4 minute read

Relaciones tóxicas y por qué nos encantan

Relaciones tóxicas y por qué nos encantan

Por Josué Cruz

Advertisement

Las adicciones, de acuerdo con la OMS (Organización Mundial de la Salud), son enfermedades caracterizadas por un consumo excesivo y dependencia total a algo en específico: sustancias o inclusive acciones. Pero seguramente nunca se nos había pasado por la mente considerar a una persona como una adicción. Esta implica pensamientos obsesivos sobre la relación: anticipación, espera, confusión y desesperación.

Las relaciones adictivas son tóxicas y muy poderosas; las relaciones saludables no implican un drama constante, simplemente son. Cuando estas en una relación sana tendrás una confianza enorme en la otra persona, no tienes que preguntarte, esperar o vivir en agitación durante su último o próximo encuentro.

Una relación tóxica no nutre nuestro bienestar personal, nos duele, nos quita la energía. Pero tiene su razón de ser. La psicología reconoce que una historia de relaciones dañinas con nuestros padres nos lleva, por analogía, a atraer a hombres y mujeres con quienes podemos recrear ese ciclo tóxico.

Aquel niño que tiene un padre distante que no lo protege del abuso de la madre, cuando crezca, atraerá personas que le ofrezcan una experiencia similar. Este ciclo comienza cuando intentamos aliviar sentimientos familiares dolorosos al entrar en otra relación, sin saber que no es muy diferente de la última; el ciclo se repite.

Otro escenario es cuando un hijo tiene una madre dominante que no le da el espacio o la independencia para crecer de forma autónoma. Es probable que repita el mismo ciclo en su vida adulta al atraer a mujeres controladoras y necesitadas. Ocasionalmente, podría rebelarse en la vida adulta y, en cambio, atraer lo contrario de lo que experimentamos. Aunque no recrea ese sentimiento familiar de asfixia, se ha movido hacia el lado opuesto del péndulo y los problemas no resueltos con su madre permanecen sin resolver.

Todo se deriva de cómo fuimos criados y de lo que vivimos de niños. Si no podemos desarrollar adecuadamente el amor propio —la autoestima y una autoimagen positiva— acumularemos odio a nosotros mismos y nos convertimos en adultos completamente ajenos.

El punto, entonces, no es nuestra dependencia a las relaciones tóxicas externas, sino nuestra adicción a algo que es mucho más profundo y mucho más peligroso. Nuestra adicción a una relación tóxica con nosotros mismos. La relación podría haber comenzado desde el mismo momento en que nacimos y, de ser así, habría sido fuertemente influenciada por las relaciones que tuvimos con nuestros padres y la relación que presenciamos en ellos.

Llegamos a conocer y familiarizarnos con las relaciones violentas durante nuestros años de formación, de modo que, en la edad adulta, nos encontramos replicando ese tipo de relación. Luego, alimentamos nuestro anhelo emocional por esa familiaridad, ese clima emocional que mejor conocemos. Funciona como una adicción a alguna sustancia química, se prueba una o dos veces y, de repente, ya no tenemos el control. Nos volvemos adictos a lo que nos causa dolor, como una relación tóxica y, subconscientemente, buscamos ese próximo “subidón” característico de muchas otras adicciones.

Ahora bien, puesto que ya conocemos los orígenes de las relaciones tóxicas ¿Cómo superamos esta adicción? Debemos comenzar a ver cada relación que entra en nuestra vida como una oportunidad para sanar, crecer y ser más conscientes de nosotros mismos. Nuestro enfoque tiene que cambiar desde afuera hacia adentro. Cada relación se manifiesta en nuestras vidas para reflejar la relación que tenemos con nuestro ser. Si estamos atrayendo relaciones tóxicas, o continuamos alimentando nuestra adicción a ellas, es porque, ante todo, tenemos una relación tóxica con nosotros. Una vez que hayamos identificado esos pensamientos, sentimientos y patrones en la relación, es hora de comenzar por un paso que parece ser muy simple pero no lo es, la abstención. Debemos abstenernos de la relación por completo (sin contacto), esto incluye textos y redes sociales, o bien, abstenerse de enredos emocionales, lo cual requiere desprendimiento.

Esta es una de las etapas más difíciles. Los químicos cerebrales liberados al tratar de separarse son muy diferentes de los neurotransmisores y hormonas liberados cuando estamos con nuestro ser querido. El principal químico liberado durante los momentos de estrés es el cortisol; cualquier desencadenante (como la pérdida de un ser querido), libera sustancias químicas del sistema noradrenérgico que incluye la liberación de cortisol y norepinefrina, lo que nos motiva a “hacer algo al respecto”. Al anticipar el alivio del estrés, nuestro cerebro libera químicos como la dopamina, que ofrece ese sentimiento positivo de anticipación. Para romper una adicción debemos darnos cuenta de que estamos luchando contra estas respuestas químicas. Esto significa que no nos sentiremos bien por un tiempo, pero teniendo la seguridad de que sí podemos abstenernos de responder a la química de nuestro cerebro, podremos superar estos tiempos difíciles y nuestro sistema de neurotransmisores eventualmente se detendrá en un estado de equilibrio.

Necesitamos reacondicionarnos y volvernos “adictos” a nuestro ser sano, que es inmensamente valioso, colorido, vibrante y fuerte. Solo así lograremos sobresalir en el proceso de desprendimiento de una manera correcta, y sin mayores complicaciones.

This article is from: