso no es ridículo que yo esté aquí y tu allí?” .El cielo se adornó color durazno. En ese instante la robot quedo hundida en sus pensamientos, 27
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cuando un zumbido lejano llamo su atención, un BZZZ BZZZ que se mezclaba en el aire. De pronto sintió un ruido extraño cercano a ella, provenía de un álamo anciano, se acercó, unas ramas se movieron intranquilas, se acercó un poco más, algo cuchicheaba en aquellas hojas, se pegó al tronco y miró hacia arriba. Nada. La robot entonces se sentó bajo su sombra y se concentró de nuevo en aquel zumbido que parecía a cada instante acercarse más, cuando de pronto unas manos la tomaron por los hombros y la subieron al álamo y unas pequeñas voces le dijeron: -¡Silencio! El agente está aquí. La robot espió hacia abajo del álamo y de la nada vio aparecer una sombra, un objeto, una persona. El zumbido ahora era realmente intenso. El agente emanaba aquel zumbido. Era un hombre alto, con lentes oscuros, gorra con dibujos en su frente, chaleco y debajo una camisa a rayas negras y amarillas. El agente observó con seguridad toda la zona. Sus lentes 28
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“-Silencio! El agente está aquí”
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negros y su cara de roca podían poner la piel de gallina hasta a un erizo. Luego de unos minutos se desvaneció al igual que un colibrí. Aquel zumbido desapareció con él. Las manos que habían subido a la robot al álamo se descubrieron, eran las manos de unos niños, tres pequeños, dos niños y una niña. -Tuviste suerte de que el agente no te haya descubierto. Ningún niño puede recorrer el parque de la plaza en este horario. La robot observo a los niños con detenimiento. -¿De dónde vienes, quién eres? Qué lindos zapatos ¿Qué llevas en ese maletín tan lindo? – Pregunto la niña sin respirar, todo de corrido y en una sola frase a la robot. La robot recordó lo que le había dicho Irisnedi, la araña, y todo aquello que aquel anciano de la catedral le había enseñado de la tierra y del cielo, del agua, de las plantas y del suelo fértil, pero nada pudo pronunciar que los niños pudieran 30
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entender, y fue tanta la tristeza de la robot al no poder expresar con palabras lo que sentía que de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. La robot tocó sus mejillas y las noto húmedas y no comprendió como es que podían llover sus ojos. Los niños se miraron entre sí sorprendidos, jamás habían visto algo semejante. -¡Ves! La hiciste llorar. -Yo no hice nada, solo tenía curiosidad –Se defendió la pequeña. -Ya no llores –Dijo el niño que parecía el mayor de los tres –Te llevaremos con el rey mago del andén, él te ayudara. La robot asintió con la cabeza y con los ojos aún llorosos. Los niños bajaron de aquel árbol y ayudaron a la robot a bajar también, luego de verificar que no hubiera ningún agente a la vista. El punto a donde debían llegar era una gran estatua de bronce que se encontraba en el otro extremo 31
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de la plaza. Una vez armada la estrategia partieron a gran velocidad. La robot solo debía seguirlos, ellos la guiarían entre la muchedumbre adormecida. Los niños se escondían entre los arbustos, corrían tratando de no pisar las líneas de las baldosas, se ocultaban detrás de un puesto de panchos, entre la gente que hacía cola para subir a los colectivos, toda una gran travesía para la robot. - Debemos ir por aquí, por debajo de los pies de los mayores, donde los agentes no pueden bajar –Dijo el mayor de los niños señalando una puertita inadvertida debajo de los pies de aquella estatua. Bajaron. El ruido del agua corriendo por las tuberías suplanto a la del aire de la superficie. El agua turbia se desplazaba por el metal y las bolsas de polietileno embarcaban restos de basura por el río subterráneo. Los niños corrieron por un largo pasillo y cuanto más se alejaban del 32
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“Debemos ir por aquí, por debajo de los pies de los mayores, donde los agentes no pueden bajar -Dijo el mayor de los niños”
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punto de partida una voz y una melodía se disfrazaba con el aire y les endulzaba los oídos. La robot sintió por un momento como se detenía el tiempo en aquellas cloacas. Los pasos agitados de los niños se volvieron pensamiento, el agua que reverberaba por el plomo fue como un diente de león en la brisa calma. El sonido y los silencios fueron ordenados en el tiempo y un rostro redondo y moreno los recibía al final de pasillo. La robot observo muy detenidamente al niño aquel que los recibió. Los niños dejaron a un lado a la robot y se acercaron al niño misterioso y le secretearon al oído. El niño llevaba un instrumento en su mano izquierda que la robot no supe identificar, solo vio que llevaba cuerdas y que aquel niño la miro fijamente a los ojos y tomo una extraña varilla con su mano derecha y la apoyo sobre el instrumento y ahí todo cambio. La luz que apenas tímida se asomaba se tornó más brillante, aquel instrumento era endiabladamente vivaz y hacia vibrar hasta a las latas oxidadas de la superficie. El niño 34
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comenzó a susurrar una melodía con su voz suave, pero a la vez los tonos eran tajantes y calaban en los engranajes junto al ataque de las cuerdas en tríadas. A cada paso de aquel niño acercándose a la robot era como un tambor que huía del estómago metálico. La robot se tomó el estómago con las manos para que este se aquiete pero la extraña sensación comenzó a subir hasta ubicarse ahora en su pecho. El niño avanzaba. Ahora la extraña sensación se hacía nudo en su garganta. El niño ya se encontraba frente a frente a la robot. La robot no pudo más y dejo escapar eso que había nacido desde sus entrañas con un grito como el que nunca jamás. En su grito se pronunció aquella que es la primera y la última de todas las palabras. El niño se detuvo... y con él la música. -Amiga mía- Amenizo el extraño niño a la robot que yacía en el suelo arrodillada-, la música se extiende por toda materia y atraviesa todo tiempo. Ordena el alma con la belleza de la armonía y conforma el cuerpo con los ritmos 35
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convenientes para comprender nuestra alma individual y la del universo- Dijo el niĂąo misterioso mirando a la robot dulcemente- Ahora descansa. La robot cerrĂł sus ojos.
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“La robot observó muy detenidamente al niño aquel que los recibió”
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No ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible antonin artaud
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a robot abrió los ojos. Los niños habían desaparecido.
La estación terminal de Constitución era como un gran sarcófago. Las columnas altas color naranja con sus remaches y alto parlantes amurados, todos oxidados, donde las palomas improvisaban sus nidos precarios, anunciaban el arribo de otra formación de trenes a la gran plaza. La robot despertó y se encontró sentada en uno de los bancos del andén número 7. En ese momento las palomas se agitaron en aquella bóveda, cuando desde el andén 12 la formación del tren diésel hizo sonar su bocina que expidió un silbido y un vapor que el techo metálico convirtió en eco aturdidor. La robot sintió como aquel sonido se espejaba en sus cuerdas vocales; una sensación bastante extraña y ajena hasta ahora y no supo cómo reaccionar, entonces, en un acto de puro instinto y curiosidad, abrió su boca, y mucha fue su sorpresa al escucharse pronunciar una vocal, la “I”. Cerró su boca inmediatamente. Luego la abrió nuevamente y pronuncio otras vocales: La “E”, la 41
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“O” y la “U”. La voz del alto parlante anunció el arribo de la formación vía Alejandro Korn por andén 7. La robot vio llegar a la formación frente a ella. Vio como el acero se desplazaba sobre el acero. Vio la luz roja pasar a verde. Vio las puertas abrirse y como las personas descendían apuradas. Vio como las personas ascendían apuradas al abrirse las puertas. Vio a las personas anudarse La robot observo sentada en aquel banco hasta que la última persona resultó desatada. Había algo en el agite de las alas de las palomas, había algo en su sonido, había algo en el eco que producían al volar bajo el techo de la estación. Las palomas pasaron por sobre la cabeza de la robot y un instante después por sobre la cabeza de la robot las palomas pasaron. La robot notó el deja vú. Esto ya lo había vivido en algún otro momento. 42
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¿Pero cuando? Los objetos guardan memoria, pensó, y se subió al tren. Abrió por primera vez su maletín rojo y saco de su interior un cuaderno con sus hojas blancas como pequeños conejos. El tren vía Korn de las 10:18hs estaba listo para partir.
Estación Constitución Las puertas de la formación se cerraron y la robot escribió en su cuaderno “¿Habrá en la naturaleza un recuerdo de nuestro pasado que abarque hasta sus más mínimos detalles?”
Estaciones Irigoyen hasta Lanús Con un pequeño lápiz negro H2 la robot dibujo distintos bocetos de aquella habitación donde había despertado, de Ingrid, del viejo de las cajas y de los niños del andén y su rey. Dibujaba y una sonrisa se delineaba en su pequeña cara metálica. 43
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Estación Escalada La robot miró por la ventanilla aquellos galpones oxidados que se levantaban en zigzag hacía el cielo, adornados con aquellos antiguos sauces veteados delineando el camino de cemento aceitoso, de los talleres ferroviarios.
Estación Banfield hasta Temperley Un niño subió en estación Banfield acompañado de un pequeño parlante con rueditas hechas con rulemanes de acero, y una manija de alguna vieja maleta reciclada adherida a la parte superior que lo ayudaba a transportar el pesado equipaje, el equipo necesario para brindar el show de canto y música sobre los trenes. La robot observo y oyó con detenimiento.
Estación Adrogue y Burzaco El vendedor de Mantecol se acerco a la robot y le dejo la golosina de muestra, sin compromiso de compra. La robot lo recibió con una 44
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“El tren vía Korn de las 10:18hs estaba listo para partir”
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sonrisa. Cuando el vendedor volvió para retirar la mercadería la robot ya lo había guardado en su maletín. El vendedor no pregunto nada, la miro y le guiño un ojo. Detrás de él venía el vendedor de medias.
Estación Longchamps Un perro subió misteriosamente en el vagón donde iba la robot.
Estación Glew El perro y la robot descendieron de la formación. El tren cerró sus puertas y siguió su camino según el horario estipulado.
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Su padre es el Sol y su madre la Luna. El Viento lo lleva en su vientre. Su nodriza es la Tierra Hermes Trismegisto
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n el cielo un manto negro con forma de globo extraviado se paseaba entre las nubes hasta atascarse en los árboles de la estación de tren. Toda una muchedumbre de graznidos y trinos que se posaba en los álamos que ladeaban la estación y que luego, como un globo que se suelta libre de sus ramas, volaban al cielo hasta caer nuevamente en los álamos cercanos a la Iglesia de la ciudad. La robot salió de la estación de trenes y el perro misterioso la siguió hasta la plaza donde la robot se detuvo un momento, como revisando qué camino tomar. De pronto la robot notó como un puntito negro se separaba de aquel manto plumífero, un puntito que se acercaba hacia donde ella se encontraba observando, con el perro aún a sus pies. Se trataba de una pequeña ave color negro que se posó en una rama por sobre la cabeza de la robot. -Hola –Dijo la robot a la pequeña ave
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-Hola ¿Nos conocemos de algún lado? –Pregunto el ave. -No, no que yo recuerde. -Pero no me refiero a AHORA, sí no solamente si nos conocimos en algún momento, quizás ni siquiera en esta vida. Últimamente me cuesta recordar a los queridos. -Ahora que usted lo dice su mirada me suena familiar, quizás nos conozcamos entonces. -De eso estoy seguro ahora, lo que no logro recordar es de donde o cuando. -¿Cuál es su nombre? Quizás así lo recuerde. -Soy Milo, ¿Y usted? -Kala -Recuerdo una Kala... calle Soldi, pasando la parroquia, aquí cerquita, frente a los Jacaranda. 52
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“Una pequeña ave de color negro se posó en una rama por sobre la cabeza de la robot”
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-Recuerdo los Jacaranda -Puede visitarlos cuando quiera, seguro la recordaran. -Yo recuerdo –Dijo el perro a los pies de la robot –Yo recuerdo su voz querido amigo Milo. -Que sorpresa, no lo había visto querido, tan callado por ahí abajo. Cuénteme por favor, de donde nos conocemos -dijo el ave al perro. -Le contaré, creo conocerlo del norte, donde la arcilla se cocina al sol; pero no ahora, sí no cuando fui niño. -Siempre me han caído bien los niños, son seres muy lúcidos. -Yo escapaba con mi abuelo, escapábamos de las maquinas que escupían balas. Los hombres de la ciudad las habían puesto donde los algarrobos y escupían tan fuerte que el sonido nos aturdía. Nuestras gentes escapaban para los montes, 54
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“Hay que ir para el campo del cielo” decían, y nosotros fuimos. Y en un lugar donde llegamos cayó un pájaro y mi abuelo que entendía dijo que el pájaro era como un teléfono, que le traía mensajes. Melitón se llamaba mi abuelo. “Prepárense que ya les encontraron la huella” dijo aquel pájaro y nos escondimos al costado del camino bajo un árbol grande, que árbol fue, no sé, pero ahí pasamos la noche. Gracias a aquel ave y a mi abuelo que entendía nos salvamos aquella noche de ese pueblito Rincón Bomba. Ahora ya no hay más gente que sepa hacer esas cosas. Eso es lo que recuerdo, ahora, después de tanto tiempo, al escuchar su voz querido Milo. -Sí, los recuerdo a ambos mi pequeño, yo en aquel entonces no era Mirlo, era chaja. Es terrible lo que el hombre es capaz de hacer a sus propios hermanos. La robot que oyó todo detenidamente también recordó y dejó a los encontrados con su charla de vaya uno saber que tiempos, y se encamino 55
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hacia los Jacarandas. “Mi abuelo decía que yo era su pequeña artista” recordó la robot, y al llegar y ver y tocar a los Jacaranda todo tuvo sentido para Kala. Abrió su maletín rojo y de él saco un atril plegable y una caja con pinturas al óleo e infinidad de pinceles. Pinto una y otra vez las flores violáceas sobre las raíces de antaño hasta que el sol se posó en el centro del cielo. Los árboles son tan verdes, pensó Kala. Por más que pinte y pinte jamás serán mis pinturas tan reales como el viento cuando mueve sus hojas. El jacaranda posaba lento y madero para Kala, se desplazaba junto a la brisa para que sus flores bailen en el aire en su descenso a la pacha. El medio día había caído y Kala se recostó junto al anciano para reposar sus tuercas, y fue que el sueño le llego por las hendiduras de su cuerpo metálico y se adentro tanto que toco el corazón de Kala, y lo suavizo de tal manera 56
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que el cobre bobinado de su pecho se volvió carmín y comenzó a palpitar como todas las manzanas en primavera.
FIN
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ÍNDICE Capítulo uno - pág.01 Capítulo dos - pág.13 Capítulo tres - pág.27 Capítulo cuatro - pág.41 Capítulo cinco - pág.51
-Todo lo que das vuelve-
Esta ediciรณn se termino de imprimir en El Antigal Cafayate / Salta / Argentina. en Abril de 2015