Relatos del concurso "Historias en el Metro"

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HISTORIAS en el METRO (50 ANIVERSARIO)



Antes de entrar, permita volar por: MafeerGP’

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e han pasado muchas historias en el STC Metro, pero esta ha sido de las mejores. Ocurrió hace algunos años, me encontraba en la estación Balderas de la línea 3 (la que corre de Universidad a Indios Verdes) esperando poder subir al metro. Era un día de lluvia y por dicha razón había muchísima gente, tanto en el andén como en los trenes que llegaban. Casi nadie bajaba y las personas que pretendía bajar no lo lograban, pues era más la gente que trataba de subir a dichos trenes. Ya había pasado alrededor de 55 minutos esperando para poder subir y estuve por abandonar el metro para llegar a mi destino, pero en eso, ocurrió. Llegó un tren y una de las ventanas quedó frente a mí, pero esta vez, la gente ya desesperada hacía de todo para poder salir. Voltee mi vista hacia la ventana y me pude percatar que un chico dialogaba con otro y señalaban aquel orificio. En eso uno de los dos le dio su mochila al otro, se subió al asiento, sacó su cabeza por allí y después el susodicho ya estaba tirado frente a mí, se levantó, el otro chico le pasó la mochila y todos comenzamos a aplaudir y a gritar de la emoción. Una sorprendente experiencia. Los chicos que se encontraban junto a mí decidieron saludarlo, preguntarle su nombre (Carlos) e invitarlo a una fiesta. Como dicen por ahí, cuando te gana la desesperación por entrar o salir del metro todo se vale, y si yo no lo hubiera visto, no lo hubiera creído.



Junto a la ventana por: Santiago Villanueva A.

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l reloj de la estación marcaba las 18:27 del último viernes de noviembre. Las caras largas de la gente se podían ver en cada dirección. Los murmullos de las pláticas se cruzaban con la voz del vendedor de palanquetas que trataba de cruzar de un lado a otro del vagón. Algunas personas comenzaban a cerrar sus ojos tratando de aliviar el cansancio de la semana, algunas, otras, el cansancio de vivir. El lugar se volvía más concurrido al pasar cada estación. El vagón dejaba abiertas sus puertas por más de cinco minutos, la gente buscaba distracción en alguna conversación pérdida de sus celulares, otros trataban de entender el libro que llevaban entre manos. Ante la inmovilidad del tren, las caras de frustración inevitablemente comenzaron a aparecer. Un señor golpeaba las paredes tal vez para llamar la atención, o tal vez una parte de él le indicaba que así por fin avanzaría. Otros tantos observaban con mirada de asco a la gente que ineludiblemente los empujaba por todos lados, como si los de su misma especie comenzarán a enfermarlos. Y ahí, sentados junto a la ventana, estaban ellos; mirándose a los ojos como dos tontos. Se sonreían, cruzaban palabras que terminaban con un beso en la mejilla cada vez más cerca de la boca. Ambos sabían que sus labios se buscaban. Se besaron hasta perder la cuenta; se besaron tanto que parecía que hacían el amor únicamente con sus bocas. La gente los miraba con ojos de envidia y ellos, cuando abrían los suyos, sólo miraban las pupilas del otro. Lo que pasaba alrededor de ese par de asientos parecía no importarles. Ella se recostaba en su hombro mientras él mantenía la mirada perdida entre la gente, pero en ningún momento soltó su mano, comenzó a juguetear con ella hasta que la tomó firmemente y le dio un beso, de esos que truenan. La chica sólo sonreía, se sentía dichosa; aquél era el rostro de la mujer más feliz del vagón, del tren, de toda la línea, de todo el país. El camino se hizo largo para todos, menos para ellos, los que estaban junto a la ventana.



Mi amigo y yo por: Ingeniero RS

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iles de individuos involuntariamente coordinados suben,bajan,van y vienen todos los días en ese otro mundo que llamamos metro. Un sin fin de vidas coinciden en ese punto de reunión, a la misma hora, en la misma dirección, por un tiempo indeterminado y con el propósito de llegar a su destino final. Normalmente, mi papel dentro de ese lugar mágico es el de observadora. Es probable que formemos parte de más “coincidencias” además de las pocas que nuestra vida acelerada de ciudad nos deja ver, y no existen dos iguales entre sí, cada segundo cuenta y va moldeando la figura del trayecto. ¿Tienes una idea de cuántos de los millones de habitantes de la bella CDMX conoces? Te aseguro que más de los que imaginas.

Como usuaria regular de ese medio de transporte lleno de sorpresas, he acumulado experiencias de diferentes formas y colores, algunas de ellas son grises y picudas mientras que otras cuántas son amarillas y esponjosas, todas se parecen en que, sin discriminar por color o complexión, siempre aprendo algo nuevo de ellas. He aprendido a reírme de la vida y no al revés, cuando el ambiente se torna denso dentro de las instalaciones y la gente comienza a desesperarse o enojarse, yo mantengo la calma y absorbo la vibra de quienes también estudian el arte de disfrutar los sabores amargos. Tanto en vagones como en andenes, veo de todo, desde el ofi-

cinista que continúa saliendo de casa diez minutos después de lo previsto y reza diariamente para que “esta vez no vaya tan lento”, hasta la misma voz de mujer proveniente de distintos cuerpos que nos acompaña continuamente, ofreciendo un producto nuevo que promete ser bueno, bonito y barato. Esporádicamente, diviso entes que hablan otro idioma, pero los más excéntricos son esos que les gusta hablar con una papa en la boca y que por algún motivo prefieren trastabillar antes que sostenerse del tubo comunal; entre charlas instantáneas y susurros, hay quienes reconocen al metro como el mejor noticiero de la ciudad porque uno se entera de hasta


lo que no pasó. Seguido ocurren hazañas que, en otro mundo, juraríamos imposibles, en ese espacio subterráneo, la gente “tamaño bolsillo” es popular por su habilidad de acomodarse en donde juraban que no entraría ni un alma más. Dentro del prisma rectangular naranja es donde ocurre la magia y las palabras “espacio personal” no significan nada; tan extraordinario es el metro que incluso tiene sus propios estándares de medición de tiempo, ¿Por qué cuando salgo de casa a las seis de la mañana, demoró cuarenta minutos en llegar a mi destino pero si salgo tan sólo unos minutos después, tardo una hora? Si buscas un lugar donde ocurran maravillas, te recomiendo el metro de mi ciudad. Para mí, cada recorrido en el transporte es una evaluación personal constante, cada acción durante el viaje revela nuestras leyes invisibles, esas que llevamos tatuadas individualmente. Durante más travesías, me he percatado de que los pasatiempos favoritos de los usuarios son el perderse en sus dispositivos electrónicos o bien, hacer el intento fallido de recuperar horas de sueño, de vez en cuando, despiertan para formar parte del escenario y en ocasiones, lo hacen de una forma sobresaliente. Despiertan para actuar siguiendo sus leyes invisibles paso a paso, como si por cada asiento cedido, por cada “¿Disculpa, bajas en la que sigue?” pronunciado, por cada sonrisa regalada a algún extraño, por cada par de ojos prestados a quienes sólo pueden ver negro, por cada cachito de papel regalado en representación de un “tranquilo, vas a estar bien”, como si por cada pequeño gran detalle reci-

bieran algo más a parte de esa satisfacción de estrenar una mejor versión de sí mismos. Se nos presentan muchas oportunidades para actuar y sumar, o bien, restar puntos en el juego de la vida. Me gusta que se trate de un jugador único, que nadie está compitiendo y que cada uno lleve su propia cuenta en secreto. ¿Tú cuántos puntos llevas? A veces dudo sobre si me gusta viajar en metro o si preferiría transportarme por otro medio. Como pudiste darte cuenta, yo uso ambas direcciones de la línea, la de ida con todos los colores fríos y la de regreso con los tonos pastel. Hoy, con mis diecinueve años de experiencias, puedo decir que el metro es mi amigo. Mi amigo Metro es muy cotizado, no es carero, cuando quiere es eficiente, promueve la cultura e incluso tiene cine y museo propios y como si no fuera suficiente, también es ‘eco friendly’. Él y yo, tenemos una amistad complicada, yo lo atribuyo a que tiene una personalidad inestable pero él dice que a mi nada me parece, ¡quién sabe!. Sea como sea, al igual que con mis demás amigos, yo lo quiero con todo y sus flaquezas. Éste próximo cuatro de Septiembre, va a celebrar su cumpleaños número cincuenta y aunque ya me había comentado que le hacía falta un cambio de ‘look’ y que andaba corto de ingresos, éste escrito será mi regalo de cumpleaños y espero que se alegre mucho al ver que, tal vez, el próximo año tenga varios amiguitos nuevos. No había considerado nuestra diferencia de edad como posible motivo de tantas discrepancias, la próxima vez que lo vea, se lo platicaré.



Sobreviviente por: MAAS

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ace un par de años mi hermano menor recogió una perrita de la calle a la cual adoptamos con el nombre de Tane. No es de ninguna raza, es una perra mestiza de tamaño mediano de color negro. Un día mientras me dirigía a la escuela la perra me siguió a mi y a mi madre desde mi casa hasta la estación del metro más cercana que tomo diariamente para ir a la escuela. Usualmente la perra suele seguirnos, y las veces que nos damos cuenta no hacemos nada al respecto porque la perra siempre se regresa sola a casa, por tal motivo no le damos importancia si nos sigue o no. Pero ese día yo llevaba prisa, me despedí de mi madre y la perra se quedó con ella. Mi mamá iba para otro lado, me alejé de ella rápidamente porque desde fuera vi que el metro iba llegando y usualmente en esa estación tardan mucho en salir los trenes. Justamente ese día iba ya muy tarde para la escuela por lo que me eché a correr hacia mi destino sin darme cuenta que la perra al verme correr me siguió por detrás metiéndose a la estación del metro. En el momento yo no le di importancia, porque iba muy apresurado para llegar a la escuela, pero entonces, justo cuando ya me iba en el vagón, mi madre me llamó por teléfono diciéndome que la perra había pasado los torniquetes y que no podían atraparla. En ese momento me dio risa, porque supuse la iban a estar persiguiendo, y como la estación que tomo es vía elevada, no imaginé que subiría las escaleras. Me imaginaba a mi madre y a los policías correteando a la perra por la entrada y no hice más que sonreír en mi mente y seguir mi camino. Pasaron aproximadamente 30 minutos después de la primera llamada de mi madre cuando yo le volví a marcar para preguntarle sobre la situación de mi mascota. Me comentó que la perra al ver que varias


personas la perseguían, se asustó mucho, pasó los torniquetes y subió las escaleras hasta el andén del metro en donde otros policías intentaron atraparla. Ella, al ver tanta gente detrás se asustó aún más y se metió a las vías del metro para librarse de la multitud. Al estar tan espantada y ver el vagón avanzar, corrió por toda la vía desenfrenadamente sin rumbo. Al instante mi madre pensó que mi mascota iba a morir, por eso decidió no informarme de los hechos para que no me regresara y esta situación no interfiriera con mis tiempos de llegada a la escuela. Mientras Tane corría por la vía, los policías la monitoreaban para ir cortando la corriente en las vías y estaciones por las que pasaba y poder salvarla. Detuvo la marcha del vagón de las personas que se encontraban en la estación por unos 15 a 20 minutos mientras un policía en la vía la correteaba para atraparla. Después de varios minutos de risas para algunos, y tortura para otros que iban tarde, finalmente en unas estaciones próximas de donde ingresó la perra, fue atrapada por un policía y entregada sana y salva a mi madre. Cuando mi mamá me contó la situación no le creía, no fue sino hasta que horas después me envió una nota del periódico en donde efectivamente salía mi mascota en la portada echada y toda cansada después de su largo trayecto de ejercicio. Después de leer la nota comencé a reírme y me sentí un poco culpable por haber ocasionado toda esta problemática, pues si yo no hubiera corrido, la perra no me hubiera seguido y nada de esta historia habría sucedido. Fue muy gracioso ver que mi mascota había salido en una nota del periódico, aunque para mi madre fue mucha problemática porque no pudo llegar a su destino por estar esperando a que atraparan a la perra y por la pena que le daba al presenciar todo este problema.



El susodicho por: Akbal

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ien dicen que la práctica hace al maestro y yo me he vuelto experta para dormir en cualquier lado, habilidad, que bien o mal, la he venido aprendiendo a lo largo de toda mi vida, porque cuando vives hasta la orilla de la ciudad justo donde lo único que ves a tu alrededor son sembradíos, no te queda más que resignarte al eterno ir y venir en nuestro transporte público por excelencia: el metro. Estoy en la estación de Bellas Artes esperando al “susodicho”, no tengo ni idea por cuál dirección viene, llegué 10 minutos tarde esperando a que él ya estuviera aquí, pero no, y la verdad es que me preocupa porque no tengo señal, ¿qué tal si se desesperó y se fue?, sinceramente no lo creo, así que esperaré 5 minutos más. 1… 2… 3… 4… 5… 6… Se baja del metro, dejó de asomarme y para no verme tan desesperada opto por recargarme en la pared y fingir que leo un libro, se acerca con esa sonrisa hermosa y se disculpa, no puedo enojarme porque él me encanta y mis nervios me traicionan. Decidimos ir a dar una vuelta, los sábados cerca de ahí subastan libros y hay un lugar de tacos que nos habían recomendado, así que nos fuimos caminando hacia allá. El día estaba nublado, no tardaría en comenzar a llover y ambos sabemos que eso significa que el metro va a estar horrible, ya es un poco tarde, ambos vivimos algo lejos, así que decidimos regresar para evitar cualquier percance. Después de caminar nos quedó más cerca la estación del Zócalo, adentro estaba calientito y el tufo de gente mojada y apretujada se nos fue directo a la nariz, él va en dirección contraria a la mía, de cualquier forma, me dijo: Te acompaño. Me gusta la idea, pero también implica irme en el vagón de los hombres, no quiero negarme así que, ¡aquí estamos!, yo recargada en la puerta y él con su brazo justo arriba de mi hombro evitando que terminemos embarrados en el vidrio, pero, ¡vamos!, las personas están desesperadas así que lo termino teniendo justo enfrente de mí, así, muy cerquita, huele muy rico.


-La marcha de los trenes será lenta-. Escucho a lo lejos. Nos pusimos a hablar porque por lo visto el viaje será largo, me acomoda mi fleco y me dice que mis ojos son muy bonitos, siento como los colores se me suben a la cara e intentando evadir su mirada volteo hacia el otro lado, un señor lo había escuchado y sólo sonreía, de nuevo lo miro, agradezco su cumplido y suspiro, con el brazo que tenía desocupado me abraza y me dice: ¿Quién diría que un viaje en el metro podría ser tan agradable? Llegamos a Ermita para dirigirnos al transborde de la línea 12, antes de llegar a las escaleras, me detengo porque en serio detesto ir apretujada en el metro y prefiero esperar a que la tormenta pase y las personas poco a poco vayan disminuyendo, él no pone ninguna objeción, así que ahí, sentados en el piso pasamos una hora más hablando de mil cosas, comiendo unos churros ya medio correosos y unas papitas con mucha salsa que cayeron bien al momento. Sin darnos cuenta había pasado más de una hora, me acompaña hasta los andenes de mi línea y siento como su mano toca la mía, repite mi nombre tres veces y suspira, lo pensamos nerviosos un par de segundos, pero después nos besamos con esa seguridad de que ambos queríamos que pasara… -Amiga, ya llegamos a la terminal. Me dice una chica tocándome el hombro. Agradezco todavía adormilada y miro a mi alrededor, había un buen de asientos vacíos, pero ya sé que nunca me despiertan para que me vaya a sentar a uno, me levanto y cojeo por tener las dos piernas dormidas, miro el reloj, ya iba tarde y para rematar me había pasado de estación. -¡Maldito metro de mierda!



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