7 minute read
ARTE Y DEVOCIÓN
from NAZARENOS «2021»
ROGATIVAS A NUESTRO PADRE JESÚS
Francisco José Alegría Ruiz | Canónigo de la Santa Iglesia Catedral y Mayordomo de Jesús
Advertisement
Hace ya algunos años don Juan Torres Fontes, en el número 7 de la revista Nazarenos, trataba el asunto de las rogativas a Nuestro Padre Jesús. Estas prácticas de culto tenían su razón de ser en dos principios del pensamiento católico: la afirmación de que la divina providencia lo rige todo, y la confianza en el poder de la oración, capaz de alcanzar cualquier beneficio. Efectivamente, como enseña el evangelio, nada en este mundo sucede sin el beneplácito de Dios, quien espera que incluso de los males saquemos bienes; a la vez que nos urge a poner la fuerza en la oración, “pedid y recibiréis”, por lo que la Iglesia se ha encomendado a la intercesión de Cristo y de los santos para obtener los favores del Cielo.
A lo largo de la historia no han faltado en nuestra ciudad de Murcia ocasiones de necesidad y penuria de diversa índole, siendo uno de los mayores y más frecuentes sufrimientos la falta de agua, bien necesario para trabajar la tierra y dar de comer con su fruto a los hijos, actividades con las que el huertano se ha santificado durante siglos.
Cuando el Cielo probaba con la sequía u otros infortunios similares al pueblo murciano, éste, profundamente religioso, levantaba su mirada a él y recurría con confianza a Aquel que podía poner remedio. Se manifestaba esa unidad de antaño entre lo eclesiástico y lo civil, entidades que formaban, a una, la sociedad religiosa tradicional. El concejo de la ciudad, representando al pueblo, pedía al cabildo catedralicio que impetrase la ayuda de Dios por medio de rogativas, y la Iglesia, responsable del culto público y de la obligación de rezar por el bien común, hacía lo propio.
La celebración de rogativas en la catedral consistía el la inclusión en la misa conventual, normalmente durante siete días, de una oración pro pluvia y preces, delante de una imagen sagra-
da, además de las correspondientes procesiones claustrales por el interior del templo con el canto final de la Salve. A esas misas se les llamaba “misas de gozos”.1 Para el éxito de las rogativas era fundamental pedir la intercesión a través de imágenes que reunieran dos características: que fueran consi-
1 Nuevo Manual de Ceremonias Sagradas para el uso de la Santa Iglesia de Cartagena, 1797, p. 40. deradas milagrosas porque a través de ellas se hubieran obtenido gracias divinas, y que fueran capaces de suscitar la devoción entre el pueblo, siendo fundamental que el mayor número de ciudadanos se implicara rezando para conseguir el fin pretendido. Se trataba, en cualquier caso, de oraciones públicas, y si los males afectaban al conjunto de la sociedad era toda la sociedad la que tenía que hacer penitencia y rezar unida.
En el siglo XVIII se recurría principalmente a la Virgen de la Fuensanta, a la que el cabildo catedralicio llama “milagrosísima”, pues con frecuencia se había conseguido por la oración ante su imagen el favor que se demandaba, especialmente cuando se trataba de la lluvia, siendo su propio nombre de Fuente Santa expresión de las gracias que podía alcanzar. En marzo de 1747 una sequía pertinaz hacía que los campos de Murcia se resintiesen, y para poner remedio habían comenzado rogativas a la Virgen de la Fuensanta en la catedral. Con la misma finalidad se estaban celebrando similares rogativas a Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuya imagen, igualmente llamada “milagrosa”, se había llevado a este fin desde su ermita al Monasterio de las Agustinas Descalzas. Se había previsto, no obstante, unir ambas imágenes en la catedral para que el pueblo se implicara de manera más fervorosa en las oraciones y de ese modo se hiciera más fuerza al Cielo. Poco antes del traslado había co-
menzado a llover en algunos lugares, incluso había nevado en Sierra Espuña, a pesar de lo cual el obispo don Juan Mateo López decidió que se mantuviese el acto previsto y que se celebrase como rogativa para que fueran más abundantes las lluvias, o bien como acción de gracias si acaso ya había llovido lo suficiente. Finalmente se hizo la rogativa, y la Virgen de la Fuensanta salió en procesión general hasta el Convento de Agustinas, donde se tomó la imagen de Nuestro Padre Jesús y ambos se dirigieran solemnemente hasta la catedral, pasando primero por el Monasterio de Capuchinas. Las dos imágenes quedaron colocadas en la capilla mayor de la catedral haciéndose ante ellas las oraciones pertinentes para conseguir el agua. El jueves 23 de marzo, tras haberse celebrado una novena completa y llover copiosamente por la intercesión de las sagradas imágenes, el obispo y el cabildo acordaron que se pusieran luminarias y al día siguiente se celebrase una misa de acción de gracias.2 El sábado 25 se organizó de nuevo una procesión general a la que acudía todo el clero, tanto el parroquial como los religiosos, conduciendo la milagrosa imagen de Nuestro Padre Jesús de regreso al Monasterio de Agustinas Descalzas.
Algunas décadas después, en 1780, la sequía se convertía de nuevo en un problema que hacía peligrar el sustento de los murcianos, y el concejo volvía a dirigirse al cabildo pidiéndole que se celebrasen rogativas por la lluvia. El 7 de marzo se acordó añadir en la misa la oración pro pluvia y las subsiguientes preces, no sólo en la catedral sino también en todas las iglesias de la ciudad. Se decidió rezar las rogativas ante la imagen Jesús Nazareno, en este caso
2 ACM, Actas capitulares, 23 de marzo de 1747. la que se encontraba en una de las capillas de la catedral, trasladándola al altar mayor. La sequía fue contundente aquel año, y en septiembre, aprovechando que la Virgen de la Fuensanta había bajado desde el monte para celebrar su fiesta en la catedral, el ayuntamiento volvía a solicitar al cabildo que
se hiciesen rogativas ante la sagrada imagen. Se decidió celebrar las siete misas de gozos en rogativa, invitando al obispo don Manuel Rubín de Celis a que se hiciese presente en los cultos. Aún así la sequía se intensificó, y el 30 de octubre recordaban cómo en 1747 se había obtenido la gracia del Cielo al haber celebrado las rogativas conjuntamente ante las imágenes de la Virgen de la Fuensanta y “su Santísimo Hijo Jesús Nazareno” de la Cofradía de Jesús.3 El parecer del cabildo era claro, se consideraba que aquellas rogativas eran “de la mayor devoción, reservadas para los casos más estrechos”. Se
dispuso entonces que los días 7, 8 y 9 de noviembre se ofreciesen primero tres misas a las ánimas benditas, y que, terminado el triduo, la Virgen de la Fuensanta, que permanecía aún en al catedral, se condujese hasta la Iglesia de Jesús, desde donde se organizaría una procesión general de rogativa con la imagen de la Virgen y la del Nazareno. Ambas quedaron colocadas el día 9 de noviembre en la capilla mayor de la catedral y comenzaron a rezarse ante ellas las rogativas, además de tres misas votivas de la Pasión. De nuevo la oración ante las dos imágenes obtuvo la bendición del Cielo, y en el mes de diciembre, en la víspera de la Inmaculada Concepción, se comprobaba como “con abundancia de lluvias Dios había socorrido nuestros campos”, decidiéndose organizar el 14 de diciembre una misa de acción de gracias con el canto del Te Deum, y por la tarde una procesión general con ambas imágenes para que Nuestro Padre Jesús retornara de nuevo a su iglesia.4
La Virgen de la Fuensanta y Nuestro Padre Jesús, hitos de la espiritualidad de Murcia, aunaban en sí los dos requisitos requeridos para implorar a través de sus imágenes el auxilio en la necesidad: Dios había concedido por la oración ante ellas numerosas gracias y milagros, y eran capaces, además, de suscitar la devoción y el fervor entre los murcianos. Una sociedad donde florecía la fe, lejos del cansancio que divide y destruye a los pueblos, encontraba en estas dos imágenes un consuelo espiritual que creaba una conciencia común capaz de poner esperanza en la adversidad y superar unida cualquier desgracia, que para el hombre creyente puede la puerta de una bendición.
3 ACM, Actas capitulares, 30 de octubre de 1780. 4 ACM, Actas capitulares, 9 de diciembre de 1780.